Partida Rol por web

Jolan

Los rayos del sol entran por la ventana de tu cuarto e iluminan tu rostro, haciendo que poco a poco empieces a abrir los ojos y a despertarte. En unos instantes, y tras un par de parpadeos, vuelves a ser consciente de dónde estás. Comienza un nuevo día en Garra del Grifo.

Te incorporas en tu cama y miras a tu lado con melancolía. Has tenido un sueño precioso en el que estabas con tu mujer y con tus dos hijos. Un recuerdo de tu vida pasada que, conforme la helada brisa de las tierras del norte te azota el rostro, se va desvaneciendo. Te pones en pie, y empiezas a pensar en el día que tienes por delante. Si no hay ninguna novedad, lo más probable es que debas ayudar con el entrenamiento de los novatos, así como también el de tu sobrino...

De pronto, escuchas unos golpecitos en la puerta y una voz femenina tras ella.

-¿Ser Jolan? - pregunta tímidamente.

Inhalo profundamente nada más abrir los ojos, y todavía me parece oler el perfume de los cabellos de Noreen y oír la risa alegre de Keenan. Una ilusión. Un espejismo destinado a morir con los primeros rayos del alba. Mi mano está tendida a mi lado en el lecho. Otra vez he estado tanteando en sueños el vacío al otro lado de la cama. Un sabor amargo se aferra a mi garganta y sube hasta mi boca. De nuevo los pensamientos tristes afloran a mi mente con la sempiterna luz crepuscular del Norte, pero trato de evitar su flujo incesante a toda costa. Me paso las manos por los ojos para secar la humedad de las primeras lágrimas.

Y entonces me doy cuenta de que no estoy respirando, como si quisiera retener dentro de mí, en mi aliento, esos fragmentos de sueño. Lentamente, vacío mis pulmones. Con un gruñido quedo aparto las pesadas mantas de pieles a un lado y me incorporo, quedándome sentado en la cama. Cuando mis pies tocan el frío suelo de piedra, vuelvo a este mundo. Me levanto ligeramente la larga camisa de dormir de lana para descubrir mis piernas. Miro ensimismado la cicatriz que hiende mi rodilla derecha. Aun después de tanto tiempo, hay momentos en los que me duele, especialmente cuando el tiempo está a punto de cambiar. Acaricio la marca y siento un cosquilleo. Mi mirada se gira hacia la ventana, y atisbo el exterior. Me pongo en pie y me estiro. Hoy entrenaré a los muchachos bajo un nublado cielo matutino.

Entonces, una voz de mujer me llama por mi nombre desde detrás de una puerta. Parece nerviosa. Sin duda debe de ser una sirvienta que viene a despertarme y a ayudarme a vestirme, como si fuera un niño. Levanto una ceja. Aunque hace ya años que vivo en Garra del Grifo, todavía no me acostumbro a estas deferencias.

―Adelante ―Invito a pasar a la doncella con una voz ronca y algo pastosa que evidencia que acabo de despertarme. Me paso una mano por la cabeza para comprobar la longitud de mi cabello. Todavía sigue siendo imposible agarrarlo, de modo que aún no necesito un corte. Me giro hacia la puerta, esperando la entrada de la sirvienta.

La persona que entra por la puerta es una joven del servicio, sí, pero no es la persona que habitualmente se encarga de la limpieza de tu habitación y de ayudarte a vestirte en ocasiones. Sin embargo, la reconoces: es una de las doncellas que sirven a tu hermana Violaine. La chica, de cabello castaño y ojos negros como el azabache, te mira tímidamente antes de hablar.

-¿Ser Jolan? - repite, agachando la cabeza para saludarte con respeto. - Me... me envía Lady Violaine. Quiere que acudáis a sus habitaciones tras el desayuno... si os parece bien. Parece que tiene algo que compartir con vos.

Sin saber exactamente el motivo, las palabras de la doncella me dejan un poco intranquilo. Violaine y yo nos vemos constantemente a lo largo del día en Garra del Grifo, e incluso gustamos de pasar varias horas juntos, conversando de los más diversos temas como si los años no hubieran pasado, como si ella todavía fuese aquella niña soñadora de ojos despiertos y risa pícara, y yo aquel escudero a punto de realizar los votos en el septo. ¿Por qué entonces la necesidad de convocarme expresamente? Sin duda mi hermana tiene algo importante que decirme, lo bastante como para comunicármelo en la privacidad de sus aposentos.

