Partida Rol por web

Ruta de las caravanas

Valle del Sarda

Otoño

   Preocupado por los rumores sobre tu amigo Tergrar, tomas el camino del Norte hacia Tamar, un pueblo cerca de la encrucijada donde se levanta la posada "El Jabalí Verrugoso".

Es otoño, las caravanas de mercaderes apuran los últimos días antes de que lleguen las nieves. No es difícil encontrar a un carretero que conozca la posada. Lleva lo menos un siglo en pié y Tergrar es el tercer dueño que conoce. Aún recuerdas el ataque de risa que te dio cuando te contó que se iba a casar con Isabella y comprar la posada con el botín de vuestras aventuras.

Para tu sorpresa, Tergrar resultó ser un buen cocinero, y con Isa atendiendo a los clientes, todas las caravanas pasaban por Tamar de camino a la ciudad de Salumbar.

A los carreteros les encanta chismorrear y no tardas en sonsacarles historias de la posada: ...Que si la comida no es lo que era, que si el cocinero se volvió loco porque lo había maldecido un pájaro...Cuando te dicen que ese valle está infestado de orcos, decides despedirte y apretar el paso. Lo difícil de hablar con un carretero es saber cuándo repite lo que ha oído y cuando se lo inventa para seguir hablando.

Las nieves se adelantaron y el camino se cubrió de un manto blanco tan hermoso como incómodo ralentizando la marcha. Las caravanas se guarecen en las postas y solo quedáis  un puñado de aventureros por los caminos. Algunos han oído los mismos rumores de la maldición que ha caído sobre el posadero, e incluso los hay que afirman ser amigos suyos y venir en su ayuda. Este pequeño grupo formado por un fornido guerrero de pelo canoso, una esbelta joven, un barbudo eremita y un extraño monje tatuado se desvió por el camino de Tamar. La nieve impidió que llegarais antes del ocaso. El eco del aullido de los lobos resonaba entre las cumbres de las montañas que rodeaban el valle, y entonces, cuando os disponíais a acampar al raso, ocurrió algo insólito. El sol volvió a salir entre las montañas, justo por donde acababa de ponerse. Os sobreponéis al cansancio y decidís continuar hasta el pueblo en busca de alguna explicación.

El sol sigue subiendo y un nuevo día sucede al anterior sin descanso. Las aves vuelven a cantar sin mucho entusiasmo y los lugareños que os cruzáis miran desconcertados al cielo.

Llegáis al pueblo de Tamar situado a las orillas del río Sarda. La gente se reúne en la plaza para escuchar a un enardecido sacerdote que afirma tener la solución:

- ¡...ARREPENTÍOS!, ¡ARREPENTÍOS DE VUESTROS PECADOS...LOS BRAZOS DE PELOR ABRASARÁN AL IMPÍO Y AL ARROGANTE!-

Reconocéis al clérigo. Un fanático pelorita de Salumbar obsesionado con quemar a gente en la hoguera.

-¡...YO LO ADVERTÍ POR EL ANCHO MUNDO...NO OFENDÁIS AL RADIANTE! ¡MIRAD AL CIELO!. ¡SOLO LAS CENIZAS DEL CULPABLE OS SALVARÁN!-

Preferís no llamar la atención del iluminado, no vaya a culparos a  vosotros del errático movimiento del sol y preguntáis a los vecinos por Tergrar. Os señalan su posada a las afueras del pueblo, pero os advierten de que hace dos días se escuchó una algarabía y desaparecieron tanto el posadero como su hija mayor. El alguacil y un grupo de vecinos están haciendo una batida por las laderas para encontrarlos. La mujer y el hijo pequeño están a salvo en casa de unos familiares.

