Partida Rol por web

El viento sopla entre las montañas, en el estrecho camino que solo conocen aquellos que pueden entrar en la mística tierra de Jamir.

Entre los picos, dos figuras caminan animadamente aún bajo el peso de las grandes y decoradas cajas que llevan en las espaldas. Dos Muvianos, volviendo al último hogar de una raza que perdió su hogar: Mú, para siempre bajo las aguas, ahora solo vive en la sangre de aquellos herederos de las finas artes. Los habitantes de Jamir.

Hoy Presentamos: Saint Seiya Gaiden: Jamir!

El regreso triunfante de los Hermanos!

El sol comienza a caer en las montañas cuando finalmente el pueblo de Jamir se despliega a los pies de Haru y Shimi. Con un par de poderosos y entrenados saltos ambos llegan a la calle, y rápidamente se dirigen al taller de quien fuera su maestro: Yaten de Escultor. Haru agradece el viento en la cara; está obligada a portar una máscara que le oculta el rostro cuando porta la armadura de Andrómeda, pero ahora mismo solo es ella, volviendo al hogar que conoció de chica. Y está feliz.

Feliz por el peso que lleva en la espalda, mientras observa al alto Shimi delante de ella. Ambos han crecido, y no solo de cuerpo, desde aquel momento dos años atrás cuando llegaron al Santuario y enfrentaron a Altieon. Dos años de arduo entrenamiento con Elean de Tauro, un Santo paciente y cuidadoso pero estricto, determinado a extraer la última gota de esfuerzo de cada uno de los aprendices. 

Y luego, tan solo una semana atrás, el Patriarca descendió hasta sus tiendas, acompañado de sirvientes con sus armaduras. Las entregó, recordando la importancia de no recurrir a ellas excepto cuando fuera necesario. Cajas de Pandora: los dones más preciados y los peligros más terribles residían en ellas.

Pero su hermano les había contado entonces, cuando estuvieron todos solos, de la maravilla que guardaban. Él mismo había vuelto a Jamir como parte de su entrenamiento, para observar y ayudar a Yaten en la tarea de devolverles su esplendor. La sangre del Caballero de Plata las había llevado a el estado más puro posible, fuertes como recién forjadas por al Diosa. Y aunque nadie aún había tenido ocasión de portarlas, ahora eran suyas. 

Solo suyas. 

El amplio taller de Yaten está en la penumbra. El maestro aún no ha encendido ni siquiera una vela, concentrado en su mayor desafío: la rota armadura de Argos Navis, en pedazos en su mesa. Ni siquiera advierte el movimiento de la tela decorada que hace de puerta, cuando Shimi la aparta suavemente, y los hermanos entran al recinto.

-Maestro!!

Shimi agachó la cabeza a modo de saludo mientras se adentraba en el taller y dejando pasar a Haru.

-Ya estamos aqui de vuelta, y nos alegramos de verle de nuevo.

Shimi agarraba fuertemente las asas de la caja de pandora, orgulloso de la la recompensa obtenida por tanto esfuerzo.

El camino había sido duro. No el de regreso a casa. El camino para convertirse en un verdadero Santo de Athena. Sin embargo, nada de esto pesaba en el sentir de la niña mujer Haru.

Dos años había estado entrenando bajo la tutela de Elean de Tauro. Aunque diferente a Eleas, el caballero, al igual que como había sido en vida su hermano, tenía una paciencia sin igual y aunque era exigente, siempre tenía una amable sonrisa en su rostro.

En ese tiempo no sólo habían fortalecido su cuerpo y su espíritu. También habían afianzado los lazos de amistad con aquellos niños recién llegados al Santuario junto a los que había ganado su armadura.

Sin embargo, ahora estaba lejos de todos ellos. Shimi y ella habían sido enviados a ver a su antiguo maestro Yaten, seguramente para completar parte de su instrucción; y si bien estaba contenta de volver a ver las montañas de Jamir, sentía una punzada de tristeza porque ahora, su hogar estaba en Athena.

-Maestro- con calidez Haru saludó a Yaten. Aunque oficialmente él no la había entrenado, la muchacha lo veía así. Él sabía que Shimi la entrenaba en secreto cuando ambos se preparaban para ir al santuario y más de una vez, había enseñado a su hermano la manera de transmitirle a la niña, las enseñanzas necesarias para servir a la Diosa como una guerrera más.

