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Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Soldados al Frente - Escena Dos.

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21/04/2013, 02:57
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Escena 2 - Soldados al Frente

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21/04/2013, 02:58
Neo Gretchen

Gretchen volvió a su rutina. Servir alcohol. Retirar vasos. Pedirle a señoritas que se acercasen a hombres. Agachar la cabeza y huir cuando algún depravado le preguntaba si quería pasar un buen rato con él. Soportar el opresivo ambiente de sexo vendido. Ignorar que Friedrich tenía la nariz llena de sospechas sobre ella y que algún otro en el piso de arriba la tenía de polvo blanco. Arjen marchándose con Liria a las camas de "matrimonio". Aceptar sin completo éxito que Diéter se acercaba a velocidad de águila, buscando a su paso con dinero, favores y negocios, poniendo en nómina a detectives, investigadores, soplones y ratas de alcantarilla varias.

- Me recuerda a "La náusea"- dijo la voz a espaldas de Gretchen, en el espejo tras la barra.

Allí, ataviada con un uniforme negro sobre camisa blanca, con corbata y unos cuantos botones abrochados de forma educada. Algo que Diéter podía pagar sin ningún tipo de problemas para que su hijita vistiese a la altura de las circunstancias. El humo de polución envolvía el otro lado del espejismo. Era Gretchen, pero estaba parcialmente exenta de sus rasgos distintivos. Los ojos tenían algo más de color, aunque en su fondo seguían revelando cierto aire de vacío existencial. El cabello era más largo, intenso y vívido. Su piel estaba mejor cuidada y sus mejillas reflejaban una dieta más saludable, con una nutrición apropiada.

Y aún así seguía siendo de baja de estatura, pues lo hecho en la infancia ya nunca se podía deshacer. Adoctrinada en un traje de neonazi ejemplar y cierto aire satírico en su porte, era diez años mayor, pero seguía aparentando tener unos tantos menos. Gretchen ante el espejo no aparenta quince, pero Gretchen tras el espejo tampoco aparentaba veinticinco, aunque en ambas se podía aceptar esa edad.

- Resultado de Alemania, y para mi, esta ciudad es imaginaria, como lo soy yo para ti. Es complicado- añadió con una sonrisa, tímida y triste por estar donde estaba-. Empleadas de hostelería, un pederasta y alguien inocente. "El tiempo de un relámpago. Después de ello, el desfile vuelve a comenzar, nos acomodamos a hacer la adición de las horas y de los días".

Gretchen podía hacer un quíntuple axel, girando sobre si misma mil ochocientos grados antes de volver a tocar el suelo. Y tras esos tres segundos, siete días de espera hasta la siguiente exposición al público. Soportando a Diéter y su presión inhumana a nivel físico y mental, apretando en todos los sentidos imaginables. A eso se refería.

La mujer soltó aire tras la cita del libro, entristecida. Tenía aspecto de sonreír mucho, aunque también de fingir las sonrisas. Negó con la cabeza, y acercó una mano al espejo, apoyándose sobre el mismo como si fuese una pared. Desde ese ángulo más inclinado podía verse a través del humo un ligero relieve en el traje. Pecho pequeño que ya no se desarrollaría más, aunque seguía siendo algo mejor de lo que lucía la andrógina quinceañera.

- Tú lees Alicia en el país de las maravillas. Dentro de unos años te darás cuenta de la repulsa nauseabunda que genera el hombre, y de la absurdidez de su existencia- declaró componiendo cierta mueca de asco al final, aunque la ocultó rápido-. Mi vida, si es que existo, está vacía. Y yo soy tú dentro de diez años, Gretchen, aunque puedes llamarme Alicia y meterte en la madriguera del árbol si eso te hará sentir mejor.

La mujer, literalmente, giró la mano libre a un lado del espejo. El mismo se abrió, como si fuese una puerta hecha de cristal, obligando a retirar la mano ocupada del mismo. El gas denso y cargado de tóxicos no pasó a El Boulevard, por suerte. Nadie parecía ver allí a la joven, reflejo inexistente de un futuro. Sólo la Gretchen pequeña y débil.

- Me ha costado mucho asimilarlo, pero creo que ya lo entiendo todo. El problema es que no puedo explicártelo- finalizó con tristeza-. Puedo, pero estás tan deshilachada que no serviría de nada, y no puedo coserte. Tienes que moverte, Gretchen. No ya, pero sí que has de hacerlo. No quiero existir nunca, prefiero ser un coste de oportunidad- la mujer volvió a pegar una mano al cristal, aunque este ahora estaba abierto, al menos en teoría mental, por lo que debiera estar apoyándose sobre la nada-. Han pasado cuatro semanas. Diéter se cansará de no encontrarte muy pronto. Piénsalo. Mercenarios. Y de los militares retirados a los activos. Y esto es lo que acabará pasando.

Con la mano libre, esta vez, sacó una gorra dada la vuelta con una fotografía dentro. Allí podía vérsela vestida de novia, en un altar al lado de Viktor Eichmann. La gorra, apropiada para el cráneo de aquella Gretchen crecida, reflejaba un águila y una calavera con dos huesos cruzados tras ella.

- Ayúdame- rogó.


1* La náusea es un libro de Sartre que trata la muerte, la historia, el progreso, el automatismo y la rebelión.

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21/04/2013, 02:59
Fremont

Novák no descubrió ningún uniforme militar en las inmediaciones. En el cementerio no había patrullas, ni soldados, ni siquiera agentes gubernamentales o meros efectivos de la policía. Quizás algo vestido en secreto de civil, pero si era así el rostro no le resultaba sospechoso ni conocido. Con un asentimiento firme de la cabeza, Rotterdam aceptó la petición de Novák, y con un escueto "le informaré si hay noticias favorables", se despidió de él, marchándose por el lado.

Aquello significaba que quizás no contactaría con él si había malas noticias, pero también que sabía cómo localizarle, o que al menos lo intentaría. Si era a través de Liselote, de telefonía móvil o de algún otro canal no quedaba del todo esclarecido. Tampoco quedó muy claro qué respuesta había generado en él las palabras de Novák, pues no parecía el tipo de hombre que rebatía las críticas sin necesidad o que se adhería a ellas. Simplemente las escuchó y aparcó a un lado, no resultándole motivo de interés por la razón que fuese. De haber sido otro probablemente hubiese respondido al científico.

Entre tanto, alguien más sí que se acercó al cementerio. Era un hombre ataviado con traje oscuro, con doble envoltura, estando la primera abierta y la segunda cerrada. Bajo el mismo, una camisa. Los zapatos, de suela gruesa, costaban una fortuna. En el único bolsillo a la vista llevaba unas gafas de estética retrógrada, casi victoriana, y una pequeña placa circular con una "F" grabada en relieve.

A sus flancos, dos hombres con un traje negro luciendo una pistola en la cadera. Con gafas y un pequeño auricular portátil sobre la oreja derecha, tenían todo el aspecto de auténticos guardaespaldas. Erguidos, altos, y gruesos, quizás con kevlar bajo el cuerpo. El hombre del centro, "F", no parecía llevar nada más que a si mismo.

Al acercarse hizo lucir unos ojos azules y viejos, cerca de los sesenta, aunque se conservaba bien gracias a que el dinero podía obrar maravillas contra un aspecto envejecido.De cabello apelmazado hacia atrás, no quedaba claro si la tonalidad rozaba el moreno o el rubio, quedándose en un castaño que según el sol parecía decantarse hacia uno u otro lado. Tinte. Su cabello natural debía de ser gris o blanco, por lo que estaba salpicado de reflejos. Mantenía un porte regio y entero.

 - Usted debe de ser Eugenius Novák- saludó tendiéndole una mano firme y gruesa, de trabajador empedernido que ha explotado la vida-. Me llamo Kiefer Fremont, pero llámeme por el apellido, y soy el nuevo- despido reciente del anterior- supervisor de Ávalon, el reactor nuclear de esta ciudad. Lamento su pérdida, pero me han hecho saber que está dispuesto a colaborar con nosotros.

Fremont era, de lejos, aquel que había tratado con más igualdad a Eugenius. Todos los Alemanes le habían dado un trato de favor, agasajo o bienestar. Fremont no. Le trata como quien trata a un igual más, a un compañero de trabajo al que cree a su mismo nivel. No le consideraba imprescindible, pero tampoco le subestimaba ni sentía la necesidad de adorarle mientras escondía un puñal en la espalda.

- El problema que le han comentado nace de Ávalon, claro. Es posible que su rápido alumbramiento haya traído consigo ciertos fallos estructurales, o que simplemente alguien esté saboteándolo desde dentro. Hay varias subestaciones eléctricas alimentando el generador- energía generando más energía-, pero la transmisión es insuficiente. Fuga- el hombre esperó a ver la reacción de Novák antes de moverse, pero hizo un ademán con la mano para que fuesen por un camino. Le miraba a los ojos, sosteniendo la mirada sin hacer de ella un combate, revelando que era alguien poco problemático pero difícil de amedrentar-. Si no le importa, prefiero seguir hablando por el camino. Tengo allí un contrato de confidencial que necesita de su firma antes de que pise el complejo.

