Partida Rol por web

The Beguiled

◇ Día 1 ~ [La Escuela] ◇

Cargando editor
27/11/2017, 05:58
Eve

Eve, ya repuesta de la impresión inicial, observaba al grupo de hombres con el ceño ligeramente fruncido. Estaba seria y no parecía especialmente impactada por la presencia de sangre.

—Señorita —musitó dirigiéndose a Edwina—, no podemos dejarlos morir... ¿No es acaso nuestro deber como cristianas? No sobrevivirán si no los ayudamos.

Siendo sinceros, el comentario de la joven no fue sólo motivado por su deber como cristiana, sino también por el hecho de que simpatizaba con los casacas azules, aunque esa simpatía la mantenía en secreto, sobre todo de Miss Farnsworth y sus protegidas —léase Mollie e Isobella.
 

Cargando editor
27/11/2017, 17:43
Jerry O'Neil

En mi vida he visto una casa tan majestuosa.

Permanezco justo delante de la verja al otro lado de la chica respecto al cabo McBurney.

Intento permanecer atento a que no intente salir corriendo hacía alguna pequeña puerta de servicio que sepa abierta para reunirse con sus compañeras. La continua aparición de otras jóvenes va desviando mi atención.

Escucho lo que dice el cabo y rezo en silencio porque entiendan la amenaza implícita en “no tenemos fuerzas para discutir”. Junto a lo demás que ha dicho les deja la opción de que nos acojan por misericordia y no por sentirse amenazadas. La misericordia es alabada y el miedo denostado.

Las palabras de Jared cuando insiste en que pagaremos me desconciertan después de ver el lugar. Para una cama llena de pulgas en una posada puede que lleve, ¿pero, cuanto valdría una noche en una mansión así? Él podría dar esas clases, como dijo, ¿pero que les puede enseñar el hijo de unos granjeros irlandeses como yo?

El dejar caer su fusil al suelo, y que el cabo no le llame la atención para que lo recoja inmediatamente, sólo puede ser que lo hablaran mientras veníamos.

El mío lo dejo apoyado en la verja con cuidado. – Estamos cansados de usarlos, solamente necesitamos recuperarnos de las heridas para continuar nuestro camino. – Añado en el tono mas sincero intentando mantener la serenidad.

No creo que la verja este algo mas que ajustada al no ser de noche pero deseo que no confíen su seguridad a esta. Dudo que resistiera más de un disparo en la cerradura y un par de culatazos para abrirse.

Intento percibir si llegara a oír el sonido de armas amartillándose. La chica que nos encontró hablo de que había hombres defendiendo la plantación.

Voy girando la cabeza vigilando a través de la verja lo que veo de la mansión. Una de las veces en que estoy de cara hacía la cica que nos encontró le susurro lo más bajo posible. – Desearía que no tuviéramos que usar la fuerza para entrar. – Sin esperar respuesta sigo observando el interior deseando no tener que volver a empuñar el fusil si realmente hay gente defendiendo la mansión.

Cargando editor
27/11/2017, 17:56
Tristan Durand

Un paso. Y luego otro más. Tristan era incapaz de pensar más allá del siguiente paso. Las palabras a su alrededor tardaban en calar hasta su mente, pero podía sentir la tensión de Silas bajo su mano. El breve respiro en el que había creído atisbar a un ángel había durado poco y la marcha se le hacía cada vez más dificultosa. Sin embargo, cuanto más le costaba obligar a su cuerpo a reaccionar, cuanto más le costaba hacer que su tobillo hinchado obedeciese, más liviano se sentía, como si su cabeza ansiase dejarse ir, dejar de luchar. 

De pronto se detuvieron, pero el joven no alzó en un primer momento la mirada. Su pecho se movía al ritmo de su respiración pesada, jadeante por el esfuerzo de llegar hasta allá. Se agarraba a su amigo con ambas manos, una por encima de sus hombros y la otra aferrada a sus ropas a la altura de su cintura, pero sus dedos cada vez apretaban con menos fuerza. Sus mejillas, que de natural tenían un tono tostado que delataba su ascendencia, estaban pálidas por la cantidad de sangre perdida, y sus cabellos castaños habían perdido su brillo y lucían apelmazados por pegotes de sangre y barro. 

Llevaba la chaqueta del uniforme abierta y tanto ella como su camisa mostraban enormes manchas granates aún fresca. Por delante las manchas parecían nacer en su abdomen, mientras que las de su espalda tenían el aspecto de haberse formado por estar tendido sobre un charco de sangre. Todo él estaba sucio, su ropa, sus manos... Y en otro momento sin duda le habría molestado exponerse ante tantas señoritas con ese aspecto. Pero en aquel en que apenas se sostenía en pie era incapaz de preocuparse, por eso o por cualquier otra cosa. 

La dulzura de los susurros de aquellas jóvenes le hizo levantar la cabeza, buscando con la mirada esas voces lejanas que le resultaban tan distintas de las de sus compañeros de armas. Sus ojos eran marrones y en aquel momento tenían un brillo febril. Le costaba enfocar la mirada, pero algunas palabras se escaparon entre sus labios resecos, dirigidas al soldado que le sostenía.

¿Ya estamos en casa? —musitó en voz muy baja, con la mirada perdida y expresión algo ida.

Tal vez fue por ese gesto intentando ver más allá, o quizá porque había llegado al límite de sus fuerzas, pero en ese punto sintió que bordeaba de nuevo la inconsciencia. Un zumbido empezó a crecer en sus oídos y su visión comenzó a nublarse en la periferia. Perdió la fuerza con que se sostenía del uniforme de Silas y su cabeza cayó sobre el hombro de su amigo.

No llegó a caer al suelo, en parte porque no se había desmayado todavía y en parte porque el otro soldado lo sujetaba con toda la fuerza que le quedaba, pero estaba claro a todas luces que Tristan no iba a aguantar muchos esfuerzos más. 

Cargando editor
27/11/2017, 19:55
Daniel Robinson

Llegamos a la casa, o al menos hasta sus puertas.

El camino se nos hizo tedioso a todos. A mi inclusive. Aunque solo mi mano tenía una herida fea y sanguinolenta, en mi alma tenía otra que, a cada paso que daba, parecía que se abría mas y mas. Como un jirón en una tela vieja que sabes que según tiras, el agujero es mas y mas grande.

Nos paramos frente a sus verjas junto a la señorita que nos guió. Y al instante empezaron a salir muchachas de allí. ¿Una escuela? Creía que nos llevarían a una plantación o algo así, pero era una escuela.

Por un momento sentí pesar en mi corazón. ¡Acabábamos de llevar la misma guerra a una escuela! Miré al cabo y al resto, intentando convencer a las mujeres de que nos prestaran su ayuda. Dudaba de realmente de si moriríamos nosotros antes o la inocencia de aquellos rostros tan bellos que nos miraban tras los cristales.

Pero nuestra elección era escasa. Si no descansábamos y curábamos las heridas, moriríamos a menos de de un par de millas de allí, a juzgar por el aspecto de algunos de nosotros. Tristan estaba punto de delirar y si no sacábamos la bala moriría. Jared y Jerry empezaban a cansarse y les flaqueaban las fuerzas, amenazando con soltar a la tierra mas sangre que lluvia en un día de Marzo. Silas mantenía el tipo, con aspecto ceñudo tras la verja. Aun tenía las fuerzas suficientes para saltarla y tomar la escuela por la fuerza. Dudaba que llegase ni a la escalinata tras a escalar la verja. Y el cabo, pese su porte imponente, sangraba por una herida que si bien no era la femoral, muy cerca de ella estaba su herida.

