Partida Rol por web

Taller de relatos cortos

Relatos independientes

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14/11/2012, 11:26
paloto
Sólo para el director

En esta escena podéis publicar los relatos que queráis independientemente de los desarrollados en el taller. Estos relatos también pueden ser comentados pero tendrán prioridad los correspondientes al desafío oficial del taller.

Se pide NO ABUSAR de esta escena, es decir, no publicar de golpe 10 relatos propios escritos con anterioridad al taller. Pondremos un límite de un relato a la semana por usuario. Además, las publicaciones tendrán que ajustarse al tamaño de los relatos estándar, es decir, un máximo de 900 palabras (seré transigente si se pasa en pocas palabras).

La publicación del relato en esta escena no implica la exposición inmediata del mismo. Se irán publicando poco a poco en sus respectivas escenas.

TODOS los relatos publicados aquí deberán estar escritos "solo para el director" que se encargará de abrirles una escena para que puedan ser comentados con cierto orden.

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14/11/2012, 12:20
Sólo para el director

Se levantó del asiento, dispuesto a formular un conjuro. Inició la salmodia con un murmullo que fue in crescendo hasta inundar toda la sala con su indescriptible melodía

Con la mano hizo varias florituras a la par que aquel sonido iba retumbando en las paredes de la vieja sala, como un réquiem de miles de voces conformando una sobria sinfonía de puro poder. Se sentía animado, asustado y excitado, después de todos estos años ,si conseguía hacerlo, lo respetarían en todo el continente. El suelo comenzó a temblar y un fino polvillo blanco cayó desde el techo mientras las voraces llamas que dispuso alrededor de un circulo pintado en carmín se avivaban bailando al son del hechizo.

Para terminar sacó una daga de su ajado cinturón marrón y, con un rápido movimiento, perforó la piel de su mano dejando caer unas gotas de liquido vital en aquel pentagrama, que comenzó a brillar con un resplandor opalescente, lo había conseguido, había invocado a un ser que haría resonar la tierra con cada paso que diera y esos inútiles conocerían el poder de Sha’nac.

La puerta se abrió y una mujer entró y descorrió las cortinas –Ya son las ocho y media, cariño- tras eso se fue dejando al grupo de amigos con la miel en los labios, reticentes de volver del mundo de fantasía que habían creado durante unas horas, pero la realidad es dura y o nadas o te arrastra…

Notas de juego

Me gustaria inaugurar esto con un microrelato que tenia en la recamara. No llega a las 800 palabras...pero bueno,creo que no hay mejor que este tema para inaugurar el taller ^^.

Saludos!

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14/11/2012, 12:40
paloto

Notas de juego

Lo llamaré "Relato 001" mientras no me envíes un título para el relato. Ahora lo cuelgo en su escena y te lo comento.

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14/11/2012, 13:29
Caodin
Sólo para el director

La tenue música del instrumento de cuerda tañía en la sala con calma en movimientos acompasados. En los amplios paneles de papel se reflejan figuras y formas fugaces, que iluminan y apagan los magníficos dibujos de aves y riachuelos que traen hasta el salón luces oníricas y envolventes. Dos figuras al fondo de la sala llenan el espacio vacío, en una quietud solo rota por los acordes de la dama. Preside la ausente sala un samurai investido en su armadura rojiza con semblante sereno y ojos cerrados. Tiene oídos tan solo para la dama a su lado.

  - Te juré que no permitiría que nadie te hiciera daño – La tonada no cesa, y sin embargo, algo cambia en el aire cuando ambos cruzan las miradas, apenas un instante antes de que ella baje la vista, pero ese leve contacto ya ha sido suficiente. – baila para mí esta noche.

  Antes de dar el primer paso, o que tan siquiera sus dedos cesasen de pulsar, la dulce voz de ella toma el hilo de la canción sin palabras. Ya no son necesarias. Con pasos suaves como la brisa, y movimientos flexibles como un junco, se eleva. Cada gesto, cada movimiento y sutil parpadeo se los ofrece a él, quien ahora la acaricia con una mirada cargada de ternura. Una lágrima traiciona la aparente serenidad del rostro de ella, que se apresura a sumar un abanico a la danza para intentar ocultar esa debilidad. Si el samurai se ha percatado, no da muestras de ello, y tan solo parpadea… El giro del brazo de ella describe un arco amplio, fluido, y él apenas asiente quedamente. El momento íntimo no se rompe ni aun cuando las puertas de la estancia en paz se abren, y entran los invasores cubiertos de la sangre de los guardas del daimyo, ella sigue danzando. Baila para él de forma tan hermosa, que incluso estos hombres retienen sus pasos, inseguros, a la entrada. Da un último giro, alzando las manos, y por segunda vez se escucha el golpe. Muere la última canción del ruiseñor. Ella se inclina, en gesto de sumisión al hombre cuyos ojos poco a poco se han ido apagando, y las cascadas de su pelo se deslizan, cubriendo el suelo mucho antes de que su cuerpo cayera frente al samurai.

  Cruel destino el de estos dos amantes que jamás llegaron a rozar su piel.

  Pronto, las llamas cubren el castillo de papel

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14/11/2012, 15:07
Sólo para el director

Él me ha conseguido todo un edificio vacío para este momento. Realmente me sienta mal tener que necesitarle tanto, pero ahora mismo él es mi única familia. Al llegar al lugar puedo observar que se trata, en verdad, de un viejo almacén pero es lo suficientemente amplio para mis propósitos. Reviso todo el lugar y desde las ventanas superiores se puede ver las cúpulas de la basílica de San Pedro y sonrío, santiguándome e hincando mi rodilla en el suelo para besar mi vieja cruz de plata. Tras ello miro a mi alrededor.

Que Dios me perdone por lo que voy a hacer...

He leído y estudiado mucho al respecto, más de una docena de rituales demoníacos y religiosos, paganos, profanos, divinos, todos ellos servían para comunicar con tu propósito, y ahora mismo en mi mente sólo hay uno: el Cáliz. Y para ello, otro: un Servant. Pero no me sirve cualquier Servant, tiene que cumplir mis requisitos, no sólo en poder, si no en objetivos, o no podré cumplir mi deseo. Y para ello debía de canalizar mi poder y mi alma... Y por desgracia ello podría ofender no sólo a los que hay por encima de nosotros, si no también a aquellos que nos arrastran a las profundidades.

Comienzo trazando un enorme círculo con sal marina escamada completamente natural, una delicadeza culinaria que también serviría para mi propósito. En el interior del círculo dibujo una estrella de David, también con sal igual que el caso anterior, pero esta vez me centro en los vértices, todo ha de ser exacto, la división milimétrica, con el vértice menor apuntando hacia la basílica, allí de debe de hallar el menor de los canalizadores: un frasco de lágrimas de doncella pura. Asciendo a los dos vértices del triángulo menor, siendo estos la materia del cuerpo que debo de formar: carne a la izquierda, aún sangrante, palpitante gracias a un hechizo nada agradable, y en el otro astillas de un cadáver que nunca recibió sagrada sepultura. Me dirijo entonces hacia los vértices externos del triángulo mayor, debiendo de ser estos los pilares que sostengan el catalizador mayor y, en particular, el alma de quien invocaré. A la izquierda, contraria a los huesos que mantienen la estructura, polvo de plata para el espíritu, a la derecha, paralelo a la carne palpitante y como pilar contrapuesto un pergamino manuscrito por un viejo sacerdote de la órden de los templarios. El último vértice es la parte final del ritual, de modo que lo pospongo. En el centro del lugar dos maderas de roble perfectamente talladas y sin tratar haciendo una cruz, no como las que conocemos, si no de las que en verdad se crucificaban por aquel entonces. Varias velas e incienso por todo el lugar se entremezclan con trozos de huesos de animal formando una extraña mezcolanza, aunque peculiarmente armónica. Está todo preparado, sólo queda esperar al anochecer, el momento en el cual el ojo de Dios deja de vigilarnos. El momento en el que yo, a su espalda, le traiconaría para buscar su sagrado tesoro.

Y así sucede, cae la noche, me dirijo al mayor de los vértices, el que aún no está ocupado, sonrío al ver cómo todo comienza a adquirir un extraño brillo azul verdoso, casi aguamarina, y con una enorme daga dibujo una cruz en mi mano derecha, y un pentagrama en mi mano derecha. La emoción que me embarga es casi indescriptible, más allá del dolor puedo sentir placer, el placer de estar un paso más cerca de mi objetivo aunque, quizá, también el temor al saber que mi alma estaba siendo condenada al infierno. Pero una paz interior al saber, a ciencia cierta, que este es el camino correcto.

Mientras mis manos se colocan en la esquina y siento el escozor de la sal comienzo a pronunciar una salmodía en latín, idioma que me resuta realmente sencillo, y es una salmodía que he memorizado una y otra vez hasta ser capaz de recitarla dormido. La salmodía resuena en el lugar, la sangre tiñe pronto la enorme estrella de David y el círculo protector, las energías abandonan mi cuerpo lentamente y las velan toman distintos tonos. Los cristales se rompen y los huesos vibran provocando una siniestra melodía capaz de apaciguar cualquier alma. Sigo repitiendo mi ensalmo, una y otra vez, la cara de ella aparece por mi mente mientras una lágrima resbala por mi rostro. Esta vez no voy a dejarla escapar, no dejaré que él vuelva a ser mi amo... Esta vez yo seré... El Máster.

Notas de juego

Es de una ambientación de Fate Stay Night... Es algo viejo pero bueno... ^^

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16/11/2012, 23:33
paloto
Sólo para el director

Yo no había nacido para merodear en aquel complejo y peligroso mundo pero una serie de circunstancias que no describiré ahora me llevaron a trabajar para Godwin. Y allí estaba yo, en una de las zonas industriales más abandonadas de Moscú, llamando a las puertas de aquella nave a la que ni la policía rusa se atrevía a acercarse.

- ¿Qué quieres? –me preguntó una voz brusca desde el interior.

