Partida Rol por web

Specus Vespertilionum

SPECUS VESPERTILIONUM

Zuheros - MCDXLI Anno Domini.

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30/01/2014, 22:28
Daemonii

 

El sol estaba muy bajo sobre el horizonte oeste; una brillante esfera roja cuyo borde inferior ya se posaba sobre las montañas. El amplio valle del Guadalquivir yacía bajo las últimas luces del día, y un finísimo velo de niebla flotaba sobre la tierra, envolviendo al pequeño pueblo blanco que destacaba sobre el verde oscuro de las huertas como perla dispersa sobre una alfombra teñida por el moho.

Quién veía Zuheros bajo la luz del crepúsculo, quedaba irremediablemente hechizado por el paisaje. Daba igual cuantas veces se cruzara, a última hora de la tarde, el gran puente de piedra, o atravesado los suburbios habiendo caminado aproximadamente media milla río arriba hasta llegar a una colina que ofrecía unas hermosas vistas, desde donde podía disfrutar del paisaje de la ciudad desvaneciéndose en el crepúsculo. Aquella imagen siempre fascinaba: sobre la desidiosa corriente del río Bailón se levantaba casi treinta codos una muralla de imponentes sillares ennegrecidos por el tiempo, y sobre esta gigantesca pared negra flotaban las blancas casas de la ciudad, que brillaban misteriosamente bajo la luz crepuscular, como si la mano de un espíritu las sostuviera a mitad de camino entre el cielo y la tierra...

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15/02/2014, 19:54
Hector Monteverde

Juan Royo se despertó en medio de los muertos y miró alrededor. Se preguntó si estaba en la tierra o en el paraíso, aunque el infierno parecía corresponderse mejor con lo que tenía ante la vista: cuerpos mutilados, amputados por el filo de un sable o hundidos por un mazazo; cráneos abiertos, con el cerebro ennegrecido caído sobre la arena; sangre coagulada en las comisuras de una boca con las encías hendidas; un yelmo que encerraba para siempre el rostro sorprendido de un caballero que se había creído al abrigo de la muerte; corazas convertidas en ataúd que ejércitos de insectos revestían con un segundo caparazón; zumbidos de alas y élitros; maxilares y mandíbulas en acción; chasquidos de ganchos y pinzas; sobresaltos; vacilaciones; danzas de aguijones, labros y palpos; antenas, lenguas y trompas horadando, lamiendo, aspirando, entrando y saliendo de las heridas, de las cavidades de los muertos. Excitados por el festín, los cuervos saltaban de un cuerpo a otro, sin saber por qué manjar comenzar; luego uno de ellos se acercó a un arquero medio muerto para deleitarse con los humores de su ojo.

Juan se sintió mareado y cerró los ojos un instante. Permaneció tendido, tratando de rememorar los acontecimientos que lo habían llevado hasta allí. Pero no recordaba nada. Tenía los sentidos embotados. Sin embargo, tenía la impresión de flotar. Jadeando, tanteó con la palma de la mano para saber dónde se encontraba. La posición horizontal no era la de un hombre en medio de un combate. A menos que estuviera muerto. Lo que no era su caso, ahora estaba seguro de ello. Sentía en su mano la arena del campo de batalla, caliente por la sangre, negra y densa. De hecho, yacía tendido en un baño de sangre de tales proporciones que se preguntó si no era la propia tierra la que sangraba.

Extrañamente, aquello le dio nuevas fuerzas. Tenía que levantarse, levantarse de nuevo porque... sí, ahora lo recordaba: Roldán, su buen amigo, compañero de infortunios y además aragonés como él, le había salvado de oportuno empujón quitándole de la trayectoria de la carga a caballo de un sarraceno. Aquello era lo último que recordaba.

Juan sacó fuerzas de flaqueza, se apoyó con las dos manos en la arena húmeda y se incorporó. La cabeza le seguía dando vueltas, los sonidos le llegaban como ahogados. Se soltó el capacete, lo lanzó un poco más lejos y, con los ojos cerrados, aspiró una bocanada profunda del aire ardiente y el acre olor de la batalla. Luego reflexionó. Debía de estar herido. Pasó la mano por la pelliza de piel y notó un profundo desgarrón en su flanco izquierdo. Solo tenía ligeras magulladuras en las costillas, pero la lanzada había rozado el corazón.

Al ver al arquero picoteado por el cuervo, Juan gritó, golpeó el suelo con el pie e hizo gestos amplios con los brazos. El pájaro salió volando pesadamente para ir a posarse a unos metros de allí, graznando de indignación.

Parecía que, con su ojo intacto, el arquero le diera las gracias. Pero el hombre estaba muerto, y aunque su boca esbozara una sonrisa, no iba dirigida a Juan.

El almogávar recogió el zurrón, luego su Coltell, su viejo cuchillo, y partió en busca de los suyos. Roldán, su amigo, ¿seguiría con vida?. Juan divisó los despojos de sus compañeros, que yacían cerca, destripados. Sobre sus vientres zumbaban tantas moscas como estrellas tenía la noche.

Se tambaleaba adolorido. Iría a pie, pero, ¿hacia dónde? ¿Y en busca de quién?

Mirara donde mirara, no veía más que cadáveres, de sarracenos, de caballos, de caballeros, de arqueros, ballesteros y piqueros, de marinos, con sus ropas de lino basto, que habían ido a morir a tierra firme para ganar cuatro maravedíes. Las ropas de los muertos; disparejas, sucias, manchadas de polvo y sangre, se confundían con la tierra, que cubrían con un siniestro sudario. Juan era incapaz de decir dónde acababa el cadáver que tenía ante los ojos y dónde empezaba aquel otro del que distinguía, un poco más lejos, un trozo de pierna. Se diría que había un único muerto, un inmenso cúmulo de carnes putrefactas, tendido en un espacio de más de media legua. ¿Era posible que, de aquel ejército que había partido a ejecutar la voluntad de Dios, solo él hubiera sobrevivido?. Y en ese momento se desmayó...

...Más le hubiera valido a Juan mantenerse en los caminos; saqueando, matando, huyendo y escondiéndose, antes que entrar a formar parte de las tropas de choque de aquel señor. Aunque como se suele decir, no hay mal que por bien no venga. Fue el desfallecido Juan recogido por los hombres de Don Gonzalo Martínez de Aguilar, conde y señor de Zuheros, aliado además del señor por el que luchó Juan en aquella fatídica batalla.

