Partida Rol por web

Tiempo robado

Rosas y Orquideas

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15/03/2016, 20:04
Director

Viernes, 19 de Febrero de 2016

18 h

La mañana del viernes en la Rosa del Desierto había pasado exactamente como cualquier otra mañana de viernes, entre clases, ensayos e instrucciones para seguir perfilando aquello que ya estaba perfilado. Era una tarea sobrehumana hacerte más maravillosa, exquisita o educada pero Madame Luisine no parecía querer entenderlo y siempre era agradable tener algunas horas para poder disfrutar de la caligrafía o expulsar una pequeña mota de la Kaede oculta en un verso de haiku que solo los oyentes más astutos podrían saborear.

Las tardes del viernes, no obstante, eran tardes ajetreadas que tu volvías calmadas y especiales. Era la peor tarde para Madame Luisine y, sin embargo, aquella que esperaba con más ansia.

Después de comer te diste un baño, no por placer ni por necesitarlo, sino por imposición de la Madame, los viernes os quería limpias, a todas, sin excepciones, y os quería, además, perfumadas con el perfumen de importación que ella misma se encargaba de entregaros, recoger y guardar de semana a semana.

En el interior de la Rosa del Desierto la temperatura era exactamente la misma todos los días del año, ni hacia fresco ni calor, casi parecía que ese edificio le hubiese declarado la guerra al clima, a las estaciones y al sudor. Fuera, el invierno acababa de dar paso a la primavera y cuando ella había querido entrar, el viejo traicionero le había pisado un pie. Era poca la nieve que se había dejado caer por la ciudad soleada San Diego, California, pero de ella no quedaba ni rastro, como si de la mañana a la noche hubiese temido competir con tu rostro.

Quedaba una hora para que Madame Luisine diera la orden de abrir las puertas del desierto, y tu ya te encontrabas maquillada y prepeinada en tu camerino. Éste era una habitación anexa a tu dormitorio con puerta independiente sin cerrojo alguno; otra puerta conectaba con el dormitorio pero de ella solo tu y Madame Luisine tenías llave. En tu camerino no había ningún espejo, pero se habían conservado su marco sobre el tocador en el sitio en el que debería estar y el espejo de cuerpo entero que tiempo atrás había estado cubierto por un velo ahora había encontrado su razón de ser en el camerino de Charlotte.

El kimonio de esa noche se encontraba colgado en un maniquí fabricado con tu patrón y porte, y los adornos para tus cabellos descansaban perfectamente alineados sobre tu tocador.

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15/03/2016, 20:50
Charlotte Regina

Todavía te encontrabas a medio vestir cuando Charlotte entro en tu camerino a toda prisa y, seguida por sus faldas, cerró la puerta a su espalda, apoyándose en ella con un suspiro, largo, sentido, placentero.

Se tomó unos segundos antes de levantar sus ojos de las diminutas puntas de sus zapatos que lograban coger aire bajo su vestido para mirarte. Sus pestañas dibujaron todo el recorrido de esa acción y solo cuando sus ojos estuvieron completamente abiertos se clavaron en los tuyos con dejó que una sonrisa feliz, coqueta y tímida naciera en sus labios, poco a poco, con seductora lentitud.

- K, ¿adivinas quién ha reservado? -te llamó por ese apodo que ocultaba dos de sus mayores defectos, la vagancia en el habla y su inseguridad para pronunciar palabras extranjeras- ¡Ford! -respondió sin molestarse a dejarte hablar sonriendo muchísimo más con el tintineo de sus ojos que con esos labios que ya nunca sabían ser naturales- ¡Va a volver!

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15/03/2016, 21:57
Watanabe Kaede

Futari mishi

Yuki wa kotoshi mo

Furikeru ka.

-¿La nieve que cae es otra este año?- Matsuo Bashö.

-¿Quién puede decirlo, si igualmente ha de desaparecer?- Kaede. Sea quién sea.

