Partida Rol por web

La soledad del camino te permite sumirte en tus recuerdos. A pesar de que sólo hace unos días que has abandonado Gwindre, tu reino natal parece tan lejano como la mismísima Chaïna, sede del centro de la iglesia del Templo en el Continente, fundada allí donde el mismísimo Soustraine decidió establecerse.

En frente de ti, aproximadamente a unos diez minutos, se encuentra la atalaya del paso de Dohag. Cuando llegues a ella tendrás tu primera interacción con los Tolkeritas y no puedes evitar cierto nerviosismo, pues sabes que, tras la Guerra del Templo, los miembros de tu orden no son muy bien vistos en los otros dos reinos. Pese a todo, el primero de tus destinos no está lejos de la atalaya, pues la Capilla de Santa Nyline pretendía servir como refugio para viajeros y peregrinos que se adentrasen en estas montañas.

La Capilla es el primero de los lugares que debes visitar en tu viaje, pues tu capitán te ordenó comprobar el estado de varios lugares sagrados que fueron abandonados durante la guerra. Temes la reacción de las gentes de estos lugares, pues ¿por qué si no te habrían enviado a ti a explorarlos? Sin duda un Vector hubiera sido más adecuado para explorarlos, pero si en vez de eso han enviado a un caballero del Filo, es bastante probable que vayas a encontrar bastante oposición en tu viaje, si no gente que se oponga a ti de forma abiertamente hostil. Sin duda tu capitán pretende que así te des cuenta de lo necesarios que son los Filos para proteger al Templo.

Sumido en tus pensamientos, tardas un momento en darte cuenta de que se acaba de encender la almenara de la atalaya. Tu corazón da un vuelco, pensando que tal vez puedan haberte tomado por la avanzadilla de un nuevo ejército invasor de Gwindre, pero en seguida te das cuenta de que ese miedo no tiene sentido. Algo debe de estar ocurriendo en la atalaya y, tal vez, si consigues llegar a tiempo para ayudar a la guarnición, puedas demostrarles que vienes aquí como un amigo.

Ir directo a la atalaya podría ser un punto a mi favor. Pero es cierto que mis ordenes son pasar primero por la capilla, quizás no debería demorarme en la atalaya. Bueno pensándolo bien, esas ordenes son de mi capitán y la verdad no tengo muy claro que el filo de la espada sea tan necesario en algunos casos. Mmm, ese doble sentido de la frase con el filo ha sido bueno, debería apuntármela... ¡Urvan! ¡Céntrate! - Aprieto el paso regulando la respiración para no fatigarme demasiado pronto, tengo que llegar a la atalaya lo antes posible, después del viaje noto como mi forma a mejorado un poco aun así ya llevo varias horas andando desde esta mañana y las piernas empiezan a pesar. Me llevo más de un resbalón con la gravilla de la carretera, pero esto no hace que aminore el ritmo.

Continúas por el camino y acabas viendo que la pequeña fortaleza de montaña bloquea el paso hacia el otro lado, así que no podrías haber llegado a la capilla sin pasar por aquí. Este hecho te relaja ya que, por mucho que tus órdenes fueran ir directamente al lugar sagrado, la almenara encendida indica claramente que algo está ocurriendo en este lugar.

Te aproximas a la atalaya con las manos alzadas para demostrar que vas en son de paz. La noche está llegando a su fin y prácticamente el fuego de la almenara es lo único que ilumina el estrecho camino de montaña. La oscilante luz de las llamas hace bailar a las sombras a tu alrededor y te deslumbra cuando miras directamente hacia la torre de vigilancia.

Sin embargo, consigues llegar prácticamente hasta la puerta sin recibir ningún disparo de un arco o una ballesta, lo cual parece un logro considerable... Al menos hasta que te das cuenta de que tampoco has recibido ningún aviso de los guardias.

Desde tu posición observas la muralla que cruza el camino entre los dos picos de la montaña. A penas llega a los diez metros de largo y tres de alto, pero cuando consigues mirarla sin que la luz te moleste, observas que está vacía. Desconoces las costumbres de Taol Kaer, pero desde luego no tiene mucho sentido mantener una fortaleza así y una torre de vigilancia si no hay nadie para guardarla.