 


 

Al parecer don Gonzalo vió señal divina en tí, pues no era poca cosa haber salido prácticamente ileso de aquella carnicería. Fuiste entonces encomendado a Hector Monteverde, jefe de las tropas del señor feudal, que se encarga de defender el castillo y la frontera de los ataques de los moros. Es un experimentado combatiente que siempre ha estado al servicio de Don Gonzalo y rara vez lo ha defraudado.

- Ansí que vos sodes el agraciado por el Altísimo ¿eh? - Dice el alcaide en un tono algo más desenfadado, pero sin perder un ápice de autoridad. - Habedes suerte, agora más que nunca necesitamos omnes fuertes et capaces para defender el castillo. -

Y tras rascarse la barba de dos días añadió; - ¿Alguna pregunta antes de comenzar la prueba?. - Estas seguro que se refiere a una prueba de armas en la que se decidiría si eres merecedor de formar parte de las tropas del Conde de Zuheros.

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15/02/2014, 20:00
Tobías

- El mio abuelo también era marino. Aunque de otra clase... ¿He contadote su historia?. Ponte cómodo. -

- Sucedió hace veinte años, tal vez veintiuno; non lo sé exactamente. Para el nacimiento de su segundo hijo, su señor, el conde, fizo un regalo a un monasterio, que debía formar parte de la herencia del niño. En el regalo figuraba también un pequeño feudo: un castillo, un pueblo, un molino. Antes de que el regalo se fiziera efectivo, su señor dióle como esposa a la viuda que vivía en el castillo. La mujer non tenía hijos, más todavía estaba en edad de tenerlos, e un año después de la boda nacieron dos niñas. Sólo viólas crecer durante unos pocos meses, pues su nuevo señor, el abad, viajó a Jerusalén, et él tuvo que acompañarlo. Siguió la carretera hasta Luna, en Italia, et allí tomó un barco. Cuando acabó de cruzar el estrecho de Messina, en Sicilia, desatóse una tormenta. El barco fue empujado hacia los arrecifes et zozobró. El mio abuelo pudo cogerse de una tabla e sobrevivír. También su ayudante salió con vida. El mar lo arrastró hasta la costa italiana et el muchacho pudo llegar a Luna. Allí visitó al comerciante al que mi abuelo había entregado el dinero, por precaución. Cuando volvió a casa, contó que mi abuelo habíase ahogado en el naufragio. Su mujer lloró un tiempo, pero después se arregló e salió en busca de nuevos pretendientes. Pero él enteróse de todo eso mucho más tarde. -

Escuchas el relato de Tobías con gran atención. Hacía semanas que le conocías, aunque nunca hubieras imaginado que apenas dos generaciones atrás sus familiares hubieran sido nobles. Ahora no era más que un campesino que vivía del pequeño huerto anexo a su pequeña casa, o eso parecía...

- Así pues, estuvo flotando en el mar cogido de una tabla -continuó Tobías-. Pasó dos días en el agua. Sólo el instinto de conservación, cosa que tenemos en común con los animales, mantuvole con vida. A la mañana del tercer día lo rescató una galera, una gran galera sarracena con quince filas de remeros. El barco atracó en un puerto de la costa de África: al–Mahdiyya. Vino un intérprete et empezaron a interrogarle. Se fizo pasar por campesino. Todavía tenía la esperanza de poder hacer llegar noticias suyas a su gente para que le rescataran, et el dinero que pedían por el rescate de un caballero era doce veces más elevado. -

- Como campesino, fue llevado a una finca et le pusieron una azada en la mano. Él non sabía usar la azada, ni tampoco quería. Apalearonle et le tuvieron encadenado por las noches, hasta que, finalmente, confesó que sólo entendía de armas. Non creyeronle. Pidió escudo et espada y demostrólo. Entonces llevaronlo ante el emir. Haben de buenos jinetes, gente del desierto. Saben manejar el arco, la azagaya et la lanza corta a caballo, pero él era mejor con el escudo et la espada. El emir reclutóle para su tropa. Estuvo ocho años al su servicio. -

- ¿Y su gente no envió el dinero del rescate? - no pudiste evitar preguntar.

- Ya no pensó en el rescate, ni en huir - respondió Tobías - Al reclutarlo para la tropa del emir le dieron una bebida de hierbas que le hizo olvidar todo lo que había ocurrido. -

- ¿Y después de esos ocho años? -

- Ocho años después emprendieron una campaña contra el señor de Barqa - continuó Tobías -. Se llamaba Jabbara, et era el pirata más grande de cuantos asolaban la costa entre al–Mahdiyya y Alejandría. Marcharon hacia la ciudad, et la mitad de sus hombres se pasó al otro bando. Jabbara había sobornado a todos los suboficiales. Mi abuelo fue tomado prisionero. Dejaronle elegir entre el mercado de esclavos et las tropas mercenarias de Jabbara. Entró al su servicio.

Y aquella historia era fascinante, una historia llena de aventuras increíbles sobre correrías corsarias en las galeras del gran pirata Jabbara de Barqa, sobre ataques a mercantes y barcos de romeros, luchas con arpones de abordaje, mujeres apresadas y tesoros incalculables...

- Atacában todo lo que se ponía frente a su proa - dijo Tobías -. Barcos de Andalucía y de Sicilia, mercantes egipcios, italianos, griegos, cristianos y musulmanes; non hacían diferencias, capturaban todo lo que non era lo bastante rpresto para huir de ellos, ni lo bastante fuerte para imponeles respeto. En otoño, cuando vendían su botín en el mercado de Barqa, venían a tratar con ellos comerciantes de Damasco et de Bagdad. Vivían como grandes señores. Cuando jugában a los dados, apostaban únicamente oro. Seis años estuvo en Barqa, hasta que toparonse con un barco de Pisa que resultó superior a ellos. Los pisanos mataron a toda la tripulación, a excepción de dos griegos et mi abuelo. Llevaronle a Pisa y de allí pudo ir a Luna, e cuando volvoó a ver el puerto de Luna desvanecióse el efecto de esa maldita poción mágica y recordó a su familia, su castillo, su patria... Pero eso es otra historia que quizá te cuente otro día. -

Y tras acabar el relato, Tobías rellenó nuevamente las jarras de vino y acercándose a tu oído te susurró algo cuidándose de que María, su mujer, no le oyera; - ¿Sabes? Sueño con vivir aventuras al igual que lo fizo mi abuelo. Tengo la bravura más non los dineros. -

Por lo que conocías a Tobías podías intuir que tramaba algo. Era un hombre con muchos contactos en Zuheros y otros pueblos cercanos, y te daba en la nariz que no sólo se dedicaba a cultivar su pequeño huerto.

