Partida Rol por web

Para cuando sus ojos se abrieron no tuvieron más remedio que comunicar al cerebro lo que veían. Aunque no les gustase, esa era su misión. Como la fotografía de una polaroid se fue formando la imagen de  tres  hombres en  una habitación. Estaban vestidos con trajes caros. De corte italiano. Dentro de dos de aquellos trajes se apretujaban incómodamente todos los requisitos musculares con los que debe contar un  buen matón. Ambos llevaban unos arreos de golf. Unas bolsas con cremalleras colgadas en sus hombros que parecían putas en el estreno de una Opera.  Y es que ninguno tenía las trazas de haber pisado un campo de golf en su vida.

Coronaba el pastel de músculos, tela, y palos de hierro unas cabezas redondas como una pelota de baloncesto. La piel de las caras de aquellos dos compinches era muy morena. Revelaba largas horas expuestas a un sentencioso y fuerte sol. Sus ojos parecían absortos, despistados y en ellos brillaba predominante un reflejo inyectado en sangre. Síntoma inequívoco de que algo no funcionaba del todo bien allí dentro.

El tercer hombre, en cambio, era alto y espigado. Nada de grandes espaldas. El traje le quedaba como un guante. Su tarjeta de presentación era un pelo negro peinado hacia trás y una nariz aguileña tras la que se parapetaban un par de ojos negros. Tenía toda la pinta de uno de esos italianos que se creen tener mucha clase. 

Buenas noches señor Marchese. la voz de éste tambien cumplía de sobras con los requisitos. Era realmente ronca y capaz de asustar a cualquiera que no tuviera pasta a mano.  El que hablaba era poseedor de dos extrañas cicatrices, una en cada mejilla. Parecían como dos botones cosidos a ellas. Su rostro era moreno y coriáceo y por las huellas que ostentaba, se comprendía que alguien disparara una perdigonada sobre él en tiempos pasados.

Buenas noches respondió el tercer hombre ajeno a la musculatura de sus amigos. Era alto y espigado. El traje le quedaba como un guante. En su tarjeta de presentación el pelo peinado hacia atrás y una nariz agulieña. Tenía toda la pinta de uno de esos italianos que se creen tener clase.

¿Vais a jugar?. el italiano señaló invisiblemente a los arreos de golf que colgaban del hombro del grandullón de voz ronca.

Son para el Jefe. allí estaba el tercero de los compinches. Era más corpulento que sus compañeros, su peso debía quedar algo por debajo de las doscientas libras.

La escena sobresaltó a los detectives. No recordaban haber bebido. Bueno no haber bebido lo suficiente. Pero todo el protocolo de una mañana de resaca tras una gran borrachera se iniciaba en aquel instante. Estaba aquella sensación. La  de a quien le acaban de robar horas de la caja fuerte. Entre los posibles culpables, una lista de sospechosos habituales: Jack Danields, JB, Johnny Walker…

La alarma antirrobo sonaba en forma de  dolor de cabeza. Los detectives sintieron una explosión en el interior de la cabeza. En algún departamento de sus cerebros. La onda expansiva rebotó en las sienes. Tuvieron que sujetárselas con ambas manos para que aquellos tabiques no salieran despedidos.
 

Te vendría bien algo entallado. Unas hombreras quizás no. se reveló entonces lo particular de la voz del hombre espigado. Una voz que reconocerías en cualquier sitio. Como los ases marcados de una baraja amañada.

Ven a verme y haremos algo. Parecía hablar de trajes. Debía ser un sastre. 

Eso haré señor Marchese el matón se movía lentamente. Parecía que estuviera impulsado por un rudimentario mecanismo a vapor.

Definitivamente algo no iba bien. No había que ser un genio para saberlo. Y no era por escuchar  voces desconocidas. Seguro que alguno de ellos había amanecido en antros peores arrastrado por los tentáculos de algunas mujeres. Mujeres con corazón de bronce, que usan sus espejismos en los tuneles de la madrugada. Mujeres que gritan al amenecer. Mujeres en las que el vino cabalga a gusto en su aliento. Lugares con meaderos comunes, con tios en ropa interior que deambulan por los pasillos. Lugares de los que te vas sin decir adios.

Pero ese lugar no era una de esas casas de putas del Bronx. No. Como el sol de un día que comienza, la realidad amaneció  por el horizonte. La oscuridad quedó atrás. Los detectives se percataron de que  estaban en una especie de calabozo. Una celda estrecha cavada en la pared.

Poco a poco el cerebro se ponía en funcionamiento. Los dos tipos comprobaron al fin donde estaban. Aquello no era una prisión sino una madriguera con vistas. Estaban allí tirados, apoyados sobre la pared, mareados. Aquello era una especie de compartimento secreto con tuneles de escala reducida. Habían estado contemplando la escena a través de unas rendijas de ventilación. Aquellos tres no se habían siquiera percatado de que estaban allí. Aquello era un lugar desde el que espiar sin ser visto. ¿Cómo habían llegado hasta allí?

Se apresuraron a hacer inventario de lo olvidado. Una tarea administrativa rutinaria en busca de una explicación. Fue inutil. Lo único de utilidad que encontraron las neuronas del turno de guardia fue la obvia relación del tamaño de la estancia con la del enano del pasillo.

UN MOMENTO.