   Mientras tanto el iluminado comienza una colecta entre los vecinos. Desde su atril señala en vuestra dirección. Vuestro grupo, sobre todo Naja Naja, destaca entre los humildes lugareños y comenzáis a lamentar no haberos alejado antes. -VOSOTROS, SI VOSOTROS CUATRO- Se acerca sin dejar de señalaros. El rechoncho orador se planta frente a vosotros. Varias gemas rodean su cabeza formando un halo. Mientras, un nutrido grupo de adeptos (12-15) os rodea de forma algo  intimidante. Llevan clavas y pequeñas armas contundentes colgadas al cinto y a juzgar por su silueta, también armaduras ligeras bajo los hábitos.

-¿Quién es esta desventurada criatura?-Pegunta mirando con repugnancia al monje tatuado. -Soy el inquisidor Volk Mugarius.- Se presenta levantando las palmas en forma de bendición. -No encontraréis trabajo en la posada- Comenta en voz baja pero incisiva. -Está cerrada desde que su dueño desapareció. Pero tal vez tenga algo para vosotros...- Explica examinando los objetos mágicos que portáis a la vista. -Dicen que ese Tergrar está maldito y no hay nada como quitar una maldición para ganarse el fervor de la gente- Sonríe abriendo sus rechonchos brazos. -Si lo encontráis, quisiera ayudarlo-. Sus ojos se detienen en los pequeños pechos de Nerisnath y su sonrisa se torna lasciva. -También quisiera resolver este entuerto- Dice entrecerrando los ojos para mirar al sol -Sospecho que el maestro Corvinus Heliodon es el responsable y quisiera "ayudarlo a entrar en razón"- El inquisidor levanta el índice para puntualizar.-...Sólo Pelor sabe si es culpable o no, de modo que no podéis dañarlo ni saquear sus bienes- Después señala los saquillos que los secuaces están llenando con la colecta. -Traerlo ante mí y dejar de mi mano la recompensa-

Nerisnath frunció profundamente el entrecejo cuando vio que el sol se volvía a alzar en el horizonte. A su alrededor, los pájaros trinaban con poco brío, confundidos como lo estaba ella por aquel nuevo amanecer. Las aves nocturnas, en cambio, volvían a su letargo al no haber hallado la oscuridad idónea para cazar. Si aquel prodigio se repetía, podía ser una catástrofe. No hacía falta ser un druida para darse cuenta del nefasto efecto que podía tener en los animales y las cosechas. Un abrasador día eterno podía ser tan terrible como una noche eterna.  Aquello era obra de magia poderosa y peligrosa. Alguien había estado jugando con cosas que no debía, y probablemente, que tampoco comprendía.

Encontraron a un hombrecillo repugnante pregonando el fin del mundo desde la concurrida plaza de Tamar. Ella no era una mujer especialmente fervorosa, y siempre había considerado un error atribuir o culpar a los dioses por los problemas que causaban los hombres. Pero le bastó una mirada para comprender que era mejor no provocar o contradecir al Inquisidor, y menos aún rodeado de sus matones bajo el hábito de sacerdotes. Se cuidó mucho de delatar que se le habían revuelto las tripas con su lascivia.

—Saludos, Volk —empezó Nerisnath. Llamándole por su nombre, y no por su título, le recordaba que, al fin y al cabo, era una persona—. Yo me llamo Nerisnath. Me acompañan Naja Naja, Ric y Dámasor.

Evitó mencionar el "San" de Dámasor, así como su identidad como sacerdote de Ilmáter. No quería provocar un prematuro choque de fes.

—Estoy dispuesta a ayudar, claro. Hemos oído por el camino vagos rumores acerca de que un pájaro maldijo al tabernero, y me preguntaba qué tipo de ave, o de criatura con la forma de ave, tendría el poder de obrar semejante encantamiento. ¿Podréis aclararme algo al respecto, Volk? ¿Cuándo y dónde se vio al dueño de la posada por última vez? ¿Sería posible entrar a la taberna para buscar pistas sobre su paradero? —le preguntó Nerisnath, inquieta por la desaparición de su antiguo amante, antes de echar un vistazo al sol—. Ése es un asunto muy delicado. Y si ese Corvinus es el auténtico responsable quizá pueda ayudar a devolver las aguas a su cauce. Pero si quieres encontrarlo es que tampoco sabes dónde está. ¿Por dónde podríamos empezar a buscar? ¿Se han realizado adivinaciones al respecto? ¿Una comunión con Pélor, tal vez, para saber su opinión al respecto?

