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Plata de Ley

Introducción: La nueva banda

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07/12/2015, 13:18
Director

BISBEE, ARIZONA

La pequeña población de Bisbee, situada a unos 130 kilómetro al Sur de Tucson, se fundó hace solo unos pocos años, en 1880. El pueblo ha ido creciendo desde entonces en torno a la creciente actividad minera de la zona que, año tras año, atrae nuevos pobladores. Es un lugar árido y seco, con un paisaje montañoso alrededor y un valle de tierra rojiza solo interrumpida por el verde apagado de los arbustos que conforman la escasa vegetación.

Es una fría tarde de invierno y el lugar más cómodo y caliente de Bisbee es el local de Jimmy, la taberna del pueblo. Jimmy mantiene la gran chimenea encendida y a sus chicas sobre el escenario, lo que asegura la presencia de la mayoría de hombres de la comarca en días así. Sobre el escenario está Juanita, la estrella local, cantado una típica canción mexicana para deleite de su público.

Sentado al fondo del local, bebiendo solo, James McReady ha observado a su antigua compañera de asaltos y fugas en varias ocasiones, esperando la oportunidad para hablar con ella. Hace casi tres años ya desde que la banda de Lonegan se disolvió, aunque McReady sabe desde hace unos meses que Juanita trabaja en este local, lejos de las rutas más transitadas y representando un papel que sin duda hace imposible que se la asocie con la peligrosa Juanita «Dinamita» de la banda de Lonegan.

Esta tarde de invierno, cuando Juanita termina su número, Jimmy le indica que un cliente quiere invitarla a una copa. Es entonces cuando la cantante reconoce a McReady. La sorpresa no es tanta como cabría esperar tras tres años, ya que está segura de haber visto la cara de James por el local en alguna ocasión anterior. En la mesa contugia, junto a él están sentados otros dos hombres. Tras los saludos obligados y una breve charla entre dos viejos amigos, James le presenta a sus acompañantes: Maverick y Pancho Castillo. Le cuenta el motivo de que se haya arriesgado justo ahora a hablar con ella: tiene un plan para rescatar a Jack Lonegan.

En unos días van a trasladar a Jack de la prisión de Silver City a una más segura que el ejército tiene en Tucson. Jack viajará en el interior de un carruaje acompañado por un grupo de soldados y James ha contactado con el tipo que irá conduciendo la diligencia, el mexicano que está bebiendo con ellos, que ha aceptado jugarse su modo de vida y el cuello a cambio de entrar en el reparto de los bonos y la plata como un miembro más de la banda. El plan, a grandes rasgos, consiste en emboscar a la diligencia en un paso montañoso con buenos lugares donde apostarse para disparar o provocar destrozos con dinamita y huir con la diligencia y su "cargamento".

La diligencia estará escoltada por soldados y agentes de los marshalls, James no sabe con exactitud cuántos. Además, seguro que algún soldado viajará en el interior acompañando a Jack, supuestamente esposado con grilletes o quién sabe qué más. Eso quiere decir que aparte del ataque sorpresa, los disparos lejanos, las explosiones y lo que sea que organicen, alguien deberá subir a la diligencia para ayudar a Jack y evitar que, en el interior, sus vigilantes lo conviertan en rehén o le disparen directamente.

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07/12/2015, 13:36
Director

SILVER CITY

Es una ciudad pequeña cerca de Las Cruces, aunque las minas cercanas aún producían plata y había una presencia considerable de marshalls y pequeños grupos del ejército lo cruzaban de paso con frecuencia, lo que hacía que fuera muy bulliciosa y, por desgracia para Jack Lonegan, segura.

El primer año recibiste frecuentes visitas del Ben Foster, el marshall que os había emboscado dando al traste con vuestros jugosos planes de abandonar el estado con el cargamento de plata robada. Los interrogatorios eran violentos, y las palizas te dejaron más de una vez una buena temporada tendido en la cama sin poder moverte. En esos momentos tú sonreías para tus adentros. No era tan solo que no quisieras confesar el paradero de la plata, sino que tú mismo tampoco lo conocías. Las mulas cargadas las llevaban "El Francés" y McReady, y os separásteis durante la emboscada nocturna. Por supuesto, tampoco confesaste donde estaban los bonos estatales, cuyo escondite conocías bien.

Aunque aún no te hubieran mandado a la horca, tu porvenir era muy desalentador. El resto de tus días encerrado en una sucia celda con olor a meados, hasta que el banco o el marshall decidieran que ya no merecía la pena mantenerte vivo; esperabas que al menos tuvieran la decencia de meterte un tiro en la sesera antes que colgarte. Y para colmo, el fantasma del puñetero indio...

Ni siquiera entendías porqué ese fantasma te perseguía. Iba y venía sin que pudieras predecir cuando o como. La mayoría de veces se aparecía sentado fuera de la celda, mirándote muy fijamente y completamente quieto; otras, se paseaba a tu lado imitando tus movimientos de forma burlesca; y otras, al otro lado de la diminuta ventana con gruesos barrotes de metal, haciendo gestos impacientes para que salieras de allí - como si pudiera - pensabas en aquellos momentos, mientras se desvanecía al tiempo que sentías una punzada en la cicatriz de tu mano izquierda.


Habían pasado casi 2 meses desde la última aparición del fantasma y varios años desde que te encarcelasen — no estabas seguro de la cantidad, pero creías que más de 2. — cuando recibiste una de las poco frecuentes visitas del nuevo marshall (Ben Foster había vuelto a Las Cruces tras el primer año). El marshall se te quedó mirando casi un minuto sin decir palabra antes de reirse con una carcajada burlona.

- Bueno, Lonegan. Estas de suerte, mañana sales de aquí - inexpresivo, levantaste una ceja, suspicaz - te llevan a Tucson, a la prisión militar. He apostado por que allí no sobrevives ni medio año, así que no me falles. - y se fue riéndose a carcajadas. Tu conocías la reputación de la prisión, donde los prisioneros sufrían constantes palizas por parte de los violentos militares sin razón alguna. Mientras contenías tu furia, apareció el malnacido indio, sonriente, e hizo un gesto con las manos, uniéndolas por los pulgares y agitándolas imitando el vuelo de un ave.

Sin contenerte, lanzaste un puñetazo que atravesó al inexistente indio y golpeó con fuerza la pared. La cicatriz de tu mano se abrió y volvió a sangrar...