Partida Rol por web

El día siguiente amaneció soleado. Desde primera hora de la mañana notábais la humedad y el calor del día, y aquello os agobiaba un poco. El fuego se había extinguido por completo y a pesar de las alimanas de los alrededores y sus particulares sonidos, habíais logrado descansar con plenitud. Después de mojar la hoguera y recoger vuestro improvisado campamento, avanzásteis en la marcha. Comísteis de las frutas encontradas y las últimas provisiones mientras andábais, para no perder tiempo en la búsqueda de Mary Klauftnen. El profesor Frostwood miraba el diario con las indicaciones de la mujer, y no debíais estar lejos del lugar señalado, allá arriba, en el monte; por cierto, éste se divisaba ya bastante bien, dibujándose entre la espesura y la maleza.

Tras andar durante un par de horas y descansar en ese trecho, encontrarán la cúspide de una estructura a un kilómetro de distancia más o menos. ¡Parecía ser un templo en la falda del monte!

Cuando avanzásteis hacia el templo, pareció que todos vosotros os dísteis cuenta de lo mismo: una zona previa, antes de llegar al templo en la falda del monte, estaba infestada de trampas. Éstas eran de diversos tipos: que amordazaban con puntiagudos palos, cepos metálicos bastante extraños y pequeñas jaulas sujetadas con tensión entre los árboles, las cuáles se clavarían en la carne de cualquiera y acabaría con ellos al momento. Por ellos os alertásteis sobremanera, y apretásteis el paso hasta Aztelpitoca (o lo que debía haber allí, la ciudad señalada por la profesora Mary en su diario encontrado).

Una vez allí, siendo media mañana, la cúspide del templo resultó que era la parte alta de un resquicio en la montaña, en la cual había un complejo de fachadas excavadas en la roca. Su belleza era innegable, pero numerosas dudas os asaltaron: ¿ese lugar estaba habitado? ¿tendríais métodos para atravesarlo? ¿Habrías más trampas como las de antes? Tan sólo quedaba comprobar si aquel templo albergaba en su interior pistas del paradero de la señorita Klauftnen. El paraje constaba de una entrada principal, la cual estaba rodeada de columnas con numerosos motivos mayas, como vegetación predominante musgo (señal de años y años de decadencia y olvido) y un gran canal inundado en la misma puerta, a modo de cenagal...

En esos momentos oísteis un severo rugido procedente del inteiror del templo. No se parecía a ninguna otra criatura que encontrárais la noche anteior, ni tampoco que sólo escuchárais. Era como una voz gutural, perversal, maligna...

Dio un respingo y un helado escalofrío recorrió su espalda al escuchar aquel grito surgido de las profundidades del templo. Era algo aterrador. Horrible. Como el eco de una existencia perteneciente a un mundo extraño y lejano. Miró a sus compañeros en silencio. ¿A que clase de criatura podría pertenecer semejante lamento? ¿Tendría alguna relación con las trampas que habían descubierto antes? Y entonces la imagen difusa y oscura que había visto la noche anterior  apareció en su cabeza y no pudo nada más que sentir un inmenso miedo. 

El coronel se preciaba de ser un hombre de mundo. En la India, en Afganistán, en las estribaciones del Tíbet, en Lesotho, en Sudáfrica, había escuchado historias perturbadoras, en ocasiones encontrado hechos inexplicables, pero al final de la jornada, con un whisky junto al fuego y unas lecturas religiosas, conseguía descartar tus aquellas pamplinas como supersticiones que habían llegado a afectarle.

Aquella era la primera vez en su vida en que lo inexplicable se manifestaba tan obvio y tan cercano. Lo único que logró hacer el coronel fue, recurriendo a su disciplina militar, fue comprobar su rifle y sostenerlo firme entre sus manos apuntando al origen del sonido.

Desde luego aquello no lo había hecho ningún animal que el conociese.

Encontrar la zona llena de trampas, despertó en Elijah profundas inquietudes. Los hacedores de aquellos artilugios de muerte, debían estar muy asustados por algo o querían proteger algo muy importante. Quizás valiera la pena como descubrimiento científico lo que se encontraran más adelante. Pero también podrían tocarse con algún grave peligro.
Cuando el sonido inhumano se escuchó, helando la sangre del profesor, sus sospechas se decantaron hacia la peor de las posibilidades.
- Joder, ¿¿¿qué ha sido eso???- dijo Elijah aferrándose a su rifle y dirigiendo su pregunta principalmente al Coronel.

Ante la pregunta del profesor, el coronel se limita a negar de lado a lado muy serio. Por un momento, parece que no vaya a añadir nada más, pero se atreve a decir algo finalmente.

- Nada que yo haya matado, eso desde luego. Y creo que ningún animal puede producir un alarido semejante. No tengo la menor idea de que pueda ser.