Te acercas a la puerta que está en mitad del camino y no te sorprende encontrarla cerrada desde el interior. Pero era de esperar que también hubera alguien para abrirla... Das un grito para pedir paso, pero nadie contesta. Vuelves a llamar y sólo entonces escuchas una débil voz que llega desde el otro lado, aunque a penas puedes comprender la única palabra que parece decir antes de toser un par de veces y quedar nuevamente en silencio.

Frunciendo el ceño te giras para ver por dónde puedes sortear el muro. Probablemente el lugar más sencillo sea uno de sus extremos, donde las rocas de la montaña pueden servirte de ayuda para trepar. Te acercas para inspeccionar el paso cuando notas algo frío en tu mejilla. Empieza a nevar. Si vas a subir por aquí, será mejor hacerlo antes de que la nieve dificulte aún más el acceso.

El frío empieza a ser incómodo. Por un segundo me vuelve a pasar por la cabeza la duda si sirvo en el filo, nunca tuve un físico decente... bueno, ahora después de todo el entrenamiento estoy mejor que nunca, pero sigo estando por debajo de mis antiguos compañeros. - Seguro que ellos no hubieran tenido ningún problema en trepar el muro. - Me paro buscando una zona más fácil para la escalada... intentando darme prisa en buscarla por la nieve. Al final encuentro una zona un poco más alejada, en la que parece que la pared esta más desgastada probablemente por algún asedio en donde se le lanzaron rocas. Gracias a esto hay agujeros de tamaño considerable en los que puedo poner los pies y manos para escalar con mayor facilidad.  Empiezo a trepar y un par de veces doy resbalones. Parece que a pesar de haber encontrado un sitio donde un niño pequeño podría escalar sigo siendo yo. Así que con calma pero decidido voy subiendo despacio intentando no caerme.

Empiezas a trepar por el muro, pero la nieve hace que la piedra se vuelva más resbaladiza y resbalas hacia atrás. En la caida te haces algo de daño en la rodilla y seguramente tengas alguna molesta contusión durante varios días, pero no es nada comparado con lo que te podría haber pasado.

Te levantas esperando que no se haya roto nada importante de tu mochila, que ha amortiguado ligeramente el impacto. En seguida te pones a buscar a tu alrededor algo con lo que buscar algo más de apoyo para la escalada. Salvo un par de árboles bajos y piedras no hay muchas cosas a tu alrededor, así que apilas un par de rocas para poder alzarte un poco más.

Tras un par de intentos, consigues agarrarte a la parte superior de la muralla y te encaramas a ella. Cuando miras al interior de la atalaya reprimes una arcada ante el dantesco espectáculo que se presenta ante ti. El patio de armas está salpicado de sangre por todos lados y en algunos lugares ves armas y escudos tirados en el suelo, algunas de ellas rotas o dobladas como si una roca les hubiera caido encima. Aproximadamente en el centro del patio hay un agujero de un par de metros de diámetro que parece una enorme topera que parece llevar a un improvisado túnel.

Te asomas hacia abajo y ves a un soldado tumbado en el suelo, haciendo esfuerzos por moverse hacia la puerta, aunque su estado casi le impide moverse por completo. El rastro que deja tras de si lleva hacia la escalera de mano que asciende a la torre y las manchas de sangre en los peldaños indican que probablemente haya caido mientras descendía. Por el tiempo que ha pasado, estás bastante seguro de que ha sido él quién ha encendido la almenara. Buscas rápidamente las escaleras que descienden hacia el interior y, mientras te diriges a ellas te das cuenta de otra cosa: ese hombre es el único cuerpo que has visto en todo el patio. Si los barracones están vacíos como parece bastante probable, alguien, o más bien algo, ha acabado con toda la guarnición.

Noto un pinchazo en la rodilla mientras me encamino a las escaleras. Aunque conforme ando y entro un poco en calor el dolor va menguando. - ¿Qué narices habrá pasado aquí?... ¿Dónde demonios están el resto de cuerpos? Soustraine misericordioso cuida mis pasos. - Mientras rezo mis plegarias continuo mi camino hacia las escaleras. Inspiro profundamente, y me paro al linde de las escaleras reflexionando un momento. Intento buscar entre todos mis conocimientos con la ayuda del Uno tratando de recordar algún hecho similar y así poder ir algo prevenido.
Tomando las precauciones adecuadas comiendo a bajar para encontrarme con el superviviente y asistirle.

