Partida Rol por web

The Beguiled

◇ Día 1 ~ [La Escuela] ◇

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26/10/2017, 04:10
Edwina Morrow

 

 

El tiempo se había detenido en aquel lugar, rodeado de verdes bosques y cantos de pájaros meláncolicos, aislando su vida de todo lo que había conocido y amado; su familia, amistades y el amor por el que sufría, alejada de él, Adrien.

La agónica monotonía de esos días, transcurría entre labores diversas. Edwina agradecía ser responsable de éstas, asegurándose así no tener mucho tiempo libre para pensar.

Las atenciones constantes al huerto y los experimentos en la cocina permitían a las niñas reproducir los platos que las recetas de Kizzy, la vieja maestra Clothilde y Edwina habían inspirado en ellas curiosidad y deseo por aprender.

Afortunadamente Martha no ponía pegas en este aspecto, y consentía que las alumnas practicasen libremente. Miss Farnsworth aprobaba la idea, revolucionaria o machista según se mirase, para promover un tipo de señorita diestra en los aspectos más cotidianos de la vida, no solo en el campo intelectual, sino también doméstico.

Todo ayudaba a que las niñas creciesen un poco más libres, en un sentido amplio de la palabra, aprendiendo cosas que los libros de su escuela no eran capaces de enseñarles.

Martha solía repetir que el hombre que las desposase se llevaría consigo el valor de un preciado regalo, el ejemplo vivo de una espléndida educación y clase. Por supuesto las clases de literatura, idiomas, historia, música o dibujo eran importantes y servirían para garantizar a las jóvenes un buen futuro, cuando la guerra finalizase.

Sin embargo, la instrucción recibida acorde a su clase social, palidecía ante la frescura de esos momentos libres de ocio en los que las alumnas podían relajarse y ser ellas mismas, más auténticas con la confianza de no saberse juzgadas por Martha.

Los juegos de cartas, ajedrez, y otrora canciones infantiles que en un tiempo pasado resonaron entre los muros de la deslucida mansión engalanada de blanco, rodeada de vegetación tentaculosa, habían quedado atrás, dando paso a otra serie de distracciones tales como la lectura, el estudio y el ensayo sacrificado de sus habilidades.

 

 

El aspecto exterior de la rica mansión no fue siempre tan lamentable. Cuando todavía los padres de Martha vivían, y la guerra no había estallado, quedaban muchos esclavos en la plantación, manos expertas que se encargaban de que el jardín luciese como una familia de la categoría de los Farnsworth exigía. Aquella casa fue el escenario principal de numerosas recepciones de alto copete, sustentadas por la enorme egolatría de sus anfitriones, e invitados.

Ostentación, prepotencia y mucha falta de sentido común fue lo que se respiraba en la plantación Farnsworth y la vecina amiga, Westwood, hoy en día activa gracias al cruel y despiadado Theodore, el heredero vivo de la casa por todos sabido un dueño cruel que maltrata a sus negros y sigue comandando sus tierras a golpe de látigo.

La polvareda que las familias más ricas de Virginia habían levantado, explotando el negocio del cultivo de algodón, caña de azúcar y tabaco, valiéndose con falta de honradez de los pobres esclavos negros, resultó tan poderosa y contraria a los mandatos de Lincoln, que la ciudad de Richmond se estableció políticamente como capital de los Estados Confederados, jurando el cargo de primer presidente el señor Jefferson Davis.

En este contexto, se debatía el espíritu de la maestra como la repetición de una película a cámara lenta, entre el deber de contentar a su futura cuñada Martha, o enseñar a sus alumnas siendo fiel a sus creencias, tolerantes, libres y sensatas.

 

 

No lo aparentaba pero algo en su interior se moría lentamente. Temía, derramando lágrimas cada noche, que en cualquier momento una carta llegase a la escuela notificando la muerte de su prometido, caído en combate.

Mientras los años pasaban para Edwina, deteriorando a cuentagotas la esperanza que había guardado en su corazón, soñando con un reencuentro imposible con Adrien, otra historia daba comienzo, la de cuatro señoritas y una criada que inmersas en su aislamiento social y educativo, ignoraban como y cuando sus vidas se verían trastocadas, en el momento que un grupo de soldados intrusos del bando enemigo irrumpiese en su pacífica escuela, poniéndolo todo patas arriba.

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05/11/2017, 01:38
Martha Farnsworth

 

Hacía ocho años que la escuela de Miss Farnsworth se había fundado. Un éxito dentro del círculo de familias ricas y amistades cercanas a la familia de Martha, el cual abarcaba a un gran número de clientes que la conocían desde hacía años y que por desgracia, a diferencia de ella, seguían viendo florecer sus negocios relacionados con la agricultura y el abuso intolerable de sus esclavos negros en los campos del estado de Virginia.

Tratándose de una nueva institución que abría sus puertas a pocos km de Richmond, en parte aislada de la civilización, era el lugar perfecto para que las alumnas no se distrajesen de los estudios centrándose en otros entretenimientos mundanos que ofrecía la ciudad. El silencio fomentaba el estudio y la concentración. Eso solía decir Miss Farnsworth, y como no, lo aplicaba en su día a día en sus enseñanzas.

Quien no respetaba sus normas sufría la ira de la mujer, que en ocasiones pegaba a sus alumnas con una vara de bambú.

Habitualmente Martha no permitía que las niñas hablasen en la mesa mientras estaban comiendo, tampoco en sus habitaciones durante las horas de estudio, ni en clase, a no ser que fuese estrictamente necesario. Solo para responder a las preguntas que se planteaban durante las lecciones.

 

 

Las clases empezaban a las 8h en punto, después del desayuno, a las 13h se servía la comida, entre las 16:30h y 17:30h se impartía otra clase, luego tenían tiempo para el estudio o la lectura y a las 20h de la tarde cenaban. Finalmente a las 21:30h todas estaban acostadas después de haber rezado sus oraciones.

El sábado era el día de descanso para jugar a sus anchas con las muñecas, ajedrez, las cartas o la comba. Los domingos las niñas se trasladaban junto a Martha y Clothilde a una iglesia de Richmond para escuchar la misa dominical, y se les permitía escribir cartas a sus padres así como recibir visitas. Miss Farnsworth lo tenía todo controlado.

Su escuela ganó fama rápidamente albergando al menos a veinte niñas todas ellas de diez años, cuyos padres muy ocupados, veían la necesidad de delegar la educación de sus hijas en alguien competente que hiciese de éstas el ejemplo perfecto de una buena señorita sureña.

Con el paso de los años la dureza de corazón de Martha no había hecho sino aumentar. La muerte de sus padres y la marcha de su hermano Adrien a la guerra había resultado un duro golpe para ella, enfriando aún más su sensibilidad, dulzura y falta de empatía.

En la actualidad, tras el inicio de la guerra, solo quedaban cuatro alumnas en la escuela. Todas internas por algún motivo que las impedía escapar de allí sin el consentimiento de sus padres.

Los horarios de la escuela se volvieron más flexibles en cuanto al tiempo de ocio pero no demasiado, en parte por las circunstancias de la guerra y la escasez de alumnas, contratiempo que suponía un ingreso menor de dinero para Martha.

La mayoria ya eran mayores y habían aprendido en sus clases de protocolo todo lo necesario para desenvolverse correctamente en sociedad. Por esta razón, y tras el empeño de Edwina y sus propias ideas, Martha consentía que las niñas pisasen de vez en cuando la cocina, el huerto o cuidasen de algunos animales que criaban en la plantación con el objetivo de sustentar su alimento sin necesidad de acercarse a comprar a la ciudad, ya que la guerra estaba muy próxima, y avanzaba ganando terreno, a pocos km de su posición en Petersburg, asediada por el bando de la Unión.

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05/11/2017, 12:47
Ophelia Edevane

Llevaba mas tiempo del que hubiera deseado en la Escuela Farnsworth. Llegó cuando aún era niña, y siempre pensó que era temporal. Que su tía llegaría un día próximo, y su destino cambiaría; volvería a ser feliz, volvería a tener una familia.

Las circunstancias para la señorita Edevane eran crudas, atrás dejaba un pasado feliz con unos padres cariñosos que la amaban por encima de todo, sin embargo, tras la muerte del señor Edevane le sucedieron una serie de desgracias que afectaban sobre todo a la pequeña.

Y la escuela fue su único y verdadero refugio.

Se carteaba con su tía Elisabeth, pero el tan ansiado día en el que ella iría a recogerla para adoptarla, pasó a ser una mera ilusión, un sueño que jamás se cumpliría.

Al principio asumió su nuevo hogar con sumisión, así como lo hizo con los lugares anteriores. Pero a medida que pasaba el tiempo, la desesperación se iba apoderando de ella. Ophelia no era una niña rebelde pero si lista, su inteligencia la hacia ser curiosa, saber más y no doblegarse bajo la vara de bambú de la señorita Farnsworth. No temía ser golpeada aunque le atemorizaba sus amenazas. Por eso mismo, aprendió a guardar la compostura y al final no le quedó más remedio que asimilar su actual condición y situación, pues no le quedaba otra.

Los días pronto pasaron a ser semanas. Las semanas meses, y los meses, años.