Sin poderlo evitar, de mis labios surge un largo suspiro frente al marco vacío del espejo. Resulta obvio que es sincero, pero me resulta complejo encontrar la causa. Tal vez sea porque el perfume, traído directamente desde Japón, me hace sentir nostalgia por las islas que forman la cuna solar, a pesar de que nunca las he pisada. O, tal vez, simplemente me estoy convirtiendo en mi propio personaje, puesto que cuantas más veces se repite una mentira, más cerca se encuentra de llegar a convertirse en una realidad.

Lo más probable es que simplemente me encuentre cansada. Después de todo, los viernes son días complicados para todos en la Rosa, no por el hecho en sí de tener que escribir delicados haikus con tinta y pincel, siguiendo una tradición tan arcaica como gratificante, sino por la sensación de tener a Madame Luisine sobrevolando como un buitre sobre mi cabeza, esperando el más mínimo error para abalanzarse sobre mí. Y esa, después de todo, era la parte fácil. Una vez que la representación daba comienzo, nadie vigilaba en busca de un desliz, porque la posibilidad de un desliz era en sí misma inconcebible.

Las horquillas pronto comienzan a transformar mi cabello en un reflejo de mi propia alma, si es que verdaderamente existe: una complicada obra de arte, tan hermosa como artificial. Todo rastro de naturalidad debía ser extirpado, como si fuera una enfermedad, tal y como exigía, entre otras, la doctrina confuciana... aunque, por supuesto, mi "madrastra bruja" no sabía nada de aquello, y a ella eran otras pulsiones, como la avaricia, la que la movían al mismo resultado.

Apenas me limito a volver la cabeza brevemente cuando oigo el sonido de la puerta y distingo la figura de Charlotte, antes de seguir ocupándome de mi vestuario. Después de todo y al contrario que el resto del mundo, mi compañera no necesita de mi atención fingida, y sin embargo, en esta ocasión, espera a que todos mis sentidos se centren en ella antes de hablar.

Una cierta preocupación me invade al ver su apariencia arrebatada, y es que, independientemente de nuestra amistad, nuestras aspiraciones no tienen tendencia a coincidir. Más bien todo lo contrario. Y la palabra que surge de su boca, como si en un golpe de voz hubiera concentrado toda su emoción, no hace sino confirmarme mis peores predicciones.

Ford. Un fantasma del pasado ante el que su sola mención no puedo sino irritarme o, al menos, una parte de mí se irrita. La otra, esa que indudablemente se hace con el control, solo esboza una dulce sonrisa. ​-"La separación, incluso con personas con las que en el camino se ha compartido la sombra de un árbol, o se ha bebido el agua de un mismo río, es siempre dolorosa." Me alegro de ver que no nos ha dejado para siempre.- Recito, citando un pasaje del Heike Monogatari. Me detengo unos segundos, asegurándome de que el kimono se encuentra bien colocado, y aprovechando al mismo tiempo para calmar mi mente y tratar de distinguir mis pensamientos: si, según los autores clásicos, una separación es siempre dolorosa, un reencuentro entre una pareja frustrada no puede ser sino peor.

-¿Cómo me veo?- Pregunto aun así, con tranquilidad, viéndome obligada a confiar en la opinión experta de la doncella inglesa ante la ausencia de ningún objeto reflectante. Y, quizás a causa de la tensión, una frase tan impropia como la "K" que ella antes ha pronunciado es formulada con algo de picardía por esa sombra que duerme en mi corazón. -Creo que debo ser la primera geisha de la historia en hacerle una pregunta semejante a una dama victoriana, y además en un desierto. ¡Qué insondable es el destino!

Sacudo la cabeza durante un instante, como si me estuviera reprendiendo a mí misma, antes de añadir, nuevamente con seriedad. -¿Has logrado enterarte de a cual de nosotras tiene intención de ver?