- ¡¡De acuerdo, de acuerdo!! nos movemos, pero intenta tranquilizarte un poco, si te terminas de romper la pierna ya será imposible que nos podamos retirar. - Le comento mientras le pongo el brazo sobre mis hombros y le ayudo todo lo que puedo para llegar a la torre. Supongo que dentro de la torre estaremos a salvo de esa criatura y podré atender sus heridas. 

- ¿Cómo te llamas, soldado? - Intento mantener conversación con él para que se relaje un poco, si sigue con esos nervios le va a dar un ataque al corazón.

El soldado se apoya en tu hombro con un esfuerzo. - Gowan... Me llamo Gowan - dice mientras intenta moverse.

Sin embargo, cuando ve la dirección que tomas se para bruscamente.

- ¡NO! No lo has entendido... ¡Tenemos que irnos de AQUÍ! - Grita casi histérico. - No debemos permanecer en esta atalaya.

Tira ligeramente de ti en dirección contraria. Probablemente en otras circunstancias te hubiera desequilibrado, pero evidentemente no está en su mejor momento y prácticamente no tiene fuerza como para mantenerse a si mismo. A pesar de todo, consigue dar un par de pasos alejándose de la torre de la almenara, pero bordeando al mismo tiempo el montículo de tierra del centro del patio.

Al girarte hacia él, tienes ocasión de ver un poco mejor el montón de tierra removida. Tendrías que acercarte para verlo mejor, pero desde tu posición parece una especie de topera o algo similar.

Dado a la situación actual de Gowan no me queda más remedio que ceder y dejarme llevar en la dirección. Además hay algo en el ambiente que me da mala espina, con lo que cuanto menos tiempo permanezcamos por aquí mejor. Intento ayudarle a caminar lo más rápido posible en la dirección que me indica hasta llegar a una zona más o menos a cubierto. Allí le animo a que se apoye en el suelo mientras reviso sus heridas y busco en mi petate algo con lo que pueda por lo menos hacerle una cura improvisada. Parece una tontería pero esa clase de apaños te pueden salvar la vida en esas circunstancias.

Cruzáis el patio y llegáis a la otra puerta de la atalaya, que bloquea la continuación del camino por el que has llegado. Allí dejas al soldado en el suelo e intentas estabilizarle aplicando tus escasos conocimientos de medicina tradicional. El soldado niega con la cabeza.

- Aquí no... - dice. - Abre esa puerta y salgamos al camino - añade en un susurro ahogando un grito de dolor cuando exploras sus heridas. - Conozco un lugar seguro... No muy lejos... - dice con voz entrecortada. - Una antigua... capilla...

Abres los ojos sorprendido. Según tus mapas la única capilla próxima es el objetivo de tu viaje a esta región, la Capilla de Santa Nyline. Si es así, sin duda el Uno favorecerá tu peregrinaje y te ayudará a salvar la vida del miembro de la guarnición.

- Vamos... - dice el hombre poniéndose en pie y haciendo amago de agarrar el travesaño de la puerta. Sin embargo está a punto de desplomarse, pues evidentemente carece de fuerzas para abrir la puerta él solo.

Resignado, hago caso del hombre. parece demasiado obcecado y ponerse a discutir con el no me iba a llevar a ningún sitio y lo único que conseguiría es perdertiempo y hacer que empeorase. En cuanto le veo intentar abrir la puerta le paro agarrándole por el brazo, y guiándole le coloco su extremidad sobre  mis hombros para cargar con él. Abro la puerta y me dispongo a cargar con el maldito diablo hasta la frontera de Taol-Kaer si fuera necesario. Camino con toda mi determinación sin hacer pausa, notando que en los momentos de flaqueza tengo que cargar con su peso prácticamente a plomo.