La verdad es que Naja Naja había partido a regañadientes del monasterio. Vale que Tergrar le traía muy buenos recuerdos pero no entendía la razón por la que le mandaban a Tamar. ¿Qué relación podía tener el viejo Tergrar con sus superiores en el monasterio? Algo tenía que haber porque no era normal. Cuidar de un viejo, por mucho que le trajera buenos recuerdos, no le parecía la misión más interesante. Quizá fuera una misión para cerrar un círculo, para que Naja Naja pasara a el siguiente nivel. Después de todo pronto perdería los lóbulos de las orejas, cada vez el cartílago más fino por efecto de los dilatadores, y tendría que empezar con la transformación de la nariz. "Transformación" era un eufemismo para no decir ablación de la misma. Más dolor para el ya penoso estado del monje. Múltiples cortes en su piel habían tatuado el cuerpo del hombre para imitar la piel escamada de una serpiente. Para que quedaran permanentes, y la débil regeneración de la piel de un humano no los ocultase, había que repetir el proceso de vez en cuando. Naja Naja lo tenía todo programado y dividía su cuerpo en segmentos. La siguiente vez tocaba las piernas. Había dejado una parte fácil porque salía de viaje y no tendría a compañeros que pudieran ayudarlo. Ya tenía también la lengua bífida. Se había pasado meses con terribles dolores e infecciones provocadas por la incisión. Pero las protuberancias de las cejas no era algo mucho mejor, conseguidas a base de darse de cabezazos contra troncos, paredes, baldosas, etc. El caso es que el siguiente paso era la nariz, y Naja Naja, aunque no quería reconocerlo, sabía que iba a doler, y mucho. 

Pero no nos desviemos del tema que traía a Naja Naja a Tamar. Cuando ya llegaba a la población comenzó a escuchar los rumores acerca de los problemas del viejo tabernero.

Pues va a ser verdad...- Que la gente hablara hizo a Naja Naja estar más atento. Aquellos rumores se habían extendido con rapidez haciendo que más conocidos de Tergrar se acercaran a la población. Al final terminaron siendo cuatro, ni más ni menos, los que venían alertados por dichas noticias. No estaba seguro de si conocía a dos de ellos de la boda de Tergrar. Había pasado mucho tiempo y Naja Naja tenía entonces un aspecto diferente. Desde luego eran otros dos hombres entrados en edad. Al menos la mujer era más joven.

- Ya me empieza a preocupar de verdad.- Dijo a los extraños pues, si se habían reunido tantos, es que algo grave debía haber pasado. ¿Qué tenía que ver eso con su Caminar? Pero si algo dejó intranquilo y estupefacto al monje fue ver cómo el sol, en vez de ponerse en el horizonte, salía con fuerzas renovadas por donde otras veces se ocultaba.

- Esto zí que ez raro.- Expresó con su habitual ceceo mientras se quedaba esperando a que el sol volviera a retomar la dirección correcta en el firmamento. Se frotaba los ojos rojos de vez en cuando y negaba con la cabeza. Aquí había algo más importante que la simple desaparición de un viejo, ahora le quedaba claro.- ¿Cómo puede pazar ezto?- Aún estaba esperando respuestas, como si sus nuevos compañeros de viaje fueran a saberlo, cuando los ruidos del gentío llamaron su atención. Y tanto, pues un tipo con muy mala pinta se dirigía a él. Se lamentó en ese mismo momento de no haberse cubierto la cabeza con la capucha. Estaba acostumbrado a las miradas desconfiadas por el mero hecho de su aspecto pero a veces pasaba tanto tiempo aislado en el monasterio que se le olvidaba.

