Partida Rol por web

INTERLUDIO

Las olas rompían contra las rocas con fuerza. Ya no llovía pero a cambio el viento aullaba como si las puertas del infierno estuvieran abiertas, lo cual probablemente era cierto. Descendió por el camino: necesitaba alejarse de la casa, de la oscuridad, del olor a moho, del agobio. Pero no podía huir. Una vez lo intentaron pero se dieron cuenta de lo absurdo que era. ¿Tenía sentido que una cadena se extendiera hasta donde tú fueras? ¿Significaba eso estar libre? 

Alzo el puño hacia el cielo:

- ¡Danos una respuesta! - exigió al viento.

En algún lugar una gaviota lanzó su característico graznido similar a una risotada.

Óscar y Luís desayunaban en el Iacobus, un bar situado cerca de la Alameda. El dueño lo había renovado con la suficiente sutileza como para mantener su viejo toque de toda la vida. Y seguía atendiendo a la gente con ese estilo que se empezaba a abandonar: una sonrisa, un saber estar, una pregunta personal pero no demasiado. Incluso aunque alguien dejara durante años de acudir al local, cuando se volvía el dueño recordaba la cara y le hablaba como si acabara de pasar un fin de semana tan solo.

Eso y los excelentes churros artesanales eran los motivos por los que Castelo siempre quería desayunar allí.

Tras una noche de descanso Luis se presentó en Iacobus, como habían quedado y pidió un chocolate caliente y un par de churros.

El veterano no solía estar de muy buen humor en las mañanas (en realidad, tampoco en las tardes, ni en las noches), pero cuando podía desayunar como era debido, como era el caso, no estaba tan malhumorado como podía estar. Y el chocolate con churros estaba delicioso.

Mientras esperaba a su compañero hojeaba las notas que había tomado en su libreta. No eran muchas, solo las suficientes para recordar alguna idea suelta. Las palabras "Dean Lustres" subrayadas un par de veces eran las que más resaltaban, aunque sobre ellas el nombre "David" con una flecha donde indicaba "loquero" también llamaban la atención

Luis permanecía pensativo, con la taza en una mano y un churro caliente en la otra mientras trataba de ordenar sus ideas

Óscar Pardo entró con paso decidido en el Iacobus y, tras un gesto con la mano al camarero que habría de indicarle que fuera preparando su café con leche y los tres churros que acostumbraba a desayunar, se dirigió rápidamente a la mesa que ocupaba Castelo.

- Buenos días... - comentó enérgicamente. Se notaba que el joven investigador había descansado bien aquella noche. Nada de pasarla en vela devanándose los sesos con pistas e imágenes de lo que había descubierto a lo largo de la jornada precedente. Solo unas horas de plácido y reparador sueño. Sueño sin sueño... eso sí. Como si hubiese cerrado los ojos a las doce y estos se hubiesen abierto un instante después... un instante de siete horas pero un instante al fin y al cabo. De cualquier modo el ánimo de Óscar era inmejorable.

- No deberíamos tardar mucho en salir para Conxo. Me da que la burocracia hospitalaria no es que sea una bicoca en comparación con la eclesiástica.

El investigador agradeció con un gesto de la cabeza que le hubiesen servido el desayuno y se puso a dar cuenta de él sin miramientos.

- ¿Sabes...? Estaba pensando esta mañana mientras venía hacía aquí. El Deán nos mintió... y, hasta dónde podemos intuir, el Profesor Pedrera también. ¿Crees que pueden estar compinchados? Quiero decir, ¿crees que ambos protegen a alguien más... al autor material del asunto de Crespo... o simplemente son ellos dos los que están detrás? La cuestión es que pensaba que esto era más fácil cuando creía que detrás había un andrajoso tipo que se había leído dos libro y ya iba de iluminado. Ahora que empiezo a ver que hay detrás pezes medio gordos me empiezo a preocupar. Y eso que aún no hemos informado a Martín del tema del Deán. No sería la primera vez que la Iglesia se mete de por medio para intentar tocar los cojones y obstaculizar más que ayudar. Y ahora que uno de los suyos está enmierdado, más.