Caminas con el guerrero apoyándose en tu hombro y a duras penas consigues mantener el equilibrio en más de una ocasión. Sin embargo, las frecuentes paradas te permiten observar bien el camino por el que vas avanzando. El trayecto desde la atalaya hacia la población de Varn parece lo bastante transitado como para que cualquiera pueda seguirlo sin dificultad. Desgraciadamente, tan sólo lo debes recorrer durante aproximadamente medio kilómetro.

Prácticamente cubierta por la maleza, a un lado del camino sale una pequeña senda, casi desaparecida por falta de uso. El guardia te confirma que la capilla se encuentra en esa dirección, así que te desvías del camino principal. El ascenso es complicado por culpa de la maleza y de la nieve y el peso de Gowan ralentiza aún más el camino.

Tal vez hubieras preferido hablar con él sobre lo ocurrido en la atalaya, o incluso sobre la historia de la región y de la capilla, pues a penas sabes que está dedicada a Santa Nyline, de la que se dice que invocó a los poderes del Dios Único para salvar a un grupo de peregrinos que la acompañaban en una peregrinación a Gwindre de una horda de Feondas que los atacó. Sin embargo, el camino parece demasiado complicado para que el guerrero pueda concentrarse en nada más que avanzar.

Te sumes en tus pensamientos, planteándote si realmente los Filos deberían servir para proteger a la gente independientemente de su credo en vez de para luchar contra todos aquellos que no abrazan vuestra fe, igual que Nyline protegió a los peregrinos, pero sin duda también hizo un favor a los tolkeritas librándoles de esas criaturas que suponen una plaga para la humanidad. Feondas... ¿serán ellos los causantes del ataque a la guarnición del paso?, te preguntas mientras sigues avanzando.

Distraido, a penas te das cuenta cuando al fin la capilla aparece al final del camino. Tardas un momento más en observarla y la decepción te golpea como una maza. El lugar está abandonado. Tras la guerra, los habitantes de Taol Kaer probablemente se volvieran más intolerantes con la fe verdadera de tu iglesia y, quienquiera que cuidase de la capilla, hace muchos años que no vive aquí. Entendiendo al fin el motivo por el que el camino estaba prácticamente cubierto por la maleza, te adelantas allí, pues ahora mismo es tu única opción para resguardarte de la tormenta e intentar salvar la vida al soldado que te acompaña.

Junto a la capilla de piedra ves lo que en algún tiempo debió un pequeño edificio de madera, ahora completamente derrumbado. Es fácil que fuera el hogar del encargado de la capilla, pero ahora mismo el único lugar donde puedes entrar el el templo en sí mismo. Abres las puertas, que crujen al girar, y enciendes alguna de las antorchas de la pared. El tiempo ha respetado bastante la pequeña capilla, que, pese a estar llena de telarañas y tener algunas de sus vidrieras rotas, se mantiene bastante bien.

Sintiéndote algo más cómodo dentro del familiar entorno de la capilla, no muy diferente a otras de tu propio reino, dejas la mochila y te diriges a cuidar de Gowan.

Intentando contener mi lengua sobre todas las dudas que surgen en mi cabeza y que me gustaría que Gowan me contestase, me centro en lo importante. Busco un lugar donde poder dejar al soldado acostado, encontrando un banco de piedra situado en uno de los laterales de la capilla. Retiro la capa del soldado poniéndola en el banco para intentar así aislar al pobre de la fría piedra. Una vez acostado me retiro mi propia capa para protegerle del frío. - Con una herida así lo primero es que no pierda calor. Y yo todavía tengo unas horas hasta que se ponga el sol y pueda apañármelas de alguna forma. - Lo siguiente hacer un fuego, entre las ruinas de la choza de fuera y las plantas crecidas dentro consigo piedras para hacer un cerco cerca del banco y pongo madera suficiente para prender el fuego. A continuación, salgo al exterior buscando un tronco un poco más gordo. Quizá un árbol seco que haya sido derribado por alguna bestia. Esto me lleva algún tiempo, pero por fin consigo encender el fuego y empezar a calentar el interior de la capilla. Observando el fuego ya  encendido lanzo mi oración. - O Santa Nyline, intercede por mi ante el Uno, y al igual que el guió la mano de Soulstrain, que guíe mi mano ahora para ayudar a esta buena persona. - Una vez dicho esto y dado las gracias por haber podido llegar hasta allí me pongo manos a la obra e intento limpiar en condiciones la herida de Gowen con el poco agua que me queda. - Es posible que en la capilla haya alguna fuente, pero ya me preocupare por el agua cuando le haya limpiado la herida. Si no hay fuente dentro tocara dar una vuelta por fuera... aunque quizás ya sea mañana. -

Rápidamente, reunes leña para encender una hoguera y enciendes un fuego junto al soldado herido antes de ponerte a atenderlo. Apartas su capa y empiezas a desatar las cinchas de su armadura cuando te agarra la mano.