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30/03/2016, 15:05
Charlotte Regina

Charlotte te mira con los ojos iluminados y los labios ligeramente abiertos en el nacimiento de un suspiro que no dejará de ser ese preludio de un aliento esperado por el artista que se esconde tras tu cita. Sabes, tanto como ella, que sus gestos y actitudes no son predestinados a que tu los recibas, pero aun así cada fibra de su ser vibra en armonía con su personaje, como si, a diferencia de ti, no existiera ni otra personalidad, ni una incógnita en su interior. Desea una vida normal y ello es tan patente como previsible su facilidad por entregarse a cualquier cabo de hilo que la lleve a ese sueño que, a su vez, teme amargo.

En cuanto empiezas a arreglar tu kimono, ella se separa de la puerta para acercarse a ti y sin decir nada, extiende sus finos dedos para arreglar con delicada prudencia y suavidad uno de los pliegues del lazo del cinturón o obi.

- Hermosa- señala moviendo lo mínimo posible los pétalos de rosa que son sus labios, y lo hace con tal inmediatez a tu pregunta que cuesta distinguir si se trata de una afirmación que ha encontrado el momento adecuado para ser pronunciada o de una respuesta tan genuina que no su mente no ha necesitado filtrar-.

Asiente a tu observación, sin que sus ojos lleguen a apartarse de los tuyos, sumergiéndose en tu mirada hasta convertir la suya en un mar hipnotizarte -Qué insondable es, sin duda -te sonríe y pinza su falda con los dedos corazón y pulgar para entregarte una fina, discreta pero elegante y nada servicial reverencia-.

Al volver a estirar sus rodillas y tobillos empieza a retirarse buscando de nuevo la puerta con una sonrisa pícara y socarrona en los labios - No ha estado en mi mano tal información, K, pero no creo que seáis vos, mi señora - abre la puerta y te dedica una última mirada por encima del hombro antes de marcharse-.

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31/03/2016, 17:56
Watanabe Kaede

Una sonrisa extraña, que mezcla a la vez condescendencia, envidia y el orgullo de una gemela por los logros de su hermana, se dibuja sobre mis labios al observar la sintonía de Charlotte con su papel. Decididamente, podía comprender que los hombres quedaran prendados del lento movimiento de sus labios, así como de su mimosa cortesía y de esa dulce feminidad que parecía surgir en cada uno de sus gestos. Lo que escapa una y otra vez a mi lógica y razón es el hecho de que sea ella, precisamente ella, que parece ser incapaz de vivir de otra manera que como una doncella que debió nacer hace dos siglos, sea aquella que desea con más intensidad ser como cualquier otra persona.

-Será cosa de su educación victoriana...- Me respondo a mi misma, mentalmente, mientras aliso el kimono y me aseguro de que no se abra, como les ocurre a las occidentales para las que sus formas excesivamente curvas no están preparadas. Mi porte gana casi un centímetro de estatura cuando finalmente me subo sobre las sandalias de madera, decorada con discretos fragmentos de seda roja. -A fin de cuentas, esa época era excesivamente puritana. En la actualidad, hemos perdido el pudor, pero no la hipocresía.

Suelto un suspiro, algo entristecida por mis propios pensamientos, y sin ser capaz de decidir si es mejor vivir en una verdad cruel o en una hermosa mentira. Me inclino brevemente, a la manera nipona, correspondiendo a su reverencia, y añado, con el tono de voz de quién está diciendo algo profundo -Pero nada es más insondable que el corazón de una mujer y los pesares que esconde. Esta noche luces más bella que nunca, Charlotte.- Termino, con completa sinceridad y algo menos de melancolía.

El destino era cruel, por haber hecho que Ford fijase su mirada en mí en lugar de en ella: de haber sido a la inversa, todos podríamos haber sido mucho más felices. Verdaderamente, en momentos como aquel, no puedo dejar de pensar que el zen está en lo cierto cuando dice que las pasiones son el origen del dolor, y que la verdadera calma solo puede obtenerse en la ausencia absoluta de deseo. ¿Pero cómo puede una persona renunciar a toda esperanza y sentimiento? De hacerlo, ¿qué quedaría de humano en ella?

