Nunca aquí, siempre allí...

La hora maldita, el minuto y el segundo del demonio. Las tres de la madrugada son del mas allá y no pertenecen a la familia Slaughter, jamás les perteneció.

Desde siempre, al menso muchos años atrás, las tres de la madrugada represento la hora en que la pequeña Jane despertaba de sus malos sueños a pleno pulmón. Llanto, grito y a veces en lugares que nada que ver con su habitación tenía.

Solo que en esta ocasión fue diferente. En esta ocasión Jane despertó de su sueño placido, como nunca jamás, y fue su padre, Harry, quien la alzó en brazos.

Una decena de años habían transcurrido entre una tranquilidad a medias, con ocasionales situaciones familiares tan típicas pero necesarias, completadas por las noches de malos sueños. Nada mas… hasta que simplemente sucedió.

Harry en silencio despertó a su familia. Parecía apurado y nervioso. Sus pies llenos de barro delataban algo fuera de lugar, y su respiración también.

Me encontraba durmiendo, sumida en un apacible sueño, cuando noté como alguien intentaba despertarme. Durante varios segundos, intenté ignorar aquellos intentos, puesto que tenia demasiado sueño como para pensar en levantarme ya, parecía que hubiese dormido apenas unas pocas horas en lugar de toda la noche, pero al final, la insistencia de quien la estaba despertando terminó consiguiendo que abriese los ojos.

Mmm…- alcancé a decir mientras me desperezaba antes de darme cuenta de que no es que la noche me hubiese parecido corta, sino que aun no había acabado. A mi alrededor la oscuridad de la noche seguía envolviendo por completo la habitación y el único sonido que se escuchaba en ella era el repiqueteo de la lluvia contra la ventana, eso y mi propia respiración junto a la de quien me había cogido en brazos, despertándome al hacerlo -¿Papi?- pregunté al reconocer su silueta -¿Que pasa papi?- añadí preocupada y algo asustada cuando, bajo el momentáneo resplandor de un relámpago, pude ver su expresión.

Cuando Sara abrió los ojos, Harry estaba de pie delante de la cama, observándola. Tenía una toalla con la que se estaba secando las manos, su respiración parecía agitada.

-Pequeña... lo siento, pero tenemos que irnos. Necesito que hagas la maleta cuando antes, rápido. Voy...voy a despertar a la niña...

Harry notó la mirada de su mujer en la nuca, cuando iba a abandonar la habitación.

-Por favor, mi vida, tienes que confiar en mí, ¿vale? Sabes que siempre os he protegido, que solo quiero que estéis bien. Sé que confías en mi, lo sé. Por eso no voy a insistirte. Prometo explicártelo cuando estemos a salvo.

El detective le dedicó una sonrisa a su mujer, luego abandonó la estancia. Estaba descalzo, sus pies estaban manchados de barro.

Harry alzó en brazos a su hija, acurrucándola entre ellos.

-Nada, no te preocupes, hija, tu sigue durmiendo, es solo un juego, ¿vale? -dijo con la mejor de sus sonrisas.

-Es una sorpresa, tú duerme y cuando despiertes, ya veras.

¿Un juego? ¿Qué juego?- le pregunté, algo más calmada gracias a la actitud -¿Una sorpresa? ¿Un regalo?- pregunté con infantil emoción, aunque algo adormecida a causa del sueño que tenía.

Sara coge un muffin de mango cubierto de glassé de naranja y se lo da a la niña, guiñándole un ojo, cuando su madre está de espaldas eligiendo pastelitos. Termina vendiéndole una caja enorme de macarrons variados, ganando lo suficiente por aquel día como para cerrar el negocio, pero Sara no quiere cerrar. Nunca quiere cerrar. Le encanta ese lugar. Entonces se da la vuelta y hay muchos niños tras ella, todos con las manos extendidas, esperando su muffin de sabor a mango. 

Sara empieza a repartirlos, pero de pronto ya no tiene magdalenas en las manos, tiene naranjas. Está preparando un zumo en la cocina de su casa, el desayuno de su hija, a la que acaba de escuchar gritar. Entonces su hija grita, llamándola... Pero no la llama "mamá", la llama "pequeña"... 

Pequeña... De pronto la voz cambia, ya no es la de su hija, es la de Harry. 

