Partida Rol por web

La mansión es una gran residencia con un par de pisos de altura muy bien cuidada y hecha casi por completo de madera. Aqui, ningún marinero suele ser admitido. En la puerta os estan esperando Pete y Pace que os hacen las veces guardaespaldas. El mayordmoo de la mansión hace la vista gorda al ver al peculiar grupo seguido de un Niles lejos de estar en su momento más brillante en lo que al cuidado y planchado de su ropa se refiere. El barón Amundsson, Zacharías, hace una entrada bastante pomposa al bajar por la escaleras del segundo piso con unos pantalones muy ajustados, un bastón, y una chaqueta abierta. Su torso va al desnudo y no lleva camisa. Solamente adornos marinos, collares y piercings. Su pelo es una maraña de rastas y su barba puntiaguda y respingona hace una suerte de extraña pareja con su bigote fino y encerado. Además camina descalzo y sus uñas, contra todo pronóstico están muy bien cuidadas. Todo un personaje, la verdad.

—Bienvenidos y bienvenidas— Su tono de voz es el de un jóven con una potente y grave tonalidad.

—Si no les importa, pasarémos directamente al comedor donde cenaremos a gusto una exquisita selección de los mejores manjares de la zona en múltiples preparaciones locales. Síganme.—

Al entrar al comedor os encontráis una enorme mesa de madera de calidad, con bastantes marcas y hendiduras. Toda una reliquia para aquellos que tienen un ojo crítico en artesanía maderera. La estancia está decorada con cuadros enormes del mar, con un par de retratos de gaviotas, y un enorme busto del Barón con mirada penetrante. Los motivos son prácticamente todos marinos. Una enorme alfombra desgastada probablemente por el uso, el timpo y el clima local cubre el suelo de madera para crear una superficie más mullida.

—Tomen asiento por favor, son ustedes mis invitados esta noche, y tengo entendido que vienen de lejos, por lo que deben estar cansados.—

Al chasquido de sus dedos, una sirvienta hace un además de servir vino de una jarra de cristal ornamentada con más motivos marinos de un color dorado. —¿Lura, cariño, sirve vino a todos, quieres?—

—¿Bien, qué les trae por aqui?—

La fachada de la mansión de los Amundsson era suntuosa hasta el punto de resultar extravagante, efecto tal vez acentuado por el desolado paraje donde se encontraba.

—Cariño, te dije que te llevaría a un lugar digno de vos —dijo con una sonrisa socarrona al tiempo que conducía del brazo a la cazadora.

El Barón Amundsson resultó, si cabe, aún más exótico que sus aposentos. Dueño de una típica impulsividad juvenil se presentó sin camisa, descalzo y con un peinado tan particular que por una vez se alegró de la ceguera de su mayordomo. Así y todo creyó percibir cierto gesto de desaprobación en el rostro de Niles. A saber qué defecto había detectado el anciano en lo que él se figuraba como una mesa exquisitamente dispuesta, aunque es cierto que debió ejercer un gran autocontrol para evitar alzar las cejas al contemplar el rostro de piedra de su anfitrión. ¿Qué clase de hombre conserva un busto de sí mismo en su sala de estar? 

Retiró una de las sillas para Lady Lovisa y aguardó a que Niles hiciera lo propio con sor Agnetha. Recién entonces tomó asiento, abriendo con metódica parsimonia el pañuelo destinado a su regazo.

—Barón Amundsson, es usted muy amable. Gracias por recibirnos en tan bella propiedad —concedió extendiendo los brazos— Le presento a mi querida esposa, Lady Brigitte Darwin, espíritu inquieto, luz de mi vida, ojos de mi alma —afirmó con una sonrisa maliciosa— Ésta de aquí es su instructora, la señorita Mildred O'jaaare, una joven absolutamente encantadora. A su derecha se encuentra Lucius Wallace-Templeton, nuestro inestimable chambelán. Mi nombre es Charles Darwin, ornitólogo de profesión.

Una vez concluídas las presentaciones consideró oportuno responder a la pregunta (implacablemente directa) de su anfitrión.

