Partida Rol por web

Tras una caminata y siguiendo las indicaciones del fraile llegáis hasta las puertas de un edificio con planta baja y piso arriba. Dado el cansancio y las horas que son, tocáis a la puerta sin demasiado reparo por perturbar el sueño de sus habitantes. Tardan en abriros y os atiende un hombre legañoso y entrado en años que rezonga y se frota las manos para entrar en calor. No podéis evitar hacer una mueca ante el tufo a sangre pútrida que emana la casa, elemento habitual en tan desagradable oficio.

—¡Ya va, ya va! ¡Ginés, muchacho, no oyes la puerta? Dichosos jóvenes, no valen para nada. Muy buenas noches, o días ya, ¿en qué puedo ayudarles? Barbería del maestro Felipe Rubio, para servirles. ¿Alguna muela que sacar?

Me pongo recto y serio, y le comento con calma:

- Buenas noches, señor Rubio, aquí la Compañía de Voluntarios que hace la ronda esta noche. Ruego nos perdone por molestarle a estas horas de la madrugada, pero un horrendo acto ha acontecido en nuestra villa y requerimos hacerle unas preguntas. 

¿Podemos hablar aquí o podemos ir a una estancia más cómoda y privada? Las preguntas que queremos hacerle son delicadas y no nos gustaría que las oyeran oídos no autorizados.

El hombre, al escuchar «horrendo acto» parpadea y se recoloca los anteojos:

—Pasen, pasen, pueden ustedes acomodarse en las sillas de la barbería y hablamos. Aquí solo vivimos mi ayudante, que es el oficial Sansano, y un servidor, que soy el maestro.

El hombre os da paso a la casa y os lleva a una habitación que está cerca de la puerta, se trata del lugar donde realiza tanto el corte de pelo como las operaciones. Hay varias sillas para que la gente espere y un par de butacas de trabajo hechas de madera con unos cojines para hacerlas un poco más cómodas. Sobre un mueble hay una generosa colección de cuchillas, tijeras, un martillo, tenazas de varios tamaños y una jofaina. El olor a sangre es bastante intenso y nauseabundo.

—Bien, ¿qué puedo hacer por ustedes? Desde luego han despertado mi curiosidad.

Muy buenas noches caballero, necesitaríamos hablar con Gines, ¿se encuentra por aquí con usted? - le preguntó a sabiendas que se que esta puesto que escuche que lo llamaba 

Es por un problema que hubo con la señora Jabaloyas, se que eran muy buenos amigos y quizás el pueda ayudarnos,. 

—¿Ginés?, sí, está durmiendo en su cuarto.

El barbero hace un gesto de desagrado cuando le mencionan la amistad de su ayudante con la señora Jabaloyes.

—¿Qué ha pasado con la señora Jabaloyes? Bueno, no me lo digan, prefiero no saberlo. En seguida le hago venir.

El barbero no tarda en aporrear la puerta de su oficial, que escucháis desde donde estáis sentados. Al poco vuelven ambos, mostrando el maestro un gesto de desaprobación. Ginés Sansano es un joven bien parecido de unos veinticinco años. Desde luego, posee un aspecto más atractivo y gallardo que el que tuviera el labrador Francisco Urbán en vida.

—Buenas noches —dice con sequedad.

- Buenas noches Sr. Sansano, ha habido esta noche un problema con la Sra. Jabaloyes y sabemos que era amiga suya. ¿Que puede decirnos de ella? Como es la relación que tiene con su esposo y su familia. Toda ayuda será agradecida y piense que con ello la estará ayudando. 

El joven se toma su tiempo para contestar. El maestro lo mira atentamente con los brazos cruzados.

—Mi relación con la señora se ciñe a lo profesional, no puedo decir nada al respecto por decoro. Es tan amiga como puede serlo cualquier cliente, al que se trata con la cercanía que caracteriza a esta casa —en ese punto el maestro asiente con aprobación—. Desconozco los detalles de su vida privada. Espero, no obstante, que el problema que refiere no sea grave.

Todo y que me mantengo en segundo plano, hago algunos gestos, como sacar mi libreta, tomar notas, y cosas así, para incitar el nerviosismo del que se sabe culpable, y estoy atento a posibles reacciones nerviosas, tics, tartamudeos, o intentos dubitativos de de parecer seguro de si mismo y coherente.

Le acaban de sacar de la cama y no creo que haya tenido tiempo de prepararse para algo así...he de presionarle a ver si le pillamos en un renuncio.

Ciertamente, los comentarios generales son que la Señora tuvo mucha suerte de que Don Francisco la desposara, dándole estabilidad, riqueza y cariño, y no necesariamente en este orden, a parte de subsanar unas cuentas pendientes, que todo el mundo sabemos que cuando se es familia, uno tiende ha hacerla vista gorda de esos detalles.

Yo por lo oído, dudo que hubiera un mozo que pudiera hacer más feliz a esa mujer.

A ver si soltando un par de chinitas, se da por aludido y le pica el pundonor y se le escapa algo comprometido al aprendiz este...

