Partida Rol por web

Melwan es una tranquila aldea del norte de Taol Kaer, próxima a la frontera con Gwindre. Situada al este del Bosque de los suspiros y al Oeste del paso montañoso de Dohag, la mayor parte de la gente diría que es un buen lugar para vivir. O al menos lo sería de no ser por la amenaza de los Feondas, pues localizada entre el bosque y las montañas, en una zona no demasiado poblada, la aldea podría ser un blanco fácil para el ataque de las criaturas.

A pesar de encontrarse bajo la protección del clan Mac Lyr, el consejo de Melwan cuenta con bastante autonomía para gestionar sus propios asuntos y el noble sólo cobra unos razonables impuestos a cambio de protección con sus tropas y el mantenimiento de los caminos que comunican la aldea con el mundo exterior.

Pero la relativa paz de Melwan se vió perturbada cuando la atalaya del paso de Dohag se iluminó en medio de la noche. El cuerno de alarma rompió el silencio, despertando a todos los habitantes de la aldea. El Demorthèn Wailen y la Dàmàthair de la aldea convocaron una reunión urgente del consejo. Por supuesto, toda la aldea acudió para discutir cómo proceder; después de todo, el paso de Dohag comunica la aldea con las montañas y la localidad más próxima al otro lado del paso, Varn, llamada igual que el lago junto al cual se ha construido, son antiguos aliados de Melwan y mantienen con ellos importantes relaciones comerciales.

No tardaron en decidir que una expedición de la aldea debería acudir para ver qué ha ocurrido y prestar ayuda en caso de que fuera necesario. La resolución del consejo tomó aún más fuerza cuando Arven, una guerrera del clan Mac Lyr nacida en la propia Melwan, llegó acompañada de un arquero, Ean, enviados por Aessan Mac Lyr para investigar lo ocurrido, aparecieron en la aldea. Dado que el camino de las montañas puede ser traicionero, la presencia de un Varigal que conozca bien la región era casi obligatoria, así que Yldiane en seguida se unió al grupo. Wailen no tardó en sugerir que su Ionnthén, Mòr, acompañase la expedición, pues sus conocimientos de la naturaleza y su formación militar anterior podrían ser de gran ayuda. Venec, el farmacéutico de la ciudad, no tardó en añadir que era posible que necesitasen ayuda médica si habían sido atacados y, aunque él mismo pretendía ir, su aprendiz se mostró ansioso por acompañar al grupo. No tardó en convencerle, alegando que siendo más joven podría mantener mejor el ritmo de viaje de sus compañeros.

Los cinco jóvenes descansaron unas horas para ponerse en camino hacia la atalaya al amanecer.

Melwan es una tranquila aldea del norte de Taol Kaer, próxima a la frontera con Gwindre. Situada al este del Bosque de los suspiros y al Oeste del paso montañoso de Dohag, la mayor parte de la gente diría que es un buen lugar para vivir. O al menos lo sería de no ser por la amenaza de los Feondas, pues localizada entre el bosque y las montañas, en una zona no demasiado poblada, la aldea podría ser un blanco fácil para el ataque de las criaturas.

A pesar de encontrarse bajo la protección del clan Mac Lyr, el consejo de Melwan cuenta con bastante autonomía para gestionar sus propios asuntos y el noble sólo cobra unos razonables impuestos a cambio de protección con sus tropas y el mantenimiento de los caminos que comunican la aldea con el mundo exterior.

Pero la relativa paz de Melwan se vió perturbada cuando la atalaya del paso de Dohag se iluminó en medio de la noche. El cuerno de alarma rompió el silencio, despertando a todos los habitantes de la aldea. El Demorthèn Wailen y la Dàmàthair de la aldea convocaron una reunión urgente del consejo. Por supuesto, toda la aldea acudió para discutir cómo proceder; después de todo, el paso de Dohag comunica la aldea con las montañas y la localidad más próxima al otro lado del paso, Varn, llamada igual que el lago junto al cual se ha construido, son antiguos aliados de Melwan y mantienen con ellos importantes relaciones comerciales.