- ¿Non te placería volver a sentir la mar en tu faz? ¿Vivir mil et una aventuras sólo pensando en el agora?. - Como música celestial sonaba aquella idea en tus oídos. Una mujer te había alejado de la mar, te había alejado para luego dejarte tirado... - Malnacida. - Ahora tu mar era el vino, y en el ahogabas todas tus penas. Y como el bebedizo mágico que hizo olvidar al abuelo de Tobías, el enorme trasegar de vino que llevabas a tus espaldas ya casi te había hecho olvidar incluso como habías acabado en Zuheros. Era momento de despertar, y quizá Tobías, fuera buen compañero y ayudante para hacerlo...

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15/02/2014, 21:05
Daemonii

- En honor de nuestro distinguido invitado - dijo el al-barraz refiriéndose al Principe. - que Dios concedale todos sus deseos. Permitome anunciar una pequeña et grata sorpresa, un pequeño número que, espero, estará a la altura de su alto rango. -

Hizo otra reverencia y dio unas palmadas con cierta afectación. Llevaba encima un capote de seda verde pistacho escandalosamente caro y se había teñido de negro azabache la barba gris; pero Othmán encontraba que el traje del rico señor no era tan bueno. En el papel de avaro propietario de casas, vestido con una simple zihara de algodón blanco, había estado imponente.

Dos criados se acercaron y levantaron una pantalla con palos y tela, de modo que ésta hiciera sombra al arco opuesto de la galería, donde una puerta llevaba a las alas laterales de la casa. Los preparativos hacían prever la aparición de una qaina; sin duda, los otros convidados también parecían esperar algo similar, pues salieron de la galería y se sentaron en torno al quiosco, donde estaban más cerca del escenario. La presencia del príncipe hacía probable que la cantante se mostrara también delante de la pantalla. Othmán miró a su alrededor y vio que, además de él, sólo el sabí se había quedado en su asiento bajo la sombra de la galería.

Los músicos entonaron un preludio. Luego se abrió la puerta y la pantalla se abolsó suavemente. Los músicos dejaron sus instrumentos a un lado, y en el silencio empezaron a sonar, como muy lejanos, unos dulces acordes de laúd que caían como pesadas gotas, arrancados suavemente, después más intensos y descomponiéndose en precipitadas carreras para volver a apagarse, cada vez más suaves, hasta que la voz irrumpió con inesperada claridad. La voz clara y pura de una doncella, tibia y fina como las notas de una flauta de madera, sencilla y natural, tan sencilla como la canción que entonaba, una antigua canción de amor árabe.

Othmán se preguntaba de dónde podía proceder la qaina. No era una berebere, de eso estaba seguro. Parecía más bien que se había educado en Damasco, posiblemente hasta en la misma Bagdad. ¿Había llegado en el barco de Alejandría? ¿La había traído el sabí? Othmán se dio la vuelta. El sabí estaba sentado, inmóvil a su lado, la cabeza apoyada en las manos, los ojos cubiertos por los dedos, una negra sombra. Parecía hechizado por la canción.

También los otros convidados escuchaban con mudo embeleso. Una expectante tensión tenía en vilo a todos, y cuando, al terminar la primera canción, el anfitrión hizo una seña a los criados para que retirasen la pantalla, esta tensión se descargó en un sonoro suspiro.

La qaina estaba sentada en un sillón alto. Conservaba el velo sobre la cara. De pronto se levantó, se dio la vuelta en una pirueta infinitamente lenta, dejó caer el velo, sonrió al público con una mirada que acarició a todos sin fijarse en ninguno, hizo una reverencia ante el príncipe y el dueño de la casa, y dirigió un guiño a los músicos para que empezaran a tocar.

El pequeño tamboril empezó a sonar, suave, titubeante, como refrenado. Luego se le unió la flauta, que jugó alrededor de los monótonos golpes del tambor con gran impaciencia, como queriendo aguijonearlos. La qaina estaba inmóvil como una estatua. Parecía que ni siquiera respiraba. Entonces, casi imperceptiblemente, empezó a mover las manos, los hombros, los brazos, hasta que el movimiento se apoderó de todo su cuerpo, lo sacudió en una suave ondulación, lo levantó sobre la punta de los dedos de los pies, y lo hizo girar lentamente.

Era una mujer bellísima. Alta, esbelta, de rostro expresivo y manos delgadas de largos dedos. El cabello negro, entretejido con cintas de seda de varios colores, le caía casi hasta las caderas. Su piel era de un color moreno claro. Boca grande, nariz bien perfilada, ojos ligeramente sesgados, frente alta. En la boca, una sonrisa vuelta hacia dentro, casi arrogante, dirigida a todos y a ninguno.

Era una qaina perfectamente adiestrada, de unos tiernos diecisiete años; una mujer que hubiera podido presentarse en cualquier corte de Andalucía y que en la de Sevilla habría alcanzado un precio de mil quinientos dinares, por lo menos. ¿Cómo había llegado una mujer así a la casa de un al-barraz?

La flauta intensificó el compás, obligando al tambor a avivar también, poco a poco, la cadencia de sus golpes, tentando a una segunda flauta a que la siguiera con trinos largos e inspirados. La qaina se dejó llevar, empezó a moverse a un ritmo más rápido, como si fuera la propia música la que infundía el movimiento en su cuerpo. Los cascabeles empezaron a sonar, se contuvieron un momento y siguieron con su suave tintineo. La qaina tenía una pandereta en la mano izquierda, y al girar, los sutiles y ondeantes velos de seda que la envolvían dejaban entrever fugazmente los perfiles de su cuerpo esbelto cubierto por el ceñido traje de bailarina.

Othmán seguía preguntándose cuál sería su origen. Entre todas las bailarinas y cantantes de la corte de Sevilla, nunca había visto a una mujer que tuviese el tipo de ésta. ¿Sería persa? ¿Caucasiana? Cuando estaba en la corte del príncipe, en Silves, una vez un comerciante de Alepo había ofrecido una esclava caucasiana por el exorbitante precio de dos mil dinares. El príncipe la había comprado y durante meses había estado loco por ella; pero Othmán nunca la había visto.