―Muchas gracias, joven. ―Despido cortésmente a la doncella mientras lleno una escupidera con agua fría de un cubo cercano a mi cama. Mis pensamientos inquietos, mezclados con los últimos retazos de un sueño de una época ya pasada, parecen disiparse momentáneamente cuando el agua helada en mi cara los rompe en mil pedazos, extinguiéndose como si nunca hubiesen existido.

Un suculento desayuno es lo que todo buen soldado necesita para ponerse en funcionamiento en un entorno tan frío como el del Norte, y desde luego, no he visto mejores desayunos en mi vida que los que se sirven aquí, en el hogar de los Flaghan. Sentado frente a la mesa del comedor, echo un vistazo a las grandes y gruesas rebanadas de pan moreno recién salido del horno, con su corteza salpicada por innumerables semillas de cereal. Un huevo escalfado reposa sobre una de ellas, con la cáscara abierta, mostrando su yema anaranjada y espesa. La otra rebanada está untada de mantequilla y mermelada de frutas silvestres, elaborada frecuentemente a partir de las moras, grosellas y arándanos recolectados en los bosques norteños. En una fuente cercana hay varias cuñas de queso de cabra y panceta de cerdo frita con miel. Y para coronar todo esto, una taza de exquisito y aromático té con leche y menta. Suspiro satisfecho antes de empezar. Desde luego, esto le levanta el ánimo a cualquiera.

En cuanto finalizo mi desayuno, me levanto inmediatamente de la mesa con la intención de ir a ver a mi hermana para desvelar al fin un misterio que, después del fastuoso ágape, ya no me parece tan ominoso. De camino a los aposentos de mi hermana está la habitación de mi hija, Alessa. Consciente de que aún es temprano y de que todavía estará durmiendo, entreabro la puerta de su dormitorio lo justo para mirarla. Desde donde estoy me llega un suave y fresco perfume de flores. Allí está ella, tendida entre mantas de pieles, con su ensortijado cabello cobrizo cayendo a ambos lados de su cabeza y enmarcando un rostro blanco y hermoso, los ojos cerrados en una profunda paz. Parece como pintada en un cuadro. Cómo la envidio. Y a pesar de ello soy feliz. Suspiro al ver a la bella mujer que siempre será mi dulce y pequeña niña, y cierro la puerta con sumo cuidado para no despertarla. ¿Qué no daría por proteger este tesoro que tengo de cualquier mal?

Recorro el camino que queda hasta llegar a la habitación de Violaine. Llamo dos veces a la puerta, aunque algo en mi interior me dice que me está esperando. Cuando entro en el dormitorio, intercambio una mirada de interrogación con la mujer que está allí de pie, observándome. Una mujer poderosa, con el porte y la elegancia de las aves.

Mi hermana.

―Me has hecho llamar, hermana ―digo lo evidente en un tono serio y formal, haciendo una leve y respetuosa inclinación de cabeza, y aguardo.

- Adelante...

La voz de tu hermana te llega débil, como si fuera un ente vivo que agonizara. Apenas abres la puerta te golpea el frío, y un breve vistazo te confirma que la chimenea no ha sido avivada. Con rapidez te acostumbras a la penumbra de la estancia, gracias a la leve luz de una vela casi extinta pues los rayos del sol aún no son bienvenidos. Sentada en una silla, frente al escritorio, está Violaine. No sabrías si lleva tiempo levantada, pero sí que aún lleva un abrigo ligero bajo su camisón. Jurarías que ha envejecido diez años por su rostro fatigado, y al mirarte te fijas que ha perdido el brillo en sus ojos. El azul intenso, regio como su carácter, está debilitado.

- Ionar...

Apenas un susurro abatido sale de su boca reseca, al tiempo que un trozo de papel se desliza de su mano y cae al suelo.

- Jolan... Mi hijo...

Con lentitud lleva una mano a su boca y cierra los ojos. Aprovechas para acercarte, para ver qué tiene tan abatida a tu hermana que siempre se muestra fuerte. Ya cerca te mira y por un instante parece que se sorprende, pero entonces reacciona, se da cuenta que ella misma te ha hecho llamar. Su mirada se dirige con lentitud al papel en el suelo y entonces, primero triste y luego con furia, reacciona. Se levanta, tira la silla a un lado y alza la voz inesperadamente.

- ¡No! -Seco, rotundo, furioso.

Te señala el trozo de papel y al poco te da la espalda. Ves con claridad el sello de la Casa Stark, en lo que sin duda es el mensaje de un cuervo:
 

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"Lord Flaghan,

Nos aflige informar que su hijo, Ionar Flaghan, se encuentra desaparecido tras una expedición en busca de Salvajes. Recibimos la noticia de un ataque a una aldea situada en las lindes del Último Río, pasado el Lago Largo. Su hijo acompañó a Jon Umber, heredero de la Casa Umber, y, tras varios días de viaje, fueron atacados. 