No tardaron en decidir que una expedición de la aldea debería acudir para ver qué ha ocurrido y prestar ayuda en caso de que fuera necesario. La resolución del consejo tomó aún más fuerza cuando Arven, una guerrera del clan Mac Lyr nacida en la propia Melwan, llegó acompañada de un arquero, Ean, enviados por Aessan Mac Lyr para investigar lo ocurrido, aparecieron en la aldea. Dado que el camino de las montañas puede ser traicionero, la presencia de un Varigal que conozca bien la región era casi obligatoria, por lo que nombraron a Jearon para que guiase al grupo. Otra Varigal que había vuelto a Melwan no hace mucho tiempo, Yldiane, en seguida se unió al grupo deseando explorar los caminos de la región, a pesar de saber que Jearon es un hombre extrañamente parco en palabras. Wailen no tardó en sugerir que su Ionnthén, Mòr, acompañase la expedición, pues sus conocimientos de la naturaleza y su formación militar anterior podrían ser de gran ayuda. Venec, el farmacéutico de la ciudad, no tardó en añadir que era posible que necesitasen ayuda médica si habían sido atacados y, aunque él mismo pretendía ir, su aprendiz se mostró ansioso por acompañar al grupo. No tardó en convencerle, alegando que siendo más joven podría mantener mejor el ritmo de viaje de sus compañeros.

Descansaron unas horas para ponerse en camino hacia la atalaya al amanecer.

La nieve se acumula en el camino según os vais adentrando en las montañas. Ante vosotros se extiende un paisaje completamente blanco, y la total ausencia de huellas en el camino indica que la nevada es muy reciente. Sólo la pericia de un varigal hace que podáis avanzar sin peligro a través del paso de Dohag.

Poco a poco os acercáis a la atalaya. Estratégicamente colocada en un lugar con vistas sobre el valle de Varn y el de Melwan, la localización de la pequeña fortaleza es, cuanto menos, inhóspita. Las condiciones de vida en estos lugares are realmente complicada y la mayor parte de la dotación de estas atalayas está formada por soldados destinados a ellas a modo de acción disciplinaria. Ocasionalmente, algunos criminales son sentenciados a trabajar en estas fortalezas durante el tiempo que dure su condena, pero pocos llegan a cumplirla con vida.

La almenara aún sigue encendida en la única torre de vigilancia y, según os acercáis a la atalaya, veis que tiene una pequeña muralla de poco más de tres metros, que a penas oculta los edificios del interior. La pesada puerta de madera que interrumpe el camino parece cerrada aunque, para vuestra sorpresa, no hay ningún guardia apostado en el muro para dar la orden de abrirla.

Melwan le dejaba un sabor amargo en la boca y una sensación desagradable en el estómago. Tan pronto sentía cierta nostalgia por su vida allí como le sobrevenía una ira visceral que le hacía apretar tanto los dientes que la mandíbula le dolía durante horas así que no lamentó el abandonar su aldea natal para afrontar el desamparado entorno que les esperaba en la atalaya.

Quizá fue por ello por lo que Arven no se mostró especialmente comunicativa, estaba más pendiente de mirar dónde ponía el pie y no parecer doblada por el peso del escudo a su espalda que de sacar una conversación con los demás callando para sí la alegría de ver de nuevo a su amiga y las pesimistas sospechas que tenía sobre ella.

-...-Bueno, no esperaba una bienvenida con lágrimas en los ojos por la gratitud y "menos mal que habéis venido", pero esto es...siniestro-qué silencio-musitó entornando ligeramente los ojos como si sospechase algo y, entonces, bajó los párpados completamente eliminando cualquier distracción visual para centrarse en lo que podía oír.

El chico caminaba despreocupado observando el terreno, distrayéndose aquí y allá con sus ingenios (o tontunas). Cuando la mole de la atalaya se hizo palpable a corta distancia su naturaleza inquieta y aventurera afloró haciéndole adelantarse. Los apresurados pasos del aprendiz arrastraron guijarros por todo el camino hasta que estuvo al lado de Arven, quien iba en vanguardia.

—Es mucho más grande de lo que esperaba— apuntó —Bueno, más grande... quiero decir. Conocía sus dimensiones a priori pero la perspectiva de una construcción de esta índole resulta difícil de asimilar. ¿Has estado alguna vez aquí? Yo no, nunca he estado en una construcción de este calibre. ¿Crees que habrá criminales entre la dotación? No he tenido constancia de que alguno haya sido designado desde Melawen... pero quizá desde el Clan Mac Lyr?—

Este lugar me inspira una total desconfianza. Hemos estado caminando durante no sé cuánto en la maldita nieve blanca. Casi me dejo los ojos y la piel me quema por completo. Además el frío es aterrador, y la posibilidad de que los Feondas se hayan instalado aquí parece mayor cada minuto.

Me aferro al arco y doy gracias de que al menos hayamos llegado a algún lugar. Cuando elevo la mirada para contemplar la torre no puedo evitar, casi instintivamente, sacar una flecha. Siento que alguien podría estar observando desde la almenara y, por algún motivo, si nos han visto, no nos han hecho ninguna señal. De hecho, parece que no se escucha nada en absoluto.

