Partida Rol por web

La boda ha ido muy mal.

Se suponía que era una ceremonia secreta: los fae son muy celosos de sus rituales privados.

El lugar de celebración era el teatro Palace, una vieja ruina que lleva años cerrado pero es un secreto a voces que es un lugar de poder. Dicen que se alza sobre un antiguo megalito que en realidad es un portal al Reino de los Shide. También se rumorea que cuando va a llover puedes sentir como el suelo tiembla cerca de ese lugar. Incluso hay quien dice que por las noches una troupe fantasmal sigue actuando en su escenario para cualquiera lo bastante loco como para entrar después de dejar el dinero de la entrada en la taquilla entablada. Es difícil decirlo, a las hadas les encantan las historias y se preocupan mucho de enmarañar la verdad con ellas.

La ceremonia no era algo que se vea todos los días: Owain, el Último Dragón, iba a contraer matrimonio con Yolanda, la Reina de Invierno. Era un matrimonio de conveniencia, una alianza que habría fortalecido a la Corte en la eterna pugna con sus rivales y habría dado la opción a Owain de perpetuar su linaje moribundo.

Entonces han llegado los pistoleros. 

Todo ha sido muy rápido pero era una emboscada perfectamente calculada. En un momento dado la Reina levantaba el Cáliz Sagrado y al siguiente estaban volando balas en todas direcciones. La leyenda dice que el hierro frío es una eficaz arma contra la Buena Gente. El plomo también funciona bien.

Habéis logrado escapar a duras penas. El viejo teatro no era un buen lugar para plantar batalla y, de todas formas, esa no era vuestra intención. Por suerte, había un lugar seguro cerca: un piso franco en el que refugiarse hasta que se calmen las aguas. 

El piso está oficialmente alquilado a estudiantes. Quizás por eso o porque nadie de los que se refugia aquí se molesta en limpiarlo después está hecho una pocilga. Hay papeles tirados por el suelo, basura, envoltorios de comida, el lavabo está atascado... Es normal que nadie se esconda aquí mucho tiempo.

Lo único en relativamente buen estado es una kettle eléctrica en la cocina junto a media docena de tazas de marcas publicitarias. Junto a ella hay un bote metálico con bolsitas de té, otro con café instantáneo y otro con azúcar. No hay leche (mpf).

Estáis todos en el piso franco de Joe. Os debía una y os la habéis cobrado. 

Probablemente no fue una buena idea acudir a la fiesta, pensó Bayhas, mientras buscaba un modo de detener la hemorragia que amenazaba con matarlo desangrado en el nada acogedor piso de Joe. Se desanudó la corbata con la mano izquierda (no sabías lo mucho que querías a tu mano diestra hasta que esta colgaba inútil a tu lado) y se quitó la chaqueta, que dejó tirada en el suelo. Después fue desabrochando los botones de su camisa y se la fue quitando despacio. La manga derecha estaba empapada en sangre y pegajosa, y le dolió al sacarla. 

Examinó la herida. Había un agujero aparentemente minúsculo encima del codo, pero del que seguía saliendo sangre. No a borbotones, pero seguía saliendo. Suspiró y se sentó en un sillón. Tuvo que quitar un montón de papeles que dejó tirados por el suelo. Entonces se apretó la herida con la corbata, esperando que la presión hiciera que el sangrado cesara. Si no, tendría que aplicarse un torniquete, pero eso sería la última opción. Le dolió bastante al aplicar presión, y le siguió doliendo mientras la mantenía apretada. 

Quizá no debería haber aceptado la invitación de Nina. Pero había sentido curiosidad. La boda entre un dragón y una miembro de los fae era todo un acontecimiento. Quizá el secreto de que Nina era una dragona estuviera aún velado al Consejo de Merlín, pero estaba visto que no lo era para Owain. O quizá sí. Nina no lo dejó claro. Solo le invitó con esa sonrisa suya, pícara e insinuante. Ese juego que se traían el uno con el otro en el que no quedaba nunca claro quién era el ratón y quién el gato. 

En realidad, era más que probable que el ratón fuera él.

La ceremonia había sido muy interesante. Pronto se olvidó de que estaba al lado de Nina y se concentró en las ceremonias, las palabras, los gestos, hasta en el zumbido ambiente que le indicaba que la magia se estaba reconfigurando mientras la boda avanzaba. Quizá sí que había un menhir en los sótanos del Palace.