Le mantendremos informado sobre cualquier noticia, y sepa que se están realizando batidas en su búsqueda. Considérese bienvenido si desea visitar Invernalia.

Maestre Luwin".

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Hace poco más de dos semanas Ionar cabalgó hacia Invernalia, pues los rumores sobre el ejército de mercenarios y jinetes libres que estaba reuniendo el desterrado Galbraigh Hollister comenzaban a tomar fuerza. Al principio llegó la noticia de ataques a mercaderes, viajeros y pastores. Luego, más osados, incursiones fugaces a pequeñas poblaciones. Todos bandidos, pero demasiado organizados.

Las pesquisas y testimonios avivaron la alerta, y lord Evan viajó a Puerto Blanco para solicitar cooperación a la Casa Manderly; pues una mayor vigilancia al sur de la frontera centraría a sus hombres en torno a la zona cercana a las Colinas Solitarias.

Mientras, las noticias de Invernalia fueron buenas. Ionar había trabado una curiosa amistad con el "Pequeño" Jon Umber, quien al parecer solicitaría a su padre un destacamento para llevarlo al sur de las Colinas Solitarias. Pero ahora..., ¿tenía importancia cuando el heredero estaba desaparecido?

Por otro lado, lord Talos Moonligt, aliado desde hace generaciones e igual de asolado por bandidos, solicitó que su heredero fuera recibido a pasar una noche en Garra de Grifo en su camino hacia Invernalia. Se cree que, al igual que tu sobrino, solicitará audiencia debido al constante problema con los bandidos que llevan asolando sus tierras durante años. Un problema muy distinto a la Casa Flaghan, pero que hace imposible enviar hombres suficientes en vuestra ayuda. Sin embargo, han reforzado la frontera del Bosque del Grifo para vuestra tranquilidad.

Alarmado ante el comportamiento de mi hermana Violaine, me agacho para recoger del suelo la carta que ha dejado caer, y empiezo a leer. Sin duda, su contenido es preocupante, aunque no dejo que la expresión de mi rostro cambie, intentando no intranquilizar innecesariamente a Violaine.

―Desaparecido... ―murmuro, levantando momentáneamente la vista de la carta, antes de continuar leyendo la caligrafía del maestre Luwin de Invernalia. Cuando termino, dejo cuidadosamente la carta en el escritorio y apoyo mi mano sobre la rugosa superficie de madera. Un sinfín de pensamientos se agolpa en mi mente, pugnando por tomar una forma concreta que me sea fácil expresar con palabras. Pero las palabras, palabras son, y poco pueden hacer para aliviar el miedo de una madre a perder a su hijo. Yo mismo siento ese miedo, pues, con el paso de los años, Ionar se ha convertido en un hijo para mí. No cabe duda de que estaba ansioso por demostrar su valía en los recientes conflictos que amenazan las tierras vecinas, pero una parte de mí desearía haber sido capaz de asesorarlo con sabiduría en un asunto tan peligroso como aquel. Sacudo ligeramente la cabeza. Como si Ionar se dejase aconsejar. Es un muchacho brillante, pero terco, y temo que la presión a la que se ha estado viendo sometido últimamente haya podido llevarlo a actuar de manera imprudente. De repente, me siento culpable por no haber acompañado a Ionar, que un día será mi señor, cuando partió hace dos semanas a Invernalia.

―Tranquilízate, hermana ―Me acerco a Violaine y la abrazo, besando suavemente la cascada castaña de sus cabellos primero, y su frente después―. El contenido de esta carta es inquietante, pero según dice el maestre Luwin, Ionar viajaba junto a Jon Umber en el momento de su desaparición. Y ambos sabemos que Jon es una fuerza temible en el campo de batalla. Conociéndolo, seguro que descubrieron una fuerza enemiga y la persiguieron, rastreándola hacia su origen. Por eso no han vuelto todavía... Estoy convencido de que nuestro Ionar está sano y salvo. ―Y sin embargo, mis siguientes palabras traicionan mi inquietud―: Pídemelo, y en un abrir y cerrar de ojos estaré ensillando mi caballo para ir hacia Invernalia.

De hecho, en este momento no hay nada que desee más que hacer precisamente eso. Quiero a Ionar con todo mi corazón. Es un muchacho que aún tiene que decir mucho en los años venideros, y no pienso permitir que le suceda nada, ya tenga que protegerlo con mi vida.

