"Sí... tengo algo para ti, Akal ya me avisó de lo que podías llegar a convertirte y me pidió esto."
Tel se dirige a una pequeña zona que tiene al lado del horno y saca un gran y pesado baúl que maneja sin problemas. Lo trae hasta Baäl y lo abre, hay una túnica con capa, botas, guantes, un espadón muy delgado y largo con runas palpitantes y una mochila bastante pequeña pero que parece liviana.
"No deberías tener problema con llevar esto, lo he hecho para ti... ahora, no te acostumbres, no hago encargos especiales. No puedo perder el tiempo haciendo una máscara."
“‘Mmm de acuerdo...Gracias” -Me pongo la túnica lo primero después abro la mochila, meto el libro y la daga ornamentada dentro con las pocas monedas que me quedaban.
“Toma tu sucia capa” le digo a Yador mientras se la devuelvo. Por último agarro el espadón y lo miro fijamente.
“Muy curioso, veo que eres un maestro en tu arte, gracias...¿Qué me puedes decir del espadón? ¿Para qué son las runas?”
"Lo hacen menos pesado. Si ya está todo, idos. Tengo trabajo."
Tel saca la pieza que dejó en el horno y sigue martilleándola.
“Entiendo, te dejo con tu trabajo” - me pongo la capucha- “Yador ¿has terminado? No tenemos todo el día”
-Encima dice sucia capa. No tendrá nada que ver que haya envuelto un puto cadáver parlante... -murmuro para mí-. ¡Oye, Tel! ¿Tienes dagas o cuchillos arrojadizos de calidad?
"Para ti no, ladrón. Si vuelves de una pieza entonces consideraré fabricarte equipo."
-¿Volver de dónde? No nos lo explicaron antes. Y seguro que con un equipo adecuado tendré más posibilidades de volver de una pieza.
Tel rie ante el desconocimiento de Yador. Una vez para, mira a Yador con una expresion seria.
"¡FUERA!"
”Y si no...No te preocupes. Puedo traerte de vuelta mi como mi esclavo” - digo por lo bajo.
Al escuchar a Tel salgo de la armería.
-Creo que no vamos a ir al club de la comedia -le susurro a Baäl-. Vaya mala hostia tienen todos. ¿Y cómo que esclavo? No flipes.
Sigo a Baäl.
“Bueno...Ya sabes que hacemos los nigromantes ¿no? Si mueres puedo resucitar tu cadaver para que luches por mi” -digo con un semblante bastante serio.
“En fin, basta de bromas. No tengo muy claro cuál será nuestro cometido aquí o qué espera el Mesías que hagamos, estaría bien encontrar algún aliado” -comento andando tranquilamente.
“¿Volvemos a los barracones ya?”
-Nuestra amiga mencionó antes algo de comer. Ya sé que tú no necesitas hacerlo, pero podrías acompañarme y vemos si hacemos aliados allí.
Me pongo la capa si no lo había hecho ya
Asiento a lo que dice Yador, y me dirijo con el al comedor.
Os dirigís a la cocina de los barracones. Allí el cocinero le prepara algo de comida y bebida a Yador. Hay multitud de soldados comiendo.
¿Donde os sentáis? ¿Solos? ¿A probar suerte?
Echo un ojo a sitios libres. Que haya hueco para 2 mínimo.
Tu imperio está en ruinas. No sabes si el antiguo brillo que destilaba tu raza se apagó o si fuerzas oscuras y retorcidas tienen algo que ver con ello, pero perdísteis la guerra. Vosotros, una de las razas más antiguas del mundo, desaparecisteis de un momento a otro, te parece ridículo, pero es la verdad. En el afán de defender a vuestros hermanos lejanos, los dracónicos, y de instaurar el imperio y el orden sobre todo el mundo, vuestra tierra fue borrada de la existencia y vuestra gente masacrada, incluso profanaron vuestras bibliotecas y acopiaron todos los avances que tu gente descubrió para reclamarlos como suyos.
De eso ya hace miles de años, pero te lo recuerdas cada día, en vez de estar cubierto de gloria tienes que esconderte y huir de esas criaturas simples. Pero hay algo que los pieles blandas desconocen y es que hasta que no acaben con el último de vosotros la guerra aún sigue.