La mirada de Yaten se levanta de la mesa de trabajo. Los saluda, el atisbo de una sonrisa en su cara, y se levanta para encender una lámpara. Mis chicos. Se acordaron del viejo Yaten, eh?

Con los brazos abiertos los recibe y les indica una mesa con abundante pan y queso. Los esperaba. Me avisaron que venían.

Vuelve a mirar con pesar la armadura de Argos y luego corre sobre ella una tela blanca. Es casi como una mortaja, piensan los jóvenes con un escalofrío. Yaten se sienta en la cabecera de la mesa y comienza a comer. Vamos. Hay fruta para la cena. Las comidas en Jamir son siempre frugales. Es como una costumbre, una vuelta al hogar. El sonido de un buho de nieves allá afuera, el aire de montaña, la oscuridad que rápida los cubre...

- Entonces, qué se siente finalmente ser Caballeros? Haru... espero que luego de estos años de entrenamiento hayas entendido lo que significa; nunca antes una mujer había sido admitida en el Santuario. Para que tú fueras la primera, debía asegurarme de que realmente lo quisieras.

El sentimiento por la armadura del Argos era grande....miles de recuerdos se le vinieron a Shimi a la cabeza al ver los restos de la armadura ya muerta.
Luego miró la mesa repleta de comida que había preparado su maestro y sonrió, se le veía contento de que hayan regresado y eso era bueno, en definitiva era lo más cercano a una familia que habían tenido nunca Haru y él.

-Gracias maestro, es un placer volver a compartir la cena con usted, sin duda es un gran hombre. ¿En serio sabía que había entrenado a Haru a escondidas? Vaya que vergüenza...lo lamento. Lo importante es que estamos aqui de nuevo....y como caballeros de Atenea

Haru dedicó una sonrisa tranquila al maestro de Shimi. No tenía nada para reprocharle. Su estancia en el Santuario le había mostrado que no era fácil romper con la tradición. A pesar de las máscaras, había quienes aún se resistían a tomarlas a Céfir y a ella en cuenta como era debido, como a un igual. Era algo que sólo el tiempo podría lograr y como una de las dos precursoras de cambiar aquel precepto tan absurdo estaba haciendo todo lo posible para dejar un legado.

-Gracias maestro Yaten. Ahora comprendo realmente todo lo que debiste hacer para que mi Determinación no flaqueara al llegar allí. A pesar de que aún debo vencer algunas resistencias, tus enseñanzas transmitidas a través de mi querido hermano me ayudan a sobrellevar los malos ratos... que no son tantos como cabría esperar.

Shimi no te avergüences... si no fuera por tu osadía yo no habría llegado a aspirar a ser una servidora de Athena y hoy la armadura de Andrómeda no me acompañaría en el regreso a casa.- A pesar de que aún seguía siendo una niña, la joven muviana había madurado bastante en esos últimos dos años. Había dejado de lado su impulsividad y una calma reflexiva la acompañaba a donde fuera en esos días. Las horas pasadas con Soterio en el templo de Virgo comenzaban a dar sus frutos.

-Pero bueno, dejémonos de formalidades! el viaje ha sido largo y no se ustedes, pero yo me muero de hambre- riendo se acercó a uno de los platos y comenzó a robar pequeños bocaditos de él.

Yaten sonríe mientras los observa comer. Intercalan alguna palabra aquí y allá, mientras recuerdan momentos del pasado, de veces que había hecho la vista gorda cuando Shimi enseñaba a Haru, o cuando Haru espiaba los entrenamientos. Ambos descubren que Yaten en realidad impartía lecciones para ambos a partir de Shimi, fomentando las habilidades de ambos.

Pero en un determinado momento, levanta la vista atento. Los ojos se dirigen a las Pandora de sus aprendices, y la sonrisa se ensancha. Luego observa a su recámara. Un momento, dice mientras se levanta y entra. Sale con la caja de Escultor en brazos, y la coloca junto a las demás. Tú también estás feliz, verdad? Pueden oirlo? Inclina la cabeza hacia un lado. Es hermoso... 

Ambos concentran el oido, pero no captan nada. Entonces sienten al Cosmos de Yaten estirarse, despertando, y hacen lo mismo. Una resonancia en el Cosmos... una vibración. Proviene de las armaduras.