Es posible que fuera esa concentración la que evitó que se diera cuenta de que habían empezado a volar las balas. 

Al principio todo fue confusión: chillidos de pánico, detonaciones, gritos de dolor. Notó cómo Nina le cogía de la mano y tiraba de él, y antes de que pudiera darse cuenta, estaban huyendo junto a otras dos personas por una pasillo estrecho. Nina abrió una vuelta, bajaron por unas escaleras, siguieron por otro pasillo... y entonces escucharon el rugido. 

En la oscuridad, Bayhas pudo ver las pecas de la cara de la mujer. Brillaban. Como pequeñas ascuas que empezaban a crecer, quemando su piel. - Owain... - dijo la chica, antes de abrir una última puerta que daba a la calle y empujar fuera a Bayhas. - Corre, ratoncito. Aléjate de aquí. - Antes de cerrar la puerta, con una sonrisa feroz (¿ribeteada de dientes puntiagudos?), Nina añadió: - Esto se va a poner muy caliente de un momento a otro.

- Nina, ¡espera! - se recordó gritando, mientras trataba de abrir la puerta y entrar dentro. Pero, o la habían atrancado desde el interior, o no era una de esas puertas que pudiera abrirse fácilmente si no estabas invitado a hacerlo.

La opción, claro, fue salir corriendo. Más cuando al mago se le ocurrió que los que habían atacado la ceremonia podían haber estado allí para buscarlo. En realidad, era poco probable. Los Hashshashin habrían esperado a matarlo de forma más discreta.

O no.

Al fin, se dirigió hacia la casa de Joe. Era un lugar que podría usar, Joe le debía una. Podría esconderse allí hasta que las cosas se calmaran y...

Lo recordó mucho tiempo como un martillazo.

Un martillazo que impactó en su brazo y que lo tiró al suelo. Al intentar levantarse, Bayhas notó que no podía plantar el brazo derecho ni hacer fuerza: un dolor lacerante se lo había inutilizado.

No pensó ni siquiera en invocar su magia para que el Manto de la Oscuridad lo cubriera. El dolor era muy fuerte, y le molestaba en su concentración. Simplemente siguió corriendo, tratando de esquivar a sus perseguidores. Miró para atrás solo un instante: parecían un grupo pequeño y, al menos, parecían humanos. 

Todo esto lo recordó mientras el dolor del brazo le golpeaba con latigazos que seguían el ritmo de su corazón, acelerado. Estaba sentado en el sofá de Joe, manchado con su sangre, y no tenía muy claro si se había quedado dormido o solo se había desvanecido unos instantes. Antes de poder mirar su reloj, escuchó que la puerta de la casa se abría. 

Sacó su revólver.

Apuntó hacia la puerta.

Estaba apuntando con la izquierda, pero, con un poco de suerte (la que le había faltado hoy), podría meterle un balazo al primero que se atreviera a atravesar el umbral. No se hacía demasiadas ilusiones al respecto de que fuera a poder realizar un segundo disparo.

Andy le había llamado un par de días atrás. Parecía que iba a haber un evento importante entre los suyos, y estaban necesitando camareros y ayudantes durante la recepción. Sería un trabajo sencillo, buena pasta, y así "habría un rostro amistoso", le había dicho su prácticamente nueve amigue. Cleo aceptó sin pensarlo mucho, se trataba de un evento único que seguramente pocos mundanos habían conocido. Y el dinero adicional nunca le venía mal. Aunque estuvo tentada a contarle a Yakub sobre la boda, pero al final se contuvo. Quizás le preguntaría cómo se había enterado, aún cuando estaba aprendiendo mucho de él no iba a romper la confianza que le había dado Andy.

Le habían dado un uniforme, y Andy le presentó a otra joven, Adela Wells. Se veía que era una chica dinámica y segura de si misma, tomando el liderazgo entre los tres sobre las actividades que tendrían que realizar mientras finalizaba la ceremonia y una vez empezara la recepción. Todo el evento era sorprendente, y Cleo había intentado grabar algunas cosas de forma disimulada. Fue cuando empezaron las detonaciones, y por un momento todo quedó a oscuras.

