Partida Rol por web

Mientras os quedábais estupefactos, que llegaron entonces a la carrera una docena de tipos, entrando a las bravas en la capilla (con patadas y empujones al porton), y portaban en sus manos espadas y lanzas. Vestían como soldado (y así eran) con cota de malla y una extraña librea o sobreveste rojo. Y con ellos llegaba alguien a quien reconocísteis del día anterior: era aquel monje, predicador, hombre con hábitos, que no hizo sino quemar una casa de orfebres y otras gentes acusándolas de herejes en San Mateo (la villa que vuesas mercedes visitaron para antes de viajar a las ruinas de Monreal). El tipo, desquiciado, mandaba a las huestes armadas hacia vosotros: doce hombres corrían ahora por la capilla, y aunque vieron aquel portento de espada flamíguera sobre la base destruida de la estatua, no se detuvieron...

Nadir no llegó a tocar el Santo Cáliz.

Roderigo se quedó de piedra ante lo acaecido´, primero el criado se muestra misterioso y desaparece de la nada, luego la estatua los mira y estalla en mil pedazos, y por último aparece un ángel o demonio espada en mano, y para terminar la faena el hideputa del monje con soldados armados. Pero no lo iban a pillar así tal cual sin intentar salir corriendo. Pese a la figura alada y cientos de ojos echó Roderigo mano a la copa que sin duda alguna era el Grial y acto seguido intentó salir corriendo. tanto del ¿ángel ? como del monje y los soldados.No, no lo pondría fácil el de Lorca su captura...

Primero se tapó la cabeza pensando que sufriría algún daño por haber tocado la copa pero en verdad no lo había hecho y luego se quedó con la boca abierta al ver al muchacho esfumarse delante de sus mismísimos ojos, un momento estaba y al siguiente no, por arte de magia había desaparecido. Pero la estatua de la virgen girándose hacia él hizo que literalmente se orinase encima y se quedase totalmente paralizado. Al ver allí la criatura simplemente se le saltaron las lágrimas de miedo al ver algo tan hermoso y a la vez tan grotesco. Sólo reaccionó cuando vio entrar a aquel hombre que reconocía junto a sus secuaces, si no conseguían escapar las iban a pasar canutas, pero aquellla visión... era tan difícil moverse.

- no puede ser...- musitó mientras veía la aparición.

 Miré sorprendido y boquiabierto la aparición divina, si creer lo que veían mis ojos:

 - ¡Voto a bríos, tenemos doblete!

 Primero un demonio y ahora un ángel, no se puede decir que no hemos hecho amistades importantes en esta extraña misión...

 Entonces me fió en los recién llegados y casi prefería que hubiera aparecido un demonio. Con un balbuceo, aviso a mis compañeros:

 - Esto... Tenemos compañía, y no me refiero al ángel...

Fue entonces que un hecho extraordinario ocurrió.

Desde los albores de la inconsciencia o tal vez ubicados ahora en los mismísimos jardines del Cielo más allá de las nubes, tremendo fogonazo invadió vuestros sentidos, y los recuerdos que hubísteis de tener de ese momento en el futuro. Un estallido de blancura inmaculada era como parte de vosotros, pues incluso la luz parecía atravesar o salir de vuestros cuerpo. ¿Qué había ocurrido? Aquella amalgaba de incertidumbre y desasosiego (aunque en realidad sentíais ahora una paz desconcertante), había estallado justo en el momento en que Roderigo (en un afán de latrocinio e impulsó) osó tocar la Reliquia de José el Carpintero, situada en el santo sagrario del Palacio Real.

* * *

Un páramo desierto.

Eso era.

Aquello era lo que teníais delante. Un terreno árido, sin ninguna forma de vida que anidara o estuviera arraigada allí. Al mirar hacia arriba, un cielo de color atardecer observaba cómo el viento os azotaba en el rostro. Pero en él no había nubes, ni sol, ni la luna ni las estrellas. Estuviérais donde estuviérais, ese páramo no era de este mundo.