-¡Qué tranquilidad!- digo con evidente ironía. -Este es un lugar maravilloso para hacer servicio militar, sin duda... Escucha, Arven, ¿qué demonios le hemos hecho a Mac Lyr para merecer semejante festival de alegrías?

Luego escucho las palabras del hijo del farmacéutico asombrado.

-Sí, es verdaderamente inmensa, en efecto.- Estos provincianos...

Charláis durante un momento, pero cuando al fin guardáis silencio, lo único que se escucha es el viento entre las cumbres de las montañas que rodean el paso. Recorréis la muralla, que a penas tiene unos diez metros de largo y veis que por uno de sus extremos se pueden utilizar las rocas de la propia pared montañosa para trepar sin dificultad. No parece el muro más seguro del mundo presentando un acceso tan fácil, pero es un lugar bastante visible para cualquier centinela y Arven está bastante convencida de que al menos dos solían ocupar la muralla y la torre de forma habitual.

En el tiempo que habéis estado aquí, tanto Ean como Arven saben que los guardias deberían haber salido a dar el alto, pero no ha aparecido nadie desde el otro lado. Con la puerta cerrada, la única opción que tenéis pasa por saltar la muralla, pero la nieve que lleva cayendo toda la mañana va a dificultar esa tarea.

-Ean...-usó un tono suave pero que avisaba de un posible rapapolvo. Si necesitaban ayuda y les mandaban a ayudar ella ayudaría y, si por casualidades del destino, a quienes tenía que ayudar era a sus antiguos vecinos y allegados, lo haría sin plantearse nada en absoluto.

Nada. Absolutamente nada, ni siquiera una tos más allá de la voz de Liam que, muy oportunamente, empezó a hablar y Ean aportó su grano de arena a la bota de la guerrera así que se resignó y desistió de intentar escuchar nada que llegase del otro lado de la fortaleza y retrocedió un par de pasos, para ver mejor.

-Alguna vez, creo. Seguramente. No voy a hablar de ello ahora.-Respondió con sequedad y de seguido al joven erudito antes de dar la espalda a la atalaya mientras hacía un recuento de sus posesiones-¿Cómo puede no haber nadie?- empezó a murmurar contrariada. 

-Cuerda...-cogió uno de los cabos y miró hacia arriba. Trepar nunca fue su fuerte, Yldiane tenía más destreza para desenvolverse entre ramas y muros y si le hubiese gustado el entrenamiento militar que había hecho de Arven la mujer que era en ese momento ambas habrían seguido siendo inseparables.-Lástima de gancho-Usar la cuerda como si fuese un anclaje por el que subir estaba descartado pero con la fuerza suficiente en el extremo que estuviese arriba... Contaba con ese grandullón, Mòr para que llegase a la cima primero, sólo por su tamaño tenía la fortaleza suficiente como para hacer de contrapeso mientras alguien subía por la cuerda. 

El problema era por dónde subirían.

-Busquemos un acceso más fácil -sugirió aunque su voz no dejaba lugar a réplicas-¿Qué tal se os da trepar?-era una pregunta de cortesía-Mòr-hizo una pausa como si dudase de que fuese realmente su nombre pero, viendo que reaccionaba, dio por hecho que no se había equivocado-tú subirás primero, harás contrapeso mientras los demás suben, te ayudan y yo vigilo-¿vigilar qué? Se le puso la piel de gallina- si ocurre algo mientras os reunís-hizo un barrido visual comprobando el estado del grupo-¿algo más?¿nada que añadir?¿tenéis cuerdas?-movió el cabo de la suya-

Liam se impacientaba por momentos. Miraba la Atalaya justo delante de él esperando para mostrarle todos sus misterios, pero la entrada se les resistía.

—Si. Seguramente Môr pueda escalar esto sin mayor contratiempo. Y entonces todos podremos entrar... ya sabéis. ¡Halehop!— 

—Claro que resulta extraño que nadie haya salido a saludar ¿No os parece? ¿No creéis que si llamamos mas fuerte alguién puede salir y abrirnos la puerta?— una mirada de soslayo de Arven le bastó para saber que había llegado demasiado lejos —Aunque eso podría ser peligroso. Quizá Môr pueda abrirnos la puerta una vez este del otro lado, así todos podremos cruzar sin mayor esfuerzo...