- Si, supongo que la burocracia es similar en ambos lados - asintió Castelo al escuchar a su compañero - Tengo el auto aquí mismo, cuando termines podemos partir - añadió mientras daba un sorbo a su chocolate y descubría que aún estaba demasiado caliente

- Si son cómplices... no estoy seguro, supongo que en algún momento deberemos carearlos... si nos lo permiten - añadió sabiendo que sería una tarea dificil de conseguir

- Y no descartaría al tal Nick. Estoy seguro que el también nos mintió. O por lo nos nos ocultó algo - Volviendo a probar su chocolate, esta vez con mas cuidado, dio un sorbo antes de continuar - Y tenemos al irlandés de los mailes que está claro sabía de que se trataba. Aunque ese será más difícil de identificar -

Tras un nuevo sorbo y un último bocado al churro que tenía en su diestra propuso - Si te parece, vamos al loquero y luego a ver al capitán. Espero que nos autorice a interrogar un poco menos amistosamente al Dean -

- Hecho... tu conduces y le decimos al camarero que nos ponga esto para llevar. El café también está ardiendo... que puta manía de los bares de poner los cafés como si fueran de lava.

Pardo sacó la lengua dolorida por la quemazón provocada por un sorbo de café carente de prudencia. Acto seguido, para hacer tiempo, se acercó a la barra y cogió de una pequeña montañita de diarios el periódico de la mañana. Los rotativos de deportes no le interesaban pero en un momento dado comprobar si la prensa se había hecho eco de lo que estaban investigando podía ser un punto a tener en cuenta a la hora de moverse por según qué sitios. Si finalmente alguien de la Catedral estaba implicado ya podía verse a los sabandijas de tele cinco peinando Santiago para dar por el culo.

- O mejor, hagamos tiempo ojeando el periódico.

Revisaron el periódico. Se hablaba de que la investigación sobre el asesinato de un reportero de la Voz Gallega estaba en curso pero no se daban datos concretos. Parecía que Martín estaba cumpliendo su función de dique contenedor... ¿o alguien más? Ahora cualquier indicio parecía ir acompañado de un halo de conspiración.

Pagaron la cuenta y condujeron hasta las afueras, donde se encontraba el hospital psiquiátrico de Conxo. Avanzaron desde el parking contemplando la construcción, un monsterio del siglo X que contenía las oficinas. Los internos no estaban allí, sino en otro edificio cercano, un poco más moderno - teniendo en cuenta que cualquier cosa es más moderna que un edificio medieval - pero si querían saber donde estaba su hombre deberían empezar por aquel punto.

Al llegar a la entrada se dirigieron a la recepción.

Tras estacionar descuidadamente su vehículo, con la culata del mismo a pocos metros de la entrada del psiquiátrico, el viejo policía descendió y observó el frente del loquero mientras esperaba a su compañero.

- Alguna vez intentaste interrogar a un loco? - le preguntó curioso - Yo solo una vez y hace muchos años. No me fue bien. realmente estaba loco - añadió rememorando la experiencia - Pero quizás tenemos suerte y no está tan mal -

Encogiéndose de hombros avanzó hacia el interior del nosocomio mientras trataba de organizar sus ideas - Creo que será mejor que no digamos nada del Dean - propuso - Solo del robo - Veamos si su versión, si es coherente, coincide con la del otro guardia

Una vez traspuestas las puertas miró a su alrededor, tratando de identificar a alguien que los pudiera orientar

Nada más entrar se encontraron a un guardia de seguridad en la entrada y, a escasos metros, un mostrador de recepción.

La relación entre los miembros de la seguridad privada y la pública nunca eran buenas... nunca lo fueron y jamás lo serían. Quizá era una simple cuestión de política, de intrusismo profesional o, simplemente, una manía ancestral como la que se profesan los felinos y los canes. Lo que estaba claro era que la presencia de aquel muchacho no mermaba en absoluto la determinación de los detectives que hacían su aparición por la puerta del Hospital de Conxo. Óscar decidió directamente ignorar aquella presencia y dirigirse con una sonrisa sana y amistosa a quién quisiese que estuviese tras el mostrador de información.