- Vengo a negociar. Me envía Godwin.

Era curioso. Aquel nombre abría muchísimas puertas, pero debía ser usado con tiento o la última puerta que movería sería la de mi ataúd y no para abrirla precisamente.

Me hicieron esperar en una amplia sala donde un hombre equipado con un subfusil, vigilaba a media docena de mujeres jóvenes que permanecían cabizbajas sentadas en varios sofás y sillones. Cavilaba yo acerca de lo exagerado de un subfusil dada la situación cuando la vi por primera vez.

Su belleza me dio un vuelco y por unos segundos derrumbó la trabajada máscara de tipo duro que había construido en torno a mi. Su tez blanca contrastaba con el intenso rojo de sus labios, la tangible suavidad de sus cabellos negros y la viveza de sus ojos color canela. Al contrario que las otras mujeres, ella no miraba hacia el suelo, y  con ojos resueltos pero resignados me miró. Y sonrió.

- Por aquí –me indicó uno de aquellos matones sacándome de mi estupor.

Tipo duro. Me metí de nuevo en el papel. En la otra sala, Leabouf, el capo con el que debía negociar, permanecía sentado en una mesa redonda junto a otros cuatro hombres mientras parecían jugar a un juego de naipes que desconocía. Me ofrecieron asiento y antes de que pudiera darme cuenta, habían repartido una baraja y tres naipes descansaban en mi mano.

El juego resultó llamarse “arlequín” y no tardé en comprender las reglas. Tenía facilidad para ello y disfruté con las intrincadas estrategias y engaños de aquel peculiar juego muy similar a la negociación que estábamos llevando paralelamente.

- Bien, señor Gaudet –dijo refiriéndose a mi–Nuestras posturas están algo alejadas aún. Le propongo jugárnoslo a una mano de arlequín.

En aquel momento sospeché que Leabouf me la estaba jugando. Aun así acepté. No sé si fue por el humo de la sala, por una repentina confianza en mi suerte o por aquellos ojos almendrados que me habían hipnotizado, pero acepté, no sin antes tentar a la suerte.

- De acuerdo, pero si gano me llevaré conmigo a una de esas rameras que esperan ahí fuera.
Leabouf rompió en una estruendosa carcajada.

- Como quieras, pero no son más que furcias recién llegadas.

Repartieron. Mi mano no fue excesivamente buena, pero el desarrollo del juego me fue favorable. Tras varios minutos de engaños, mentiras y vueltas de cartas llegó el momento decisivo. Leabouf sacó un naipe del montón principal y lo mostró. Era una jota de picas. Mis opciones pasaban por sacar una carta mayor. Con ello mi jefe quedaría contento, y la mujer que me había sonreído fuera se vendría conmigo de vuelta a Francia.

Toqué la carta. Su frío pero suave tacto me dio buenas sensaciones. Hasta tal punto fue la confianza que tenía en mi suerte que no miré la carta. Directamente le di la vuelta y la posé boca arriba en la mesa sin mirarla observando la reacción de mi oponente.

Muchos años pasaron. Volví a Francia y me las arreglé para alejarme de Godwin y su organización. Me separé de todo aquello y me dediqué en cuerpo y alma a mi vocación de escritor, pero uno no logra nunca extraerse por completo el veneno de aquel mundo. No diré que me siento orgulloso, pero cada cierto tiempo seguía frecuentando los burdeles que mi anterior jefe gestionaba. Fue allí donde me encontré de nuevo con aquellos ojos de miel.

Estaba sentada en un rincón oscuro, fumando con elegancia observando todo lo que pasaba. Pregunté por ella y me dijeron que aquel lugar era su hogar. Que era sordomuda y que había trabajado allí hasta que el tiempo la hizo quedarse sin clientes. A sus cuarenta y muchos años había perdido la elegancia de su figura, pero mantenía aquellos ojos de canela y la sonrisa que me había conquistado. Me senté frente a ella en silencio, nos hicimos con una baraja y jugamos en silencio una partida de arlequín. La última carta que giré fue un as de corazones. Sonreí con ironía.

Terminó la partida, me hice con una hoja de papel y comencé a escribir. Aquella mujer aislada del mundo en su perpetuo silencio debía conocer la verdad de aquella historia, y que todo podría haber sido muy diferente si aquel maldito “as” no hubiera llegado treinta años tarde.

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18/11/2012, 13:20
Sólo para el director

Quiero mejorar este poemilla, sobre todo el final no me gusta mucho, y agradecería un poquitín de ayuda:

 

¿Cinco años ya?

 

¡Madre mía! ¡Quién me viera!

Pareciera

 

que cinco años en segundos se van.

En fin, pareciera.

 

 

Ando por las mismas calles de antaño,

 

conociendo cada adoquín,

cada ruido y número en el portón.

 

¡Qué extraño!

Que sólo sea aquí

 

donde exista este olor.

Este dulce olor que trae recuerdos

 

de un pasado mejor,

de un pasado lejano y mejor.

 

Todo congelado,

conservado,

 

como en espera.

Como queriendo que el amor volviera.

 

 


¡Qué sinsentido! ¡Qué poco apropiado!

 

Cinco años ya, ¡quién me viera!


A cada paso, una palabra.

A cada rincón, un beso.

 

Solíamos escondernos de la ciudad y sus habitantes.

¿Será que idealizo lo que ocurrió?

 

Será… sí, será eso.

No sé si los pasos que oigo son el eco de los míos

o si son los suyos que en cada esquina me esperan,

 

que andan cinco años por delante de mí y aceleran.

¡Bah! Vaya lío que tienes en la cabeza.

 

Vaya lío.

Tenía que haber cogido el abrigo que hace frío,

 

pero me empeñé en llevar su chaqueta.

Tonterías a mis veintiséis ya no pegan.

 

¡Hay que ser más discreta!

Voy a ir más rápido a ver si lo pillo.

A ver si me lo encuentro esperando en una esquina,

 

Sorprendiéndome como siempre hacía, el rubillo.


¡Cállate ya! ¡Qué pesado es tu coco cuando imagina!

 

 


No lo entiendo.

 

Te juro que no lo entiendo.

Impotente por no poder controlar ni lo que pienso.

 

Pero si en realidad te cae mal,

si no supo luchar por ti, el muy cobarde.

 

¿Por qué entonces te arde

que quieras volverle a hablar?

 

Por cobarde, ni siquiera sabes por qué acabó.

Por cobarde, te sientes mal contigo cada día.

 

Por cobarde, el muy cobarde ni sabría

explicarte lo que hace tanto ocurrió.

 

 

¡Me pone enferma!

 

Enfadada y con ilusiones.

¡Mecachis! Me voy a dar la vuelta.

 

Esta claro que no fue buena idea

volver aquí aunque sea

 

el único que entendería mis razones.

Es que no lo entiendo,

 

¡Te juro que no le entiendo!

Que siga pensando en él

 

después

de que todo aquello ocurriera,

 

no lo entiendo.


Seguramente creerá

que podrá leerme la mente,

 

que sigo siendo una niña.

Creerá

 

que me conseguirá fácilmente.

Iluso.

 

Pedante.

Pues que se vaya olvidando

 

porque antes

de que pueda hablar

 

pienso dejarle claras las cosas.

Verá,

 

que ya no funcionan,

que nunca más funcionarán

 

ni la música, ni el paisaje ni las rosas.

 


Se va a enterar.

Esta casa me suena.

¿He llegado ya?

 

Qué poco he tardado,

no tengo nada preparado.

 

En fin, valor que voy a llamar.

¿Estás segura?

 

No lo tengo tan claro.

¡Bah! ¡Llama ya!

 

 

¡Ding Dong!

 

 

¡Joder!


¿Y ahora qué hago?

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22/11/2012, 16:13
MarioSZamora
Sólo para el director

El sol estaba detrás de Flavio cuando le fotografié. Nos habló durante la caminata, preocupado. Cree que su novia es infiel.
-¿Ves? -nos insistía sin apreciar el mar, el espléndido atardecer, el inusitado brillo del sol -. No contesta a mis llamadas. Tiene el teléfono apagado.    
     Hemos cenado oyéndole hablar del surf, de sus proyectos de carrera. Pero su imaginación volaba y su mirada buscaba con constancia el teléfono móvil. Esperaba una llamada mientras desatendía al sabor del pescado, al aroma del vino.
     La novia de Flavio se encuentra en Milán. Aturdida, se lleva a la boca una taza sin saborear su café. Está demasiado ocupada mentalmente, confesando a unas amigas su sospecha:
-Flavio me pone los cuernos en España.
     Ambos se han telefoneado, mensajeado repetidamente toda la tarde. La capacidad de nuestro amigo, y de su novia, para plantear hipótesis es sorprendente. Pero ellos no están atentos al sol.
     La tormenta solar ha fulminado millones de mensajes estos días como si se tratara de auténtico papel escrito. Nuestra tecnología refleja la madurez de nuestra mente. Cuando hice la fotografía estaba demasiado centrado en hacer bien dicha fotografía. No reparé en tanto. El sol detrás de Flavio tiene los milenios contados.

 -Mario S. Zamora-.

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24/11/2012, 18:30
Sólo para el director

Luego de la investigación en del Centro de Clima, sumado el malentendido con Yuri y la investigación nocturna que continuo realizando, Joana había pasado una noche difícil sin dormir. A primera hora tuvo que participar de la detención y arresto de Yuri, toda esa carga de estrés la había convertido en una mujer frenética que desechaba ayudas y confianzas.
Luego de la detención de Yuri informo que solo la molestaran ante alguna situación de gravedad, se retiraba a dormir. Dentro del edificio de la unidad, había sobre el ante ultimo piso una mini unidad de viviendas para el personal que quedaban de guardia en la unidad de servicios especiales, siempre se mantenía una guardia mínima de un parapsiquico, un erudito, dos pilotos de la unidad mecha y dos soldados.
Desde la mañana luego de la detención de Yuri y el retiro de Joana todo transcurrió con la mayor tranquilidad, el equipo de asalto quedo expectante por el aviso de que en 24+hs saldrían a campo con autorización de uso de fuego letal, y la curiosidad los llevaba por caminos curiosos y nuevos, nadie sabia que había decretado una salida tan rápida y todavía faltaba un reporte de destino y las causas de esa autorización de asalto, con eso podrían saber contra que se las verían.

