Partida Rol por web

En el cruel y tenebroso cuadragésimo primer milenio se libran titánicas batallas a lo largo y ancho de una galaxia anegada de sangre. Intrépidos y poderosos héroes e infames, pero no por ello menos poderosos, herejes se enfrentan en cruzadas que devastan planetas enteros a su paso.

El Emperador ha permanecido sentado e inmóvil en el Trono Dorado de Terra durante más de cien siglos. Es el señor de la humanidad, el dueño de un millón de mundos por el poder de sus inagotables e infatigables ejércitos. Pero es un cuerpo podrido que se estremece de un modo apenas perceptible, y que se mantiene con vida sólo gracias a que se sacrifican millones de almas, de forma voluntaria, para que nunca acabe de morir.

Sus mejores guerreros son los Adeptus Astartes, los Marines Espaciales, super soldados mejorados genéticamente. Pero de entre todos ellos, hay unos que destacan por el gran halo de misterio que los rodea: Los Caballeros Grises.

Algunas fuentes atestiguan que los Caballeros Grises fueron el primero de los Capítulos creados en la Segunda Fundación, pero son una excepción entre los otros Capítulos ya que no tienen antecedentes genéticos: su semilla está diseñada a partir de fuentes desconocidas. Su creación no está registrada, e incluso su inclusión en la Segunda Fundación es debatible. Los Caballeros Grises fueron integrados permanentemente en el Ordo Malleus y se convirtieron en el martillo con el que estos servidores del Emperador golpearían a las fuerzas del Caos.

Olvidad el poder de la tecnología, de la ciencia y de la humanidad. La vigilancia y la devoción por el Emperador son el único refugio contra los enemigos del Imperio. Vivir en estos tiempos es vivir en el régimen más cruel y sangriento imaginable. La vida se ha convertido en una lucha desesperada por la supervivencia donde sólo los fuertes sobreviven, pisoteando los cadáveres de los más débiles. No hay paz entre las estrellas, tan sólo una eternidad de matanzas y carnicerías, y las carcajadas de los dioses sedientos de sangre...

Ref Inq/206072-3/97
Autor: Clasificado
Asunto: Clasificado
Sector: Cadia
Grado de acceso: Restringido

Al acercarse el final del milenio 41, las primeras señales de que la largo tiempo temida XIII Cruzada Negra era inminente aparecieron en forma de numerosos avistamientos de pecios espaciales emergiendo de la Disformidad alrededor del Sector Cadia. Aunque algunos fueron abordados por los Marines Espaciales y otros destruidos por las defensas orbitales, aquellos que atravesaron las defensas imperiales golpearon mundos estratégicamente importantes y bases navales por todo el Sector.

Los signos eran inconfundibles y todo señalaba que iba a suceder una calamidad de terribles consecuencias. Sucesivas lecturas del Tarot del Emperador auguraban terribles hechos y por todo el Segmentum Obscurus empezaron a desarrollarse situaciones de horrenda naturaleza. Muchos de estos augurios resultaron ser falsos, pero los rumores y las habladurías pasaron de boca en boca y el miedo y la paranoia envolvieron poblaciones enteras y las sumieron en el pánico y la histeria.

Fotografías de satélite tomadas por los equipos de salvamento recogían imágenes borrosas de lo que parecían naves de los Marines Espaciales, que hubiesen sufrido algún tipo de extraña mutación, atacando a destructores imperiales. Otras imágenes mostraban criaturas que tomaban naves o desembarcaban en tierra, y aniquilaban todo cuanto aparecía a su paso. Las agresiones siguieron produciéndose, y los estrategas tácticos descubrieron un mismo patrón en todos los ataques, que mostraba que existía un avance desde los subsectores exteriores hacia Cadia.

A pesar de la situación de seguridad en deterioro y el conflicto interno en los territorios imperiales adyacentes al Ojo del Terror -un pliegue inmenso, el más grande en la galaxia, donde la Disformidad coexiste con el Espacio Real-, Cadia continuaba siendo un faro de estabilidad. Se empezaron a reclutar tropas en los sectores vecinos al tiempo que el Administratum reaccionaba ante la amenaza con una rapidez para nada habitual en una organización tan mastodóntica como esta.