- Lo ziento.- Se disculpó por llamar la atención y poner a sus compañeros en aquella tesitura, cuando lo mejor hubiera sido pasar desapercibido. Y eso trató de hacer situándose en segundo plano, dejando que otro tomara la palabra. Su ceceo y su aspecto no iba a provocar nada bueno. Al menos la pregunta del inquisidor no iba dirigida a él directamente y podía contestarla otro. Con delicadeza cubrió su cabeza con la capucha para escudarse de las miradas groseras de la gente.

¿Tergrar maldito y desaparecido?- No le gustaba el tono que estaba usando aquel personaje y trataba de dilucidar de qué tipo de hombre se trataba. Afortunadamente Nerisnath tomó la palabra.

El Viejo Ric llevaba ya unas semanas de licencia, tras las últimas campañas, se había encontrado con unos meses libres antes de volver a ser reclamado por sus responsabilidades en la orden. Como solía hacer en estos periodos de descanso, volvía a la fingida vida personal que tenía.

Sin mujer o vástagos, y con solo una hermana y un hermano, pronto terminaba sus visitas a familiares. Con lo cual había adoptado la costumbre de viajar para reecontrarse con sus viejas amistades. Gran parte de ellos, viejos veteranos que abandonaran el servicio en la orden para pdoer asentarse y empezar una vida más sencilla y estable formando una familia. A fin de cuentas, no poso Mastines se habían apuntado por la franja de tierra que obtenían al retirarse para poder construir una granja y poder vivir de los cultivos. Le gustaba visitarles y compartír unos días en su compañía, disfrutando en parte del servicio prestado con los Mastines de la Dama, logrando tierras pacíficas, lugares donde empezar una nueva vida, ampliar las tierras civilizadas.

Pero de entre todas la viejas amistades, le gustaba especialmente la compañía y camaradería que sentía con Tergrar. A parte de las campañas compartidas, luchando y plantando cara a las amenazas de la humanidad, compartían también la afición por la buena comida. Y en verdad, el viejo de Tergar, se manejaba bien con el espetón, las especies y las marmitas. Pero aún así, Richard se empeñaba en sorprenderle con nuesvas especies o recetas, encontradas en las últimas tierras en las que había combatido. Entre sus pertenencias solía traer un paquete con especies exóticas para dar a conocer al al mesero así como una receta para usarlas, un discreto presente muy personal entre los dos. En esta ocasión traía Piman de las sureñas tierras quemadas, y la receta para macerar la carne con especies picantes para ser preparada en pinchos especiales. Picante como una mala cosa, pero fantástico acompañante para una gélida cerveza.

Pero parecía que en esta ocasión, la cosa no sería tan agradable. Los rumores que le llegaron durante el camino perturbaron la tranquilidad en el espíritu del viejo mastín. Apuró el paso de Bailarín, para dar con su viejo camarada. La última parte del viaje la hizo en compañía de un sanador, Dámasor, un Ilmita. Ya habían compartido mesa en el pasado juntos, en la boda de Tergrar e Isabella, y en un par de visitas al "Jabalí Berrugoso". También había compartido la última parte del camino con una mujer arcanista, y un singular... hombre-serpiente, un monje. Ric, acostumbrado a ver cosas raras, prefirió no preguntar por su aspecto. En fin, cada orden y secta solía tener sus "singularidades".

Finalmente llegaron a Tamar, son la extraña sensación de desconcierto que les despertaba ese inaudito suceso con el sol. Quería cuanto antes y dar con su viejo camarada. Pero eso tendría que esperar, no se encontraba en la posada al parecer, y no solo eso. Sinó que se habían topado con un despreciable tipejo. Quien se autodenominaba sacerdote de Pelor. Pero por sus comentarios, e intenciones, no terminaba de encajar con los preceptos más extendidos de la fe de Pelor.

La mujer, Nerisnath, tomó la iniciativa en el diálogo con el tipejo ese. Prefirió aguardar las respuestas de ese antes de intervenir.

