Partida Rol por web

Winterhaven, antaño era un pequeño pueblo donde los ejércitos reponían provisiones. Debido a que siempre debían de tener que dar al ejército del rey la corona les daba grandes subvenciones para poder mantener a la gente del pueblo y poder cumplir su función. Esto atrajo a numerosos ladrones y asaltantes locales que robaban cada vez que podían, Eso provocó que instalasen un pequeño cuartel y amurallasen la ciudad.

Hoy día tan sólo es un paso para viajeros.

Finalmente os decidisteis por ir a ver por lo menos que querían aquellos extraños. Sin descansar pero por lo menos con el estómago lleno cogisteis vuestro bártulos y las monturas y partisteis hacia Winterhaven. Cuando salíais por las puertas de Undic el reloj de la ciudad, en un simple torreón, marcaban las doce de la noche. Si el viaje no os retrasaba por algún modo llegaríais allí sobre las 6 de la mañana. A tiempo para la reunión.

El camino hacia el pueblo no era tan bien trazado como los que comunicaban las grandes ciudades. Sin pavimento y apenas marcado por las carretas y animales de tiro, provocaba que vuestros caballos no avanzasen a la velocidad deseada. Un inmenso bosque os cubría por la derecha, mientras que las montañas era lo que a vuestra izquierda alcanzabais a ver. El silencio de la noche solo era interrumpido por el ruido de vuestros caballos al avanzar. Algún animal se atrevía a romper ese silencio, como un búho o algún ratón, pero estabais seguros de que ningún otro ser inteligente moraba estas tierras o se atrevía a transitarlas por la noche.

Después de tres horas de camino un ligero olor reconocido os vino a la nariz. Mirasteis a cada lado del camino y caísteis en que podría ser: ¡Una Fogata!. El olor a leña quemada inundaba el lugar. No sabíais de donde provenía pero debía estar cerca.

Ve una leve luz hacia el este. Parece ser que es la fogata y que aun está encendida. No parece estar muy lejos.

Llevamos tres horas en este camino bacheado, alternando ratos encima de nuestra montura con una marcha a pie para dar descanso a nuestras monturas, viajando tras la medianoche con el cielo sobre nuestras cabezas y el aroma a naturaleza rodeándonos. -Oh Caerwyn, ¿disfrutáis de nuestro romántico paseo bajo la luz de las estrellas?-bromeo con Caer visto el paisaje. Estando en un momento de tranquilidad, un olor llega a nosotros, es el olor a civilización, a leña quemada en una hoguera cercana. Me yergo en mi buen caballo y miro alrededor, en busca de la fuente y distingo una leve luz en el este, hago una señal a mis compañeros que parece que también han sentido el olor y les señalo hacia la fuente mientras digo en voz baja - Ahí parece haber una fogata, no parece estar muy lejos, ¿vamos a ver quién va a tener visita esta noche?

—Desde luego —respondió Caerwyn soltando una risita—. Estoy esperando que de un momento a otro alguno de mis galantes acompañantes me regale un enorme ramo de flores frescas.

La arquera aspiró el aroma a leña quemada. Madera de pino, si no le fallaba el olfato.

—Vamos. Probablemente sean sólo viajeros. De lo contrario, habría un cartel que pondría por un lado: cuidado, bandidos —bromeó, saltando del caballo y tomando su arco—. Y por el otro pondría: cuidado, aventureros.

Estoy cansado. Nuestra marcha fue demasiada precipitada, pero eso es lo interesante de nuestra vida. El traqueteo de la carreta me adormece, pero por suerte no lo suficiente como para caerme. De pronto un olor me despierta. Un olor a hoguera. Entrecierro mis ojos buscándola, pero antes de verla Kyras nos señala de dónde se encuentra.

-Princesa, tu eres más de joyas que de flores. Ya hablaré con Gancho para que te regale algo a tu altura.-bromeo.

Kyras y Caerwyn comienzan a hablar de ir hacia la fogata. Si nos acercamos en el mejor de los casos se pondrán nerviosos, en el peor nos atacarán. Estamos a mitad de la madrugada. Pero la verdad es que no me importa. Pase lo que pase me despertará lo suficiente. Y si son unos bandidos... tendrán un jugoso botín.

-Que Tocón vaya por delante. Seguro que un par de flechas no le harán daño en su dura corteza. Si tenemos suerte y no se ponen violentos... No arméis jaleo. Seguramente pensarán que somos bandidos.

Dejo que mis compañeros vayan por delante mía. Pelear nunca ha sido mi punto fuerte y hoy no creo que sea el día que eso cambie.

-No seais duros de mollera y esperad aqui. Ire a mirar sin que se enteren y todos contentos. Con suerte seran unos ricos comerciantes dispuestos a contratar a unos guardias durante un trecho del camino- Digo mientras bajo de mi varonil pony de guerra.

Saco mi espada corta de tamaño humano de su vaina y me preparo para avanzar sigilosamente hacia la direccion señalada por Kyras.

Caerwyn volvió a soltar una risita.

—Me has pillado, Helmuth. Cuando viajaba sola y tenía que portar mi propio equipaje, me imaginaba que era un saco de lleno de anillos, collares y joyas. Jamás dejaría caer algo así.

Asiento ante la idea de Tifon de explorar por adelantado. Mi tía le hubiera acompañado, pero a mi nunca me interesaron demasiado esos subterfugios -Gracias maese Tifon, así podremos recoger unas flores frescas para nuestra princesa -digo mientras sonrío a Caer y me pongo a recoger un par de flores silvestres -Silbad si nos necesitáis.

El mediano se adentró en el bosque, camino a la luz de la fogata- El resto esperáis preparados por si sois necesarios. Los caballos comienzan a tener cierto tono de fatiga y parece que agradecen la pausa. Uno de ellos comienza a comer del pasto y los demás lo imitan, salvo los que tiran del carro que les es imposible alcanzarlo.

Al fijaros en los animales caes en la cuenta de que vosotros también estáis agotados. Lleváis muchas horas sin dormir y eso puede pasaros factura.

Te acercaste con el sigilo de un ratón sin que nadie escuchase siquiera un paso de los que dabas. Llegaste a estar a unos 10 metros de la fogata y pudiste comprobar el variopinto grupo que descansaba, cenando algo que parecían conejos, en un claro, alrededor de el fuego. Unas tiendas de campaña estaban dispuestas alrededor de ellos, cinco para ser más exactos.

Pero el grupo lo formaban seis personas. Tres de ellos portaban unas armaduras que triplicaban tu tamaño y seguramente tu paso. Estaban adornadas con símbolos que no conseguías reconocer. Dos espadones que podrían medir facilmente lo que tú descansaban en sus espaldas dentro de unas vainas de color carmín. Otros dos hombres portaban armaduras mucho más ligeras pero de una preciosa mano factura. Habían dos arcos descansando en el suelo a su lado y en su cintura asomaban un par de dagas. La última era una mujer. La tenías justo de frente aunque ella no podía verte pues jugueteaba con algo en sus manos. No podías ver que era pero veías que la hermosa cara de la mujer se iluminaba por segundos para luego volver al mismo tono que iluminaba el fuego de la fogata.