Partida Rol por web

La lanzadera militar de clase Tintorera realiza con presteza el corto trayecto entre el AURORA y la gran nave prospectora que ejerce funciones de Estación Orbital Minera en torno al gigantesco asteroide Palas.

Otras megacorporaciones con más recursos construyen verdaderas estaciones mineras de superficie, o bien satélites artificiales permanentes… pero la Kompania Mondordo no puede permitirse tales dispendios y suelen limitarse a enviar una nave de ciertas dimensiones que cumple como puede las funciones de estación minera, apoyada por lanzaderas y otros prospectores menores que la toman como nodriza. Su capacidad de recolección de materiales y procesado es notablemente inferior, pero al estar autopropulsadas pueden transportar el cargamento por sí mismas cuando la bodega está llena… y eso abarata costes.

Cuando os transmiten los códigos de ensamblaje con ellos viene el nombre de la nave que estáis a punto de abordar: se trata del Alexei Leonov, un nombre que seguramente conmemora alguna remota celebridad de los albores de la era espacial que hoy día ya nadie recuerda. La maniobra es casi automática de modo que no supone el menor reto para un piloto militar bien entrenado como Karl Agathon.

Una vez acoplados y antes de abrir la exclusa, el sargento Pentecost reclama vuestra atención:

- Señor, cuando estemos a bordo de esa estación mis marines se limitarán a ser una escolta, pero hasta entonces solicito permiso para hacerme cargo del desembarco como si se tratase de una zona no controlada -comenta con un tono muy bajo, casi un susurro, dirigiéndose al mayor Tigh- Nos han invitado a bordo y proporcionado los códigos de atraque muy amistosamente, pero en el fondo no sabemos lo que podemos encontrarnos ahí… permítanos hacer esto como es debido.

Tigh le observa con gesto serio y medita su propuesta unos instantes, para luego asentir:

- Conforme, sargento, hagan su despliegue -concede- Esperaremos aquí, tras la cámara estanca, hasta que nos den vía libre.

El sargento Pentecost se vuelve a sus muchachos con una sonrisa lupina que hace resaltar su blanca dentadura y les arenga:

- Bueno, muchachos, vamos a tener que movernos rápido ahí dentro -les insiste- Quiero un despliegue como Dios manda, joder, hay que tener esa sección controlada en diez segundos…

Se vuelve hacia Ochoa, con diferencia el más veterano, y le indica específicamente:

- Ya sabes lo que son las escotillas: un puto cuello de botella perfecto para una buena emboscada -señala con dos dedos y luego hace un gesto con el canto de la mano- Quiero que Ford y tú os ocupéis del frente de babor, será todo vuestro… podéis dejarnos estribor para Agathon y para mí…

La subsiguiente maniobra es una coreografía perfectamente orquestada, los cuatro marines coloniales activan la presurización de sus armaduras de combate para no exponerse a los efectos de cualquier posible tóxico ambiental y preparan sus armas.

Cuando se abre la compuerta de acoplamiento, los cuatro se lanzan al interior como un solo hombre abriéndose en abanico hasta controlar en apenas un instante la bodega de carga que se encuentra más allá. Si hubieran encontrado oposición armada difícilmente habrían podido sacar provecho de la posición aventajada.

Entonces Pentecost realiza un rápido análisis de la calidad del aire y da el visto bueno para que se abra la escotilla que permitirá desembarcar al resto.

En ese momento se abre una compuerta al fondo y un solitario civil desarmado se acerca dubitativo y titubeante, claramente impresionado por vuestra agresiva entrada:

- S-soy Kowalsky -se identifica- M-me han enviado aquí para conducirles ante el viejo... digoooo... el jefe Kodai.

Tigh reacciona en seguida, tras haber visto por el sistema de seguimiento de los marines, que transmite de forma codificada imagen y sonido a los monitores de la lanzadera, que la zona está asegurada. Se pone en pie, alisa su uniforme de oficial con ambas manos y abre la escotilla presurizada para entrar en la estación orbital con una amplia sonrisa en el rostro:

- Soy el mayor Saúl Tigh, primer oficial del Crucero de Combate AURORA -anuncia al comité de recepción de un solo hombre- Le seguiremos encantados, tenemos que hablar personalmente con el comandante Kodai...

Desfile militar, algo totalmente típico en una situación así. Se hace evidente entonces lo que el pequeño hombre llevaba rondando en su cabeza desde que se reunió con sus iguales en el puente de mando. Que aquello no era una invitación tan de cortesía como intentaba que pareciera en un primer lugar. Pura fachada, y no era lo único que le parecía pura fachada en aquella nave.