-Y esto es por lo que nunca habría sido una buena sacerdotisa... Pero Madame Luisine no me cuida para que piense, ni como geisha, ni como Kaede, ni como mujer, sino para que actúe.- Me recrimino, mientras mi compañera abandona la habitación. Al menos, su respuesta sirve para tranquilizarme en cierta forma: si el abogado volvía a la Rosa pero nuestros caminos no llegaban a cruzarse, no me resultaría difícil fingir que nunca había vuelto. Después de todo, ser una maestra en el arte de mentir tiene la ventaja de poder mentirse a una misma cuando se vuelva necesario. Y nadie se ha mentido tantas veces como yo.

Dando pasos cortos y con esa sombra pensativa, que tanto gustaba a los clientes, cubriendo mis ojos, como si mi mente estuviera muy lejos de allí, absorbida por la belleza de un anochecer que, después de todo, no puedo alcanzar a ver, pero que me otorga el toque poético y exótico que todos los visitantes buscan en mí, salgo al exterior del camerino. -Yo ya he cumplido: ahora solo es cuestión de que el azar, el karma, o Dios, disponga el resto de la noche. Quien sea el responsable, a mí me da lo mismo.- Pienso con un tanto de acidez, dispuesta a dar comienzo a la representación.

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06/04/2016, 17:42
Director

Aquella encrucijada entre cordura y la locura, el sueño y la realidad, vivir o estar que tantos pensadores presos en disfraces habían recorrido como tu mente recorría cada noche pintaba en ti esa luz de un anochecer eterno tan imprescindible en tu imagen como , en el fondo, sincero para ese Tu perdido, escondido o dormido. Estabas radiante más incluso que aquel elogio que habías regalado a Charlotte.

Sales del camerino y el pasillo que se abre a tu lado es tan vacío y frío que no invita a quedarse en él más de lo necesario, es un paso estrecho, diseñado para que solo dos personas muy delgadas puedan caminar juntas o, en su defecto, necesiten solaparse por el hombro o una caminar los pasos de la otra. Junto a tu camerino quedaba el de Raina Scheherazade, y el siguiente era el de Charlotte, justo pasada la puerta de la dama victoriana un nuevo pasillo se abría perpendicularmente algo más ancho pero sin duda igual de frío y vacío para llevar a las exóticas flores que esperaban en el pasillo que se abría a ambos lados de él al desierto que tanto necesitaba de su belleza.

 Y en el extremo de ese nuevo pasillo sabías que te esperaba Madame Luisine, a todas y cada una de vosotras, pero en especial a ti. Ere en ese metro cuadrado previo al escenario en el que se aseguraba de que estabais perfectas -y se aseguraba de no ser así que nunca más planearais fallarle- y os daba paso al escenario para abrir la noche en la Rosa con un pequeño número de presentación antes de permitiros bajar a mezclaros con el público y esperar a quien os pidiera un bis más privado, reservado o exclusivo. 

Notas de juego

Si no quieres hablar con Luisine, puedes describir hasta que bajes del escenario. Entonces te meto gentecilla :) 

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28/04/2016, 14:38
Watanabe Kaede

Nada más salir al pasillo, lo primero que me sacude es el frío, que parece surgir al mismo de tiempo de la temperatura y al mismo tiempo de la ausencia de personalidad que lo recorre. Como tantas otras veces, no puedo dejar de pensar que un corredor de la muerte debe ser un lugar muy parecido: unas paredes desnudas salpicadas de celdas que no contienen otra cosa que la muda resignación de los condenados, ya que de ellos queda demasiado poco como para considerarlos individuos reales.