—Le confieso que soy un hombre curioso, Barón, muy curioso —afirmo llevándose una copa de vino a los labios— Pero mi querida esposa me supera. Fue su curiosidad la que nos condujo a Fjällbacka cuando nos encontrábamos de camino a Dinamarca.

Una sonrisa de lado apenas se dibujó en el rostro de la cazadora que se fue ampliando a medida que repasaba la casa del barón, le gustaba la sordidez de algunos detalles y de la figura del barón mismo; de hecho, algo en sus maneras y su porte le hizo recordar a su Baldur. -No mentías, amado mío -deslizó respondiendo por fin a las palabras del detective y le apretó el brazo suavemente. Un apretón que quería decir más “cuidado” que algo afectuoso.

Al ver al pirata vikingo presentarse con pompa y circunstancia actuó como cualquier mujer respetable y desvió la mirada ligeramente alzando la mano para tapársela de lado, carraspeó y se dio cuenta de que aquello quizás podría afectar negativamente al barón y bajó la mano con suavidad dándole una mirada de frente que no rehuía la del hombre, en ese momento la presentó Øystein.

Asintió ante las palabras de su esposo de fachada con una inclinación de cabeza y una ligera y elegante reverencia como las que se sabía de memoria de ir de té a las casas nobles; aquel era el momento de sacar a relucir todos aquellos conocimientos, sin duda -Gracias por recibirnos esta noche en su hermosa morada, barón Amudson. Es un honor sentarnos a su mesa -. Aceptó el lugar que le correspondía en la mesa luego de chequear que fuera el indicado según el protocolo y ceremonial de los nobles, y dio una disimulada mirada en redondo. La suntuosidad indicaría que era noble de verdad, pero buscaba corroborarlo de alguna manera que no fuera preguntar explícitamente. Eso y pistas de lo que fuera que pudiera estar sucediendo.

Lady Lovisa se sentó muy oronda en la silla, sonrió y agradeció con gentileza a la muchacha que le sirvió el vino: cuando quería podía ser encantadora. El discurso de Wergeland la mantuvo distraída mientras llevaba la copa a sus labios pero al escuchar que le echaba el fardo encima se atragantó con la bebida y comenzó a toser. Le dio al detective una mirada retadora y complacida: con que esas tenemos, ¿verdad?

Soltó una risilla y terminó de reponerse, se llevó una mano al pecho -Oh, mi esposo siempre tan sincero -dijo sonrojándose más por el vino y los nervios de la situación que por otro motivo… aunque sí había otro motivo, aquello la excitaba, sentía que estaba por encontrar un rastro que seguir en su cacería y eso siempre le daba un pecaminoso placer interior. -Oh, bueno, en realidad tiene razón -se encogió de hombros un poco -Me encanta hacer caminatas por el campo que impliquen algo más que ir a campo traviesa, sino… -sonrió pícara- Un poco de aventura. Las señoras con las que tomo té me dijeron que este lugar tiene maravillosas vistas y que el paisaje con sus islitas era muy bello -parpadeó suavemente -¡Es más! Hoy hemos visto un atarceder de lo más hermoso -mientras hablaba sus ojos permanecían clavados en el anfitrión, entre seductora e indolente -Bueno, en definitiva, le pedí a mi esposo si podíamos venir unos días, de todos modos hay pájaros en todos lados, ¿No? -soltó esto último desentendiéndose de aquel asunto.

Ésta de aquí es su instructora, la señorita Mildred O'jaaare, una joven absolutamente ENCANTADORA.

-¡URSULINAAAAAAAAAAAARRRRRRGGGGGGHHHH!-, pensó el estoico Niles, no sin esbozar una sonrisilla ante la ocurrencia de corregir a su amo en público por el calificativo empleado para describir a la religiosa.

-Un honor, Barón-, dijo al tiempo que hacía una reverencia de las suyas, esto es, quedándose doblado cual alcayata durante unos segundos evidenciando una elasticidad impropia de un anciano.

-Al fin alguien con modales en este archipiélago perdido de la mano de Gosh-, pensaba el buen Niles, gratificado por la voz de barítono del Barón y su exquisito gusto protocolario. La estancia no le era apreciable a sus sentidos visuales, pero tenía un ligero tufo a arenque, circunstancia esta que el mayordomo decidió obviar en su valoración general del recibimiento habida cuenta del excelente recibimiento del noble.

