Partida Rol por web

Después de estafarle 10 eurones a una viejecita y esta salga de la tienda, toco las palmas.

Esto se merece un piscolabis

Así que abro una lata de cerveza y una bolsa de patatas sabor ketchup. Y al meter la mano me encuentro un sobre pequeñito. No muy limpio, pero con una elegancia que echa para atrás.

¿Y esto que coño es? ¿Un sobre dorado?

Cuando lo abro y lo leo, pringándolo todo, me dice que vaya a la mansión a una fecha y una hora. Y eso es lo que hago, porque todos hemos oído hablar de los Rocks, ¿no?

Seguro que me compro algo chulo y me soluciona la vida.

De modo que cuando llega la hora, cojo la furgoneta de la plaza de minusválidos y parto para allá.

Las mansiones tienen garaje, pero por supuesto se puede aparcar fuera. Así que dejo mi furgoneta entre un cochazo y otro cochazo aún mejor y llamo al portero automático.

Y estos son los coches que dejan en la calle. Tiene huevos.

Cuando me abren, me doy una vuelta por el jardín. Aquí no hay piedras, pero aunque las hubiera, no se me ocurriría tirársela a un pavo real de los que veo. Eso sí, cuando se me acerca uno...

Quita bicho! Hala, zape!

El avión no tardaría en llegar a Madrid, y yo me encontraba especialmente nervioso. No es que tuviera miedo a volar, sino que estaba deseoso de llegar a la capital española para dirigirme a toda prisa a la Mansión Rocks. Miré mi reloj de bolsillo y fruncí el ceño. Aún quedaban dos horas para el mediodía, de modo que tendría que ser rápido una vez que estuviera en tierra.

Cuando una azafata pasó con un carrillo de bebidas, le pedí un vaso de té para amenizar el vuelo. Mientras bebía, pensé en la extraña forma en que había adquirido la invitación. Había sido solo unos días atrás, cuando me encontraba corrigiendo exámenes en mi despacho. Alguien me coló la invitación por debajo de la puerta, pero cuando me asomé al pasillo ya no había nada. Pensé que era extraño, pero al ver que se trataba de una carta de semejante importancia, no lo tuve en cuenta. Ahora no puedo evitar preguntarme por qué los Rocks me enviaron la invitación a mí. Aunque dado lo importante y rico que soy, me puedo hacer una idea. Supongo que mi fama también debe haber llegado a tierras españolas.

Una vez que el avión aterrizó en Madrid, recorrí el aeropuerto con pasos presurosos y subí a uno de los taxis que se encontraban en la entrada del edificio.

-Buenos días. Me gustaría que me condujese a la Mansión de los Rocks. Se encuentra a las afueras de Madrid. Tengo que llegar antes de las doce.

Una vez que el taxi me conduce frente a la Mansión de los Rocks, pago al taxista y bajo del vehículo, observando la magnífica mansión que tengo ante mí. De nuevo, le echo un vistazo a mi reloj de bolsillo para asegurarme que no me he pasado de la hora. Por suerte, aún no son las doce.

Sin más, avanzo hasta el jardín delantero de la enorme vivienda, donde los Rocks me habían citado. Con un poco de suerte, no tardarán mucho en recibirme.

Vicente entró mostrando su invitación a la cámara de la puerta, la cual después de esto se abrió elegantemente. Al ver los coches lujosos aparcados se sintió un poco incómodo. Pero aún así no se intimido por la pomposidad, dejando aparcado su viejo coche en un hueco libre. Acto seguido cerró su coche y se aproximó con precaución en la entrada de la puerta, tocando a su correspondiente timbre. Miró a su reloj algo impaciente. Junto a una inspección rápida a los otros invitados allí presentes.

- Buenas noches ¿Se puede?  - dijo elevando un poco el tono de voz. 

¿Al abuelo también le gustan los ganchitos?

Sí, hombre, pasa, que estamos aquí esperando.

A Felipe, que no le gustaba mucho la gente, paradójicamente le hizo gracia ver a Vicente. Pensó que, por su ropa, no tendría tanto dinero como el de los bigotes, si bien sí que podía tratarse de algún dueño de tierras o una mediana empresa.

Supongo que así no desentonaré - Pensó Tovar.

Vicente observó extrañado a Felipe al verlo ya dentro de la mansión, ya que según su invitación no debían entrar hasta que se lo indicaran. Dedujo por su ropa que no se trataba de ninguno de los dueños de la mansión. Como era de suponer Vicente esperaba a los Rock como unas personas vestidas de etiqueta. 

- No hombre, venga aquí al fresco a hablar joven. Ya nos tendrán bastante rato sentados después; prefiero estirar las piernas. Tampoco me gustaría faltar al respeto a los amos entrando sin permiso. - dijo Vicente con una sonrisa fofa por su falta de dientes.

Este por conforme viste debe ser de esos listos ricos que juegan con los cacharros modernos - Pensó Vicente

Pipe apoyó su estómago sobre la barandilla para asomar medio cuerpo mientras gritaba a pleno pulmón jaleando a su caballo. O más bien, insultando a su jinete.

¡Vamos! ¡Venga, botarate! ¡Gandul! ¡¿Cómo narices pagas tus facturas?, inútil! ¡Cretino!

Cuando el primer caballo llegó a la meta, Pipe se giró sobre si mismo y apoyó su espalda y los codos contra el borde del murete.