Recién al final de la tarde del día 21, cerca de las 18hs se la empezó a ver nuevamente a Joana, estaba terminando con los detalles se su investigación. Se supone que les darían un reporte detallado a las 1830hs del día 22, para partir inmediatamente esa misma noche. Hasta habían autorizado el uso de werewolf para agilizar la operación nocturna de ingreso o extracción, no quedaba claro ya que se resolvería en la mesa de mañana. Muchas de estas cosas se comentaban de pasillo entre lo poco que oía cada uno, o Joana los detenía para evaluar o preguntar sobre capacidades entrenadas o estado de equipo. Si bien Torres había echo un muy buen reporte sobre estos aspectos su deber era chequear detalles para eliminar problemas a ultimo momento o en el peor de los casos en campo...

Llegada la noche se dio el toque de queda para la unidad completa, esta ves dos unidades completas permanecerían en alerta para salir urgente si algo surgía. La operación del día de mañana seria de gran escala y delicada, habían logrado enterarse que el aborda-miento iba a ser sobre 2 sitios diferentes al mismo momento.

Cada uno paso lo mejor que pudo el final de la tarde y la noche. Era su momento de paz, luego podrían entender que era todo este movimiento cuando el día de mañana presentaran los informes de inteligencia.

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30/11/2012, 03:15
MarioSZamora
Sólo para el director

LA CALVA

Hay una mujer calva en una parada de autobús. Tengo la corbata bien ajustada, los guantes ceñidos a mis manos manipulan un reloj de bolsillo y acarician a la mujer pelada que llora a mi lado.
-Tiene usted un pelo muy bonito –digo.
-No es verdad. Soy calva.
-Le digo a usted, señora, que el brillo de sus cabellos me conmueve. Me inspiran versos de amor sus bucles rojos. El conjunto de sus rizos se asemeja al oleaje del mar.


Un pájaro defeca sobre mi hombro y la mujer calva parece reír pero, realmente, está llorando.
-No es verdad, señor. Soy calva.
La mujer saca un pañuelo del bolso y limpia la hez de mi chaqueta. Ella hace caso omiso a mis palabras. Me conoce. Durante muchos años coincidimos en la misma parada de autobús. Nunca sube a ningún vehículo. Siempre la encuentro llorando. Sólo consigo su regocijo con regalos y halagos, diciendo bonitos piropos que agradan, recitando poemas en su presencia y a ella siempre dedicados.


-Adulador –me dice-. Hace usted todo esto porque le doy lástima. Soy calva.
-No –insisto-. Daría mi vida por un mechón de sus cabellos.
Hoy parece más triste y desvalida que nunca. Procuro consolarla entre mis brazos diciendo:
-Me quedaré con usted. No tomaré el autobús sino esperaré con usted el tiempo que haga falta.


Sobre los charcos de la calzada pasa un camión salpicando las aceras. Con violencia, el agua fangosa me sacude. Se oyen carcajadas alrededor. La mujer también ríe. Ya nadie repara en su rotunda alopecia sino en mi deplorable aspecto. Estoy contrariado, molesto, quiero irme a casa y mudarme de ropa. La mujer calva me besa, me abraza y ensucia su vestido con mi suciedad. Ahora la gente nos mira a los dos. El esperpéntico espectáculo que formamos es mayor que el que constituye por sí sola una mujer calva esperando sin fin donde todo el mundo espera con fin del autobús. Una mujer sola aguardando noche y día, excéntrica y calva. Siento vergüenza cuando la mujer me levanta del suelo asiéndome con fuerza. Me mece en su seno. Creo ser feliz pero al instante siento el cuerpo exageradamente ligero. Me doy cuenta, horrorizado, de que soy un enano. Me pregunto por qué no me percaté antes de mi estatura y comienzo a sufrir.
-Soy un enano –digo-. Míreme, soy un enano –me echo a llorar.
-Siempre ha sido usted un enano –me consuela la mujer calva-. Yo le quiero más así.


No quiero ver nunca más a la mujer calva. Ella queda perpleja mientras explico que yo soy un hombre alto y trajeado, un galán bohemio que sueña embriagarse del aroma de su amada.
-Usted es un enano –se burla ella-. Yo podré embriagarle con mis ropas y con mi piel, pedante embustero, mas no con mis cabellos pues no los poseo. Reconozca usted esto y vea además lo enano que es.
Entonces decido marcharme. Me escapo en cuanto llega el primer autobús. Una vez a bordo, la mujer calva golpea el cristal de la ventana desde afuera. Es sus labios leo:
-Dijo usted que se quedaría conmigo todo el tiempo que hiciera falta. Dijo usted que yo tenía un cabello hermoso y casi le creí. Yo le veía alto y trajeado pero es usted un enano. Es usted un enano.


Llorando, volvió a su sitio, en la parada de autobús.
-Soy calva –decía-, soy calva.

Mario S. Zamora

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23/12/2012, 01:27
Paladin Taza
Sólo para el director

No Evaristo

Una gamberrada fuera de concurso. Espero que os resulte entretenida.

Evaristo Gómez tiene 28 años, vive en la Calle Constitución número 19, sexto primera, mide un metro setenta y cuatro y pesa setenta y dos kilogramos. Se licenció en derecho con veintitrés años, y tres años después fue contratado en Sopair Comercial como administrativo.


Un sábado por la tarde su hermana María Gómez, soltera, treinta y cinco años, tres gatos y un Opel Corsa, le llamó muy contenta porque le había tocado la quiniela. — ¡Es la primera vez que la echo! ¡Un pleno al quince! Evaristo, ¡podré pagar los atrasos! ¿Y sabes qué es lo mejor?


— Qué bien María, eso está muy bien. —Una voz monótona y algo distraída. — Con el agobio que tienes últimamente con el dinero. Qué, ¿qué es lo mejor?


— Sí, estaba a punto de tirar la toalla. Las deudas me… me… Bueno, lo mejor es… ¡Es que no te lo vas a creer!


— Jajaja. A ver, dime, no le des tantas vueltas.


— Que un vidente me dijo que echase la quiniela justo ayer.


— Anda ya.


— ¡Que sí, que sí! Me dijo que había conectado con alfa y… 


— Por favor, ¿me lo dices en serio?


— Sí, sí. Está en un puesto de la feria medieval. Mira, no se van hasta mañana. Tú también estás muy agobiado, he pensado que…


— ¿Quieres que me busque novia? Jajaja.


— Sí, sí, ríete, pero tú esta tarde te vienes al pueblo conmigo. Por probar no se pierde nada. Y así te da el aire, que tienes cara de acelga.


— María, estoy muy cansado.


Evaristo accedió igualmente, pues sus planes no iban mucho más allá que cenar pizza y ver Ironman 2. Pero cuando llegaron allí, el puesto del vidente había desaparecido. En su lugar, un gran charco de barro les devolvía a María y Evaristo sus reflejos decepcionados.


— Bueno, vamos a comer algo. Hay un puesto donde hacen cosas con especias. —María parecía decepcionada, pero Evaristo suspiró con cierto alivio.


Al llegar al puesto María gritó. — ¡Mira, está allí!— Un hombre de tez morena y larga barba blanca hablaba en voz baja con la encargada del puesto de comida. Aparte de esto, el conjunto no era muy impresionante. Vestía un chándal azul y unos calcetines blancos bajo las sandalias. Los dos hermanos se acercaron hasta el vidente para saludarle.


— Bortighanm, este es Evaristo. —El hombre parecía un poco molesto por la interrupción, pero se repuso cortésmente.


Enchanté. —Estrechó lánguidamente la mano de Evaristo y de repente espetó. —Uh, aburrimiento.


— ¿Perdone? —Evaristo frunció el ceño, sin comprender.


Mmm, Syón tetara glasht…mmm persei… ¡ABURRIMIENTO! –Una señora que cotilleaba el puesto aceleró el paso y se alejó de allí discretamente. — ¡Eso he dicho!


— Aham, ya. Entiendo. Bueno, verá…


— ¿QUÉ quiere de mí, Evarisssto? —Su castizo nombre sonó exótico y oriental. Evaristo se imaginó a su hermana contestándole aquella misma pregunta al vidente. Diciendo sin apenas pensar, la palabra que la tenía obsesionada: dinero.


Miró a su hermana, con las cejas levantadas. — Pregúnteselo a ella, que me ha arrastrado hasta aquí.— Pensó. La encargada del puesto de comida observaba con la espumadera en vilo mientras una masa blanquecina se freía entre aromas especiados. Más allá,  el silencio se extendía como una mortaja. Forzado por las circunstancias y contento con su ocurrencia, sonrió y retó al tal Bortighanm con su demanda.


— La VERDAD. —Evaristo asintió satisfecho tras pronunciar estas palabras. De golpe, el bullicio de los puestos se reactivó, aunque nadie pareció darse cuenta de ello. Bortighanm asintió y cerró los ojos. —Mi hermana se cree que usted es el responsable de que le haya tocado la… —Continuó Evaristo.


Bortighanm le detuvo con un imperioso ademán y una extraña genuflexión. —SEA. —Le dio un golpecito con el dedo meñique en la frente, justo en el extremo de la ceja izquierda. Se dio la vuelta y desapareció con paso rápido entre los puestos.


Evaristo parpadeó, totalmente confundido.


— ¿Ves? —Le espetó su hermana. —Si fuese un charlatán como piensas te habría cobrado. Ese hombre es realmente… especial. —María observaba las espaldas de Bortighanm mientras se alejaba. Quizás con admiración, quizás sintiendo algo más.


— Ya, claro. Bueno, vamos a ver el puesto de espadas.