Sin embargo, más pronto que tarde, comenzó la invasión. Un bombardeo orbital, tan poderoso que atemorizó incluso a las aguerridas Tropas de Choque de Cadia, golpeó el planea con verdadera dureza, y con el bombardeo vinieron legiones de Marines Espaciales del Caos, Perdidos y Condenados, Demonios y Titanes del Caos, que inundaron el Mundo Fortaleza en un número nunca vistos.

Tras aguantar durante eternas semanas, los defensores de la Puerta de Cadia fueron reforzados cuando docenas de Capítulos de Marines Espaciales llegaron por fin a la zona. El Lord Inquisidor Torquemada Coteaz también apareció entre los refuerzos, dirigiendo fuerzas de ataque de los Caballeros Grises contra los Demonios del Sector Agripinaa, así como en Kasr Holn y Xersia. Con tantos de los legendarios Marines Espaciales llegando al fin, el Imperio finalmente pudo ver una verdadera oportunidad de dar la vuelta a la XIII Cruzada Negra.

En los últimos momentos del milenio 41, Cadia aún permanecía en manos imperiales. Sin embargo, el planeta estaba bajo asedio de grandes ejércitos del Caos, con sus lunas reducidas a desiertos yermos y sus líneas defensivas destrozadas. El Alto Mando de Cadia se vio obligado a trasladarse al otro extremo del planeta en tanto que las fuerzas imperiales tomaban posiciones. Mientras Cadia resista, existe esperanza para la Humanidad...

Año 999.41

La barcaza de batalla Fuego del Alba, buque insignia de la 8ª Hermandad, es una de las más veloces de todo el Imperio. El Gran Maestre Vorth Mordrak, de la 2ª Hermandad, y almirante del Capítulo, no aceptaría menos en ninguna de las naves de su flota.

Este buque está siendo vuestro transporte a la par que vivienda desde que, hace ya varios días, el Hermano Wulfric Leehan, vuestro Justicar, vigilante e instructor, os indicase que os preparáseis para partir de inmediato, abandonando poco después la Fortaleza-Monasterio de Titán rumbo a lo desconocido junto a él y varios miembros más del Capítulo.

Como caballeros novicios que sois, pronto tendríais el honor de entrar en combate por primera vez. Sin embargo, vuestro destino aún era incierto; aunque claro, esto no era ninguna novedad, lo raro sería que ya lo supiérais.

Sois plenamente conscientes de que la información es poder, y de que hasta cierto punto sois poseedores de conocimientos de los que cualquiera no dispone, y quizá ni siquiera creería, pero si dicha información cayera en malas manos, supondría un grave problema para el Imperio. Es por esto mismo que la Inquisición, de la que ahora formáis parte activa como brazo armado del Ordo Malleus, se toma tantas molestias en ocultar hasta el más mínimo detalle de aquello que no es realmente necesario de enseñar al público. Es, por esta misma razón, que vuestra presencia en los diferentes puntos del vasto Imperio controlado por el hombre es ocultada hasta el último momento, y libráis así una guerra prácticamente en secreto.

Aunque aún no sabéis dónde os dirigís, lo que sí parece ser cierto es que abordo del Fuego del Alba viaja un reputado miembro de la Inquisición. No le habéis visto, y el secretismo que reina a vuestro alrededor impide que haya rumores circulando libremente, como seguramente sí los habría en otras barcazas imperiales. Pero hasta el más corto de miras sabe que cualquier miembro de la inquisición no viaja con un séquito de acólitos, no a menos que esté en algún tipo de misión. Y, desde luego, ningún grupo de acólitos viajaría en una nave del 666º Capítulo si no hay una autoridad compenente abordo que els haya dado accesibilidad.

Os los habéis cruzado en las diferentes salas del Fuego del Alba, realizando prácticamente las mismas actividades que cualquiera de vosotros podría realizar. Un cuarteto de hombres y mujeres de variada indumentaria, alguno de ellos claramente versado en batalla pero otros, a primera vista, con una apariencia bastante más frágil, pero ninguno de ellos se ve intimidado ante vuestra imponente presencia. Es por esto que os cuesta sacar una conclusión al respecto y no sabríais decir en que organización auxiliar militan, ni bajo el mando de quién están.