Tu pueblo aún sigue vivo, aunque no quedáis muchos. Intentáis mantener las antiguas tradiciones, ¿Pero de que sirve si todo está perdido? Lo único que hacen las tradiciones de un imperio muerto es perpetuar el fracaso. Es la época del cambio.
Finalmente ocurre ese cambio que esperabas, esa señal que indica que és el momento. Tal y como anuncian las antiguas tablillas de las profecías, en la décimoctava caida de meteoritos el fin del mundo llegará y solo a través de un pacto uno de vosotros se alzará como Dios y restaurará el antiguo imperio para hacer frente a la amenaza.
Sin duda alguna tu pueblo se mueve hacia el lugar donde van a caer los meteoritos. El viaje es peligroso, pero vuestra firme convicción os hace llegar.
Llegáis justo cuando los meteoritos caen, y entre el fuego y el polvo, una figura surge.
Akal Zaus se presenta como el dador del pacto que ansiáis, por lo que os ponéis a sus órdenes sin vacilar con el fin de recuperar vuestra antigua gloria. Junto a vosotros reune a varias razas más jóvenes que se prestan a ayudarle en su cometido: Impedir el fin de todo.
Pasas meses cumpliendo las órdenes de Akal; es un lider sensato y sereno, aunque algunas veces peca de ser demasiado bondadoso, o eso piensas. ¿Secuestrar aldeanos de las razas simples para ofrecerles un lugar tranquilo y con todo tipo de recursos a cambio de servirle? Para eso mejor esclavizarles, sería mas sencillo. Aún así, todo marcha bien, salvo de vez en cuando un grupo que se entromete en vuestros planes y lo estropea todo. Te gustaría echarles el guante un día, pero tienes otras tareas en el ejercito de Akal.
Con el paso del tiempo alcanzas el rango de sargento en las tropas, eres respetado por los guerreros y magos de los que se compone el ejercito y gozas de un estatus envidiable entre los tuyos, eres de los que más resaltan. Junto a tus nuevos aliados se destacan el general Zymet, un drow; el herrero nacido de un dragón, Telkarrak Bensvelk y un chamán orco de un poder muy superior a cualquiera que has visto, Gal'Dar.
En los últimos días has oido rumores de que Akal ha conseguido convencer a unos cuantos de ese grupo que solo se interponian en vuestros planes para unirse a su causa. Te genera cierta curiosidad, son guerreros capaces sin duda, ¿Pero estarán a la altura?
Al finalizar tu turno de noche, uno de tus subordinados llega con noticias recientes: Ya están aquí y solo son dos. Están en la cocina de los barracones.
Sin demora, te diriges allí para encontrarte con ellos.
Entras al comedor, donde esperas encontrar a esos dos. Ves a los que parecen encajar con la descripción que te dio tu subordinado:
Uno lleva una túnica con capa que le tapa entero y un espadón bastante fino y alargado con unas runas palpitantes. También lleva una corona extraña.
El otro también lleva una capa, pero le reconoces por la descripción que te dieron un día; es el bastardo que acuchilló a otro de los sargentos, un drow con ballesta con el que tampoco has tenido mucho contacto.
Avanzo hacia las dos figuras recién llegadas. A varios pasos de ellas levanto mi mano en señal de saludo. Junto a mi está el borde de una de las mesas, hay dos sitios libres y a mi lado un recluta goblin come su rancho. Susurro en voz baja y el goblin nervioso se levanta, saluda y se va a otro sitio más alejado. Muevo mi brazo en alto para ofrecerles el espacio y sentarse.
Ahora en la mesa solo queda algún que otro oficial al otro borde, el resto también se han levantado.
Golpeo el codo a Yador y señaló en dirección al encapuchado desconocido. Me dirijo hacia él.
Tomo asiento. “Puedes seguir comiendo, no hace falta que pares por mí. Bueno ¿y tu quién eres? Yo soy Baäl... -digo mirándole con mis cuencas vacías.
- “Todos me llaman sargento Ssirt.“ - digo a mi interlocutor - “En realidad suelen decir Si sargento Ssirt. ¿Tú también has cambiado el nombre en el padrón?“ - digo con desdén hacia el otro fulano.