Partida Rol por web

Kifel y Daha llevaban toda la mañana rondando alrededor de la herrería de Baractus Cufford. Tenía un local grande pero bastante destartalado. Lo normal en un herrero que vive el día a día. Durante la mañana un par de personas habían entrado en el lugar, pero todo parecía entrar dentro de lo habitual. Uno de ellos había salido con una caja bastante pesada, lo cual parecía indicar que estaba llena de piezas de metal.  El otro había salido igual que había entrado después hablar con Baractus, posiblemente le estuviera haciendo algún encargo.

Nada indicaba que el herrero estuviese envuelto en algún asunto turbio. Pero con tanto misterio en torno al polvo de escorpión, ¿quién se atrevía a asegurarlo?

- La espera puede parecer larga, Kifel, pero no sé hasta qué punto nos conviene levantar la liebre. – Dijo una dubitativa Daha. – Sabes… - Chasqueó la lengua. – Los negocios turbios suelen tener lugar bajo el amparo de la oscuridad. Quizás deberíamos alargar un poco más nuestra guardia. – Se encogió de hombros. – Al final puede que toda nuestra vigilancia sea una total pérdida de tiempo. Puede que el herrero no esté metido el ajo, pero… ¿Y si sí?

Daha se recostó contra la pared y estiró los músculos de la espalda y del cuello. Se notaba que aquel viaje no estaba siendo fácil para ella. Se trataba de una mujer acostumbrada al trabajo duro que realizaba en los diferentes centros de oración, recogimiento y de cuidado de ancianos, pero que no estaba para nada habituada a la carretera y menos  a una intensa vigilancia como aquella.

- Al final es un trabajo de equipo… - Continuó. – Tenemos que confiar los unos en los otros, Kifel. – Su mirada quedó posada por unos instantes en la punta de sus botas. - ¿Tú confías en mí, Kifel? Entiendo que no lo hagas, no me he ganado la confianza de ninguno de vosotros precisamente… - Cruzó entonces su mirada con la del pelirrojo. – Clea me abrió los ojos. Todo va a ser muy diferente a partir de ahora. Daré lo mejor de mí. – Se agachó junto a su mochila. – Aún tengo alguna salchicha. Fría no es tan buena pero… ¿Te apetece?

—No voy a comerme una salchicha de ayer Daha. Y menos después de la conversación de hace dos días—terminó con una sonrisa.

El joven guerrero estaba apoyado sobre una columna, sin quitar ojo del local pero sin llamar la atención. Se notaba que estaba acostumbrado a hacer vigilancia de sus días como guardia.

—No te preocupes. Ayer metiste la pata, pero ya está. No es como que me vaya a pasar la vida recriminándotelo. Y creo que yo tampoco reaccioné especialmente bien. No tendría que haberte hablado así. Así que relájate, ¿vale?

La expresión de Daha cambió por completo ante las palabras de Kifel. Sin duda alguna parecía mucho más relajado que días atrás y hasta se mostró bromista con ella. Lo que para nada esperaba fue la disculpa. Al fin y al cabo había sido ella quien había metido la pata. Era totalmente consciente de ello y entendía la postura de sus compañeros con respecto a ella. Que Kifel le hablara de ese modo hizo que perdiera un gran peso que llevaba encima y llego realmente a emocionarse hasta el punto de que se le saltaron las lágrimas. 

La sacerdotisa tragó saliva y se abalanzó sobre Kifel dándole un fuerte abrazo y quedándose recostada unos instante sobre su pecho. Trató de cortar las lágrimas, pero le costó más de la cuenta y aunque quiso despegarse del soldado, le daba vergüenza que le viera llorar y espero a que se secaran sus lágrimas. Al fin y al cabo, notar el cuerpo musculoso de aquel hombre pegado al suyo no era algo que le disgustase. De hecho se sintió muy a gusto, más de lo que era posible sentirse a gusto sin que ningún pecado recayera sobre su cabeza.

- Gracias, Kifel. - Dijo al final separándose del pelirrojo. - No sabes lo importante que ha sido para mi esta conversación... - Le desveló. - Haré todo lo posible por no defraudaros. Te lo prometo...

Kifel, que no esperaba que Daha respondiera así, correspondió al abrazo de la alcorita de forma torpe.

—Tampoco será para tanto—dijo quitándoe importancia—. Lo que te tienes que dejar es de tanta autocompasión, tanta solemnidad y tanta tontería.

La vigilancia continuó su curso. El pelirrojo y la semielfa  se turnaban, cambiaban de posición pero no ocurría nada sospechoso. La tarde seguía su curso y lo único que sabían era que el herrero no había dejado de trabajar en todo el día.

—Y así podemos pasar semanas—repuso Kifel con el ceño fruncido—. Pero si está metido en algo tan lucrativo, ¿por qué sigue trabajando en algo como ésto? ¿Para no levantar sospechas? ¿Pero por qué con tanto ahínco?