Me acerque a la verja suplicante. Con mi izquierda me aferré a lo barrotes mientras dejaba ver la derecha malherida.

- Soy medico, señoritas! - Enseñé mi mano al aire, con el vendaje empapado ya por al sangre y sin poderla contener mas.- Si no fuera necesario lo haría yo mismo, pero Dios prefiere que sean ustedes las que nos salven. Nuestra alma ha pecado, si. No sean como nosotros. No pedimos asilo, pedimos que nos salven... Un día. Solo un día!

Cargando editor
28/11/2017, 01:33
Mollie Farnsworth

En medio de la clase todo quedo a un lado, la voz de la profesora, mis compañeras, la criada que no debería seguir allí... todo fue lejano cuando escuche la voz de Isobella gritando.

Apreciaba a mis compañeras, se habían convertido en una segunda familia para mi, pero Isobella era como mi hermana, la apreciaba mas que a cualquiera y no me molestaba en ocultarlo, por lo cual aquellos gritos me paralizaron ¿Que gritaba? ¿Llamaba a mi tía? ¿Le habría pasado algo? ¿No estaría herida? Mientras Edwina se levantaba para mirar por la ventana yo me levante tambien sin saber muy bien que hacer pero en cuando la profesora nos grito que nos quedaremos allí mi vista fue a la ventana y... - No os quedáis aqui...

Corri por aquellas escaleras como si cada paso fuera un latido de mi corazón desbocado, apoyándomela en la barandilla para no caerme sin siquiera saber si mis compañeras me seguían o no.

Al llegar afuera mi cabello rubio y ondulado me caía por los hombros mientras mi pecho rubia y bajaba por la respiración acelerada de una carrera que no era propia de una dama, mis ojos recorrían la escena, escuchaba de fondo las palabras y mientras mi mirada no se separaba de la verja. Ella no parecía herida, así que al menos esa era una buena noticia.

Mire a Isobella y negue con la cabeza dejando mis ojos en los suyos.

Edwina se quería negar a dejarlos pasar, las chica rogaban casi seguro por miedo, y ellos intentaban convencernos como pudieran. Pero hubo algo... Algo que hizo que mi respiración acelerara se parara y ladeara la cabeza muy sutilmente. Una frase me había despertado. 

Desearía que no tuviéramos que usar la fuerza para entrar...

Cuatro señoritas, una mujer y una criada contra seis soldados que seguramente podrían saltar y entrar, ademas de que Isobella estaba con ellos y no me arriesgaría a que la dañaran.

- Tiene razón señorita Morrow, la señora de la casa no esta, así que en su ausencia el protocolo indica que su familiar mas directo queda al cuidado de la hacienda - Sonreí dejando claro que si no me hacia caso las consecuencias no serian decirle a Martha que una criada había estado escuchando la clase, serian mucho peor - Kizzy ve dentro y comienza a calentar agua para limpiar sus heridas y busca ropas que puedan ponerse.

- Isobella pasara y ellos tambien. - Sentencie moviéndome lo suficientemente rápido hacia la verja para que no me alcanzara mientras mis ojos se veían mas verdosos de lo normal y recorrían a los dos hombres que rodeaban a Isobella, primero al que se había presentado como cabo McBurney y después al joven rubio del otro lado*.

Notas de juego

*Si no entendi mal Silas ¿No?

Aclaración máster: Jerry es el que está al lado de Isobella en ese momento, antes de que Silas actúe.

Cargando editor
28/11/2017, 02:12
Mollie Farnsworth
Sólo para el director

No, no fue la amenaza velada lo que me hizo reaccionar, fue el nombre, la presentación de aquel cabo... el hombre que estaba al lado de Isobella es el que había matado a mi padre, al que mi madre buscaba y el que había arruinado la felicidad de nuestra familia.

Tenias que entrar por dos grandes razones, sabia lo que era capaz de hacer aquel despreciable y porque teniéndolo cerca... quizás pudiera obtener la venganza que mi familia merecía.

Cargando editor
28/11/2017, 02:44
Silas Barton

Había algo en ver a la orgullosa mujer que había decidido dejarlos morir por capricho corriendo desesperada por ayuda que le hacía sonreír. Quizás no sería una sonrisa completa con dientes afilados, pero sin duda aquella que se había dibujado en la comisura de sus labios era suficiente para expresar el innegable placer de verla rogando por el rescate de mujeres que siendo de la misma calaña que ella, probablemente preferirían dejarla a su suerte a ella también. No era lo que quería en ese momento, por supuesto, pues no podía permitirse la posibilidad de que Tristán no recibiera atención, pero en cualquier otro momento se hubiese deleitado con la maravilla kármica de ver a esa mujer acabar como presa de los que ella misma había condenado a conocer a la Parca. 

Silas no estaba en tan mala condición en comparación a algunos de sus compañeros. Se le veía una herida del lado derecho de la frente al pómulo del mismo lado, cruzando el ojo, que con la sangre que había brotado de ella había manchado su rostro y un fino hilo de una gota terca que había seguido el camino por su mandíbula y cuello hasta llegar al borde de su abrigo. Por lo demás, solo tenía algunos rasguños, y una curiosa mancha de sangre en la ropa a la altura de su abdomen.

Frunció los labios ligeramente al escuchar al Cabo intentar negociar con las mujeres, cuya apariencia y ejemplo de compañera dejaban claro que no tendrían predisposición a ayudarles. En otro momento él también hubiese abogado por una solución pacífica y cordial, pero mientras veía a Tristán perder el color y las fuerzas, sabía que el conteo regresivo había iniciado. Estaba tan débil que ya ni siquiera cantaba, y el soldado dudaba de si tendría la sangre suficiente para derramar por sus heridas abiertas en el tiempo que duraría esa conversación. La angustia de no poder confiar en que esa respuesta fuese afirmativa le cegaba de cualquier acción racional por iniciativa propia. 

"La señora de la casa no está, así que no puedo dejarles entrar sin su consentimiento.". Aquella frase le provocó tal desprecio que el asco y la furia se hicieron patente en su gesto, convencido de que aquellas mujeres no usarían crucifijos, pues de ser así podrían ver el humo de la piel quemada saliendo de su pecho. ¿Es que acaso no entendían que mientras ellas esperaban a la dueña de casa y le preparaban un té helado para considerar dejarlos entrar, ellos ya estarían cavando tumbas?

Su mirada se desvió a Jared al oírlo hablar, y frunció el ceño con desaprobación al verlo soltar el arma. Tenía que estar loco. Si efectivamente había hombres en la plantación, ¿como se defendería? Aunque, ahora que lo pensaba mejor, de haber habido alguien armado de seguro habría asistido a los gritos desesperados de la mujer que los había traído ahí, o ellas le habrían llamado al encontrarse con ellos. Y por si fuera poco, nadie había respondido al Cabo. Sí, tenía razones para pensar que ese grupo de muchachas estaba absolutamente solas en medio de la nada. Mirando en dirección a las mujeres nuevamente notó que dos de ellas cuchicheaban con la encargada, y aquello le gustó aún menos que la forma en que les habían hablado. No confiaba en esos secretos, ni en la intención de las mujeres tras la falta de humanidad que demostraban. Jerry dejó su fusil a un lado también, siguiendo una tendencia que Silas definitivamente no compartía. 