¿De dónde podía haber sacado el al-barraz a esta mujer? Y, sobre todo, ¿qué había pensado hacer con ella? ¿No le bastaban el comercio de telas y la naviera? ¿Quería ampliar aún más sus negocios?

Othmán miró de reojo al sabí. El gigante estaba sentado con las piernas muy pegadas al cuerpo, la cabeza recogida en una postura extrañamente inclinada, y la mirada fija en la qaina, como si temiera perderse alguno de sus movimientos. Era curioso que no estuviera sentado junto a su tío el al-barraz. Éste no tenía ningún hijo; el sabí era su único sobrino, y había tenido una gran participación en las empresas comerciales juveniles del noble. ¿Por qué estaba sentado aparte? ¿Por qué ni siquiera había sido presentado al invitado de honor? Othmán podía ver que el sabí se llevaba constantemente el vaso a la boca. Bebía mucho.

La música había alcanzado un ritmo enloquecedor. Las flautas sonaban agudas y entrecortadas, se perseguían la una a la otra, adelantándose, arrastrándose; el tambor venía justo detrás de ellas, en un vertiginoso staccato. La qaina giraba en rápidas y sucesivas piruetas con el cuerpo completamente curvado, como una hoz. La pandereta aleteaba en sus manos como una inmensa mariposa. Sus pies sacaban del suelo un redoble desenfrenado. Los velos volaban como pájaros, y el cuerpo de la mujer, flexible como un látigo, parecía no pesar nada, mientras la música ascendía a un ritmo aún más acelerado.

Los hombres instalados alrededor del quiosco estaban nerviosos, buscaban apoyo con manos inquietas. En sus rostros se formaban contracciones involuntarias. Othmán estaba sentado con la cabeza gacha, las manos agarradas convulsivamente al almohadón del asiento. El joyero obeso miraba fijamente con los ojos y la boca muy abiertos, mientras su pecho iba y venía como un fuelle. Sólo el príncipe Muhammad ibn Tahir parecía sereno; estaba apoyado indolentemente en los cojines, con una placentera sonrisa en los labios.

Luego, con un estridente chillido de las flautas, la música cesó de pronto y la qaina se desplomó en un último giro. Los velos cayeron sobre su cuerpo, envolviéndolo, cubriéndolo, mientras ella se aovillaba en el suelo hundiendo la cabeza, como un pájaro multicolor caído del cielo.

Sonaron aplausos, aunque reprimidos, como si nadie se atreviera a expresarse demasiado abiertamente. El al-barraz se puso de pie, miró a su alrededor - tenía unas manchas rojas en la cara-  y azuzó a los criados para que volvieran a levantar la pantalla ante la joven, que seguía inmóvil en el suelo.

Aquel día Othmán se enamoró perdidamente de aquella qaina de nombre Amira...

 


 

Atras quedaron aquellos días de felicidad, aquellos parques silenciosos e inundados de luz, recuerdos de templadas noches de primavera en los rosales del palacio del al-barraz, del aroma de las violetas y del perfume dulzón de las flores de los almendros, recuerdos de la luz plateada de la luna sobre la superficie de los estanques y del murmullo de los arroyos, recuerdos de los ágiles pasos de las muchachas en el jardín en flor alrededor del quiosco, de su respiración acelerada después del baile, de sus rostros encendidos, sus alegres risitas cuando entraban en los estanques con los pies desnudos y se salpicaban hasta que la finísima seda de sus vestidos se pegaba a ellas como una segunda piel y, en solazoso pánico por su desnudez, huían al quiosco. Buenos tiempos aquellos pasados en Granada con el al-barraz, ajenos a toda preocupación...

Atras quedó aquella ciudad de enorme riqueza, cosa que se ponía de manifiesto no sólo en la magnificencia de los edificios públicos, sino, sobre todo, en el lujo que los ciudadanos adinerados exhibían en sus casas particulares. Las terrazas en las que pasaban las tardes era un ejemplo de ello. De espaldas al al–Qasr, a la sombra de una alta muralla, flanqueada por las alas laterales de la casa y rodeada por una galería finamente tallada, parecía un pequeño jardín de ensueño. El suelo de las superficies libres del interior estaba cubierto por baldosas multicolores. Junto a las columnas de la galería se erguían grandes rosas. Palmeras, pequeños naranjos y adelfas crecían en grandes tiestos revestidos de cobre, y en el centro, sobre un podio enlosado, se levantaba, como un trono, un diminuto quiosco con un surtidor, que arrojaba chorros delgados como briznas de hierba... ¡Que recuerdos!.

 


 

Ahora sólo queda el duro y largo camino, camino cuyo final es la libertad, la anhelada libertad y felicidad si, pero el camino es tan largo y peligroso, que por momentos la esperanza se disipa con cada paso que dáis. A trompicones huisteis del palacio con una mano delante y otra detras. Robo y muerte anunciaron vuestra huída. Los hombres del al-barraz siguen vuestros pasos muy de cerca...

Os adentráis en una zona montañosa, con algún pequeño bosque y a veces zonas de vegetación desperdigadas por las laderas, pero todo el valle por el que pasáis se encuentra deforestado y con la parte baja de los troncos de los árboles aún moteando un paisaje extento de vida vegetal. Entre riscos y altos peñascos divisáis en la lejanía un enorme castillo del color de la roca sobra la que se asienta.

La vista del castillo es posible desde una antigua calzada romana que une las fortalezas de Baena y Cabra, pasando por el término de Zuheros, para después unirse a otra que se dirige a Antequera. Al fin habéis llegado. Allí se encontraba Tobías, vuestra mejor opción para deshaceros de las joyas robadas y conseguir suficiente sonante para llevar a buen fin vuestra huída.

La tarde cae, el rojizo sol está muy bajo sobre el horizonte. En la distancia véis como los campesinos van terminando su jornal y se dirigen de vuelta al pueblo-fortaleza. Apenas media legua os separa de la puerta de la muralla...

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15/02/2014, 23:24
Miquel Barrat
Sólo para el director

Bajó la cabeza, mirando la jarra rellenada por el hombre, mientras su boca se convertía en una fina línea apretada, tensa. Los pensamientos le envolvían. En sus ojos no se encontraba el reflejo del rojizo líquido con el que pasaba los días y las noches, sino las verdiazules aguas del Mediterráneo… su verdadera casa.

