Partida Rol por web

El primero en acceder al interior del templo fue el sargento Mills. El techo del mismo estaba a unos tres metros pero las paredes de piedra formaban un estrecho pasillo por el que sólo podían pasar de uno en uno, y con dificultades. Tras él Maverick golpeó sin quererlo contra el muro con su ametralladora, que llevaba colgada de la espalda. Morriset y Bings, que cerraban el grupo, cuchicheaban entre ellos pero se callaron al acceder al interior.

Ninguno de ellos estaba tranquilo. El interior olía a piedra y moho, como una tumba, y estaba bastante oscuro. Pronto se hizo patente que la poca luz que venía del exterior no iba a ser suficiente para iluminar bien aquello. Algunas rendijas del techo dejaban pasar finos rayos que iluminaban la penumbra pero pronto el solo iría cayendo en el horizonte y aquello quedaría sumido en la oscuridad.

El sargento apartó una enorme telaraña con el rifle asustando a un bicho tan grande como su puño, que se escondió en un recoveco de las piedras.

Cuando por fin abandonó el pasillo de entrada y tuvo algo de espacio a su alrededor no sintió demasiado alivio. El lugar era grande e irregular, con algunas paredes que sobresalían formando puntos ciegos donde podría ocultarse cualquier cosa. Y la parte del fondo estaba totalmente a oscuras. El suelo estaba formado por baldosas grandes e irregulares, como el patio exterior. Había escombros en varios puntos, pero unas fuertes columnas parecían desafiar a las inclemencias del tiempo.

Mavs comenzo a sudar. No era nada bueno...

-Sargento- Dijo entre susurros- No se ve una mierda.... ¿Porque no habre metido bengalas en la puta mochila? ¿Alguna idea? -Dijo mirando lo que parecia la silueta del sargento.

Aquella sensacion habia vuelto, se sentia observado, pero no sabia si era su imaginacion o la tension de la situacion.

Morriset tardó alrededor de tres segundos en poder tragar saliva. Aquello era aterrador. Alrededor sólo había silencio, pero casi hubiera preferido oír los sonidos de la selva de los que estaba tan hastiado. Según caminaba despacio, ignoró la voz de Maverick y cerró los ojos, concentrándose. No había mucha diferencia respecto a tenerlos abiertos, pues aquello parecía una boca de lobo.

Intentó con todas sus fuerzas recordar más detalles de lo que sabía, tratando de reconstruir el lugar en su mente. Cualquier pequeño pormenor podría ser de gran importancia para todos. Exploró su memoria, hasta el último resquicio, intentando recordar algo más... por poco que fuera.

Sin ver nada más adelante, Mills se detuvo y giró hacia el resto.

- ¿¿Pero es que no tenéis un mechero??

No le gustaba nada ese lugar y quería acabar cuanto antes. Aun en la penumbra, se podía distinguir su ceño permanentemente fruncido. Sin embargo, su tono de voz denotaba un punto de impaciencia, sin duda provocado por lo opresivo del lugar.

El cabo rebuscó en su memoria, a ver si llevaba algo encima que pudiera servir. Finalmente, negó con la cabeza aunque nadie pudo ver el gesto.

- Ni mechero, ni cerillas... ni una puta linterna. Es genial, hay que felicitar a los de intendencia...

Intentó escupir al suelo, pero tenía la boca seca. Trató de pensar en alguna manera de iluminar aquél maldito lugar. Afuera tenía que haber ramas secas, quizá pudieran improvisar una antorcha... si encontraban una manera de encender fuego. Era increíble que no dispusieran de alguna forma de obtener luz para un ambiente oscuro.

Bings espero y espero, quizás el sargento se arrepintiera y diera la vuelta, sin embargo pronto se dio cuenta que este solo estaba buscando la manera de conseguir seguir adelante con la misión; así que, sin mas remedio e ignorando a los demás se descolgó su mochila y empezó a rebuscar en ella.

A ciegas era difícil dar con esa cosa entre tantas chuchearías que había traído; una machete, una navaja, unos calcetines!!, nada de eso era lo que estaba buscando. Pero tras buscar un rato logro encontrar lo que buscaba, la tomo entre sus manos y apuntando al techo la encendió, pero no prendía, le dio unos golpecitos y listo, una luz emano de su lámpara.

Pronto Bings se dio cuenta que todos lo miraban.  –Bueno sargento, considere que el negro no seria el único en inteligente que pensaría en esto…-

La lámpara de Bings no era precisamente un foco de alta intensidad pero llegaba de sobra para iluminar aquella penumbra. En el mismo momento en que la luz apartó las sombras los soldados se dieron cuenta de que quizás hubiera sido mejor permanecer a oscuras.