- Algunos caballeros las portan como una herramienta, simplemente. Pero aquí, en Jamir... los que conservamos el antiguo arte sabemos que son mucho más. Son seres vivos, son recipientes para todos los caballeros que la portaron, y la portaran. Son extensiones de los seres humanos...

Shimi notó lo que su maestro le decía, él también podía oirlas...si, así era, eran las voces de las armaduras sagradas, que habían tomado vida propia con el único fin de proteger a la diosa Athenea...y servirían hasta el fin de sus días a los caballeros que las vistiesen.

Shimi se acercó ahora a su caja de Pandora y abrió su armadura mostrandose la bella armadura del lince

Que gran honor vestir una de estas armaduras sabiendo que ellas cederán su vida por su portador en todo combate sin nada a cambio...están hechas para protegernos la vida, para sacrificar la suya propia con el fin de que nosotros derrotemos a nuestros enemigos....

Así lo haremos! Aún a riesgo de nuestras vidas. Y mientras me quede algo de aliento y pueda disponer de mis manos repararé todas aquellas armaduras sagradas que hayan sido dañadas por proteger a su portador...ellas se lo merecen

Al muviano se le llenaron los ojos de lágrimas y varias de ellas se cayeron sobre la sagrada armadura del Lince

Al principio, Haru no pudo escuchar nada. Sus oídos no distinguían más que los sonidos propios del lugar: hojas mecidas por el viento, trino de pájaros, sus propias respiraciones. Más cuando el maestro extendió su cosmos, la percepción de la pequeña se alteró y pudo apreciar lo que Yaten quería mostrarles.

En el aire del lugar se sentía una vibración armónica, alegre, compañera. Parecía que esa vibración quería expresar algo, una forma de comunicarse que la muviana no pudo entender. Ese es el lenguaje de las armaduras? Ellas... ellas están felices de estar aquí, de estar juntas. Esto es maravilloso.

Emocionada, con un nudo que atenazaba su garganta, Haru tomó la mano de su hermano. Él estaba expresando todo lo que la chica sentía en ese momento y no podía manifestar en voz alta. La armadura de Andrómeda le había salvado la vida, la había protegido de los ataques de Free cuando más lo necesitaba. Era mucho más que un simple ropaje. Esa cloth era parte de su esencia de Santa de Athena, así como ella era también un instrumento para que la armadura pudiera servir a su diosa.

-Maestro- dijo con la voz quebrada -¿qué están diciendo?

La mano de Yaten se posó sobre el hombro de Shimi, conmovido por el gesto del aprendiz. Tienes lo que se necesita? Entiendes lo que deberás sacrificar?

La pregunta de Haru sin embargo vuelve a arrancarle una sonrisa. Dicen... en realidad, no dicen nada en palabras. Solo las grandes Armaduras de Oro son capaces de transmitir palabras como nosotros las entendemos. Las armaduras de Plata y Bronce son capaces sin embargo de hacerse entender a través de ideas, sensaciones... una forma de comunicación primaria.

Rápidamente les indica que despejen el lugar, corriendo la mesa, bancos y elementos de trabajo. De un arcón extrajo una gruesa manta de colores, con símbolos que parecen oscilar sobre su superficie. La coloca en el suelo, y se sienta con las piernas cruzadas en ella. Siéntense. Relajen su Cosmos... vacíen su mente. Concentren todo su ser en una mota de polvo...

Haru prestó especial atención a las palabras de su maestro. Él era un escultor, uno de aquellos que poseían el conocimiento necesario para reparar las armaduras que la diosa Athena había entregado a sus caballeros. Yaten conocía mejor que nadie en el mundo como funcionaban los cloths, dónde residía su alma. Si los dioses eran bondadosos, un día su hermano también entendería esos misterios; pero para ese día aún faltaba mucho tiempo. Sus caminos apenas comenzaban a vislumbrarse, mucho deberían aprender antes de llegar a esa instancia.

Sin perder tiempo, la chica hizo lo que Yaten les pidió. Cruzó sus piernas en la posición de loto y comenzó a respirar pausadamente, buscando serenar su espíritu y concentrarse en su cosmos.

Su maestro les pedía que redujeran su existencia a una mota de polvo, que dejaran de ser quienes eran, que olvidaran el universo que los rodeaba, que tan sólo contemplaran un pequeño punto, el reflejo de lo que debían ser en ese momento.