Sara abrió los ojos, serena. Escuchó la primera frase de su marido, no dijo nada. Cuando Harry se daba la vuelta, ella ya estaba sacando una gran maleta de debajo de la cama y colocándola encima, abierta. Se volvió un segundo a mirarlo, pero él ya estaba de espaldas. Sara cerró la boca que acababa de abrir, asintió. Confió. 

Cuando Harry salía al pasillo con su hija en brazos, Sara entraba en la habitación de la pequeña con otra maleta, de un poco menor tamaño. Harry y Jane, al bajar las escaleras, vieron en la entrada la maleta grande, ya cerrada, y las mejores botas de ambos colocadas al lado, junto al perchero de donde colgaban los abrigos, listas para que ambos se las pusieran. Las de Harry, además, tenían unos calcetines limpios y una toalla húmeda al lado. Mientras tanto, Sara se afanaba en la habitación de su hija. Recogió las pertenencias más importantes de Jane y toda la ropa que pudo meter en la pequeña maletita y volvió a salir. 

Una vez abajo, mientras su familia se abrigaba, pasó por la cocina y cogió comida y agua. Lo suficiente como para un viaje de varios días. Al salir, pasó por la puerta del salón, echó un vistazo a las cortinas lila, al lienzo a medio pintar que había allí... Suspiró. 

Entonces se dio la vuelta, con una brillante sonrisa en el rostro. 

-Vamos, Jane, duérmete... Papá te ha dicho que es una sorpresa. Si no te duermes, no te la podremos dar. 

Y así, sin mirar atrás, cogió ambas maletas y precedió la marcha de su marido y su hija fuera de la casa, en dirección al coche. No hicieron falta más palabras. Cuando pasó por delante, la mirada de la mujer lo decía todo. Ella sabía que, cuando todo estuviese más calmado, Harry se lo contaría. 

Una vez ambos hubieron salido, cerró la puerta con llave, echando un último vistazo al interior. Exhaló, de nuevo, un suspiro imperceptible para los demás. Luego se dio la vuelta y se marchó tras su esposo.

Sin mirar atrás. 

Mmm…- medio protesté, despierta a duras penas, con los ojos cerrándoseme cada vez más -Valee… pero quiero gaaaaaa…- dije, cortándome a causa de un bostezo -aaalletass- terminé mientras me acurrucaba en los brazos de mi padre para volver a dormirme, algo que a ese ritmo no iba a tardar en suceder.

Harry miró con una sonrisa a su mujer. Parecía que sus palabras habían conseguido calmar a su hija. Ahora aún era pequeña, quizá esta vez podría entenderlo, o verlo como un juego...pero ¿qué pasará cuando crezca? ¿Cuándo haga amigos? Eso sería algo de lo que tendría que preocuparse más adelante. El día de hoy ya tenía suficientes problemas.

Mientras salia al vestíbulo, acarició la cabeza de su hija para que se relajara.

-Tranquila pequeña. Mamá te hará galletas, muchas. Ahora duerme Jane, descansa...

Luego levantó la vista hacia Sara.

-Gracias por los calcetines y la toalla...-Dijo con una mirada que le pedía perdón a la vez que le agradecía que lo entendiese.

Los tres salieron fuera, sin saber que les depararía el mañana.

La noche fue el cobijo de la repentina mudanza de la familia Slaughter, una familia que pasó desapercibida en el vecindario, y que al mes recién los vecinos comenzaron a preguntar por ellos, algunos incluso fantaseando que un homicida había dado cuenta con ellos.

Y no fue hasta que la policía acudió al domicilio por una llamada anónima. Entonces decenas de personas salieron de sus casas, como topos al sol, en busca de material para futuros chismes.

Por otro lado Harry y los demás permanecieron en un motel en la interestatal hasta que sus antiguos compañeros trajeron otro cargamento de pertenencias desde la antigua vivienda.

No sería hasta dentro de quince días que la familia encontraría otra vivienda. En este caso un departamento en un primer piso de un vecindario de clase media que había visto mejores días.

Tuvieron que dejarlo todo atrás. Pasaron los años, Harry y Sara se adaptaron más o menos bien a la nueva vida, pero a Jane le costó más.

Un tiempo después Harry le contó a Sara lo que pasó esa noche, como uno de ellos se presentó allí. Iban a llevársela. Harry tuvo que detenerlo, tuvo que matar.