Tras oir aquel grito de horror embebido en eco, os acercásteis a la puerta, como atraídos por ella (tal vez la motivación de encontrar a la señorita Klauftnen). Mientras os acercábais, tras una columna junto a la puerta encontrásteis los restos de campamento: una hoguera, varios palos y piedras colocados allí, así como una bota de pequeño número en las proximidades. Tras indagar por allí, ninguna conclusión pudísteis obtener, ni nada extraño vísteis, por lo que decidísteis adentraros en el templo, a base de luz de linterna, pues todos contábais con una.

La linterna apuntaba al frente, cuya luz se perdía en el fondo del larguísimo corredor lineal, todo de piedra. Las paredes estaba recubiertas de relieves desgastados por las centurias... No obstante, en la misma entrada (sin apenas dar paso), había otro pasillo a la izquierda, como un codo de pared que iba a otro lado..

(algo así)

El coronel se rascó la cabeza al examinar las trampas, el campamento y la pequeña huella. Sus conclusiones eran bastante obvias.

- Señores, creo que la señorita Klauftnen se encontraba viva apenas hace unos días, como mínimo. Creo que fue ella quién hizo el campamento y dejo esa huella. El porque de las trampas, no me lo explico.

Mirando hacia el interior del templo, el coronel cambio el rifle por la pistola. Más manejable en un entorno así. Mirando a los corredores, se encogió de hombros.

- No tengo ningún rastro que seguir. Lo que decidan ustedes estará bien.

Los tres avanzásteis por la izquierda, con las linternas en mano. Silvermann llevaba su pistola del calibre 45 en una mano, mientras que en la otra la linterna. Tras avanzar unos metros, el pasillo giraba a la derecha y avanzaba recto. Las paredes predregosas hacía que el aire estuviera algo viciado, auque no estábais a mucha profundidad. De repente, iluminásteis una gran estela que tapaba el pasillo (como si ahí se acabara): un conjunto de glifos de ascendencia maya, seguramente decoraban la figura central, el conjunto artístico (impropio de los antiguos pueblos de ese lugar) que estaba en el centro de la estela:

Aquellas pinturas os horrorizaron, se os destempló el alma. Pinturas en mitad de glifos no era muy común, y menos sobre estelas, hablando de la civilización maya o incluso sus antecesores. Aquella pinturas parecían estar realizadas con grasa de animal, sangre, e incluso algún tipo de material pegajoso, de coloro oscuro. Mirando fijamente los ojos de aquellas tres siluetas os sentísteis algo mal, como si os comenzara a doler el estómago y el pecho. Era como si sus ojos no pudieran ser mirados directamente. Sólo tras apartar la vista pareció que aquella sensación de dolor y ahogo se mitigaba, por lo que salísteis de allí cuanto antes.

Tras regresar desandando vuestras pisadas hasta llegar a la entrada, avanzásteis por el único camino que se internaba en el templo: aquel pasillo de piedra, mal iluminado por vuestras linternas, parecía robusto pese a lo oscuro y algo tenebroso. La única iluminación posible en tiempos en los que aquel lugar era activo debía ser el fuego, pues allí no llegaba la luz natural ni se filtraba por ningún sitio. Andábais poco a poco, sin prisa pero sin pausa, avanzando a cada paso.

Las linternas apenas desdibujaban aquella profunda negrura mientras avanzaban con la cautela de quien se adentra en lo desconocido. Por algún motivo que ni siquiera el propio Clayton sabría explicar, de vez en cuando giraba la cabeza hacia atrás. Buscando la presencia de un perseguidor pero allí no había nada. Nada salvo sus propias sombras. 

El Coronel guardaba silencio.

Hacia rato, desde que habían comenzado a pisar aquellas ruinas, que una parte muy importante de su alma le impulsaba al silencio. La misma que desde pequeño, los domingos al mediodía, se recogía en silencio al entrar en la vieja iglesia anglicana de St. Andrews. La misma que al pisar los templos en ruinas de Jharkhand, estando desplegado en Rampurhat le conminó a respetar el descanso de los huesos antiguos que bajo el suelo, formaban una calzada de dolor, sangre y sacrificios. Era el poder de la fe.

Pero en aquel lugar había algo más. Aquellas imágenes le perturbaron. Desde lo más profundo, desde el instinto, su cabeza le decía que aquello estaba mal, que aun no conociendo nada de la historia de los aztecas, aquellas elementales figuras estaban fuera de lugar. Y parecía que en cualquier momento saltarían de la pared para arrebatarles la vida por su osadía. Se tuvo que contener para no liarse a tiros con la aberrante pintura. Por fortuna, el señor Clayton les conminó a salir de allí, cosa que el coronel aceptó gustoso, liderando la marcha nuevamente. Su mano temblaba un poco y sabía que al menor movimiento, sombra o ruido, dispararía. Necesitaba que aquel ruido civilizado, aquel picor a pólvora en la nariz le ayudaría a recomponer su imagen de la realidad, el mundo y todo lo sagrado.