- No te molestes... - dice entre toses. - No llegaré a mañana - afirma con rotundidad. Ignoras sus palabras hasta que, al quitar la cota de malla, ves la herida que tiene en el costado. En ese momento te das cuenta de que está mucho más allá de tus escasas habilidades de sanador y le dedicas una oración al Uno, pues casi resulta sorprendente que Gowan haya llegado hasta aquí.

- Tienes que escuchar lo ocurrido en el puesto de guardia - añade con voz débil, como si supiera que su testimonio es importante y tú eres la única persona a la que se lo puede transmitir. - Tal vez te resulte inverosímil... yo mismo me resistiría a creerlo si no lo hubiese visto con mis propios ojos, pero te juro por tus dioses y por los míos que es la verdad.

Toma aire un momento, como si necesitase inspirar para recuperar sus fuerzas.

- Era una guardia normal, algo más fría de lo habitual en estas malditas montañas... Algunos de los hombres ya se habían levantado; yo seguía en la torre, aunque durante la noche cerrada a penas se ve nada. - Gira la cabeza hacia un lado, rememorando.

- De repente el suelo del patio se empezó a mover. En seguida dimos la alarma y mis compañeros empezaron a salir, armados. Esa criatura apareció de la nada - su voz se acelera y, aún sin tocarle, podrías asegurar que su pulso también. - Nunca había visto un feond tan colosal. Parecía un enorme gusano que se arrastrase, pero cuando los hombres salieron con las antorchas iluminaron decenas de patas en su costado. Era como un ciempiés gigante, con unas tenazas tan largas y afiladas como una espada, pero esgrimidas con toda la fuerza de ese monstruo en vez de por un brazo humano.

Se para e inspira varias veces, rápidamente.

- Conseguí encender la almenara. No puedes imaginare lo difícil que es mientras escuchas a tus compañeros gritar y morir sin que puedas hacer nada. Nuestros golpes a penas afectaban a la criatura, que se movía matando a diestro y siniestro sin que pudiéramos hacer nada. Intenté bajar para ayudar a mis amigos, pero algo golpeó mi espalda. Resbalé y a partir de ahí no recuerdo nada más.

Cierra los ojos y ves cómo las lágrimas deslizan por su mejilla. Su respiración es ahora entrecortada y sólo se mueve para toser sangre una vez más. Salvo que reciba atención inmediatamente, sus horas están contadas y no crees tener las habilidades necesarias para ayudarle. Ni siquiera estás seguro de que un médico pudiera salvar su vida ahora. Necesitarías un auténtico milagro para mantenerle con vida, aunque tal vez estés en el lugar adecuado para ello.

Rezas una vez más, encomendándote a Soustraine y pidiéndole que ayude a salvar al soldado. Pero tus oraciones no encuentran respuesta. Cuando vuelves a mirar al soldado ya no respira. Tomas su mano y compruebas que su pulso ha desaparecido. Por costumbre, dibujas sobre su frente una estrella de seis puntas esperando que tu fe sirva para salvar el alma del soldado pagano.

Escucho atentamente las palabras de Gowan...

... Nunca había visto un feond tan colosal. Parecía un enorme gusano que se arrastrase, pero cuando los hombres salieron con las antorchas iluminaron decenas de patas en su costado... 

Las palabras hicieron que un escalofrío recorriera mi espalda, entre abrí los labios para intentar contestar pero Gowan siguió narrando la horrenda situación que paso hace pocas horas. Cuando termino la historia no pude más y retorciendo la capa con las manos no pude contener una lágrima de mis ojos... - ¿Cómo puede... esas cosas no deberían existir... - Pienso para mi. 
Cuando vuelvo mi atención sobre Gowan el pobre ya no respiraba. Golpeo con el puño la fría piedra y maldigo a esas criaturas. Después de las respectivas oraciones, respiro profundamente y busco un sitio en el que pasar la noche.

