Partida Rol por web

Te quedas atrás, con tu arma en la mano y un ardiente deseo de destrucción en tu corazón. No quieres huir, no es el estilo de John Kellemport. Enfrentarse a los problemas cara a cara, aunque sea una ola de fuerza imparable, eso es a lo que estás acostumbrado y hoy no vas a cambiarlo. Los tarados se acercan cada vez más, notas el cálido candor del sol acariciándote la cara, y sobre todo los bostezos de Arwassa. No tardará en llegar. Pronto acabará todo.

Sonrío. Me encuentro más calmado de lo que me imaginaría en una situación así. Con el revólver cargado me siento seguro... aún a sabiendas de que es una sensación de seguridad falsa. Tengo la certeza de que voy a morir, y al menos eso me augura tranquilidad. Sé que gracias a esto, mis compañeros tienen una oportunidad.

Mi mente vuela hacia Linda. Me alegro de que mis últimos pensamientos sean para ella. Espero que no le falte de nada y tenga una vida plena y feliz. Sólo lamento no haberle podido explicar en persona... no haber podido despedirme. Cierro los ojos un instante, inspiro hondo y cuando vuelvo a abrirlos me preparo para abatir a cuantos enemigos pueda... y entretener al resto.

- Arwassa... - digo en tono normal. No quiero que mis compañeros escuchen algún grito y se alerten o traten de volver a rescatarme. Ya estoy perdido. - Que os jodan a ti y a los tarados que te adoran. -

Apunto con cuidado y espero hasta tenerlos a seis o siete metros para asegurarme de no fallar. Entonces comienzo a abrir fuego.

Apenas podía ya respirar, se detuvo un momento y dijo de manera casi ininteligible

- eh... eh... parece... que no se detiene esa cosa. Si...si vamos al pueblo nos sigue... seguirá, seguro. Tiene... tiene que haber un método para para para hacerla volver a su plano o a su mundo o a lo que sea - no estaba muy seguro de si todos le escuchaban pues apenas era consciente de que había más gente, tampoco sabía si lo que decía era factible o era una tontería. Flotaba como en una nube, como si todo fuese un sueño, pero algo le decía que aquella cosa no se iría, que habría que echarla.

Seguí corriendo como alma que lleva el diablo, cosa que, realmente, no andaba demasiado desencaminada, ya que una entidad extraña que recibía adoración por parte de esos palurdos nos estaba persiguiendo, con intenciones no demasiado amigables. Sólo esperaba que consiguiéramos huir de aquello, o encontrar un buen refugio para que pasara de largo. 

Pero algo dentro de mi me decía que podíamos darnos por muertos. 

—¿Podemos Incendiar el bosque????!!!!

Grito a la desesperada! Para que mis compañeros puedan oírme 

No dejo de correr y cuando veo que alguno de mis compañeros desfallece y para exclamo:

- Si nos paramos moriremos, en el pueblo le haremos frente... al menos hay coches para huir.

Jamás habías tenido un momento de mayor lucidez y serenidad, sacas tu arma lentamente y apuntas con cuidado mientras los hombres de Stonecrest avanzan convertidos en bestias. No te inspiran ni la más mínima lástima pese a su patetismo, pues han cedido aquello que les convertía en humanos para convertirse en esclavos de una cosa que está más allá de su comprensión. Cuando el primero de ellos está lo bastante cerca del alcance seguro de tus balas, disparas. Los proyectiles salen del cañón con fluidez y atraviesan hueso y carne.

En pocos segundos abates a seis de ellos y ni siquiera pestañeas. Sin embargo las bestias sí detienen su avance, temerosas de tu presencia pese a superarte en número. Hay una fiereza en tus ojos que demuestra el poder de una voluntad imbatible y ellos lo sienten.

Entonces los bostezos se hacen más fuertes, más intensos. El último árbol cae y la bestia se manifiesta en toda su magnitud. Arwassa es una abominación gigantesca de piel arrugada y rosada que flota en el aire. Sus extremidades son cuatro tentáculos grotescos y donde debería tener el cuello y la cabeza sólo hay un enorme buche sin dientes que bosteza continuamente como si aullara. Parece como si te mirase, pero carece de ojos para hacerlo.

Mientras huís en retirada, escucháis unos disparos que provienen de vuestras espaldas. Hasta seis, y luego silencio. Estáis demasiado dispersos como para saber quién lo ha hecho. Al mirar atrás más de uno se da cuenta de que se siente perdido entre la espesura, sólo conserváis una intuición de la dirección hacia donde está el camino, y tendréis suerte de que la misma se mantenga.

Viendo que he perdido a mis compañeros en el bosque y no queriendo alejarme y perderme definitivamente busco refugio cercano, donde detenerme y recapitular; recobrar el aliento y ver que ha pasado con mis compañeros. Si sigo oyendo árboles tronzarse en la distancia, huyo como un demonio.

- ¿De verdad crees que a esa criatura se la puede matar quemando un boscucho? - preguntó entre la espesura mientras buscaba el camino de vuelta al pueblo.
 

Encuentras un abrigo rocoso de escasa profundidad y no lo bastante seguro como para pasar desapercibido. Algo podría ayudarte, pero no supone un verdadero escondite.

Escuchas a lo lejos cómo se parten algunos árboles y luego silencio. Sí que hay movimiento entre la maleza, como de pisadas. Pueden ser tus compañeros o vuestros perseguidores. Deberías aguzar el oído para poder discernir el tipo de pisadas. 

Desafortunadamente la botella de aceite está destrozada y el bolsillo de mi gabardina empapado. No puedo prenderle fuego a unos trapos y arrojárselos a ese bicho... Empiezo a quedarme sin ideas, así que trato de mantener a esos bestias entre Arwassa y yo... si quiere venir a por mí tendrá que aplastar a varios de sus seguidores... No creo que le importe pero a ellos les entretendrá.

De hecho, se me ocurre otra cosa. Cuando uno de aquellos seres lo tengo suficientemente cerca, intento apresarle... aunque fallo por los pelos.

- ¡Maldito bicho peludo!  - grito intentando llamar la atención de Arwassa. Salto y agito las manos mientras trato de desplazarme en direción contraria a donde huían mis compañeros. - ¡Aquí! ¡Yo soy la zanahoria maldito burro! - grito mientras procuro de todas las formas que se me ocurran llamar su atención.

Empiezas a tener la sensación de que sólo estás dando vueltas y de que realmente estás hablando solo. ¿Quién sabe por dónde andarán tus compañeros?

- ¿Señores? ¿caballeros? ¿hay alguien? ¿alguien me oye?- no veía nada, apenas árboles y más árboles en un día de lo más desagradable para dar un paseo por el bosque.

De pronto, cuando más desesperado te sientes notas que alguien te pone una manaza en el hombro por la espalda. Es el señor Johnson, el trampero metido a predicador.

—Tranquilo amigo, aquí estoy. Esto se está poniendo de lo más raro. Parece que no nos siguen, aunque no sé por qué.

El tarado al que intentas poner la mano encima, una mujer, se te escurre de entre las manos como un roedor. Parece que te tiene miedo, aprensión o algo parecido. Todos esperan a que su señor Arwassa actúe, ahora eres su presa y nadie osará a tocar la propiedad de quien les manda.

Arwassa vuela. No tiene medios físicos como alas para hacerlo, sencillamente flota en el aire desafiando la gravedad. Abre el agujero que parece ser su boca y espera agarrarte con sus tentáculos. Tiene los cuatro libres.