Niles podía ser ciego, pero no era sordo. Y con esto quiero decir que tenía un excepcional oído que podría compararse al de un quiróptero. Y la voz del Barón, potente y cavernosa, tenía un inequívoco matiz juvenil. Eso hizo al agudo chambelán fruncir muy ligeramente el ceño.

-Hummm... Sounds TOO young for Abela, the Tavern's witch, may I add...-, barruntó guardando un prudente silencio.

Niles ya venía considerando que había una base sólida para concluir que el incesto -entre un variado elenco de pecados capitales- sacudía a aquella podrida familia bañada en el chero de los condenados arenques. ¿Tendría el Barón interés en ofrecerles estancia en su mansión? Era una duda razonable.

Asistió impertérrito a la diatriba que mantenían en una muy convincente ficción los Darwin mientras se preguntaba cómo lograría su astuto amo sonsacar algo al Barón sobre Uddgren o C.E., acrónimo que Niles había decidido utilizar en lo sucesivo para referirse al finado en aquel misterio insular.

En su interior, su británica mente valoraba los puntos débiles de su estratagema de infiltración.

-El amo está fascinado por la mascarada. No le veía tan ilusionado desde que le dejé ganarme al ajedrez cuando era un mozuelo. Hm-hm-hm-hmmm... Aaaah, the good ol' times... Solo espero que sepa distinguir la ficción de la realidad... La sobreactuación es muy común en los actores del continente que tratan de emular a los auténticos y genuinos... Los británicos. HA! Take that, Europe! Shakespeare is OURSSSSSSS.-.

Los ojos de Agnetha recorrieron la fachada y el interior de la mansión con idéntica avidez. Era consciente de que lo único que tenían contra aquella gente era la corazonada de un hombre un tanto exaltado, que la advertencia del pescador borracho podía ser producto de la superstición y el alcohol y la extraña visión de Wergeland producto de su indigestión. Sin embargo había cierto halo indefinido en todo aquel archipiélago que le ponía los pelos de punta, como si algo estuviera por mostrarse pero aguardara en una especie de ángulo muerto de la consciencia.

La aparición del barón en lo alto de la escalera hizo que Agnetha detuviera el paso. Su mirada se clavó sobre él de aquella manera directa e indecorosa que solía expresar cuando algo despertaba su curiosidad. No sabía muy bien qué había esperado, pero más bien un hombre mayor, casi anciano, pulcramente vestido aunque pudiera ostentar alguna peculiaridad náutica como algún pendiente o tatuaje. Pero aquel hombre le pareció la viva estampa de un pirata. Por otra parte no le pareció casual que en aquel momento descendiera por las escaleras, sino que había preparado una buena entrada en escena.

Cabe decir que era la primera vez que Agnetha veía el torso desnudo de un hombre —sin contar por supuesto imágenes religiosas, entre sus preferidas Juan el Bautista vestido con unas simples pieles— y después de abrir los ojos un tanto de más, el rubor subió a sus mejillas. Aprovechó que agachaba el rostro al responder a la bienvenida del barón para ocultar su azoramiento y estupor.

Para ocupar su lugar en la mesa trató de seguir alguna indicación de Lady Lovisa, quien parecía manejarse en aquella situación como pez en el agua. Admiró la soltura con que despachaba la incómoda pregunta sobre qué les había llevado hasta allí, mientras estudiaba con atención cada uno de sus gestos, de la inflexión de su voz y de sus palabras como quién busca desentrañar un misterio de la vida. Había una mezcla de altivez, coquetería, dignidad y juego infantil que pensó que no podría emular por mucho que tratara de esforzarse, lo que le procuraba una mezcla de desazón y orgullo difícil de desentrañar. Tras dar las gracias a la sirvienta que se encargó de llenar su copa, su mirada volvió sobre el barón. Trataba de averiguar si la actuación de aquella compañía de teatro improvisada estaba pareciéndole convincente a su peculiar anfitrión.

—Ciertamente, ciertamente... —dijo cuando Lady Lovisa concluyó su historia— Pero no en todos lados se encuentran ruiseñoras tan bellas como vos —concluyó con adoración al tiempo que apoyaba fugazmente una mano en la rodilla de la cazadora.