Sea como fuere, el tiempo pasa abordo mientras la disformidad, en forma cambiantes haces de luz violácea, se cuela en el interior de la nave a través de las decoradas vidrieras que embellecen el transporte...

Y ahí estaba él. Imperturbable. Inmóvil. Impávido sobre un charco de sangre que abarcaba hasta donde te daba la vista, con su cruel mirada fija en tí y una siniestra sonrisa en su demoniaco rostro. No decía nada, sólo te observaba desde la distancia, pero su potente respiración resonaba en ese desolado lugar como el grotesco bramido de un millar de reses. No tenías miedo, pues eras consciente de que este era tu destino.

Sin embargo, un pestañeo y todo cambió. Él seguía ahí, inmóvil, como esperando, como si supiera que algo iba a ocurrir, pero a tu alrededor ya no había un paraje desolado sino una enorme basílica, y tus pies ya no se hundían en la sangre de un millón de almas sino que pisaban suelo firme. De hecho, era suelo imperial.

El respirar de tu enemigo poco a poco dejó paso al sonido de roca siendo picada, siendo tratada, y poco después él mismo dejó paso a una imagen distinta; la figura en piedra del Dios-Emperador que se levantaba señorial bajo una colorida vidriera. De pronto, una estruendosa carcajada hizo vibrar todo a tu alrededor y la estatua se rajó, desmoronándose poco después y haciendo que un torrente de sangre brotase de su interior como si de un desagradable géiser se tratase, anegando seguidamenter la basílica... 

Para cuando vuelves en tí, te encuentras ciertamente confundido. Estás en el Oratorium, la sala de oración y reflexión. Es una habitación circular con una serie de columnas a lo largo del perímetro y un soportal más allá donde las sombras provenientes de candiles y velas juegan a su antojo. Es una de las pocas salas de todo el navío que no tiene una gran vidriera, quizá para no profanar el lugar con el violeta color de la disformidad campando a sus anchas por el interior de la nave. 

Frente a cada columna se levanta la estatua de un caballero gris y, en medio de todas ellas, justo frente al portón de acceso, la estatua del Emperador. A sus pies se derriten decenas de velas.

No muy lejos de tí se encuentra Korvin Valkban, tu Hermano de batalla, que parece haber salido de su meditación diaria casi al tiempo que tú. Un bravo guerrero, y casi tan buen combatiente como tú mismo. De hecho, un poco de suerte aquí, y un poco de mala suerte allá, y no podrías poner en duda su victoria.

En la estancia, además, está la figura de uno de esos acólitos sentado en un banco bajo el soportal más allá de las columnas. Con los ojos cerrados, frota delicadamente su pistola bólter.

Te encuentras en el Oratorium, la sala de oración y reflexión. Es una habitación circular con una serie de columnas a lo largo del perímetro y un soportal más allá donde las sombras provenientes de candiles y velas juegan a su antojo. Es una de las pocas salas de todo el navío que no tiene una gran vidriera, quizá para no profanar el lugar con el violeta color de la disformidad campando a sus anchas. 

Frente a cada columna se levanta la estatua de un caballero gris y, en medio de todas ellas, justo frente al portón de acceso, la estatua del Emperador. A sus pies se derriten decenas de velas.

No muy lejos de tí se encuentra Cole Angron, tu Hermano de batalla, que parece haber salido de su meditación diaria casi al tiempo que tú. Un bravo guerrero, y con una voluntad tan férrea como lo es su habilidad con la espada. Aunque eres uno de los mejores novicios en cuanto al combate cerrado, se podría decir que con Cole estarías en tablas.

En la estancia, además, está la figura de uno de esos acólitos sentado en un banco bajo el soportal más allá de las columnas. Con los ojos cerrados, frota delicadamente su pistola bólter.

La Sala de los Campeones es una estancia grandiosa. Lugar donde los Caballeros Grises se reunen para celebrar victorias y contar gestas. Las estatuas de antiguos héroes y Grandes Maestres observan a quienes entran en la sala, rodeados de tapices y pinturas con escenas bélicas plasmadas. Cada estatua o artefacto en esta habitación, grande pero para nada comparable con la que hay en la Fortaleza-Monasterio de Titán, representa una campaña o cruzada, a menudo manchada por la sangre de tus Hermanos de Batalla.

