Partida Rol por web

Clavóse mi rodilla en el suelo, pues falláronme las fuerzas. Perdí la noción del tiempo et del espacio et apunto estuve de desfallescer...

Con tal vida et penitencia, servides a Dios, San Antonio, que vencides con patientia, la carne, mundo et demonio, la fe, esperanza et caridad, mantuvisteis con gran fervor ─oré al Santo patrón San Antonio, pues el era benefactor de amputados tullidos et ulcerosos.

Et que con cierta energía renovada, la última que me restaba, dispúseme a realizar una última acometida contra la criatura infernal.

Todo era oscuridad de pronto. Una temible, oscura et profunda oscuridad. Nigra sicut lupi ore est*. Mas a atisbar llegaba, como en lejanía, lo que ocurría en mi derredor, cual si de un tergiversado sueño tratárese. Mi conciencia, agazapada en el más profundo recoveco, aún trataba denodadamente de dar vuelta a mi cuerpo et atacar al ser maligno pero parescíame a mí como si de un guiñol se tratase et non sólo mi cuerpo, sino también mi instinto impulsábame contra quien había sido mi amigo, ahora malherido. 

El ansia de sangre que estaba sitiendo en aquestos momentos no era comparable a nada que pudiera haber sentido antes. Mas Fernando, mi amigo, que aún malherido como estaba levantábase una vez et otra, embistiendo a la criatura con todas las fuerzas que le restaban, diome fuerzas para tratar de luchar contra aquella malvada sensación que me arrasaba por dentro. 

Así que levantéme de nuevo. Fallar non podía, no a aquestas alturas. Si en situación normal encontrásemosnos, jamás perdonaríame non sacar a Fernando de allí con vida, mas si a aquesto sumamosle que fuera yo quien le diera golpe mortal... ¡Non! ¡Non puedo pensar aquesto! ¡Ni pensarlo! Haciendo pues acopio de toda mi fuerza de voluntad et rezando a todos los santos, levantéme et impúseme a aquella extraña fuerza que mover mi proprio cuerpo pretendía et dispúseme pues a atacar presto con toda la fuerza que restáseme. 

Retorciose una vez más el remolino, invocando con voz trémula nuevas desgracias sobre quienes trataban de profanar el lugar que aqueste protegía. Paresciera aquel acto un último et desesperado intento del ser por salvar su existencia...

Sintió Fernando, en de repente, cómo su brazo izquierdo quedaba completamente paralizado, non pudiendo mover aqueste ni un ápice. Un mal absurdo, pues sostenía la lanza con la diestra, et de ningún modo pudo aquello impedir que su lanzada alcanzase de nuevo al ser.

Aqueste golpe fue el definitivo. Antes de que su señor pudiere alcanzarle siquiera, congelado el brazo et dolorido el cuerpo, sacó fuerzas de flaqueza Fernando para alancear de nuevo al remolino. Retorciose aqueste entonces, et con un alarido que resonó en las almas de los que enfrentábanle, disolviose en el aire, desapareciendo, et dejando ante ellos un reguero de polvo.

Mi buen amigo Fernando -díjele entre jadeos, mientras acercábame a él presto- ¿recordáis cuando hablábamos de saldar vuestra deuda para conmigo? Bien pues consideradla saldada con creces... Digo más, ahora yo estoy en deuda con vos puesto que casi perdéis la vuestra vida hoy aquí et yo no he sido de ninguna ayuda en ningún momento deste combate... Creo que deberíamos detenernos a pensar, recuperar salud, mis armas et mi tino (pues bien falto de ello me he hallado hasta ahora) y encauzar esta caza de otra manera, al menos por mi parte... Mas ¿qué divago? Primero a lo primero, ¡vuestras heridas! ¿Cómo vos encontrades? ¿Puedo facer algo para que vos encontréis mejor?