Violaine no duda en apoyar su frente en tu pecho, es obvio que necesita un fuerte apoyo pues no deja de ser una madre que está sufriendo. Sabes que tus palabras la reconfortarán, eso y que estás seguro que si no han encontrado su cuerpo es que fueron tras los Salvajes que osaron atacar.

- Si mi esposo estuviera aquí viajaría en persona, lo conoces bien. Es tan obstinado y cabezota como yo, por eso lo amo tanto. Pero no está y he de tomar una decisión -Se separa de ti lo suficiente para que puedas ver su rostro, así como sus ojos enrojecidos-. Ve, Jolan. No hay nadie en que pueda confiar tanto como tú, y nadie que agote hasta su último aliento por encontrarlo. Sé que lo quieres como a un hijo. Tráemelo.

Finalmente se aleja unos pasos hacia la ventana, abriéndola sin poder evitar parpadear ante la luz.

- Es curioso, para una noticia tan trágica hace una bonita mañana -Suspira-. Jolan, he de escribir un mensaje a mi esposo y pensar en quién poner al mando cuando te marches. Necesito un poco de tiempo antes de encontrarme con mis hijos, no voy a desayunar con ellos pero... Acompáñalos aunque sé que ya has desayunado. Siempre has sido muy madrugador, padre estaba orgulloso de ello.

Sonríe con tristeza.

- Después volveremos a hablar, necesito de tu consejo -Se gira para verte-. Mis hijos deben enterarse de lo sucedido pero ahora temo que me falle la fuerza. No quiero asustarlos, ¿hablarás con ellos?

―Sin duda alguna. ―Son las últimas palabras que pronuncio antes de dirigirme de nuevo hacia el comedor del castillo. Allí, me siento en compañía del frío, la penumbra y la soledad. A pesar del generoso desayuno que he ingerido antes, siento ahora un molesto, casi doloroso hueco en el estómago, y una gran aprensión en mi pecho. Tengo que encontrar a mi sobrino Ionar. Pero soy un hombre de armas, he visto muchas batallas, y como resultado sé que las cosas no siempre ocurren del modo que uno desearía. Debo prepararme ante la posibilidad real de que, efectivamente, Ionar haya sido capturado o, peor aún, esté muerto. Solo el afrontamiento de esa terrorífica posibilidad me permitirá actuar con juicio y sensatez en la misión que me aguarda.

Tan sumido estoy en mis siniestros pensamientos que a duras penas me doy cuenta cuando mis otros tres sobrinos, los gemelos Darron y Marjorie y el pequeño Brennan, aparecen por la entrada del comedor, acompañados por el maestre y mayordomo, Joseth, un hombre anciano, aunque sabio y realmente ingenioso. Marjorie es la primera en verme, y me saluda con una radiante sonrisa. Su cabello es el más claro de entre todos mis sobrinos, de un color dorado tostado, y está recogido en un elaborado trenzado. Su vestido azul realza el color de sus preciosos ojos. Darron y Brennan están discutiendo acerca de algo sin importancia. Cuando el joven Darron me ve, sin embargo, su rostro alargado, aunque bien parecido, de adolescente adquiere una expresión seria; parece que se ha dado cuenta de que algo no marcha bien. ¿Cómo es que ese chico es capaz de ver en mis ojos con tanta facilidad? Uno a uno, se van sentando a la mesa frente a sus suculentos y recién preparados desayunos. Brennan suelta un gritito de felicidad antes de llevarse una rodaja de panceta frita a la boca. Unos segundos más tarde, algo rezagada, hace su aparición mi hija Alessa. No digo nada mientras la veo acercarse y sentarse junto al resto de nosotros. Con los dedos de las manos enlazados frente a mi rostro, los observo comer los primeros bocados de su delicioso desayuno. No sería capaz de arrancarles ese gozo.

―Sobrinos míos ―les digo, cuando opino que ya ha pasado un tiempo razonable, con un tono que pretende ser casual, aunque hasta yo me sorprendo por lo grave y ronca que me ha sonado la voz―. Hija mía. Hoy ha llegado una carta del maestre Luwin de Invernalia. Como todos sabéis, Ionar partió hacia allí hace dos semanas para ofrecer su apoyo en los recientes conflictos armados que están teniendo lugar en las tierras circundantes. Entabló amistad con Jon Umber, y ambos salieron a investigar el origen de los asaltos ―Hago una pausa, mirándolos uno a uno a los ojos―. Hoy hemos sabido que ambos, Ionar y el Pequeño Jon, fueron atacados. No se sabe cómo concluyó la escaramuza, pero desde ese día, ambos permanecen desaparecidos.