Los dos hombres de Fremont permanecieron en silencio, manteniendo su actitud de estatuas guardianas. Fremont no parecía la clase de hombre que, pese a todo, necesitase más escolta. No parecía llevar armas, pero sus manos endurecidas, su espalda ancha y su corpulencia le revelaban como alguien cultivado a nivel físico. Su actitud y posición, como alguien cultivado y adoctrinado a nivel mental.

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21/04/2013, 03:01
Liria

Arjen tenía pendiente hablar con Ambroos Janssen sobre sus propios asuntos, eso lo había abandonado temporalmente tras un tenso y cortado prólogo de una posible asociación. Liria le había arrancado de aquello para llevárselo a una de las habitaciones. Ahora la joven movía perchas y observaba el panorama en lo que decidía qué atuendo sería el más provechoso y apropiado, aunque lo más probable era que terminase sin él. Parecía entretenerla aquello, como si el poder elegir ropa fuese un atisbo de libertad.

- ¿Te apetece algo en especial?- preguntó a Arjen con toda la naturalidad del mundo.

En Liria podía leerse el envidiable físico de toda joven. Piel tersa y firme, con curvas anegadas en deseo ajeno y un trasero que voltearía gorras en plena calle al pasar diurno. Los pechos, relativamente pequeños, más cerca de una ochenta que de una noventa, no resultaban algo demasiado llamativo, pero le servían al propósito de aparentar una edad menor de la real, algo que satisfacía a cualquier cliente y hombre en general. A todos le gustan jóvenes. Su cabello, una mata de cabello moreno, cascada revuelta y salvaje. Los ojos, un pozo de amargura oculta.

En la habitación estaba el armario abierto que Liria usaba para sus fines estéticos, a la espera de ver si Arjen precisaba de alguna parafilia en concreto o si no quería andarse con disfraces. Estaba la cama, con su sábana y su almohadón, al lado de una pequeña mesita de café con esposas, un vibrador y algún útil menor más. Finalmente, un escueto y breve minibar contenía cuatro o cinco botellas mixeadas, para rebajar el ambiente con determinados clientes. Sin ventana para evitar escándalos, aquella habitación tenía poco más salvo el dibujo de la pared y la alfombra. Enfrente debía de haber un cuarto de baño, pero eso requería salir de la habitación. Quizás, como mucho, hubiese pañuelos desechables en el armario y alguna toalla.

- Espero que no tengas pensando involucrar mucho a Ambroos en asuntos turbios- espetó con confianza, agarrando alguna prenda del armario-. Le necesito vivo. Sin él puedo darme por jodida. Más jodida, claro- replicó con una sonrisa, refiriéndose claramente a la naturaleza de su profesión. Acabado el mal situado pero necesario ruego, continuó-. Bueno, campeón, ¿quieres empezar de alguna forma en concreto?

Y hasta ahí. Era decisión de Arjen valorar cómo se acostaba con ella, o si por el contrario se dejaba llevar, o si comenzaba a interrogarla antes, durante o después del acto, asumiendo que fuese a practicar sexo con la mujer que tenía el mando de El Boulevard en segundo lugar. Una pequeña y joven madame, vaya. Por qué ella y no otras más mayores ocupaban ese puesto de responsabilidad y favor era decisión de Janssen.

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21/04/2013, 03:01
Administrador

El Padre Jürguen entró solo y desarmado en El Boulevard, burdel regentado por Ambroos Janssen, proxeneta y judío que había doblado su peso hasta convertirse en un hombre hecho y derecho que podría partirle el cuello al anciano habitual de iglesia Calvinista1 sin demasiados problemas. Al parecer, el acompañante del viejo hombre de fe había decidido quedarse en el Coffee Shop a acabarse su consumición y reflexionar un rato sobre sus propios asuntos.

El proxeneta, por su parte, también estaba solo. Su pequeña amiga se debía encontrar en algún lugar, cerca, revoloteando, pero ninguno de los dos tenía a la adolescente demasiado en mente teniendo en cuenta que aquellas némesis estaban cara a cara. Arjen se había marchado con Liria, la Liria de Ambroos, a la espera de negociar en un futuro con el proxeneta.

Jürguen, de cincuenta años bien entrados, con algún cabello castaño pero en general canoso y gris o blanquecino, de ojos azules y piel caucásica. Algo flojo de músculo pero vigoroso. Barba ligera. Acariciaba algo instintivamente en el bolsillo de su abrigo mientras echaba un ojo al local, salpicado de luces rojas, amarillas y blancas, con una barra de bar en su cara, contra la pared, y mesas con sillas al otro lado. Escaleras al fondo, y algún otro detalle más que Ambroos bien conocería.

Esquivando a las chicas de alterne, pidió un Vodka de buena marca, solo, al llegar a la barra. Hizo una señal a la camarera para que llenase un poco más el vaso cuando esta terminó de servir la bebida en el mismo. Las manos le temblaron ligeramente al cogerlo para dar el primer trago.

- Disculpe, señorita. Si no es mucha molestia... ¿sabría indicarme si el señor Ambroos Janssen está en el local?- fue lo que preguntó a la mujer.

Esta simplemente hizo un ademán con el dedo, señalando al hombre ante ella. Era la sustituta de Liria en aquel momento, y siguiendo la trayectoria trazada por su extremidad distal, podía llegarse a un hombre al lado de Ambroos. Alto, casi metro noventa, de unos treinta y medios años, cabello oscuro y corto sin poder considerarse militar. Barba y bigote bien recortados. Ojos oscuros, casi negros. Bastante pálido. Más de ochenta kilos de peso, a ojo. Fibroso. Y ante todo... calmado. Tenía toda la pinta de ser un sanguinario y frío mal nacido con ganas de matar a diez nazis y estamparlos contra diez más. Para luego volverse a su burdel y seguir aparentando que no había hecho nada inusual.

Ambroos giró el rostro, topándose con el del Padre Jürguen. Una mezcla de personalidades, aspectos e historias un tanto explosiva. Y jugaban en casa de putas.


1* El Calvinismo es un sistema teológico protestante que pone el énfasis en la autoridad de Dios sobre todas las cosas.

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21/04/2013, 03:01
Izan

Izan ignoró la caja fuerte semicerrada y abrió las ventanas de la habitación usando el mando a distancia. Aquel habitáculo parecía domótico, surgido de una compañía que no apocaba a la hora de hacer saltar su enfoque tecnológico con vistas a la comodidad. Izan nunca había gustado demasiado de las comodidades ni de una vestimenta demasiado salida de modelaje, pero parecía estar haciendo una excepción en Ámsterdam. Su aire bohemio y recargado contrastaba claramente con su sencillez habitual. Parecía ligeramente forzado, pero se le veía relativamente cómodo, en gran medida gracias a la presencia de la propia Niki Neil.

- La mayoría de los detalles son confidenciales, Niki, pero debo decirte que el gobierno de los estados unidos ha presionado a mi departamento para mandar a alguien aquí- espetó con calma, sincero y directo-. Asumieron que yo, por ser el que mejor relacionado estaba contigo, era el mejor candidato. Desconozco por qué, pero no quieren cortarte las alas, dejando que obres y te muevas con libertad, sin que por ello te pierdan de vista- explicó, diciendo en muchas palabras que la vigilaban sin inhibirla-. Supongo que lo asocian a tu amnesia. Estoy seguro de que saben cosas de ti que tú y yo no sabemos. ¿Recuerdas cuando te dije que guardases mi pistola en el cajón? La desmontaste más rápido que de lo que yo hubiera podido, y no sabías ni cómo.

El joven se giró con presteza, dejando ondear en el espacio cerrado la gabardina hasta las rodillas. Se colocó un reloj de pulsera y un discreto anillo en la mano contraria. Finamente un colgante en el cuello con su grupo sanguíneo y su nombre, aunque no ponía Izan Stanford, sino Imre Schumacher. Un nombre Alemán. Se giró, dejando verlo a ojos de Niki.

- Hoy tengo una reunión concertada con mis nuevas dos compañeras, para que me expliquen más sobre el tema- continuó, señalándose el colgante con un ligero golpe de índice-. Esta es la identidad falsa que voy a asumir, así que, si puedes, comienza a llamarme Imre, Niki. Necesito acostumbrarme- se reconocó la gabardina, tirando de hombros y muñecas-. Aún me cuesta fingir el carácter y acostumbrarme a esta estética, pero hago lo que puedo. Se supone que soy un joven empresario Alemán de éxito sumergido- significase lo que significase eso- que ha vivido durante años en los Estados Unidos de América, y que vuelve ahora para apoyar a su país en momentos de crisis.

Se encogió de hombros, poniendo una mano sobre la muñeca de Niki, tirando con suavidad de ella hacia la puerta con una ligera sonrisa, a medio camino entre la reconocible de él y la propia de su mascarada. Iba a ser difícil relacionarse con Izan cuando no sabías reconocer en él algunas cosas, la verdad.