Evaristo se olvidó de lo sucedido y se decidió a afrontar como siempre otra aburrida semana laboral. Aquel lunes se le presentó tan nublado y cuesta arriba como todos los lunes de otoño. Desayunó su plato de cereales integrales, se duchó, se afeitó y visitó el retrete. Hasta aquí todo normal.


Y es que mientras se anudaba la corbata gris de los lunes vio, un poco más allá de la ceja izquierda, una extraña discontinuidad que palpitaba y vibraba, a escasos centímetros de su dilatada y sorprendida pupila. Al principio era como una protuberancia difuminada, una mota de nada en el extremo más alejado de su ceja izquierda. Pero mirando con más atención, el cuadro de los girasoles de Van Gogh se asomaba con timidez desde el otro lado de la habitación.


— ¿Cómo puede ser esto? ¿Me habrá sentado mal el desayuno? —Se dijo Evaristo.


Aquel extraño orificio seguía en su sitio, soportando su sorprendida mirada. Parecía que una fantasmal bala le hubiera atravesado limpiamente, sin dolor ni sangre. Su laberíntico e imaginativo cerebro le llevó a pensar que tenía las dimensiones perfectas para albergar un bic.


Abrió el botiquín y se puso una tirita de entrada, con mucho cuidado de no sepultar bajo ellas parte alguna de sus cejas y no iniciar ningún tipo de tortura doméstica, y se colocó el pelo para ocultar el orificio de salida. ¿Qué otra cosa podía hacer? No conocía ningún caso similar. No podía ir al centro de salud de esa guisa. Seguro que la Seguridad Social tampoco se lo cubriría. Se imaginó a sí mismo diciéndole a la apática enfermera de turno. — Mire usted, me ha salido un agujero en la cabeza.


Fue al trabajo y se olvidó por completo de su discontinuidad. Por la noche, estaba tan cansado que no tuvo tiempo de preocuparse por su agujero.


Al día siguiente, el agujero había aumentado considerablemente de tamaño, ahora albergaría perfectamente una salchicha de Frankfurt de las finas, no de las que vienen rellenas de chorizo o queso. Al mismo tiempo, podía observarse en sus bordes un curioso efecto de difuminado. Como si su cráneo y su encéfalo se estuviesen desvaneciendo bajo el avance de la nada.


— Maldita sea. Parezco un maniquí de colegio.


Se imaginó a sí mismo desmontado por capas, de forma que sus recovecos interiores quedasen expuestos al ojo curioso de sus antiguos compañeros de clase. Colocado sobre la mesa del profesor para satisfacer la mofa de toda la muchachada. Decidió ponerse una gorra negra que dormitaba en algún rincón del armario y fue al trabajo.


Allí, el encargado de su sección, un tal Martín Alcolea del Villar, sorprendido y quizás molesto por la indumentaria, fue a hacerle una visita.


— ¿Y esa gorra? —El sujeto se colocó las manos delante de la boca para imitar el sonido de un altavoz. —Un Whopper doble con queso y bacon. — En el escritorio contiguo, Almudena Peña Narváez se rió con su típica mirada ratuna. — ¿Te estás quedando calvo o es que vas de moderno? Jajaja.


— Mal rayo os parta. — Pensó Evaristo.


Al día siguiente, la discontinuidad había aumentado tanto su tamaño que Evaristo profirió un grito de terror que debió de oírse por todo el bloque. La mitad izquierda de su cara había desaparecido, salvo por una parte de su mandíbula inferior y su frente. Parecía un folio taladrado para ser encuadernado. Se echó las manos a la cabeza, pero le costó dar con la parte izquierda de lo que aún le quedaba.


No salió de casa en todo el día pero sobre las doce y media, su encargado le llamó desde la oficina. —Oye Evaristo, ¿es que no piensas venir por aquí? ¿Estás bien?


— Perfectamente. Bueno, me dolía un poco la cabeza.


— Ya, bueno. No faltes mañana entonces. Tenemos que acabar el inventario.


— Oye, igual podría hacerlo desde casa. Aún me duele un poco y…


— Bueno, mira. No digas tonterías. Ven si te encuentras bien y si no también, estamos algo pillados con el puto inventario. Y si no coge la baja. ¡CLIC!


Evaristo colgó y se preparó un café bien cargado, pero se le derramó todo por el borde diáfano de su discontinuidad. Lloró frente al espejo, mientras veía cómo los bordes difuminados seguían ganando terreno y aumentando el tamaño de la porción “No-Evaristo” de su cuerpo.


A duras penas se tragó unas pastillas tranquilizantes y se puso el despertador bien pronto para llegar antes a la oficina y terminar el inventario.


A la mañana siguiente no se podía creer la imagen que veía en el espejo. O mejor dicho, no se podía creer la imagen que no veía. Su cuerpo había desaparecido hasta la altura de la cintura. De nuevo podía verse nítidamente  un perfecto corte que haría las delicias de cualquier aspirante a medicina. Intentó gritar, pero ya no tenía ni cuerdas vocales ni garganta. Como tampoco podía desplomarse, dejó caer sus piernas en el sofá, pero le fue imposible encender la televisión al carecer de brazos.


Comenzó a reflexionar acerca de su difícil situación. La porción “No-Evaristo” ganaba terreno minuto a minuto y su avance era visible a simple vista.


Cuando quiso levantarse, no era más que un par de zapatos. Corrieron hasta la puerta y chocaron contra ella febrilmente hasta quedar detenidos para siempre. En el último suspiro que vivió, el alma de Evaristo alcanzó la iluminación. —No soy nada.


  Y se desvaneció.

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02/01/2013, 14:32
Donbarbosa
Sólo para el director

-Regreso al hogar-

 

- ¡Inútil! ¿Es que en este barco nadie sabe hacer nada a derechas?

Mohamed se había presentado en la cabina de mando con el rostro pálido, la mirada extraviada y las manos sudorosas.

- No puedo entrar allí, capitán. Hay algo extraño y siniestro que me detiene.

Pero Eugenio Cortés no estaba para excusas. La mercancía que transportaba valía una fortuna y para poder cobrar su parte del negocio debía llegar intacta a su destino: el puerto de Dover. De haber sabido antes que el expolio arqueológico estaría tan bien pagado, no habría dudado en dedicarse al negocio desde mucho antes, pues solamente con aquel viaje, su sueño de comprar el antiguo caserón donde retirarse con su familia podía verse hecho realidad.

Maldiciendo entre dientes, volvió a intentar dominar el timón que parecía moverse a voluntad pero ni siquiera valiéndose del peso de su cuerpo fue capaz de enderezar el rumbo hacia el estrecho de Gibraltar.

- ¡Maldita sea! Inténtalo tú mientras yo mismo bajo a la sala de máquinas.

La escotilla de proa comunicaba directamente con una sala donde rugían el motor y los engranajes. Pero nada más pisar el primer peldaño, Eugenio Cortés sintió un escalofrío que le recorría todo el cuerpo como si un terror ancestral lo obligara a dar media vuelta y volver a la cubierta. Por un instante dudó, pero, al final la imagen de Octavio y Yaiza, todavía recién nacidos, pudo más que el miedo y, sin volver a vacilar se adentró en las profundidades del barco.

La maquinaria funcionaba con normalidad. No había nada atascado en la dirección ni ninguna pieza que pareciera dañada y, sin embargo, el barco avanzaba a su antojo sin obedecer órdenes. Solo le restaba por inspeccionar el compartimento de carga. Allí, embaladas en decenas de contenedores, reposaban tranquilamente los recientemente encontrados faraones de la IV dinastía junto con sus enseres y las momias de sus siervos, además de varios legajos de papiros y estatuillas funerarias de Osiris y de Horus.

Entonces, una idea terrible y grotesca vino a su mente. Ascendiendo por la escotilla, subió a cubierta y se acercó a uno de los suboficiales que, estupefacto, consultaba su brújula marina.

-¿Hacia dónde nos dirigimos? -preguntó Eugenio temiendo conocer ya la respuesta-.

- Volvemos a El Cairo, señor.

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09/01/2013, 14:05
Sólo para el director

 

“Era un cálida noche en la Monasterio Botane, algunas aves nocturnas entonaban sus cantos a la diosa de los vientos cuando… El llanto de un bebe rompió el canto de las aves. No muy lejos del Monasterio en una pequeña cabaña Ghaldir y su mujer estaban viendo nacer al primero de sus hijos Elessar.”


“Unos años después”

Los pasos se acercaban por el pasillo que daba a la habitación de Josep, él y su mujer habían tenido el tiempo justo para esconderse en su alcoba y atrancar la puerta con los pocos muebles que tenían, eso sí, antes habían podido esconder a su hijo que ya alcanzaba los 7 años en la alacena de la cocina.

Mis ojos por fin se acostumbraron a la oscuridad de la pequeña alacena donde minutos antes me escondieron mis padres, ¿Quiénes eran esos monstruos de extrañas formas y colores? Y ¿Qué querían de nosotros? Mi padre no es más que un leñador que vende leña por encargo a las granjas cercanas a nuestra cabaña y mi madre solo salía de casa para recoger algunas plantas utilizadas en sus ricas comidas.

De nuevo escuche los pasos húmedos de aquellos seres, mire entre las rendijas que habían en la puerta de la alacena, dos de esos monstruos se dirigían a la habitación de mis padres mientras los demás salían por la puerta, sin darme cuenta había salido de mi escondite y me asomaba con temor al pasillo.

Los demonios no tardaron en llegar a la puerta y con sus espadas la rompieron como si de un trozo de papel se tratase.

-Mal..mald…maldito, ser del infierno que quieres de nosotros.
Grito mi padre como mejor pudo mientras intentaba distanciar a su mujer lo más posible de aquellos bichos, pero antes de que pudiese decir algo mas, la sangre corría de su garganta dejando un surco a su alrededor, mi madre quedo paralizada ni las lagrimas brotaban de sus ojos que me miraban a mi o quizás al infinito.
En sus brazos sostenía a mi pequeño hermano, nació unas semanas antes iluminado de felicidad nuestro hogar, que ahora estaba sumido en el horror y la destrucción.