Fue mientras el doctor rogaba por ellos que notó que su amigo intentaba hablar, y acercó su oído para poder escucharle. Hasta ese momento, no sabía la fuerza que podían tener esas cuatro palabras. - Ya casi - le susurró suficientemente bajo para que solo él escuchara, justo antes de sentir como la cabeza del moreno caía sobre su hombro y de pronto hacía peso muerto. Hizo uso de toda la fuerza que le quedaba para mantenerlo de pie a su lado, dándose cuenta de que el reloj había agotado su tiempo. Pero contrario a lo que pensaba inicialmente, el conteo regresivo no indicaba la muerte de su hermano de guerra, sino la de alguien más. Cuidadosamente, fue bajando a su amigo hasta dejarlo recostado en el suelo, dejando que las mujeres vieran el cansancio contra el que había estado luchando todo el tiempo que lo había cargado.

En eso escuchó hablar a la rubia. Por un momento consideró detenerse, pero al mirarla se encontró con apenas una chiquilla que no alcanzaría la edad de la que parecía encargada, y no podía arriesgarse a que los minutos que durara la lucha de poder entre ambas fueran los que terminaran por acabar con la vida de Tristán. 

Robinson - llamó al doctor, dando un par de pasos hacia él - Tristán te necesita, no está bien... - le costaba formular esa frase, pues la angustia le pesaba en el pecho al asimilar que la vida de a quien se la debía podía estar pendiendo de un hilo - Creo que - dejó la frase a la mitad, habiéndose acercado ya suficiente a la verja para tomar a Isobella del cuello por detrás y llevarle el revólver a la sien en un brusco pero ágil movimiento. Estaba cansado, sí, pero sano y fuerte aún. Estaba angustiado por su amigo, pero no resignado a dejarle morir todavía. Y para desgracia de las mujeres, no estaba dispuesto a esperar un segundo más antes de empezar a cobrar vidas para abrirse la pasada. 

Tú no vas a ninguna parte aún - dijo en voz alta y firme, aunque sin gritar. No era necesario, ya tenía la atención que quería, y gracias a las miradas de la rubia, entendía que Isobella no era alguien de quién se quisiera deshacer - Isobella no se mueve de aquí hasta que todos entren - anunció, quitando el seguro del arma y presionando el cañón con fuerza contra la chica, esperando que sintiera el producto de su desdén mientras la ahorcaba con el brazo. No confiaba en esas mujeres, y viendo el movimiento rápido de la chiquilla que había dicho que les dejaría pasar, perfectamente podría hacer pasar a la mujer y cerrarles la verja en la cara. Eso no sería beneficioso para ninguno de los involucrados, así que prefería tomar una garantía - Abre pronto - le ordenó a la muchacha de rizos rubios, con el corazón desbocado en el pecho pero más seguro que nunca en su vida de que hacía lo correcto. Y con esa convicción, le dedicó una mirada determinada al Cabo, para que supiera con seguridad que aquello no era un juego. Estaba listo para disparar si no se movían rápido, y la que tenía pegada a su pecho era solo la primera que caería. 

Notas de juego

Revólver

Cargando editor
28/11/2017, 09:04
John McBurney

¿Maldita sea, por qué habían soltado sus armas? Podía esperarlo de Jerry, apenas tenía 17 años, pero Vanhorn... ¿En que diablos estaba pensando? - ¡Un soldado nunca abandona sus armas, seguimos combatiendo! - gruñó entre dientes. ¿De que sirve matar si ahora nos volvemos débiles ante un puñado de mujeres? La decepción y el reproche se mezclaban en sus ojos a partes iguales. Estaba enfadado, y eso no era bueno.

La situación no iba a mejor, mientras dos jóvenes se acercaban a la mujer más mayor, supuso que la institutriz o ama de llaves del lugar, McBurney mascó sus comentarios, impaciente por entrar. Pasó sin reparos a un discurso menos diplomático y bonito.

- Nuestras muertes pesarán sobre su conciencia. - añadió tirando de la manta de un solo golpe dejando salir hacia Edwina todo el desprecio que acumulaba en su interior.

Tras unos segundos de tensión, sus miradas se cruzaron como las hojas de dos cuchillos afilados esperando con ansia el momento oportuno para rasgar la piel de una víctima.

Escuchó la voz de otra de las muchachas contradiciendo la orden de la superior, revelándose a su vez como familiar de la señora de la casa, y exigiendo a esa otra desalmada que los dejase entrar.

Al parecer la chica que los había guiado hasta la escuela tenía algún tipo de vínculo con la muchacha que estaba tratando de hacerse con el control de la situación.

El cabo se puso alerta por aquella invitación inesperada y fácil, saltaba la liebre, pensó que podía ser una trampa. - La muerte no llega solo para el que muere, también para el que mata y deja morir. Serán asesinas. - concluyó aquel machaque psicológico jugando con sus palabras a un doble sentido, si la plantación estaba vigilada lo entenderían.

En los segundos posteriores permaneció atento a los alrededores de la mansión, así como a la puerta y a las ventanas de la misma, vigilando si algún hombre aparecía por el jardín o los espiaba a escondidas tras los cristales.

La cuerda se tensó tanto, que supo que no había marcha atrás en cuanto miró a Silas y éste perdió la paciencia empuñando su revólver contra Isobella. El cabo asintió conforme. Fuese como fuese entrarían allí, vivos o cadáveres. Nos la jugamos a todo o nada. Bien... Lo último que vio en su cabeza fueron los rostros de Louisa, Tommy y Becky.

Ignoraba si aquellas mujeres estaban solas o no, aunque amenazar a una rehén a punta de pistola no fuese el mejor modo de entrar ni hacerse con la simpatía de las anfitrionas mientras permanecesien convalecientes allí, estaba dispuesto a pagar el precio por una oportunidad.

- Quietos. - advirtió a los soldados dejando claro que no intentasen nada contra la acción de Silas. - Que nadie se haga el héroe. - sacó su revólver y le quitó el seguro, vió como Isobella murmuraba algo en voz baja y unas lágrimas rodaban por sus mejillas, pero giró su cabeza indiferente mirando al frente, concentrándose en apuntar al posible enemigo oculto.

Notas de juego

Post 1/3

Cargando editor
28/11/2017, 11:20
Kizzy

Kizzy se había quedado en silencio durante toda la narración en la que Edwina le habló de una mujer de origen similar que había tenido mucha más suerte que ella; alguien que había acabado bajo la protección de una buena familia y que había sido criada como alguien sin ataduras ni obligaciones. La historia de Dido era un reflejo de lo que ella había soñado, de una utopía de la que sabía que no podía formar parte.  A pesar de no mirar fijamente a la instructora permaneció atenta a ella y, para cuando hubo acabado, una sonrisa tímida asomó en sus labios. Además de alivio por saber que alguien de su raza había tenido suerte, lo que se le movió por dentro era la envidia de no haber sido ella. De no haber tenido la suerte de acabar en el lugar correcto en el momento indicado. Su rumbo, sin duda alguna, había sido mucho más tétrico y lamentable, pero al menos seguía con vida para intentarlo un día más. Eso era lo que se obligaba a pensar cada noche antes de irse a dormir.