- Te invito a desayunar abajo, vamos. No vamos a estar encerrados todo el día. Ámsterdam aún tiene que tener algo de color por las mañanas- comentó sugerente, buscando algo de luz y un sitio donde llevarse a la pobre Niki a comer-. ¿Qué tal te ha ido a ti todo, querida? ¿Cómo has pasado la noche? ¿Tienes ya piso?

Así que, a grandes rasgos, Izan estaba allí para vigilarla, y ya de paso, para servir como un peón más inmerso en la sociedad alemana, intentando desengrasar información. Aquello era un ascenso en toda regla en su carrera, pero si no estaba a la altura de las expectativas Izan podría verse envuelto en multitud de problemas. Los Alemanes no debían de ser gente muy permisiva con los policías de poca monta que se crecían dándoselas de espía y metiendo el hocico en sus asuntos.

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21/04/2013, 03:02
Stille

Stille aceptó que aquella tríada de esperpentos se subiese al vehículo. Lo hizo soltando la colilla y avisando a Ruth de que hiciese lo propio antes de arrancar. El hombre rebuscó entre la música del vehículo, pasando las canciones hasta rendirse finalmente mascullando algo simple y primitivo como que "Ambroos es una maricona mala". El dueño del coche, claro.

Por el camino explicó a Anki que, tal y como Sawako había apuntado, el coche no era suyo. Ruth había visto como el dueño se largaba corriendo huyendo de una patrulla en vertical, dejando que Stille y la pelirrosa lo hiciesen en horizontal, por el asfalto sobre ruedas. Quien era Ambroos ya no lo explicó.

Diez minutos más tarde y dos paradas de motor después, fruto de dejar el vehículo descansando bajo sombras en lo que pasaba a lo lejos algún furgón en transversal, llegaron a la auténtica periferia de Ámsterdam. Allí las cosas se revelaban como verdaderamente eran. Los vagabundos no inundaban la calle porque no podían, pero salvando cubos de basura quemados o volcados y un par de cristales, allí la cantidad de luces encendidas era menor a en cualquier otra zona de la ciudad. Ya fuese porque estaban rotas o porque no había energía destinada a esos puntos críticos.

- La subestación de la zona sureste está a mínimos- explicó Stille-. No tengo ni idea de de si están reconduciendo la energía o si simplemente no la están alimentando.

Y llegaron a Suiza. Una suiza particular, claro. Era un descampado sencillo, que comunicaba con tantos otros ojos y que tenía a la vista cañerías en el subsuelo y una excavadora. Las vigas de hormigón y los cilindros de cemento se agolpaban en depósitos junto a palés vacíos y saqueados. Era una zona en obras, abandonada antes siquiera de levantar el edificio.

- Vuestros amiguitos deben de estar por ahí- dijo señalando al norte, en tono cínico-. Había jaleo cuando salí. Una hoguera y alcohol para tumbar a un elefante. Que se os de bien la noche, anda. Y Anki, lárgate si hay demasiado jaleo- casi ordenó-. Por aquí no hay águilas, pero vendrán si os ponéis a llamar demasiado la atención. Dos ecoterroristas imberbes bastarán. Les tienen muchas ganas.

Salió del vehículo, increpando a los demás a hacer lo mismo. Efectivamente, aquello era un cementerio sin cadáveres. A la vista sólo había ruinas y un panorama suburbano de lo más desalentador. El matón con donaire de motorista deshumanizado se quedó mirando a Ruth por un momento.

- ¿Quieres venir a la base o te largas por tu cuenta?- preguntó asumiendo que su destino era distinto al de la tríada, palabro mal escogido dado el país de origen de Sawako-. Por tu hermana, más que nada. No te ofendas, pero temo que si te dejo sola te ates los cordones a la zapatilla contraria.

Sonrió. Aquello parecía algo a medio camino entre un intento de broma y sinceridad camuflada. Como Anarquista, dada la similitud de Ruth con Gretchen, le generaba cierta condescendencia en el trato. Un roto para descosidas.

- Tengo que devolverle esto al dueño- dijo poniendo una mano, enfundada en guante negro, sobre el vehículo-, y ver si Gretchen está sana y salva, pero tendré que comenzar con un par de llamadas y antes tengo que asegurarme de que todo sigue en orden por la sede.

Entre lo que la pelirrosa se pensaba la respuesta, Stille volvió a girarse hacia el grupo de tres.

- Dile a Linker que necesito hablar con él. Salvoconductos para dos. Una menor de edad y un servidor. ¿Vale?- pidió en un tono que se debatía entre la dominación y el ruego-. Cuando le veas. Yo ahora no estoy como para buscarle.

Anki se limitó a asentir a la espera de poder despedirse.

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21/04/2013, 15:00
Ambroos Janssen

Ambroos se giró solo para encontrarse lo último que le faltaba por ver aquella noche. Ante sus ojos calmados estaba el sacerdote, el hombre de fe del barrio rojo. El nazi, el doctor, el asesino. El fondo del pozo negro de su mirada se enturbió por momentos recordando asuntos ocurridos décadas atrás, porque no siempre el tiempo lo cura todo. El agua fría y sanguinolienta de un lago perdido en Serbia...

Instintivamente su rostro se arrugó como el de un perro de presa enfurecido: la piel combándose sobre el marcado puente de su nariz, la comisura de los labios tensa a punto de rebelar una dentadura que de milagro conservó durante la guerra. Fue apenas unos segundos, pero desde luego fue suficiente. Janssen nunca había sido un hombre disimulado ni amante del subterfugio y Jurguen se dio cuenta de lo obvio: su presencia era poco más que non grata en el burdel.

Pero como si fuera un auténtico milagro el pecho del proxeneta se hinchó, llenándose de aire que se escapó en una calmada exhalación. El dedo de la prostituta que le señalaba, el mismo que había visto su integridad perecer ante la furia incontenida del judío, pudo respirar tranquilo. Ambroos buscaba ahora el verdadero problema del local.

El recién llegado.

- Está usted muy lejos de casa, padre. fue lo único que comentó, acercándose con soberana lentitud a hombre. La mirada de Ambroos, alzada por encima de la de Jurguen por su altura, reflejaba un peligroso coctail de preocupación, hambre e ira. 

El Calvinista no solo había descubierto su hogar, sino que buscaba su nombre. Lo  buscaba a él. La sangre se agolpaba en sus venas pero esta vez no era miedo: era frustración y furia. Se había atrevido a mancillar su casa, paseando su facha por el local que se había convertido en su castillo. Su familia y su refugio.

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21/04/2013, 15:33
Gretchen

Gretchen palideció al comprender. Comprendió que su universo era incomprensible, que no había nada que hacer salvo beber de la botella con el "Drink me" escrito en trémulas letras y comer del trozo de hongo, que su único camino era seguir al conejo blanco hasta el corazón de su Reina Roja particular, una Reina de dos caras que podría ser Diéter o ser Viktor o ser ambos y ninguno. 

El espejo-portal se convirtió en lo único auténtico, y el mundo real mutó en ficticia nube prescindible. Las conversaciones en el Boulevard se deshicieron en el vaho de su cabeza, y aquella Amsterdam tras Alice se transformó en algo tan real que pudo oler la peste a combustible y humo. 

La fotografía de la boda, la esquela emocional de Gretchen, le hizo abrir los ojos hasta adoptar una expresión de espanto horrorizado. Viktor Eichmman, guapísimo, atractivo, magnífico, perfecto en la imagen, sujetando con un gesto posesivo que sólo aparecería delatado a ojos que supieran buscarlo. Más misericordioso que Diéter, quizá, porque Alice tenía carne bajo la piel, sangre en las mejillas y había sido capaz de reconstruir su mente quebrada lo suficiente como para mantener esa conversación. O tal vez no, tal vez Viktor fue -era, estaba siendo, sería- un Diéter más joven y más depredador, y Alice había sobrepasado tanto la línea de la locura que casi podía pasar por cuerda. 

Quién podría saberlo... Ella, ella lo acabaría sabiendo.

Gretchen extendió la mano hasta el portal-espejo, colocándola sobre la de su otro yo, su yo futuro, su destino real o hipotético. Con la otra mano extendió los trémulos dedos, temblorosos de espanto, tratando de coger la fotografía que era una prueba del infierno que la aguardaba. Diez años. ¿Cuántos tenía en la foto? ¿Cuándo se había consumado su sacrificio en el altar del ego de Viktor Eichmann? ¿Y Stille? ¿Qué había sido de su ángel de la guarda? Jamás hubiera permitido aquella foto, sólo restaba pensar que estaba muerto. Esa opción, hasta el momento, había sido inaceptable para Gretchen: Stille era invencible, era el paladín de brillante armadura al cual nadie podía herir. La súbita visión de su vestido de novia, blanco virginal -¿habría sangre bajo el encaje, o Viktor se tomaría la molestia de dejar que la fisiología tuviera algo de cortesía con el cuerpo, que no la mente, de Gretchen?- fue la visión de la lápida de Stille, y la punzada en el alma le contrajo las entrañas. Debía... debía hacer algo. Lo que no sería capaz de hacer por sí misma, lo trataría de hacer por Stille.