Cloe despertó sin poder escuchar más que un sonido agudo en su oído. Estaba siendo arrastrada fuera del lugar por dos pares de brazos. La sentaron y pudo ver los rostros de Adela y Andy. -¿Nena, estás bien?- Susurró Andy tomándole el rostro a la chica. Cleo logró asentir, aún aturdida. La otra le miraba por encima de la frente. -No estás herida, aunque esa bala pasó muy cerca- Dijo Adela. -Sólo te desmayaste.- Cleo se sintió avergonzada al escuchar eso.

-Hay que salir de aquí, lo mejor es separarnos, no sabemos qué es lo que buscan. ¿Tienes a donde ir?- La fotógrafa volvió a asentir, más recuperada. Recordó que en esa zona vivía Joe, uno de los clientes habituales de Orión. Durante su primera semana en Swansea se había dado una situación incómoda con Joe en el local del vampiro, al parecer le acababan de avisar que iban a quitarle su beca al descubrir que había estado trabajando a tiempo parcial, lo cual estaba prohibido entre las condiciones al brindársele la beca. El joven había llegado con ganas de golpearse con el primero que se atravesara en su camino, lo que llevó a que terminara cabreando a otro de los clientes del bar. La cosa no prometía para Joe, pero antes que el pobre acabara de camino al hospital, Orion y Bayhas habían intervenido deteniendo la pelea. Cleo se había sentado a hablar con Joe, y entre cerveza, tequila, y otros licores (aunque ella se limitó a la cerveza), el tipo se desahogó con la fotógrafa. En un momento el licor terminó por tumbarlo; puesto que no sabían donde vivía, lo llevaron al local de Yakub, esperando que él pudiera darle alojo al muchacho por esa noche. Joe estaba muy arrepentido de lo ocurrido al día siguiente, pero parecía mucho más animado y dispuesto a buscar una solución a su nuevo problema que no fuera golpear a idiotas treinta centímetros más altos que él.

Adela guió a Andy y a Cleo fuera del local por la entrada "de servicio", y allí cada uno tomó su camino. Cleo estaba más centrada y empezó a correr, subiendo a trompicones las escaleras hasta el piso de Joe y abriéndolo de golpe.

¡BANG!

Cleo gritó y se agachó, mirando en la dirección donde estaba quien disparó contra ella. -¿¿Bayhas??- Dijo al reconocer al hombre. -¡Casi me matas, tarado!- Soltó antes de poder contenerse, asustada. Fue cuando notó que estaba herido. -M-m-mierda... Mierda, joder...- Se llevó ambas manos a la nuca, recomponiéndose del susto y empezando a preocuparse. -V-v-veré si Joe tiene alcohol o vendas.- Dijo, adentrándose mas al piso y mirando donde podría tener el estudiante el armario de primeros auxilios, si es que tenía. Se llevó las manos al bolsillo, pensando en llamar a Joe para avisarle que estaban allí, cuando se dió cuenta que no cargaba el móvil consigo. ¡Me cago en...! Gruñó con frustración, pero de momento la herida de Bayhas tenía prioridad.

Yakub no hubiera ido por su propia cuenta y riesgo a aquella celebración. No señor, pero hace años no había tenido mala relación con los fae, incluso se habían ayudado mutuamente. En ese momento estaban totalmente en paz y aunque no tenía obligación ninguna de ir sabía que recibir aquella invitación era una señal de respeto, y que rechazarla no sería en absoluto adecuado.

Así pues allí estaba, invitado en una boda en la que no quería estar. Demasiado mayor para estar rodeado de aquel grupo de... seres. Y seguro que muchos le miraban con odio o temor, o eso pensaba el viejo Yakub. Para cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde, demasiado como en los viejos tiempos.

El veterano cazador dio un paso atrás apoyando su peso en el bastón, ya había buscado las salidas más cercanas, pero quien quisiera que había atacado sabía bien hacer su trabajo y en el momento que se vio rodeado no dudó en hacer lo que sabía hacer. Aquella gente no era vampiros, fatas u hombres lobo, no... ninguno de ellos ataca disparando balas y en aquel número. Eran hombres, soldados. Asesinos. Se vio acorralado y aunque entrado en años no dudo en sacar a relucir sus conocimientos de combate. Cuando desenvainó la hoja que guardaba en su bastón no tardó en atravesar el estómago de uno de los atacantes. Un movimiento lento pero preciso le colocó detrás de una columna. Todavía tenía a dos enemigos entre la salida y él... pero era un viejo, y nadie le prestaba atención. 

