Partida Rol por web

Ilustrísima... -díjele como último detalle-. Pablo Tomás, el sacerdote del castillo, parece buena persona; yo mesmo he hablado con él et llévome bien con el tal. Fíome de él, pero no en exceso. Cualesquier cautela es poca, le digo.

Fue entonces cuando asentí a Fernando.

Cuando gustes.
 

Disponíanse ya a marchar unos et otros, habiendo concluido algunas cosas a raíz del consabido encuentro, cuando una voz alertoles desde la lejanía. Reconoció el obispo la voz de Jorge, su fiel criado, que habíase alejado hacía breves momentos a ojear algo, et sin duda algo había hallado.

- ¡EXCELENCIA, NOS ATACAN, OMNES EN EL BOSQUE! - gritaba su voz, cuyo origen ocultaba la oscuridad de la noche.

Sin duda referíase Jorge a la arboleda que quedaba a su espalda, por el camino por el que habían venido el obispo et don Íñigo, así como sus dos criados.

Desenvainó el escolta de don Íñigo una hoja, et diose la vuelta para encarar la amenaza, mientras desde la oscuridad oíanse pasos acelerados.

El propio don Íñigo girose, et sacó espada larga, la cual empuñó con decisión, al tiempo que girábase hacia el lugar del que venían los gritos.

- ¡Fideputas! - maldijo - Han de habernos seguido.

El grito de Jorge resonó en la oscuridad, et a buen seguro que se oyó en medio Trujillo. El mozo, apenas intuyendo la posición de los atacantes, tensó la cuerda, et lanzó la flecha con cuanta celeridad permitiéronle los dedos. Non pudo saber dónde acabó aquesta, mas non oyose sonido de dolor alguno. A buen seguro, había errado el tiro, algo normal cuando apenas percibía el blanco.

-¡A MÍ, JORGE!* -el obispo sorprendióse del grito del suyo criado alterando del peligro. Era imposible que hubiéranles seguido por aquel pasadizo, de modo que la única explicación era que hubiesen seguido a los omnes del tal Jofre. Non podía permitir que fuesen quienes fuesen aquellos atacantes, et trabajasen para quien trabajasen, viéranme reunido en tales circunstacias et tales comapañas, si es que non habíanlo hecho ya. Miró entonces don Pedro a su viejo amigo Íñigo, a Fernando y a Mauricio- Mi vida está en sus manos, señores. Non deben quedar testigos de mi presencia en aqueste lugar a tan intempestivas horas ni de la mía colaboración con vuestra causa -dirigióse entonces a su viejo amigo Íñigo en concreti-. Espero que sigáis siendo el aguerrido combatiente que fuisteis otrora.

Non sabía que fazer agora, más entre la carrera et el nuevo escondite esperaba ganar algo de tiempo esperando que los otros llegasen et me ayudasen. Me mantuve oculto, intentando apuntar hacia el lugar por el que escuché los sonidos et esperando que alguien se moviese.

Non podía fazer mucho mas, si los otros non venían alertados por mis gritos, esperaba que mi escondite fuese lo suficientemente bueno e intentar desaparecer entre las sombras.

─A vuestro lado hasta la mesma muerte don Íñigo ─díxele al noble caballero. Sabía yo cuan era el valor et la bravura de aquestos Soldados de Fe. Honor sería si era el mío destino que llevárame la parca luchando junto a uno de ellos.

Devolví la punta de mi lanza al frío et húmedo terreno. Allí dejéla preparada, a mi vera. Descolgué de nuevo la ballesta que pendía sobre mi espalda asida por la correa y tras hincar la rodilla en el suelo, apunté a la oscuridad en dirección a las voces...

Desde la negrura, oyó Jorge cómo su señor llamábale.

- ¡A MI, JORGE! - gritaba.

Al oír la voz de su señor comprendió que había huido en la dirección equivocada, aunque non por mucho. Trató como pudo de ocultarse entre los matorrales, arco en mano, pues ya sentía los pasos dellos atacantes encima.

Sonrió don Íñigo al comentario del obispo, mientras daba paso al frente et situábase entre él et los enemigos. Luego miró a Fernando.

- Non será esta noche la que aquesta nos alcance, Fernando. - díjole.

Destilaba el caballero tal confianza espada en mano que costaba imaginar que pudieren perder aquesta batalla, pese a lo negra que presentábase la situación.

Viendo que aquella empresa de reunión nos cogía desprevenidos por nuevas, inesperadas y tormentosas visitas (si hubiera de suponer) que deseché la idea de sacar mis típicas estampitas para regalárselas a cualesquiera y con ello ganarme un poquito más su favor; que en aquesta ocasion la empresa parescíame como de traca, como de pelea tal y como aconteció en el entierro del Salcedo, en cuando el muerto levantóse y en cuando tanto Pablo Tomás, mi señor cura, et un servidor logramos reducir al tabernero endemoniado.

Fue entonces que saqué mi bracamante de bajo las ropas, siempre preparado, y asílo bien mientras corría junto al obispo, que de su porte iba vestido de rojo que seguramente, a pesar de temprano, viérase bien a la redonda.

Non vos preocupéis... -díjele al Obispo-. Yo vos protegeré, Excelencia; que ha de saber, que aunque a cuento no venga, que he recuperado parte del mantel de la Sagrada Cena, et que he hecho tratos con viejos templarios para arreglárles sus espadas en mi lejana Garrovillas. Et que algo de aquestos dos hechos quedóseme en mi, et que para algo servirán...