No hizo falta pues demasiada pericia para distinguir en el horizonte una bruma verde azulada que se elevaba desde algún punto indefinido del terreno, como un humo de hoguera o pira de color exhuberante. Alrededor todo era igual, despejado y monótono, como un bello cuadro de varias dimensiones cuyos protagonistas no eran sino vosotros. Aquella humeante visión aguantaba en el punto del horizonte, quizás a ser encontrada. No había rastro del palacio real, ni aquellos tipos de libreas rojas y espadas y lanzas en la mano, ni tampoco del clerigo que vociferaba vuestra muerte. Eso sí, ahora estábais, unos frente otros Roderigo, Nadir, don Álvaro y Jaume.

 Ahora si que estaba sorprendido, hace un instante estábamos en una iglesia, rodeados de fanáticos, y ahora nos encontrábamos en medio de la nada, sin saber como habíamos llegado hasta aquí. ¿Había sido cosa del ángel o acaso había intervenido alguna otra fuerza desconocida?. Porque a estas alturas, después de ver en acción las fuerzas del infierno y del cielo, solo faltaban las del purgatorio, as paganas y vaya vuestra merced a saber quien más.

 Miré a mi alrededor, tratando de localizar algo que me llamase la atención... O alguien, lo que fuera responsable de haber acabado en este lugar perdido de Dios.

Paladeó aquel momento de veras, más que si se tratase del momento culmen al yacer con una buena moza. Cerró los ojos y murmuró algo, quizás una oración a  Yavhé, podía ser. Después de tantísimo tiempo se sintió veraderamente en paz. No quería que aquel momento terminase y al abrir los ojos vio aquel lugar y justo después y en medio de él, al resto de personas que se habían embarcado con él en aquella búsqueda. Miró a los demás y luego miró en derredor, sin entender qué era aquello ni porqué se producía.

Roderigo no daba crédito. Hace un momento estaban en el palacio y ahora...Oh,oh.Echó manos al saco en el que había guardado los candelabros y se miró las manos buscando el Grial. Vale que estuviesen en medio del desierto, que ahora el agua era más valiosa. Pero hace unos instantes Roderigo tuvo en sus manos el objeto más valioso del mundo y no le hacía ninguna gracia haberlo perdido...tampoco le hacía gracia tener que llevárselo a un papa chalado, pero bueno esa era otra historia. Y luego las minucias que había robado, que esas en un principio si podían ser para el pero que no sabía si las llevaba encima todavía.

Miré en derredor mía, tratando de comprender lo que ocurría. ¿Dónde habíamos ido a parar, y en qué modo había sucedido tal cosa? No podía mi intelecto dar respuesta a tal acontecimiento. Observé entonces a los que habían sido mis compañeros, a los que apenas había llegado a dar alcance. Ahora estaban allí, también, y habrían de enfrentar el mismo destino que todos los demás. Fortuna o voluntad Divina, era imposible saberlo. Todo cuanto mis ojos habían visto me habían vuelto más cauto en tal sentido.

- Parésceme que habemos de caminhar o llugar do horizonte. - señalé la nube que se retorcía a lo lejos - Castigo divinho, tal vez.

Me encogí de hombros. Herejía, era cuanto venía a mi pensamiento al recordar que nos habían encomendado robar el santo grial. Tal vez excesiva, hasta para gente como nosotros. El Señor debía de haberse enfurecido.

Miré hacia mis pies, buscando entre la arena alguna respuesta más, agachándome y tomando un puñado. El destino había sido traicionero, o habíamos jugado con poderes más allá de lo que podíamos comprender. Para alguien como yo, criado en la profundidad del bosque, educado por hadas y brujos, el poder de Dios, ese ser del que hablaban los curas en las iglesias, no era en realidad más que un mito lejano y débil. Ahora, en cambio, quedaba en mi ser la impronta de su enormidad. Los hados eran poderoso, sin duda, pero aquella entidad se mostraba mayor de lo imaginable...