Hacia algunas semanas se había encontrado en este pueblecito de nada, durmiendo en un pajar… Sus últimos recuerdos eran de Málaga y otra noche de “fiesta”, por así decirlo, luego de una entrega bien cumplida. Con los humores de la resaca todavía flotando en su cabeza, había pensado en como volver, pero para cuando lo hiciera de seguro el barco ya habría partido...  No se espera a los demorados, ni aunque sean los hijos del patrón. Y este lugar era bello a su manera también, además de tener la ventaja de ser un pobladito de extraños, donde nada le recordara a ella... ¿Porque no quedarse unos dias y descansar?

Milagrosamente, la bolsa con la paga seguía entre las ropas, como así también sus modestas pertenencias. La providencia divina parecía complotar a favor de un loco impulso. Por lo que envió una carta a casa, avisando de su ubicación como así como también pidiendo un tiempo, y por unas monedas había tomado en arriendo la casita adjunta a la de Tobías, poco más que unas paredes con un techo, pero suficiente para sus necesidades. No había tardado mucho en entablar amistad con el cordial vecino y compañero de tragos, que ahora le hacía participe de esta extraña historia…

Contuvo el impulso de llevar la mano al saquito de maravedíes. Sabía que estaban contados. Necesitaba hacer algo, juntar unas monedas, si no quería verse atrapado aquí sin medios para volver a casa… como no fuera a pie.

-Obviamente…+respondió en el mismo tono confidente, aunque esbozando una media sonrisa que cargaba de humor su voz+ No es que la piratería me llame “tanto”, claro, pero viajar, navegar… eso es otra cosa. Sea con tormenta o en calma, no hay nada que llene el alma como los días sobre las aguas, y las costas nuevas que te reciben... Pero cuenta… ¿Cómo has pensado escapar de aquí?

Diciendo esto último alzo las cejas, señalando hacia donde se hallaba Maria, su “carcelera”, como le llamaba discretamente en broma, o quizás no tanto. Todo dependía de si veías las cosas como Miquel o no.

Notas de juego

XD ciertamente una de mis grandes dudas era como acabe entre en un pueblito de 2x2 entre colinas, a 100km de un puerto decente, ya ni hablemos de casa. Pero si lo achacamos a una borrachera importante mmm... no ha sido mi caso, pero tengo amigos. Espero estes de acuerdo como lo he justificado. 

No te acostumbres a tochos de mi parte, rara vez escribo tanto, esto fue nomas para completar trama.

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16/02/2014, 21:04
Othmán abd-Allah

Zuheros. Última parada de aquel exilio forzoso... Tobías tenía que ayudarnos fuese por las buenas o por las malas.

Me sorprendí de mi propio pensamiento, tan poco familiarizado con esa mezcla de odio y determinación que me embargaba. ¿Quién diría semanas atrás que iba a estar en aquella situación? Yo nací para escuchar y recordar, no para huir y matar... pero todo lo cambia amar, había escrito el poeta y ¡qué cierto era! 

- ¡So! 

Detuve el asno, al que entre risas Amira y yo lo habíamos bautizado como Ibrahim días atrás... Aquella había sido la única nota alegre que podía recordar. Lejos quedaban el buen yantar de Granada, los ropajes limpios y la frescura de los patios con agua dulce; habíamos cambiado todo aquello por un trozo de queso de oveja pagado a precio de seda de Damasco, olor a jamelgo, un caftán sucio, el agua del río Bailón para refrescarnos y la libertad. ¡Ah! ¡La libertad! Sí, la libertad de Amira era lo más importante. Con la libertad iba a poder invitarla a compartir secretos mares, a navegar hacia rumbos desconocidos más allá del dolor y la locura de los últimos días, pueblo tras pueblo en una búsqueda infructuosa de alguien que les ayudase.

Meditabundo me senté en un roca para descalzarme la sandalia. Las piedras del camino se metían entre mis dedos y me hacían sangrar. Era más escándalo que dolor, pero me recordaban que yo no estaba hecho para aquello. 

Miré a Amira. Aún cubierta por una capa y cansada de escapar era la mujer más hermosa que Alá había cruzado en mi camino. Los dioses, siempre atentos, dispusieron que unos han de ser ricos y otros pobre, unos hermosos y otros feos. Pero Amira bien podía ser una de las que decidieran el destino de los propios hombres con aquellos ojos verdes... al menos el mío.

El viento se levantó cuando me acerqué a ella con un odre lleno de agua. El viento que se retuerce y asalta donde menos te lo esperas, que se cuela por debajo del manto que cubre a la qaina y alborota las melenas de mujer, regalándome un aroma a naranjos en flor.

¡Cuánto deseaba contar los lunares de la espalda de aquella mujer! Pellizcar la tela de su carne, hacerla sentir un enjambre de mariposas temblar en su bajo vientre, que se revolviese y que su cuerpo silbase como el de una culebra con mis besos. Pero antes teníamos que estar seguros. Nos perseguían...  Y era razonable. Si yo fuese ellos también lo haría. ¿Quién quiere dejar su tesoro en manos ajenas?

- Bebe, hermosa mía. Ya casi hemos llegado. Ese pueblo que se ve ahí es Zuheros, y allí encontraremos a Tobías. Nos ayudará a encontrar un barco seguro por el Mediterraneo y esta pesadilla habrá terminado. Sólo un poco más...

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18/02/2014, 16:23
Amira al-saad

El precio de su libertad había sido demasiado caro, para ambos. Sabía que debíamos huir si no quería acabar en las manos de alguien con una mala fama pues ella, entre otras cosas, era una artista, debía mantener su piel impoluta, sin ningún signo de castigo y por lo que había oído, su siguiente señor no iba a ser el mejor de los señores. Ni siquiera, el mejor de los peores.

El viaje estaba siendo demasiado largo y cansado y nadie les ayudaba en nada. Sabía que los hombres del Al-barraz les perseguían por las joyas que habían sustraído de la casa de ese hombre poderoso, su mecenas, su dueño, su señor. Así le estaba pagando todos los años que había invertido en su educación como artista, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Al menos llegaban ya a su destino. 

A lo lejos podíamos ver el castillo que presidía su destino y las antiguas piedras que los romanos pusieron para adornar sus carreteras.

-Gracias, gentil Othmán - dije tomando el orbe de agua.

El líquido refrescó mis labios, mi garganta y mi cuerpo, cansado tras la dura jornada de viaje. Quizá en aquel lugar podrían encontrar descanso y quizá una posada en la que poder limpiar mi cuerpo y devolver la lucidez mi mente cansada, volver a rasgas las cuerdas del úd y cantar las notas tiempo ha olvidadas.