La guerra se abalanzó contra el país. Las bajas fueron cada vez mas numerosas y las noticias no mejoraban con el tiempo. La escuela acogía a numerosas chicas de alta cuna y era próspera además de estricta. Poco a poco las niñas se evaporaban como el humo de los cañones y la escuela iba quedándose cada vez más vacía. La guerra también se palpaba bajo el firme techo de la escuela.

A sus 17 años, Ophelia seguía bajo el seno de la señorita Farnsworth y apenas le quedaba nada. Atrás dejó la ilusión de volver a casa, atrás dejó la idea de volver a ver a su madre, pues ahora su madre era Martha, madre de todas las que allí habitaban junto a ella que ahora eran sus hermanas. Ahora solo eran cuatro y deseaba que así fuera durante mucho tiempo más.

Lo que mantuvo a Ophelia cuerda y sin querer escapar fue la fe, la esperanza por tener de nuevo una vida que le perteneciera. 

Ocupaba su tiempo, mayoritariamente dibujando. Era su vía de escape. Cuando era niña dibujaba sin condiciones, sin cánones y sin restricciones. Se expresaba abiertamente y hacia ver al mundo como se sentía mientras guardaba silencio y acataba órdenes. Puede que algunos de esos dibujos no le gustara a Martha, así que al igual que el uso de la vara, supo redirigir sus emociones, o mejor dicho, custodiar aquellas obras de arte que no quería que Farnsworth viese.

También sabía coser, bordar. No se le daba muy bien cantar, y tocaba el piano de forma aceptable. Adoraba leer, pero sobre todo amaba dibujar. Tras las tapas de sus libros siempre guardaba hojas sueltas para poder delinear aquello que su mente imaginaba después de leer capítulos de los cuentos que la hacían viajar lejos de allí. Dibujaba todo lo que se le ocurría, y dibujaba todo lo que veía. Tenía cientos de dibujos de la arquitectura de la casa desde todos sus ángulos, también del interior, de todas las estancias y hacía dibujos de todas las señoritas. Esbozos de aquellas que la acompañan en su día a día y obras finales de aquellas niñas a las que tenía especial estima. Era la manera que tenía Ophelia de decir que estaba viva, y que volaría alto en los mundos que dibujaba en silencio mientras nadie se lo impidiese.

Guardaba dibujos de todo tipo, de personas, de edificios, de árboles, de animales. Pero curiosamente pocos dibujos tenía de Martha, no al menos que enseñase, pues sus mayores sueños y sus peores pesadillas las escondía o quemaba tras dibujar.

Los bolsillos de su camisón o algunos de sus vestidos casuales estaban llenos de carboncillo o lápices de dibujo. Cuando Ophelia se ponía nerviosa acudía a ellos en busca de acariciar la punta de uno de sus lápices y si podía, cerraba los ojos para imaginarse en un lugar inventado lejos de allí, uno donde nadie pudiera hacerle daño ni le dijera lo que debía o no debía hacer. Un lugar fuera de aquellos blancos e impolutos muros de piedra blanca.

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05/11/2017, 21:15
Eve

Se aferraba a los escasos recuerdos felices que poseía. Las imágenes eran borrosas, aisladas y muchas veces inconexas, pero ahí estaban y el simple hecho de saber que alguna vez conoció lo que era sentirse segura y amada le permitía seguir adelante sin perder del todo la esperanza.

Cuando la trasladaron de la escuela Du Pont a la escuela Farnsworth se sintió aliviada porque se iba al otro lado del país, nunca más vería a su familia política y, sobre todo, las noches de hambre y frío llegarían a su fin.

No se equivocó, la vida en la escuela Farnsworth era significativamente mejor en comparación con la anterior, había hecho nuevas amistades pero el recuerdo de aquellas que dejó atrás, en especial su mejor amiga, Grace Fontaine, la entristecía y en cierto modo la hacía sentir culpable, como si no se pudiera permitir experimentar felicidad mientras otros, en igual situación que ella, no lo eran. Tal vez por eso nunca ha sido amiga de encajes ni muselinas, y no es sólo por la falta de medios económicos para adquirirlos o porque Miss Farnsworth parezca disfrutar recordándole que está en ese lugar por caridad, sino por una cuestión de convicción.

La vida le había arrebatado a sus seres queridos y se negaba a hacerse con la suya. En más de una ocasión se encontró bailando con la muerte, convencida de que sería la última vez y que el sueño eterno permitiría por fin que se reuniera con sus padres en el más allá, pero tal parece que su deseo de vivir era más fuerte o sencillamente Dios tenía otros planes para ella, porque los años seguían pasando y en cuestión de dos sería considerada legalmente como un adulto.

Con el paso de los años, se convirtió en una jovencita dueña de un temperamento que algunos calificarían de indomable, un juicio que no le hacía justicia y que se basaba únicamente en el hecho que, cuando su opinión era requerida, la expresaba con convicción y vehemencia. Sabía perfectamente cuál era su lugar, pero no podía evitar cuestionar la injusticia con la que muchas veces era tratada y en ocasiones rebelarse contra ella.

Eve no se comunicaba para nada con el mundo exterior, toda su vida transcurría entre los lindes de la propiedad. Reglas escolares, deberes escolares, costumbres escolares, voces, rostros, tipos, preferencias y antipatías dentro de la escuela. Ese era el único mundo que conocía y no hacía más que sentir que eso no era suficiente. Estaba cansada de esa rutina y se consolaba pensando que le restaban sólo dos años más para conocer la tan ansiada libertad. Casi a diario rogaba a Dios que, al menos, si debía continuar en servidumbre, por lo menos le concediera una distinta.

Si bien la palabra 'servidumbre' no sonaba tan dulce como las de 'alegría' o 'libertad', dichas palabras, aunque deliciosas, no eran más que eso: palabras, y la posibilidad de convertirlas en realidad se le antojaba un imposible de alcanzar, al igual que lo era la luna. Mas una servidumbre distinta sí que era algo alcanzable. Servir se podía hacer siempre. ¿Por qué no iba a poder hacerlo en un sitio de su agrado? Estaba convencida que podía. Esa era su voluntad y nadie tenía el derecho de mandar sobre ella. Lo que pensaba era realizable y no necesitaba más que ser aplicada. Estudiar, esa era la clave.

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05/11/2017, 23:13
Mollie Farnsworth

Una buena familia, un buen hogar, una historia de militares desde antes de esta guerra. Mollie nació en un buen lugar, una enorme casa en una plantación donde fue la pequeña de tres hermanos y la única mujer, por lo cual era la princesa de su padre, un hombre recto con todos menos con su hija a la cual mimaba mientras su mujer le regañaba por consentirla en exceso algunas veces. Su familia disfrutaba de la mejor cara del hombre, mientras que sus empleados y esclavos veían la mas dura, pues si algo no consentía su padre era la gente que no cumplía con sus tareas, por lo cual no dudaba en tener mano firme o dar ordenes cuando era necesario, sin importarle quien estuviera presente, ya fuera otro trabajador o su familia.

Aun siendo su padre quien la malcriaba Mollie creció bajo la imagen de su madre, sintiendo fascinación absoluta por ella, era una mujer preciosa, fuerte, que podía charlar tanto con las mejores damas como con los caballeros sin salir mal parada, la pequeña Mollie veía a su madre como un modelo a seguir por completo, hasta la relación con su padre es la que ella ansiaba encontrar algún día, un hombre firme de ideales íntegros que con una sola mirada podía intimidar pero a su vez era dulce y dedicado con su mujer. Mollie aun recuerda despertarse mas de una noche y encontrárselos bailando solos en el gran salón de la casa, o como siempre que viajaba les trata a ella y a sus hermanos un detalle pero a su madre siempre un libro, con la frase de "cuando vuelva a marcharme volveré antes de que lo termines" esa fue otra razón por la que la pequeña empezó amar la lectura.

 

Muchos podrían suponer que al ser la niña y la pequeña sus hermanos seria algo ausentes con ella, o incluso envidiosos por las atenciones que recibía la joven, pero en cambio fue totalmente distinto. Crecieron sabiendo que debían cuidar y proteger a su hermana, quizás la mas aventurera de los tres. Con Francis, el hermano mediano la relación era sobretodo dentro de la casa, leyendo y escuchándole contar historias o enseñándole sobre música y arte, era un gran profesor y una mente brillante. Por otro lado la relación con Marius, el hermano mayor, aunque tambien era dentro de la casa como es normal fue quien mas quebraderos de cabeza tenia por culpa de Mollie, persiguiéndola por los terrenos de la plantación para que no se perdiera, enseñándole a montar a caballo antes de que ella misma subiera a uno y se hiciera daño, acompañándola a los terrenos que rodeaban su hogar en busca de flores o frutos silvestres.

Mollie adora a sus hermanos, y no tiene reparos en decir que son los hombres de su vida hasta que llegue su esposo.

Pero la vida no puede ser tan bella y cuando la guerra comenzó llego a las puertas de la plantación. Un soldado de la union termino con la vida de su padre y en ese momento el mundo de la pequeña Mollie se tambaleo con fuerza. Ese fue el momento en el que en la familia se abrió un brecha. Todo había cambiado.

Poco después acompañada por el ahora líder de la familia, por su hermano Marius fue internada en la Escuela de su tía Martha, prima hermana de su difunto padre. La guerra había comenzado, la familia estaba en un mal momento y aquel era el mejor lugar para ella.