El monstruo más grande se acerco a mi madre y arranco de sus brazos a mi hermano. Destripo sus ropas y de una pequeña bolsa que pendía de su cintura saco un pequeño bote de color negro que vertió sobre la cabeza del pequeño.

-Despierta el mal que hay en ti y únete a la oscuridad

En ese momento no supe que decía, era una voz gutural que parecía surgir del todo y a su vez de la nada, hoy se traducir esas palabras y por desgracia también se que no eran solo palabras, eran un conjuro para despertar el mal que dormía en mi hermano.

Sin saber cómo salte por la pequeña ventana de la cocina.

 

“Unos minutos más tarde”

Mis piernas no podían seguir corriendo y aquellos demonios no parecían cansarse, era evidente que mi cuerpo no aguantaría más tiempo. Con este pensamiento me derrumbe en el suelo los pasos se acercaba conforme mis ojos se iban cerrando y el mundo se iba tornado cada vez más oscuro.

Negro todo negro y esas voces en mi cabeza. Salir de aquí, dejarmeeee….

Mis ojos se abrieron note el sudor caer por mi frente había sido un sueño…
Contemple el techo que había varios metros por encima de mi cabeza, era la habitación del monasterio ese sueño se repetía todas las noches desde hacía ya 15 años ya no era un niño era un joven.

Tras desmayarme en mí huida de los demonios fui rescatado por la orden de monjes que vivían en el monasterio de Botane, ellos me enseñaron a ser paciente y a buscar la venganza de mi familia y mi pueblo que sucumbió aquella noche, en pocos años me convertí en un gran entendido de la sabiduría demoniaca, y con tan solo 16 años partí en busca de aquel grupo de demonios, aun cuando mi gran maestro Serfinor se me opuso.

No tarde muchos años en regresar, el mundo había cambiado la guerra había llegado a su fin y los demonios, estaban de nuevo en sus planos, no había venganza para mí.

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10/04/2013, 15:52
Sólo para el director

El Perro De Wutang

 

La sensación del agua helada estrellándose en su cabeza le hizo despertar. Lo siguiente que notó fue el sabor dulzón y metálico de su propia sangre. Sintió el entumecimiento de una soga en las muñecas y un respaldo de madera clavándosele en las costillas. Le costó un par de segundos recordar dónde estaba y qué hacía allí. Intentó abrir los ojos, pero sólo uno de ellos no estaba lo suficientemente hinchado. La lámpara de gas que sostenían junto a su cara le obligó a parpadear varias veces haciéndole lagrimar. Un leve gemido escapó de algún lugar en su interior mientras su visión se hacía cada vez más nítida.

Ha abierto un ojo.

Reconoció su voz y su expresión. Le observaba a un palmo de distancia con aire divertido, con la lámpara colgando de su mano derecha, tan cerca que ambos notaban su calor en las mejillas. La luz bañaba sus facciones, sus ojos rasgados y sonrientes y parte de su uniforme. Pudo ver como se giraba para comprobar si su comentario había hecho algún efecto. Otro soldado que se apoyaba junto al portón lo complació con una risita forzada.

El pequeño quinqué de latón no alcanzaba a iluminar del todo la estancia, pero se podía apreciar a simple vista que se trataba de una cuadra, de tamaño considerable, y que había vivido tiempos mejores. Seguramente había servido para alojar bueyes o vacas, pero los pesebres estaban destrozados y aquí y allá había escombros y restos de barriles. Incluso se podía ver el cielo estrellado mas allá de las vigas a través de algunas partes del techo.

El joven sargento volvió a mirarle, aún sonriente. Luego se irguió y comenzó a caminar alrededor de la silla con el mismo ademán que un rey paseando entre sus súbditos.

Te lo estás poniendo muy difícil.– dijo despreocupadamente. El quinqué seguía balanceándose en su mano conforme caminaba haciendo que la luz bailase sobre el suelo y las paredes.– Sabes que si no nos dices lo que queremos saber va a ser  una noche insoportable. Échate una mano y podrás volver para jugar con tus cabras.– Otra mirada hacia su compañero. Otra risita forzada.

Ss…– lo que debía ser una vocal se quedó en su garganta. Tosió.– Solo pasó por mi granja… a pedirme comida… y se la di…

Eso ya lo has dicho.

No sé nada más…– un sollozo se abrazó a las últimas sílabas.

La mueca del soldado se torció en un gesto de insatisfacción claramente fingida. Soltó un suspiro, se ajustó la correa de cuero sobre los nudillos y le plantó un puñetazo en medio de la cara.

Está bien. No me gusta repetirme, pero qué se le va a hacer… – hizo una pequeña pausa y carraspeó.– Ayer, por la tarde alguien llamó a tu puerta. Cojeaba y llevaba un Springstone del calibre 40, el fusil regular del ejército, un tanto ilegal en manos de civiles. Es un mal bicho, un criminal y no sabemos dónde está. ¿Me sigues?¿O tendremos que seguir moliéndote a leches? Porque yo ya me estoy cansando.

La única respuesta que recibió fue un gemido ahogado. El pobre hombre cabeceaba en una posición patética y un hilo de sangre y baba caía de su boca hasta el suelo.

Joder…– el soldado le levantó el rostro agarrándole del pelo y lo observó con mirada experta.– Éste no aguanta otra tanda.

No es que le importara demasiado. De hecho sabía que no le sacaría nada más la primera vez que se desmayó, pero de vez en cuando uno tenía que sacudirse el aburrimiento de encima. Le habían pedido que lo ablandara. Pues muy bien, más que blando lo había dejado.

Igual te has pasado un poco.– el soldado junto a la puerta habló por primera vez. El joven sargento le dedicó una mirada molesta.

Un ruido de cascos comenzó a distinguirse viniendo de fuera del edificio, a cierta distancia. Ambos se quedaron en silencio y escucharon. El que estaba junto a la puerta cogió un fusil que descansaba en la pared y corrió el cerrojo del arma lentamente, haciendo que una bala se deslizara dentro la recámara con un suave chasquido. Finalmente tres o cuatro caballos llegaron junto a la puerta y se oyó un pequeño intercambio de palabras con los dos hombres que mantenían guardia en el exterior.

Mierda… ya están aquí.– el sargento comenzó a mirar inquieto por la habitación. Después de asegurarse de que no había nada que no debiera estar, se alisó la ropa como pudo y se colocó en posición de firmes.– Aparta eso, idiota.– el otro, que aún apuntaba hacia la puerta, al ver su gesto volvió a dejar el rifle en la pared e hizo lo propio.

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10/04/2013, 16:04
Sólo para el director

La puertecilla que había en uno de los batientes del portón se abrió de golpe y dos figuras entraron sin muchos miramientos.

Los dos eran algo más altos que los soldados. Uno de ellos, que caminaba medio paso adelantado, llevaba galones de oficial en la guerrera. El otro vestía un traje de chaqueta y pantalón sencillo pero elegante, con una corbata fina y un sombrero bajo de fieltro. El oficial apenas miró a los hombres que le recibían tiesos como dos columnas de granito, porque sus ojos estaban fijos en la silueta cabizbaja que esperaba sentencia al final de la sala.

El hombre que le acompañaba ocultaba una mirada escrutadora detrás de unos anteojos redondos y la sombra que ribeteaba el ala de su bombín. Unas patillas espesas, que se unían con el bigote en un corte sobrio, distorsionaban el talle de su rostro, de manera que las únicas facciones que se podían distinguir eran el mentón y los labios, que apretaba en una expresión severa. Mientras el oficial cruzaba la estancia a grandes zancadas éste le acompañaba de cerca con un maletín médico de cuero negro y observaba el entorno con una mezcla entre ansiedad e interés.

El sargento, que vio cómo el oficial pasaba por delante suyo sin prestarle el menor caso, se apuró a cogerles el paso.

Mayor Bradshaw, señor. Le estábamos esperando.– dijo, intentando parecer complaciente.

Eduard Bradshaw se paró a un par de pasos del hombre de la silla. En la penumbra, rodeado de polvo, paja y mierda parecía más patético todavía. Le arrancó al sargento la lámpara de gas de las manos y se acuclilló junto a la silla intentando enfocar al pobre hombre desde abajo. Por la cara que puso después de dejar la lámpara en el suelo y volver donde él se encontraba, el sargento supo que las cosas no habían pasado exactamente como estaba previsto.

Imbécil.– No pareció un insulto, simplemente un hecho que el Mayor Bradshaw vio pertinente resaltar. Era relativamente joven para su rango, no más de veintisiete o veintiocho años, pero no le faltaba la frialdad, la autoridad y la exquisitez exacerbante de los oficiales que te hacían cagar en los pantalones. – Corríjame si me equivoco, señor Elder, y en realidad no recuerdo mis palabras exactas, pero estoy seguro de no haber ordenado machacar a nuestro único testigo y por lo tanto lo más parecido que tenemos a una pista concluyente.– El inglés del Mayor Bradshaw era de un acento casi impecable y hablaba de manera clara y sorprendentemente sosegada para que el inglés mucho más rústico del sargento captara el mayor número de palabras posible. A pesar de eso, para el sargento, lo que decía no tenía ningún sentido.

Pero señor…

Cállese. ¿Entiende la diferencia entre interrogar y machacar, señor Elder? Porque me resulta tremendamente perturbador imaginarle haciendo saltar dientes cada vez que tiene que pedir la hora.

Pero en la cabeza del pobre Sargento Elder sólo cabía que tan sólo había hecho exactamente lo que se le había pedido. Todo el mundo sabía lo que ablandar significaba. Sí que era verdad que a veces se le iba la mano, pero tanto él como muchos otros habían ablandado a docenas de personas por petición del Mayor y nunca les habían dado nada que no fuera un asentimiento y una palmada en la espalda. Y más aún cuando se trataba de dar refugio a Sujetos Peligrosos. Algo había diferente esta vez y la mente oxidada del sargento buscaba una respuesta a base de chirridos, bajo la presión de la reprimenda del Mayor Bradshaw que aún continuaba. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada de los ojos azules del Mayor y observar el extraño del traje oscuro y el maletín. Ahora creía entenderlo, pero la tormenta seguía cayendo sobre su cabeza.