Se obligó a pensar con lógica, forzó su cerebro a establecer sinapsis lógicas. Vamos, Gretchen, tienes que salvar a Stille. Ha dicho que los mercenarios, que militares retirados. Contratará a esa gente.  Ahí habrá algo que hacer, algo donde mirar. Ahora no puedes obviar las cosas, ahora tienes que esforzarte por ser lista y no esconderte, o Stille morirá. Tu vestido de novia será su mortaja. 

La niña asintió despacio, sin perderse de vista.  En su mente rota, destrozada, solitaria, abandonada, tristísima, estaba dispuesta a pagar cualquier precio por salvar a la única persona que la amaba, Stille, más que por salvarse a sí misma. Desesperada y quebrada, cada migaja de afecto era un tesoro tan valioso que merecía la pena morir por ellas. Así que no fue raro que la única pregunta que se hiciera a sí misma, a su Alice, no fuera "¿qué ha pasado?" o "¿y ahora qué hago?" o "¿Quién es el Gobernador?", que no fuera ninguna pregunta útil, ninguna pregunta que sirviera para nada. Lo que preguntó, musitando, solamente vocalizando con los labios y la mano sobre su reflejo, fue:

- ¿Viktor me quiere?

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21/04/2013, 16:23
Arjen Wolfzahn

Arjen siguió a la prostituta hasta la habitación vacía de decorado. ¿Para qué había de tenerlo, si allí sólo se hacía una cosa? Y para ello no hacían falta cuadros, tapices, figuritas de recuerdo de las vacaciones pasadas, fotos de familiares lejanos ni novelas policiacas.

El hombre se despojó de la chupa y la colgó de la única silla de la habitación, un asiento que no estaba pensado para ser usado para descansar, precisamente. Se reclinó en la cama mientras Liria ojeaba las prendas del armario. La miró, una mujer que luchaba no por sobrevivir, sino por controlar un entorno peligroso haciendo un papel -mil papeles- peligroso. Podía ser la cazadora que hacía de presa para atraer a aquellos de los que subsistía. Arjen siempre admiraba a los luchadores. Y cuanto más jodido lo tuviesen y menos flaquearan, más admiración sentía. La vida, la naturaleza, era conflicto, era muerte, era un círculo de traspaso de energía entre niveles que sólo se mantenía en movimiento gracias a la consunción. Quienes a ojos de Arjen demostraban que merecían aspirar por sus objetivos, también merecían su respeto. Por eso no se molestó ante la petición de la puta. Liria se merecía poder decirle a aquel hombre lo que le diera la gana. Se lo había ganado demostrando un tesón que pocos poseían. Que, en aquella casa de placer, pocas trabajadoras demostraban. Liria sería una loba alfa si Janssen permitiera que alguien le disputara el control. Sólo por eso, Arjen no la puso en sitio.

-Soy un lobo solitario, preciosa -respondió Arfjen con seguridad y media sonrisa-. No creo que pueda meter a Janssen en asuntos más turbios de los que seguro tiene entre manos -la dijo con intención de tranquilizarla y poner receptivo no ya su cuerpo sino su espíritu.

Arjen no contestó a su su última pregunta. Sólo la miró mientras ella decidía si daba el pistoletazo de salida o si dejaba que fuera el hombre quien moviera primero. Arjen era paciente como un depredador, y a veces también imprevisible. A veces quería simplemente desfogarse y a veces quería algo más que mera interacción de cuerpos y fluidos. Si hubiera venido por lo primero habría tomado a cualquiera de las putas. Los jueguecitos de las gemelas podían sacarle de quicio, pero en ocasiones era divertido; o tal vez deseaba hacer temblar el edificio y entonces prefería a la pelirroja que por casualidad llevaba el mismo nombre que su desaparecida hija. Pero aquella noche no. Aquella noche quería profesionalidad, quería una mujer que cuyos atributos sexuales fueran secundarios para Arjen. No necesitaba un cuerpo de infarto sobre el que derramar su semen. Ahora eso no bastaba, ahora necesitaba a una mujer que protegía lo suyo, que dominaba su entorno, que señoreaba sobre las demás mujeres del local. Necesitaba a una madame en ciernes que supiera qué se cocía en cada rincón de su madriguera.

El hecho de que Liria poseyera un culo prieto, unos pechos firmes aunque pequeños y unas pierna largas y muy deseables no era más que una deliciosa guinda. Primero ponerla receptiva, después pagar por la información con algo más que dinero y por último hacer algunas preguntas.

Arjen se levantó y fue hacia la prostituta que seguía curioseando en el armario.

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21/04/2013, 22:42
Padre Jürguen

Al girarse para mirar hacia el lugar del local donde la chica de la barra le señalaba, y encontrarse ante sí aquél tipo (quizás mejor definirlo como armario) Jürguen no pudo más que mascullar un amago de reniego en voz muy baja, más aún cuando el individuo se acercó y se dirigió hacia él de aquella manera.

El Padre no pudo por menos que levantar bien alto el vaso y pegarle un buen lingotazo al mismo hasta tomarse casi dos terceras partes. Fué un movimiento brusco, al que siguieron unos segundos mientras lo mantenía el vaso en lo alto, y luego un lento descenso del mismo hasta depositarlo de nuevo con suavidad en la barra.

- En realidad no tanto, estoy de alquiler aquí cerca, en el Red Hook. - Aunque el comentario pretendía aparentar ser un distendido chascarrillo, Jürguen no podía ocultar en su rostro cierto nerviosismo y bastante preocupación, más aún ante la proximidad del proxeneta ¿quizás acaso miedo?. Ambroos no pudo evitar percatarse que el padre seguía jugueteando con algo dentro del bolsillo.

Dejó de hacerlo un momento para meter esa misma mano dentro de la chaqueta, para sacar una cartera. Pero debido a los nervios, estaba claramente temblando, ésta se le calló torpemente de la mano al suelo. - ¡¡Ooops!! - Y el Padre se agachó para cogerla. Una vez recuperada, sonrió nerviosamente, sacó unos billetes de la misma y los puso sobre la barra, delante de la camarera: - Cóbrese, señorita. -

Tras hacer esto, suspiró, como alguien que se enfrentara a una situación complicada: - Bueno, en realidad soy de origen alemán, pero hace años que no veo mi tierra. Mi nombre es Jürguen y... Bueno, no sé si me habrá visto alguna vez, je, je ... - Risa nerviosa mientras extendía la mano esperando que fuese estrechada. Al ver que no, continuó...  -... Si es que usted va a la iglesia a menudo, la del Barrio Rojo, quiero decir... aunque claro, no tiene pinta... perdone... tampoco quería decir eso. No se debe juzgar a la gente por... Usted ya me entiende. -

Hubo un par de segundos incómodos antes de añadir. - En realidad, he venido a hablar con usted de un asunto delicado. Sobre la señorita Irina... ¿La conoce, verdad? - Hizo una leve pausa antes de retomar la conversación. - Verá... Es un asunto delicado, muy personal... - Mostró una sonrisa estúpida llena de relucientes dientes. Una cara de orangután. Nunca había destacado por su atractivo. - Y no es algo que podamos hablar delante de ... oídos indicretos. Usted ya me entiende. -

- Por supuesto, ante todo, quisiera salvarguardar la integridad de la señorita todo lo posible. Y por lo que sé, estoy seguro de que usted también... así que ¿Por qué no vamos a algún lugar más discreto y apartado para discutir sobre este delicado asunto? ¿Tiene un despacho o algo? -

Ambroos notó en él aquél mismo asqueroso a olor a tabaco de pipa que usara hace años. La misma voz. El mismo puto tono amable y condecendiente que siempre usara antes de joderte vivo como si fueras un animal en El Campo. Los mismos apenas 1,70 de altura, el mismo pelo canoso. El Doctor nunca fué un hombre malhablado o indecoroso. No. Nada de eso. Siempre fué un hombre muy educado. Un hombre de costumbres. Seguro que seguía jugando al ajedred, yendo en bici, leyendo la misma poesía  y escuchando los mimos putos discos de música que escuchara en un fonógrafo cada vez que realizaba su "trabajo"... Por si fuera poco, el hijoputa seguía usando el mismo jodido nombre de pila de toda la vida: JÜRGUEN.

- Y, ante todo, espero no haberle interrumpido en su trabajo. Si ha sido así, ha sido algo muy descortés por mi parte, sin duda. Y las circunstancias...-

Nueva sonrisa estúpida repleta de dientes brillantes.

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22/04/2013, 01:37
Neo Gretchen

Gretchen, cual Alicia, atravesó el espejo. Lo hizo, literalmente. Tropezó y recalculó en el aire, cayendo sobre sus piel, ágil como ella sola y precisa cual cirujano de fama mundial, cual genetista. La barrera, el cristal, no existía para ella. Vio a sus espaldas El Boulevard, continuando con su frenética actividad sin percatarse por un momento de que su pequeña camarera ya no estaba allí.

Ambroos hablaba unos cuantos metros más allá, cerca de la entrada, con un hombre viejo, con el cabello blanco y canoso. Un hombre muerto de miedo ante un proxeneta que le sacaba una cabeza de altura y unos cuantos kilos de músculo. Hablaba Janssen, hosco y molesto, airado. "Está usted muy lejos de casa, padre", dijeron sus labios, amortiguados en la lejanía. Como lejos estaba Gretchen de la suya.