-Cerca estamos ya... quizá deberíamos continuar - una sonrisa dulce, estudiada, se esculpió en mis labios al devolverle el orbe de agua a Othmán.

Notas de juego

Lo siento si alguna forma verbal no es en primera persona... no suelo escribir nunca así y entre que también me piden en otra partida escribir en 3ª del pasado, llevo un lío >.<

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18/02/2014, 23:06
Juan Royo
Sólo para el director

-No, señor. -Contestó Juan. -No tengo ninguna duda. Después de pasar la totalidad de su vida en las montañas y los meses posteriores entre caminos y piedras escondido para poder saltear a viajeros desafortunados, toda la cortesía que tenía que recordar con los aquellos que estaban por encima de él era complicada. Siempre había tratado a los hombres con familiaridad, incluso a aquellos que mandaban entre los almogávares. Pero esto era diferente. -No me cuesta nada mostrar un poco de respeto. Esta gente me salvó la vida cuando podría haberme dejado tirado allí para que muriese.

-Y si me permite, señor... no creo que esté bendecido por nadie. -Añadió, recordando a sus camaradas y a sus amigos caídos en la batalla que casi lo lleva a la tumba. -Creo que solo tuve suerte. -Se encogió de hombros de una forma un tanto grotesca, como si aquella respuesta y aquel gesto zanjase la conversación. 

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19/02/2014, 12:37
Alberto Mendoza

Te sorprende la brevedad y facilidad de la prueba, pues no es más que un combate simulado con armas de madera contra un mozuelo miembro de la guardia. La cosa iba como iba, difícil para el muchacho y demasiado sencillo para ti. Con todo, el mozuelo se defendía, e intentaba devolver sin éxito, tantos golpes como recibía. Trás un breve rato el alcaide te instó a seguirle.

Atraviesas el umbral tras el alcaide y te adentras en una gran cámara decorada con tapices y dos mesas con candelabros. Al fondo, un hombre de pelo entrecano permanece sentado en una silla ricamente ornamentada, en compañía de otro de edad casi similar, de buena barba y bigote, que está de pie a su lado. El alcaide te presenta a su señor.

- Señor, - dice, en un tono mucho más suave y respetuoso que el que te ha dedicado a ti - nos vendría bien contar con otro soldado más. Non sabemos hasta dónde pudieren llegar esos asnos et es mejor estar preparados. Aqueste omne es adecuado.

El hombre del bigote te observa casi con mayor interés que don Gonzalo. Tras un instante de escrutinio, formula una pregunta. - Dime, soldado, ¿cuál es tu experiencia?.

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19/02/2014, 12:49
Tobías

Lo cierto es que non tengo nada entre manos, al menos aún. - Y se mantuvo pensativo un instante tras dar un sorbo de la jarra. - Lo cierto es que sería muy recomendable marchar cuanto antes de Zuheros. Meses antes de vuestra llegada, el castillo de Zuheros encontrábase bajo el mandato del Concejo de Córdoba, pero el rey Juan segundo donósela a don Gonzalo Martínez de Córdoba, pues el rey ha propuestose acabar de una santa vez la conquista del reino granadino, que la cosa está eternizándose, y resulta que el emplazamiento del castillo habe de una gran importancia estratégica. Ansí que el conde don Gonzalo se traslada a Zuheros, echa a patadas a los funcionarios del Concejo et nombra a los suyos propios. Los vecinos recibieron con recelo a su nuevo señor, pues aunque estaban acostumbrados a que los funcionarios del Concejo les sangraran a base de impuestos para la guerra contra Granada, bien sabían que la cosa non iba a mejorar con la llegada de una persona que, además de exigirles tanto o más que sus predecesores, tendría derecho casi total sobre ellos*. - Tobías se mantuvo pensativo un buen rato antes de continuar, y no te atreviste a preguntar nada pues pudiste imaginar que el mismo había sentido en sus carnes esos derechos del conde que acababa de mencionar.

¿Por donde iba? Ah si... Pues pronto notaron el cambio a peor, pues el conde quería construirse un palacio junto al castillo et comenzó a utilizar a los parroquianos como mano de obra, ansi que tenían menos tiempo para sus cambios, et llegó una época de tormentas en la que perdieron muchos cultivos por dejarlos desatendidos trabajando para el caprichoso señor. Et si non bastaba con aquesto, les tocó además sufrir los excesos de Fernando, el hijo del conde... Aunque esa historia supongo que si la sabedes, ¿non?. - Y de un último trago finalizó su jarra, devolviéndola con fuerza al tablón que hacía de mesa.

Notas de juego

*Derechos de un señor feudal sobre sus vasallos:

· Derecho de hacer justicia: Puede juzgar cualquier delito y castigar incluso con la muerte.
· Derecho de la primera noche: Tiene potestad de acostarse con la mujer de sus vasallos la noche de bodas.
· Derecho de alojamiento: Puede obligar a sus vasallos a que le alojen en su casa o a cualquiera que el indique.
· Derecho de reclutamiento: Puede reclamar a un varón por familia en caso de guerra para ir con él a la batalla.
· Derecho de monopolio: Molinos, hornos de hacer el pan e incluso, en ocasiones, herrerias son propiedad del Señor.
· Derecho de pernada: Tiene derecho a quedarse con una de las piernas (jamon) de un animal que críe un siervo.

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19/02/2014, 13:08
Daemonii

Los pasos de la mula avanzan lentos, perezosos, aunque sin pausa. Cada paso os acerca más a vuestro destino, Zuheros, pero cada paso sorprendentemente hace aflorar un sentimiento de duda y temor. Aquel pueblo es algo más que un simple pueblito fronterizo, es una fortaleza construida para la defensa contra Granada, contra vuestra tierra y raices.

La muralla es imponente, el acceso al interior infranqueable. La única manera de entrar es cruzando el portón principal, que por lo que véis está cerrado a cal y canto. En ella hay una mirilla, estáis seguros que cuando golpeéis el portón ésta se abrirá revelando unos ojos inquisidores...

Habéis llegado, estáis en la puerta, pero ahora necesitáis que la suerte esté de vuestro lado, pues dos moros a las puertas no sucede todos los días en Zuheros...

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20/02/2014, 01:38
Othmán abd-Allah

Y allí estábamos. Toda mi fé, toda mi esperanza, se acababa y empezaba en aquella puerta. Éramos dos palomas enamoradas que habían empezado a volar con fuerza para ser poco a poco desplumadas por el tirano viento. Juntos bregábamos pero cada vez con más fuerza. Alá quisiera que el tal Tobías aceptase a encontrarnos un pasaje a otro lugar mejor... o si no... ¿qué harías pobre Othmán? Locuras, haría locuras por esa mujer que me seguía.