Lo que en un primer momento pensaron que eran estatuas resultaron ser un hallazgo mucho más macabro. Media docena de cuerpos momificados estaban clavados a la pared. Para fijarlos se habían utilizado unas pesadas estacas de hierro que los atravesaban justo por el corazón. Las figuras muertas tenían sus brazos extendidos como si intentasen alcanzar, desde el más allá, a los causantes de su agonía. Era una siniestra procesión que se repartía por las paredes laterales del templo, tres a cada lado. Las momias parecían antiguas: su piel estaba totalmente apergaminada y su rostro carecía ya de nariz u orejas. Las telarañas recubrían algunas partes de las mismas, dando la sensación de querer también aferrarlos a las paredes.

El fondo no llegaba a ser iluminado por la lámpara de Bings ya que el sorprendido soldado permanecía cerca del pasillo de entrada, pero se adivinaba un altar un poco más alto y un par de columnas.

En cuanto la estancia se iluminó y Morriset vio aquello, su mente se quedó en un estado muy extraño. Intentaba pensar, pero no podía. Intentaba gritar, pero no podía. Intentaba correr, pero no podía. No podía hacer absolutamente nada. Incluso sus ojos se negaron a obedecer su orden de desviar la mirada para dejar de ver esa escena horrible. Por mucho que le repugnara, estaba obligado a seguir contemplándola. Poco a poco fue notando un sudor frío, y sus manos empezaron a temblar. Su arma cayó, golpeando el suelo de piedra.

- Joder... joder... joder... -musitaba una y otra vez, con el labio inferior temblándole.

Cayó al suelo de rodillas, mirando aún los cadáveres y sin dejar de murmurar incoherencias.

En el momento de encender la lámpara, Mills no se esperaba ni por asomo lo que iba a ver. Cuando vio la escena que se desplegaba ante si prefirió no haberlo hecho. Intentando racionalizarla, llegó a la conclusión de que los putos charlies no habían empezado a ser sádicos con esa guerra, tenía siglos de práctica.

- La madre que los trajo - consiguió maldecir finalmente.

Rápidamente, la entrenada mente militar del sargento se puso en marcha para sobreponerse a la empatía e ignorar la macabra escena que tenía delante en favor de la situación práctica. Control de daños. Con un gran esfuerzo por controlar la nausea que se le acumulaba en la boca del estómago, se giró hacia sus hombres para comprobar su reacción.

Mavs estaba acostumbrado a las malas sensacioens, pero esta quebro su mente hasta tal punto que se dejo caer, se hizo un ovillo y empezo a moverse alante y atras. Podia sentir el dolor de los colgados alli. Podia sentir su odio, su desesperacion y su muerte. La respiracion se le acelero y se convirtio en un quejido lastimero.

Todas las sensaciones que pasaban por su cerebro eran demasiado para lo que habia soportado en todo un dia. Ya no pudo aguantar mas y alli se quedo, hecho mierda, mientras los demas compañeros parecia que tenian situaciones parecidas...

Los soldados contemplaban la dantesca escena intentando asimilarla lo mejor que podían. El que mayor entereza mostraba era Mills. Para él no había nada misterioso: los charlies eran unos hijos de puta capaces de aquello y mucho más. El que los cuerpos estuvieran momificados... bueno, eso sabe dios por qué era así.

Bings dejo caer su lámpara, la cual rodó hasta algo mas de un metro de donde estaba Bings seriamente conmocionado por lo que sucedía. El lo sabía, sabia que no debía haber entrado, pero tampoco podría quedarse afuera con lo que había escuchado.

La lámpara aun iluminada alumbraba silenciosa a una de esas cosas.

Con toda su tropa conmocionada (y el mismo bastante afectado, aunque aferrarse al deber le permitía mantener algo de control sobre sus emociones), el sargento tomó una dura decisión. Tenía ordenes y, a parte, consideraba tener el deber moral de proteger a sus hombres.

- Quedaos aquí, acabaré el puto reconocimiento.

Con la ithaca en una mano, rebuscó en sus bolsillos con la mano libre hasta encontrar su mechero. No hacía falta llevar la lampara más adelante, ver las cafradas que hacían los charlies (o los sumerios, vete tu a saber) de cerca con una buena iluminación era lo último que les hacía falta. Con la luz del mechero se dirigió en solitario hacia el altar al fondo de la cámara...