Aquellos que me conocen saben que recorreré tanta distancia como sea necesaria para acudir en auxilio de los necesitados y puede que Nalf sea una de las personas que mejor me conocen en este mundo a pesar de que hace cerca de una década que no nos vemos el uno al otro. Nuestra época juntos como aventureros, al igual que mi juventud, quedó atrás hace mucho tiempo.

Cuando recibí su carta, me llenó de aflicción enterarme de que el bueno de Tergrar estaba en apuros y mi pesar se acrecentó al leer en las temblorosas líneas de tinta, apresuradamente escritas, el infortunado relato de que cierta maldición podía estar pesando sobre su hogar o su familia. Tergrar fue antaño camarada nuestro y Nalf albergaba la esperanza de que, apelando a nuestro pasado común, yo accediera a acudir a su encuentro y liberarle de la maldición que los aqueja a él y a los suyos.

No lo dudé un instante, preparé mis bártulos y me puse rápidamente en camino, esperando llegar a tiempo para aliviar el temor y el pesar de esa infortunada familia. A pesar de mis años y de los rigores del viaje, debo confesar que éste ha sido particularmente placentero por un reencuentro largo tiempo aplazado.

A mis años siempre es agradable volver a ver caras del pasado y Dick el Mastín es uno de los rostros más amables que he encontrado en mi larga vida. La alegría del casual encuentro se ve todavía más endulzada cuando una pareja de encantadores jóvenes tienen la bondad de unir su andadura a la de dos vejetes como nosotros, alegrando nuestro viaje con sus propios recuerdos de Tergrar y su posada. Por lo visto, el lugar se ha vuelto de lo más popular, como confirman los rumores de varios comerciantes y viajeros que encontramos en nuestro camino.

Confieso que nuestra llegada al pueblo de Tamar me está resultando algo desconcertante. No se parece en nada a las reminiscencias que guardo en  mi cada vez más maltrecha memoria pero mis compañeros de viaje parecen tan convencidos de que estamos en el lugar correcto que no me atrevo a discutirlo con ellos.

A quien sí creo reconocer es a uno de los monaguillo peloritas, aunque mucho menos joven y más seguro de sí mismo de lo que recordaba. He olvidado su nombre pero él tiene la amabilidad de recordármelo cuando se dirige a nosotros para ofrecernos su bienvenida al pueblo.

―¡Bien ha-ha-hallado, hermano Volk! ―le saludo efusivamente, estrechándole entre mis brazos y plantándole dos besos, uno en cada una de sus mofletudas mejillas. A juzgar por la tensión que recibe mi abrazo sospecho que o bien él no me recuerda o bien yo lo he confundido con otra persona―. Estamos a-aquí para… para ayudar, claro que sí. ¿Has vis-vis-visto… qué muchacha tan-tan des… pierta? ¡Ah, la ju-ju… ju-juventud! Viene pi… pisando fuerte y es bue-bueno que así sea, ¿no te parece?

»Pero, por fa…, por favor, no-no-no me hagáis caso y contes… tad a nu-nuestra encantadora Ne-ne-neris ―añado, dedicándole una genuina sonrisa de disculpa por haber interrumpido con mi cariñoso saludo su conversación.

—Estoy dispuesta a ayudar, claro. Hemos oído por el camino vagos rumores acerca de que un pájaro maldijo al tabernero, y me preguntaba qué tipo de ave, o de criatura con la forma de ave, tendría el poder de obrar semejante encantamiento. ¿Podréis aclararme algo al respecto, Volk? ¿Cuándo y dónde se vio al dueño de la posada por última vez? ¿Sería posible entrar a la taberna para buscar pistas sobre su paradero?-

El religioso se sorprendió de que fuera la joven y no el imponente guerrero el que tomara la palabra.