Pero evidentemente nunca le explicó la verdad a Jane, querían protegerla. Así que le contaron una mentira, un cambio de trabajo repentino dijeron. Jane se enfadó, fue el primero de muchos.

Pasaron los años, parecía que podían empezar a estar seguros en ese primer piso que se había convertido en su hogar. Pero entonces empezó el problema de Jane. Dejo de crecer. Se estancó en una edad, y su cuerpo no creció más. Durante un tiempo pudieron disimular, pero la cosa empezaba a cantar, así que Harry y Sara decidieron volverse a mover.

Esta vez tuvieron tiempo de mirarlo sin precipitarse. Así que pudieron conseguir una casa algo mejor. Otro primer piso, pero con una tienda debajo.

Cuando Jane llego a casa, los dos la esperaban en la mesa. Un mapa reposaba en ella, junto a varios papeles.

-Siéntate Jane por favor -le pidió Harry. Una vez sentada, le mostró su mejor sonrisa.

-Hija, hace tiempo que tu madre y yo hablamos de montar una pequeña tienda. La cocina se le queda pequeña, así el negocio podría prosperar -Hasta ahora Sara se dedicaba a hacer repostería por encargo- Y además siempre te has quejado de esta casa y este barrio...así que hemos decidido mudarnos aquí.

Harry señalo en el mapa Van Buren, un pequeño pueblo al lado de Canadá.

-Además la casa es un primer piso, y justo debajo esta la tienda. Nos hacen una oferta por coger las dos juntas, así mamá tendrá la tienda al lado de casa. ¿Qué te parece?

Aquel día los minutos habían pasado como si fueran años para Sara, pero supo disimularlo bien, por su hija y por su marido. Cuando la pequeña Jane despertó, como le habían prometido, tuvo frente a ella un plato gigante de galletas con chocolate.

Se las comió todas.

Aquella vez la dejaron. 

Los años pasaron, Sara supo por qué habían salido corriendo y le agradeció a su marido sumamente todo lo que había hecho por ellas. Estuvo a su lado antes de que se lo contara, mientras se recuperaba de aquello y después. Siempre lo estuvo. 

Y también al lado de Jane. Cuando ésta cumplió 17 años, Sara pintó un retrato de ella, el único retrato que haría en su vida, sin saber aún que estaba retratando el rostro eterno de su hija a partir de aquellos instantes. Años después, cuando quedó patente que Jane no cambiaba físicamente más, Sara llegó a preguntarse si habrían echado una maldición al cuadro que su hija guardaba para que ella no se sintiese mal, pero desestimó la idea... No podría ser por eso: a Jane le habían pasado muchas más cosas, más importantes que el mero dibujo de un retrato, al fin y al cabo, meros retazos de pintura esparcidos en un lienzo...

Aquel día, Sara había vuelto a hacer galletas. Muchas galletas, galletas grandes, con chocolate*. Aún calentitas, recién sacadas del horno, reposaban en una bandeja en el centro de la mesa cuando Jane se sentó frente a ellos. 

-Coge una, Janie -a veces, su madre utilizaba el diminutivo cariñoso-, de hecho, coge todas las que quieras, amor.

Era su forma secreta de pedirle perdón. 

Cuando Harry habló, Sara puso su mejor sonrisa. Era verdad que le hacía mucha ilusión tener una tienda propia, por fin. Pero no sabía cómo se lo tomaría su hija. Esperaba que no demasiado mal, pero claro, en lo que respectaba a su padre, daba igual que tuvieran razones o no...

...por eso había hecho las galletas. 

Ella misma cogió una y comenzó a desmigajarla con bocaditos de pájaro. 

Cuando despertó al día siguiente y encontró aquel enorme plato de galletas de chocolate, Jane olvidó momentáneamente la sorpresa que le habían prometido la noche anterior por lo que decidió dar buena cuenta de ellas, y aunque se extrañó por despertar en un sitio que no era su casa, tampoco le importó demasiado… al menos hasta que vio que los días pasaban y seguían sin volver a casa. Así que preguntó que pasaba… y cuando al final se lo contaron, se enfadó.

Ella no quería mudarse, no quería dejar a sus amigos y amigas por culpa de su padre, le daba igual que le cambiasen de trabajo, ella no quería irse, y menos así, sin poder decir nada a nadie. El enfado, o más bien berrinche le duró unos cuantos días, pero con el tiempo fue aceptándolo, adaptándose a su nueva casa y haciendo nuevos amigos… aunque una parte de ella no terminó de perdonar a su padre, y eso hizo que su relación se resintiese, no demasiado, pero si un poco.