En la estancia, además, sentado en una de las muchas mesas que allí están dispuestas, está la figura de uno de esos acólitos. Os separan un par de metros, y el hombre tiene las facciones típicas de un tipo con cara de pocos amigos. Un casco oscuro le tapa medio rostro, y una enorme porra descansa sobre la mesa que tiene enfrente mientras bebe de una petaca de metal con el símbolo de la inquisición grabado en ella. Cuando ve que le miras, alza la petaca en tu dirección en forma de saludo mudo.

El librarium es una extensa habitación de grandes dimensiones donde se guarda parte del saber que atesoran los Caballeros Grises como miembros de la Inquisición. Servidores y sevocráneos van de lado a lado, tomando placas de datos de un sitio, llevándolas a otro y, tras revisar la información que contienen, volviéndolas a dejar en su lugar de origen.

Sin duda, este sitio es una gran fuente de información, aunque para estudiar según qué, se debe tener un grado de acceso determinado, y normalmente no es bajo que digamos.

En la habitación, además, sentado en una de las muchas mesas que allí están dispuestas, está la figura de uno de esos acólitos sentado en un banco leyendo una placa de datos con cara de circunstancias.

La Sala de Entrenamiento solía ser una de las estancias más frecuentadas de la nave, donde se entremezclan zonas de ejercicio de diversos tipos, con varios sistema de combate asistido donde poder ejercitar tanto la habilidad de armas como el disparo.  Sin embargo, en esta ocasión se encontraba totalmente vacía. Bueno, prácticamente vacía, mejor dicho. 

En la estancia está la figura de uno de esos acólitos; una para más señas. Está entrenando junto a un sparring al que golpea duramente de diversas formas, mientras realiza movimientos de esquiva y parada para evitar los golpes de respuesta del autómata contrincante. La joven es ágil y rápida, pero por muy ágil y rápida que sea no puede competir con el físico del que hacéis gala los marines Espaciales y, aún más, los Caballeros Grises...

En la armería te sentías especialmente bien. Los espíritus máquina de todas aquellas armas y equipo variado parecían estar esperando tu llegada diaria, y tus rezos y palabras parecían sofocar sus ansias de ser tomados y/o disparados. No era como estar en forjas, hangares o zonas de tránsito de vehículos, donde los espíritus máquina están más agitados que nunca a sabiendas de que van a participar en algún tipo de gesta, pero esto era mejor que nada.

Además, el contínuo movimiento a tu alrededor te mantenía alerta y aquí tenías trabajo de sobra para no caer presa de la pereza. Servidores y sevocráneos van de lado a lado, tomando equipamiento de un sitio, y llevándolas a otro para realizar su manteniemiento. Las armaduras se reparan, enceran y pulen, los bólteres se limpian y engrasan, y del resto de equipamiento se aseguran de que funcione como debería hacerlo. Después de todo, de ello puede depender el resultado de una misión...

Abstraído de la realidad, excepto a un nivel básico que siempre está atento a cualquier peligro posible esté donde esté, me mantengo en la posición que me resulta más cómoda. Arrodillado y con la espada desnuda, cruzada sobre mis piernas. El nivel de paz y conocimiento de uno mismo que debe mantener un caballero no es fácil de lograr sin la realización de ciertos ritos, un medio para concentrarse, y un tiempo de meditación. Pero pasado ese tiempo podemos aguantar cualquier cosa, sobreponernos a todo.

Me pongo en pie alzándome y envainando mi espada con un único movimiento fluido. Asiento al servidor de la inquisición, ese acólito con la gran pistola, y miro a mi hermano de batalla. Al ver que él también "despierta", le hablo.

-Hermano.- pero por respeto al resto de presentes, le indico con la cabeza que salgamos al pasillo, para no interrumpir a nadie.

Lo espero fuera.