- Buenos días... - saludó con tono cordial a la vez que extraía la cartera y mostraba la placa a su interlocutor. Sin hacer más mención a la acreditación que la propiamente visual, continuó hablando. - Necesitaríamos visitar al interno David Cores para hacerle un par de preguntas. ¿Sería tan amable de indicarnos cual es su habitación?

Clara y directamente. Aquel no era momento para estrategias ni para andarse con circunloquios. Paso que voy... así de claro.

Luis rememoró por un momento su antigua experiencia con un loco. Lo cierto es que su habitual método de interrogatorio no había dado resultado. Castelo se conocía bien. Una amenaza, según el caso sutil o explicita, solía ser un buen método para desnudar inquietudes y obtener información. Solo que resultaba difícil amenazar a alguien que no tenía consciencia de sus propios actos. Y eso es lo que le había pasado con anterioridad. Y esperaba que no le pasase lo mismo esta vez

- Solo espero que no esté loco de verdad - atino a murmurar mientras le seguía los pasos a su compañero - Y que seamos capaces de darnos cuenta - completó, quedándose callado cuando Óscar se presentaba en recepción y hacía su pregunta.

Mecánicamente sacó su propia cartera y mostró su propia credencial, cuando Pardo hizo lo propio, demostrando que estaban juntos, pero no añadió ninguna palabra. Todavía no era el momento de hacer valer su jerarquía. Y esperaba que no fuese necesario, no con un mísero recepcionista

La mujer se mostró un tanto sorprendida por la determinación de Óscar pero pronto se recuperó:

- Eh... Sí, un momento por favor.- dijo mientras tecleaba en su ordenador - David Cores.- esperó unos momentos a que la pantalla le diera datos - Sí. Estuvo internado aquí pero le dieron el alta hace un par de semanas por mejoría. Lo trataba el doctor Rodrigo Lezama. 

Pardo dedicó una significativa mirada a su compañero... ¿otro callejón sin salida? ¿O simplemente otro vigilante que guardaba las puertas de ese supuesto callejón? Oscar empezaba a dudar de todos aquellos que se le ponían por delante. Primero el Profesor, luego el Deán... ¿por qué no un doctor? De un modo u otro regresó a su interlocutora y sonrió con renovada cordialidad.

- Entiendo - rubricó. - ¿Y sería posible hablar con el doctor Lezama?

Los ojos azules del detective se fijaron sobre los de la recepcionista. Su boca sonreía pero sus ojos pretendían no dar demasiado tiempo para pensar. Si estaba habría de permitirles entrevistarse con él y si pretendía ganar tiempo, Óscar lo sabría.

- Si deberíamos hablar con el - asintió el veterano agente del orden antes de acotar - Por cierto, estuvimos en el que creíamos era su domicilio y no lo encontramos. Quizás al irse dejó asentada alguna dirección. Quizás prefirió recogerse con algún familiar - pese a que intentó mostrarse agradable, su natural hosquedad no lo ayudó en sus comentarios y sus palabras sonaron más intimidantes que amables.

- Acaso puede ser que en esa máquina haya registrada alguna dirección? Nos interesaría verificar si es la misma que nosotros creíamos era la suya - preguntó sin saber como obtener la información sus habituales métodos de interrogación - Solo para confirmar si coinciden -

- Oh, lo siento,- contestó la recepcionista - pero no puedo confirmarles ese tipo de información. Ya saben: la ley de protección de datos es, en nuestro caso, más que sagrada.

Consultó una carpeta con un cuadrante en la mesa:

- Pero el doctor Lezama acabará sus consultas en menos de media hora. Si quieren esperarle le aviso de que están aquí.

Parecía que, al menos, tenían una oportunidad de hablar con el psiquiatra.

Un poco más tarde están en uno de los despachos del centro, sentados delante de la mesa del doctor Lezama. El doctor Lezama es un hombre viejo, calvo, de aspecto mortecino y con una enorme nariz ganchuda que lo hace parecer la caricatura viviente del clásico psiquiatra de comic. Su perilla canosa y ojos hundidos no hacen otra cosa que acentuar ese aspecto. Su voz es grave, pausada, la voz del que sabe escuchar y tranquilizar a su interlocutor. Sus gestos sosegados invitan a la tranquilidad, casi a la confesión. El arquetipo del profesional psiquiátrico por excelencia.