Había un recuerdo. Un único recuerdo entre la charla con Kate y la madriguera.

La puerta cedió ante el empuje de alguien desde el otro lado. Todos callaron y la música penetró con fuerza, lo hizo con el ímpetu y decisión de un marido que sabe que va a encontrar a otro entre las piernas de su mujer.

Salid de aquí. un nuevo invitado viajaba a lomos de las notas musicales. Su brazo derecho aferraba con fuerza a Kate. La furia invicta que habitaba los ojos de aquella momentos antes, se había mudado a algún refugio donde sentirse a salvo. Por las ventanas de sus brillos asomaban las banderas del miedo.

De acuerdo señor Beaumont las palabras del gorila  señalaron a aquel tío como lo hace  un testigo  en una rueda de reconocimiento. Era Beaumont y no cumplía las expectativas. Un tipo bajo y delgaducho.  El paso del tiempo  había teñido de tonos blaquecinos su pelo.  Vestía de oscuro, con ropas de piel. Al menos la chaqueta lo parecía. Tenía uno de esos broches que usan en el sur del país en lugar de corbata por razones que aún hoy son una gran incognita. Parecía un paleto recién llegado a la gran manzana. Sin embargo, todos obedecieron y como cucarahas salieron en tropel por la rendija de la puerta.

Beaumont y Kate se quedaron solos. Ella se deshizo de la presa y se lanzó a sentarse a una silla. Justo delante de una pequeña y baja mesa. En mitad de la explanada de la mesa central había un vaso huérfano cargado de whisky. Como la gasolinera de una postal en mitad del desierto de Arizona. La mano de Beaumont apretó el acelerador hasta llegar a la estación de servicio y repostar en aquel vaso.

ESTAIS EN LA ESTANCIA TRAS EL MURO. VEIS LA ESCENA A TRAVES DE LA REJILLA. HAY DOS TUNELES, UNO A CADA LADO, PODRIAIS IR POR ELLOS REPTANDO CON DIFICULTAD.

Lo primero que sintio Trevor al abrir los ojos fue un sordo y potente latido en el interior de su cabeza - ¡Toc, Toc, Toc! - como si alguien estuviera golpeando las puertas de su mente y él estuviera afectado por la terrible resaca que deja el Whiskey barato. - Mi cabeza.... y mis ojos - penso mientras se echaba la mano a la cara para comporbar si tenia una venda, o quizas una capucha puesta. Y mientras hacia esto empezo a escuchar voces distinguiendola pequeña rendija por la que entraba algo de luz e intuyendo a su vez la presencia de su compañero Hudson pegada a su lado - Maldita sea el enano tiene una red de tuneles tal cual como si fuera una rata -.

Ya en situacion laos engrananjes de la mente del ex-policia comenzarón a trabajar de nuevo e intento averiguar quienes eran los individuos que estaban hablando, matones sin duda y quizas un contable. Pero rapidamente su atención se centro en la figura del tal Beaumont - Por fin apareces, ya dudaba que fueramos a verte en algun momento - murmuro entre dientes pero pronto se quedo sin palabras e inluso comenzo a sentirse sucio al ovbservar la escena que se producia ante sus ojos - Que tipo más asqueroso, por mucho miedo que de este tipo necesita una buena lección - y empezo a buscar por donde salir de el pequño habitaculo en el que se encontraba

- Mierda... ¿cuanto bebí? - pensó al despertar en aquel lugar, llevándose una mano a la cabeza. No es que las resacas sean algo bueno para él, al contrario, se han convertido prácticamente en su desayuno, pero nunca le había tocado desperar en un lugar como ese.

Miró aquel sitio mientras intentaba ponerse de pie, escuchando la conversación al otro lado de la puerta, mirando a través de la rendija, tratando de identificar a alguna de esas personas, sin ningún éxito. Observó de reojo a su compañero, ya despierto, y aparentemente tan desorientado como él. No tuvo mas opciones que seguir haciendo el papel de espectador, observando desde aquel escondite, viendo a aquellos hombres conversar y desaparecer tras las ordenes de Beaumont, el premio de la noche, aquel capullo que les había hecho estar dando vueltas durante toda la noche, hasta terminar en aquel sitio. Maldijo el sufrir la resaca y no estar todavía ebrio, en cuyo caso se podría haber permitido desenfundar su arma y probar cuan delgados son esos muros. Lamentablemente el alcohol ya a dejado paso a un insoportable dolor de cabeza, y a un todavía mas insoportable sentido común, obligandole a actuar con mas cautela.

Volvió a alternar la vista entre su compañero y la rendija, de momento esperando, observando, antes de pensar en actuar.

Mientras tanto Beaumont serpenteó arrastrándose por el suelo hasta la boca de Kate. Estaba empapado en su propio sudor y respiraba ahogadamente como si acabara de llegar de New Jersey cruzando el río Hudson a nado. Le tapó la boca con una parte del camisón de ésta.

Mmmmmmmm dijo Kate

Beaumont se excitó satisfecho al comprobar que no podía pronunciar palabra. Parecía una parte importante del ritual. Fuese cual fuese la intención del mismo.  Se quedó allí, encima de ella, durante unos segundos. Kate no soportó la tensión y cerró los ojos como lo hacemos todos en una de esas películas de terror cuando sabes que va a aparecer el malo detrás de una esquina.