-Se trataba de un cuervo, según dicen.- El inquisidor sonrió -Coincido con la sagaz muchacha en que no pudo tratarse de un simple pájaro.- Neriznath temía que aquello fuera una burla más que un cumplido. -...Solo nuestro radiante señor lo sabe- Dijo volviendo a levantar las palmas hacia el cielo-La taberna lleva dos días abandonada. El alguacil está muy ocupado batiendo las laderas del monte en busca del posadero y su hija, pero si alguien os llama la atención por entrar en el edificio, decir que vais de mi parte.- sentenció jactándose de sus influencias.

—. Ése es un asunto muy delicado. Y si ese Corvinus es el auténtico responsable quizá pueda ayudar a devolver las aguas a su cauce. Pero si quieres encontrarlo es que tampoco sabes dónde está. ¿Por dónde podríamos empezar a buscar? ¿Se han realizado adivinaciones al respecto? ¿Una comunión con Pélor, tal vez, para saber su opinión al respecto?-

- ¡Lleva años escribiendo textos blasfemos!¡¿Quien si no?!.- Gruñó.-No hace falta molestar a los dioses con preguntas tan obvias...Pero sí- Respondió a la defensiva. -Todas las adivinaciones indican que este cataclismo se ha urdido muy cerca. Corvinus Heliodon era maestro del templo de la montaña- Explicó señalando los picos nevados a vuestra espalda. -Desapareció el pasado invierno; todos respiramos aliviados por ello, pero yo creo que sólo se escondía para perpetrar esta herejía- Dijo levantando el índice y cerrando los ojos con dramatismo.

―¡Bien ha-ha-hallado, hermano Volk! ―le saludo efusivamente, estrechándole entre mis brazos y plantándole dos besos.

Volk pestañeo sorprendido. Los afectuosos gestos del santo lo descolocaron por completo.

Sus rechonchos brazos apenas se abrieron lo suficiente para rodear al ilmaterino sin hacer ninguna fuerza para estrecharlo. Sus ojos sostuvieron la mirada un instante y se despidió claramente incómodo.

Los adeptos se marcharon tras el, rodeándolo como celosos guardaespaldas.

Volk recuperó el aliento y se alejó arengando a los vecinos con más vehemencia:

-¡UNA COLECTA PARA SALVAR VUESTRAS ALMAS Y QUEMAR AL IMPÍO! ¡...EL FUEGO...EL FUEGO DE NUESTRO DIOS OS SALVARÁ!, ¡TRAER LEÑA, TRAER VUESTROS MUEBLES, VUESTROS LIBROS...!-

Los lobos volvieron a aullar en la montaña como quejándose de escuchar a aquel fanático.

Siempre había escuchado que los cuervos son aves de mal agüero y, aunque es verdad que nunca he conocido a ninguno con tanta inquina como para maldecir a nadie, lo cierto es que encuentro el razonamiento perfectamente plausible. Lo único que no encaja en mi mente es por qué nadie querría desearle algún mal al bueno de Tergrar. Y, lo que es más importante, por qué mi viejo amigo abandonaría su posada cuando es por todos conocido que siente un sincero aprecio por ese lugar.

Por desgracia, no tengo ocasión de interrogar al respecto al simpático monaguillo pelorita pues éste se despide apresuradamente de nosotros, seguramente requerido por sus múltiples quehaceres.

Yo, mucho menos docto que el hermano Volk, no logro entender por qué le preocupa tanto que haya sucedido el maravilloso milagro de un nuevo amanecer, dado que es un fenómeno que acostumbra a ocurrir todos los días desde que tengo uso de razón. En cualquier caso, ni perseguir herejes ni entrometerme en los asuntos de la iglesia de Pelor estuvieron nunca entre mis prioridades a la hora de emprender este viaje.

Amablemente sugiero a mis compañeros que pongamos camino a la posada El Jabalí Verrugoso y tratemos de enterarnos de qué es lo que ha sucedido allí. De camino a la taberna, no dudo en preguntar a cuantos habitantes del pueblo de Tamar se cruzan en nuestro camino a propósito de Tergrar y su familia.