Cuando oyó decir eso al sargento, algo se movió en el interior de Morriset, sacándole de su ensimismamiento. Quizá fuera un atisbo de su sentido del deber lo que le hizo coger de nuevo su arma con una mano temblorosa, y ponerse trabajosamente de pie. Lo que veía seguía siendo horrible, y hubiera preferido mil veces salir de ahí a la carrera... pero no podía dejar que el sargento se metiera en ese sitio solo. Y además, tenía que averiguar cosas... cosas sobre ese lugar, cosas que debía recordar para que pudieran salir de ahí con vida.

- E... es... espere, sargento -tartamudeó con esfuerzo. Joder, casi parecía Baronetti...

Dio un paso, luego otro, intentando ignorar los espantosos cadáveres. Respiró hondo un par de veces. Aunque el aire seguía siendo nauseabundo, le ayudó a calmarse un poco.

- Voy con usted -logró decir al fin.

Mills se adelantó al resto utilizando el precario zippo como fuente de luz. Para su sorpresa fue Morriset quien se adelantó entre los demás para ponerse a su lado. El fondo de la sala resultó tener un pequeño altar de piedra negra con surcos en sus laterales. Mills hubiera preferido no pensar en la utilidad de esos surcos, pero no pudo evitar recordar que en las películas de terror que veía en el cine la sangre de los sacrificios humanos era dirigida por esos surcos a un depósito donde... mejor no seguir pensándolo.

La pared del fondo sorprendió a ambos soldados: había grabados en la misma, pero eran diferentes a lo que vieran hasta el momento. En lugar de la escritura cuneiforme que había en las piedras del camino se encontraron con jeroglíficos al más puro estilo egipicio, aunque con un tratamiento distinto. Es decir: no eran egipcios o al menos no lo parecían. Se veía a gente realizando labores de campo, otros arrodillados... hasta se veía gente copulando. Mills acercó el mechero a una de las inscripciones. ¡No se lo podía creer! Allí, en medio de todas esas tallas primitivas, había grabado un símbolo que parecía el mismo de la USAF*. ¿Qué tipo de broma de mal gusto era aquella? Según Morriset las piedras y probablemente el templo tenía siglos de antigüedad. ¿Qué coño pintaba el emblema de la USAF allí? ¿Era una casualidad? Joder... pero era clavado.

Aparte de los extraños grabados lo que de verdad inquietaba a Mills era la ausencia de nada que se pudiera llevar de allí. Habían recorrido toda la planta del templo, que no era excesivamente grande, sin encontrar ningún elemento que no fuera parte de la decoración de piedra. ¿Dónde cojones se suponía que estaba lo que buscaban? Y lo que empezaba a ser más acuciante: ¿dónde mierda estaba?

Morriset recapacitó ante la visión del símbolo. La única explicación lógica que se le ocurría era que el diseñador del logo de la USAF hubiera visto el símbolo y lo copiara. ¿No habían hecho lo mismo los nazis? La esvástica era un símbolo religioso antiguo de alguna religión... o eso había leído en alguna parte.

Intentó recordar desesperadamente su sueño: allí dentro, contra lo que pareciese, estaban a salvo. Lo que no podía recordar era de qué. Y tampoco era allí exactamente. En su sueño había unos túneles. Miró desesperado alrededor, en el suelo, buscando algo que asemejase a una trampilla, pero no vio nada.

Tras revisar el altar, mirando tanto alrededor como debajo del mismo (no querría encontrarse con una desagradable trampa), el sargento se plantó delante de los jeroglíficos.

Mills no se lo podía creer. Qué hacía un símbolo así entre el resto de geroglíficos. Depositando el zippo a sus pies en el suelo, tocó el símbolo con la mano como para convencerse de que no se lo estaba imaginando.

- ¿Morriset? ¿Tiene alguna explicación para esto? - preguntó con un tono demasiado tenso - ¿lo recordaba? - añadió con un susurro.

- Me cagüen la puta de oros - pensaba Mills apenas conteniendo la frustración tras ver el lugar demasiado vacío. Lo que fuera que había ido a buscar tenía que estar ahí, era el lugar 'apropiado' para ello. Pero no estaba. Sólo había dos explicaciones posibles. Que los de inteligencia la hubiesen cagado y lo que buscaban no estuviese ahí, bien porque nunca estuvo o porque se lo hubiese llevado alguien. Pero había otra opción, que estuviese ahí pero escondido. Esa opción preocupaba al sargento porque ¿Cómo buscar algo que ni siquiera sabes cómo es?

Tras mirar por todo el altar (mandaría cojones que estuviera debajo del mismo), se le ocurrió probar suerte y buscar algún resorte o resquicio en la pared, tanteando el símbolo de la USAF...