—¡Oh! No me mires así grandullón— respondió ante la mirada que este le había dedicado —Aquí cada uno tiene su cometido y el mio no es precisamente físico. Aunque creo que podría dar buena cuenta de ese muro.—

Saco una flecha de la aljaba y cargo mi arco con un rápido movimiento del brazo.

-Yo te protejo desde aquí, chiquitín.

La idea que subiera Môr era mejor que otras que se me habían ocurrido. En algunas incluso planteaba la posibilidad de que fuera yo, más ligero y versátil que Môr. No obstante, lo que tocaba era moverse, puesto que aquí eran presa fácil, tanto del exterior en que se encontraban, como de posibles guardias o enemigos que pudieran aparecer.

Charláis durante un momento, pero cuando al fin guardáis silencio, lo único que se escucha es el viento entre las cumbres de las montañas que rodean el paso. Recorréis la muralla, que a penas tiene unos diez metros de largo y veis que por uno de sus extremos se pueden utilizar las rocas de la propia pared montañosa para trepar sin dificultad. No parece el muro más seguro del mundo presentando un acceso tan fácil, pero es un lugar bastante visible para cualquier centinela y Arven está bastante convencida de que al menos dos solían ocupar la muralla y la torre de forma habitual.

Mientras Yldiane prepara una cuerda para facilitar aún más el ascenso al muro de vigilancia. Cuando termina de picar el hielo que cubre las rocas para evitar resbalones, avisa al resto del grupo para que vayan hacia allí.

Uno a uno trepáis hasta el muro ayudados por la varigal. Una vez arriba podéis observar el interior de la pequeña fortaleza. La torre de vigilancia está junto al muro y en ella aún arden los últimos troncos de la almenara avisando del peligro. Los edificios que albergan a la guarnición rodean un pequeño patio de armas, pero el lugar está completamente vacío y la nieve de esta noche ha cubierto cualquier tipo de rastro que pudiera haber en el lugar.

Lo único que os llama la atención, además de que el lugar esté completamente deshabitado, es un montículo de nieve y tierra, de aproximadamente medio metro de altura y dos de diámetro, situado cerca del centro del patio. Parece totalmente fuera de lugar y, si los guardias estaban retirando la nieve para despejar el paso a los edificios, sin duda hay lugares mejores donde apartarla.

-¿Qué demonios?- apenas había recuperado el resuello tras trepar por la piedra cuando encontró algo incluso peor que haber encontrado la devastación de una lucha: la inquietante sensación de abandono repentino como si hubiesen desaparecido. 

Soltando el aire que le quedaba en los pulmones con un suspiro que, esperaba, no pasase advertido como una prueba de cansancio (pese a que tanto Yldiane como Ean conocían de sobra la escasa resistencia física que atormentaba a Arven) y dio varios pasos por el muro hacia la torre de vigilancia descolgándose el escudo por precaución.

¿Qué tipo de ilusión es ésta? ¿Por qué no hay nadie?

Regresó sobre sus pasos sin haber percibido nada extraño desde la ligera variación de perspectiva.

-No quiero ser pesimista pero te va a tocar a ti asomar las narices en los sitios antes de que los demás entremos-le comentó a Ean a media voz y, como si encontrase gracioso tener que cargarle aquel marrón, sonrió ligeramente-Yo estaré cerca para cubrirte si tienes que salir echando leches y daros tiempo a organizaros-aseguró acompañando sus palabras con un asentamiento de cabeza-¿trato?

Mor desenvaina su Claymore. Su conocimiento de la naturaleza le insinua que eso no es natural. Y asea la construccion humana o la ausencia de la presencia de cualquier guardia.

-Que sera el bulto ese del medio? Parece un tanto fuera de lugar. Igual es un indicativo de por que no hay nadie por aqui. Pero no se si seria buena idea averiguarlo. 

Dice el grandullon señalando con una mano, mientras sostiene la claymore con la otra.

-Si es lo que a provocado que los guardias dejen sus posiciones puede ser algo realmente desagradable...O quiza un foco de enfermedades?

—¡Wuuuf!— el muchacho daba pequeños saltos como queriendo sacar de su cuerpo el letargo acrecentado por el sedentarismo de la vida en la botica. —Es verdad que hace frío aquí arriba ¿eh?— Comentaba casi distraído, como queriendo que una conversación banal se apropiase del grupo, para que no fuese todo tan callado y sombrío.

Observó con detenimiento el montículo que Môr había señalado preguntándose su naturaleza y no le gustó nada la expresión de Arven al hablar con Ean.