Pero entonces abrió desmesuradamente los ojos y con cierta brusquedad añadió.

—¡Pero qué digo! ¡Bajad los cubiertos! ¿Qué modales son estos? —demandó extendiendo los brazos— Barón Amundsson, sepa disculparnos, pero la señorita O'jareee aquí presente jamás consentiría dar por comienzo la velada sin agradecer al Señor por tan suntuoso banquete —agregó aprovechando el taciturno silencio de la joven, a quien dirigió una mirada cómplice.

—Espero que no le resulte inconveniente —añadió clavando la mirada en el Barón.

Si el hecho de estar observando al barón mantenía a Agnetha con un leve pero evidente sonrojo —aunque aún podía pasar por el que correspondería a una constitución saludable—, la alusión directa del detective terminó por teñir su rostro por completo. Ignorante de lo que Wegerland se proponía, Agnetha volvió a sentirse violentada, ¿es que aquel hombre no iba a demostrar el más mínimo respeto? ¿No había otro momento para que siguiera con sus pullas? Su agitado corazón bullía con una mezcla de desdén y azoramiento. Sin embargo no era aquel momento para exaltarse y Øystein bien que lo sabía. Así que evitó mirar al detective para contener la tentación de tratar de fulminarlo y enderezó la espalda en el asiento. Aclaró su garganta, se santiguó, junto ambas manos delante de su pecho y cerró los ojos:

—Benedic, Domine, nos et haec tua dona, quae de tua largitate sumus sumpturi. Per Christum Dominum nostrum.¹

Pero antes de decir "amén", quiso añadir algo que había dicho una vez y cabreado muchísimo a la madre abadesa, a pesar de que era una cita de Biblia. Además, si por una de aquellas el barón entendía latín tal vez quisiera entender algo favorable hacia su persona e hiciera más sencillo el trato posterior:

»Qui abscondit frumenta maledicetur in populis benedictio autem super caput vendentiu. Amen.²

Y se volvió a santiguar.

—Mire querida, —dice dirigiéndose a Agnetha. —No entiendo de idiomas por lo que no se muy bien que es lo que ha dicho, pero si es tradición en su lugar de procedencia decir algún tipo de relato antes de iniciar una comida, no seré yo quien se interponga en su lugar.— El Barón alza la copa que tiene llena de licor y brinda. —Por que su estancia sea de lo más llevadera.—

—Como ven somos un pueblo humilde que está teniendo la suerte de tener buena pesca, por lo que les ofrezco lo mejor de la comida local. Arenque al horno con setas. Arenque escabechado con ajo y cebolla. Unas buenas guarniciones de patatas asadas.El arenque es uestro pescado principal, del que más rentabilidad sacamos ya que abunda por aquí. Una buena variedad de marisco. Mucho me temo que aqui presa de tierra es difícil encontrar salvo que lo hagamos vía trueque o pidamos expresamente a alguien que lo cace para nosotros en una ocasión especial, asi que lo que tengo que ofrecerles es la mejor selección de productos del mar junto con algunas verduras.—

—Bien, si realmente son pájaros lo que buscan, y creanme cuándo les digo que no soy ningún experto, podrán encontrar muchas gaviotas, algunas palomas más entrado en el pueblo. No muchas. ¿Han visto alguna vez a una gaviota devorar por completo a una paloma viva? Desde luego es algo digno de ver al menos una vez en la vida. No se les olvidará jamás. Sinceramente pensé que solamente se alimentaban de pescado, pero no. No podía estar más equivocado. Pero por favor, continúen comiendo. Cuénteme señor Darwin más sobre sus viajes. ¿Está usted subvencionado por alguna empresa? O ¿simplemente es alguien con fortuna viviendo la vida junto a su bella mujer?—

La enfurruñada forma en la que Sor Agnetha acompañó su plegaria la ponía casi en el mismo plano actoral que el de su falsa esposa, si bien en el caso de la religiosa era imposible determinar si se trataba de una farsa o de un enojo sincero hacia su persona. Como fuera, el arenque no mordía el anzuelo. El Barón permanecía imperturbable y continuó su interrogatorio de irreprochable manera.