Roderigo se revisó las ropas, palpándoselas con soltura y fuerza. Recordó pues que todo aquel embrollo había sucedido justo al tocar el Santo Cáliz. ¿Lo llegó pues a guardar? En pocos segundos se dio cuenta de que no era así, que no lo llevaba encima. Fue pues que el caballero don Álvaro (que había aparecido allí con el resto como de la nada también) señaló al horizonte, a aquella especie de bruma verdeazulado que se elevaba. Justo entonces Jaume observó (‪mientras Nadir estaba algo sumido en sus propios pensamientos e incertezas) cómo una pequeño trío de pájaros se aproximaban hacia vuestra posición. Se aproximaban desde detrás de vosotros, acercándose cada vez más (y yendo, a su vez, en la misma dirección y sentido hacia la bruma).

Pero lo que vió le asustó demasiado, y tal vez no podría creerlo, pues su rostro se estremeció (mucho más que cualesquier mala herida que antaño hubiera podido ver en un hombre). Se quedó Jaume oteando embobado el horizonte, a las aves que parecían cada vez aproximarse más y más... Lo mismo hizo entonces don Álvaro, que sabía que el médico había oteado algo de importancia...

Ninguno de tus compañeros apreció que aquello no era ninguna bandada de pájaros. Eran en realidad tres seres voladores con cuerpo de ciervo, alas en sus cuartos y brazos de hombre. Volaban directamente hacia vosotros...

¡Merda,merda,merda!-decía Roderigo mientras se echaba al suelo a seguir buscando con la vana esperanza de que se le hubiese caido al suelo. Y es que le jodía, haber estado tan cerca del objeto más preciado del mundo y haberlo perdido. Tenía que estar en alguna parte, no podía ser que estuviese en el castillo. Aunque ahora que lo pensaba Roderigo...¿dónde diablos estában? Esto era otra muestra de brujería demoníaca o vaya ustéd a saber. El caso es que pasado el momento de buscar el griál, recomponerse de que ya no le perseguían unos cuantos fanáticos ni ningún ángel vengador se dió cuenta de que estában en mitad de la nada, con las manos vacías y con el caballero don Álvaro con ellos. No sabía cómo reaccionar, pero el asunto le acojonaba bastante, aunque viendo que ya no estában sus perseguidores no estába mal del todo. Entónces vió la cara de terror de sus compañeros, miró en la misma dirección y exclamó -¡oh,oh!-No es que viese nada, pero lo que se imaginaba no era nada bueno.

 Señalé en dirección a lo que nos había parecido pájaros, pero que en realidad no eran, bastante angustiado:

 - Eso de ahí, son tres seres voladores con cuerpo de ciervo, alas en sus cuartos y brazos de hombre. ¡Lo mejor es irnos de aquí rápido!.

 Luego miré a Roderigo y le pregunté alarmado, al ver su reacción:

 - ¿Que sucede?.

La incredulidad de la situación pronto dio lugar al temor, pues sabíame en medio de la nada, rodeado sólo por aquellos impíos, y me preguntaba si no sería todo aquello un castigo divino por los pecados cometidos, acaso impuesto por el mero hecho de haber aceptado aquella misión profana. ¡Unir el cielo con el infierno! Semejante herejía habría encendido hogueras a lo largo y ancho del mundo, si no la hubiera pronunciado un Papa. Hasta yo sabía eso, y ahora me parecía más claro que nunca. Escuché las palabras de Jaume, mas no creí que hubiera en ellas entendimiento, sólo desesperación.

- Bien estaría salir, e que saben los fados que lo haría si supiere el modo. - miré a Jaume - Tal vez vos conozcades algún caminho.

Volví la vista de nuevo hacia los seres que volaban, en tanto echaba mano de mi hacha, temeroso de que nos pudieran abordar. No creía, en verdad, que los yerros sirvieran de nada en tal momento, pero en mi desesperación no se me ocurría otra cosa.