No intervengo, de momento José Manuel está haciendo una buena labor inquisitoria, sin embargo, me dedico a observar la estancia en la que nos hayamos y al sospechoso a ver si reacciona de alguna manera que me llame la atención.

La verdad era que aquel hombre tenía todas las papeletas para estar implicado, aunque lo que más me mosqueaba era como había actuado la viuda después del asesinato, seguro que ella también había tenido algo que ver, pero dudaba mucho que fuese ella quien le hubiese clavado el cuchillo.

Sansano se encoge de hombros con un gesto exagerado, como queriendo indicar que no sabe nada del asunto. Está inquieto, se frota las manos y las coloca momentáneamente delante de la cintura, para luego llevarlas a la espalda. Observáis los restos de unas manchas negras sobre la mano derecha, especialmente en la curva entre los dedos índice y pulgar. Son similares a los que os deja la pólvora cuando cargáis vuestros fusiles, aunque también puede utilizarla en su trabajo para cauterizar heridas.  También tiene un poco en la cara, pero no en la ropa. El joven oficial de barbero no presenta tampoco el aspecto legañoso de su maestro y se lo ve bastante despejado para haberlo hecho levantar a estas horas.

—La felicidad no siempre es cosa del caballero Don Dinero, que da autoridad al gañán y al jornalero, como decía el señor de Quevedo —parece un hombre culto, para ser un sacamuelas provinciano, pero no lo bastante discreto como para resistirse a contestar.

El doctor observa con atención el resto de la sala. Efectivamente, hay un frasco de pólvora sobre el mueble de las herramientas, lo que tampoco retira las sospechas.

Al escuchar el exabrupto del ayudante, el maestro cierra los ojos y niega con la cabeza, como queriendo decir a gritos con su gesto que el chico es un pobre imbécil.

Me pongo recto y serio digo:

- Un momento, ¿qué es eso que tiene en la mano? Muéstrenme las manos vuestras mercedes por favor. Esta noche han acontecido terribles sucesos que sus manos pueden aclarar.

Mientras las examino con detalle si mes las enseñan continúo:

- ¿Dónde han estado esta noche? ¿Han salido de casa? ¿Alguien puede darles coartada? Señor Sansano...no estamos aquí para escuchar clase.

El maestro obedece sin rechistar. Muestra las manos y las tiene bastante limpias, solo presenta restos negruzcos en las uñas, pero no parecen pólvora, sino una mezcla de roña. También tiene algún que otro corte, propios de alguien que maneja cuchillas constantemente. Ginés, sin embargo, muestra expresión de animal acorralado. Mira hacia la ventana y hacia la puerta, como si evaluara la posibilidad de huir. También se ve obligado a mostrar las manos y palidece al ver el detalle que habéis descubierto.

Tomás observa con atención tanto las manos como la cara de Ginés. Los restos de pólvora quemada y su posición indican que puede haber disparado perfectamente un arma. La ropa para dormir que lleva puesta no tiene restos de pólvora, pero si encontraseis ropa de calle con las mismas muestras en la casa probablemente podrían incriminarlo.

La viuda habló de un hombre embozado. En el caso de que no se lo inventara, si hallaseis también una capa con indicios similares, sería difícil convenceros de que las manchas se produjeron en el transcurso del trabajo.

Y, por supuesto, falta el arma del crimen.

—Yo... yo... me acosté temprano. Ginés me vio subir al cuarto y no he salido de él hasta ahora, que han tocado.

Se le ve apurado.

—Me acosté prácticamente al mismo tiempo que el maestro. No he salido de casa en toda la noche.

Respira con ansiedad.

Ohhh, es usted un hombre leído. Me cita a Quevedo, cuan verdad rezuman de algunos de sus versos, más podría contestaros:

Yo creía que me amaba lo bastante para esperarme, y aun para serme fiel a mi recuerdo si moría. Sin embargo cuando volví, estaba ya casada. Esa es la historia de todos los que han pasado por los 20 años.

frase atribuida al gallardo Conde de Montecristo, personaje de la célebre obra de Dumas, sabe sin duda de quien hablo, verdad? Su venganza es magistral. Que hombre no haría lo que tiene que hacer por el amor de una mujer, verdad Ginés?

Pero volvamos a la realidad, que la ficción de los versos y citas, nos apartan de lo esencial...

Tienen ustedes caballos, don Felipe?

Me parece que deberemos registrar este domicilio a fondo... 

Gines, mantiene el gesto serio, pero no puede evitar hacer una leve mueca cuando escucha «¿qué hombre no haría lo que tiene que hacer por el amor de una mujer?». No contesta a la indirecta, después de la intervención de Manzano tiene claro que se mueve en terreno resbaladizo.

—No, no tenemos caballos. ¡Pardiez, que soy barbero, no marqués! ¿Registrar mi casa? ¿P.. pero qué está pasando?

Siendo cinco hombres armados, don Felipe puede protestar, pero no oponerse.