—Debo confesar que soy un hombre afortunado. La fortuna me asiste tanto en el amor —apretó con delicadeza la mano de Lady Darwin, recorriendo unos dedos casi tan largos como sus pestañas capaces de levantar ventiscas*— como en las finanzas. Pero salta a la vista que no soy el único que goza de buena ventura —admitió abarcando con la mirada el extenso salón comedor— Si me permite el atrevimiento, el negocio parece ir viento en popa por aquí.

Tomó un sorbo de vino mientras meditaba la respuesta. De momento su anfitrión no ofrecía demasiadas pistas.

—Herencia familiar —explicó— Mi tío decide repentinamente vivir al servicio del Señor, no sin antes repartir parte de su fortuna entre sus familiares más cercanos. Ahora es reverendo, ¿no es así, Lucius?

-Terriblemente generoso el reverendo Darwin, sin duda-, corroboró raudo Niles ante el pase de su amo. Decidido a auxiliar a su señor en la siempre ardua labor de la investigación privada, materia sobre la que podría considerarse al mayordomo un autodidacta, Niles secundó la estratagema del detective con una elaborada milonga de las suyas, una tan característica que estaba bañada en un aura de surrealismo tal que la hacía pasar como plausible de lo disparatada que era.

-A decir verdad, es una anécdota bastante curiosa la suya. Al parecer, el tío Ebenezer Darwin, un vividor y diletante consumado, habitual de lupanares y otros antros de sórdida reputación, llevaba una vida disoluta y digna de un pródigo hasta que tuvo una suerte de experiencia religiosa que transformó por completo su visión de la vida. 

Niles hizo una conveniente pausa dramática y carraspeó con suavidad, modulando su tono como buen storyteller británico que era. Que fuese el terror de los niños en la vetusta mansión de sus antiguos amos no era una reputación que le hubiese abandonado con el paso de los años.

-Migas-, dijo enfatizando con gravedad y entornando sus ojos muertos.

-Casi muere atragantado por un plato de migas. Y en el que consideró su penúltimo estertor, Dios se le apareció en vívida alucinación y le regaló dos consejos: el primero, que se pasase de inmediato y con absoluta entrega a una dieta ovolacteovegetariana.

Niles dio un sorbito a su copa. Sonrió luciendo su británico colmillo.

-El segundo, que abandonase el opio-.

Por algún motivo que desconocéis Abel hace acto de presencia. Los dos hermanos Pete y Pace la acompañanan y se sientan en la sala, alejados de la mesa, en una serie de sillones de relativo aspecto cómodo. Os miran en silencio mientras continuais con vuestra cena y conversación con el Barón.

Si me permite el atrevimiento, el negocio parece ir viento en popa por aquí.

—Efecivamente. De alguna forma nos las hemos arreglado para poder recibir el don de la oportunidad y el pescado. Concretamente el arenque ha decidio venir a honrarnos con su presencia para ser pescado, procesado y vendido. Uno con el tiempo aprende a entender el comportamiento de algunos seres marinos, y en este caso, creo que algo cambió hace tiempo en las corrientes marinas. Puede que fuera un cambio en su clima, o puede que simplemente su alimentación cambiara de sitio, pero no pienso quejarme por ese cambio, ahora nos va de maravilla.—

—Bien, ahora que ya hemos entrado en detalle a conocernos, y viendo que ustedes quieren mantener su fachada de ornitólogos, permitanme preguntarles una última vez. Y espero que sean sinceros CHARLES. ¿Qué hacen aquí?—

Las palabras del Barón os pillan en parte por sorpresa, pero es posible que tanta fanfarria y que os hayáis esforzado demasiado por actuar pomposamente,  que eso os haya delatado. Quizás, más adelante, en otro lugar, o directamente en Upsala podáis llegar a crear una fachada algo más convincente.