Cuando todo estuvo controlado, y Saul encabezó la comitiva, el pequeño hombre, siempre rehusando estar en primera fila o primera plana, avanzó tras él, solo adelantandose para ofrecerle su mano en señal de amistad y respeto al comité de recepción. - Kowalsky, es un placer. Agente Bester. - Se presentó. - Espero que este despliegue puramente preventivo no haya enturbiado la visita. -

Había cosas que no me gustaban, o me desagradaban. Pero una de ellas no era la ingravidez. Es mas, la encontraba muy agradable. En uno de los carísimos e incontables hoteles que había recorrido en mis trabajos. Tenían una sala de ingravidez. La alquile un día entero. Para mi uso y disfrute personal. Costo una millonada. Pero para una persona que el dinero solo son ceros y unos no es demasiado problema. No es que fuera rica. De hecho no tenia nada. Todo el dinero que utilizaba o manejaba era de la Weltherrschaft Korporatsiya. Y ellos no se solian preocupar por que gastara de mas siempre y cuando cumpliera con sus trabajos.

La sensación de la ingravidez me era lo mas parecido a lo que debían sentir los bebes en el vientre de su madre. Flotar libres. Claro que yo nunca lo había experimentado. El haber nacido en una probeta de laboratorio es lo que tenia. O el haber crecido en un entorno controlado hasta el mas mínimo detalle. Todas las cosas que la gente daba por supuestas para mi eran desconocidas.

Aunque gracias a cierto Doctor  estaba empezando a descubrirlas. Me sorprendió mucho el que me viniera a la memoria cuando iba a trabajar. Cuando trabajaba nunca había distracciones mi mente estaba centrada al máximo. En cambio ahora me sorprendí pensando en el. De una manera tan inocente. Y pura. Algo que en mi vida siempre había faltado. Bueno pureza había habido mucha pero en el sentido de algo bueno y virtuoso.

Entre flotando hasta el transbordador sin mayores problemas y ocupe el asiento que tenia asignado.

La lanzadera hizo el recorrido en tiempo record.  La verdad es que la estación es algo decepcionante. Pero claro cuando trabajar para la Weltherrschaft Korporatsiya muchas cosas se vuelven decepcionantes.

Por fortuna tardamos poco en acoplarnos.

Escuche la conversación entre Pentecost y el Primer Oficial. Para luego sonreír con las ordenes del Sargento. Me resultaba graciosa la forma de darlas. Para ser Marines lo cuales tendrían que tener una jerarquía muy establecida me resultaban graciosas la bromas. Aunque claro lo mismo era por eso que no era la mas sociable del mudo.

-¿Como dios manda? Dudo mucho que Dios se entretenga ordenando formaciones de marines. El es más de mirar. Un jodido Voyeur.

Aunque tenia que concederles que se desplegaron con una habilidad marcial bastante encomiable.

Estos se encontraron con un pobre civil el cual casi hizo cambiar sus pantalones de color. Pero claro no todos los días llegarían semejantes comitivas.

Había cosas que no me gustaban, o me desagradaban. Pero una de ellas no era la ingravidez. Es mas, la encontraba muy agradable. En uno de los carísimos e incontables hoteles que había recorrido en mis trabajos, tenían una sala de ingravidez. La alquile un día entero para mi uso y disfrute personal. Costo una millonada, pero para una persona que ve el dinero sólo como ceros y unos, no es demasiado problema. No es que fuera rica, pero el dinero estaba para gastarlo. Siempre quería descubrir cosas nuevas.

Aunque gracias a cierto Doctor estaba empezando a descubrirlas. Me sorprendió mucho el que me viniera a la memoria cuando iba a trabajar. Cuando trabajaba nunca había distracciones, mi mente estaba centrada al máximo. En cambio, ahora me sorprendí pensando en él. De una manera tan inocente. Y pura. Algo que en mi vida siempre había faltado. Bueno, pureza había habido mucha, pero no en el sentido de algo bueno y virtuoso.

Entré flotando hasta el transbordador sin mayores problemas y ocupé el asiento que tenia asignado.

La lanzadera hizo el recorrido en tiempo record.  La verdad es que la estación es algo decepcionante. Pero claro cuando trabajar para la Weltherrschaft Korporatsiya muchas cosas se vuelven decepcionantes.

Por fortuna tardamos poco en acoplarnos.

Escuché la conversación entre Pentecost y el Primer Oficial. Para luego sonreír con las ordenes del Sargento. Me resultaba graciosa la forma de darlas. Para ser marines coloniales, con una jerarquía muy establecida, me resultaban graciosas la bromas. Aunque claro, lo mismo era por eso que no resultaba la persona más sociable del mudo.

-¿Como dios manda? Dudo mucho que Dios se entretenga ordenando formaciones de marines. Él es más de mirar. Un jodido Voyeur.

Aunque tenia que concederles que se desplegaron con una habilidad marcial bastante encomiable.

Entonces se encontraron con un pobre civil, el cual casi hizo cambiar sus pantalones de color. Pero claro, no todos los días llegarían semejantes comitivas.

No me había resultado demasiado complicado llegar hasta aquella estación minera. Durante el viaje me habia mostrado mas silencioso y pensativo que de costumbre. Y es que estaba claro que, desde aquel viaje para recoger a Rogers, estaba mucho mas callado, menos comunicativo.

Sin embargo, aquello no me impedia, ni de lejos, cumplir con mi cometido. Asi pues, cuando Pentecost dio las ordenes para la formación, asentí, colocandome a la derecha, junto al sargento, preparado para realizar aquel despliegue y ver qué era lo que nos esperaba en aquella estación.