-Gracias señorita Edwina- susurró mientras miraba al suelo.

Kizzy tenía ahora preguntas, muchas que no podía realizar en voz alta por miedo a que fueran oídas por personas que no le resultaban gratas. Ya encontraré el momento…- y entonces sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la campana y el intercambio de voces en el exterior. El hecho de que Isobella –ya conocía sus voces de memoria- pidiera ayuda le puso los pelos de punta y no fue precisamente porque la joven le despertara simpatía alguna, sino más bien porque si durante la ausencia de Martha se había hecho daño la culpa caería sobre Edwina, y probablemente de algún modo también la salpicaría a ella. ¿Qué está ocurriendo? Sus ojos se movieron alrededor del resto de chicas para comprobar sus reacciones mientras permanecía en pie en el mismo lugar que antes.

Observó a Edwina marchar rauda hacia la entrada y como lentamente fue seguida por el resto de jóvenes que acudían con curiosidad, preocupación o intriga.  Todas ellas desobedecían la orden de Edwina movidas por interés diferente. ¿Qué debía hacer ella? Theodore le había enseñado que un esclavo debía estar siempre cerca por si sus amos demandaban algo, así que descendió a sabiendas de que desobedecía una orden directa por la que luego tendría que disculparse aunque probablemente Edwina lo entendería. Lo que encontró al asomarse por la puerta no le agradó en absoluto.

Ante ellas, todavía protegidas por la verja oxidada de la mansión, un grupo de hombres custodiaba a Isobella. Hombres que pedían refugio con ellas, poniéndolas en una posición de riesgo innecesaria y para la que sabía que no estaban preparadas de modo alguno.  Kizzy dio un par de pasos hacia atrás mientras el miedo la devoraba por dentro al observar las armas y el aspecto desmejorado de algunos de ellos.  ¿Tenemos armas nosotras? ¿Hay forma alguna de ahuyentarlos? ¿Qué pasará si Martha está regresando y la cogen también como prisionera? Comprendió entonces que entre los varones había heridos de gravedad pero bien podía ser un truco para adentrarse en la mansión y proclamarse señores de la misma. En un mundo que ellos mismos se habían corrompido haciendo de otra raza sus esclavos y juguetes, ¿por qué no iban a querer someter ahora a cualquier mujer a sus deseos? El hombre blanco había vendido su alma al diablo a cambio de poder, y Kizzy bien sabía que todos ellos estaban condenados a seguir el mismo rumbo.

Las jóvenes comenzaron a intercambiar opiniones sobre lo que debía hacerse bajo la atenta mirada de Kizzy que permanecía en la retaguardia ligeramente temblorosa. Los latidos de su pecho se disparaban a cada segundo que se encontraba en el lugar, mas sabía que de nada valía esconderse: si ellos querían lograrían entrar.  Era hasta posible que otro grupo estuviera en esos momentos rodeando la mansión para atacarlas por sorpresa, y estarían perdidas. Entonces Mollie trató de tomar las riendas de la situación ofreciéndoles el asilo que ellos demandaban, como si se adentrara a una velocidad vertiginosa en la boca de un animal salvaje. Una muchacha tan joven y en una posición privilegiada nunca entendería el verdadero peligro que arrastraba el hombre blanco.

-Lo siento señorita Mollie*, pero la dama al cargo es la señorita Edwina. Solo puedo obedecerla a ella.

Sus palabras salieron mezclando el miedo con la prudencia, y en el tono de su voz se apreciaba el temblor en su timbre. A cada vocalización en sus pensamientos comenzaba a imaginar cual sería el castigo por la desobediencia, aun a sabiendas de que hacía lo correcto. Martha siempre había sido muy estricta a la hora de establecer quien era la superior en la mansión tanto en su presencia como durante su ausencia, y hacer caso a una orden que en realidad no quería obedecer en un momento tan tenso podía llevar las mismas consecuencias que no hacerlo.  No obstante, el miedo no nacía en este caso del posible castigo que Martha quisiera darle, sino más bien por el contenido del mensaje que la alumna había dado, como si quisiera dejarles entrar aunque solo fuera para poner a salvo a su amiga. De lo que ella no parecía ser del todo consciente era de que todas ellas estaban en peligro ya, quisieran o no. 

Tras soltar aquellas palabras todas pudieron ver que uno de los hombres apuntaba con el revolver a la joven Isobella. La propia Kizzy dio un pequeño respingo por el miedo que le producían las armas y el poder que le otorgaba a quien la empuñaba, y supo que entonces pocas opciones existían más que ceder al chantaje que los varones proponían.  La piel morena de la esclava entonces palideció como pocas veces lo había hecho en su vida, y se sintió bajo el mismo peligro que en casa de sus antiguos amos, de donde había logrado escapar. Esta pesadilla no acabará nunca.  Sus ojos se movieron entonces a Ewdina, la institutriz, rezando porque ella tuviera en mente algo que pudiera alejarlos lo suficiente como para huir hasta otro lugar más seguro. No se atrevió a moverse de nuevo porque otro de ellos acabó desenfundando su pistola, lo que le daba la sensación de que cualquier movimiento innecesario acabaría en un baño de sangre. 

Notas de juego

El * es porque no sé si prefiere que se le llame por el nombre o el apellido. Kizzy dirá lo que esté enseñada a decir xD 

Cargando editor
28/11/2017, 15:58
Isobella Davis

La percepción de la realidad había cambiado totalmente en menos de una hora. Mientras recordaba como salió de la mansión con su cesta y Edwina la despedía con advertencia que no se alejase demasiado sus ojos se descubrían solo ante la señorita, sus amigas y la criada, empañados por la impotencia que sentía contra el mundo, mejor dicho contra esos hombres que en su falta de responsabilidad había tenido la mala suerte de encontrar, al no haber respetado el consejo de la institutriz.

¿Por qué no le hice caso? Tantas veces había paseado sola, nunca pasó nada peligroso que la asustase y le hiciese convencerse de que el bosque no era seguro, a pesar de la guerra.

Pecó de segura y se alejó más de la cuenta, sencillamente se dejó llevar y no preguntó a sus pies hacia donde querían ir. Su mente se encargaba de empujarla a viajar hacia su verdadero hogar. Añoraba el mar, añoraba a su madre y al bueno del Capitán. ¿Qué habría sido de él?

La tela que cubría sus pensamientos cayó súbitamente cuando sus ojos encontraron los de Mollie. Quería a las muchachas de la escuela, pero justo era decir que no a todas por igual, su "hermana" Mo era la más cercana a ella, no en edad pero si en pensamiento. No abras la puerta a los lobos... - eso gritaba su corazón desde la otra frontera que separaba sus mundos tan solo por una verja.

Lo que nadie podía imaginar era que a pesar de su altivez y prepotencia hacia los negros, la joven guardase un afecto sincero por Kizzy. Clothilde la quería... - cuando pensaba en aquello en la más estricta intimidad sus ojos se llenaban de lágrimas. Recordaba como intentó hablar con Kizzy por primera vez al pisar la escuela y Martha le hizo entender la lección. Isobella solo mostraba lo que debía, no lo que sentía.

Escuchó la frase de Jerry pero su rostro no expresó el menor atisbo de agradecimiento, el irlandés tenía poca o ninguna credibilidad para ella, no confiaba en él, ni en ningún otro.