—Tenéis razón, por supuesto. Encontrar a Tergrar es la prioridad —contestó al anciano cuando éste sugirió, con suavidad, reconducir sus pasos al asunto que les habría traído allí.

Fue entonces cuando la calavera de su cinturón cobró vida.

—Oh, vamos, Nerisa querida. No me digas que no te llama la atención ni siquiera un poquito el tema del conjuro que es capaz de cambiar la trayectoria del sol.

Parecía que la aludida iba a ignorar a la calavera, pero al final terminó diciendo.

—Sí. Es fascinante. Pero peligroso. Y la prioridad es encontrar a Tregrar. Podría estar en peligro

—Oh vamos. Fue sólo un polvete —señaló la calavera parlante—. Y los dos habéis seguido con vuestras vidas, de todas formas. Él ha tenido hijos y todo. Tal vez deberías plantearte lo mismo con ese montaraz. No está nada mal. Pero que nada mal. Ay si yo tuviera un cuerpo...

Nerisnath miró de soslayo a sus nuevos compañeros, deseando con todas sus fuerzas que no hubieran escuchado a la calavera. Ni que se hubieran percatado de que le habían sacado los colores.

—Cállate, Talitha —siseó entre dientes.

—El caso es que tener acceso a un conjuro así... Desarrollarlo y mejorarlo... Piénsalo. Tenemos talento para hacerlo y lo sabes.

—¡Que te calles!

Nerisnath se hundió en un hosco silencio, y dejó que Dámasor se encargara de preguntar a los lugareños. Nerisnath no esperaba que pudieran contarles mucho más de lo que les había contado ese hombrecillo despreciable. Pero si algo había aprendido es que, a veces, una sonrisa amable como la del santo Ilmaterino podía conseguir más cosas que los años de estudio que había pasado encerrada en las bibliotecas de Thay.

Finalmente, entre el trato gentil y correcto de Nerisnath y el de Dámasor, lograron descubrir algunos retazos de información más sobre lo que tal vez podría haber sucedido a Tergar. Pero no había nada claro aún. Faltaban más datos. Pero en cualquier caso, lograron poder reanudar la marcha sin más contratiempos.

Miró con cierto recelo la aparición de esa calavera. Eso era brujería, un tipo de nigromancia que al sencillo sacerdote guerrero le despertaba incomodidad. Los muertos, debían quedar muertos, ese era su simple parecer, la de un hombre simple, un viejo hombre de armas. 

A lomos de Bailarín, que andar de un lado para otro con la armadura pesada no era cómodo, pero sí muy lento, Ric comentó.

-A parte del negocio, no estaría de más escuchar lo que nos pueda contar Isabella.

- Eshe tipo no me gushta.- Confesó una vez se alejaron del predicador y aprovechando para crubrirse la cabeza con la capucha. Naja Naja había calado al gordo seboso.- She aprovecha de la fe de otrosh para shush propiosh finesh.- El hombre se pasó la lengua bífida por los afilados dientes. Hablaba como si fuera la primera vez que viera una actitud semejante y le sorprendiese.

Tampoco le gustó un pelo escuchar la conversación de Nerisnath con su calavera. ¿Sería verdad que habría tenido un encuentro sexual con Tergrar? Al menos atisbo de melancolía que sintió que le atenazaba la boca de estómago descorchó el extremo de su bastón y dio un trago a su contenido.

-¡Aaaaaahss!- Mucho mejor. No podía estar mucho tiempo sin beber si quería controlar sus fantasmas. La ausencia de padres, que lo habían abandonado en el monasterio cuando era un bebé, hacía que a Naja Naja no le gustase frivolizar con los escarceos amorosos. 

Tampoco él era el adecuado para ser el rostro amable del grupo por lo que, mientras se dirigían a la taberna de Tergrar arrastró sus pies junto a Ric el Viejo.

- ¿Eshtivishte en la boda de Tergrar?- La vos de Naja Naja era verdaderamente desagradable. Áspera como el esparto y con aquel siseo propio de las serpientes y fruto de las automutilaciones que se había infringido. Por si fuera poco su aliento apestaba a alcohol. Era evidente que el contenido del bastón en el que ahora se apoyaba para caminar era fuerte.