Cuando se hubo desecho de todos y se encontró con el caliente cañón de un cuarto hombre que no había visto en su sien solo pudo dar un suspiro de resignación y cerrar los ojos. El sonido del disparo nunca llegó...

— Despierta viejo. ¿Has perdido reflejos? —

Calep, uno de los guardianes de La Reina de Invierno tenía la cabeza de aquel tipo sujeta por el cuello, mientras el cuerpo se desangraba a sus pies.

— Vete, poco puedes ayudar ahora... pero espero que recuerdes como funciona esto —

Y tanto que lo hacía. Desde ese momento estaba en deuda no solo con Calep, sino con cualquier guardián de la Reina que requiriera de su ayuda. Yakub salió de aquel lugar mientras guardaba su espada después de limpiarla en el interior del bastón. Se alejó del lugar a paso tranquilo, pero sin detenerse ni mirar hacia atrás. Hacerlo podría suponer la muerte. Igual que permanecer en las calles. Contra antes saliera de ellas, más oportunidades de vivir. Aquella noche habría sangre, y no solo la que se derramara en el teatro.
 

Diez minutos más tarde abría la puerta del apartamento de Joe, no era su mejor opción. De hecho no tenía pensado cobrarse aquella deuda jamás. Sabía a donde iba, ya había estado allí... y era... Fuera como fuera lo que Yakub esperaba desde luego no esperaba encontrarse a aquellos dos. ¿Habrían estado también en la fiesta? Bayash quizá... pero... ¿ella?

Yakub miró hacia atrás y cerró la puerta tras de si, se acercó a las a ventanas sin decir nada y comenzó a bajar las persianas una a una. En silencio. Sabía que aquel piso franco no era seguro. Joe debía demasiados favores a demasiada gente. Y aquella noche muchos tratarían de cobrárselos. Por ahora sería mejor esperar una o dos horas, y rezar por que ningún indeseable apareciera...

–Sí, una boda, Amethyst –explicó Orion a su socia mientras ella pinchaba el barril de cerveza y se burlaba de él–. Dejamos aquí a Neneh, nos ponemos guapos tú y yo y lo pasamos en grande.

Orion se sentía realmente entusiasmado. Hacía años que no iba a una boda, incluso antes de su “despertar”. Sí, estaba aquella pantomima a la que Eva le había llevado en York: Una boda entre vampiros… ¡Vamos, no me jodas!, pensó entonces y ahora. Sin embargo, el tipo aquel, Viktor, con su aspecto de cadáver medio corrompido parecía feliz de enlazarse (¿hasta que la muerte los separara?) con aquella chupasangre afectada que olía igual que la habitación de su abuela en verano.

 –Además, me interesa dejarme ver en sociedad. Tú y yo estamos construyendo algo grande aquí, ¿o no?

Sólo existía un pequeño inconveniente: que no estaban oficialmente invitados a la ceremonia. Al parecer los servicios de protocolo de las casas reales feéricas habían considerado que existían vampiros de mayor categoría que él en Swansea. Pero ese era un detalle sin importancia.

Orion y Amethyst entraron con mayor facilidad de la que esperaban. Nadie se puso más suspicaz de la cuenta en el control de acceso y él no tuvo que emplear ninguno de sus talentos. “Joder, qué suerte, tía”, le había comentado entonces a su socia. Pero lo cierto es que en ese momento debió darse cuenta de que algo no iba bien. O, al menos, debió de haber escuchado más atentamente los comentarios de Amethyst al respecto, especialmente el que hizo cuando se instalaron en uno de los viejos palcos del teatro: “Este es el mejor sitio para que un buen tirador logre abatir al mayor número de objetivos que intentaran huir por las puertas”. No, en ese momento lo único que pensó Orion era cuánto le había jodido la azotea Afganistán a la chica.

Tres tipos armados entraron en el palco cuando la Reina del Invierno levantaba el Cáliz. Uno de ellos llevaba una ametralladora ligera. Los cinco se observaron mutuamente sorprendidos durante un segundo eterno del que les sacó violentamente el primer disparo. En ese momento se desató el caos más absoluto y a Orion le dolía reconocer que Amethyst había reaccionado más rápida y eficazmente que él: agarró por el arma al tipo de la ametralladora, lo empujó al borde del palco y le gritó que se largara de allí.