- Y bien. Según me han dicho están llevando un caso y necesitan información sobre uno de mis pacientes, el joven David Cores. ¿Acaso se ha metido en algún lío? - pregunta con una curiosidad que parece meramente profesional - Es un buen chico pero si ha dejado la medicación podría volver a tener algún brote alucinatorio.

Tras la respuesta de la recepcionista Castelo murmuró - Es una pena - el veterano detective se encogió de hombros antes de agregar - supongo que de resultar necesario podremos conseguir una orden, pero no creo que valga la pena -

Tras obtener acceso al psiquiatra, Luis se acomodó en su silla y miró con fijeza al profesional. No parecía ser alguien fácil de intimidar, por lo que probablemente sería más efectivo utilizar la diplomacia y, quizas, incluso la verdad para obtener información.

- Un lío? No, no lo creo. Creemos que puede ser testigo de un caso y nos enteramos que había sido internado. Nos sorprendió. No sabíamos que tuviera antecedentes psiquiátricos así que... en fin, aquí estamos - Tras una pausa preguntó - Alucinaciones? Podemos hablar de ellas o... - el policía dejo la frase inconclusa, casi esperando que el Doctor Lezama se negara a hablar -

EL joven detective de Policía carraspeó oportunamente. Definitivamente la delicadeza de su compañero brillaba una vez más por su ausencia y su falta de diplomacia, tacto e inteligencia emocional bien podía llevarles por una ruta equivocada.

- Bueno, sí... er... no, doctor Lezama. La cuestión, como comentaba mi compañero, es que el señor Cores estuvo trabajando de guardia de seguridad en la Catedral de Santiago dónde se ha descubierto recientemente una serie de extravíos de una reliquia propiedad de la misma. Y digo extravíos porque afortunadamente se ha podido recuperar la pieza y... bueno, lo cierto es que queríamos simplemente entrevistar a los guardas cuando nos indicaron que su paciente estaba de baja por ansiedad. Por supuesto, querríamos hablar con él... nos extrañó que habiendo obtenido el alta no haya regresado a su trabajo.

Pardo hizo una pausa estudiada... como dejando en el aire la pregunta implícita, flotando.

- Sin embargo... - prosiguió - ... el hecho de que haya estado ingresado y en tratamiento nos ha llamado la atención. Por eso, aprovechando que hemos venido hasta Conxo y para no hacer el viaje en balde nos gustaría preguntarle por la naturaleza de sus... ¿dijo alucinaciones?

El hombre asintió.

- Bueno... les seré sincero: hay un montón de protocolos sobre los temas que podemos comentar o no de nuestros pacientes pero, en este caso, no veo motivos para mantenerlo en secreto. Después de todo el propio muchacho se lo contó a todo el que quiso oírlo, incluido sus superiores, motivo por el que fue ingresado. De hecho me imagino que ya los habrán puesto al día si están investigando ese robo. Dudo que vuelva a trabajar como guardia de seguridad porque parecía bastante afectado, pese a haber conseguido el alta, y de hecho no quiso notificárselo a sus jefes, escogiendo la baja voluntaria. 

Tomo aire:

- David sufre unas extrañas alucinaciones que le hacen creer que el robo de la Catedral fue perpetrado por algún tipo de agente demoníaco. De hecho afirma que él mismo vio a una criatura inhumana aparecer de la nada y llevarse parte del tesoro. Es absurdo, por supuesto, y de primeras podría pensarse que es simplemente una coartada intentando ocultar su colaboración en un robo. Pero créanme: ese chico estaba trastornado.  No tanto como para ser peligroso tal y como afirmaba su superior, pero sí lo suficiente como para creerse a pies juntillas esa absurda historia. De hecho aunque tiene el alta sufre varios trastornos entre los que se cuenta una claustrofobia aguda y miedo acuciante a las imágenes religiosas.