Quedaba fuerza y dignidad en ese temperamento suyo para aguantarse las lágrimas hasta que el conflicto estalló y fue la primera damnificada en sufrirlo. Estaba de espaldas y no lo advirtió, hasta que sintió el peso de su brazo rodeándola del cuello, presionando su garganta. El dolor que el hombre ejerció con el cañón apuntando sobre su sien paralizó el parpadeo de sus ojos y más tarde el miedo, sus sentidos.

Pudo sentir como crecía su miedo a medida que el cañón presionaba más y más su cabeza ladeándola de costado.

Buscando un refugio al que aferrarse y no desfallecer mientras el soldado la estrangulaba, recurrió asustada a lo que conocía pidiendo ayuda. Alzó la vista mirando hacia el cielo y comenzó a rezar en voz baja, apenas audible y en su idioma materno: - Notre père, qui es aux cieux...que ton nom soit sanctifié, que ton règne arrive, que ta volonté soit faite sur la terre comme au ciel...

Unos mechones de su cabello se deslizaron con suavidad y delicadeza a ambos lados de la cara, enmarcándole el rostro. Las lágrimas caían despacio por sus mejillas. Aquel momento agónico se inmortalizó en su piel, su ser, y sus recuerdos. Para su desgracia, si sobrevivía, sabía que resultaría imposible para ella olvidar al dueño a quien pertenecería para siempre ese recuerdo horrible en su memoría.

Notas de juego

Post 2/3

Cargando editor
29/11/2017, 01:22
Edwina Morrow

- ¿Qué hacemos señorita Edwina? ¿Son peligrosos? ¿Se morirán si los dejamos ahí? - Señorita, no podemos dejarlos morir... ¿No es acaso nuestro deber como cristianas? No sobrevivirán si no los ayudamos... - No buscamos muerte, sólo vida... - Desearía que no tuviéramos que usar la fuerza para entrar... - Dios prefiere que sean ustedes las que nos salven...

La maestra rogaba angustiada a Dios que le iluminase, quería hacer lo correcto, o mejor dicho lo más conveniente para todos. Sus alumnas eran jóvenes, y por eso quizá movidas por algo más que su instinto de ayuda al prójimo, la emoción de verse envueltas como en una aventura de alguna heróina de cuento, o atraídas hacia lo desconocido y nuevo, no entendían bien la magnitud del peligro que les acechaba.

En cambio su instinto de protección se había agudizado y su mente trataba de analizar en lo posible la situación, ganando más tiempo, observando las reacciones de los hombres, midiéndolos en la distancia.

Pensaba que Dios le haría ver una señal divina, o sentir la seguridad que le hiciese dar el paso para abrir la verja al escuchar sus voces y ruegos. Eran hombres extraños, armados, y para más seña soldados de la Unión. Aunque Edwina, Eve y Ophelia simpatizasen con los valores abolicionistas, se contaban historias terribles sobre los desertores. Violaciones a chicas, quema de iglesias y escuelas... No le gustaba nada el cabo McBurney, tenía una mirada turbia y poco fiable.

- Si, es nuestro deber para con Dios. - respondió finalmente a Eve y Ophelia con un timbre de voz ausente. Siguió observando a los soldados sumergida en un mutismo donde solo ella sabía lo que pasaba por su cabeza.

Pero la vida de un joven estaba a punto de llegar a su fin. Sería esa la señal de Dios que había esperado, Edwina interpretó que si, debía abrír la puerta o Tristan moriría.

Pero lo más inquientante llegó cuando la pequeña Mollie trasformó para disgusto e indignación de la señorita, su inmadurez en la ofensa más grave que hubiese recibido por parte de ella, reprobando la autoridad de la institutriz, así como su parentesco directo con la familia. Había soportado muchas cosas en aquella casa durante los años que Adrien, su prometido, estuvo ausente y seguía en la guerra. Pero aquello era demasiado.

Los ojos azules de Edwina se empañaron por un instante, pero tras unos segundos el semblante de la mujer cobró una dureza inusitada. - ¿Acaso cree que esto es un juego Señorita Farnsworth?* - no vio a una niña de quince años, irresponsable y prepotente, vio la sombra de su tía Martha en ella y no pudo contener un arrebato de rabia. Alzó la mano derecha y la abofeteó con fuerza, haciendo que sus rizos rubios se balanceasen con el movimiento de su golpe. Nunca había pegado a una alumna, nunca había pegado a un ser humano.

Estaba muy cerca e iba a dar su brazo a torcer cuando el hombre que sujetaba al joven moribundo tomó por la fuerza a Isobella y le amenazó con un arma. A la maestra se le vino el mundo abajo. - ¡Basta! ¡Deme su palabra de que no le hará nada! - saltó angustiada gritando a Silas. - ¡Si os queda algo de honor dejadla en paz! - vio como el cabo McBurney asentía de acuerdo con el hecho de matarla y no pudo sentir si no un desprecio creciente hacia todos ellos.

Miró a Kizzy a continuación, completamente turbada. - No vayas a la cocina, quiero que prepares las habitaciones de Clothilde, Adrien, las dos de invitados y la de los señores de la casa, y busca sábanas limpias. Corre. - buscó en ese instante la llave que guardaba en su bolsillo. - Dejarán sus armas a mi disposición como un acto de buena fé, aquí no hay más hombres que nos defiendan. - se acercó del todo hasta la puerta y abrió el candado dejándolos entrar. Señor, sea tu voluntad.

Notas de juego

*Cuando Edwina se enfada o quiere trataros de un modo formal no os llama por vuestro nombre de pila. Usa señorita + vuestro apellido.

Post 3/3

Próxima actualización / renovación de turno: Viernes 1.

Cargando editor
30/11/2017, 02:13
Eve

Cubiertos los hombros con una manta, la mirada de la joven alternaba entre los soldados, Isobella y la maestra, en especial en los primeros. Se fijaba en sus rostros y reacciones, en sus heridas y la roja sangre que manaba de ellas. Miró al horizonte, preguntándose cuánto tardarían en llegar los responsables de su lamentable estado hasta las puertas de la escuela. La vida de esos hombres se escapaba frente  sus ojos y si la señorita Morrow no les permitía ayudarlos, sus muertes pesarían en sus conciencias.

Eileen había escuchado las mismas historias que sus compañeras respecto a la moral de los  soldados unionistas, pero todas esas historias las habían contado bocas confederadas. El temor estaba latente, es cierto, pero sentía que su deber, y el de toda buena cristiana, era anteponerse a esos temores. Dejar a esos hombres a su suerte era lo mismo que matarlos y los diez mandamientos eran claros: no matarás.

No juzgaba a su maestra, comprendía sus temores. En ausencia de Martha ella era la responsable de todo cuanto ocurriese y si tomaba una mala decisión toda la culpa recaería sobre sus hombros, miss Farnsworth se iba a encargar de recordárselo y hacer su vida miserable. Sí, entendía a Edwina, mas no podía decir lo mismo de Mollie y estaba segura que jamás podría. La reacción que tuvo la menor de sus compañeras fue de todo menos correcta. Su prepotencia le hizo recordar a su primo, George Eckhart y se le revolvió el estómago, pero gracias a Dios la señorita Morrow la puso rápidamente en su lugar y la joven gozó en silencio del breve momento, del mismo modo que disfrutaba cuando el viento de la mañana esparcía su aroma a fresco.