Me acerqué a Ibrahím y saqué una capa parda ofreciéndosela a Amira:

- Póntela, por favor. Una belleza como la tuya es un pecado para musulmán, judío o cristiano.- sonreí levemente mientras cogía una de sus suaves y delicadas manos - Y recuerda lo que hablamos, amada mía. Vamos de peregrinación a La Meca y buscamos alguien que nos ofrezca un transporte. Eso llamará menos la atención que... que la verdad.

Apoyándome en el cayado recité al poeta mientras me perdía en los insondables pozos de belleza que eran sus ojos:

No me tachéis de inconsecuente porque mi corazón haya sido apresado por una voz que canta:

Hay que estar serio unas veces

y otras dejarse emocionar:

como la madera, de la que sale lo mismo el arco del guerrero

que el laúd del cantor.

Esperaba arrancar un poco de confianza en ella y desterrar el cansancio acumulado. Pronto estaríamos durmiendo en una buena fonda. Tiré de las riendas del burro para llegar junto a la puerta e intentar arrimarnos a algunos de los campesinos que regresaban de su jornal para entrar en aquel pueblo-fortaleza, creado para mantenernos alejados, a nuestro pueblo, de sus murallas.

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21/02/2014, 23:46
Juan Royo
Sólo para el director

Nunca había visto una decoración tan suntuosa. 

La sorpresa de Juan ante la ornamentación de lo que podía ser su nuevo hogar se reflejaba en su rostro. Lo cierto era que la decoración de aquel lugar no tenía nada especial, pero tras una dura vida en la que solo había conocido la roca desnuda o las estrellas engalanando el cielo por la noche cuando tenía que dormir bajo ellas eran los únicos adornos que había contemplado. Cualquier otra escenografía le resultaba extravagante y también lo hacía soñar con las posibles riquezas que podría conseguir allí.

-Yo... -Balbuceó. -Antes era bandido. -Cuando recordó ante quien estaba, añadió: -Señor. 

-He tenido una vida muy dura desde mi infancia y no he podido vivir como un hombre honrado. Pero antes de que mi nuevo señor me rescatase de la muerte, estuve al servicio de otro señor hasta que fui herido y quedé inconsciente. Entonces don Gonzalo Martínez de Aguilar me encontró, me dio cuidados médicos y me trajo hasta aquí. Señor.

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22/02/2014, 02:15
Miquel Barrat
Sólo para el director

 

Los comentarios de abusos del nuevo gobernante no lo impresionaron mucho. Por lo visto, todos eran más o menos iguales... apenas tenían algo de poder real, se les subía a la cabeza como un licor barato. No obstante, la inflexión final de las palabras de Tobías le llamo la atención.

-¿Del hijo del conde? +acoto, enarcando una ceja+ Pues la verdad… mi regla ha sido mantenerme fuera del camino de las autoridades. En el mar, solo cuenta la palabra del capitán, y en tierra no tengo responsabilidades. Así que no, no estoy muy enterado. Si te explicas no me quejare, siempre y cuando tenga algo fresco con lo que pasarlo. +sonrió, dando un buen sorbo a su jarra, para luego ponerla en la mesa.

Verdaderamente, siempre había estado muy desentendido de esos temas. Eran responsabilidades que tomaban sus padres, pagar los impuestos, moverse en la ciudad… A él no le importaba ni le concernía por ahora. Si los demás lo hacían, saludaba el paso de esa carroza elegante, o se quitaba el sombrero, pero de ahí a que le interesara o supiese quien iba adentro… La corona o nobleza de un hombre en tierra era una cosa. En el mar, las reglas eran distintas. Era otro punto a favor, uno que favorecía a la historia de Tobías ciertamente. Allí te hacías valer por tu habilidad y por ti mismo. Ninguna heredad o fama contaba. Era el hombre contra las aguas, y estas no entendían de títulos nobiliarios. 

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22/02/2014, 11:00
Gonzalo Martinez de Aguilar

Le cuentas a que te dedicabas antes y en qué batallas has participado. Lo que dices parece bastarle a don Gonzalo, que alza la mano para que se guarde silencio, pues se dispone a hablar.

Muy bien. Desde agora mesmo te conviertes en mi siervo. Defiende con honor aqueste castillo et hazte valedor de la protección de la casa de Aguilar. ¡Hector! -exclama, dirigiéndose al alcaide-, hazte cargo de él.

Agradeces la confianza depositada en ti y te retiras junto con Hector. Éste te describe cómo es la vida en el castillo. Te cuenta que el hombre que estaba de pie junto con don Gonzalo se llama Alberto Mendoza y es su mayordomo. Alberto toma la mayoría de las decisiones en el castillo en representación de su señor, y es quien organiza el trabajo y quien recauda los impuestos. Los soldados duermen en una de las torres. Desgraciadamente, no son muchos; contigo, dice, no llegan ni a la docena. Según te cuenta, tu trabajo consistirá, cuando te llegue el turno, en patrullar por los dominios de Zuheros, vigilar a los campesinos, acompañar a Alberto cuanto deba salir del castillo y vigilar la fortaleza desde las torres o desde la puerta.

El primer día te toca hacer guardia junto a la puerta y hacer la ronda por el patio de armas. Esto te sirve para conocer a los demás soldados y a los criados del castillo. No tardas demasiado en integrarte entre tus compañeros de armas, pero tanto los criados como la gente del pueblo te evita como si fueras la peste. Pronto descubres la razón de ello, pues los hombres del capitán Héctor no distan mucho de ser unos bandidos. Un día acompañas a Alberto al pueblo junto con otros tres hombres para cobrar los impuestos. Entonces eres testigo de la brutalidad de los soldados. Éstos golpean a los campesinos sin motivo, los arrastran por el suelo agarrándolos de los pelos, los amenazan con las puntas de sus lanzas..., se recrean en el miedo de las pobres gentes, disfrutando del poder que les confieren sus armas. Alberto se da cuenta de que te mantienes al margen, y te explica que es necesario intimidar y asustar a los asnos, como él los llama, para que ni siquiera se les pase por la cabeza enfrentarse a su señor.