Un silencio denso y pesado se cierne sobre la estancia. Sin duda los he preocupado a todos.

―Sin embargo, como ya le he dicho a vuestra madre, no conviene olvidar que es Jon Umber quien acompañaba a Ionar. Es absolutamente impensable que Jon cayera frente a un grupo de salvajes y mercenarios desorganizados. Si queréis saber mi opinión, yo me inclino a pensar que el enemigo fue derrotado y se batió en retirada, siendo perseguido por Ionar y Jon. Estoy convencido de que ese es el motivo de que se haya perdido el contacto con ellos. No os puedo pedir que no os preocupéis, pues sería una absoluta hipocresía por mi parte, pero sí que mantengáis la compostura lo suficiente como para preparar vuestras orejas para lo siguiente que os voy a decir ―Cierro los ojos un momento y tomo aire―. Vuestro padre, lord Flaghan, está ausente en estos momentos, y vuestro hermano mayor, Ionar, se encuentra desaparecido. Hoy mismo, yo cabalgaré a Invernalia, así que deberéis ser fuertes ante lo que se avecina. Vuestra madre debe decidir a quién pondrá al mando de Garra del Grifo hasta que todo se esclarezca, pero… ―Mis ojos se posan en los dos zafiros de Darron, que me mira sin hacer gesto alguno―, no sería ninguna sorpresa que la responsabilidad cayera sobre ti, Darron. Sé que nunca te habrías imaginado verte en una situación como esta, pero tal vez la necesidad lo exija, y estoy seguro de que, llegado el momento, cumplirás con ese papel a la perfección, con el consejo y la ayuda de tu madre.

Espero que mis últimas palabras hayan animado un poco a mis sobrinos, no insuflándoles alegría, sino al menos la determinación para cumplir con sus nuevas obligaciones sin perder la esperanza. Yo mismo quiero creer mis propias palabras, separar la fantasía de la lógica y encontrar algo plausible que me haga encontrar razonables mis argumentos. Pero imagino que no habrá forma de estar seguro hasta que llegue a Invernalia...

Ciertamente Darron tenía un sexto sentido para darse cuenta de los cambios sutiles en el estado de ánimo de las personas. Marjorie, por otra parte, estaba más sumida en sus labores más femeninas, de las que disfrutaba bastante, y aún creías que le faltaba un poco de "vida real" ante sus ojos. Pero sería una gran esposa, con el semblante bien alto a la vez que la delicadeza necesaria. El pequeño pues... ¿qué decir? Aún estaba lleno de entusiasmo y ajeno a las dificultades de la vida, pero hoy llegaba a su propia puerta una bastante dura.

El Maestre parecía, por su reacción, que conocía la noticia; no así el Mayordomo, quien al igual que tus sobrinos e hija te observaban con preocupación a medida que hablabas, hasta que al final dejó su vista clavada en un punto indeterminado. El hombre, anciano pero aún eficaz en su puesto, estaría ordenando sus ideas para afrontar la dura tarea que se le venía encima. Con su Señor fuera y el heredero desaparecido el ambiente en el castillo no iba a resultar fácil.

- Sí, tío -logró decir tu sobrino tras un trago de leche para suavizar su garganta que había quedado seca ante la noticia-. Estaré a la altura, no os defraudaré, a ninguno.

Darron no era el único con un sexto sentido, aunque el tuyo estaba dado por la experiencia. Pese a su esfuerzo por parecer que estaba controlando la situación podías advertir un leve nerviosismo en su tono.

- ¿Debo ir a ver a madre ahora? -Alejó el plato de comida pues sin duda había perdido el apetito.

Tu hija era la viva imagen de tu difunta esposa, con esa hermosura característica y de ojos sumamente expresivos que a veces observarla cuando tu ánimo estaba decaído te envolvía en un manto de dolor. Pero ahora no te podías permitir decaer, ni por tu familia ni por ti mismo. Necesitabas la mente despejada para encontrar a Ioanar, y aunque eras consciente que la vida era muy dura, especialmente en el Norte, una parte de ti quería luchar por ese sobrino que era como un hijo.

- Padre, seguro que está bien. Ioanar es fuerte y demasiado obstinado para dejarse vencer por unos salvajes. Además, he oído que Jon Umber es un hombre muy fuerte, un gran guerrero.