Acerqueme como pude et traté de ver el estado de sus heridas et dél mesmo. Muy agradecido le estaba en aquestos momentos pues si de su ayuda hubiese prescindido, probablemente no habría logrado más que crueles carcajadas por parte de la criatura et dar con mis huesos en fría tierra... et perder mi crucifijo. ¡Mi crucifijo! A todas partes miré en derredor, tratando de localizarlo, mientras  esperaba que mi compañero recuperase el resuello et trataba de pensar en algo para ayudarlo. 

Respiré aliviado. Contra todo pronóstico habíamos vencido a aquella criatura etérea. Celebré aquella victoria en mi interior, pues mi cuerpo maltrecho non podía apenas mostrar la alegría.

Mi buen Jofre, disculpadme pero... credo faremos bien en acabar de una vez con este asunto. Habemos vencido a la criatura et libre queda el paso a la cabaña. Si esperamos, quizá, perdamos la oportunidad que agora gozamos.

Ciertamente mis feridas eran considerables, más preferíme arriesgarme et intentar poner fin al enigma de la bruxa antes que dar marcha atrás agora. Mis feridas tardarían en curar, mucho más de lo que tardaría en tornar la bruja et invocar otra malignidad.

Fazedme favor, don Jofre ─clavé la lanza en el suelo et tras descolgar la ballesta que pendía de corre en mi expalda se la cedí ─sed tan amable et recargadla, pues non hallo fuerzas agora para ello.

Entraría en la cabaña, ballesta en ristre, tras los pasos de mi señor don Jofre. Debía evitar otra pendencia cercana, pues non resistiría mucho más si era alcanzado...

De acuerdo -les dije ahora un poco más sofocado-, mas primero he de hablar con Pablo Tomás, ¡es una gran urgencia! -mis palabras y la situación parecía comenzar a arrinconarme desesperadamente-. He de verle, hablar con el con un gravísimo tema que ocupa a esta villa y a aqueste gran y buen castillo et sus buenos ocupantes -aquellos les incluía-. Vengan conmigo a buscarle, si quieren. Et que luego iré a ver al Maestre, no caigan en duda por ello.

Díjeles ésto decidido, empero que la situación se le hacía "defícil" a este pobre mediero.

Posó una mano el guardia sobre el hombro de Mauricio, al tiempo que pronunciaba las palabras lapidarias que darían por concluidas las esperanzas del pobre mediero.

- Témome que non será tal cuestión posible. El Maestre vos espera.

Et dicho aquesto, internáronse en el castillo de nuevo, mas aquesta vez escoltado Mauricio.

Pensé un rato en lo que decíame Fernando. Non estaba seguro de querer continuar con él en aquestas condiciones, mas cierto era que el tiempo non sobrábanos. Bien podríamos investigar el interior de la cabaña et huir prestos después. 

-Mas Fernando, ¿vos encontrades con fuerzas para continuar? -preguntele, aún inseguro- nada gústanme las vuestras feridas. 

Non vos preocupéis don Jofre... ─dije poco convencido ─Procedamos al cubil de la bruxa pues habemos de solventar aqueste despropósito cueste lo que cueste. ─quería yo parescer entero, al menos en espíritu, más non conseguílo. Había gastado casi mi último aliento en aquella pendencia cara a cara con la criatura, et mi cuerpo et alma apenas habían ya de un fino hilillo vital. Convencíme de que mis días ya tocaban a su fin, et que aqueste llegaría más pronto que tarde.

Propúseme entonces, intentar dar solución a tan turbio asunto antes de fenecer...

-Non estáis vos como para entrar en la cabaña, amigo mío -decidí pues- vos ayudaré a esconderos entre aquestos arbustos y entraré rápidamente a ver si descubro algo, mas non quiero yo que vos suceda nada. Prestadme la ballesta unos momentos. Saldré enseguida y vos llevaré de vuelta al pueblo a que vos curen. Quizá podamos encontrar al joven Pablo rápidamente.