—Señorita —dijo en cuanto Edwina terminó de dar las órdenes a Kizzy—, si me permite iré con ella, entre las dos acabaremos más rápido. ¿Hay algo más que necesite que hagamos?

La joven tenía acertadas nociones de las cosas que iban a necesitar para atender a los soldados, lo había leído en algunos de los libros del joven señor Farsnworth, pero no iba a hacer nada sin el permiso de su maestra.
 

Cargando editor
30/11/2017, 20:14
Ophelia Edevane

Desde el momento en el que salí fuera para averiguar que ocurría, los problemas no han dejado de crecer, apareciendo uno tras otro en cuestión de segundos. El chico que escupió sangre me sorprendió, pero en ni ningún solo momento me fijé en el muchacho que peor estaba pues la estampa que conformaban los soldados era bastante impactante y necesitaba asimilar la situación. A medida que los hombres hablaban mis ojos se detenían sobre el que tenía la palabra. Me fijaba en todo, los rasgos de sus rostros, el tono de voz empleado, el movimiento de sus manos al hablar y como colocaban sus armas, sus heridas repartidas por cualquier parte del cuerpo y desde mi posición, apreciaba el brillo de sus ojos como bien podía.

Estaba nerviosa y acelerada, quería hacer muchas cosas y a su vez poco podía hacer en estos momentos. Hasta que el chico que se encuentra peor pierde el conocimiento, entonces contengo la respiración levantando un poco más mi mano hacia mis labios fijándome en la figura casi inerte si no fuera porque uno de sus compañeros lo sujeta. Instintivamente me moví hacia delante dando un paso, como si el cuerpo me pidiese ir a ayudar pero quedándome ahí. Levanté una mano hacia Edwina para tocar su hombro, pero se quedó a medio camino ya que la escena cambió, y no en nuestro beneficio.

Mollie tomó el control de toda situación y comenzó a dar órdenes. Mis ojos se agrandaron ligeramente mirándola, fijándome en como se desenvolvía en la situación y como tomaba el mando, un cargo que no era para nada el suyo y me quedé viéndola sin saber muy bien como reaccionar. La forma de ordenar de la muchacha tampoco le pareció bien a la señorita Morrow, la cual reaccionó y sin pensárselo dos veces, le dio tal torta que contuve la respiración y retrocedí los pocos centímetros que me adelante hace escasos segundos atrás. Negué con la cabeza llevándome las manos al rostro y mis ojos se dirigieron de inmediato a Eve, buscando un lugar donde refugiarme, en ella. Y finalmente cuando aquellos intrusos agarraron con mas fuerza a Isobella, y la apuntaron con sus armas di tal suspiro angustioso que casi sonó a un gemido, por lo que apreté mas fuerte mis carrillos con las yemas de los dedos.

No sabía qué hacer. Hubiera corrido a rescatar a Isobella sin importarme si nos llevábamos mejor o peor. Nuestras vidas cambiarán a partir de este instante y no éramos conscientes de ello.

Al oír la voz de Eve tomar la decisión de ir con Kizzy, por fin me atreví a abrir los labios apartando mis manos suavemente de mi rostro - Iré con vosotras... si la señorita me lo permite - Ahora busqué con la mirada a Edwina. Siempre me infundó ternura y admiración además de respeto, pero ahora siento miedo por todo y más aún tras la bofetada propinada a Mollie.

Notas de juego

He cambiado mi narración a tiempo pasado. Ando acoplándome al PJ y a los tiempos de su rol, disculpad!

Cargando editor
30/11/2017, 21:14
Kizzy

Huir había dejado de ser una opción viable desde que entró en la adolescencia, pero en momentos crudos como el que vivía ahora Kizzy se planteaba si salir corriendo sin un rumbo fijo no le aguardaría un destino mejor que aquel al que se enfrentaría en un futuro cercano si todo continuaba tal y como parecía. En sus adentros calculaba las diferentes posibilidades mientras su mirada recorría uno a uno a los presentes fijándose mayormente en la amenaza producida por los hombres. ¿Sería ese el último día de vida de todas ellas? ¿Dejarían que algunas vivieran pero matarían a otras para que estas entendieran la lección? Entre los grandes hombres blancos no era tan extraño de observar aunque cualquier persona con un mínimo de caridad se llevaría las manos a la cabeza al reflexionar en realidad sobre lo que los humanos se hacían los unos a los otros.

La voz de Edwina sonó tan clara como la bofetada que dio sin titubear a Mollie. Jamás habría imaginado que una mujer tan dulce y cercana como era su actual tutora fuese capaz de llevar a cabo semejante conducta, pero lo achacó al estrés y a la necesidad de establecer unos roles determinados en la obra que desempeñaban: Edwina debía mostrar autoridad si no quería ser devorada por los lobos que aguardaban al otro lado de la verja.  Para cuando se dirigió a ella Kizzy mantenía sus manos apretadas contra el vestido negro que llevaba puesto, tan tensa como cualquier otra de los presentes.

Preparar habitaciones. Van a quedarse- la esclava tragó saliva a la par que asentía, sabiendo que en este caso desobedecer no traería nada bueno. En realidad nunca lo hacía. Quería decirle a la señorita que se equivocaba, que dejar entrar a varones en aquel lugar solo lo volvería todo más caótico, corrupto y doloroso, pero en el fondo sabía que no había más opción que esa. Todas quedamos ya bajo la protección de Dios- se dijo, no demasiado convencida sobre ese hecho. Theodore le había hablado cientos de veces sobre el ser supremo al que veneraban, pero ella no podía llegar a entender cómo existiendo alguien con tanto poder y misericordia dejaba sufrir a su pueblo de esa manera.

-De acuerdo.

Respondió antes de girarse. Por suerte para ella, Kizzy sabía dónde estaba casi todo en esa casa: tantos años de experiencia le regalaban también algunos de los secretos de la mansión que mantenía ocultos y que marcharían con ella a la tumba, antes o después.  Para su suerte, dos jóvenes se ofrecieron a prestar ayuda en la tarea que ahora tenía entre manos; por el aspecto que mantenían algunos de los hombres allí parados, la necesidad de reposar era casi una prioridad y debían marchar cuanto antes a preparar todos los cuartos.

-Por favor, síganme.

Sus palabras salieron dirigidas a Eve y Ophelia con la misma cordialidad que habría empleado para cualquiera de las demás alumnas, pero aquellas dos eran sus favoritas sin lugar a dudas pues eran estas y no otras las que parecían fijarse en ella por algo más que el color de su piel o la labor que desempeñaba en la residencia Fansworth.  Ambas tenían un brillo especial a sus ojos que estaban más bien poco acostumbrados a cualquier gesto de gratitud.

Sin más dilación Kizzy terminó de adentrarse en la residencia aguardando la llegada de sus compañeras para desempeñar las tareas que le habían demandado, aunque en su interior no dejaba de preguntarse qué sucedería cuando Martha regresase y los encontrase allí. Durante un segundo eso le pareció casi más peligroso que las armas. 

Cargando editor
30/11/2017, 21:19
Daniel Robinson

La indecisión de las señoritas y la impetuosidad de algunos de mis compañeros se hizo patente en el ambiente.