No entendía que había pasado, pero había sido algo que de verdad le perturbaba. No conocía el miedo, pero no había sentido algo que no supiera explicar, por lo tanto seguía sin conocer el miedo, pero esa mirada impasible, esa sonrisa segura... Estaba claro que me conocía, y me esperaba. Y en lo más profundo de mi ser sabía que yo le esperaba a él, que era inevitable y que el encuentro se dará. Sea como fuere, mi armadurá será un baño de sangre, será una batalla donde al final sólo quede uno. Y el caos no vencerá. Simplemente no puede. Puede que hayamos conectado, de alguna forma nos hayamos visto enfrentados y así se me haya dado una misión de la que no puedo rehusar, y sé que en esa mirada donde había seguridad ahora, ahora existe un atisbo de duda. Lo se porque he estado ahí, y porque ha tratado de usar sus malas artes conmigo, pero no le ha funcionado. Y no le funcionarán. Nos conocemos. Nos enfrentaremos.

No había salido de Oratorium, allí aún estaba acompañado de algunos hermanos, incluído uno de esos acólitos frotando su arma en un lugar de reflexión. No puedo evitar mostrar mi desagrado lanzando un bufido por el vox de la armadura. Será la última vez que permita tal ultraje, tiene lugares mucho más adaptados para limpiar su arma que en una zona de reposo y meditación, donde una figura del emperador se encuentra presente. Pero no quiero ser el primer caballero cuyo primer combate sea contra un semejante en un Oratorium. Eso no lo voy a permitir. Mi primer combate ha de ser contra el enemigo, no una lección de forma y modales a un chiquillo descarriado. Para eso ya habrá tiempo y mano dura. Miro hacia el frente y escucho el saludo de mi hermano de batalla, veo su gesto para salir del Oratorium y asiento con la cabeza, aunque aún me queda algo ñor hacer ahí dentro, así que me levanto y voy a la estatua del Emperador. Cojo una vela y la encuendo, arrodillándome mientras la coloco lo mejor posible. Entre algunas de ellas, haciendo un pequeño orificio con la base para que esta se mantenga siempre firme.

Acepto la misión que me has encomendado y no cejaré en mi empeño hasta darle su irremediable final. Aguardaré el momento indicado y atacaré con firme determinación hasta ver cumplida tu voluntad.

Tras esto me pongo de pie y camino hacia el exterior en busca de Korvin. Cuando sepa que tiene que decir le propondré ir a la Sala de los Campeones, a pasar el rato antes de acudir a la sala de entrenamiento para cumplir con las obligaciones diarias y estar así, en forma y preparado, para cuando se nos requiera entrar en combate.

Mucho tiempo atrás hermanos de otros capítulos abandonaron la luz del Emperador y se internaron en el ojo del terror, esos hermanos perdidos solo salen de su escondite para traer ruina y desesperación al Imperio del Hombre. Esa solo es una visión sesgada nosotros sabemos la verdad, hay poderes malignos que tergiversan la voluntad de los hombres e incluso la de los Astartes obligándoles a realizar todos esos actos execrables. Todo eso mis hermanos y yo lo sabemos, ese conocimiento está en los libros aquí presentes así que me extraña que un simple humano se encuentre realizando estudios en este lugar. Pero si los servidores no le han puesto trabas tengo que suponer que habrá obtenido el permiso adecuado.

- Buenas tardes acólito inquisitorial. ¿Encuentra algo interesante en nuestras bibliotecas?.

El humano debió escuchar una voz metálica que salía de mi casco, podría haber llevado una simple túnica en vez de la armadura...pero un extraño sentimiento me decía que no tendría mucho tiempo para estar relajado. Solía hacer caso a mi instinto y eso me hizo llevar la armadura hasta en un lugar tan protegido como este. 

El Novicio Trebek, se encontraba en la armería del Fuego del Alba, haciendo una puesta a punto de todo su equipo. Desmontaba por completo su bolter pesado, lo limpiaba, lo volvía a montar y lo propaba para ver que funcionaba mejor que antes. Repetía el mismo proceso con su pistola bolter. Comprobaba que la mochila de suministro cumplía a la perfección su función. Limpiaba y pulía su espada némesis para que estuviese en perfectas condiciones para el combate. Entre medias de la tarea apareció un servidor con el recado que había sido convocado en la Sala de los Campeones para una reunión con el Justicar Leehan. 