Sin duda tu hija, siempre con deseos de aprender, estaba al tanto de las escaramuzas que de vez en cuando se daban en los aledaños al Último Hogar. El castillo era casi el último antes de llegar al Muro, pues apenas se contaban los que pertenecían a la Guardia de la Noche. Tan sólo los norteños albergaban cierto reparo a medida que las fortalezas se iban abandonando y deteriorando, quedando sólo tres para repeler a los salvajes. Tal vez aquello era el resultado de las más asiduas incursiones.

- Maestre, ¿hoy llegará Brandon Moonlight? -Lo miró, para al poco, cuando recibió una mirada extrañada de parte del hombre, se mordiera levemente el labio. Solía ser un gesto que denotaba que sabía que había hecho o dicho algo inadecuado.

- Ciertamente vuestra hija tiene un sexto sentido -Te sonrió el Maestre-. Sí, mi lady, ha llegado recién un mensajero de la Casa Moonlight adelantando la llegada del joven. Estará a tiempo de compartir el almuerzo.

Más que sexto sentido intuías que alguno de los sirvientes había reconocido los colores y estandarte de la Casa, por lo que atar cabos fue fácil.

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―Tranquilo, Darron, ya habrá tiempo para hablar con Violaine. Dale un respiro. Seguro que se unirá a nosotros más tarde. Y... estoy convencido de que sabrás cumplir con tus obligaciones con aplomo y sensatez, cualidades que no te faltan.

Miro a mi hija, Alessa, para valorar cómo ha encajado el golpe. Está pensativa. Verla triste o preocupada me rompe el corazón. También ella está muy unida a su primo Ionar, y la noticia debe de haber sido como un mazazo para ella. Murmura una serie de argumentos con los que pretende convencernos a todos, incluida ella misma, de que mi sobrino Ionar está sano y salvo. Yo también desearía poder creérmelo con tanta facilidad, pero me acuerdo demasiado bien de lo que les pasó a mi esposa y a mi hijo. Mi Keenan. Mi hogar estaba bien protegido el día que me marché, y aun así nadie pudo evitar la horrenda monstruosidad que se perpetró durante mi ausencia. ¿Acaso los Siete ni siquiera tienen misericordia de una mujer y su pobre hijo pequeño? Y entonces, recuerdo que Alessa sigue viva, como una rosa florecida. Cierro los ojos y pido perdón mentalmente a los Siete por mi precipitado pensamiento. A pesar de la maldad humana, los Siete la salvaron para que yo pudiera verla crecer. Sí, son misericordiosos, estoy convencido. Y también lo serán con Ionar.

―Sin duda, hija mía ―le digo, mirándola fijamente a los ojos, intentando sonreír con un grado de éxito incierto―. No hay forma posible en que esos dos hayan podido ser derrotados por un hatajo de matones sin disciplina, pero el hecho de que hayan sido tan osados como para atacar demuestra que, como ya sospechábamos, su atrevimiento está respaldado por una fuerza mayor. Y si en verdad, como se dice, esa fuerza es ser... es Galbraigh Hollister, hemos de preocuparnos. Por eso os pido con gran pesar que maduréis antes de tiempo, y que comprendáis la importancia de lo que se avecina.

Mis sobrinos me miran y asienten sin decir nada, como si yo fuera un maestro rígido e inflexible que les estuviera dando un sermón, pero sé que es por el miedo y la incertidumbre que atenaza sus corazones. Debo reconocer que, en una situación como la que tenemos que enfrentar, nos vendría bien un poco de ayuda... Y entonces, oigo mencionar el nombre de Brandon Moonlight, el heredero de una casa con la que mantenemos una estrecha amistad desde hace generaciones. El joven Brandon debe de tener la misma edad que Ionar, quizá uno o dos años más, no lo recuerdo con exactitud, y desde que lo conozco siempre ha sido alguien honorable y preocupado por hacer lo correcto. Me pregunto si acaso él también habrá oído de la desaparición de Ionar y se habrá prestado a ayudarnos, lo que sería muy de agradecer.

―Así que el joven Moonlight viene a vernos... Habrá que hacer los preparativos para darle una bienvenida como se merece. ¿La señora está enterada de su visita?

Ahora que lo pienso, hace tiempo que no veo a Brandon. ¿Seguirá siendo el joven que recuerdo?

- La señora fue informada, ser Jolan, y los preparativos se están efectuando para la llegada del joven Moonlight -responde a tu pregunta el Mayordomo- Dispensenme, debo seguir supervisando y la mañana pasa demasiado rápida.