Es un hecho establecido que la mayoría de las personas, al verse súbitamente confrontadas con la verdad, terminan confesando. El detective se había valido de esta particularidad en incontables ocasiones. Sin embargo, más que sorprendido se mostró decepcionado por la revelación del Barón. Decepción que tal vez ni Agnetha ni Niles entendieran, ya que de cualquier forma en la vida real desempeñaban los mismos roles que sus alter egos, o tal vez fuera porque no les había tocado en suerte ser la afortunada pareja de una persona tan bella, aguda y carismática como Øystein Wergeland (y Lady Lovisa) (en ése orden) (respectivamente).

—Bien —musitó, acicalándose la barbilla— Bien. Me alegra comprobar que es una persona observadora, Barón, pues la verdad sea dicha, no comparto vuestra afición por el arenque —afirmó alejando el plato en la dirección de la cazadora. La visión del pescado parlanchín aún le atormentaba, sin mencionar que su estómago no se había recuperado aún de la indigestión en la taberna. Limpiándose la comisura de los labios con una servilleta, añadió.

—Øystein Wergeland. Detective privado. Hemos sido contratados por el padre Uddgren para investigar el fallecimiento del vicario Hedqvist. La fachada que interpretamos esta noche es una desafortunada improvisación a la que nos vimos obligados por culpa de Uddgren. Al llegar a la taberna comenzó a comportarse de manera érratica y temimos que estuviera loco. Como no nos fíamos de su palabra, preferimos desentendernos de su persona e investigar por nuestra cuenta. Y aunque no suelo dar avances de las investigaciones en curso, de momento todo parece confirmar nuestra corazonada: Fjällbacka parece ser un apacible y próspero pueblo pesquero al que le ha tocado en suerte un párroco un tanto desquiciado.

Por debajo de la mesa, el pie de Wergeland salvó los escasos centímetros que le separaban de la pierna de Niles. Era hora de jugar al policía bueno y el policía malo.

-Certainly-, apuntó Niles dejando escapar un hondo suspiro tras las palabras de su amo.

Echaría de menos nombrar a la religiosa como "Señorita O'Haaaaaaaaareeeeee" ahora que la mascarada había tornado a su fin.

El mayordomo seguía la conversación con un rictus especialmente estoico. Estaba analizando algo. Procesándolo. Y es que algo no iba bien. Podía sentirlo en forma de un hedor indescriptible. Provenía del Barón y, pese a sus esfuerzos, este no lograba enmascararlo con el derroche de perfume que había dispensado a su nórdica silueta. Olía a... ¿Arenque? 

Salió de su ensimismamiento cuando notó el pie de su amo golpear su espinilla y a punto estuvo de llamarle al orden por tamaña desfachatez cuando el siempre agudo Niles reparó en la cuenta de que era la señal establecida con carácter previo por su amo para que le siguiese el juego. Una sutil exhibición de germanía amo-mayordomo. 

-Ese Uddgren afirma que el finado guardaba no pocas... discrepancias, con usted y su familia, Barón-. Niles tomó con elegancia su servilleta y fingió limpiarse con delicadeza el borde de su fino bigotito inglés. Desde luego, el chambelán sabía cómo imprimir una buena dosis de suspense a su intervención.

-Al parecer se suicidó disparándose con su propia arma, un arma grabada. Extraño, tratándose de un hombre de Dios. Aunque claro, según Uddgren, se trató de otro tipo de suicidio. Uno asistido. ¿Usted qué opina, Barón?-.

Niles lanzó un suave puntapié a la hermana Agnetha. Aparte de darse el gusto, quería que la religiosa mirase a los dos zopencos que habían asaltado a su señor. Si alguno reaccionaba sospechosamente, sabrían que el revólver con la cruz era el préstamo a fondo perdido de un difunto... Carl Eric Hedqvist.

La cara de Agnetha se quedó lívida al escuchar las palabras del barón. La familia en pleno parecía reunida con el fin de desenmascararles y claramente amedrentarles. La monja suspiró y dejó los cubiertos sobre la mesa, como si haber sido descubiertos incluyera que ya no necesitaba siquiera comer. En parte dio gracias por poder olvidar de una vez aquella caterva de nombres ridículos y demás pretensiones y no pudo evitar preguntarse cómo sería en adelante el trato entre el detective y la cazadora ahora que ya nadie esperaba que trataran de pasar por marido y mujer.