Orion se quedó paralizado un segundo más, confundido y uno de los pistoleros le descerrajó un tiro en la cara que no le acertó de lleno gracias a su instinto. El dolor y el miedo le pusieron en movimiento –en el peor sentido del término– y el que le había disparado acabó tratando inútilmente de taponar la herida del cuello donde le faltaba un buen pedazo de carne. Lanzó al otro asaltante por el palco hacia el patio de butacas, sin importarle quién pudiera estar abajo y habría tirado también a Amethyst si no le hubiera impactado otro balazo, esta vez en el pecho.

–ORION, TIENES QUE SALIR DE AQUÍ –le gritó su socia parapetada tras la baranda del palco y devolviendo los disparos– VE AL CUCHITRIL DE JOE Y NO TE MUEVAS DE ALLÍ HASTA QUE LLEGUE YO CON LOS REFUERZOS.

Orion había aprendido a obedecer las órdenes de Amethyst cuando actuaba como jefa de seguridad, de modo que salió cagando leches del teatro y arrasando con todo lo que se ponía a su paso. Los disparos continuaban volando a su alrededor y lograron alcanzarle por tercera vez en los riñones. La cosa se estaba poniendo fea incluso para un vampiro.

Cuando llegó al piso franco Orion se aseguró de que nadie le había seguido. Por si acaso sacó una de las Glock 19 y con la otra mano abrió la puerta. Cruzó el umbral y entró en la habitación a oscuras e inmediatamente los vio: Bayhas, el viejo Yakub cerrando la persianas (todo un detalle) y…

–NO, VENGA YA, NO ME JODAS. ¿QUÉ COÑO HACE ELLA AQUÍ? –rugió Orion con la voz totalmente deformada y un aspecto demoníaco empeorado por el disparo en la cara que le había arrancado parte de la boca descubriendo los dientes de la hilera derecha.

Antes de que nadie le contestará la olió: ¡Sangre! ¡Sangre cálida! Miró a Bayhas hambriento e intentó recordar las enseñanzas de Yakub para contener a la bestia…

Cada vez estábamos más gente en aquel lugar... y cada vez por ende era menos seguro. Yakub se fijó entonces en la herida de Bayhas...

— ¿Podrás aguantar un par de horas? — Preguntó al árabe mientras se acariciaba la barba dando cortos pasos de un lado al otro de la habitación.

— Si nos quedamos aquí estamos muertos. Pero no podemos salir hasta que no se calme un poco allí fuera. Esperemos una hora y salgamos con cuidado. Si conseguimos llegar a mi tienda podremos mirar esa herida y deberíamos estar a salvo hasta el amanecer —

Miró a Orion. Eso sería un problema para él sin duda. Quizá tuviera algo para ocultarlo del sol, pero... ¿Querría? Si coneguían llegar a la tienda podría subirlos a todo a su taller y desde allí descansar y tratar de averiguar que narices había pasado.

Como era de esperar, no acertó ni por casualidad. Lo cual estuvo muy bien, porque no habría sido correcto descerrajarle un tiro entre ceja y ceja a... ¿Cleo? El mago bajó un poco la pistola, mientras escuchaba a la chica insultarlo. Murmuró una disculpa, pero notó que no le salían demasiado las palabras. Cerró un momento los ojos. ¿Se le había caído la pistola al suelo? Debía ser así, porque no la tenía ya en la mano... ¿se la había quitado alguien?

Parpadeó. La habitación se estaba oscureciendo. Estaban bajando las persianas. Miró con más atención: Yakub estaba bajando las persianas. Le había hecho una pregunta: ¿que si iba a aguantar? No lo tenía muy claro. - Aguantaré. - dijo, y hasta a él le pareció que hablaba con un hilillo de voz. Carraspeó. - Yakub. - Mejor. - Creo que me han seguido. Igual no tenemos ni una hora... - Empezó a darse cuenta de que el dolor y la pérdida de sangre lo tenían en shock, y trató de recuperar un poco el control.

Miró su brazo derecho y aprovechó que ya no tenía la pistola en la otra mano para apretar de nuevo su anudada corbata a la herida. ¿Sangraba menos? Esperaba que sí. 

Sentado aún en el polvoriento sillón, cerró los ojos. Trató de calmarse. De ignorar el dolor y recuperar algo de control. 