Ni siquiera me detengo un instante, ni mi mente sufre ninguna variación, cuando tengo que doblar la esquina que me llevará de la seguridad que la intimidad propicia, a la atenta vigilancia de Madame Luisine. A partir de este momento, cada pupila sería un enemigo, un cazador tendiéndome una trampa, un juez poniendo una etiqueta (artista, prostituta, mentirosa, bella...) que me robaría algo más de identidad para convertirme en poco menos que arquetipo... y aun así, por mucho que lo odie y me repugne, parte de mí lo necesita. Y es que, ¿qué es un árbol que cae donde nadie pueda escucharlo? Para poder ser algo, alguien me tiene que ver, y yo me alimento de las miradas hasta el punto de llegar a una simbiosis en la que resulta difícil decir quién es la víctima y quién el parásito. Mientras actúo, al menos sé quién soy, lo que soy: todos mis problemas vienen cuando cae el telón y los focos se apagan, dejándome a solas con mis pensamientos.

Es casi un ritual: inclino brevemente la cabeza justo antes de pasar ante mi "madre", percibo sus ojos recorriéndome desde las flores de mi pelo hasta mis pies, siento esa embriagadora sensación de vértigo en mi estómago a causa de la presión de salir al escenario... y ya no hay nada más que el personaje, que la exótica geisha capaz de tocar un shamisen y recitar un haiku, ignorando aunque no ignorante de la risa cínica que parece surgir del fondo de su cráneo.

Y, después, al bajar del escenario, solo queda esperar a que alguien me requiera. Y, ¿para qué negarlo?, sé que estoy solicitada y eso me enorgullece. Puestos a ser una muñeca, prefiero al menos ser la mejor de las muñecas. Además, ese toque de altivez siempre gusta entre los clientes... ridículo.

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05/05/2016, 22:42
Director

Ya desde el escenario sientes varias miradas requiriéndote, labios ansiosos para acariciarte con tan solo una palabra, corazones deseando que te gires hacia ellos, que sepas que están allí y que lo están por ti. Fantasiosos de tu olor y compañía.

Sientes como entre el público tu presencia, tu nombre y tu personaje se convierte en un anhelo, en una utopía que muchos creen inalcanzable. Pero también sientes una mirada fría, una mirada que no solo juzga, sino que dictamina, y aquella sentencia no se te antoja negativa aunque no haya fascinación en ese ojos verdes ocultos en las sombras de una esquina.

Al bajar del escenario, las personas más próximas a él, apartan la mirada a tu paso, cohibidas e intimidadas aunque una sonrisa femenina corre a tu encuentro y un guiño de ojo espera a que en algún momento de la noche decidas acercarte.

Más lejos, junto a la barra que delimita uno de los lados del local, ves a un hombre trajeado desapalancarse de ella para empezar a dibujar su camino hacia ti, pero antes de que el rubio llegue a ti, David Ford se cruza en tu camino con una rosa silvestre en su mano izquierda, sin tallo.

Va vestido con una camisa azul oscura -o tal vez sería celeste si no fuera por la penumbra del propio local-, unos tejanos, y aun en interior, cubre sus ropas con una gabardina marrón. Sus zapatos son claramente de vestir.

Ford te dedica una sonrisa a la par feliz y añorada al tenderte ese flor sin un saludo previo, que resulta evidente que no cree necesario.

- Su belleza jamás será tan real como la tuya, mi querida Kaede -sus palabras suenan a disculpa y su mirada es la propia de un soñador-. ¿Cómo has estado?

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16/05/2016, 14:17
Watanabe Kaede

Sin ninguna duda, los ojos son el elemento más atractivo de una figura humana. Desde el negro más oscuro, al que siempre he asociado el tacto de la seda, hasta un gris níveo, pasando por los verdes, azules y dorados en los que parece verse reflejado el corazón mismo de la naturaleza, hay en el iris una magia especial, que trasciende infinitamente por encima de las formas del cuerpo. Cálidos o fríos, escrutadores o melancólicos, en ellos es dónde el espíritu tiene tendencia a residir y, por la misma razón, aquello que la gente como yo debe tener más cuidado en ocultar.