Wegerland explicó qué les había llevado hasta allí mientras los ojos de Agnetha viajaban hasta sus anfitriones tratando de entender sus reacciones. En esas estaba cuando Niles inquirió acerca de aquella pistola. Agnetha se dio cuenta que proponía que el arma del vicario estaba grabada, cosa que desde luego desconocían, así que cuando recibió aquel puntapié había entendido qué se proponía el mayordomo. Había quedado una pregunta reverberando, con ese modo suyo de hablar que parecía dejar suspendida su voz en el aire aunque hiciera unos instantes que hubiera sellado los labios.

Los ojos de Agnetha viraron hacia los famosos Pete y Pace —¿quién sería quién? Más bien se los imaginaba como algo parecido a un monstruo de dos cabezas. Trató de observar sus reacciones sin resultar demasiado inquisitiva.

La caricia de Wergeland la había descolocado un poco pero no le había desagradado en lo absoluto, al contrario, la había apretado cariñosamente un instante y luego la había vuelto a dejar libre, como debía estar.

La copa de vino había quedado a mitad de camino cuando las palabras del barón le dieron de lleno, casi se echó a reír no por nervios, si no por el gusto y la excitación. Podían morirse ahí mismo, pero estaba segura de que darían una pelea formidable; de todos modos, esperaba no llegar a tanto, le daba la impresión de que todos allí tenían muy alto concepto de sí mismos como para arriesgarse de buenas a primeras.

La estrategia del detective de decir la verdad a medias le había agradado y parecido adecuada, mas mientras Niles tomaba la palabra y la atención se centraba en él aprovechó para con una mano dejar la copa en la mesa y con la otra aproximar la funda con su cuchillo delicadamente hacia su mano diestra sin ser notada, lista para la pelea, si era necesaria.

—Øystein Wergeland. Detective privado. Hemos sido contratados por el padre Uddgren para investigar el fallecimiento del vicario Hedqvist. La fachada que interpretamos esta noche es una desafortunada improvisación a la que nos vimos obligados por culpa de Uddgren. Al llegar a la taberna comenzó a comportarse de manera érratica y temimos que estuviera loco. Como no nos fíamos de su palabra, preferimos desentendernos de su persona e investigar por nuestra cuenta. Y aunque no suelo dar avances de las investigaciones en curso, de momento todo parece confirmar nuestra corazonada: Fjällbacka parece ser un apacible y próspero pueblo pesquero al que le ha tocado en suerte un párroco un tanto desquiciado.  

—Es usted un hombre que trabaja con cautela. Eso puedo respetarlo. Pero no que me mientan, y menos en mi propia casa, cuándo aemás han sido invitados.— Pete y Pace parecen ponerse bastante tensos. Abela de momento no reacciona.

—¿Para quén trabajan?—

-Ese Uddgren afirma que el finado guardaba no pocas... discrepancias, con usted y su familia, Barón-

-Al parecer se suicidó disparándose con su propia arma, un arma grabada. Extraño, tratándose de un hombre de Dios. Aunque claro, según Uddgren, se trató de otro tipo de suicidio. Uno asistido. ¿Usted qué opina, Barón?-.

—Mire, entiendo muy bien qué es exactamente lo que está sugiriendo anciano. Primero permítame decirle que su sagacidad es francamente impresionante para un hombre cuya mirada parece perdida. Aunque ambos sabemos que guarda usted tantos secretos como yo, si no más.—. El Barón te mira directamente a los ojos. No parpadea apenas  nunca evita la mirada. —Ese tal Uddgren, es un párroco paranóico que ha decidido colgarnos el muerto de su colega. Apenas recuerdo a ese hombre. ¿Cómo dice que se llamaba?. Recuerdo que la guardia vino preguntando a todos en el archipiélago si sabíamos qué habia pasado, y tras el veredicto del alguacíl, todo volvió a estar en la relativa calma que hay aqui. Recuerdo que en la prensa lo tildaron de suicidio. ¿Es posible que quisiera reunirse con su creador para estar más tiempo con él? Sea como sea, está muerto y yo no pienso tolerar las acusaciones de nadie. Ahora, creo que ya saben donde tienen la puerta.—

El Barón parece no solamente disgustado, sino que severamente enfadado. El olor a pescado se intensifica.