El comedor mantiene el silencio casi solemne desde la mala noticia, nada ha cambiado desde la salida del anciano. El Maestre termina de desayunar despacio, como es habitual en él, mientras que tus sobrinos e hija parecen que han perdido parte del apetito. Brennan, que por lo general es un niño inquieto y jovial, parece que está a punto de llorar, mientras que sus hermanos, más mayores, están sumidos en el mutismo y el pesar.

- Tío, ¿tenemos que hacer nuestras tareas diarias? -pregunta el más pequeño- ¿Qué se supone que tenemos que hacer ahora?

Sabes que la pregunta está relacionada con su hermano, con la impotencia.

- Si fuera tan mayor como Darron, ¿me dejarías ir a buscar a Ioanar contigo?

La joven Marjorie revuelve su pelo afectuosamente y termina por acariciar con dulzura su rostro mientras la ternura se refleja en su sonrisa. Poco después el desayuno se da por concluido. Marjorie se lleva al más pequeño y Darron parece algo confundido a la hora de decidir a dónde ir. Tu hija, en cambio, acude al Maestre buscando información sobre lo que se encuentra más allá del Muro. El murmullo de tu más preciado tesoro te hace suponer que estará un buen rato haciendo preguntas y leyendo todo lo que pueda sobre Salvajes y sus tierras.

Observo al pequeño Brennan desde mi silla. Alargo mi mano y acaricio el pesaroso rostro del todavía niño.

—Vuestra madre os dirá lo que debéis hacer. Tenéis que entender que, en una situación como esta, seguramente habrá cambios. Y... Brennan, si tuvieras la edad de tu hermano Darron, comprenderías que lo mejor es quedarte aquí. Es verdad, Ionar puede estar en peligro, pero si quien lo ha atacado es Hollister, tu madre y tus otros hermanos también lo están. Aquí, en Garra del Grifo, somos fuertes. Si Galbraigh Hollister se atreve a intentar algo, lo derrotaremos exactamente igual que hace años. Pero para eso, necesito que seas muy fuerte y valiente, y que te quedes para defender a tu familia. ¿Lo harás por mí?

Brennan responde con un sollozo enmudecido. Lamento con cada fibra de mi ser que tenga que pasar por esto siendo tan joven, pero, ¿quién decide la edad a la que suceden estas cosas? Ojalá no ocurrieran jamás. Y por si fuera poco, mientras veo cómo todos van terminando sus desayunos y se levantan de la mesa, no puedo dejar de tener la sensación de que esto ya lo he vivido, la terrible y ominosa corazonada de que todo se está repitiendo, y de que pronto deberé partir y abandonar a mi familia a su suerte. Casi con fascinación, me sorprendo a mí mismo pensando en cómo podría evitar la tragedia en el improbable caso de que algunos de los siervos de Garra del Grifo fueran, en efecto, infiltrados de Hollister. Veo al maestre, con su paso lento y trabajoso, arrastrando los pies al caminar, detenerse junto a una doncella que friega el suelo y susurrarle algo antes de seguir su camino. Sacudo la cabeza, reprendiéndome a mí mismo por los trastornados pensamientos que están tomando forma en mi mente. Debo mantener la calma y el buen juicio si quiero lograr mi objetivo. No puedo dejar que el miedo y la melancolía me consuman. Ya han pasado muchos años de aquello, es imposible que vuelva a ocurrir...

De nuevo, como a primera hora de la mañana, vuelvo a estar solo en el comedor, acompañado tan solo por pensamientos funestos que trato de negar. Y entonces, una idea toma forma claramente frente a mí: Alessa vendrá conmigo. Si yo no puedo proteger a mi hija, nadie lo hará.

El pequeño grupo de hombres tomó rumbo hacia el norte siguiendo el Camino Real, les separaban aún unas cuantas jornadas para llegar a la zona donde todo había ocurrido. El Norte era una basta extensión de terreno, demasiado basta para ocasiones como esta. Si el tiempo les acompañaba no tardarían más de un par de semanas en recorrer la distancia y los hombres que acompañaban a Ser Jolan eran recios y estaban acostumbrados a las penalidades con las que aquellas tierras curtían a los bravos hombres que las habitaban. El explorador parecía competente, probablemente Lord Stark se había asegurado que lo acompañaba uno de los mejores, a pesar de que su seriedad y firmeza lo hacían parecer alguien duro e insensible ante los que no lo conocían la gente del norte sabía que era justo y se preocupaba por los suyos.