Las prostitutas se realentizaron. El humo de los puros y el tabaco comenzó a moverse con más lentitud. El alcohol se derramaba a ralentí sobre las copas. Una mano, a la zaga de un trasero, surcaba el aire con exasperante lentitud, eterna. Todo había sido sumido allí dentro a una velocidad fraccionada, asumiblemente la mitad para ser más exactos. Dos segundos valían por uno.

Y entonces, el humo se cernió como un puño sobre el espejo, cubriéndolo desde dentro y volviéndolo una puerta sellada. Gretchen tenía entre sus manos, tangible y real, la fotografía de su boda. Reconocía al hombre que oficiaba la ceremonia. Era el hombre con que hablaba Ambroos. Aquel viejo decrépito, que seguía, dentro de diez años, igual de anciano que cuando hablaba con Janssen. Ni un año más viejo, ni uno más joven. Aquello revolucionaría el corazón de cualquiera.

Tu segundo protector, el que te daba techo, hablando con alguien y llamándole Padre. No porque fuese su progenitor, claro, sino por su profesión. Aquel hombre estaba predestinado a casar a Gretchen con un oficial de las Schutzstaffel. Y ahí no finalizaba todo. Sólo había que mirar más detenidamente la foto para reconocer al padrino. Diéter. Diez años más viejo, pero igual de repugnante que siempre. La misma sonrisa de felicidad. El mismo porte de hijo de puta acomodado.

Los invitados, sentados en los bancos, no se ocultaban. Lucían su nazismo a plena vista, sin problema ninguno. Y lo hacían la mayoría. Esvásticas rojas en una cinta al brazo. Broches de águilas en el pecho, o como gemelos para cerrar las muñecas. Colgantes con la Cruz de Hierro. Gorros con el símbolo de las SS. Calaveras de la Totenkopf como la que lucía Gretchen, en el gorro que hacía segundos contenía la foto. Pero también emblemas de Leibstandarte, Das Reich, Wiking, Wallonie, Hohenstaufen, Frundsberg, Nordland, Charlemagne y Hitlerjugend. Toda la inhumana cadena de asesinos regenerada tras la victoria, en una iglesia que lucía estandartes rojos con una cruz negra de brazos doblados en ángulo recto.

Aquello era el infierno. El infierno dentro de una fotografía. Apartando la mirada de ella, Gretchen pudo contemplar el resto del universo a su alrededor. Un espejo suspendido en el aire, en mitad de un paraje asincrónico que desafiaba las leyes de la física. Un cielo tormentoso cubierto de nubes. Fábricas en la lejanía soltando humo por las chimeneas cuales escopetas recortadas, a intervalos regulares y entrecortados. Una biosfera destrozada, con gente que caminaba a lo lejos luciendo máscaras de gas.

La gente sin ella, los vagabundos o pordioseros de clase nula, ataviados con cualquier prenda propia de la beneficencia, tosían sin descanso con los pulmones negros. Frágiles, con piel pálida y arrugada de anciano. Encías picadas y amarillas, llenas de sarro y caries, con los ojos hundidos y sangre reseca en uñas, dientes, oídos, fosas nasales y cuencas oculares. Lágrimas de sangre. Calvicie. Sólo faltaba echar la vista a un lado y contemplarlos a todos, acinados tras una verja bajo las letras que rezaban "CONTAMINACIÓN TERMINAL". Como si no fuesen siquiera enfermos. Como si fuesen sacos contaminantes que podían moverse, comer y respirar. Así eran considerados.

Ese era el futuro que le deparaba a Gretchen, aunque ella estaba saludable y fuerte en la medida en que podía estarlo dada su infancia. A nivel físico todo, claro. La joven, al lado de la quinceañera andrógina, se colocó la gorra sobre el rostro, revelándose como una agente más de las SS, con su entrenamiento militar, sus pruebas, y sus vistas gordas en vista a ser la esposa o prometida de un oficial y la hija de un miembro de clase alta y acceso privilegiado. No podía haber pasado mucho tiempo hasta que Gretchen cayó a las garras de los titiriteros.

Más allá de la distorsión, todo parecía una ciudad normal. Con un viento salvaje y un aire oscuro y podrido de futuro sin luz, pero normal. Sólo en las inmediaciones Gretchen veía farolas en diagonal, fragmentos de parque moribundo flotando sobre un precipicio de hormigón, gravilla, tierra, cemento y roca.

- Bienvenida al futuro- replicó Gretchen. La adulta Gretchen-. El Imperio Alemán, ahora simplemente conocido como Imperio, controla Europa. Toda Europa. Salvando Reino Unido, que se escidió durante la guerra.

Comenzó a caminar, acercándose al borde de uno de los precipicios. Ante ella comenzaron aparecer peldaños, dorados cuales baldosas amarillas del reino de Oz, pero negros tras acabar de materializar el sendero hacia Ciudad Esmeralda, que de ello sólo tenía la metáfora. Hizo un ademán a Gretchen para que la siguiese.

- Stille murió- confirmó sin ya apenas pesar, con el corazón seco en ese ámbito. Eran la misma persona. Sabía lo que pensaba-. Viktor no te ama. No en tu tiempo. Te desea, pero no te ama. Es incapaz de amar a nada que no sea él mismo. Si actualmente, ahora, en mi tiempo, me ama, nos ama, no lo sé. Yo a él, sí.

Suspiró, moviendo un pie tras el otro. Parecía omnipresente y omnisciente, obrando lo imposible en un reino sin dueño, pero no era así. No podía cruzar el espejo, y no terminaba de comprender la psique de Viktor. No era ninguna Diosa, pese a todo.

- Con el tiempo, es imposible no amarle. Imposible. Es un huracán. Una avalancha. Un terremoto. Una tormenta eléctrica. Un tsunami- continuó sin escatimar en símiles, explicativa y con pasión en el habla-. Arroya a su paso con todo, conquistándolo. Entró en París, Roma, y parlamentó con el Vaticano. Es perfecto. Se cree tan perfecto que ha terminado siéndolo. Tendrías que verlo- bufó, mordaz, escupiendo una gota de saliva a través de los labios rojos-. Para él tu resistencia no es más que tiempo. El tiempo que tardes en aceptarle- ella le odiaba. Le amaba y le odiaba. Porque sabía qué era en realidad pero no podía resistirse a él.

Se giró, seria, abandonando sus disertaciones de entidad solitaria y amarga, atrapada en su propia dimensión carcelaria. Miró a Gretchen con gravedad, como una hermana mayor que necesita un favor a vida o muerte de alguien inútil que aún no ha demostrado su valía.

- Tienes que matarme- cambió de tema, rogando en imperativo-. Si este futuro deja de existir, yo dejaré de hacerlo. Salvo que puedan coexistir varias líneas temporales en diversas realidades paralelas, claro- divagó, aunque tras mirar más detenidamente a Gretchen, abandonó su postura, asumiendo que alguien de su edad, educación y cordura no iba a hacerla compañía dialogando sobre sus cábalas-. Y tú podrás ahorrarte todo esto.

Alzó los brazos, abarcando la ciudad. Ella y Gretchen se alzaron con un seísmo, elevando dos cilindros en el aire con piedras resbalando hacia el vacío a su alrededor. Metro tras metro, buscando fundirse con la tormenta eléctrica hasta que se detuvieron. Mirando hacia abajo sólo se veía el insondable vacío, aunque era posible matarse si se saltaba hacia algún trozo de jardín aislado en mitad de la nada.

Paradójicamente, era todo tan etéreo, tan fantasmal, que ni siquiera daba miedo. Gretchen, la quinceañera, sentía el viento, el frío, y estaba segura de que, si caía y se partía el cuello, vería su fin sin que Ambroos Janssen encontrase jamás el cadáver, pues no estaba tan siquiera en su misma dimensión. Esa era la realidad, dentro de lo real que podía ser todo aquello. No iba a caerse. El equilibrio de Gretchen la hubiese permitido permanecer en pie aún sobre un hilo delgado como la cuchilla de un patín de hielo.

- Todos tenemos miedo- declaró, creando a su alrededor una plataforma de baldosas, alargando la base de aquel mirador que daba vistas a la ciudad-. Pero cada quien tiene que superarlo. ¿Crees que Stille no ha llorado sobre la almohada? ¿Que Ambroos nunca ha sentido pánico por un hombre? ¿Que Arjen no se ha sentido violado?- sonrió, perversa, sintiéndose mejor tras compararse con los demás-. Y aunque así fuese, da igual. Tu vida sigue siendo más bonita que la suya, Gretch.

Señaló con una mano al campo de concentración neonazi. Allí, ajenos a la distorsión espacio temporal que tenía lugar en el parque, estaban los presos. Viendo las zonas verde oscuro sin poder tocarlas. Tras una verja electrificada y una serie de máquinas de aspiración dispuestas ante la red, filtrando todo lo que saliese de la misma para convertir su enfermedad en un arma.