Et así, si él estaba de acuerdo, dispúseme a esconderlo et entrar en la cabaña solo y salir rápidamente si nada encomtraba presto, pues aquesta oportunidad non podíamosla perder, mas el estado urgente de mi amigo era lo que más me preocupaba en aquellos momentos. 

Comandó don Jofre a Fernando que se quedare fuera, aunque lo cierto es que no había nada para ocultarse, como mucho el tronco de algún árbol, et tampoco sabía nada de esconderse don Jofre, que era hombre de honor, non de emboscadas ni de huidas. Tampoco parescía que hubiere nadie en el interior de la cabaña, pues claro estaba que sólo podía habitarla la bruxa, et que de haber estado aquí esta, habríales salido al encuentro, aprovechando que el su guardián enfrentábase a los intrusos. De hecho era incluso más peligroso quedarse fuera...*

Así pues, abrió la puerta don Jofre, et entró en primer lugar, seguido de su mal ferido pero leal siervo, Fernando, quién con ayuda de la lanza caminaba, valiéndose de las escasas fuerzas que quedábanle. La puerta non era en realidad sino un madero mal puesto en la entrada de la covacha que había servido de refugio a la bruxa. Al apartar aqueste, vínoles una ráfaga de hedor intenso, que fízoles lagrimear los ojos pese a que a primera vista non lograron reconocer de qué tratábase. La estancia en que encontráronse de repente paresciole lugar sencillo, pues apenas había en ella un jergón tirado en una esquina, et un cofre de madera junto a otra pared.

Entre el profundo olor que percibían et nublábales el sentido, reconosció Fernando sin asomo de dudas el hedor de la sangre. En algún lugar debía de haber un cadáver pudriéndose allí dentro...

Entré pues seguido de cerca del buen Fernando que en lanza apoyábase para caminar, no pudiendo menos que admirarme por el suyo temple et el suyo valor al continuar adelante con esta lid. Breve pero intenso vistazo eché al interior de la cabaña tratando de encontrar algo, cualquier cosa, que nos ayudara en nuestras pesquisas... mas nada extraño logré descubrir a simple vista así que acerquéme hasta el baúl con mucha precaución. 

La peste a mal et putrefacción invadió mis fosas nasales. Allí malolía, et facíalo a muerte et descomposición. En algun lugar de aquel cubil infernal habría un escondrijo; un agujero oculto a buen seguro lleno de toda clase de horrores nefandos.

Miré al cofre, et también al jergón. Me costaba caminar, ansí que pedíle a don Jofre que fuera el quien revisaralos: ─Don Jofre, guardad cuidado al abrir el arcón. Quien sabe si pudiere aqueste albergar malignidad alguna.

E conpasos lentos et cortos, fuíme en dirección al jergón golpeando con la contera de la lanza el suelo. Quizá bajo nuestros pies hubiera trampilla alguna o pasadizo. El sonido de la lanza contra el suelo revelaríamelo de ser ansi...

-Yo los investigaré, por supuesto -asentí presto en tanto llegaba decidido junto al arcón et inspeccionábalo, primero por fuera, no muy confiado...

Abrió don Jofre con extrema cautela el arcón, para encontrarse en su interior numerosos utensilios de hierro, que parescían de tosca manufactura. Un par de cuchillos, un cilicio, una hoz, et algunos ganchos de hierro ocupaban el hueco. Al contemplarlos, pudieron ver los dos hombres que había non poca sangre en aquestos, et cabría pensar que pudieren haber sido algunos utilizados para dar tormento...

Entre tanto, el de Rojas inspeccionaba con cuidado el suelo, al tiempo que pegaba bien el oído en derredor por lo que pudere escuchar. Ningún sonido, más que el crujido de las ramas, parescía llegar hasta él. En cambio, sus ojos sí que hallaron un rastro, aqueste de sangre, que parescía colarse por uno de los tablones del suelo. Al golpear con la contera de la suya lanza en tal lugar, sonó hueco, et Fernando supo que había dado con la trampilla que buscaba...