—Espera espera... — dijo como intentando dejar claras las cosas — ¿Quieres decir que esto realmente no es habitual? Pensaba que estabais tan sombríos y callados allí abajo con la intención de asustar a un novatillo, como yo. Pero esto ya se está yendo de las manos—

—Supongo que había pocos guardias— dijo como intentando normalizarlo todo para si mismo —Si ha habido una emergencia lo lógico es que acudan a ayudar, por lo que dejaron este sitio para que nosotros viniéramos a resguardarlo. Quizá es una cuestión de oportunidad y falta de recursos para cubrir todos los frentes ¿No creéis?

—Mejor será que bajemos a comprobar que demonios es eso que han dejado en medio del patio— dijo mientras buscaba una forma de acercarse a aquel lugar.

—Espero que no sea un montón de estiercol y que tengamos que recogerlo—

Mor niega con la cabeza.

-No, siempre ha de haber alguien en el fuerte. Si no se pueden encontrar al volver las puertas cerradas o  que el enemigo lo ha tomado y ya no tienen fortaleza...

Se encoge de hombros.

-Algo ha hecho que no haya guardias por aqui.

Contemplo la atalaya desde nuestra posición elevada con precaución. El silencio ha inundado el lugar, como la propia nieve. La vida parece haberse marchado con lo puesto, solo dejando un mojón en el centro como testimonio.

Cuando Arven comienza a acercarse ya me temía cuáles iban a ser sus palabras. Gruño un: "trato", con desgana, aunque el espadón de Mór mejora mi ánimo. Parece que al fin y al cabo puede ser útil esta buena gente. No obstante, si algo ha hecho huir a los guardias, dudo que nosotros podamos ofrecer una mayor resistencia.

Camino asegurando cada paso en la nieve. No me apetecería resbalar y acabar con la crisma rota en el patio, siendo el hazmerreir de cualquier fantasma que pudiera estar mirando. Eso no.

-Está bien, -digo a media voz.- Busquemos la escalera del adarve para bajar.

Echo un vistazo. En principio debería responder a una construcción más o menos estándar. En estas circunstancias tenso el arco a la espera de cualquier objetivo al que disparar.

Descendéis al patio de armas de la pequeña fortaleza de montaña y nadie sale en vuestro encuentro. Siguiendo indicaciones de Arven, os separáis un poco para no resultar un blanco fácil en caso de que algún enemigo haya tomado el lugar. Pero el ataque de ese acechador invisible nunca llega. El lugar está completamente desierto y tal vez eso sea incluso más aterrador que la idea de un grupo de bandidos conquistando la atalaya.

Poco a poco, os acercáis al montículo central. Desde luego, no parece algo que tuviera que estar allí. Retiráis parte de la nieve y lo único que encontráis es tierra removida.

- Es una topera... - dice de repente Yldiane. - El extremo de un túnel excavado en la tierra. Algo entró por aquí, y seguramente la utilizaría también como vía de salida.

Miráis nuevamente el montículo y os dais cuenta de que la Varigal tiene razón: parece una topera o algo similar; el extremo de una madriguera creada por un animal, ya sea un mamífero... o un insecto.

-Para ser una topera es enorme, Yldiane-dijo Arven acuclillándose junto a la tierra removida-¿cuándo hemos visto tú y yo topos tan grandes por la zona?-levantó la mirada hacia la varigal y no añadió nada pero las palabras de Mòr previas al descenso al patio y la terrible tranquilidad del lugar hacían que la imaginación de la guerrera, que no era algo al que le diera demasiado uso en momentos de tensión, evocara imágenes de un ente desconocido que había hecho desvancerse todo rastro de vida por ahí.

-Si es un animal lo que ha entrado ahí se le puede hacer salir... o averiguar dónde está su salida-hizo una mueca de disgusto al dirigir la mirada de nuevo hacia el hoyo-pero habría que despejar bien el agujero -y después del esfuerzo hecho por taparlo quizás no sea una buena idea, añadió ante el recuerdo reciente de retirar el generoso montículo de nieve-y hacer fuego para que el humo llene la galería.

Se irguió apoyando las manos en las rodillas antes de incorporarse del todo y estiró los brazos por encima de su cabeza.

-Voy a comprobar el almacén de la atalaya y los barracones, quizá haya algo que nos sirva de ayuda... como antorchas o algo de los que aquí estaban antes.-Y dicho esto retrocedió varios pasos alejándose de la extraña madriguera para adentrarse (o intentarlo al menos) en los edificios. Quizá no sólo encontrase algo útil sino también alguna pista de lo que había ocurrido ahí.

La gente no desaparece simplemente porque tengan una plaga de alimañas, Arven, y menos encienden el fuego de la atalaya para alertar a los demás.