Pero, al mismo tiempo, como geisha también he aprendido a leer en ellos, a percibirles deseos que los mismos hombres desconocen que poseen, a recogerles la fascinación que les provoco como si fuera una droga con la que soportar la vacuidad del día a día...

...y, por esa razón, encontrar que mis encantos han resbalado sobre una de aquellas miradas me provoca una sacudida interna, que mezcla la humillación, el disgusto, e incluso el miedo porque, ¿qué será de mí cuando el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre? Educada en el mono no aware propio de las islas, comparto la apreciación de que la verdadera belleza debe ser tan espléndida como fugaz, pero no es algo que desee para mi persona. Especialmente, porque Madame Luisine no tiene reputación de cuidar de damas caídas en desgracia, y ningún futuro puede esperarme fuera del burdel.

Por supuesto, la consciencia de mi propia fragilidad, que se manifiesta en mis lentos y cuidados pasos así como en melancólicos suspiros, favorece la representación, pero lo que no lo hace tanto es mi orgullo resentido. Por esa razón, ignoro altivamente las esmeraldas que relucen en la oscuridad mientras bajo del escenario, prometiéndome a mí misma que esa noche mi papel será tan sugerente como para haber lograr hechizarlas para cuando salga el sol.

Y, para ello, lo cierto es que alguien como Ford es mi pareja perfecta, por mucho que una sombra de dolor sea lo primero que me recorra en cuanto distingo su rostro. La sonrisa que se dibuja en mis labios al escuchar su saludo, sin embargo, es muy real, aunque las razones de su formación no estén debidas al elogio sino más bien a la ironía.

-La rosa siempre ha sido el emblema de Occidente por su carácter fuerte en comparación con la dulzura del cerezo. Es un hermoso detalle...- Correspondo, tomándola delicadamente entre mis manos, para a continuación retirar una de las horquillas de mi peinado junto con la flor que lo adorna para entregársela a su vez -Parece justo que ahora yo le entregue una propia de mi país natal.

Sigo andando hacia delante exhibiendo mi figura por la estancia, asumiendo que el abogado me seguirá en el trayecto. -La nieve se ha escarchado y fundido al otro lado del Desierto, pero el tiempo no ha pasado en el interior de estas paredes. Nada ha cambiado en su ausencia, especialmente ahora que su vuelta ha puesto fin a la nostalgia que su partida nos causó.- Contesto, girando el regalo para observar todas sus perspectivas y todos y cada uno de sus pétalos. Así, además, evito fijar mi atención en ningún cliente, puesto que no hay premio más deseado que el que parece más inalcanzable. -¿Y usted?

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06/06/2016, 20:12
David Ford

Ford escucha tus palabras con tal placer auditivo por la melosa caricia de tu voz, que no resulta difícil imaginarle cerrando los ojos y abriendo su oído para degustar esa melodía que tocabas tan solo para él. Y en el momento en que vuelve a sentirte a través de esa rosa que os conecta y os reencuentra, sus labios recuerdan la forma de una sonrisa, emborronada por la melancolía y un amor sangrante que se empeña en guardar en su pecho. Corresponde a tu gesto de entregarle una flor en retorno de la suya, y al tomarla entre dos dedos como si se tratara de un señor refinado mareando vino, inspira profundamente por la nariz un aire que si llega a soltar lo hace con tal sutileza que se pierde en la respiración más convencional.

Cuando empiezas a andar, sigue tus pasos por el salón, procurando no perder tu estala ni el perfume de tus palabras y en cuanto le tiendes la palabra, sus pasos disminuyen hasta pararse - No merezco tu regalo -responde después atropelladamente, y su voz llega a ti como un susurro antes de que Ford retroceda un par de pasos dispuesto a perderse entre los clientes del Desierto, y tal vez, a perderse también en el tiempo.