Los primeros dias fueron difíciles, le costo salir de su tranquilidad, de sus rutinas y sobretodo de estar alejada de sus hermanos y su madre sin poder saber de ellos mas que por carta, o en las puntuales visitas. Su madre era sobretodo la de las cartas, nadie la vio por allí desde que se interno a la joven, en cambio sus hermanos se turnaban para visitarla, algo normal teniendo en cuenta que ahora ellos se encargaban del negocio familiar y no era bueno que los dos abandonaran la plantación. Aunque el ultimo año Marius dejo de acudir desde que se había prometido, era el heredero y ahora dueño de todo, así que tenia que asentar su vida. Esperaba que si la guerra terminaba pudiera volver a su hogar, pero ahora, tres años después eso ya es como un recuerdo lejano y hasta ya ve la escuela como un hogar en el que ya ha crecido y creado lazos.

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06/11/2017, 00:21
Kizzy

El transcurso de los días no provocaba ninguna sensación nueva en ella. Kizzy, quien llevaba trabajando ya ocho años para los Fansworth, se había acostumbrado a servir, trabajar y mantener sus labios en una línea fina y muda para no expresar emociones ni intercambiar palabras que no fuesen necesarias. Así le había dejado claro Martha que debía ser, y ella era una mujer obediente. Debía serlo si quería sobrevivir.

Había pasado toda su infancia entre algodones dentro de la familia Westwood, siendo tan consentida y mimada por algún miembro de esa familia que había provocado la ira de otros tantos entre blancos y negros. Había crecido lo más feliz y libre que podía hacerlo alguien como ella, tanto que hasta llegó a aprender cosas que para ellos resultaban impensables porque no se les veía más que como animales, seres inferiores a los que se podía utilizar y manejar al antojo de los poderosos.

Con el paso de los años su vida se había vuelto más caótica y oscura, hasta el punto de acabar suplicando a Adrien Fansworth en una de sus visitas a su amigo Theodore que la comprase y la alejase de la familia y los campos de algodón. Ella nunca había sido una esclava de campo, por lo que sabía que podía ser de utilidad a sus nuevos dueños como criada doméstica haciéndose cargo de cualquier tarea del hogar. A veces, cuando estaba sola y asustada, se preguntaba si su decisión había sido la correcta, y enmudecía al darse cuenta de que en realidad no estaba segura de nada.

Toda su vida había dado un giro radical a partir de tres momentos en su historia. Tres muertes que la habían dejado aislada en un mundo repleto de esclavitud, mentiras y peligros. Siendo esclavo uno se acostumbraba a que algunas personas estuvieran y al día siguiente desaparecieran, pero algunas despedidas siempre resultaban más duras que otras.

Acabar trabajando para los Fansworth no había sido como lo imaginaba, pero en su vida había sufrido ya las suficientes decepciones como para saber que era capaz de elevarse una vez más, porque ella siempre lo hacía. La que se queda, pero libre- su madre le había dicho que ese era el significado del nombre que portaba con orgullo, la única herencia que le quedaba de una mujer que ya había abandonado ese mundo y con quien confiaba volver a reunirse cuando ella también falleciera. Tristemente Kizzy había comprendido que la libertad era una mentira tanto para ellos como para los blancos, pues todos vivían sujetos a normas y se arrodillaban ante otros que no dudaban en pisarlos. Esa escuela no era una excepción.

Si bien Kizzy no toleraba a Martha eso era algo que no podía apreciarse en el trato diario que tenía con ella. En ocho años había sufrido alguna que otra vez el roce del bambú sobre su piel y había aprendido a poner una cara inmutable que la mantenía a salvo de su ira. Clothilde había sido una vía de escape, una triste ilusión, el nacimiento de una falsa idea de que allí las cosas serían diferentes. Hacia ella había sentido admiración y lo más parecido a un afecto sincero que un corazón destrozado podía tener. La marcha de esa mujer hacía tres años había ensombrecido los oscuros ojos de la criada, pero nunca llegó a quejarse porque sabía que de nada habría servido. Tres años habían transcurrido desde entonces.

En sus ocho años las había visto llegar a todas, una a una, con semblantes diferentes y con actitudes distintas. Las había visto adaptarse, rebelarse, sufrir y alegrarse, pero todo lo había hecho desde la distancia. Gracias a lo que había oído por los pasillos sabía que la guerra estaba cada vez más cerca, y eso la aterraba. Tantos años escuchando historias sobre los hombres blancos que la simple idea de que pudieran llegar hasta la escuela le quitaba el sueño. ¿Cuándo acabaría todo aquello? ¿Provocaría algún cambio en sus vidas? Kizzy sabía que no. Por muchos rumores que existiesen sobre su abolición, sobre la guerra y sobre lo que pasaría con ellos en caso de que los abolicionistas ganasen, al final nada cambiaría: los suyos vivirían condenados hasta el fin de sus días.

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06/11/2017, 01:54
Edwina Morrow

Domingo, 24 de Julio de 1864

 

A las 16:15h en punto de la tarde Edwina se despidió de Martha e Isobella en la puerta de entrada deseándoles un buen paseo y un regreso pronto a casa.

Era peligroso alejarse demasiado, pues aunque la guerra se hallaba a unos kms de su escuela, los bombardeos de los cañones resonaban constantemente en el aire. Resultaban ser la banda sonora de sus días, y también sus noches cuando los ejércitos libraban batallas nocturnas para sorprender a su enemigo.

Esas noches de desvelo a todas les costaba dormir, pero especialmente a Edwina que pensaba en Adrien. Desde luego que valoraba la compañía de sus alumnas, se volcaba en su educación, ya que el trato con Martha era más bien frío y carente de confianza y la calidez de las niñas a las que conocía desde hacía ya varios años la ayudaba a soportar su inseguridad y tristeza.

Hacía dos semanas que Miss Farnsworth había acudido al entierro de un familiar suyo sin que diera explicaciones a nadie, ni siquiera a Edwina. Aquel tipo de comportamiento enfriaba mucho la relación con ella, la cual no avanzaba ni aunque se esforzase en ser comprensiva y cercana.

Era domingo, y no había clase como tal, ni tampoco visitas. La última visita que habían recibido en el seminario fue la de Francis Farnsworth, el hermano de Mollie. Se le esperaba antes de que finalizase el mes pero por algún motivo se estaba retrasando. La correspondencia desde que se inició la guerra funcionaba más bien lenta, pero aún habían alumnas que escribían periódicamente a sus familiares.

- No te alejes mucho Isobella, en media hora espero verte en el salón. - le recomendó Edwina antes de verla partir hacia el bosque llevando en su mano la cesta de mimbre que solía usar para recoger setas. Era la más mayor y Martha la autorizaba a adentrarse en el bosque. Pero la alumna más veterana no era la única que tenía permiso para salir, las demás también podían tomar paseos refrescantes por los alrededores de la plantación. Siempre con cuidado.

- Volveré antes de las siete, la señora Westwood ha insistido en que vaya a visitarla. - comentó Martha anundándose un nudo perfecto en el cuello, atrapando de forma delicada el sombrero que llevaba en la cabeza. Se puso unos guantes de terciopelo azul y comenzó a caminar lentamente, moviendo con elegancia el cancan de su vestido, despidiéndose de Edwina tras sus pasos.

***

Suspiró volviendo hacia el interior de la mansión. El silencio algunas veces resultaba tan aplastante que dolía. Se encaminó hacia el aula de música, y como ya era costumbre diariamente, tocó al piano el himno de la confederación, Dixie's Land.

Aquel era el aviso que mandaba la profesora para que las alumnas entendiesen que podían salir de sus habitaciones e ir al salón donde impartía las clases. Aunque más bien se trataba de una imposición que ordenaba Martha, como las oraciones que recitaban diariamente pidiendo la salud y victoría del bando confederado.

Al terminar de tocar la canción fue hacia la cocina, buscando apresurada a Kizzy. - En media hora puedes subir y servir la merienda. - asintió en voz baja con una sonrisa amable y confidente. - Es una tarde distinta, quiero que te quedes en el aula y escuches. Mollie no dirá nada, solo interpretará que estás haciendo tu trabajo. Isobella tampoco está, ha salido a recoger setas.

***

Esperó a que las chicas fuesen llegando y tomando asiento, mientras borraba con paciencia la pizarra y las últimas anotaciones de la clase anterior de francés. Aprovechando que no estaba Martha, tomaría el riesgo de hablarles de otro tema, recurriendo a uno de sus libros favoritos, y obviando así el repaso de lecciones en domingo.

Dibujó una sonrisa en sus labios saludando con un suave vaivén de su cabeza a Eve, Ophelia y Mollie, al tiempo que sujetaba en su mano una tiza que movía de forma un poco inquieta, jugando con ella blanqueando su piel. - Aujourd'hui, je parlerai de femmes courageuses qui ont marqué l'histoire*. El repaso de francés queda cancelado. - añadió mirando a sus alumnas con expectación, esperando valorar positivamente sus primeras reacciones. 

Notas de juego

*Hoy hablaré sobre las mujeres valientes que han hecho historia.