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22/04/2013, 11:06
Eugenius Novák

Mientras observaba a Rotterdam alejarse, Eugenius no pudo evitar preguntarse si habría actuado de la forma más sensata acorde a la situación. Habían puesto precio a su cabeza, y el genio casi ni se había inmutado. Ahora en frío pudo tener más tiempo para pensar. Más que por su seguridad, Eugenius temía por la seguridad de su familia, Liselote y su madre. Ellas estaban más desprotegidas… y Eugenius desconocía hasta dónde llegarían los límites del tipo que se había atrevido a poner una recompensa por él. Confiaba en que Rotterdam le consiguiera la entrevista, poder hablar con aquél energúmeno que confiaba en la fuerza bruta para resolver sus problemas, y hacerle ver gracias a su intelecto superior que no le llevaría a ninguna parte tratar de matar a Eugenius.

Los ojos del genio se empequeñecieron un poco al acercársele aquél hombre protegido por dos gorilas bien vestidos. Era lo mismo de siempre, daba igual que llevaran traje, gafas y auriculares, aunque el gorila se vistiera de seda, gorila se quedaba.

En cambio, el hombre de la “F” parecía más interesante que aquellos garrulos.

- Sí, soy el Doctor Novák – recalcó Eugenius. Si aquél hombre quería que se dirigiera a él por su apellido y le trataba como a un igual, el genio requeriría que se dirigieran a él por uno de sus títulos. Pues después de todo, por mucho que se creyera el tal Fremont no eran iguales… Para algo había estudiado varios doctorados; y los había desarrollado y superado Honoris Causa. Omitió la formalidad de “es un placer” típica, pues en este caso evidentemente no lo era. Escuchó con atención a aquél hombre y la curiosidad se impuso cuando oyó el nombre del reactor: Avalon. Se preguntó si tendría que ver con la isla legendaria de las leyendas del rey Arturo.

Adelante. – indicó Eugenius echando a andar junto a Fremont. - Firmemos el contrato y revisemos esas instalaciones cuanto antes. Veremos si es una fuga por un fallo estructural o un sabotaje… Independientemente de las prisas me decanto más por la última opción. Pero ciertamente no podemos dar una respuesta hasta ver el complejo. – Eugenius se negaba a creer que los alemanes hubieran cometido semejante chapuza, aunque todo era posible.

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22/04/2013, 14:04
Gretchen

Gretchen, por y para sí, tenía el valor de hacer bien poco. Por sí misma, para su propio beneficio, era inevitablemente un ratoncito asustadizo destinado a ser devorado. Pero por Stille, por ese fragmento de amor desinteresado que era lo único brillante en el Universo -qué terrible descubrimiento si algún día sospechara la auténtica naturaleza de su luminaria vestida de cuero-, cruzaría océanos y prendería fuego al mar.

No sabía quién era ese sacerdote incapaz de envejecer, ese verdugo que pensaba atarla de por vida a un hombre sin alma. Sin alma afortunadamente para ella, porque si Viktor hubiera sido capaz de mostrar el más mínimo cariño por ella -la pequeña gota de amor que se le destina a un gato con el que compartes casa-, una vez muerto Stille Gretchen habría vendido los jirones de su cordura por cualquiera capaz de ofrecerle una migaja de afecto. Tenía suerte, pese a todo, de que ese hombre fuera un psicópata. La certeza de Alice se le contagió -a fin de cuentas eran la misma persona y compartían mente- tan contundente como el hormigón.  Sintió la náusea de odio de Alice, la sensación del calor de su marido en la cama, durmiente e indefenso, y esa necesidad de girarse y estrangularle mientras descansa. Sintió la felicidad de perro maltratado cuando el amo le da un hueso, ese gozo satisfecho al saber que Viktor la había escogido a ella para ponerle un anillo, aderezado con el asco por ser débil, por no conseguir soltarse de ese bastardo, de la esperanza de sus besos y la felicidad enfermiza de sus abrazos posesivos o sensuales. El patetismo lamentable de sentir ilusión por los momentos de ternura -ternura intencionada, con un propósito y un objetivo, no auténtica- previos a que él pidiera, exigiera, demandara algo.

Viktor Eichmann debía morir. Y así, Stille sobreviviría. La inexistencia de Alice sería un premio extra, pero lo vital era la salvación de Stille. Alice debía saberlo, si era Gretchen. Viktor es peligroso. Ten cuidado, Gretchen. Ten cuidado, Alice no puede acabar con él y tú eres mucho más débil.

Alice controlaba el mundo del espejo. En ese país de las Maravillas demacrado y decrépito todo era caos y muerte. Como una emperatriz entre las ruinas caminaba modelando el mundo a su alrededor, pero su poder era finito, puesto que no podía modelar lo único que deseaba.

Tendrás que hablar, Gretch, tendrás que hacerte entender. Estás loca, lo sé, pero esto es cierto.  La foto en sus manos lo confirmaba: esto es real, Gretchen.  Pensó en la torre de comunicaciones, cuya fractura era vital para escapar. Alejarse de Viktor como de Diéter, mejor si ambos estaban muertos. Los vivos pueden volver.

Se obligó a hacer preguntas, preguntas sensatas. Por Stille. Para Salvarle. Tienes que hablar, y que pensar, y que moverte, o serás tú la responsable de su muerte.

- ¿Cual es el punto de inflexión? -vocalizó cada sílaba con estrés. En su voz, el miedo continuo había sido ahora sustituído por  una tensión capaz de romper la maroma de un barco-. ¿Qué cosas debo evitar? ¿Cuándo te casaste? ¿Qué puedo decir para que me crean? -eso era importante, necesitaba a Ambroos y a Arjen y era evidente que al menos el proxeneta pensaba, acertadamente, que le faltaban un par de tuercas a la niña- ¡¿Cómo puedo salvar a Stille?!

Se miró fijamente a sí misma, a sí misma reconvertida en todo lo que odiaba. Una náusea le subió por la garganta. ¿Habría sido ella, con ese mismo uniforme, quien disparó la bala que acabó con su ángel de la guarda? No, antes se habría matado. Antes se habría matado.
A no ser... a no ser que Viktor se lo hubiera pedido. Podía sentir la calidez en Alice, veteada de odio visceral, por ese hombre. Podía sentir el conocimiento en Alice de que era un amor artificial y falso, pero tan incontrolable como cualquier otra pasión humana. Vigila a Viktor. Ten cuidado.

- Tienes que ayudarme -pidió a quien le pedía socorro-. Ayúdame a que me crean, a salvar a Stille, y tu no existirás jamás.

Miró la foto. Si eso no servía para convencerles de que no se lo estaba inventando, nada lo haría.

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22/04/2013, 23:17
Ambroos Janssen

- Siempre estoy trabajando. Fue la primera respuesta. Si eso era una disculpa al padre o una no tan sutil manera de decir que siempre le molestaban, quedaba a decisión de Jurgen

- Le vi llegar al barrio.- comentó con sequedad al darse cuenta de que no le reconocía. ¿Que iba a ser más que un número tachado en su lista? Un sacerdote en un sitio como este. soltó una breve risa sin ganas que sonó más como un grave y ominoso estertor. Cualquiera hubiera quitado hierro al asunto, negado con la cabeza o soltado un chascarillo. Si, en este barrio se nombra mucho al Señor en vano. Pero la voz profunda del judío lo hacía sonar como si fuera la temeridad más grande del mundo, un error del que uno no tarda mucho en arrepentirse.

Aunque ver al hombre retirar la mano por si mismo tras tenderla a modo de saludo fue una pequeña victoria personal.

Lo cierto es que no sabía que pensar. El nerviosismo del sacerdote era en si mismo un gesto que le gratificaba, pero era demasiado…obvio. Ese mismo capullo se había deleitado con la barbarie en el cuerpo de muchos hombres. Habían pasado décadas, pero esa gente no cambiaba.

No. Seguía oliendo igual. El mismo aspecto. Seguía siendo el mismo asesino que siempre, y esa sería la mejor gratificación cuando su cuerpo inerme cayese en el frío suelo. Después de el ritual adecuado, por supuesto. Un gran actor necesita un gran guión.

Pero la idea del cadáver de Jurguen desapareció rápido al oir el motivo de su visita. Irina…Natasha. Un tenue golpe en el estómago apareció al recordar su cara de horror de esa misma tarde. Maldita mujer con cuerpo de niña y malditos sentimientos. Cualquiera diría que alguien que había pasado por todas las miserias que él había pasado podía llegar a sentir algo así. No podía llevar ahora al sacerdote hasta ella sin más.

¿Qué quería de ella? ¿Acaso el nazi de la joven había mandado a un segundo a preguntar? Capaz era el arrogante hijo de la gran…

-  Me temo que Irina no está disponible en estos momentos. La frialdad de su voz decía poco más que la de una voz robótica negando la comunicación con el número marcado. Pero puede hablar lo que sea conmigo, sea lo que sea que un sacerdote quiere de una prostituta. La pulla quedó libre en el aire antes de perderse entre el olor a alcohol y las risas falsas de sus chicas, buscando el dinero de las carteras presentes.

En el sótano. No, no podía ser. Tenía que ser en el sótano. Como un bulímico tuvo que contenerse las ganas de devorar a aquel cabrón y vomitarlo en el suelo de su refugio. No. Demasiada gente había visto al sacerdote como para acabar con él. Tendría que esperar.