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10/04/2013, 16:09
Sólo para el director

¿Puedes hablar? – Su voz era suave, casi fraternal. No era el dialecto de la zona y su acento debía de ser de muy lejos, pero era un mandarín escueto y claro, aunque claramente no era su idioma.

T-te conozco. Eres el Dr. Ladvick.– el hombre de la silla tuvo que domar un ataque de tos antes de poder proseguir, casi entre susurros.– Ocupaste la consulta del Dr. Guang en el distrito bajo.

Desde hace dos semanas.– El doctor le echó un vistazo a las heridas de su cara, apretando ligeramente la piel alrededor de su ojo para comprobar la hinchazón, sirviéndose para alumbrarse del quinqué de latón que había dejado el Mayor junto a la silla.

Me gustaba el Dr. Guang.– había cierto rencor en la voz del hombre de la silla.

Escucha… sé lo que piensas. A mí tampoco me gusta que me saquen de mi consulta para esto. No es la primera vez. Me usa para no perder más testigos. Más sospechosos.

Hmm...

Hace ver que riñe a sus soldados. Quiere que yo piense que se preocupa. Pero no puedo decirle que no.

Guang se habría negado.

El Dr. Ladvick miró por encima del hombro para comprobar que el Mayor Bradshaw y el sargento seguían con su conversación, entre las sombras de más allá.

Y ahora yo tengo su consulta.– Por un momento ninguno de los dos dijo nada. El doctor comprobó la única pupila que podía comprobar y ojeó las heridas que el hombre de la silla tenía sobre la oreja y en la coronilla. – Escucha… ya he visto cosas como ésta. Sois más duros de lo que parecéis. Encubrís a estos hombres y os sentís orgullosos. Aguantáis cosas duras. Pero este hombre es diferente. Este ‘Perro’ Shanbeng.

Volvió a callar unos segundos y comenzó a desabrocharle la camisa, tosca y ensangrentada. Al hablar de nuevo parecía temblarle la voz ligeramente.

No vendrá a ayudarte. Este hombre es malo. Hace explotar cosas. Fue su culpa lo del Coronel Bradshaw, el padre del Mayor Bradshaw. Su carruaje explotó. Trajeron a una niña sin pierna a mi consulta. Su hermana no tuvo tanta suert…

Fue sólo medio segundo de sorpresa, menos que eso, pero estaba seguro de que no había pasado inadvertido. La camisa del hombre de la silla estaba casi desabrochada.

¿Qué, Dr. Ladvick? Ahora no me deje a medias. Era una historia conmovedora.– El tono del hombre de la silla había cambiado. Ya no tosía, ni susurraba. El doctor le miró a la cara con ojos fríos y los labios apretados bajo el bigote y las patillas, las manos congeladas sobre el penúltimo broche de la camisa. El hombre de la silla tenía una sonrisa extraña, nada divertida, como de chacal, o de… – Demasiado para un pastor de cabras ¿No? No se puede pedir mucho más a los soldados del Protectorado. Pero a ti no se te podía pasar por alto algo así.– el hombre de la silla se inclinó acercándose un poco más al doctor.– Te prometo que hasta ahora no lo tenía del todo claro... Apuesto a que nunca habías estado tan cerca de uno de nosotros. Prefieres mantenerte al margen. ¿No, hijo de puta?– El doctor echó una mirada rápida en dirección a su maletín, y el revólver de cañón corto que había dentro, pero se mantuvo en su postura, congelado como una estatua de hielo. El hombre de la silla lo notó.– No puede estar a más de cuatro palmos de tu mano. Vamos, úsala. Estoy atado.

Y el doctor dudó. Le estaba esperando. Sabía que estaba esperando a que se moviera, pero no tenía otra opción. Tenía que hacer algo.

Como un gato agazapado se lanzó hacia su maletín deseando vaciar el tambor de su revólver sobre el maldito hombre de la silla. Pero una parte de él sabía que algo mucho mayor que cuatro palmos se colocaba entre él y su arma. Apenas estaba empezando a estirarse cuando oyó un soplido y algo le rebotó contra el hombro saltando luego hacia la oscuridad. Solo pasó una fracción de segundo sobre la luz aceitosa que daba la lámpara, lo que hizo que pareciera una chispa atravesando fugazmente el espacio que le separaba del hombre de la silla. Pero el Dr. Ladvick hacía años que había aprendido a ver en lugar de sólo mirar. No había sido una chispa. Era redondeado y pulido. Claro, reflejando la luz como si estuviera barnizado. Sólo que no era barniz lo que lo cubría, sino sangre y saliva. Era del tamaño de un hueso de cereza. No. Era un hueso de cereza.

El doctor no se paró a preguntarse como Shanbeng había aguantado a través del interrogatorio con un hueso de cereza debajo de la lengua sin atragantarse, ni si todo estaba pasando siguiendo un plan premeditado. Porque tan pronto el hueso tocó en su hombro una serie de fogonazos se extendieron desde el punto donde había rebotado a través del resto de la tela de la chaqueta, veloz y chisporroteante como una enorme mecha rápida. Ladvick ni se lo planteó. Se olvidó de Shanbeng, del maletín y de la silla y sólo se preocupó en sacarse la chaqueta de encima. Sabía que ahora el tejido sería frágil y se rasgaría como el papel mojado, de manera que se arrancó la tela literalmente y la arrojó a cualquier lugar con un grito.

Era un grito de aviso, pero habría dado igual lo que hubiera gritado. Por mucha información útil que el aviso contuviera el Mayor Bradshaw y el Sargento Elder lo único que pudieron hacer fue mirar pasmados como la chaqueta dibujaba un pequeño vuelo crepitante a escasos pasos de ellos y estallaba con un sonido ensordecedor.

Toda esa parte de la cuadra se convirtió en un remolino de polvo y trozos de teja cayendo sobre sus cabezas por culpa de la explosión. Había sido mucho menos potente de lo que el doctor se esperaba, pero habría bastado para hundirle todas las costillas si hubiera mantenido la prenda puesta. El doctor intentó salir de ahí tambaleándose y oyendo nada más que un pitido penetrante.

 

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10/04/2013, 16:22
Sólo para el director

No le hizo falta mirar atrás para imaginarse lo que estaba pasando. Cómo Shanbeng debió hacer chisporrotear levemente la soga que ataba sus muñecas, para luego deshacerla como arcilla seca. Cómo habría acechado con la silla en la mano a los dos soldados por un ángulo muerto, y cómo éstos, ya desprevenidos, además se habrían quedado medio sordos y atontados por la explosión.

El sonido crujiente de la silla al romperse, destrozando lo que fuera que golpeara con un quejido de voz humana, corroboró sus pensamientos.

Ya unos pasos más cerca de la puerta el doctor recuperó más o menos el equilibrio y aceleró, permitiéndose el lujo de mirar por el rabillo del ojo.

Entre jirones de polvo el Mayor estaba en el suelo con restos de la silla sobre la cara ensangrentada, inmóvil. A pasos del Mayor, Shanbeng estaba con el sargento. Un poco más allá, la lámpara, con un brillo amortiguado, como una baliza en medio de la niebla, pero destacando a los tres de manera fantasmagórica. Shanbeng mantenía al sargento inmovilizado delante suyo con lo poco que le quedaba de la estructura de la silla, cubriéndose a su espalda. Elder empezaba a gritar desagradablemente, observando impotente lo que le estaba pasando, con los ojos completamente abiertos y reflejando la pura imagen del pánico; En la mano izquierda Shanbeng sostenía la bayoneta del sargento teñida de algo que sólo podía ser sangre. El pantalón del uniforme de Elder tenía un enorme corte horizontal justo debajo de la bragueta y estaba totalmente empapado, mostrando reflejos húmedos de un sugerente color carmesí oscuro. Mientras el soldado gritaba enloquecido, Shanbeng le miraba de cerca, susurrándole algo al oído y con una sonrisa de perro.

No cabía ninguna duda de que el hombre de la silla había aguantado lo que había aguantado visualizando ese momento, y por un instante el doctor no le culpó en absoluto.

Era muy tarde para ellos, pero no para él. Si podía atravesar la puerta y llegar a un caballo tendría bastantes posibilidades de salvar el pellejo. Shanbeng cometería más errores y lo encontraría más adelante. Y si se quitaba de en medio para pasar desapercibido el tiempo suficiente, ya no tendría ningún problema del que preocuparse por el momento. Que se hubieran conocido en persona simplificaba y complicaba las cosas al mismo tiempo. Pero lo que tenía claro era que no quería quedarse en la misma habitación que él. Sobretodo sabiendo que podía escaparse de una sesión de tortura usando un hueso de cereza.

El soldado que guardaba la puerta apuntaba a Shanbeng y a su prisionero. Cuando el doctor se acercaba a él le dirigió una mirada rápida y desesperada. Probablemente había sido un espectador privilegiado de todo lo que había pasado. Seguramente para cuando llegó al fusil de la pared e intentó apuntar a alguien ya era demasiado tarde. Todas las fibras de su cuerpo parecían a punto de saltar igual que un cable sometido a demasiada tensión. Estaba al borde del ataque nervioso. Pronto empezaría a disparar sin pensar en nada más.

En ese momento también intentaban entrar por la portezuela tres de los soldados que esperaban fuera. Parecía un número de circo en el que competían para saber quién era el más idiota de los tres. Éstos acababan de llegar. No dispararían. Por lo menos no hasta que la cosa se fuera de madre. Pasó a través de ellos abriéndose camino como pudo.
Al otro lado estaba la portezuela casi al alcance de la mano. Era la cosa más  esperanzadora que había visto en mucho tiempo. La luz de las estrellas entraba como un haz atravesando la oscuridad, como una cortina oblicua y reluciente levantada por una leve brisa. Su salida de esa pesadilla. Casi le entraron ganas de llorar.