Cuando llegas al castillo, agradeces no tener que volver a acompañar a Gonzalo al pueblo al menos en un mes, cuando te llegue nuevamente el turno. Poco después, charlando con un soldado, te enteras del mal trago que tuvo que pasar don Gonzalo cuando se enteró del asesinato de su hijo. Se lo encontraron cerca de una cueva que hay en la sierra, que llaman la Cueva de los Murciélagos. El duro golpe sufrido por el conde le endureció aún más el corazón. Cogió a tres campesinos, los torturó para que le dijeran el nombre del culpable del asesinato de su hijo y los encerró en las mazmorras. Al no hallar respuesta, en un arrebato de ira mandó ahorcar a uno de ellos, pero no le ha servido de nada, pues parece ser que en realidad los campesinos que encerró no saben quién ha perpetrado el crimen.

El séptimo día desde tu llegada, tras recibir tu paga* te encuentras haciendo la ronda por el exterior de la muralla. Las ordenes son claras; nadie puede entrar en Zuheros armado y cualquiera que levante sospechas ha de ser registrado antes de su entrada. La tarde cae, y tras franquear el paso a los últimos parroquianos que vuelven de trabajar los campos una visita inesperada llama a las puertas...

Notas de juego

*Añadidos 26 maravedíes a tu bolsa.

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22/02/2014, 11:16
Daemonii

Inútil fue el intento de arrimaros a los campesinos que volvían a sus casas, pues cuando éstos os vieron, apretaron el paso. Tenían bien aprendido, o más bien ya era una cuestión de instinto, el alejarse de extrañas figuras y visitantes inesperados.

Finalmente llegasteis al portón, y trás insistir bastante golpeando la enorme puerta, finalmente se abrió la mirilla...

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22/02/2014, 11:21
Daemonii

Varios golpes fuertes hicieron sonar la madera del portón, y tras abrirse la mirilla, a un lado se pudieron ver los ojos inquisidores de un hombre curtido por el sol y colmado de cicatrices, y al otro, una pareja acompañada por una mula. Por sus vestimentas, estos últimos debían ser moros o mudéjares..

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22/02/2014, 11:25
Tobías

Asintió Tobías, y tras llenar nuevamente vuestras jarras prosiguió:

Pues Fernando, el hijo del conde, solía bajar borracho al pueblo a lomos de su caballo, fanfarroneando et utilizando a los vecinos para su propia diversión; una vez sobrepasó los límites de lo humanamente soportable al forzar a una muchacha, et entonces los campesinos negaronse a trabaxar en el palacio del conde. A este non quedóle más remedio que usar mano dura: sus soldados sacaban a los vecinos de sus casas a la fuerza et los conducían al castillo a punta de lanza, mientras Fernando seguíase pavoneando por ahí. Un puñado de campesinos empezó a organizar una resistencia contra el conde et sus soldados, e cuando aquestos intentaban sacar de su casa a un campesino enfermo, armáronse con sus aperos et los atacaron, firiendo a uno de ellos. Ese mesmo día por la noche desapareció Fernando, e a la mañana siguiente un soldado informaba de que habíalo encontrado muerto en el camino que conducía a la Cueva de los Murciélagos. El conde montó en cólera, atrapó a uno de los cabecillas de la revuelta et lo colgó en una horca que puso frente a la puerta del castillo para que todos lo vieran... - cierto era aquello, pues aún estaba colgando aquel cuerpo descompuesto en la puerta del castillo.

Al mismo tiempo, los soldados comenzaron a comportarse como bandidos, saqueando a los campesinos con la excusa de que escondían parte de la cosecha que debían entregar como impuesto. Gonzalo encerróse en su castillo et no volvió a convocar ningún concejo, mientras sus súbditos seguían siendo maltratados por los soldados, creciendo en ellos el odio et la indignación. - A Tobías se le iba apagando la chispa a medida que contaba la historia, seguramente aquel colgado a las puertas del castillo era conocido suyo.

Et así están las cosas. Los campesinos apenas salen de sus casas para non encontrarse con los soldados, et esconden sus cosechas et sus pertenencias lo mejor que pueden. Algunos se han visto obligados a huir, otros han tenido que esconderse en la sierra et han terminado convirtiéndose en bandidos. Et el rey está demasiado ocupado en su guerra contra Granada como para prestar atención a lo que pasa aquí.

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22/02/2014, 13:57
Amira al-saad

Cierto es que podría ser una buena historia esa que contaba Othmán, pero también era cierto que quizá viesen raro que si su destino era buscar un barco para visitar La Meca, fuesen en la dirección contraría a la que realmente debían tomar. Así que antes que Othmán hiciese algo que podría hacerles ganar unas cuantas miradas sospechosas, le detuve en su intento.

-Buen Othmán... quizá no sea la más inteligente, pues poco sé a parte de bailar y cantar, pero creo que vamos en dirección contraria al mar y nuestros estimados huéspedes no creo que se dejen engañar.

Me atavié con la capa antes de continuar.

-Debes decir que nos dirigimos a las cortes españolas para bailar frente a los reyes cristianos en nombre de nuestro señor. O simplemente que hemos iniciado un viaje hacia tierras castellanas para mostrar la belleza de las danzas y la música.

Notas de juego

Escribo dos... que esté quería escribirlo antes de que actualizases y no me ha dado tiempo (no estaba en casa >.<)

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22/02/2014, 14:08
Amira al-saad

Como era lógico, los campesinos de aquellas tierras, desconfiados, se alejaban de nosotros y apretaban el paso para no acercarse, para mantenerse a la distancia prudente de dos personas extrañas, vestidos como los moros que con los que sus gentes de enfrentan en eternas luchas de sangre y muerte. Y quizá yo era la extraña en aquel lugar, pero no me importaban los diferentes dioses a quienes elevábamos nuestras plegarias, solo me importaba disfrutar de la vida y su belleza, aprender canciones y bailes.

Cierto era que había sobrevivido a las garras de la muerte y al olvido al ser rescatada de la calle y al haber recibido algo de educación y muchos años de prácticas, pero también eso me había condenado a la situación actual.

Y ahí estábamos, enfrentándonos a ojos inquisidores, ojos acusadores, tras una pequeña portezuela que solo dejaba mirar a través de ella. Quizá no seríamos capaces de entrar en la ciudad y no recibiríamos la ayuda de ese tal Tobias. La verdad es que las joyas comenzaban a pesar... era un peso demasiado grande que necesitaba dejar atrás cuanto antes pues yo nunca había sido ladrona, salvo cuando la necesidad de comida apremiaba.