A la mañana siguiente Hago todos los preparativos para dar un entierro digno a Gowan. Busco un terreno apropiado en los alrededores de la capilla. Siempre que este cerca será un buen sitio. Me tomo mi tiempo para dejar una lápida en condiciones, grabando en una tabla de madera con el cuchillo su nombre. Cuando termine como un poco de las provisiones que tengo y me dispongo a cazar algo para aumentarlas. Después de cazar un par de mamíferos pequeños, de los cuales intento aprovechar todo, salando la carne para que me sirva para el camino y aprovechando las pieles para hacer pequeños trozos de tela, los cuales ya decidiré su función en el futuro, aprovecho el poco tiempo que me queda para inspeccionar y tomar notas sobre la capilla. Tanto de su estado de conservación cómo de los costes de mantenimiento para reactivarla en un futuro. Cuando termino todas las anotaciones... agarro con fuerza el cuaderno y lo lanzo contra la pared. - ¡Cómo puedes ser tan tonto! ¡Reacciona! Te acaban de decir que un puto feond ha asaltado una atalaya y tu sigues con esa misión de documentar el estado de diversas capillas. ¡Ahora mismo urge más avisar del ataque! - Recojo el cuaderno y mis cosas y a pesar que no quedan muchas horas de luz decido encaminarme a la población más cercana.

Entierras el cuerpo de Gowan, grabando su nombre en una de las viejas tablas del edificio derrumbado que se encuentra junto a la capilla. Rezas una oración por él y por un momento te planteas dibujar junto a su nombre una estrella de seis puntas. Decides no hacerlo, porque a pesar de ser una tradición para tu gente, no parece probable que el guardia comparta tus creencias religiosas.

Te levantas y limpias el sudor de tu frente. A pesar del frío, el ejercicio realizado cavando la tumba bajo la nevada, ahora más ligera que a comienzos del día, te ha mantenido caliente todo este rato. Sin embargo, empiezas a acusar tanto el cansancio como el gasto de energía, así que decides cazar algo para complementar tus frugales raciones de viaje.

Coges tu ballesta, pues es un arma mucho más apropiada para la caza que la espada y el escudo, y te diriges hacia la senda por la que llegaste a la capilla. Sumido en tus propios pensamientos, no te das cuenta de que no estás solo hasta que no es demasiado tarde. A pocos metros de ti aparecen de repente cinco personas: una mujer que embraza escudo y espada parece liderar el grupo, pero junto a ella hay un hombre inmenso con un pesado espadón y otras dos personas detrás que a penas tienes tiempo de ver antes de que un arquero carraspee desde un lateral para desviar tu atención hacia la flecha que tiene dispuesta, apuntando directamente hacia ti.

Al acercaros a la capilla, Arven os hace un gesto para que paréis. Cuando para el ruido de vuestras pisadas, podéis escuchar un sonido repetitivo, como si algo de metal estuviera rozando la piedra. Con cuidado para no desvelar vuestra posición, la guerrera desenvaina su espada y embraza el escudo. Una señal a Ean es suficiente para que el arquero se separe algo del grupo y se oculte entre la maleza con una saeta preparada para disparar. Mór se coloca junto a Arven, protegiendo a Liam e Yldianne con su inmensa envergadura.

Esperáis un momento y veis acercarse a un hombre que camina distraido. Lleva una ballesta en su mano, pero lo que más llama vuestra atención es su indumentaria: una cota de mallas cubierta por un emblema en el que se puede ver una espada sobre una estrella de seis puntas: ¡Un Filo del Templo! El brazo armado de la iglesia de Gwindre, que hace décadas fueron los soldados más temidos de ese reino durante la Guerra del Templo. Pero, ¿estará solo o acaso Gwindre se dispone una vez más a invadir Taol-Kaer?

Antes de poder responder esa pregunta, el hombre se encamina hacia vosotros, no dejándoos más opción que salirle al paso.