Sin esperarlo, algo brillante pasó a un palmo de su oreja derecha y se clavó en el marco de la portezuela con un ruido seco. Justo antes de cruzar el portón el Dr. Ladvick pudo verse a sí mismo reflejado en la hoja de la bayoneta del Sargento Elder, que vibraba hundida en la madera. Se oyó un disparo, luego muchos más lo siguieron. El soldado al borde del ataque de nervios debió considerar que lanzar un cuchillo de veinte pulgadas en su dirección era algo de muy mal gusto. Adiós Sargento Elder.

La parte de su cabeza que contenía su instinto de supervivencia instaba a sus piernas a correr más rápido, pero el resto de ella tenía casi la certeza de que ya no había nada que hacer. Su mente se había relajado. Sólo tenía curiosidad por saber cómo sería.

A su espalda un chisporroteo se extendió por todo el portón como el fuego en una balsa de aceite, haciéndose cada vez mas intenso. Sonaba como un enjambre de un millón de langostas encerradas en una letrina. Un sonido infernal que se abría como unas fauces intentando tragárselo. Ladvick  recordaba la chaqueta y el hueso, no era difícil imaginarse lo que podía pasar con una tonelada de madera recia si había hecho lo mismo con la bayoneta. Dejó atrás a un sobrecogido soldado que se había quedado fuera y siguió corriendo. El sonido infernal siguió aumentando para detenerse de golpe. Un instante después sintió que sus oídos no podían soportar un ruido parecido y que su cabeza iba a explotar. Una ola de polvo le alcanzó por detrás como una tormenta de arena y notó cómo sus pies se levantaban del suelo. Un brazo pasó volando junto a su cara y deseó que no fuera suyo. Y después todo lo que le rodeaba se volvió mullido, silencioso y opaco mientras se sumergía en la inconsciencia.

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10/04/2013, 16:26
Sólo para el director

Cuando el Dr. Ladvick abrió los ojos Shanbeng estaba seguro de que habría preferido ya no despertarse. Ya sólo intentar respirar debía ser un calvario. Sabía como se sentía. Los errores dolorosos habían venido con el aprendizaje.

Parece que corriste lo suficiente para que no te diera de lleno. Me alegro. Así podremos hablar un rato y podrás aclararme algunas dudas.– dijo, sin darle mucha importancia.

Había arrastrado al doctor lo más lejos que había podido sin acabar de romperlo del todo y lo había dejado apoyado en una enorme roca inclinada. Él estaba unos metros más allá, junto a la pequeña hoguera que había fabricado.

Estaban en medio de la nada, rodeados de polvo, peñascos y estrellas, pero había algún que otro árbol esquelético por la zona y no le había sido difícil encontrar leña seca. Ahora estaba bastante entretenido revisando las cosas de utilidad que había rescatado de la vieja granja abandonada, o sea, de los cuerpos de los soldados y de sus caballos. Incluso había encontrado un caballo vivo pastando no muy lejos y que ahora dormitaba atado a un arbusto.

El Dr. Ladvick se aclaró la garganta para hablar y cuando lo hizo su voz sonaba ronca y desgarrada. Sabía que habría matado por un sorbo de agua, pero ni se la iba a pedir ni él tenía intención de dársela.

–¿Y satisfacer tu curiosidad antes de que me mates? Gracias, pero creo que voy a pasar.

¿Quién ha hablado aquí de matar a nadie?

Mátame si quieres, pero por favor, no insultes a mi inteligencia.

Shanbeng siguió trasteando entre los objetos y se centró en un grupo concreto de ellos. Los había encontrado en la ropa del doctor y en lo que quedaba de su caballo.

Parece que tu mandarín ha mejorado bastante desde la última vez que estuviste consciente. ¿De dónde es ese acento?¿Songgao?– La mirada fría del doctor fue su única respuesta.– Por fin has encontrado al temible Shanbeng, ‘El Perro de Wutang’, el Xia que come bebés y hace explotar corazones. ¿No tienes ni un poco de curiosidad por tu parte? Venga hombre. No me lo creo.

Sólo la justa… ¿Qué te ha pasado en la cara?

El Xia no pudo evitar reírse. Tenía el ojo izquierdo como una pelota de cricket, la nariz rota y golpes y cortes en cada pulgada visible de piel. Al doctor simplemente parecía que le había atropellado una diligencia.

Cogió una cartilla de identificación y la abrió con curiosidad.

“Dr. Hugo Ladvick”, vaya. Incluso tienes licencia. Colegiado en Lambshire. La falsificación es mucho más que aceptable. No me habría dejado caer por esa consulta ni para quitarme la resaca. ¿Cómo has podido dar el pego durante dos semanas?

Con mucho talento.

Eso tengo que reconocerlo. La pierna me ha dado guerra desde la última vez que me encontraste. ¿Qué coño hay en Lambshire? Es la primera vez que oigo hablar de Lambshire.

Un colegio de médicos. Y ovejas.– Los helados ojos color avellana de Ladvick no se apartaban ni por un segundo de Shanbeng. Parecía bastante tranquilo.– Te gustaría. Por las ovejas, supongo.

¿Pasaste mucho tiempo allí?– dijo el Xia, sin prestar mucha atención a las contestaciones que recibía.

Sí. Allí conocí a tu madre.

Hugo, no me decepciones ¿No crees que ya somos mayorcitos para eso?

Shanbeng arrojó los papeles al montón y examinó minuciosamente una pitillera de plata.

Te la jugaste.

Shanbeng miró al doctor como si la conversación empezara en ese momento.

¿Y eso, doctor?

Te cargaste al Coronel para venir a por mí. Un millón de cosas podrían haber fallado. Te la jugaste.

Pues sí. Pero estaba seguro de que estabas en los interrogatorios. Para mí fue suficiente. Podría no haber sido suficientemente bueno como para leerte cuando viste las tres heridas de bala. Alguien me podría haber reconocido, aunque tú y yo sabemos que dados los últimos acontecimientos eso era poco probable. O podrían haber conocido al pastor. O podría no haber aguantado. O alguien podría haberme metido un tiro. Hugo… vivimos en un mundo de incertidumbre. No te habría cogido desprevenido si no hubiera asumido ciertos riesgos. Raparme la cabeza y meterme en un monasterio nunca fue una opción. Por cierto, me ha impresionado todo ese papelón, haciéndote el doctor compasivo. Estoy seguro de que te ha funcionado bien más de una vez.

Shanbeng volvió a las cosas del doctor, que ahora parecían despertarle más interés que la conversación.

¿Y dónde enterraste al granjero? Estoy seguro de que quitarlo de en medio para suplantarle te supuso todo un desafío.

Intentó apuñalarme mientras dormía.– dijo, distraído.– Debió pensar que había alguna recompensa.

Ya…

Puedes pensar lo que quieras. El resultado sigue siendo el mismo. Joder, si incluso dejé que ese Sargento me moliera a palos para que no sospecharas antes de tiempo. ¡Me desmayé dos veces! ¿Y sabes qué, Hugo? Tengo la cara para colgar carteles, a veces veo doble y mearé sangre hasta la primavera. Pero estoy seguro de que ha valido la pena. Por una vez jugamos donde yo quería y según mis reglas. Estrategia, Hugo. “Encuentra al enemigo donde no espera encontrarte” y toda esa mierda. Tengo entendido que os hacen leer ese libro en la academia militar. Además, tenía que ser de vuelta en Jinshi. Ha sido casi poético.

Veo que lo estás disfrutando.

Oh… sí. Mucho. Aunque no intento dejarte mal. Esto no es una discusión sobre quién ha sido el más listo de los dos. Aunque tienes que reconocer que siendo quien has sido, has pegado un resbalón importante.

Si tenemos que hacer la cuenta de quién ha dejado en ridículo a quién, creo que sigo ganando. Y con unas cuantas cabezas de diferencia.

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10/04/2013, 16:39
Sólo para el director

Shanbeng dejó de cotillear las cosas del supuesto Dr. Ladvick para mirarlo a él directamente. Su voz sonó tranquila pero intensa.

Sí. Te has mantenido ocupado últimamente. Te has llevado por delante a buenas personas que yo conocía. Los has matado como a ratas, mientras estaban enfermos, borrachos o dormidos. Usando el hecho de que fueran Xia como única excusa. Y lo peor es que ni siquiera estabas ahí para mirarles a la cara cuando todo eso pasaba. Tus lacayos los humillaron, mancillaron sus cuerpos y luego los clavaron en postes como a delincuentes comunes. – el doctor sostuvo su mirada con una frialdad impasible. Se hizo un silencio tenso y espeso hasta que Shanbeng devolvió su atención al montón de despojos. – Pero no lo he hecho por eso. No es un asunto de venganza, nada tan dramático. La experiencia me ha enseñado que la gente que se mueve con esas motivaciones no vive mucho. A pesar de que destrozasteis el mundo como lo conocíamos convirtiéndolo en algo diferente. A pesar de que os extendáis como una plaga imponiendo vuestras costumbres y vuestra forma de pensar, eclipsando y menospreciando nuestra identidad y nuestro legado. Usándonos como putas y mano de obra barata. Prohibiéndonos ser como somos.

Si lo que quieres es matarme de aburrimiento, tengo que decirte que prefiero que me mates de un tiro. Es mucho más humanitario.

Shanbeng se levantó con un fusil Springstone en la mano. Estaba serio y tensaba los músculos de la mandíbula. El doctor soltó una risita corta y ronca.

Pero a pesar de todo eso, lo he hecho por puro instinto de supervivencia.— continuó— Eres demasiado peligroso por ahí suelto.

El Xia dio unos cuantos pasos en su dirección y se agachó a una distancia prudencial, apoyando la rodilla sana en el suelo.