El monje estaba visiblemente preocupado. ¿Dónde estaría Isabella?

El viejo soldado se bajó del corcel para mantener el ritmo de los otros aventureros, pues la distancia a recorrer ya no era mucha, y así se posaba en una posición igual con el resto, más cómoda para hablar.

En esto, aprovechó el asceta para acercarse y preguntar por el pasado. La pregunta le hizo arrancar una sonrisa bajo sudenso mostacho gris, llenando de arrugas la descuidada piel curtida del guerrero.

-Oh, sí. Sí que estuve, fue una petición de Tregrar, habíamos combatido juntos a los drow en el Valle de la Daga, yo a las órdenes de Gerald el Pétreo, efectuaba funciones de enlace con los distintos aventureros que se sumaron a los Mastines de la Dama, para orquestrar los avances militares por el Valle. Durante la campaña hicimos buenas migas, y los dos descubrimos el gusto del otro por una pasión conjunta, el buen comer y beber, y la preparación del mismo.-Palmeándose el vientre acorazado con su mano callosa añadió.-Jo, jo, jo... fue una campaña diliciosa, y además hechamos a esa sucia escoria de regreso a la infraocuridad.

Se veía que el hombre le gustaba prodigarse en sus batallitas. Y no parecía molesto por la presencia del monje, parecía un tipo ya muy vivido, poco dado a la sorpresa.

-Bueno, lo dicho, que me enrollo a veces, Tregrar y yo forjamos una buena relación, cosa que a lo largo de los años hemos procurar mantener en medida de lo posible dadas nuestras ocupaciones. Así que me escribió para invitarme a la bodam y gustoso me sumé a la celebración de su enlace con Isabella.

Le gustaba que aquellos cuatro no mostraran demasiada sorpresa o miedo de él. Le hacía sentirse un poco más cómodo una vez fuera de los muros del monasterio. Escuchó con gran respeto las palabras del viejo Ric, asintiendo y dejando escapar de vez en cuando una sonrisa.

- Yo también eshtuve en la boda.- Dijo misterioso y sin hablar más, retrotrayéndose a un pasado algo difuso ya donde era una persona completamente diferente.

—¡Ja! —rió Talitha—. Yo creo que el sentimiento es mutuo. No creo que al buen Inquisidor le gustes mucho tú tampoco, Naja.

El viejo le miró enarcando las pobladas cejas.

-Caray, que viejo me hago, no recuerdo haberte visto allí... aunque reconozco, que la celebración fue bastante sonada, y la bebida corrió libre por las mesas jojojo

Rió de forma franca, desinivido, mostrando sin querer un par de huecos entre sus dientes, viejos recuerdos de las batallas del guerrero.

Nerisnath, por su parte, se mantuvo en un discreto segundo margen. Ella había rechazado la invitación a la boda. Le había parecido de mal gusto presentarse allí, aunque dudaba de que Tergrar le hubiera contado a alguien (y menos a su esposa) lo suyo.

A ella no le había preocupado demasiado el encuentro con el Inquisidor Mugarius. Era un hombre ambicioso, sí, pero carecía de la sofisticación y sutileza que había visto en Thay. Tal vez jugara con la fe y con las necesidades de la gente para encumbrarse en el poder, pero no lo conservaría por mucho tiempo. Y de todas formas estaba haciendo lo que debía hacerse por el bien de Tamar, por muy cuestionables que fueran sus intenciones.

- Mejor. Así no me shentiré culpable cuando le rompa los morrosh.- Respondió a la calavera sin inmutarse y previendo que tendrían problemas si encontraban a Tergrar y ese predicador le ponía la mano encima. Continuó respondiendo a Ric.- No esh tu cabeza, Ric. Yo era muy joven entoncesh y...tenía otro ashpecto másh..."normal".