... digo yo -murmuré ya en bajo-.

Acaso no podría yo medirme en altura, vigor, estampa y sapiencia tanto al alguacil trujillano como al experimentado don Iñigo, hombre valiente con tan sólo verlo donde los haya. Mas tampoco era momento de menospreciarse a sí "mesmo" tan a la ligera, por lo que en vez de negar la participación con aquestos dos en la lucha, preferí proteger al Obispo.

¡Dígame! -le insté al de Alarcón- ¿Habéde Vuecencia de un lugar seguro? ¡Yo puedo encaminarle hasta allí!

De entre la negrura surgieron cinco figuras, que acercábanse ya a la carrera, abandonando el sigilo del que a buen seguro habíanse servido para seguir a quienquiera que hubieren seguido. Destas cinco, una quedose rezagada, mirando en derredor, mientras que las otras cuatro corrieron a toda prisa hacia quienes hallábanse reunidos, que non eran sino don Íñigo et los demás. En sus manos refulgían bracamantes, que arrancaban apagados destellos al reflejo de las llamas de las antorchas de sus adversarios.

- ¡Matadlos a todos! - gritó uno dellos - ¡Que non quede uno solo!

La voz ronca resonó en la noche, et claro quedó que aquello resolveríase con sangre.

Repartiéronse los atacantes entre quienes enfrentábanles, arrojándose dos dellos contra don Íñigo et su escolta, et los otros dos contra Fernando, et Mauricio, quién protegía al obispo (et a buen seguro que dispondríase a acompañarle a donde aqueste dispusiera para con ello escapar). La distancia dioles a aquestos espacio para coger buena carrera con la que armar el golpe, mientras que quienes esperábanles apenas habían tenido tiempo de armarse para recibir tal ataque.

Vio Jorge cómo los atacantes abalanzábanse sobre su señor et los que acompañábanle, aunque por suerte uno de los hombres con los que habíanse encontrado se interpuso entre el obispo et uno de los asesinos, protegiendo de aqueste modo a don Pedro. Mientras tanto, otro dellos había quedado rezagado, et miraba con empeño buscando a Jorge, quién habíase escondrijado entre los arbustos como buenamente había podido. Claro era que el velo de la noche abrigábale, pues el que había de ser su adversario, pese a buscarle con empeño, non lograba verle.

Non fabía salido la cosa como yo esperaba. Pensé que saldrían detrás de mi et su Excelencia lograría escapar,pero quien iba a ir detrás de una sombra teniendo una presa mayor et más jugosa a la que hincarle el diente. Más fabía atraido a uno, que tenía todas las pintas de querer matarme.

 De momento mi señor parecía a salvo, o protegido por uno de los hombres de la comitiva. Así que disparé, la noche le ofrecía resguardo al hideputa aquel, más yo gozaba de buena posición et el beneficio de la sorpresa. Conseguí acertarle, más non parescíame mucho el daño que fabía fecho.

-Gracias, buen omne -dijo el obispo mientras seguía alejándose de los asaltantes-. La única opción de escape es volver por el pasadizo que trájonos aquí.

Tenso hallábase todo mi cuerpo, et non poco costóme non precipitar el disparo cuando dislumbré la figura que echábaseme velozmente encima. Aguanté hasta el último momento, et finalmente el índice et el corazón apretaron el gatillo de la ballesta soltando la saeta directa al abdomen del mio atacante.

Aqueste apenas inmutóse, supe habíale impactado por un pequeño quejido que emitió, empero non cesó en su empeño por clavar su bracamante en mi carne...

Resonaban los yerros en la noche Trujillana, et también los gruñidos de quienes intercambiaban estocadas a la oscurecida, pretendiendo non ser vistos.

La ballesta de Fernando resonó con un chasquido, et un virote salió hacia su atacante, clavándosele en el vientre. Non fue aqueste, empero, bastante para detener su carrera, et continuó el hombre hacia Fernando, descargando violenta estocada. Suerte que el alguacil, habituado a tales contiendas, pudo echarse a un lado a tiempo, et fue su golpe a parar al aire.

Por otro lado, Mauricio et el obispo salieron por piernas, el segundo viéndose muerto en aquella lid, el otro queriéndose arrimar a buena sombra. Cogió la carrera destos desprevenido al su atacante, que viose en de repente corriendo tras dos liebres.

Clavose la flecha que tiró Jorge en el peto que llevaba el hombre a la altura del vientre, arrancando dél un gruñido, empero poco más. Siguió aqueste mirando en derredor, mientras profería amenazas.

- ¡TE VOY A DESTRIPAR, FIDEPUTA! - gritaba el asesino, en tanto su testa continuaba buscando, cada vez más cerca de Jorge.

Sin duda, de un momento a otro encontraría a Jorge, pues la flecha lanzada había revelado la trayectoria. Et su bracamante hallábase presto para destazarle.

Desestabilizado por su fallida carga, el adversario de Fernando se giró lentamente, agitando el bracamante con rabia. Paresciera un perro enloquecido aqueste, lanzando estocadas a diestro et siniestro con su arma como una bestia enceguecida.

De reojo, veía Fernando cómo don Íñigo descargaba estocadas contra su atacante, que defendíase como bien podía.