Inspirar... espirar.

Iiinspirar... espiraaar.

Inspirar... espirar.

Abrió los ojos: Orion Jones estaba cerca de él, mirándolo con ojos hambrientos y una herida en la boca que le deformaba el rostro. Sostuvo la mirada del vampiro. De hecho, intentó no quitarle ojo de encima. ¿Dónde está mi pistola?

Inspirar... ¿expirar?

Orion se acercó más al rostro lívido de Bayhas. CÓMETELO, CÓMETELO... Está débil, su sangre se desperdicia por el suelo... Trató de poner en orden sus pensamientos tal y como le había explicado Yakub: concéntrate en el Ki, en tu fuerza interior... Pero su fuerza interior era ahora mismo un animal hambriento deseando devorar a alguien.

-¿Te han seguido? Eso es una mala noticia -el vampiro no miraba a Bayhas a los ojos; no podía: el olor de la sangre le nublaba los sentidos.

Como una exhalación Orion cruzó la estancia, abrió la puerta y apenas tuvo tiempo de gritar: 

-Yo me encargo de ellos. Yakub, ponles a salvo.

Apenas había comenzado a dar algunos pasos por aquel piso, pensando en cómo ayudar, cuando vio aparecer a Yakub. Una mezcla entre alivio y culpa se reflejó en su rostro al ver a quien tanto le estaba enseñando. Pero... -¿Cómo supo que estaríamos aquí?- Preguntó. ¿La tenía rastreada? Vio al hombre concentrado en cerrar persianas.

Hubo una nueva entrada en la puerta, haciendo saltar a Cleo en su sitio. Casi volvió a gritar al ver a la aterradora criatura entrar... Hasta que se dio cuenta de quien era. ¿Ese era el verdadero aspecto de Orion? Su terror evitó que le respondiera cortantemente por su comentario. O, mejor dicho, que la inflección de su voz fuera más temblorosa que ofendida. -¿C-cómo que qué coño hago aquí? ¿Q-q-qué coño haces TÚ aquí?-

Lo dicho por Yakub la puso en tensión. ¿Pero qué estaba pasando? -¿Estaban en la boda? ¿Todos estaban en la boda?- ¿Pueblo chico, infierno grande?

— Orion —

Dijo antes de que el vampiro saliera del apartamento. Se acercó y le puso la mano en el hombro. La sangre de Bayhas, las heridas del vampiro... solo había que sumar dos y dos. Pero no era el momento de separarse ni de hacerse el héroe.

— Si han seguido a Bayhas hay dos posibilidades. Que sea el objetivo principal del ataque^[1]... o que simplemente no quieran dejar cabos sueltos. En cualquiera de los dos escenarios prefiero tenerte cerca la verdad —

Yakub le mostró una sonrisa agradable y confiada. 

— Se que puedes aguantar. En mi taller tengo algo de plasma que podría saciarte. Incluso si prefieres morder buscar una presa en esta zona ahora mismo sería un suicidio. Incluso para ti. —

El anciano se acercó a la kettle y puso agua a hervir. Miró a los tres, sin perder la sonrisa.

— Esperemos al menos media hora. Tomemos un te y salgamos juntos. Tendremos más probabilidades de esta forma, y podremos pensar en que ruta seguir y como pasar desapercibidos. —

Cuando el agua estuvo lista fue a Cleo a la primera que le ofreció el té.

— Así es, invitado por la propia Reina de Invierno. — Dijo sin perder la sonrisa. No quiso preguntar, no era asunto de Yakub si estaban allí para trabajar o simplemente se habían colado por algún rumor.

Apoyado contra la pared, el vampiro se forzó a respirar hondo. No tenía la necesidad pero el flujo de aire en sus pulmones le ayudaba a concentrarse. Poco a poco, el velo rojo que le nublaba la vista se desvaneció. Sus heridas se cerraron como por arte de magia: el tejido se recompuso como si tuviera voluntad propia. En cuestión de segundos su rostro volvía a ser el de un veinteañero con ojeras.

Con un gruñido, Orion apartó la vista de la sangre del suelo pero no podía dejar de olerla. Iba a tener que alimentarse muy pronto. Pero primero tendrían que salir de allí.