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11/11/2017, 18:28
Ophelia Edevane

Un día más en la escuela. Este día no es distinto al resto de días anteriores. No ocurre nada distinto, ni nada raro y mucho menos extraoirdinario. Quizá los días mas emocionantes son escasos aunque curiosamente nos cambia a todas, ya sea solo un poco, pero se nos nota. Los días cuando Kizzy hace un cambio en el menú -aunque haya sido impuesto por Martha- cuando cambia el tiempo o cuando llega el correo, y hoy tampoco he tenido correspondencia de la tía Elizabeth.

Durante nuestro tiempo libre, salí para dejar de pensar en cuanto tiempo más voy a estar allí, si tía Elizabeth de verdad quería adoptarme, si la guerra acabaría pronto... necesitaba dejar de pensar. Fui tomar apuntes de unas flores que habían crecido junto a uno de los árboles del jardín. No sabía que tipo de flor era, tendría que buscar información en algún libro sobre vegetación, los cuales solían tener dibujos verdaderamente buenos sobre flores, árboles y hojas, pero era mejor copiar en vivo que copiar de una ilustración ya reproducida en los libros. Los nombres de las flores me importaba menos aunque estuviera bien saberlo; yo quería dibujarlas. Cuando quise darme cuenta, había terminado el esbozo y sabía que si no me daba prisa, llegaría justo a tiempo a la clase de la señorita Edwina, o incluso podría llegar tarde, y me gustaba estar primera para poder sentarme a dibujar lo que me apeteciese desde cualquiera de los asientos antes de poner todos mis sentidos en la clase de Edwina.

Sin embargo hoy me encuentro especialmente aburrida. En una de las libretas tengo varios apuntes del rostro de la señorita. Es inevitable, mi mente va mas allá y algunos días se hacen especialmente pesados. Solo cuando ella se gira para escribir en la pizarra yo dibujo lo que mi mente ha retenido mientras miraba sus ojos o su sonrisa, aunque tengo más apuntes de sus manos y sus peinados que de su rostro en sí ya que temo a que encuentre esos dibujos y me castigue por ello.

Entro en la clase y saludo a Edwina, que como siempre, está la primera esperando a que todas las chicas lleguemos y vayamos tomando asiento - Buenas tardes señorita Edwina - Saludo con una sonrisa y camino hacia uno de los asientos cerca de la pizarra. Mientras ella borra los titulares anteriores, yo coloco los utensilios sobre el pupitre y abro con cuidado la parte trasera de mi cuaderno donde tengo un dibujo de Edwina, de su rostro concretamente. Levanto la vista y la miro de espaldas, luego vuelvo a bajarla hacia el dibujo y sacando uno de los lápices, comienzo a esbozar una de esas flores que he dibujado fuera, sobre el dibujo del pelo de la señorita. Mientras muevo el lápiz, no escucho nada, ni oigo si viene alguien más a la clase o si alguien se sienta a mi lado, me sumerjo en el dibujo que esbozo en secreto y en silencio. Mis ojos viajan alrededor de la mujer que tengo delante, que borra con paciencia. 

No pienso en nada, solo trazando las suaves lineas que delimitan su cabello y su ropa. En cuanto Edwina termina de borrar la pizarra, se voltea para vernos, yo cierro la tapa del libro para que no le de tiempo a ver lo que estaba haciendo y coloco la espalda recta lentamente.

Mis ojos vuelven a moverse alrededor de ella pero esta vez van a sus dedos irremediablemente, pues no deja de mover la tiza alrededor de ellos con inquietud, y ver como su piel se tiñe de suave polvo blanco me llena de curiosidad. Como me gustaría dibujar en la pizarra...

Pero me olvido de la pizarra, porque lo que dice la señorita es mucho mas impactante que imaginarme dibujar con algo tan suave sobre una superficie oscura. Mis ojos se abren y amplio mi sonrisa, conteniendo mas una emoción que una sorpresa. No pude esperar a que Edwina explicara algo más, quería saber y por eso levanté la mano. En cuanto ella me concede la palabra, la bajo mientras hablo - ¿Puedo preguntarle a que se debe el cambio? Solo pregunto por curiosidad... porque... me parece muy interesante el nuevo tema.

 

Tengo un millón de preguntas más pero no quería sobrepasarla sin ni siquiera haber empezado la clase.

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16/11/2017, 14:31
Edwina Morrow

En algún punto el nerviosismo de la maestra le obligó a replantearse su charla. Las caras de sorpresa de sus alumnas resultaban un aliciente, aunque leyó la suspicacia en el rostro de Mollie cuando ésta enarcó ambas cejas incrédula, quizás por lo inapropiado que parecía el tema y lo mucho que disgustaría a su tía Martha cuando se enterase. Por supuesto que se iba a enterar por boca de su sobrina, Edwina contaba con ello.

La seriedad y concentración de Eve por otro lado suponía una motivación para la maestra, quien disfrutaba de observar sus reacciones y responder a sus preguntas cuando la alumna quería saber más. Ya la conocía y sabía cuan profundo calaban las ideas en ella, para bien o para mal.

El entusiasmo por el cambio fue más evidente en Ophelia, quizá la más soñadora, a diferencia de Eve que tenía los pies sobre la tierra pero era muy constante en todo lo que se proponía.

El feminismo y el derecho al sufragio universal. Advertía en su cabeza las palabras de Martha aludiendo a su pésima idea sobre meter pajaritos en la cabeza a las niñas.

Edwina se mantuvo firme ignorando la sombra con forma de titiritera que desde hacía años la aplastaba. El deseo de comunicar y animar a sus alumnas era mayor.

Sabía que la valentía de aquellas mujeres sería un ejemplo real de superación. La semilla del empoderamiento calaría en sus cabezas analizando los casos auténticos que se estaban desarrollando en su propia época, y no en siglos pasados.

Al mostrarles que cualquiera de ellas podía ser y hacer lo que quisiese pretendía también ayudarlas a resistir mejor el paso del tiempo en la escuela hasta que la guerra terminase o alguien viniese a buscarlas cuando alcanzasen la mayoria de edad.

- Hay otra forma de vivir. Muchas en realidad, y todas dependen de la perspectiva que abordemos. - señaló antes de conceder la palabra a Ophelia.

Dio un par de pasos acercándose a un montón de libros que descansaban apilados en vertical sobre la repisa de la chimenea. Fijándose en ellos deslizó su dedo índice por las cubiertas y cogió uno fino y pequeño de color ocre.

Se dispuso a escribir un primer nombre en la pizarra cuando Ophelia levantó la mano y formuló una pregunta interesante para empezar. La maestra sonrió colocando sus brazos hacia atrás, meditando la respuesta.

- Hay un mundo ahí afuera que desconocéis por vuestra juventud. La guerra os ha privado del derecho a descubrirlo... - hacía años que ir a la iglesia se había convertido en una misión suicida, ni hablar sobre pisar la ciudad más cercana, Richmond. Visitar el teatro, la biblioteca o acudir a una recepción en casa de alguna buena familia era simplemente imposible. - ... así como vuestras circunstancias personales. - se refería al abandono por parte de sus familiares y como no a la opresión que Martha ejercía sobre ellas.

Notas de juego

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16/11/2017, 17:12
Edwina Morrow

- Empezaré por hablaros de dos mujeres viajeras y exploradoras. Éstas no temieron tomar las riendas de su vida, una dejando atrás a su propia familia y otra removiendo cielo y tierra para encontrar a su marido desaparecido en una expedición en el Ártico.

Ida Pfeiffer (1797-1858) - escribió en la pizarra abriendo después el libro sobre biografías de aventureras del s. XIX que había cogido. Leyó.

- Una niña criada entre hermanos, en un mundo de libertad, cuando su madre decidió reconducirla hacia los rigurosos estereotipos que marcaba la sociedad del s.XIX para las mujeres, simplemente se rebeló. No quiso ser esposa, ni madre, ni mujer sumisa. Viena era demasiado pequeña para su espíritu aventurero...

Cuando tuvo la oportunidad, lo dejó todo y con un minúsculo equipaje y una pequeña herencia, se embarcó a descubrir el mundo. Nada frenó a esta mujer insaciable, ni los caníbales y las tempestades. Se mezcló entre distintos pueblos y fue recibida por reyes y príncipes. Dos veces dio la vuelta al mundo.

Conoció lugares civilizados, salvajes, cercanos y remotos en los que Ida Pfeiffer sufrió el agotamiento, sed, hambre y la amenaza de piratas y grupos de salteadores. Pero nada impidió que siguiera adelante y se empapara de la belleza ante la que se encontró.

Dos años después de iniciar su periplo por el mundo en 1846, Ida Pfeiffer regresaba a Viena donde permaneció un tiempo escribiendo sobre sus excepcionales experiencias. Su libro se convirtió en un éxito de ventas que se tradujo en varios idiomas y la consagró como una auténtica viajera.

En 1851, a pesar de su edad y del agotamiento al que había expuesto su cuerpo, Ida necesitaba volver a volar. En esta segunda ocasión, consagrada como viajera, no fueron pocas las invitaciones de compañías ferroviarias y navieras así como de europeos que vivían en lugares remotos. Además, Ida había ganado bastante dinero con las ventas de su libro por lo que este segundo viaje fue un poco más "cómodo" que el primero.