El tiempo pasó y Jane fue creciendo, volviéndose una jovencita activa, rebelde y algo problemática como la mayoría de niños de su edad. Tal vez lo único peculiar en ella eran aquellas pesadillas que empezaron a acosarla cuando era niña y que nunca la abandonaron, y que, a pesar de que al crecer dejó de buscar el cobijo de sus padres tras sufrir una, seguían afectándole igual que cuando era solo una niña. Era alguien normal… hasta que cumplió 17 y dejó de crecer.

Fue algo de lo que evidentemente ninguno se percató al principio, pero que se fue haciendo más evidente conforme pasaba el tiempo, y conforme más evidente se fue haciendo, más empeoraba el comportamiento de Jane. Discutía, contestaba y estallaba a la mínima incluso en los buenos días… en los malos, era mejor no acercarse.

Aquel día en concreto no es que hubiese sido especialmente malo… pero cuando entró en casa y vio a sus padres esperándola, algo le dijo que eso estaba a punto de cambiar.

¿Qué?- le preguntó de manera brusca a su padre, sentándose de cualquier manera y mirando con cierta desconfianza la bandeja llena de galletas recién hechas. Sabía que su madre las usaba siempre que iban a decirle algo que preveía que no le gustaría… a pesar de lo cual, apenas tardó unos segundos en coger una. Al fin y al cabo, eran sus favoritas, y nunca había podido decirle que no a los dulces de su madre -¿Qué pasa?- preguntó de nuevo, esta vez con un tono algo más relajado mientras daba un buen mordisco a la galleta. Y entonces, su padre habló.

¿Qué…?- empezó a decir, aun asimilando sus palabras -No... no quiero- dijo -¡No quiero!- repitió, esta vez alzando la voz unas cuantas octavas -¡Y no digas que es porque digo que no me gusta, eso fue al mudarnos!- le gritó, aunque en el fondo sabía que eso no era cierto y que nunca había dejado de quejarse por ello -¡No quiero dejar otra vez a mis amigos!- le dijo, echándole en cara la primera mudanza -¿Por qué no puedes abrir la tienda aquí?- le preguntó a su madre, sin gritar pero aun alterada y bastante enfadada… aunque estaba claro que el enfado se dirigía especialmente hacia su padre -¿Por qué no podemos quedarnos?- preguntó.

Harry sabía que a su hija le iba a costar, que levantaría la voz y se alteraría. Todo y eso, el intentó mantenerse como siempre, sereno. Ya había tenido una vida anterior llena de enfados, se prometió que en esta nueva oportunidad lo haría mejor.

-Pues no se puede abrir la tienda aquí, por los precios Jane. Ésta es una oferta que hemos encontrado, un piso más la tienda, económicamente viable para tu madre y para mi. Lo sentimos Jane, pero no tenemos más dinero, es todo lo que nos podemos permitir.

Miró a Sara durante unos segundos, luego volvió a mirar a Jane.

-Además, seguro que no te cuesta nada hacer nuevos amigos. Según tengo entendido, hay una población de jóvenes de lo más maja. Y estamos cerca de Canadá, podremos hacer alguna escapada.

Harry cogió de la mano a su mujer.

El futuro mal momento corrió al segundo plano cuando el timbre comenzó a sonar indiscriminadamente, acompañado de algunos nudillos golpeando levemente en la puerta.

Casualmente fue Jane, quien se encontraba más cerca de la puerta, quien se acercó a ver por la mirilla, para descubrir un muchacho con pinta de repartidor, de amplia sonrisa como si posara para una foto.

El joven mira hacia el vidrio de la mirilla de la puerta, esperando agradar a sus nuevos y desconocidos clientes. ¿Quizás espera alguna propina?

Su sonrisa parece algo desencajada, como si algún calambre muscular afectara su rostro.

Como siempre, lejos de alterarse, el padre de Jane se mantuvo sereno a pesar de los gritos de esta, y como siempre, ello no hizo sino alterar todavía más a Jane, puesto que para ella, la actitud calmada de su padre, su forma de hablarle y sus palabras eran como si le hablase a una niña*, y ella no era una niña, por mucho que su maldito cuerpo llevase años sin cambiar lo más mínimo.