Orion, mantienes la calma. Te cierro esas heridas gracias a tu naturaleza vampírica: has descrito que te has llevado tres balazos pero no has elegido daño mientras que Bayash sí lo ha elegido, tiene un agujerito y lo está poniendo todo hecho un asco. 

El brazo de Bayhas no estaba tan mal después de aplicarle los primeros auxilios. En realidad, había sido una herida limpia aunque un tanto escandalosa. Desde luego, la camisa y la chaqueta se habían quedado para tirarlas. Con sumo cuidado, recogió su pistola mientras el viejo le atendía.

-Esta herida es un vulgar arañazo-murmuró Yakub haciendo un vendaje de emergencia con un trapo que había cogido de la cocina-Una vergüenza para ti y para tus antepasados.

Las había visto mucho peores en la larga noche. A su lado, encima de una silla, humeaban cuatro tazas de té y café negros como el demonio (no había leche). Mientras tanto, su mente estaba trazando una ruta por las callejuelas. Conocía bien los horarios de autobuses, los bares seguros y los callejones más discretos.

Mientras tanto, Cleo miró por un hueco de la persiana metálica calle arriba y calle abajo. El piso está a varias calles del Palace, en una segunda planta. Entonces lo ve: en la esquina hay dos tipos hablando y señalando en dirección hacia aquí. Llevan capuchas y grandes bultos en las manos que podrían ocultar armas de fuego. Un tercer hombre se une a ellos y se dirigen hacia vuestro portal pegados a la sombra de la pared.

¿Qué vais a hacer?

Después de que el anticuario le vendara la herida con un trapo de cocina y tras comprobar que había sido un simple rasguño, Bayhas no pudo sino mirar al anciano con un semblante serio. Se le paso por la cabeza decirle que no estaba demasiado acostumbrado a recibir disparos, o que él no tenía ni idea de lo que sus antepasados pensarían de él. Pero después pensó que, en realidad, sí era bastante probable que sintieran vergüenza por el último de los Al Rashid, medio desvanecido en un sofá por una simple herida de bala.

- Me desangraré con más dignidad la próxima vez. - dijo, mientras se levantaba del sillón. Se mareó un poco, pero no quiso darle a Yakub más motivos para insultarlo, así que se mantuvo firme. Aún con el torso desnudo, se mantuvo de pie y comenzó a girar su anillo. Tres veces.

Una vez, e invocó la magia ambiental que se movía a su alrededor. Jirones de energía, recuerdos y sueños que se arremolinaron alrededor del zafiro azul de su anillo.

Una segunda vez, e invocó el poder de su herencia. El poder del linaje de los Al Rashid, que llevaban siendo hechiceros desde hace más de cincuenta generaciones. Un poder que se había transmitido a través de la sangre que hoy se había derramado por su brazo.

Una tercera vez, y dio forma a la furia que lo invadía, al dolor que sentía y al odio que le embargaba en este momento. Odio por aquellos que le habían disparado, odio por aquellos que le menospreciaban y odio por ser el último de su familia y sentir en lo profundo de su corazón que lo más probable es que terminara muriendo solo y olvidado, y que eso no le importaría a nadie. 

Sus ojos se volvieron completamente azules por un momento. La energía del anillo le infundió potencia y resistencia. 

- Buscaré algo que ponerme. - dijo, mientras se dirigía a una de las habitaciones del cuchitril de Joe, con la esperanza de encontrar una camiseta no excesivamente sucia. 

Al parecer Bayhas iba a estar bien, aún cuando en ese momento su aspecto y la cantidad de sangre que había sobre el sofá parecían sugerir lo contrario. El señor Yakub se estaba encargando, por lo que la chica se acercó hasta la ventana y movió levemente las persianas para ver la entrada del edificio.

Lo que vió la puso nerviosa, claramente debían de tratarse de los perseguidores que había mencionado Bayhas. Comenzó a mirar hacia el resto de las ventanas del apartamento, si estaban a dos pisos del suelo tal vez podrían bajar con algo de cuidado. ¿Podría hacerlo el herido también? Intentó ubicar escaleras de emergencia o de incendios a los que pudieran acceder por el exterior, incluso pensó en que podrían, en vez de bajar, subir a los pisos superiores y dejar alguna pista falsa que hiciera creer a los hombres que habían logrado escapar del edificio.

- Joder, joder, joder... Qué poco ha faltado -murmuró Orion sin atreverse a mirar a nadie.