- No lo sé, Kifel... - Bufó. - No lo sé. - Hizo una pequeña pausa tratando de ordenar sus pensamientos en su cabeza. - Vamos a ver. Lo único que sabemos es lo que Rizo nos dijo. Puede que estemos vigilando una pista falsa. No digo que Rizo mintiera, pero podría ser que Seizan tan solo hubiera venido hasta aquí para hacer un encargo al herrero. Nada relacionado con la droga. De los tres, a prirori el herrero parece el menos sospecho. Un alquimista y los Merantia tienen más papeletas para estar involucrados en temas delictivos. - Chasqueó la lengua. - Puede que estemos perdiendo el tiempo aquí. Espero que el resto haya encontrado alguna pista. 

Daha llevaba un rato sentada y se puso en pie estirando los brazos y la espalda. A medida que la tarde iba transcurriendo, Daha empezó a sentir algo de frío. Sin duda no era un trabajo agradable ni estimulante. Podía ser, como bien había dicho Kifel, que pasaran allí semanas sin que nada sucediera. No tenían tanto tiempo. 

- Oye, creo que deberíamos haber preguntado un poco más sobre Seizan Rateliff. Igual si supieramos por donde se movía podríamos hacer más indagaciones. - Se encogió de hombros. Ya no podían preguntarle nada. - ¿Qué opinas si vamos a hablar directamente con Baractus? 

Kifel caviló pensativo.

—¿Para decirle qué exactamente?—preguntó— No podemos ir ahí a lo loco o nos delataremos.

- Tienes razón... - Decretó la sacerdotisa, que se llevó la mano al mentón pensativa. - Buenos tardes. ¿Es usted el señor Baractus? He escuchado que sabe dónde encontrar polvo de escorpión... necesito un poco. - Alzó las cejas mirando a Kifel y una sonrisa se dibujó en su rostro. - ¡Nah...! - Se respondió a sí misma. - Buenas tardes, venimos a por el encargo. Guiño, guiño. - Meneó la cabeza. - ¿Tampoco, verdad? - Volvió a reinar el silencio mientras buscaba una nueva proposición para el pelirrojo. - Buenas tardes. ¿Baractus, no? Venimos buscando a alguien. Hemos escuchado que estuvo por aquí, quizás lo conozca. Seizan Rateliff... - En esta ocasión no descartó la idea de inmediato. Por su expresión parecía que de todo lo que había pasado por su cabeza, era con esa propuesta con la que estaba más conforme y esperó a que Kifel diera su opinión.

Kifel negó con la cabeza poco convencido.

—No sé...—dijo dubitativo—. Si realmente está metido en el ajo suena demasiado casual que vayamos preguntando por alguien que murió después de visitarle. Necesitamos algo mejor... como si nos hubiesen venido que vinieramos a verle.

- ¿Te refieres a hacernos pasar por alguien? - Preguntó confusa la semielfa.

Aquello podía resultar. No era mala la idea planteada por Kifel, pero desde luego de salir mal, podía ser devastador para sus intereses. Hacerse pasar por alguien no era mala idea. Sobretodo si se tenía alguna información más acerca de por quien podía convenir hacerse pasar uno. Las pistas eran inconexas. ¿Tenían algo que ves el herrero, el alquimista y los Merantia? ¿O simplemente eran personas sin ningún tipo de relación entre ellas? 

- No lo veo claro Kifel... - Se sinceró la sacerdotisa. - Quizás deberíamos esperar un poco más o ver que han descubierto los otros... - Miró en dirección a la herrería en busca de algo que pudiera dar luz a aquel asunto. - Puede que la clave esté en esperar hasta que cierre. Si no hemos descubierto nada entonces... - Suspiró, no le gustaba lo que iba a decir. - Podríamos tratar de entrar por la noche y registrar la herrería en busca de algo. ¿Qué te parece eso?

Kifel miro a Daha sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.

—¿Tú y yo? ¿Colarnos?—preguntó incrédulo y medio en broma—Vamos Daha, tomátelo un poco más en serio. Nosotros somos como un elefante en una cacharrería. Nosotros no somos los que estamos capacitados para esas cosas.

- Si... tienes tazón. - Dijo con la mirada fija en la herrería. - No es trabajo para nosotros. Quizás sólo nos quede esperar la larga noche y estar atentos a cualquier movimiento. De no suceder nada... - Se encogió de hombros y en este momento miró a Kifel. - Podríamos pedirle ayuda a Cori... - Sonrió. - Seguro que tiene más práctica que nosotros en estos menesteres. 

Ciertamente no había demasiadas opciones. No al menos que se le ocurrieran a Daha. Ir a hablar con el herrero y soltar alguna tontería podía ser contraproducente. En el mejor de los casos le pondrían la mosca detrás de la oreja y en el peor levantarías sospechas acerca de la vigilancia que estaban llevando a cabo. A veces la paciencia era la mejor consejera. 