El segundo viaje empezó en África desde donde se trasladó a Singapur y desde allí se adentró en aventuras tan peligrosas como disponerse a conocer a los antropófagos batak, de los que pocos europeos habían escapado con vida.

Ella lo consiguió. El continente americano, desde el sur hasta el norte, fue la última etapa de su segundo viaje por el mundo.

Su segundo libro fue también un éxito de ventas y el reconocimiento definitivo como viajera. Algunas sociedades geográficas como las de Berlín o París la aceptaron entre sus miembros aunque otras como la de Londres primaron su naturaleza femenina por encima de su valentía para denegar su ingreso.

Ida Pfeiffer realizó aún otro viaje, esta vez a Madagascar donde, además de sufrir la ira de la reina Ranavala, quien la encarceló durante un tiempo, contrajo unas fiebres que mermaron definitivamente su cuerpo. De nuevo en Viena, escribió otro libro de viajes y se preparó para viajar a Australia. Pero el 27 de octubre de 1858, su cuerpo dijo basta.

- Ida se fue habiendo cumplido su sueño. Había conocido buena parte de un mundo que para ella era una necesidad vital descubrir y experimentar. - terminó de leer, bajando los brazos y dejando el libro apoyado sobre su regazo. Miró a las chicas estrechando los ojos. - Es una historia asombrosa, pero esperad a escuchar la siguiente.

Jane Franklin (1791 - presente) - se dio la vuelta y nuevamente escribió con la tiza. Continuó leyendo en alto.

- Su personalidad, un tanto excéntrica, y su tenacidad en todos los objetivos que se marcaba en su vida la han convertido en un personaje célebre...

Nació en la Inglaterra victoriana, fue la esposa del gobernador de la isla de Tasmania y viajó por medio mundo. Jane Franklin nació en Londres, en una familia de tejedores de la seda. Casada con John Franklin, un explorador que fue nombrado caballero, viajó con su marido hasta la Tierra de Van Diemen (Tasmania) donde John ejercería de gobernador durante más de una década. Cuando la pareja, que no tuvo hijos, volvió a Inglaterra, John Franklin se embarcó en una expedición que acabó trágicamente en algún lugar del Ártico.

En la capilla de San Juan Evangelista de la Abadía de Westminster, se erige un busto en memoria de John Franklin. En el memorial se puede leer: Este monumento fue erigido por Jane, su viuda, quien, después de una larga espera y de enviar a muchos en su busca, partió ella misma para encontrarlo y reunirse con él en el reino de la luz.

Los primeros años de matrimonio, la pareja viajó por el Mediterráneo. John había sido destinado a un barco, el Rainbow, en 1830, y su esposa no estaba dispuesta a quedarse en Londres, a pesar de que no estaba muy bien visto la presencia de mujeres en ninguna expedición. Además, Jane pasó mucho tiempo separada de su marido, emprendiendo su propio viaje, acompañada de su padre y de una pareja de norteamericanos.

A lo largo de tres años, desde 1831 hasta 1834, Jane pisó distintos países de Oriente Próximo, viajó por Turquía, Egipto y llegó hasta España y Marruecos. En algunas de las escalas se encontraba con John pero no parecía que tuviera necesidad de vivir a la sombra de su marido.

La pareja se reencontró en Londres y después de rechazar una oferta como vicegobernador de Antigua, John Franklin aceptó el mismo título pero en la Tierra de Van Diemen, en Australia.

Durante los años en los que John Franklin fue gobernador Jane no se conformó con el papel de "esposa de" organizando fiestas para las damas respetables y dedicándose a las tareas domésticas y femeninas que ella detestaba. Jane creó una sociedad científica, la Sociedad de Tasmania, con museo y revista científica incluidos, creó una gliptoteca, trabajó para mejorar las estructuras organizativas de los terratenientes de la colonia y, por supuesto, asesoró a su marido en las decisiones del gobierno colonial.

A Jane Franklin le quedó tiempo para realizar varios viajes por Australia y subir distintas montañas, como el monte Wellington, de 1274 metros, y que coronarían personajes de la talla de Charles Darwin.

En enero de 1844, John Franklin era destituido de su puesto de gobernador tras un largo proceso de desprestigio por parte de sus enemigos en el que las críticas a su esposa "metomentodo" fueron constantes.

De vuelta en Inglaterra empezaría un periodo difícil para los Franklin. John decidió unirse a una expedición para resolver la cuestión del paso del Noroeste, el camino que debía unir los océanos Atlántico y Pacífico por el norte, atravesando el océano Ártico. La aventura era peligrosa y Jane no estaba muy convencida de darle el beneplácito a su marido quien, finalmente, decidió zarpar. Era el 19 de mayo de 1845. Doce años después, tras una búsqueda incansable, la expedición fue dada por desaparecida.

En los primeros años de ausencia, Jane Franklin disfrutó de su libertad viajando. Pero cuando la falta de noticias de su esposo empezaron a alargarse en el tiempo, la angustia se apoderó de ella. Jane no se dio por vencida, incluso cuando el Almirantazgo británico les dio por muertos. Empeñada en reencontrarse con su marido, intentó organizar expediciones de rescate por su cuenta, buscando ayuda privada y dirigiéndose incluso a los altos dignatarios del mundo.

Reclamó para su marido el mérito de haber descubierto el Paso del Noroeste, algo que muchos otros en aquellos momentos de auge descubridor se abogaban como propio. Cuando la Real Sociedad Geográfica decidió conmemorar el descubrimiento de John Franklin otorgó a su viuda la medalla de oro de sus fundadores, convirtiéndose en la primera mujer en recibir dicho reconocimiento.

- Jane Franklin es ahora una mujer que sobrepasa los setenta años. Pero lejos de quedarse en casa bordando, ha emprendido otro viaje por el continente americano y Japón. - concluyó Edwina, cerrando el libro y dejándolo sobre la mesa. Para cuando terminó de leer ya habían pasado veinte minutos y Kizzy entraba en el salón dispuesta a servir la merienda.*

Volvió a mirar a sus alumnas conteniendo una sonrisa. - ¿Qué os ha parecido, pensáis que estas mujeres hicieron lo correcto, o deberían haberse quedado en casa interpretando el papel de buenas esposas? ¿Os gustaría viajar como ellas a tierras lejanas y exóticas? ¿Creéis que podéis hacerlo, o por el contrario hay ataduras sociales que os lo van a impedir? - inició el debate.

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23/11/2017, 13:12
Kizzy

Kizzy había comenzado aquella mañana de julio tan temprano como cualquier otra. Amaneció tan pronto como el sol comenzó a alzarse en medio de la vegetación desgastada de los alrededores de la mansión que en el pasado habían sido motivo de envidia y admiración. La joven se encargaba únicamente de mantener viva y más que presentable la mansión Fansworth y atender al lamentable estado exterior era una tarea imposible para una sola persona, por no decir que Martha le imponía tareas suficientes como para no detenerse más que unos minutos para descansar y recobrar el aliento.

Observó a Martha abandonar el recinto y, de un modo natural, entró en tensión. Miedo le daban esos instantes en los que ella se alejaba y no la observaba pues sabía que con su regreso era más que probable que le recriminase el no haber trabajado aun siendo mentira. Era normal que los amos se desquitasen con sus esclavos cuando algo iba mal, y Kizzy lo sabía. Lo había visto demasiadas veces como para no comprenderlo.

Su día habría transcurrido de un modo similar a los anteriores de no haber recibido el aviso de Edwina.  Servir la merienda no era un problema, pero sí la petición de permanecer en el mismo lugar donde las señoritas recibían sus lecciones.  No obstante y, a pesar de saber que aquello era peligroso, asintió de un modo obediente. Edwina le inspiraba ternura y cariño, recordándole en ciertas ocasiones a la ya desaparecida Clothilde, y eso la apenaba. Las mujeres buenas nunca tenían finales felices.

-Como desee, señorita Morrow- respondió antes de marcharse rauda a la cocina para preparar la merienda de sus superiores.

Vestida con su uniforme negro y su delantal blanco, la mujer se dedicó a sus labores con el mismo esmero que ponía cada día a sus platos. Había preparado en esa ocasión varios shortcakes de frutos rojos aprovechando las bayas que tenían cultivadas para el consumo humano.   Lo había acompañado de té dulce, algo que había visto beber durante muchos años en la casa anterior en la que había servido; algo sencillo que favoreciese la digestión y que calmase a la vez el apetito.  A ella le encantaba añadir pétalos al agua en el que reposaba pues siempre daba un toque fresco y diferente a la bebida a la que tan acostumbrados estaban. Era una forma más de variar en medio de una monotonía que podía resultar asfixiante a veces, pero que en el fondo era cómoda.

Llegó a la estancia cuando la instructora todavía hablaba, y lo hizo con el silencio que la caracterizaba. A veces daba la sensación de que Kizzy era más bien un fantasma que deambulaba sin molestar a nadie, pues no intercambiaba miradas o gestos con nadie que no fuese necesario.  Si bien era cierto que algunas de las jóvenes de allí le inspiraban valores de los que le gustaría verse rodeada también era consciente de su posición y de la incomodidad que su presencia podía llegar a generar.