Un brillo metálico salio de la cadera de uno de los nuestros, tomando como rehén a la señorita que nos encontró en el bosque. Mis ojos se abrieron a la par que mis labios se cerraron en un intento de mostrar mi desagrado. Volví vista hacia McBurney y un suave siseo salio de mis labios que fue interrumpido por sus propias palabras.

- Señor...No...-

Como si fuera una plegaria, el cabo puso fin a la historia. O abrían o moriríamos todos. El arma apuntando a la muchacha hizo el resto y suspiré aliviado. No era la mejor forma de entrar en la casa de alguien, desde luego.

La verja se abrió con un chirrido metálico que parecía decirme algo. Puede que acabase muerto allí mismo, antes de subir las escalinatas. ¿Quien dice que tras esas señoritas en la entrada no había una más aguerrida que portara una escopeta y nos fuera volando los sesos uno a uno, según pisábamos el primer escalón?

Ayudé a mis compañeros a entrar, pese que el dolor de mi mano me estaba matando. Ni mucho menos podía compararme con el resto de mis compañeros, pero intentaba que no se viera en mi cara la preocupación de si iba a quedar manco. Eso sería el fin de mi carrera de medico, aunque siempre podría volver a mi casa y dar misa en el atril.

- No llevo armas... nunca las he necesitado... - Dije alzando las manos para que comprobaran que lo que decía era cierto, mientras un reguerillo de sangre resbalaba desde la palma de mi mano hasta discurrir por mi muñeca.

- Gracias por dejarnos entrar...- Susurré a la mas cercana a mi de las señoritas.

 

Cargando editor
01/12/2017, 02:29
Jerry O'Neil

Una mujer mayor finalmente parece dispuesta a dejarnos entrar. Rápidamente una de las jóvenes, que evidentemente esta habituada a dar órdenes, como si fuera uno de nuestros oficiales, las da en el sentido de que nos dejen entrar y dice también el nombre de la joven que nos encontró, Isobella.

Tristan se desploma nada mas llegar delante de la verja, puede que haya estado concentrándose en caminar hasta llegar aquí y una vez conseguido su mente a desconectado. Inmediatamente Silas se dirige hacia el doctor alertándolo de lo que le acaba de ocurrir a su inseparable camarada Tristan.

Antes de que pueda reaccionar desenfunda un revolver amartillándolo que apoya en la sien de la joven que ha cumplido lo que le habíamos pedido guiándonos hasta donde vive.

El que el cabo apoye esta conducta hace que crezca mi irritación mientras busco la mirada de Isobella intentando inculcarle calma. Cualquier movimiento brusco podría interpretarlo Silas como un ataque.

Una joven negra, según todo lo que me han contado de los del Sur debe ser una esclava, se dirige a prepararnos las habitaciones cuando dos de las que deben ser compañeras de Isobella se ofrecen para ayudarla. No le dan latigazos y sus ropas no son para nada harapos. Mas mentiras de la propaganda de la Unión. Y la actitud de Silas no es para nada la que describen de sus soldados, no.

Me encaro con Silas.

– Puede que sea un primitivo agricultor irlandés, pero para nosotros la hospitalidad es sagrada y ya nos la habían ofrecido cuando les has correspondido amenazando de matar a una de ellas. Baja el arma y amartíllala. Eres el mejor amigo de Tristan, o eso dices. ¿Qué le habría pasado si en lugar de guiarnos directamente hasta aquí estuviera paseándonos aun por los caminos hasta que cayéramos todos?

Sin esperar respuesta tomo el fusil entregándoselo a la señora que parece estar al mando de la hacienda. – Lo siento señora, no todos somos iguales, tenga esta descargado.

Cargando editor
01/12/2017, 03:26
Tristan Durand

A Tristan le costaba seguir el hilo de las conversaciones que tenían lugar cerca de él. Tendido en el suelo, donde Silas lo había dejado, al menos había conseguido centrar un poco su mirada en las copas de los árboles más cercanos. Observaba las hojas mientras luchaba por no regresar a la inconsciencia, con el temor interno a no ser capaz de salir de ella si se entregaba a la calidez de su abrazo. 

Tiritó y en ese momento se dio cuenta de que tenía frío. Notaba las manos heladas y los pies dormidos. Por algún motivo le hizo gracia sentir frío después de que el sudor les pegase la ropa al cuerpo durante todo el camino y una risita se escapó de su garganta con un sonido rasposo. A un par de pasos de él su amigo encañonaba al ángel, pero Tristan ni siquiera era consciente de que eso estaba sucediendo. Tampoco vio la bofetada que una mujer dio a una de las muchachas, ni se dio cuenta en ese momento de que era su vida y la de sus compañeros lo que se discutía allí. 

Pero, en medio de esa nebulosa que parecía envolver su mente y su cuerpo como si estuviera sumergido en el algodón que cultivaban los esclavos de esa tierra, de repente escuchó una voz suave empezar a rezar en francés y el joven cerró los ojos. Se le encogía el corazón con cada una de las frases pronunciadas al recordar a su padre. Lo imaginó arrodillado junto a su cama, con las manos grandes y callosas por el trabajo unidas bajo la barbilla, rezando por él, por volver a verlo. Nunca se había preocupado mucho por rendir cuentas ante el Señor, pero empezó a mover los labios, pronunciando en silencio el mismo rezo que entonaba Isobella.

Una lágrima se escapó por la comisura de su ojo derecho, tan pequeña y discreta que probablemente nadie llegaría a verla. Y, en ese preciso instante de calma que precedía la tormenta que vendría, Tristan se sintió en paz. 

Cargando editor
01/12/2017, 21:33
Silas Barton

Mentiría si no dijera que le alivió ver que el Cabo desenfundaba su propio revólver y apoyaba su decisión instruyendo a los demás para no contradecirles. La verdad era que en el momento de tomar a Isobella de rehén había confiado tanto en sus compañeros que ni se le había ocurrido la posibilidad de que alguien aprovechara la oportunidad para acabar con él y ganarse la deuda y confianza de aquel grupo de mujeres, pero era un precio que estaba dispuesto a pagar por la entrada de Tristán a un refugio. De todas maneras, de no ser por su amigo, Silas no habría estado vivo para escapar de la guerra o para cargarlo hasta ahí. 

Al escuchar a la arpía rezar, su brazo se aflojó un poco, aunque se mantuvo suficientemente firme para no permitirle escapar. Silas no era una persona particularmente devota, pero sus padres lo habían criado con valores cristianos y sabía suficiente de francés para conocer aquella oración al revés y al derecho. - Après la pluie, le beau temps - le susurró al oído, en lo que podía ser tanto un consuelo como una amenaza. Su acento no era perfecto debido al poco uso que le daba al francés, al igual que al latín, pero sin duda su conocimiento y verbalización del lenguaje eran fluidos - Después de la tempestad viene la calma - repitió en su cabeza en su idioma natal. Quizás el pánico podría llevar a la mujer a pensar que la única oferta de posterior tranquilidad que podía hacerle era una muerte rápida, el descanso por excelencia. Sin embargo, Silas prefería pensar que tras aquel momento de tensión desagradable pero necesario, todo lo que la chica no había apreciado hasta ese momento tomaría un sabor un poco más dulce. Enfrentado a mirar a la muerte a los ojos, sabía que para él había sido así, y aunque hacía unos momentos le había deseado la muerte - y ahora no se quejaría de dársela de ser necesario - no le deseaba angustia alguna. Ver llorar a una mujer jamás había sido uno de sus placeres y prefería resolver aquello rápido antes que prolongar su innecesario sufrimiento. 