¡Maldito vago! - Había perdido la apuesta. Si tuviese ya su pata de conejo, esto no hubiera acabado igual. Dio un nuevo trago a su vermut mientras su mente volaba antes las posibilidades de gozar de buena fortuna y, en ese momento, le vibró el movil. Lo sacó del bolsillo y se fijó en la pantalla.

¡Oh, mierda, mierda, mierda! ¡Qué tarde se me ha hecho! - Con el mismo móvil, mientras echaba a correr hacia la salida, encargó un taxi a través de una aplicación.

A duras penas tuvo tiempo de despedirse de sus amigos sin siquiera darles una excusa convincente. - Lo siento chicos, me tengo que ir. ¡Se ha hecho muy tarde! - A decir verdad, a ninguno de ellos le importaba demasiado que Pipe se fuera. De hecho para la mayoría la situación acababa de mejorar notablemente.

Aún a la carrera se puso las gafas de sol, confiando en que ese simple gesto le hiciese pasar desapercibido como si fuese igual de eficaz que someterse a una cirugía para cambiarse la cara.

Cuando llegó a la zona de acceso a vehículos, el taxi aun no había llegado. A pesar de que era bastante obvio, dado que no hacía ni 3 minutos que lo había solicitado, Pipe maldijo al taxista. Odiaba esperar.

Finalmente el taxi llegó y Pipe le indicó la dirección con cara de pocos amigos. El taxista intentó sin éxito comenzar una conversación cordial a la que Pipe respondió cortante.

No le pago por hablar, le pago por conducir, así que cállese la boca y conduzca. - Lo cierto es que estaba especialmente impertinente, pero entre haber perdido la apuesta en el hipódromo y la espera, Pipe se había puesto de mal humor al ser dolorosamente consciente de que el mundo no giraba a su alrededor.

Aprovechó el trayecto hasta su destino para tranquilizarse. Hasta el punto de que al llegar se sintió culpable y le dio una propina extra al taxista emitiendo una débil disculpa por su respuesta anterior.

El taxista cogió el dinero y, cuando Pipe se dio la vuelta, le lanzó un corte de manga y arrancó el vehículo.

El taxi dejó a Pipe frente a la verja de entrada al recinto de la mansión.

Éste se acercó al telefonillo y llamó pulsando el único botón. Un timbre musical reprodujo el sonido de unas campanitas entonando una melodía sencilla que le resultó levemente conocida aunque no supo identificar.

Sacó la invitación que le había conseguido su "yayo" del bolsillo interior del blazer azul marino y lo mostró a la videocámara del telefonillo.

Se quitó las gafas de sol para poder ser reconocido y, en voz casi susurrada, se identificó.

Felipe Juan Froilán de todos los Santos de Marichalar y Borbón. Los señores Rocks me han invitado.

La puerta se abrió y él accedió al recinto, donde había ya algunas personas.

Se acercó al hombre del bigote, los otros dos parecían familiares del servicio.

Buenos días - aun no eran las 12, así que era el saludo apropiado - ¿hace mucho que esperan? - preguntó como si diera por hecho que estaban allí esperando por él.

Sir Robert observó entrar a un joven de unos veinte años, alto y elegantemente vestido. Era otro de los asistentes a la subasta y, a diferencia de los otros dos, que parecían de clase media baja, aquel muchacho transmitía la sensación de ser rico y poderoso.

-Buenos días -respondió al saludo del muchacho, educamente-. Prácticamente acabo de llegar hace unos minutos. No debe de quedar mucho para que nos reciban los Rocks.

Felipe casi se adelantó, pero cuando oyó que era de la familia real, se cortó un poco:

Ah, yo pensaba que eras el Pequeño Nicolás ese. Buenas, chaval.

Felipe se giró un poco e "hizo su magia" lo más disimuladamente que pudo [se comió un moco]. Posteriormente se volvió a dar la vuelta y miró un reloj inexistente. Se impacientaba.

No habrá ninguna fuente por aquí donde refrescarme, ¿verdad? ¿Conocen la mansión de antes?

Sir Robert observó detenidamente al hombre calvo y de recortada barba negra. No parecía una persona especialmente adinerada.

-Lo siento, es la primera vez que vengo a esta mansión. No sé si habrá una fuente por los alrededores. ¿Conoce usted a los Rock?

Pipe mira con desprecio al calvo que se atreve a interrumpir su conversación con el hombre del bigote.

¿El pequeño Nicolás? No. Pero sí que conozco bien a su novia.

Se gira de nuevo a Sir Robert Campbell.

¿Usted tampoco conoce a los Rocks? Es raro. El abuelo tampoco los conocía. Y el abuelo conoce a todo el mundo. Por cierto, no recuerdo cómo dijo que se llamaba

-Mi nombre es Sir Robert Campbell, caballero de la Orden del Imperio Británico -se presentó Sir Robert ante el joven-. He oído que es usted de la familia real española. Y sabiendo que se llama Felipe... ¿es pariente cercano del actual rey de España, no es así? Le conocí en una cena en Londres, hace unos años. Tiene usted cierto parecido con el Rey Felipe, ahora que me fijo.

Al oir el título del hombre del bigote, Pipe sacó su lado competitivo.

¡Pues ya ves! Yo soy Grande de España y Caballero Divisero Hijodalgo del Ilustre Solar de Tejada.

Luego, ante la mención de su pertenencia a la familia real Española.

Sí, sí. Pero hoy estoy de por libre.

Por último, cuando hizo referencia a su tío Felipe

¿Conociste al tito? Sí. Nos parecemos, aunque yo salí más guapo por mami.