Es casi como estar con Soterio, pensó la niña poco antes de dejarse llevar por el ejercicio y vaciar uno a uno sus pensamientos, permitiendo que la nada la envolviera y la redujera a una simple partícula, una mota de polvo, como el caballero de plata había pedido.

Shimi pensó que no sería capaz de imaginar lo bello que debía ser que una armadura de oro se comunicase con su dueño, ya era algo grandioso lo que ocurría con su armadura de bronce y según su maestro Yaten con una armadura de oro este sentimiento era mucho mayor, la comunicación era más pura si cabía.

Tras eso se dispuso a despejar la sala para comenzar con los entrenamientos, debían darse prisa y no perder tiempo, tenían aún mucho que aprender, y los tiempos de guerra estaban por llegar, lo de Altieon era solo un pequeño aviso, Shimi sabía que tarde o temprano algo se desencadenaría y que todos los caballeros de Atenea debían estar preparados y dispuestos para la batalla. Así pues concienzudamente se dispuso a hacer lo que su maestro les pedía a la pequeña de su hermana y a él. De vez en cuando miraba de reojo a Haru y admiraba su voluntad, siendo tan joven su dedicación era férrea como una montaña, tan dura como la cadena de su armadura.

Shimi se sentó en el suelo y relajó al máximo su cosmos, el universo se abria a su alrededor y miles de estrellas brillaban cerca de él, concentró su atención en algo minusculo, una mota de polvo estelar, tal y como decía su maestro.

Haru cerró los ojos. El aire a su alrededor penetraba en su nariz, el dulce aroma de la manta, la presencia invisible de Yaten y Shimi. Pudo sentir como los otros Cosmos se entrelazaban con el propio, guiando su mente hacia un lugar imposible en la distancia.

La sensación de volar sobre tierra, arena, ciudades era solo una sensación. No podía ver nada de ello, pero de alguna forma estaba segura. Estaba segura de tener bajo sus pies durante un instante una enorme y próspera ciudad; murallas de piedra y hombres trabajando. El mar rompía contra las escolleras, pero pronto su viaje la llevó más allá, siguiendo la costa. Hacia un grupo de peñascos gigantescos, saliendo del agua embravecida como los dedos retorcidos de un gigante buscando la superficie.

Su visión se aclaró. Un gemido en el peñasco le hizo volver la vista hacia allí. Una joven de increible belleza, su cara tan perfecta que la joven muviana casi debió contener las lágrimas en sus ojos, yacía amarrada cruelmente con pesadas cadenas a la roca. Haru podía sentir como la joven se debatía entre llorar y mantener la seriedad en su cara.

Shimi cerró los ojos. El aire a su alrededor penetraba en su nariz, el punzante aroma de las herramientas de trabajo de Yaten, el calor del lugar de trabajo. El metal y orichalco listo para ser trabajado. El regusto a sangre, esencia vital necesaria para compartir con las Armaduras el don de la vida. No pudo evitar pensar que Yaten compartía el vínculo con las armaduras porque su sangre las convertía en sus hijas. Su propia sangre se aceleró; su propia sangre había ayudado a reparar la Armadura del Lince. Pudo sentir como los Cosmos de Haru y Yaten se entrelazaban con el propio, guiando su mente hacia un lugar imposible en la distancia.

La sensación de volar se impuso en su mente; casi como simplemente estar cayendo. Un calor comenzó a surgir en su cuerpo, una llama que se alimentaba de su Cosmos. Y luego el calor estuvo a su alrededor, como si fuera lanzado de cabeza a un enorme horno.

Con una aspiración repentina, como si le hubieran golpeado el pecho, Shimi abrió los ojos. Se encontraba en un bosque de coníferas, tendido de espaldas en el suelo. El sol se filtraba en rayos definidos por entre las copas de los árboles, generando amplias zonas de fuerte contraste entre la luz y la sombra. 

El muchacho comienza a incorporarse lentamente, cuando lo detiene en seco la vista de un felino a no más de 10 metros. Un lince, reluciente en su manto moteado, lo observa con curiosidad.

Qué es esto? donde estoy? El rumor del agua chocando contra las rocas la sorprendió. El olor a sal que despedía la masa de agua la fue orientando. Poco a poco su mirada se aclaró, al tiempo que sus pies desnudos sentían el contacto con la arena y la roca.