¿Qué importa, Janssen? ¿Qué son un par de días después de años con la venganza corriendo por las venas? Estaba infectado hasta la médula, lleno de odio y rencor. Una enfermedad de odio que había devorado su interior, dejándolo con un vacío que solo podía llenar con sangre ajena.

-  Deje el abrigo en la barra. Declaró el judío al ver como el alemán jugueteaba con algo en los bolsillos. Distaba mucho de ser un ofrecimiento y cualquiera que hubiese oído hablar del Bulevard sabía una cosa: no tenía hombres de seguridad porque Ambroos se bastaba. Y acompáñeme.

Con un gesto sobrio pero descriptivo, Janssen señaló las escaleras y comenzó a andar hacía su despacho. Segundo piso, segunda puerta a la derecha. El alemán podría ver el interior del burdel: el suelo de cálida madera, el papel de pared sutilmente maltratado por algún encuentro casual en el pasillo. El sonido de jadeos y olor a sudor camuflado por los sacos aromáticos que Gretchen había colocado como un suave suavizante de la dureza de aquel lugar.

Podría sentarse en una de las sillas de gastado terciopelo del despacho del proxeneta, con sus estanterías llenas de documentación aparentemente innecesaria para un local dedicado al sexo desenfrenado, con su enorme mesa de madera oscura y sus gatos ronroneantes.

Eso suponiendo que no quisiera hacer alguna tontería con su pequeño secreto escondido en el abrigo1...


1* Suponiendo que el objeto con el que juega el Padre Jurguen esté en el abrigo.

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23/04/2013, 16:01
Padre Jürguen

Jürguen asintió, dejando el abrigo sobre la barra, tal como le pidió Ambroos (incluido sea lo que fuere que acariciara en su bolsillo) y le siguió en dirección a su despacho. Ambroos notó que el hombre se había mostrado extremadamente solícito en todo momento. La sonrisa del sacerdote, empero, se tornó gestó de disgusto al pasar junto a las habitaciones y escuchar los jadeos, así como al contemplar los ronchones del papel. En algún momento el alemán giró la cabeza al sentir el penetrante olor de los ambientadores perfumados, y esta vez sí que no pudo evitar reflejar un rostro de dessagrado, aunque intentó ocultarlo cuando Ambroos lo miró, mostrando una sonrisa complaciente.

Al llegar al despacho, el sacerdote se detuvo un momento de pié y estudió curioso el lugar, sin moverse demasiado del sitio, pero echando un vistazo atento a las pilas de documentos. Desde donde estaba, no podía leer nada de ellos, claro. Pero por alguna razón, el tipo parecía sumamente interesado.

Al ver a los gatos, frunció el ceño, como si no se esperase su presencia. No parecían molestarle, aunque sí sorprenderle su presencia. Lanzó a Ambroos una mirada interrogante.

Luego miró a una de las sillas aterciopeladas, la que se encontraba justo frente a la posición que Ambroos debería tomar. Antes de sentarse en ella, volvió sobre sus pasos para cerrar la puerta del despacho (si es que Ambroos no lo había hecho ya), mirando antes en dirección al pasillo, como para asegurarse que nadie oyera la conversación.

Una vez sentado, se mesó levemente la barba, tranquilo, como meditando por donde empezar. Luego, empezó a soltar su perorata:

- Verá. Si he venido aquí es porque nos preocupa la situación de su amiga, la señorita Irina... - Júrguen se inclinó, apoyando los codos sobre la mesa, y poniendo el mentón sobre sus dedos entrecruzados. - La señorita Irina se encuentra en una situación médica delicada. Ha acudido a nosotros, un grupo de especialistas, solicitando ayuda, dado que, debido a su especial situación, no puede acudir a los cauces médicos habituales. - Jürguen hablaba tranquilo, sin elevar la voz. Parecía adoptar la postura del típico médico al explicar a un paciente de confianza una situación médica grave:

- No queremos que usted se preocupe. Aunque disponemos de medios excasos, está en buenas manos. La hemos examinado, y actuálmente se encuentra muy bien dentro de lo que es su estado. Pero lamento comunicarle que es muy posible que no pueda acudir a trabajar en un tiempo. -

Esta vez se retiró hacia atrás, apoyando la espalda en el respaldo de la silla, la cuál crujió bajo el peso del sacerdote: - Bien ¿Qué tal se lo ha tomado usted? ¿Entiende lo que le he dicho, o tiene alguna pregunta que hacerme? - Desde esta nueva posición, Jürguen le observaba apoyando las yemas los dedos de una mano sobre las de la otra, como escrutándole. 

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23/04/2013, 19:53
Fremont

Fremont resultó ser un hombre de lo más interesante. Realmente. Había un deje macabro sádico en sus ojos, y en su sonrisa, pero era un hombre cuerdo, cabal y ante todo, respetable. No sólo llamaba a su interlocutor por el sobrenombre de Doctor Novák, sino que le trató como a un compañero. No a uno con el que se tiene la confianza de invitarlo a copas, pero sí como un científico nuclear al que no debía subestimar ni sobrevalorar.

Tras firmar un contrato de confidencialidad que parecía auténtico, habló con él. Apuntó hacia temas de que consideró Novák consideraría interesantes, como la situación política a nivel internacional, mostrándose, sorprendentemente, objetivo y no un partidista nazi ciego. Habló de Suiza, y conjeturó sobre si mantenerse neutral en un conflicto así sería siquiera posible. Habló sobre la pasividad egoísta de los Estados "Desunidos" y sobre la fiebre capitalista que había sumido a Venezuela como una máquina expendedora de petróleo acumulado durante siglos.

Habló de ajedrez, demostrando unos conocimientos extensos sobre aperturas, estrategias, defensas e incluso alguna competición oficial, criticando la actitud perniciosa de algunos jugadores o los gestos que les delataban sobre el tablero. Incluso comenzó una partida con Eugenius, sin tablero, anotándolo todo en un escenario virtual dentro de la memoria de cada uno, aunque tuvieron que interrumpirla al llegar al complejo con un empate técnico a apenas quince movimientos del comienzo. Fremont demostró ser agresivo, comenzando con una estrategia de juego idéntica a la de c0mrade. Gambito1.

Enseñó la central a Eugenius personalmente, mostrándole las instalaciones de interés y evitando a los enjambres de soldados y el personal que por allí pululaba. Los segundos le trataban con inherente respeto, llamándole Doctor Fremont, como él hacía con Novák, aunque también, directamente, Señor Fremont, que era el trato que recibía por parte de los neonazis. Alguno de estos hizo un amago de querer llamarle por algún título, pero él les cayó antes siquiera de que pudiesen decir la primera sílaba, instándoles a que le llamasen de forma civil en presencia de un extranjero.

Fremont tenía algún tipo de prestigio militar. Y tenía algún Doctorado. Había sido elegido, probablemente a dedo selecto, para estar allí solucionando el problema de la energía, y manteniendo a los hombres en su sitio. Su valía ante el ejército debía de tener una clara relación con su complexión y las marcas del trabajo en su cuerpo, mientras que, por contra, la inteligencia del hombre brillaba en todo momento al hablar con Novák. No era tan bueno como él, por supuesto, pues eso hubiese significado un imposible, pero podía mantener una conversación a su altura en cuanto a Física, Matemáticas y Químicas se refería.

Sus conocimientos de Cibernética, Robótica y motores punteros no eran nada desdeñables, pero Novák, aunque no había averiguado cuál, intuía que ese hombre, en algún campo científico, sabía más que él. La gente le trataba como a un temido asesor que se había metido en aquella base a revolverlo todo un poco, a traspasar todas las líneas de seguridad y ponerse a decir qué tenían que hacer los demás. Había venido ahí a demostrar que era uno de los pocos competentes. Como Novák.

Había pasado la hora de la cena, y no habían comido. Ni hecho una pausa para tomar algo. Estaban en la sala de reuniones de Fremont, al lado de su despacho, discutiendo cada uno a un lado de la mesa, con planos cortados de la central en la mano. Había partes que no figuraban, asumiéndose como espacios vacíos. Fremont había confesado, sin siquiera molestarse en ocultarlo, que habían salas generadas ahí, pero que pertenecían a I+D y tenían el acceso altamente restringido, incluso para el personal de la propia estación. Insistió en que estaba, ahí, todo absolutamente revisado.

- Es verdad que de la subestación sureste llegan menos amperios de los estimados- confesó el hombre, testarudo con razón, sin dar su brazo a torcer-, pero insisto, es una pérdida mínima de alimentación, y el problema principal reside en el aumento irregular de potencia en Ávalon, que amenaza con inutilizar el núcleo o sobrecalentarlo. No hay explicación lógica- aclaró, y era cierto-. Tiene los registros delante. La energía se extingue, sin más, y tras recalibrar el sistema de alimentación la fuga cesa, sobrealimentándolo.