Parece que por fin vamos al grano.— el doctor no pudo evitar posar la vista en el Springstone que el otro llevaba. – Y veo que al final vas a compadecerte.

No soy como tú. Mi padre me enseñó que los grandes adversarios se merecen una muerte honorable.

Shanbeng se quedó un rato observando a Ladvick. Rebozado en polvo, sus ojos hundidos por el cansancio y el dolor le daban un aspecto cadavérico a la luz de la hoguera, que además proyectaba la sombra de Shanbeng, agrandándola, dejando al doctor como una criatura pequeña e indefensa en comparación.

Un ave nocturna que debía sentir curiosidad por los dos extraños soltó un graznido quejoso, que el viento arrastró hasta ellos. Cuando el Xia habló de nuevo su tono era grave y afectado.

Sólo quiero saber una cosa a cambio.– dudó, teniendo dificultades para encontrar las palabras. No estaba seguro de si seguir o callarse. Finalmente prosiguió– Lo de las dos niñas…

La carcajada dolorosa y desagradable del doctor cogió al Xia desprevenido.

No puedes estar hablando en serio.– dijo el doctor, entre tosidos.– De verdad, no puedes estar diciéndolo en serio. No a estas alturas.– le tomó unos segundos recuperar de nuevo la respiración, pero su expresión no era el semblante tranquilo de antes, sino una mueca de repulsión.

» No he buscado a tus ‘buenas personas’ por lo que fueran o dejaran de ser. Los he buscado y los he cazado como a perros porque habían perdido el control. En algún momento del camino no sólo habían cruzado la línea de lo admisible, sino que la habían perdido totalmente de vista. Y no me vengas con la excusa de la supervivencia, la guerra y las putas miserias. ¿Sabías que Chou se pasó tres semanas paseándose por Jinshi con la cabeza de su amante en un tarro de melocotones? Ni siquiera se molestó en vaciar todos los melocotones primero, y decía que había tenido que astillarle el cráneo con un martillo porque la boca del tarro era demasiado pequeña para que entrara. Se lo enseñaba a todo el mundo diciendo que eso le pasaba a los que le traicionaban. Fardando con una cabeza en almíbar. Es vuestro puto orgullo el que hace que os volváis unos putos locos confiados en vuestra omnipotencia, hasta que viene alguien a pararos los pies. Y tú no eres diferente. Por mucho que me sueltes discursitos para justificarte antes de volarme la cabeza. Por mucho que te  escondas detrás de tu cruzada haciendo volar por los aires a caporales, comandantes y coroneles, diciéndote vete tú a saber qué a ti mismo para racionalizar lo que en realidad fueron asesinatos a sangre fría. En el fondo, si hiciste volar también a dos niñas te da absolutamente igual. La seguridad era estricta, sólo tenías una oportunidad y la aprovechaste. Y te importó una mierda si había dos niñas o no, igual que no te importa ahora. A mí no me la das, así que deja de ser un puto cobarde y por lo menos sé honesto contigo mismo. No me hagas perder el tiempo.

No era muy difícil entreleer lo que pasaría mirando el rostro de Shanbeng, que estaba rojo de rabia y frustración. El Xia se llevó la culata al hombro muy lentamente, apretando los dientes. Mientras tanto Ladvick miraba estoicamente el cañón del fusil y dejaba escapar el aire de los pulmones.

Finalmente, la calma del páramo se deshizo con el estruendo del arma.

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10/04/2013, 16:46
Sólo para el director

Porqué el Xia no le interrumpió era un misterio. Seguramente en lo más profundo de su ser necesitaba oír todo aquello. Seguramente sabía que tenía razón. Pero aún así no dejó de sorprenderse cuando el doctor se dejó caer hacia un lado justo antes de que se efectuara el disparo, apartándose de la trayectoria. Y por extraño que pareciera, Shanbeng tenía la certeza de que él no había apretado el gatillo.

La intensidad en la mirada del doctor no era sólo determinación, después de todo. Lo que intentaba hacer debía requerir de toda su concentración.

Shanbeng apuntaba su arma con la única preocupación de hacer un tiro limpio, pero en el transcurso de un latido el interior del fusil aumentó su temperatura radicalmente, abrasándose en sus manos. La bala de la recámara salió despedida, disparada por el intenso calor, que había conseguido inflamar la pólvora del casquillo, e impactó soltando un chispazo y una esquirla en el punto de roca donde hacía menos de un segundo descansaba la cabeza de Ladvick. De alguna manera, quienquiera que fuera aquella imitación de doctor, había conseguido achicharrar el arma por dentro sin moverse una pulgada de donde estaba, apartándose justo en el momento oportuno para evitar las consecuencias. Sólo estaba esperando a que Shanbeng la tuviera bien cerca de la cara.

Pero Shanbeng apenas pudo ver lo que pasaba. Porque no sólo la recámara, sino todo el interior del arma se había convertido durante un instante en una pequeña caldera, convirtiendo su mundo en oscuridad y dolor. Toda la munición del fusil había reventado  lanzando metralla en todas direcciones. La mitad de la cara de Shanbeng se había separado de su cuerpo dejando atrás una pulpa sangrante manchada de hollín, robándole además el ojo útil que le quedaba. El latigazo le había entumecido las manos, de manera que no podía estar seguro de si todavía tenía dedos o no. Cayó de espaldas con un grito agónico.

Ladvick no perdió un segundo y se arrojó sobre él. Envuelto en llamas.

El cuerpo del doctor se había encendido como una cerilla y una capa de fuego cubría su superficie como una segunda piel, ondulante y anaranjada, pero que no parecía consumirlo ni a él ni a la ropa que llevaba.

Tenía un hombro dislocado y una pierna rota, y seguramente también unas cuantas costillas. Pero no iba a dejar pasar la oportunidad y se había impuesto al dolor lacerante que sentía por culpa de sus heridas hasta el punto de casi desmayarse.

Se había lanzado hacia delante sobre el cuerpo del otro Xia que, totalmente ciego, gritó e intentó apartarse desesperadamente del infierno que le rodeaba sin poder ver lo que estaba pasando. Shanbeng sólo pudo notar una presión sobre sí y un calor devorador por todos lados que pronto empezaría a fundir su piel sobre la carne. El doctor lo agarraba por la nuca con la mano buena para evitar que se escapase, pero Shanbeng no notaba una mano, sino un tizón abrasador. Forcejeaba incontroladamente presa del dolor, con la boca abierta en un chillido que desgarraba. Y antes de que pudiera reaccionar, aquel extraño doctor, Xia igual que él, cuyo nombre real no era con toda seguridad Hugo Ladvick, le descargó una bocanada llameante dentro de la garganta.Los gritos de dolor se acallaron cuando las llamas se abrieron paso hasta los pulmones. Una pequeña fumarada oscura escapó de entre sus labios y finalmente Shanbeng dejó de moverse.

Cuando creyó que todo había pasado, Ladvick decidió apagarse. Las llamas que le cubrían desaparecieron de su piel, ahogándose lentamente. Fue en ese momento cuando le llegó una ola de olor a carne quemada.

Era el olor del cuerpo de Shanbeng y le golpeó directamente, inundando sus fosas nasales, y haciendo que su estómago luchara por salir al exterior. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para que el vómito no cayera encima del cadáver humeante.

De golpe todo el dolor y el agotamiento se presentó de nuevo, como un recuerdo que vuelve inesperadamente. Se inclinó hacia un lado con un gemido y se quedó tumbado sobre la tierra seca, boca arriba, mirando las estrellas. Tenía todo el cuerpo perlado de sudor y el cabello se le pegaba empapado sobre la frente. Siempre le había pasado después de hacer eso, las pocas veces que lo había hecho. Suponía que su organismo intentaba compensar.

Cuando hizo acopio de suficientes fuerzas dejó el brazo dislocado descansando sobre su vientre y comenzó a arrastrarse lentamente hacia la hoguera. Cuando llegó junto al montón con sus cosas alargó la mano y buscó su pitillera de plata. Ya tendría tiempo para colocarse el hombro, ponerse la pierna en su sitio y entablillársela como era debido.

Se llevó un cigarro a la boca y comenzó a palparse la camisa y el chaleco buscando cerillas. Cuando se dio cuenta de lo que hacía tuvo que reírse. Era difícil desprenderse de las viejas costumbres. Acercó la mano al cigarro y chasqueó los dedos, usando un encendedor invisible. El calor de la pequeña llama le reconfortaba profundamente. Su propia llama.

Tardaría mucho tiempo en volver a sentirla, en volver a sentirse entero. Tardaría mucho tiempo en volver a experimentar cómo ese poder galopante se abría paso de entre sus entrañas, brotando a la superficie, escapando a través de su piel, envolviéndole de energía turbulenta y cálida que arropaba su alma tanto como su propio cuerpo. Sabía que lo echaría de menos. Siempre lo echaba de menos. Pero era así como había decidido vivir.

A pesar de que no llegaba a los treinta, de repente, se sintió tremendamente viejo. Que él lo hubiera elegido no significaba que su forma de vida no empezara a dejar una profunda mella en él.

Shanbeng tenía toda la razón. Había dado un resbalón que había estado a punto de costarle la vida. Había cometido el mismo error del que acusaba a los otros Xia que había cazado. Se había confiado. Estaba tan seguro de su infalibilidad que ni si quiera se había planteado que alguien huyera hacia delante e intentara cazarlo a él. Supuso que el orgullo era algo que todos ellos traían en la sangre. Por suerte era una lección que no podría olvidar en mucho tiempo. Pero no pudo evitar sentir un escalofrío cuando se dio cuenta de lo mucho que Shanbeng y él en realidad se parecían.

Miró hacia el este mientras aspiraba humo y tosía indistintamente. Estaba empezando a clarear.

Tenía un caballo, agua y comida, así que ya no temía por su vida, a pesar de todo el dolor que sentía. Pero en demasiadas ocasiones durante esa misma noche había dudado de si volvería a ver el sol.

Así que decidió esperar y saludarle.