Aún así, la mirada con la que respondió los gritos de Morrow fue una fría y cargada de desprecio. Aquella era la misma mujer prepotente que había abofeteado a una de las suyas por ofrecerles cobijo, y si bien Silas desdeñaba la actitud de cría caprichosa y egoísta de la mujer en sus brazos, el sentimiento que tenía para la gente en poder que humillaba a quienes debía proteger y arriesgaba sus vidas por un poco de ventaja en la negociación, era significativamente menos agradable. Había pasado su vida rodeado de perfectos ejemplos de este caso, y por lo mismo, no le pasó por alto que dos señoritas del grupo demostraban ser todo lo contrario al ofrecerse a ayudar a la que antes habían llamado Kizzy. Se alegraba de ver que no todas ahí dentro eran arpías, como Isobella y la rubia con delirios de grandeza. 

La intervención de Jerry le toma por sorpresa, pues no parecía un momento especialmente bueno para andarse con discursos, y sus palabras no mejoran su humor en absoluto. Aunque el soldado no parece tener la decencia de esperar una respuesta, o quizás le sobra el ego para creer que recibirá una, Silas responde mientras él camina a la entrada - La mujer habría muerto tan pronto Tristán tocara el suelo - su tono es firme y determinado, pues la posibilidad había cruzado su cabeza mientras caminaban al no confiar en absoluto en la mujer que los había guiado hasta allí.

Sin embargo, tras ver a casi todos los hombres entrar sin problema ni señal de peligro, acabó por bajar el arma y soltar el cuello de Isobella, dejándola ir. Nadie se había tomado la molestia de recoger a Tristán del suelo para ayudarlo entrar, y eso tampoco le pasaría desapercibido a Silas, quien esperaba un poco más de compañerismo incluso en medio de la desesperación por un refugio. Más aun de Jerry, que tanta moral tenía para hablar de lo concerniente a Tristán y su supervivencia. Así que, tan pronto Isobella se separó de él, el rubio entregó sin rechistar sus armas, sabiendo que sería capaz de reconocerlas luego por sus marcas y diseños, más elegantes y refinados que las de sus compañeros, y volvió a retroceder hasta su amigo donde haciendo un esfuerzo no menor debido al peso muerto lo tomó en brazos haciendo uso de todas sus fuerzas - pues ya no lo veía capaz de caminar y él era incapaz de arrastrarlo - para llevarlo a la casa. 

Cargando editor
01/12/2017, 21:33
Isobella Davis

Sabía que el mundo seguía girando a su alrededor pero sus ojos no eran capaces de ver o escuchar nada que guardase conexión y sentido.

Solo la imagen del cielo azul empañado por sus lágrimas le hizo reaccionar al mostrarle como un dibujo borroso de luz, el rostro de su madre.

Abrió más los ojos y extrañamente no se lamentó por lo que pudiese pasarle, si no que la confusión y el miedo se fue desvaneciendo al saber que su madre estaba ahí esperándola. ¿Por qué la había visto? ¿Había fallecido en realidad tal y como temía o era un delirio nacido del sufrimiento de su alma, justo en el punto más álgido de dolor y presión del cañón de Silas sobre su sien?

Por un momento creyó que una voz arrastrada por el viento rezaba con ella al mismo tiempo su plegaría, pero debía de ser solo su imaginación, impulsada por el consuelo que buscaba en el más allá, desesperada. ¿Quién más podía estar rogando al padre celestial por su vida?

Après la pluie, le beau temps... La voz del soldado se coló desagradable en su oído haciendo que toda su lógica interpretase negativamente el mensaje. Tembló, pues en su piel se había adherido un frío atemporal parejo a la muerte que le acechaba. - Tu-es le-diable... - respondió con odio y voz entrecortada a Silas. Si esas iban a ser sus últimas palabras, le parecían más que acertadas.

Desgraciadamente el rostro de su madre desapareció en aquel instante, abandonándole quizás porque no había llegado su hora. La poca fuerza que le quedaba empequeñeció al tiempo que Edwina gritaba y corría sin más dilación a abrír la puerta para acabar con la locura desatada por el soldado.

En cuanto Silas le soltó y pudo respirar, sus ojos se forzaron a mirar, mirar de verdad... Jerry, el soldado que le había jurado ayuda en un momento crítico como el que había vivido, no hizo nada. Un par de lágrimas abandonaron sus ojos pensando que le había engañado. Su mirada era la de un traidor, como la de todos los demás.

El grupo finalmente traspasó la verja. - Le loup ne perdra pas le sommeil par l'opinion des moutons. - musitó para si misma. Al girar su cuerpo hacia la derecha, vio como Silas cargaba a Tristan entre sus brazos con una fuerza sobrehumana. Su congoja empeoró al ver aquella escena, no supo por qué.

- ¡Isobella, entra por favor! - gritó la institutriz, forzada a vigilar a los hombres y no poder acercarse para darle consuelo. Miró a Mollie pidiéndoselo sin palabras. Ayúdale.

- No... - fue lo único que respondió mientras se alejaba de la mansión, llorando en silencio.

Cargando editor
01/12/2017, 21:34
Mollie Farnsworth

Si el momento ya no era lo suficientemente tenso Edwina sentencio todo conmigo cuando su mano cruzo mi rostro. La mujer seguramente podía intuir donde la llevaría aquello, pero realmente no se hacia una idea clara, pues si pasar ese limite con cualquiera de nosotras podía ser malo hacerlo conmigo seguramente era aun peor, y mas en aquel momento.

Así que como única respuesta me lleve la mano a mi rostro y la mire entrecerrando los ojos. Había cometido un enorme error y la mujer lo sabia de sobra.

La estupida criada no prefirió recular tambien a lo que le pedía, mala idea tambien.

Llevaba días en un estado de animo que no era el mejor de todos, y aquella situación, la tensión de que pudiera pasarle algo a Isobella y encima Edwina se creyera en una posición que aun no tenia... Note arder algo dentro de mi en aquel momento y apreté los dientes y las mano en el vestido hasta que entro Isobella.

No dije una sola palabra, y quizás eso era peor a que abriera la boca, pues mis compañeras sabían que rara vez me callaba lo que pensaba, lo había dejado claro en mas de una ocasión y cuando mi estado emocional no era bueno aun era peor. Tras las visitas de mis hermanos siempre estaba mas feliz pero ahora mismo eso era lejano.

Por suerte parecia que todo tendría un momento de paz y cuando pude moverme corri rápidamente para alcanzar a mi amiga y abrazarla con fuerza - Shh... Estas bien... - 

Su corazon latina con fuerza como el mio y mis manos acariciaban su cuerpo intentando consolarla, no sabia que había pasado hasta que llegaron allí pero ahora mismo ella era lo único que me importaba ya que parecía que Edwina haría lo que le diera la gana hasta que legara mi tía.

Mi mirada cayo sobre el joven rubio que la había apuntado y el que parecía estar al mando de los hombres sin dejar de abrazar a mi amiga... ¿Las armas? Cualquier cosa puede valer como arma si quieren hacernos daño, hasta uno de los candelabros del salón, o el cristal de un vaso roto.