Ciertamente, los registros eran claros. Por algún sitio se perdía la energía, pero salvando ese pequeño incidente con la subestimación, que era un incidente aislado y transversal, totalmente independiente y que no justificaba aquello, todo parecía correcto. La instalación era sólida. Las desviaciones de energía regulares iban a las zonas muertas del complejo, alimentando los proyectos de I+D. La energía ni siquiera se perdía en esos puntos. Lo hacía en zonas cambiantes, que requerían de un reajuste en la liberación de amperios para que la central siguiese funcionando. Al tiempo la energía volvía a circular, fundiendo la resistencia del sistema y sobrecalentando Ávalon. Si seguía a ese paso, tendrían que paralizar la central o exponerse a un auténtico colapso.

- No tiene razón, Doctor Novák- osó decirle, acusador con el bolígrafo y diplomático en su habla-. Si hubiese alguna fuga natural o un fallo estructural ya lo habríamos visto. Aún sin ver las zonas ocultas. Mi teoría es que alguien está robando la energía, pero no sé cómo, ni para qué. Si usted también coincide, seremos tres- fuese quien fuese el tercero, aunque Novák, por lo que sabía, debía de ser Tylor, y Heller, la solución-. Eso bastará para que El Gobernador comience a buscar al responsable y haga revisar, otra vez, las grabaciones de vigilancia. Estoy seguro de que no miraron con suficiente atención la primera vez.

Ese era Fremont. Y era, sin lugar a dudas, alguien tan peligroso como cualquier otro, sino más dado su genio. No le había visto aún con un uniforme militar, pero tampoco a Goering o al Senador. Fremont no gobernaba la ciudad, y trabajaba para esos dos hombres, pero tenía un CI más elevado que ellos, peligrosamente cerca del de Novák. Le estaba empatando en una partida de ajedrez. Le estaba azuzando en investigación sobre tecnología industrial. Estaba al tanto de todo lo que sucedía en el globo, y no cometía el error de ser parcial al juzgarlo. Tenía carreras, tanto en el ámbito de las ciencias como en el militar.

Sólo le faltaba tener una cabellera de color rubio natural y sería un prototipo perfecto de superhombre del cual partir. Fibroso, experimentado, genéticamente correcto, inteligente, dominante, con vistas de futuro.


1* Gambito. En el juego de ajedrez, sacrificio inicial de generalmente un peón para lograr una posición favorable.

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23/04/2013, 22:17
Neo Gretchen

La Gretchen que se acercaba a la mediana edad hizo descender la plataforma elevada, a velocidad de ascensor puntero en una tecnocracia. Tras ello, cogió de la mano a Gretchen, tirando de ella con fuerza moderada, y comenzó a conducirla fuera de sus dominios, a la ciudad rasa y natural que se alzaba ante sus ojos.

- Por desgracia, no soy una entidad omnisciente- declaró la mujer con un deje de resignación, aceptando que su ayuda era muy limitada-, y para más seña, creo que mi presencia es limitada en el tiempo y el espacio. Nunca he conseguido, por más que lo he intentado, viajar al otro lado del espejo, pero tú sí.

Cada una, al otro lado en relación a su propia posición claro. La futurista no podía viajar a ese pasado tangible, pero la adolescente sí a ese plano congelado que representaba un futuro distópico. Conforme avanzaba, Gretchen podía ver en las calles a gente con, ya no sólo máscaras de gas, sino meros filtros de aire, portátiles y de tamaño reducido. La estética no había variado demasiado, aunque se habían impuesto los tonos oscuros y sobrios. Negro y granate en su mayoría, con un corte aristocrático en la clase alta y suburbano en la baja, sin término medio. Todo iba en función del segmento de la ciudad en el que se encontrasen.

- Me casé hace seis meses. Desconozco la respuesta a las demás preguntas. Puedo contarte sobre mi, sobre nuestra historia, pero no sobre nada que la cambie o que yo no haya vivido- declaró con sencillez, trágica y sabiendo que aquello era un grave inconveniente-. El mero hecho de contarte esto, altera el status quo, pero supongo que no lo suficiente como para que mi yo real no dejase de existir, sino que variase con mínimas diferencias. El conocimiento de causa y el sentimiento de culpa, supongo, no lo sé.

La niña vestida de cortesana fue deambulando por la ciudad, atravesando las ruinas de los suburbios y cruzando por los costados de la gente sin que se percatasen de su existencia. Era todo automático, como si aquellas dos mujeres fuesen aire o ellos una ilusión gigantesca. Algo que justificaba el por qué la crecida Gretchen consideraba todo aquello como algo etéreo e irreal, una gigantesca generación fantasmal que la incluía a ella misma, capaz de controlar a gusto una pequeña parcela de la dimensión. Un reflejo y ensayo del futuro.

- Supongo que lo más fácil sería matar a Diéter, o a Viktor, pero preferiría que fuese el primero que el segundo- declaró con franqueza, curvando las cejas en una pose triste de aceptación-. Temo que extinguir al segundo sería más difícil. Ha salido siempre incólume de todos los conflictos, sin una sola herida de guerra. Algo que, sin ser matemática, no considero funcional ni computable. No es tan buen soldado- se giró por un instante, mirando a la joven con una mirada que combinaba asco y servilismo-. Y no quisiera que muriese. Sería una... gran pérdida. Su vida es más valiosa que la de muchos otros- partiendo del axioma de que no toda vida tenía el mismo valor.

Suspiró, guiando a Gretchen hasta una academia de enseñanza primaria. Una águila gigante se alzaba ante las puertas dobles del centro, como una gigantesca señal. Banderas rojas, con esvásticas, a los laterales. Uniformes detrás, en el interior del recinto, con una enseñanza mixta, con cabello corto en todos los varones. La mayoría parecían adoctrinados.

- No puedo darte detalles que no vas a aceptar, pero Viktor es especial- continuó mirando a los jóvenes allí enclaustrados, desde abajo de la escalera, con la vista altiva tras la calavera de su gorra-. Como nosotras. Tu talento a los patines es equivalente a su personalidad arrolladora. La gente con esas facultades, a veces, es difícil de eliminar. Que yo esté aquí encerrada es muestra de ello. Pensaba que había conseguido trascender a tu mundo, pero ahora dudo que se trate de eso- parpadeó, y calló-. No importa.

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24/04/2013, 17:20
Ambroos Janssen

Los ojos negros de Ambroos miraban al sacerdote completamente vacíos. Como su gesto, estaban paralizados, congelados en una especie de stanby emocional. La fría luz artificial del exterior entraba a su espalda, generando un juego de sombras casi teatral con el fósforo amarillento del interior. La terriblitá hecha carne: rostro solemne y músculos a punto de soltar al sacerdote la hostia de su vida.

Tenía que controlarse. Podía ser un truco para pillarle de alguna manera. A ningún nazi le haría gracia saber que un proxeneta vapuleaba a un sacerdote alemán. Tenía que ignorar el golpe en el estomago que había sentido al oír la noticia. Irina...Natasha. Se maldijo un poco por dentro. Cualquiera diría que después de todo lo que había pasado sería incapaz de sentir ninguna sensación que fuera odio, pero su corazón se empeñaba en intentar arrancar de nuevo de vez en cuando.

Dirigió el dedo hacía el interfono, llamando a quién fuera que estaba en la barra en aquel momento.

- ¿Está Irina en el local?- preguntó, manteniendo la mirada del sacerdote. No le hacía falta identificarse: su voz era de sobra más que conocida y, aunque no lo fuese, era el único hombre que utilizaba aquel aparato. Por un momento se planteó preguntar algo más, pero no sería necesario.

Cuando Janssen preguntaba a alguien es por que necesitaba saber todos los datos: sino, lo comprobaría él. Y mucho más si hablábamos de Natasha.

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24/04/2013, 18:35
Meike

La mujer al otro lado era reconocible, por su voz, como Meike. Casi era una suerte que las Suxx no estuviesen en el local, sino tratando con Viktor, el nazi que quería a Gretchen y sólo a Gretchen. El ajetreo de fondo se oía en la línea, revelando a Ambroos que su negocio iba tan bien como siempre, deslizándose cual seda de araña sobre las moscas que por alas tenían esvásticas.

- Claro- respondió la mujer, animada, ávida y ocupada, con la cara pegada al hombro para sujetar el teléfono a juzgar por su voz-. Salió esta tarde, pero volvió antes de que te fueses. Liria me ha dicho que te fue a ver al despacho- añadió, dejando en el aire los detalles sobre la vestimenta de la visita y la actividad-. No se ha movido desde entonces. Salvo a las habitaciones y al baño, claro.

Se la escuchó de fondo decir una cantidad de dinero, pequeña, sin alcanzar los diez euros, diciendo a algún cliente el precio de su consumición alcohólica. O de abstemio dada la ley seca parcial, claro. Los nazis siempre estaban dando por detrás y por delante con el tema de que no vendiesen alcohol después de las tantas, o que lo hiciesen sólo los días más avanzados de la semana. Y si no, a subir impuestos o poner multas.

- ¿Te vale? ¿Necesitas algo más?- preguntó Meike sin mucho entusiasmo, neutra. Tampoco es que, independientemente del trabajo que tuviese, fuese a molestar a Ambroos mientras estaba en su despacho.