Partida Rol por web

Corrían ambos hombres alejándose de la reyerta, mientras en la espalda oían a su perseguidor maldiciéndoles. El camino, sembrado de yerbajos et otras vegetaciones, fazíase traicionero et amenazaba con facerles tropezar, mas tomada la decisión, non quedaba que seguir en carrera.

Contra todo pronóstico, corrió el obispo como si el demonio le pisara los pies, casi dejando atrás a Mauricio, quién esforzábase por seguirle el ritmo. Sentía el mediero el aliento de su atacante detrás, et a aqueste cada vez más cerca, hasta que non hubo más remedio que volverse, pues oíale resollar et maldecir muy cerca, et temíase que le alcanzase una estocada por la espalda.

Et que dicen que los ni cura ni obispo corre demasiado, que tan sólo cuando una avalancha échaseles encima; et aquello bien que parecía verdad. Claro era que no estaban las mis piernas hechas de carne joven y estirada; que yo era un simple vendedor y comprador que no necesitaba de ser poderoso ni buen portento. Et que creo que fue por aquesto que el tipo que nos perseguía dábame alcance, et no hubo más que darme la vuelta, reconózcolo, y hacer gala de mi bracamante, ya en mano desde antes, contra el perseguidor.

Sin más dilaciones, lanzose el asaltante a por Mauricio, quién había quedado a su merced... o eso podía parescer. Que con la oscuridad rodeándoles, aquello era como una pelea de perros, et más se agitaban los aceros de lo que hendíanse las carnes.
 

Que viendo como embestía aqueste, cual jabato tan bravío como inexperto, opté yo por intentar privarle de dientes...

Fallido el intento de Fernando de arrancar de las manos el arma de su adversario, lanzó aqueste un chillido más propio de un cerdo que de un hombre, et diose a intentarle golpear, mas en pleno giro crujiole el hombro como si se hubiere aqueste roto, et soltó un segundo chillido el hombre, al tiempo que el bracamante escapaba de su diestra, et su siniestra iba inconsciente hacia la articulación que a buen seguro acababa de romperse.

Al mismo tiempo, un gemido de dolor vino de la izquierda del alguacil. Alguien parescía haber sido herido, et non era otro que el hombre de don Íñigo, que reculaba cojeando ante su adversario, mientras que el propio don Íñigo acosaba al suyo propio, et habíale hecho retroceder un par de varas.

Estaba perdido, tenía al muy animal encima et non sabía que fazer. Lentamente, intentando non descubrir mi posición, dejé el arco en el suelo. Muy lentamente saqué el cuchillo del cinto, et lanzeme contra el como el animal acorralado en el que me fabía convertido. Non fabía sido yo omne de tales lides, más non me quedaba otro remedio. Me encomendé San Jorge, Dios et todos los santos y cargué contra el.

Se abalanzó el matón a por Jorge, en lo que este llevábase la mano al cinto buscando su cuchillo. Empero, el rugido de rabia de su atacante non correspondiose con lo que pasaría a continuación, pues de algún modo, el pie del matón debió quedar enganchado en algo, una raíz tal vez, et fízole perder el equilibrio. La figura sombreada se tambaleó con un gruñido de sorpresa, al tiempo que perdía pie et su rodilla apoyábase en el suelo para evitar el descalabro total. Aquesto permitió a Jorge aproximarse a su atacante sin peligro, esgrimiendo el cuchillo, mientras su rival intentaba ponerse en pie.

Zaherido por su propia incompetencia, el atacante que situábase frente a Fernando reculó, soltando bracamante et disponiéndose a salir por piernas en cuanto se presentare la ocasión. Claro era que los asaltantes non habían esperado tanta oposición de parte de sus adversarios. Don Íñigo acosaba con furia a su contrincante, que paresciera ir a perder la cabeza de un momento a otro, et sólo el criado de aqueste parescía tener problemas en ese preciso momento.
 

- ¡Non permitáis que escapen, Fernando! - gritó don Íñigo, quién tenía por completo acorralado a su rival.
 

Non iba a desaprovechar aquesta oportunidad que quisieron brindarme los hados y apuñalé a diestro y siniestro como si de la matanza del cerdo se tratase. Entre lágrimas por la acción que estaba cometiendo lanzabale yo las puñaladas. ¡ Muere,muere,muere! Que una cosa era cazar animales, o lanzarle una flecha a un hideputa en la distancia et otra mancharse las manos con su sangre.

Escuché las palabras de don Íñigo. Aquello infundióme de bravura más non certeza. Intenté, en vano, dos punzadas; una en la su cintura et otra al pechamen. Ambas erraron...

No pudiendo realizar otra cosa que improvisar y defenderme, que intenté metelle dos cuchilladas en donde pudiera. Mi brazo se envalentonó como sin pensar, ya que si hubiera de pensarlo correría yo más que el propio obispo...

Ya encima de su atacante, Jorge clavó con saña el cuchillo sobre aqueste, tratando de darle muerte a lo menos tardar posible. Empero, aunque su rival ofrecía fácil blanco por hallarse en el suelo et a corta distancia, topose la primera puñalada con el cuero que protegía a aqueste. Armando el brazo con más saña para la segunda, consiguió traspasar la manga del brazo izquierdo de su rival, arrancando de aqueste un grito de dolor, et faziendo que soltara el bracamante.

- Fideputa. - gruñó el hombre, mientras poníase en pie.

El impulso del asaltante al ponerse en pie apartó un tanto a Jorge, et consiguió alejarse de la distancia en la que el cuchillo era peligroso. Perdido el bracamante, echó mano el matón al cinto, et dispúsose a sacar nueva hoja, aquesta vez de menor envergadura.
 

La oscuridad impedía ver con claridad cuanto sucedía en derredor, et aquesto fue, a buen seguro, lo que causó que la lanza de Fernando, siempre precisa, non pudiere alcanzar el blanco al que iba dirigida. Siendo así, et habiendo ganado ya distancia su rival, diose aqueste la vuelta, et salió a todo correr hacia la espesura, dando por claro con aquesto que non tenía intención de dejarse matar, como tampoco de dejarse agarrar.

De repente, a la izquierda del alguacil se oyó el sonido del acero hendiendo la carne, seguido de un gruñido sordo: don Íñigo había traspasado a su rival con la espada. Agarrole durante unos instantes, mientras aqueste se arrodillaba, et sacó de su cuerpo la espada, empujándolo hacia atrás. Viéronle así caer al suelo sin vida. Quedaba tan sólo un asaltante, que viendo el panorama dispúsose a poner tierra de por medio, antes de que un mal golpe le diera por muerto.