Preparó la mesa colocando un elegante mantel blanco bordado y dispuso la cubertería de izquierda a derecha, como le habían enseñado en el pasado. Sabía que los enseres empleados eran de una alta calidad y, por las historias que conocía, todos ellos habrían sido testigos de fiestas y eventos que habían cargado de vida a la mansión. Una servilleta descansaba a la derecha del lugar donde sería colocado cada plato, siguiendo la tradición.  

No fue hasta que todas las jóvenes estuvieron sentadas y preparadas alrededor de la misma cuando comenzó a servir las raciones individuales de los pequeños pasteles glaseados y, por último, el té que ya debía haber reposado lo suficiente como para que hubiera adquirido el sabor de la hoja.  Los colocó uno por uno siguiendo el protocolo establecido y sin intercambiar contacto visual con ninguna de ellas, manteniendo una fina línea en sus labios y el rostro inescrutable.

Una vez acabada retrocedió hasta colocarse cerca de la pared con las manos entrelazadas, aguardando la siguiente orden, pero en su cabeza no hacía más que darle vueltas a la pregunta que Edwina había formulado a sus alumnas.  Viajar a tierras lejanas y exóticas... volver a casa- aquella idea le resultó tan amarga como dolorosa al recordar sus raíces y a aquellos que ya no estaban junto a ella. Era uno de esos sueños que sabía que jamás se cumplirían. 

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24/11/2017, 14:40
Mollie Farnsworth

Hacia una temporada que estaba inquieta, en algunos momentos parecía que mi mente viajaba a otro lugar y me costaba prestar atención a las cosas. Otros días me despertaba ya de mal humor, algo raro en mi que solía ser una chica risueña. Pero el no saber de mis hermanos era algo que me afectaba mucho, que la visita de Francis se retrasara tanto me tenia en tensión, la mayoría del tiempo libre lo pasaba pintando o tocando el violin en el porche de la casa, siempre atenta a quien pudiera llegar, aunque al final no lo hiciera nadie y las pocas visitas del cartero derivaban en que me aislara.

La clase de aquella tarde empezó de manera extraña, lo primero dejando que Kizzy se quedara a escucharla ¿Ahora tambien impartimos clase a los criados? Aquello mejoraba por momentos sin duda, mi tía se escandalizaría por ello, pero ante el comentario de que yo no diría nada simplemente asentí, no tenia ánimos para esas batallas ahora mismo, si la criada quería escuchar que lo hiciera, sorda no era y de querer permanecer en clase solo tenia que alargar el tiempo dejando algo o ponerse a limpiar el polvo de las librerías.

Pero ya el tema del que hablaríamos en ese día fue la gota de lo extraño, no entendía en absoluto a Edwina, parecía que le gustara retar a mi tía Martha.

Escuche todo lo que iba diciendo mientras mi mano se movía replicando en dibujo una de las fotos que mas guardaba con cariño de mis hermanos, una de las ultimas que nos tomamos juntos que que conocía a la perfección.

Dos historias, dos mujeres.

Cuando termino de hablar mi mente solo pensaba en una mujer, en una exclusivamente, pero aun así las preguntas de Edwina hicieron que dejara el lápiz y viendo que nadie decía nada partí hacerlo yo.

- Me resulta curioso como han sido las pregunta - Eso era lo primero aclarar - Lo correcto por como habéis dicho es lo que ellas hicieron, por lo cual quedarse en casa seria lo incorrecto, pero lo mas curioso ha sido el termino "interpretar el papel de buenas esposas" ¿Se supone que eso es lo que hacen las mujeres? Puede que muchas si quieran ser unas buenas esposas y no solo interpretarlo - Comente sabiendo de buena mano que muchas veces y mas cuando das una clase debes tener mucho cuidado con las palabras que usas para tus explicaciones, pues a veces el don de la palabra puede ser mas importante que ningún otro, por no decir la mayoría. - ¿Si creo que fueron valientes? Sin duda ¿Que arriesgaron mas de lo que deberían? Quizás - Cogi aire y suspire apretando un segundo los labios - Seria maravilloso viajar a tierras lejanas, ver otras culturas, pero nunca debes olvidas de donde vienes y quien eres - Sabia que aquello merecía una explicación - Sin entrar en ser hombre o mujer todos tenemos unas obligaciones por una razón, mi hermano Marius sabia que debía hacerse cargo de los negocios de la familia, podría haber elegido marcharse y ver mundo, pero su elección fue quedarse, si, habrá carga social en esa decisión pero tambien es una forma de honrar a los que antes lucharon y se esforzaron por levantar una familia y un negocio, dejar que eso muriera por deseos propios seria como escupir a su recuerdo - Suspire ante tener que pensar en mi hermano, lo añoraba tanto... - Creo que podríamos hacerlo cualquiera de nosotras pero siempre teniendo en cuenta algo ¿como lo haríamos? pues las ataduras sociales no son solo el inconveniente, ese tipo de viajes requieren dinero y para realizarlos debes tenerlo, ¿viajar a costa del dinero de nuestra familia? Solo hay dos opciones posibles ahi, un marido que viaje contigo o conseguir por ti misma los recursos para ellos, ahí es donde veo mas la carga social, pues no todo el mundo ve con buenos ojos a una mujer sola.

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24/11/2017, 15:11
Mollie Farnsworth
Sólo para el director

En realidad solo pensaba en una persona, en una única mujer y esa era mi madre.

¿Seguiria bien?

En un primer momento sentí su marcha como un abandono absoluto por sus hijos, pero con el tiempo comprendí la fuerza de lo que la había movido, el amor y la rabia, el dolor y... Desde que la noticia de Maria y su futura boda había llegado a mi todo se había desmoronado y si lo pensaba... si el hubiera fallecido como nuestro padre... Yo tambien hubiera corrido en busca de su asesino para darle el mismo final.

Ella era la mujer mas valiente para mi, entrando sola en una zona de guerra, buscando a un hombre que podría matarla seguramente con un solo movimiento, dejando a sus hijos atras confiando en que estarían bien. 

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25/11/2017, 11:46
Eve

Que la señorita Martha se ausentara, en especial si era en domingo, a juicio de la muchacha era la mejor de las noticias. Le gustaban esos paseos dominicales, le gustaban los domingos, no sólo porque de un modo u otro era un día de descanso, sino porque podía pasear en soledad si así lo deseaba.

Gustaba de los paseos largos, independiente del clima que hiciera fuera. ¿Cuántas veces había regresado con los dedos agarrotados por el frío invernal? Disfrutaba de esos instantes a solas con sus pensamientos, disfrutaba del sonido del viento, el canto de los pájaros o el sonido producido por las hojas cuando eran aplastadas a su paso. Amaba la naturaleza, pero sobre todo amaba el ya no regresar con el corazón herido debido a los regaños de la niñera o humillada por la consciencia de inferioridad respecto a sus primos. 

La vida en la escuela se antojaba dulce frente al recuerdo de los años pasados y el recordatorio constante de que no estaba en un hospicio gracias a la caridad de su tía. Aunque bueno, ese recordatorio tampoco es que despareciera, Martha se encargaba de recordárselo con bastante frecuencia. «No tienes por qué andar con nuestros libros. Eres inferior a nosotros. No tienes dinero, tu padre no te dejó nada y no tienes derecho a vivir con los hijos de personas distinguidas como nosotros, ni a comer como nosotros, ni a vestir como nosotros. Los libros son míos y no te doy permiso de cogerlos. Esta casa y todo lo que hay en ella me pertenece, o me pertenecerá en unos años» Las palabras de su primo George, cual eco remanente, retornaban a su mente, palabras muy similares a las que le dedicaba la señorita Farnsworth cuando no estaba de buen humor, algo que ocurría con una frecuencia mayor a la deseada.

Que si era menos que una criada porque no se ganaba el pan que comía, que debía reflexionar sobre su mal comportamiento y un sinfín de cosas más que tenían como único objetivo hacerle ver que aunque su tía tuviera "la bondad" de tratarla como si fuera igual que sus primos, debía sacarse de la cabeza la idea de que eran iguales porque ellos tenían mucho dinero y ella nada, por tanto estaba obligada a ser humilde y procurar hacerse agradable a sus bienhechores. En definitiva, besar el suelo que ellos pisaban.

Apartó esos recuerdos de la mente cuando las notas del himno de la confederación llegaron a sus oídos y se dirigió al salón de clases.

—Buenas tardes, señorita —saludó a Edwina con voz suave. A diferencia de Ophelia, no sonrió, mas no por eso el tono de su voz fue menos amable.

La señorita Morrow, como acostumbraba hacer cada vez que Martha se ausentaba, procuró romper la rutina ampliando la visión de mundo que cada una, a su manera, poseía. Eve la escuchaba con atención al tiempo que el grafito se deslizaba suavemente sobre las hojas del mismo cuaderno que minutos antes utilizara para dibujar, registrando los nombres de las mujeres que la maestra ponía en la pizarra y tomando apuntes de lo que de cada una comentaba.

Las preguntas que la señorita Morrow formuló tras finalizar su exposición, tuvieron una respuesta más que clara para la muchacha quien, aún cuando su pensar resultaba opuesto al de Mollie, no dudó en expresar su admiración y afirmar que ambas mujeres hicieron lo correcto al conseguir la felicidad habiéndose forjado su propio destino. Definitivamente era lo que quería para sí.