Trebek asintió y empezó a recoger sus armas. Guardó en su taquilla el bolter pesado, la mochila de suministro y la pistola bolter. Llevó consigo la espada némesis a la Sala de los Campeones. De camino observó con detalle los grandes ventanales de la barcaza de batalla por su camino por la Disformidad. El tono violeta de la misma resaltaba una herética belleza al filtrar-se por los ventanales. Dadas las cicatrices del rostro de Trebek, siempre lleva el yelmo colocado, por tanto, impide que el resto vean la admiración de sus ojos. Al cabo de unos minutos llegó a la Sala de los Campeones.

El propio lugar ya contaba relatos de antiguas batallas de los Caballeros Grises de la 8ª Hermandad. Allí se encontraban varios acólitos de la inquisición y varios de los hermanos de Trebek. Una rápida observación del atuendo de los acólitos supo que tipo de equipo llevaban: armadura de combate Arbites y su arma predilecta, la maza de combate. El casco de uno de ellos era idéntico al de un Arbites, posiblemente ese acólito fue un antiguo Arbites, que lo reclutó al Inquisidor anónimo. Trebek se mantuvo en silencio y se acercó a una de las mesas vacías, quitó la espada némesis del cinto, guardada en su funda, la apoyó contra la mesa y se quitó el yelmo, dejano a la vista las cicatrices de la operación que lo convirtió en Astartes. Un servidor se le acercó:-Un vaso de agua.-fue lo único que le dijo y se dedicó a esperar. 

Salís al exterior del Oratorium y os reunís en el corredor que va, en línea recta, hasta el corazón de la nave: El Strategium. Bifurcaciones y escaleras llevan a otras zonas del Fuego del Alba, mientras que ventanales decorativos os dejan ver los haces violetas que deja la disformidad al paso de vuestra barcaza.

Es extraño pensar que eso mismo que os está permitiendo viajar distancias increíbles en cuestión de días (Al menos para vosotros, pues el tiempo no corre igual) sea lo que también alimenta y da alas a los demonios.

No hay sonido alguno cercano, y no parece haber tampoco nadie en las inmediaciones.

El acólito estaba tan absorto en su lectura que apenas recayó en tu presencia hasta que tu metálica voz le sacó de su ensimismamiento.

- Ehm... sí, sí -te responde, sobresaltado, al tiempo que levanta la placa de datos para evitar miradas indiscretas. Tras un corto silencio, añade-: Mi nombre es Mykivus, ¿Puedo ayudarle en algo, Caballero?

No pierdo detalle del ejercicio de contención de cole. Hace bien en no comenzar una pelea. No ahí.

-Tranquilo, hermano Cole. El oratorium es un lugar para buscar la paz interior. Igual que yo desenvaino mi espada, otros encuentran relajante desmontar sus armas o limpiarlas. Mientras no perturbe la paz no merece tu ira. en cualquier caso, no era eso lo que quería decirte. Meditar siempre me deja con la sensación de necesitar moverme ¿Te apetece entrenar? eres más desafiante que los servidores de prácticas. Bueno, a veces.- bromeo, lanzándole una pequeña puya. En realidad no hemos combatido tantas veces.

La disformidad. Tan útil y tan peligrosa. No se puede domar, solo poner barreras de voluntad. Y en eso somos los mejores. No todas las naves pueden permitirse disponer de ventanas que no se sellen para impedir la vista del espacio disforme. En ocasiones, solo mirar ya corrempe las mentes, a pesar del campo Geller. Pero somos Caballeros Grises. Los mejores entre los mejores.

El gesto de esconder la placa no decía nada en si mismo la presencia de los Astartes era intimidatoria para la mayoría de los humanos, pero en un lugar como este rodeado de material sensible.....podría ser sancionable.

- Es un gusto conocerle acólito Mykibus. Sonrío ante la pregunta del hombre que se encontraba ante mi. -  No, la verdad me preguntaba si yo le podría ayudar a usted. Soy el hermano caballero Zorael, pero puede llamarme caballero Zorael.

Si la inquisición había traído a este hombre hasta aquí era porque tenía su confianza, pero no la mía. El caos se podía esconder en el corazón de cualquier hombre, solo los caballeros grises estábamos preparados para resistir sus influjos malignos.