Tras la comprobación rutinaria y el gesto de Pentecost para que todos bajaran del transporte, observe al hombrecillo que habia venido a recibirnos. Un civil, sin duda, que parecia haberse cagado en los pantalones ante nuestra entrada, lo que consiguio arrancarme una sonrisa que, afortunadamente, acabó oculta bajo aquel casco.

Rick Kowalsky es ni más ni menos lo que aparenta ser.

Resulta tan gris y vulgar que apenas merece atención, un tipo desmotivado que se deja llevar por la inercia del día a día, embarcado en una vida rutinaria, desagradable y monótona, que no le llena pero permite pagar sus facturas, el alquiler de un apartamento en una zona relativamente decente de la megalópolis de Sao Paulo y los gastos de su familia. Apenas los ve, pero los mantiene, vive en soledad, literalmente aislado del mundo… pero hace ya tanto tiempo que ni siquiera los echa de menos.

De hecho, apenas los soporta cuando vuelve para visitarlos. Demasiados gritos y jaleos. Cuando uno está acostumbrado a vivir en el espacio, tratando sólo con dos decenas de personas que van a lo suyo y no están para demasiadas conversaciones, las aglomeraciones urbanas o una casa llena de críos chillones apenas te resultan tolerables. Ya hace bastante pagando las facturas, no hace falta que además conviva con ellos. Así que, en cuanto puede, se embarca de nuevo en un nuevo vuelo mercante y reinicia el ciclo de soledad y hastío.

Este es un hombre gris, ni demasiado listo ni muy ambicioso, no del todo honrado, ni con unos grandes valores morales, pero desde luego tampoco un conspirador peligroso. Y ahora mismo sólo está deseando que os marchéis sin causarle demasiados problemas para poder volver a su rutina…

El operario de la instalación minera se queda boquiabierto viendo como tras el despliegue militar un tipo con uniforme de oficial, otro más menudo vestido de negro riguroso y dos hermosas mujeres trajeadas con estilo ejecutivo emergen de la lanzadera y avanzan hacia él muy sonrientes.

El viejo oficial se presenta y afirma estar dispuesto a seguirle, mientras el hombrecillo de negro además le tiende la mano para estrechársela. La situación es desconcertante, pero Kowalsky observa de reojo las armas de los marines coloniales… y si tiene alguna opinión personal al respecto se la guarda escrupulosamente para sí mismo.

Se suelta educadamente del inesperado apretón de manos, con una sonrisa de circunstancias… y hace un gesto con la cabeza hacia la compuerta del fondo, pronunciando una sola palabra:

- Síganme.

El sargento Pentecost observa cada tramo de la estación minera, atento a posibles trampas o enemigos escondidos. Pese a todo el lugar parece practicamente vacío, tal y como se esperaban.

Una vez en lo que parece ser el lugar central de la estación escucha al hombre al mando, un anciano en uniforme. Su forma de actuar es cortés pero se evidencia el rechazo a la intrusión de la comitiva en sus dominios. Pese al lugar de honor en el que le ha colocado el comandante decide mantenerse al margen, de momento, dejando que Saúl o Bester respondan en primer lugar.

La situación pronto se enturbió. La verdad es que habíamos hecho una demostración de fuerza bastante grande. Lo cual no era malo. Sabían que tanto si querían como si no, tenían que colaborar.

El Primer Oficial Tigh se encargo de exponer nuestros motivos. Aunque como buen militar, lo hizo con el tacto de un martillo en un yunque. Si bien es cierto que estamos en una posición de poder, siempre es mejor que el perro no vea la correa. O eso me decía a mí Shmidt.

El tal Kodai no se tomó nada bien la noticia. Una que sin duda daba a entrever que no nos fiábamos de él ni de sus cuentas. Lo cual era cierto.

-Buenos días Comandante Kodai. Lo primero, permítame presentarme a mí y a mi encantadora complemento en este empeño. -comenté con un amplia sonrisa-. Ella es la Srta. Monnipenny de la Weiland-Yutani y yo soy Meredith Vickers, de la Weltherrschaft Korporatsiya. Ante todo, quiero pedir disculpas si nuestra llegada le supone algún percance. Pero sepa que ni a usted ni a sus hombres se les acusa de nada. Simplemente es una tediosa tarea rutinaria. Si todos colaboramos, estoy segura que ésta será lo mas breve y... menos problemática para todos. Así que si tiene a bien. Lo mejor seria que empezáramos ahora mismo.

Sin duda no se tomaría mi simpatía o mi encantadora sonrisa demasiado bien. En el mejor de los casos, no diría nada. Y en el peor se enfadaría todavía más que antes. Lo cual era bueno, por que así sabíamos dónde estaba su límite. Pero si había algo que era verdad, es que la persona muy enojada no piensa con la misma claridad que una que no lo está tanto.

Si oculta algo, que sin duda algo ocultará, estando enfadado será mas fácil que cometa un error.