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25/11/2017, 11:46
Ophelia Edevane

La clase de siempre ni siquiera había comenzado cuando ya había dado un giro completo y no cabía en mi de la emoción. Así de aburrida estaba y así de ansiosa me sentía, que algo tan simple como cambiar de tema en una clase de francés, me cause este tipo de emociones.

Quería saber todo cuanto pudiese mostrarnos Edwina, ni pensar quería en lo que opinaba Mollie acerca de esto, o Kizzy, ambas mujeres muy contrarias, pero ahora solo quería escuchar cuanto pudiese hasta que la señorita Edwina pudiera.

Me acomodé en el asiento intentando reprimir la emoción, y en cuanto la señorita Edwina comenzó explicando la primera de las mujeres, mis ojos no quitaron vista de la maestra, y eso indicaba que estaba absolutamente concentrada en su historia. No podía dejar de pensar en la valentía de aquella mujer, y en todo por lo que pasó. Luego al poco, comenzó el relato de la segunda y mi fascinación pasó a ser total, pensando que esas mujeres lo dieron todo por sus ideales, dejando de lado la imagen que se le da a la mujer de quedarse en casa y saliendo a conocer mundo.

Mi curiosidad era absoluta, me parecían historias maravillosas que casi parecían ficción, como si alguien las hubiera inventado para que las mujeres tuviéramos algo con lo que soñar mientras bordábamos y criábamos a los hijos de América. Hasta que Mollie no comenzó a hablar, dando a conocer su postura y su visión al respecto de las historias, mis ojos no cambiaron de mujer. Me fijé por un instante en como ocultaba el dibujo que estaba realizando y eso me hizo fruncir el ceño. Yo había parado de dibujar al instante de comenzar con aquellas historias, mientras ella parecía aburrirse, o eso me hacia creer.

Escucho su postura y la miro con extrañeza. Pensé que ella puede permitirse pensar así por su posición en esta casa, o simplemente decir así lo que pensaba aunque algunas de nosotros compartiéramos su opinión, no creo que estemos en igualdad de condiciones. No quise decir nada, y menos discutir a Mollie nada en lo absoluto, porque en comparación, mi experiencia era minúscula, y si no es así, ella podría hacer que así lo pareciera, pues su actitud me demostró su descontento con todo aquello, mientras yo solo estaba curiosa y fascinada.

En cuanto la señorita Edwina retomó aquella historia con la de una esclava africana, pasé rápidamente del encandilamiento por aquellas historias, a la sorpresa y mi inquietud no tardó en hacerme reaccionar y mirar a Kizzy de la manera mas discreta que supe en ese momento, pues necesitaba saber que actitud mostraría ante aquel cuento. Mis ojos terminaron en Edwina con los labios entreabiertos. Romperdora de cadenas. Si esa frase llegase a mis oídos, se grabaría a fuego en mi mente.

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25/11/2017, 11:49
Edwina Morrow

Las preguntas clave de Edwina y la charla que se fraguó despues entre sus alumnas avivó el debate sobre las acciones valientes de aquellas mujeres trasgresoras para su época, suscitando a la vez en todas ellas la necesidad de pensar en su futuro.

El objetivo de la profesora se había cumplido por hoy, así pues permitió que las muchachas tomasen un descanso cuando la mesa preparada impecablemente por Kizzy estuvo preparada.

Que extraño mundo en el que vivían, pensaba observando a la sirvienta que aguardaba de pie al lado de la mesa, elegante mostrando su saber estar como una dama más, y no es que la felicidad fuese garantizada para cualquiera por el color de su piel, status o educación. Por supuesto eran factores que decantaban la balanza hacia el lado positivo o amargo de la vida y la resolución de sus conflictos, pero la maestra conocía a mujeres pudientes tan infelices y cansadas en espíritu como lo pudiese ser cualquier esclavo.

La infelicidad en el interior del alma, donde nadie tenía postestad para juzgar desde fuera el dolor que se cargaba era insondable, a menos que el cuerpo físico lo mostrase, en forma de enfermedad o maltrato, como era el caso de los seres humanos de color. Cuando se carecía de libertad para ser uno mismo y obrar como dictaminaba el corazón se enfermaba de un modo terrible.

La vida era injusta y descarnada cuando las circunstancias sociales se volvían del revés, una lección que toda mujer y hombre debía aprender con el tiempo fuese cual fuese su posición.

Mientras sus alumnas tomaban asiento, Edwina terminaba de borrar la pizarra y colocaba el pequeñito libro de color ocre en su lugar sobre el montón de libros de la repisa.

Se humedeció los labios y dudó un momento pensativa, desviando su dedo hacia otro libro sobre el que quería hablarles después y en donde hacia tiempo permanecía oculta entre sus páginas una historia fascinante sobre una esclava negra. Una mujer que hizo frente a la discriminación social convirtiéndose a pesar de las habladurías y los desprecios de sus iguales aristócratas en una verdadera dama inglesa, libre e independiente.

Edwina se propuso que Kizzy conociese su historia. Llamó la atención de la criada con un leve ademán esperando que acercase sus pasos hasta la pizarra mientras las muchachas disfrutaban merendando las pastitas y el té delicioso que había preparado. Le mostró el libro que sostenía como un tesoro entre sus manos, y leyendo en voz baja la biografía de la dama de color, asintió.

Dido Elizabeth Belle (1761–1804) fue una esclava africana en las Indias Occidentales británicas, hija natural de Maria Belle y del capitán John Lindsay, un oficial naval de carrera que se encontraba asignado al lugar y que tiempo después fue promovido a almirante. Lindsay se llevó consigo a Dido cuando volvió a Inglaterra en 1765, confiándosela a su tío William Murray I, conde de Mansfield, y a su esposa, para que la criaran. Los Murray educaron a Dido, criándola como una mujer noble en su propiedad de Kenwood House, donde también vivía su otra sobrina, Elizabeth Murray, cuya madre había muerto. Belle vivió allí durante treinta años. En su testamento de 1793, Lord Mansfield confirmó la libertad de Belle y le dejó una suma de dinero y una pensión anual.

En aquellos años, su tío-abuelo, desde su calidad de Lord Jefe de Justicia, falló en dos importantes casos de esclavitud, dictaminando en 1772 que la esclavitud no tenía precedente en la ley común de Inglaterra, y que nunca estuvo autorizada bajo las leyes positivas. Este hecho fue tomado como el final formal de la esclavitud en Gran Bretaña. En un caso relacionado al comercio de esclavos, dictaminó que los propietarios de una compañía dedicada a ello no tenían derecho al pago del seguro por haber perdido a los esclavos durante el viaje de uno de sus barcos, debido a que se debió a errores de los oficiales del mismo.

- Aunque ambas no compartáis el mismo destino y oportunidades Dido Elizabeth Belle fue una rompedora de cadenas para si misma... - susurró en voz aún más baja a la criada.

Sabe Dios por que la maestra tuvo aquel impulso. Pocas veces la señorita se mostraba más inquieta de lo normal, pero aquel día había amanecido como si tuviese un mal presentimiento.

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25/11/2017, 13:05
The Beguiled

24 de Julio de 1864

 

Día 1.

Mansión Farnsworth.

Hora: 17hrs. de la tarde.

 

 

La campana de la vieja mansión dejó oír su ronco tañido sobresaltando la paz de Edwina, sus alumnas y Kizzy. El sonido repicante y brusco hizo que la maestra se asustase y cerrase de golpe el libro que sostenía en sus manos, y de este modo con él la puerta de esperanza que había abierto a la criada, o al menos eso esperaba la maestra, habiendo aludido a la historia sobre Dido Elizabeth Belle.

- ¡Señorita Martha! ¡Señorita Martha! - los gritos de Isobella retumbaron como un eco fantasmagórico por la plantación, prologándose durante unos segundos agonizantes, desgarrando su voz telúrica. Hizo acopio del último aliento que le quedaba tras correr apresurada el tramo final del camino de entrada a la propiedad, guiando a los soldados y alertando de la llegada del grupo de intrusos a las muchachas.

- ¡Por favor, ayuda! - fue lo último que dijo. Observó los ojos del siniestro cabo McBurney y su valentía dejó paso al miedo que había contenido. Estaban en peligro. Uno de ellos se lo había advertido. Esperó junto a los hombres al otro lado de la verja oxidada por el tiempo, dándoles la espalda. Así trató de calmarse.

Ahora el destino de todas dependía de Miss Farnsworth, eso creía ella. Pero la señorita Martha no se encontraba en la plantación, había salido, y fue en su lugar Edwina la que acudió alterada y rápidamente a atender la llamada de socorro.

- ¿Qué ocurre? - se acercó hasta la ventana. Al ver la escena, Edwina palideció. - No os mováis de aquí. - alertó a sus alumnas. Las niñas conmocionadas por ver tan mal a su institutriz se acercaron también a la ventana para espiar, desobedeciendo su orden. Tan pronto como pudo bajar las escaleras escuchó el ruido vibrante de unos tacones detrás de ella haciendo crujir la madera. Ninguna se quedó recluída y "a salvo" en la clase.