- Aunque volviendo al tema de antes... - Se llevó la mano al mentón. - Lo de hacernos pasar por alguien... Si supiéramos por quien hacernos pasar... - Resopló. - ¿Crees que los Merantia tienen relación con el herrero? Podríamos decirle que venimos a buscar el encargo. ¿Cómo se llama el jefe de la casa Merantia? ¿Lo sabes?

Kifel negó con la cabeza.

—No soy de Mena de Oro, no conozco esta ciudad. Además los Merantia no son nuestra responsabilidad—zanjó.

El guerrero pelirrojo se quedó pensativo rascándose la incipiente barba de varios días mientras miraba a la herrería. Quizás con demasiado ahínco.

—Hacernos pasar por alguien es la clave. ¿Pero por quién? No podemos hacernos pasar por alguien que esté en el ajo o nos delataremos.

- ¿Y si nos hacemos pasar por compradores? - Preguntó Daha. - Podríamos acercarnos y deambular un poco por la zona. Que parezca que buscamos a alguien o algo. - Daha empezó a elucubrar en su cabeza. - Creo que si lo hacemos bien, puede que sea Baractus quien nos pregunte si necesitamos algo. Y no sería ese el momento de meter la pata... Podríamos ignorarle o decirle que se meta en sus asuntos pero seguir comentando en susurros algo acerca de la mercancía y el oro que tenemos para pagar... Igual así se delata. ¿Qué crees?

Kifel parecía sin estar convencido.

—¿Estás segura?—le preguntó— Sólo tenemos una oportunidad. Y por lo que sabemos esta gente ha sido lo suficientemente lista como para esconderse del mago más importante de toda Rhovesia. Pero... ¿y si en vez de querer saber algo sobre el polvo intentamos averiguar que relación tiene con Seizan?

— Está buen, eso puede tener sentido... — Dijo la semielfa. — Acerquemonos. 

Daha no esperó mas réplicas, necesitaba hacer algo ya. Llevaban demasiado tiempo planeando el curso de acción a seguir y ya empezaba a impacientarse. 

La sacerdotisa caminó con paso decidido hasta llegar frente a la herrería. Miró a una lado y a otro disimulado y cuando su vista se cruzó con el cartel de la herrería apuntó con el dedo y divisó a su dueño. Caminó hasta ponerse junto a él.

— Buenos días... — Saludó Daha. — ¿El señor Cufford?

—¡Esp-Espera!—llamó Kifel sorprendido al ver como Daha se dirigía hacia la herrería— ¡Daha!

Pero ya era demasiado tarde, la semielfa estaba a punto de entrar en el local y el pelirrojo se vio obligado a correr para entrar junto a ella.

Baractus estaba sentado en un banco de trabajo con una piedra de afilar puliendouna barra curva. El herrero hizo un gesto con la cabeza cuando vio entrar a Daha y a Kifel. El hombre terminó su trabajo y entonces apoyó el objeto contra el banco y se dirigió hacia los recién llegados.

—Perdonen pero no podía dejar el pulido a medias—se disculpo para luego saludar alegremente— ¡Buenas tardes!

El herrero se frotó las manos enérgicamente.

—Ustedes dirán que puedo hacer por una hermana de Alcor y su acompañante.

Siento el retraso, pero el mes de Diciembre ha sido especialmente complicado. Y teniendo que ir equilibrando las distitnas escenas sólo lo ha empeorado.

Daha tragó saliva. Mentir no era su fuerte, pero tenía que intentarlo. Se había cansado ya de esperar acontecimientos allí de pie. Nada había pasado desde que llegaran al lugar e iniciaran la vigilancia. Sólo esperaba que el herrero no les hubiera visto merodear por la zona y ahora que se acercaban a él sospechara algo. 

- Perdone que le moleste, señor... - Dijo entonces la alcorita. - Estamos buscando a alguien... Habíamos quedado con él aquí. Llevamos un rato esperándole y no hay ni rastro de él. Usted le conoce creo... Seizan Rateliff. - Se la jugó siendo tan directa. - ¿Le conoce, verdad?

Podía ser que le diera algún tipo de información acerca de Seizan o podía disimular y hacer como que no le conocía de nada. En el primer caso, dependiendo de lo que dijera tomarían uno u otro camino. En el segundo caso, se marcharían y seguirían la vigilancia ocultos en algún lugar. Si les mentía, es que escondía algo y si estaba metido en algún asunto relacionado con el polvo de escorpión, posiblemente iría a contarle aquel encuentro a algún superior suyo, dentro de la organización.

El herrero alzó una ceja sorprendido.

—¿Seizan?—preguntó dubitativo— ¿Estáis segura de que habéis quedado aquí con Seizan Rateliff?