Elijah había examinado los glifos encontrados con curiosa determinación. Al parecer se trataba de decoraciones de origen maya y no aportaban información escencialmente útil. Antiguas veneraciones a los dioses y poco más. Quizás, podría tratarse de alguna especie de cántico de protección, pero era imposible determinarlo con certeza sin un estudio comparativo más detallado. Mucho menos sería factible determinar la razón por la que habían sido esculpidos... En eso, el profesor reparó en la mirada del Coronel y el Señor Clayton. Ambos se habían detenido a observar el centro de la estela y su rostro evidenciaba que no les agradaba lo que veían. Fue entonces que Elijah miró aquellas tres figuras y en ese instante pareció que su sangre se helaba. Definitivamente aquello no era de origen maya, al menos no de lo que se conocía sobre aquella cultura hasta aquel momento. Los trazos y materiales sugerían un origen rupestre lo que las dataría a fechas muy anteriores a la construcción del soporte sobre el que estaban plasmadas. Además, parecían extrañamente frescas a la vez que emanaba de ellas una solemnidad intemporal, incluso amenazante.
Sobreponiéndose a sus escalofríos y sin pronunciar palabra, el Profesor siguió a los otros mientras volvían sobre sus pasos y luego se adentraban en el oscuro pasillo de piedra.

Avanzábais algo angustiado, preguntándoos en vuestro interior sobre las pintura en medio de la estela tallada. La piedra estaba algo deformada y desgastada, aunque el pasillo se conservaba recto y sin desprendimientos. Mientras apuntábais con la luz de la linterna en el suelo, el profesor y el coronel se percataron de que una gran losa en el suelo, delante de vosotros y en mitad del pasillo, estaba levantada, pero fue demasiado tarde para poder avisar al señor Clayton, el cual puso su pie sobre ella pisando en el vacío...

Clayton pisó aquela losa plana, y su pierna se hundió rápidamente, haciendo caer todo su cueerpo por un enorme agujero, el cual comenzó a absorberle hacia abajo. Por suerte, en el último momento, apoyó sus brazos en los bordes del oculto pozo (que dedujísteis que era una especie de trampa milerania allí colocada). El mecenas quedó colgando a pulso, y rápidmente Joss y Elijah lo levantaron entre los dos, colocándolo a salvo. Clayton sudaba "la gota gorda", y su cara estaba ahora pálida. Pronto se sacudió las ropas y supísteis que había que tener especial cuidado en donde se pisaba y por dónde se accedía.

Tras este pequeño gran susto (sobre todo para Foster) avanzásteis pasillo adelante. Enseguida llegásteis a un codo a la derecha, cambio de sentido en noventa grados. Tras iluminar tras la esquina, vísteis que el pasillo terminaba en una entrada labrada, y ésta daba a una sala. Estaba iluminada, y se veían el reflejo de dos siluetas proyectadas por algún tipo de fuego o antorcha en el interior.

Un grito de terror amenizó entonces el ambiente. Todo era muy siniestro. Aquella voz era de mujer, y os pareció que, milagrosamente, era la de la señorita Klauftnen. Tras avanzar deprisa pero sin pausa (por si había alguna "trampa" más, si es que a lo anterior podía considerársele tal), entrásteis en la cámara y vísteis que era un espacio funerario, o tal os pareció.

La sala era circular, y tenía cuatro columnas principales con relieves de esculturas enormes. En el centro había tras grandes braseros a modo de hoguera para iluminar el gran espacio. El suelo estaba enlosado, y los frisos estaban rellenos de glifos mayas. También había otras esculturas y jarrones en derredor, colocados en torno al círculo central, los cuáles eran algo tenebrosos. La sombra proyectaba correspondía con las dos siluetas que estaban en el medio del lugar: la señorita Klauftnen yacía sobre una especie de altar, maniatada y tumbada, y con vida. Gritaba constantemente y parecía ser fruto de una terrible tormento y tortura.

Su torturador y captor no era para menos, pues aquel ser jamás lo había visto el hombre, y ni tan siquiera la madre Tierra: un ser deforme, con piel oscura y gelationsa, fauces inverosímiles y ojos penetrantes y almendrados. Sus cabellos eran cables o trenzas demasiado extrañas como para encontrar razonamiento lógico en aquella situación. Sus manos terminaban en garras, y poseía una especie de armadura metálica en su cuerpo. A punto estuvísteis de orinaros en los mismísimos pantalones. Tras percatarse de vuestra presencia, gimió a modo de bufido y comenzó a correr contra vosotros...

Avistar a Mary le brindó a Elijah un segundo de pura alegría. Precisamente el segundo que tardó en descubrir el estado de cautividad en que se encontraba y la aberrante naturaleza de su captor. Cuando la extraña criatura envistió al grupo con la clara intención de dañarlos, las manos del Profesor temblaban mientras levantaba se rifle de manera instintiva. Imitando lo aprendido con el Coronel al confrontar el jaguar, Elijah apuntó el arma a la cabeza de la criatura y disparó.

PNJOTIZADO.

Clayton se asombró al ver a aquella criatura; su forma, su aspecto, todo era tenebroso. Poco o nada tenía que ver con la civilización maya, en cuyas ruinas estábais ahora. No hizo sino guardar su linterna en su bolsillo como pudo y levantar el rifle, pues toda la sala estaba ya iluminada.