Avanzó un poco por el lugar. Una parte de si misma estaba desconcertada, buscaba el por qué de aquel escenario. Otra parte, sin embargo, permanecía en calma. Aquello era una proyección astral, un ejercicio de meditación empujado por su propio cosmos que armonizaba con el de Shimi y el del maestro Yaten.

Haru avanzó más por aquel paisaje. Sus pasos la condujeron a orillas del mar y sus ojos se recrearon en la visión más bella que habían experimentado. Allí, amarrada a unas rocas por unas cadenas, se encontraba una hermosa joven, un poco más grande que ella, dispuesta allí para ser devorada por el mar. -No!- dijo su voz, amortiguada como en un sueño. -No!- volvió a repetir desde un lejano eco. Sin embargo, la muchacha seguía allí, estoica, resistiendo los embates del embravecido mar, sin sucumbir a la desesperación.

La muviana se estremeció ante semejante muestra de valor. La muchacha estaba condenada y sin embargo no dejaba que sus lágrimas se mezclaran con la sal del agua que la cubría cada vez más. Haru lloró. Lloró por la chica valerosa, lloró por su propio temor.

Algo debo hacer... no puedo quedarme así, debo rescatarla, debo luchar! Intentó elevar su cosmos, pero nada ocurrió. Llamó mentalmente a su armadura, pero esta no le respondió. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué nada funcionaba como era debido?

La joven respiró hondo para serenarse. Centró nuevamente su espíritu y tranquilizó sus emociones para poder hallar la respuesta a su situación.

Recuerda el combate contra Free... Recuerda lo que sentiste cuando la armadura te eligió... Sabes que no siempre la lucha es el camino que debes recorrer... Hay veces que lo que hay que dar es mayor, hay veces que lo único que vale la pena, lo único que sirve es el sacrificio.

Haru comprendió lo que debía hacer para salvar a la bella mujer. Su momento había llegado, debía tomar su lugar.

Shimi se despertó ensimismado, viendo a su alrededor la belleza y armonía del paisaje, no sabía como ni porque habia llegado alli, pero era reconfortante.

Luego vio aquel lince, tan bello y esbelto, su bello pelaje relucia con los destellos del sol, su porte era majestuoso, y observaba al muviano con detenimiento.

Que quieres de mi bello lince?-dijo Shimi sin miedo alguno y acercandose al portentoso animal, el cual le trasmitia fuerza, calor y valor.

La mujer giró sus profundos ojos hacia Haru, dos pozos de oscuridad. La joven fue entonces una con ella, una con sus ataduras. Y sus pensamientos, los milenarios recuerdos de Andrómeda se convirtieron en uno con sus propios huesos.

Una ofrenda a los Dioses, un paso mal dado. La amenaza de todo su pueblo de perecer, el sacrificio de su madre, el valor de su padre. Cuando la lucha no es suficiente, cuando su propias fuerzas no pueden vencer a lo que viene a por tí...

El agua a su alrededor bullía con una presencia mortal. Un cometa se deslizó en el cielo en su búsqueda. Una única lágrima rueda por la mejilla de Andrómeda, una lágrima para aceptar con valor que cuando no queda nada, solo el sacrificio es posible. Un terrible monstruo surgió para devorarla, y ella ofreció su cuerpo para evitar la muerte de toda su familia...

El lince observa a Shimi durante un momento, pero ante sus palabras comienza a correr. Sorteando los obstáculos, piedras, árboles caidos, con gran agilidad, Shimi apenas puede mantener el ritmo y la velocidad. 

Todo su esfuerzo está en el próximo paso, el próximo salto. Pronto descubre, sin embargo, que no se encuentra solo. Un hombre corre a su lado. Cuando los ojos del muviano se posan en él, le sonríe. Shimi se descubre sonriendo también; estña disfrutando el ejercicio. 

Y entonces entiende que no corren simplemente. Algo los guía. Un rastro en el aire, en el suelo. Un hilo de Cosmos oscuro y reluciente, un miasma que flota como aroma a carne podrida. 

El hombre a su lado le habla en un susurro, una vibración. Somos cazadores. Sin descanso. La presa no puede escapar.

Con un salto final Shimi vuela por el aire, siendo uno con el hombre, uno con el Lince. Sus garras se manifiestan como un relámpago de fuego mientras cae contra el enemigo, un gigante borroso que apenas consigue abrir los ojos sorprendido...