Pero el ansia no se va... Maldita sea.

El vampiro se acercó al cuarto de baño del piso mientras sacaba el móvil del bolsillo de su guardapolvo negro, ahora agujereado y lleno de sangre seca. Tengo que llamar a Amethyst. Debo asegurarme de que está bien y que me informe de lo que ha pasado. Luego llamaré a Pepe y a Connor, vamos a necesitar refuerzos.

Cuando vio el estado del aseo desistió de encerrarse allí para lograr intimidad. Mientras sonaban los tonos de llamada Orion buscó otra de las habitaciones alejándose del resto.

Cleo comenzó a temblar. -¡Oh mierda, ya vienen!- Dijo, describiendo rapidamente lo que vio por la ventana. Desesperada por encontrar una via de escape, vio que había una puerta de acceso en el rellano que daba hacia un callejón en la parte trasera del edificio. -Por esa puerta podemos salir.- Les dijo a los otros tres, haciendo muchos aspavientos con las manos. -¡Pero tenemos que salir ya cagando leches!-

Yakub sonrío a Bayhas, sus palabras lejos de querer ofender buscaban más una reacción. Un despierta y espabila que no estamos para lamentaciones. Parece que funcionó. Vio a Orion perderse en el baño y levantó la mano cuando escuchó las palabras de Cleo. Si ya estaban allí tendrían que salir inmediatamente.

— Todavía tenemos un par de minutos — Sonrío Yakub dirigiéndose al horno de la cocina.

Giró tres de los indicadores de potencia y se escuchó un click en la nevera. Cuando la abrió ya no estaban los restos de leche y comida podrida. En su lugar había^[1] varios chalecos antibalas, un par de pistolas y cuatro bolsas de sangre etiquetadas con los diferentes grupos sanguíneos... Lo bueno de Joe no era que te diera acceso a su apartamento... era saber los secretos del apartamento. Cogió un chaleco y una pistola y asintió ahora si a Cleo. También agarró una de las bolsas y se la lanzó al vampiro.

— Iré yo delante. La salida de Cleo parece la la mejor... — comenzó a relatar su plan — Una vez en la calle quiero que todos en silencio me sigáis. Nada más salir nos metemos en el callejón. Hay una puerta con un candado con código de seguridad. Lo abriremos y entraremos en las cocinas de un restaurante chino. No miréis a nadie, no toquéis nada. Saldremos por otra puerta al callejón de al lado. —

Miró su reloj.

— Tendremos que esperar unos minutos detrás de los cubos de basura antes de que pase el autobús. Nos montamos escondiendo las armas y nos sentamos, separados. —

Esperaba que todo el mundo le hiciera caso, incluido Orion. Así que encendió la televisión y la puso a todo volumen, cerró la puerta del baño una vez hubo salido el vampiro y tumbó el sofá a modo de parapeto. Si eso distraía a los asaltantes aunque fueran cinco minutos. Solo necesitaban esos cinco minutos que tendrían que esperar al autobús...

Amethyst no contesta. 

Irritante pero es más fácil que una bala le haya dado a su móvil a que le haya detenido a ella. 

Pepe tampoco está disponible. Ese desgraciado debe estar fumando hierba cuando debería estar de guardia. Casi puedes imaginar sus excusas: pero, jefe, se supone que iba a una boda...¿cómo iba yo a...?

Malditos españoles. 

Eso deja a Connor como favorito. 

-¿Jefe?

Llevas más de veinte años aquí y no te acostumbras a su acento. Incluso en los Valleys* donde se crió le consideran un bárbaro. No vale para secretario pero si le explicas bien las cosas puede hacer el papel de conserje intimidante de los que sacan la basura cogiendo un contenedor con cada mano.

-Sí... vale... Sí... ah... bien... vale, jefe. Despertaré a Pepe... sí... podemos estar allí en unos veinte minutillos... Con armas, vale. 

-¿Despertar a Pepe? Pero, pero, ¿que está durmiendo? Me cago -después del exabrubto Orion bajó de nuevo la voz-. Connor, en veinte minutos seré vampiro muerto, muerto. Tenéis diez, ¿me oyes? Ah, si podéis intentad contactar con Amethyst.

Orion colgó la llamada antes de que Connor terminara de farfullar algo ininteligible, abrió Whatssap y dejó un mensaje a su socia: "Rubia, llámame".