 

 

Suspiró consternada por su mala decisión. Salió del salón precipitadamente, olvidando cerrar la puerta con llave. El descuido ya no tenía remedio. Se remangó las faldas bajando con seguridad los peldaños de la escalera de entrada ignorando su sensación de mareo, percibiendo las figuras de sus alumnas y la criada a su merced. Extendió instintivamente los brazos cubriéndolas como un par de alas protectoras adoptando el papel de madre.

Se colocaron detrás de ella observando de lejos al grupo de intrusos.

El más corpulento* se ayudaba de otro compañero** para caminar, uno de ellos*** presentaba una tez más morena como el primero y se apoyaba en otro soldado**** que se identificaba por un corte en el ojo, mientras que el hombre que parecía liderar el grupo castrense permanecía impasible al lado de Isobella, vigilándola de cerca, tanto como el otro soldado "carcelero"***** que le había acompañado durante el trayecto por el bosque cuidando que la joven no escapase.

Isobella permanecía pegada a la verja empuñando los barrotes negros, pidiéndole a Edwina con la mirada que no les dejase entrar.

- Abra la puerta señora... ¿O señorita, debo decir? - preguntó con sorna.

Edwina se adelantó unos pasos encarando al hombre, quedando a pocos metros de distancia de la verja. Más de cerca pudo ver como estaba herido en la pierna y tenía un torniquete hecho con un cinturón. Se apoyaba como podía sobre una rama robusta. Pero iba armado con un fusil, dos revólveres y quizá algo más que no podía ver a simple vista.

- ¿Quién es usted? - apretó los labios empalideciéndolos de repente por la fuerza, mostrando su desconfianza.

Notas de juego

*Jared, **Daniel, ***Tristan, ****Silas, *****Jerry.

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25/11/2017, 17:44
John McBurney

El cabo apoyó su mano derecha en la verja y suspiró cansado. Otra vez no. Se obligó a contestar lo más agradable que pudo a la señora dada su situación de desventaja, el desconocimiento sobre la situación de los hombres que vivían en la plantación era peligroso.

- Soy el cabo McBurney, de la 55ª de Nueva York, nuestros uniformes son azules señora, pero nada tenemos que ver con la guerra. Ya no. - miró fijamente a Edwina apelando a su compasión. La herida que tenía en el interior del ojo y el tabique nasal eran una nimiedad en comparación del balazo que le sangraba en la pierna.

- Todos hemos perdido mucha sangre. Necesitamos que nos brinden su ayuda para que podamos sobrevivir y continuar nuestro camino hacia casa. - respondió calmado. - No pedimos más. - miró a las jóvenes que permanecían atrás asustadas.

- ¿Hay hombres en la plantación con los que podamos tratar este asunto? - preguntó sabiamente. Quería averiguar si lo que le había contado Isobella era verdad. Según ella aún quedaban hombres capaces trabajando los campos. - No las molestaremos. Solo necesitamos comida, unas camas y lo que tengan de material médico para curar nuestras heridas.

Edwina escuchó las razones del cabo.

- La señora de la casa no está, así que no puedo dejarles entrar sin su consentimiento. - la maestra no cedía ni tampoco respondió a la pregunta sobre los jornaleros. Primero era la seguridad de sus alumnas, aunque una de ellas estaba al otro lado de la verja. Esperaba disuadirlos.

El cabo no podía creerlo. - Señora, se lo pedimos por caridad cristiana. Algunos de nosotros hemos hecho un gran esfuerzo caminando hasta aquí. ¿Ve a ese chico? - señaló a Tristan. - Morirá si no lo atienden ya. No tenemos fuerzas para discutir. ¿De verdad nos va a dejar aquí tirados como a unos perros?

...

Notas de juego

Un poco de tensión ^^

Post 2/2

Próxima actualización / renovación de turno: Martes 28.

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26/11/2017, 14:00
Jared Vanhorn

Aunque por el camino me retrasé un poco, en parte debido a mi herida y en parte por no dejar al cabo detrás demasiado tiempo, pues no conocíamos a aquella dama y no sabíamos si podía ser, o no, peligroso, no dije nada en todo el trayecto, salvo quizá algún que otro gruñido ocasional provocado al pisar con la pierna.

Las pobres chicas se precipitan al exterior, inconscientes del desafortunado encuentro que les aguarda: nosotros. Mis ojos van directo a ellas, inexpresivos, tratando de evaluar posibles amenazas, justo antes de toser por las heridas y escupir un poco de sangre. Me paso el reverso de la mano por la boca, limpiándome con cierto fastidio. Odio este estado.

Tras las palabras del Cabo, en gran parte acertadas, sólo emito otro gruñido para tratar de corregir, de suavizar la situación.

Más bien... nuestros uniformes eran azules.

Matizo, para dejar claro lo que él ha dicho, pero sé que algunas personas son bastante sensibles con ciertos temas. Mis ojos se clavan en la maestra y aprieto los dientes. Mis compañeros iban a morir como no quisieran abrirnos. Aunque estaba claro que nadie iba a dejar a morir a nadie... o moriría más gente de las que esperaban.

Pagaremos por la ayuda. No somos ladrones, ni aprovechados.

Y sin decir nada más, cogí mi rifle y lo dejé caer al suelo, con el seguro puesto y tras vaciar la munición, esperando que con ese gesto entendiesen que...

No buscamos muerte, sólo vida.

Explico, bastante seco. No obstante, aprieto los puños, mostrando claramente la impaciencia y la falta de tiempo para tomar decisiones. Entonces mis ojos se desvían hacia su compañera, que continuaba en nuestro poder y miro al cabo, luego al brazo que sostiene a la mujer, en mi mirada hay una leve advertencia, sé que está nervioso, pero...

No somos así.

No tenía sentido pedir algo si nos comportábamos como el enemigo. No tenía sentido pedir caridad sin mostrar piedad.

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26/11/2017, 19:15
Ophelia Edevane

Aquel día no dejaba de sorprendernos. Había comenzado como cualquier otro, y no podía imaginar que la clase de francés nos traería esta serie de sucesos, tan nuevos como extraños para nosotras. Tan impactantes bajo mi punto de vista personal.

Las historias de las mujeres me habían conmocionado, en tal caso inspirado para seguir leyendo sobre ellas pero nada más, nada que me hiciera moverme de mi asiento para cometer un acto de rebeldía adolescente; no al menos a corto plazo pues la seguridad que me daban los muros blancos era mas de lo que yo podía pedir en estos momentos. La vida seguiría tras aquellas pequeñas historias sobre mujeres valientes, en cualquier caso, abriría debates entre nosotras por los pasillos y escondites de la casa, conversaciones nocturnas e incursiones a la biblioteca, pero poco más.

Sin embargo la campana sonaba, provocando que me sobresaltara. Sonrío por el susto llevándome una mano al pecho, mas no podía bajar la guardia, no tenía ni idea de que toda nuestra paz, todo nuestro sosiego se vería perturbado por lo que veríamos a continuación. Y lo haría para siempre.

Isobella aparecía justo después del tañido provocando que vuelva a asustarme, pero de otro modo, la voz de mi compañera y amiga no es la de siempre. Algo había cambiado y lo supe al ver a Isobella de aquella manera, acompañado de Edwina que no la trataba a la ligera, si no que tomaba en serio su urgencia. Miro a todas mis compañeras y no me lo pienso, en cuanto Edwina abandona la clase, me levanto de mi pupitre y corro hacia la ventana para ver qué está pasando. Mis ojos se abren estupefactos al ver aquella manada de hombres dentro de la propiedad. Mi cuerpo se había preparado para la curiosidad intelectual, esto sobrepasaba cualquiera de los límites de la escuela.

Mi respiración se agita, y dado que aquel era un momento único, me dejo de protocolos y salgo deprisa de la clase, olvidándome de mis compañeras, si seguirían allí dentro o no, ahora solo me preocupaba lo que iba a ocurrir allí y si Edwina sería lo suficientemente firme como para saber qué hacer al respecto.

Doy pasos lentos e inseguros por el mármol de los escalones de la entrada a la casa y me posiciono detrás de Edwina, deteniéndome en el instante en el que siento su mano tocar mi ropa e instintivamente, subo las mías a mi pecho, recogiendo con dedos inquietos las puntillas del cuello de mi ropa.

Oigo las voces masculinas pero mis ojos se mueven consternados alrededor de todos y cada uno de los hombres allí presentes. Siento que el corazón me va a salir del pecho y que no soy capaz de reaccionar de manera correcta si me lo pidiesen. No al menos hasta saber que no eran peligrosos.

Los hombres eran de razas distintas, y mis ojos se detuvieron por partes iguales en cada uno de ellos de manera analítica mientras ellos no se dieran cuenta que los observaba fijamente. Cuando mis ojos se detienen sobre Jared, le veo escupir sangre y entonces subo una mano a mis labios aturdida. Oigo lo que dice y entonces miro a Edwina, entre asustada y desprotegida.

No podía hacer nada mas que mirar de forma asustada la situación, pero algo me dice que nuestra presencia allí impondría la imagen de la señorita Edwina como guardiana y protectora de la casa y de todas nosotras.

- ¿Qué hacemos señorita Edwina? ¿Son peligrosos? ¿Se morirán si los dejamos ahí? - Susurro solo para ella, pero mis ojos no se apartan de ellos, sintiéndome terroríficamente atraída por toda las situación acontecida.