Ya, seguro que es por el dinero…- dijo, aunque el tono dejaba bien claro de que no creía eso -¡Seguro que no tiene nada que ver conmigo, con que la gente empiece a preguntarse por qué no…!- le dijo, cada vez alzando más la voz, aunque se interrumpió cuando alguien tuvo la brillante idea de llamar a la puerta en ese preciso momento de manera irritantemente insistente. Tal vez Jane no era la mejor elección para abrirle la puerta a nadie en ese momento, pero era la que estaba más cerca de la puerta, y además, el timbre interrumpiéndola había hecho que se cabrease aún más, así que fue a ver qué pasaba.

¿Y estos quien narices son?- se preguntó al ver a la pareja por la mirilla, esperando a que les abriesen… y eso es lo que hizo Jane, abrir la puerta, aunque de forma más bien brusca.

¿¡QUÉ!?- les preguntó, o más bien les chilló, pues ver lo que llevaban fue la gota que colmó el vaso.

La noticia correría como el agua, llegando a todas las casas del vecindario. ¿Una familia disfuncional acaba de llegar al vecindario? Esa era la imagen de los presentes al oír, desde el otro lado de la puerta, la acalorada discusión de la familia Slaughter. Aunque en este caso era Jane quien protagoniza el escándalo.

¡Holaaaa! – dijo la mujer con una amplia sonrisa.
¡Bienvenidos! – dijo el hombre de suéter impecable.
¡Sean bienvenidos a nuestra comunidad! – dijeron los dos casi al unísono para luego alargar sus cuellos como tortugas en búsqueda de adultos responsables.

El pobre muchacho acababa de comenzar a trabajar hoy, su primer trabajo y su primera pizza entregada por error aunque eso no era nada en comparación con la ira de Jane y su modo de abrir la puerta.

Entonces el joven dio un salto hacia atrás casi dejando caer la caja de cartón con el alimento dentro. Luego, tras recuperar la postura servicial y agradable, respondió.

-¡Hol….a! ¡B…buen día! ¡Traigo su pedido con macarrón! – dijo sonriendo todo lo humanamente posible.

Harry iba a contestar a Jane cuando de repente alguien pico a la puerta. Éste miro muy sorprendido a su mujer, no esperaban visita. Pero entonces Jane abrió, era un repartidor de pizzas.

Harry se levantó y se acerco a la puerta. ¿Macarrón? ¿Quien pone macarrón a la pizza?

-Amigo, se ha equivocado, no hemos pedido ninguna pizza. -Dijo poniéndose al lado de su hija.

Sara escuchó las respuestas de su hija, ya se esperaba una reacción así. Sin embargo, la frase sobre su edad traicionó sus expectativas; aquello sorprendió sobremanera a la madre de Jane, que no supo cómo reaccionar hasta unos segundos después. 

Cuando abrió la boca para responder, alguien llamó a la puerta. Jane abrió y se encontró con un pizzero que se había confundido. Al momento, tanto la joven como su marido respondieron al muchacho, pero ninguno le dio explicaciones o trató de ayudarlo. Sara se levantó también y se coló por una rendija entre ambos. 

-A ver, chico, déjame ver tu orden -dijo, cogiendo con una sonrisa comprensiva el papel con la dirección que tenía el muchacho*-. No es aquí, es dos casas más arriba, ¿ves? Aquélla de allí, la de las ventanas azules -le explicó, sonriendo mientras le devolvía la hoja-. Que pases un buen día, joven. 

Tras ello cerró la puerta de nuevo y se volvió, abriendo los brazos sin previo aviso y abrazando a Jane, que no se lo esperaba, con firmeza pero al mismo tiempo con suavidad.

-Jane, querida -susurró en tu oído-, ni de lejos se nos habría ocurrido hacer esto por lo de tu aspecto... Hay muchas formas para esconder la edad de una persona y parecer mayor o más joven... Te prometo que es por mí... Necesito un cambio, necesito sentirme útil... -se apartó y le levantó la barbilla con ternura, para clavar su mirada en la de ella, tan diferente, pero al mismo tiempo tan parecida a veces a la de Harry-. Necesito hacer algo en la vida que me llene y montar mi propia pastelería sería cumplir un gran sueño. ¿Lo entiendes?