El esplendor de lo que antes fue un hombre gallardo y de fuerza considerable ha mermado con el paso de los años, el peso de la corona y la buena comida junto a litros de vino y cerveza. Tienes la sensación de que hay cierta desidia en la actitud del Rey Robert, pero Los Siete te lleven si de tu boca sale algo que ponga en peligro tu misión. No obstante, la buena voluntad del rey es notable en cuanto te ofrece unos pocos hombres para ayudarte en tu empresa; Guardias Dorados que sin duda conocen las calles de Desembarco mejor que tú, así como a las personas adecuadas para hacer ciertas preguntas. Pero en cuanto el ofrecimiento es realizado las palabras de tu cuñado llegan claras a tu mente, por lo que... ¿sería adecuado aceptar que unos desconocidos guíen tus pasos? ¿Hasta qué punto puedes confiar en los guardias de un rey que es sin duda la sombra de lo que fue?

Una línea roja se marca a pesar de la buena disposición del soberano de Poniente, y es que los cimientos de la corona no son tan independiente como crees en cuanto te deja claro que no puedes "molestar a los nobles"; palabras que recalca con un ligero ademán de mano claramente despectivo. Poner en entre dicho a un noble es una jugada peligrosa aunque pueda haber un pequeño hilo del que tirar, pero... ¿estás dispuesto a perder días entre sedas y perfumes cuando el asesino de tu sobrino puede escapar por ser políticamente correcto? ¿Merece la pena que la Casa Flaghan se costee enemigos por culpa de palabras inadecuadas? Tal vez parte de tu frustración pueda ser aplacada cuando salgas de los muros de la Fortaleza y busques entre los callejones y mendigos que por unas pocas monedas venderían a su madre. Tal vez obtengas información de ojos atentos que vaguean por la ciudad en busca de información. Muchos tal vez que dependerán en gran medida de tu actitud.

De momento, en los primeros días en la Fortaleza, tu prioridad es dejar en buenas manos a tu hija. Navid sería un estupendo guardián, pero también un valeroso guerrero que luchará hasta el final si la batalla se presenta. Su posición en el tablero es decisión tuya, pero mantenerlo en vilo sería una jugada poco inteligente. Pero todo no es malo y la juventud y buena disposición de algunos nobles te llega como bendita agua para un campo necesitado. Dos hombres en concreto parecen realmente dispuestos a echarte una mano: lord Bryce Caron y Marton Arryn, ambos jóvenes nobles con un fuerte ideal de justicia. Pero como todo noble de baja categoría, pese a que lord Bryce es un señor por derecho propio, su ayuda puede no ser suficiente. Sin embargo, ¿estarías dispuesto a confiar en ellos para alcanzar tu objetivo? ¿Puede el título de Bryce darte la oportunidad de llegar a quien antes estaba al otro lado de la línea roja? Pero claro, una cosa es llegar y otra saber elegir los medios.

Los días siguientes en la Fortaleza Roja y en Desembarco del Rey parecen transcurrir como una vorágine. Paso el tiempo tan ocupado que apenas soy consciente de lo que sucede a mi alrededor, como si fuese un mero testigo de los acontecimientos. Solo faltan dos semanas para el torneo, de modo que quiero tenerlo todo bien atado para cuando llegue el momento de golpear a mi odiado enemigo.

El primero de los pasos a seguir es decidir cuáles serán mis apoyos… y necesitaré todos los que pueda conseguir. Soy consciente de que, aunque juntos suponen una fuerza considerable, individualmente son hombres, y los hombres son susceptibles de ser corrompidos. Aun así, no puedo permitirme rechazar ninguna ayuda en estos momentos, y acepto la suya de buen grado.

Las palabras pronunciadas por el rey acerca de «molestar a los nobles» han calado profundamente en mi mente. Sé que en la sociedad ponienti, para alzar la voz contra un miembro de la nobleza, hay que contar con pruebas, y sobre todo, el aval de gente respetable. Por eso, ha sido toda una fortuna conocer estos días a lord Bryce Caron y a Marton Arryn, dos nobles menores, aunque de buena y honorable condición que, habiendo llegado a conocer mi situación, me han ofrecido su alianza. Con su apoyo, no debería ser difícil terminar de socavar la figura de un hombre que ya ha demostrado anteriormente su naturaleza indigna y traicionera, y ahora, monstruosa. Poco a poco, a medida que voy trazando mis planes, voy poniendo a Caron y a Arryn al corriente de lo que vamos a hacer.

Y mientras llevo a cabo todo esto, Alessa goza de la completa dedicación de mi fiel amigo Navid. Sé que es un formidable luchador con el que bien podría contar en posibles conflictos venideros, pero si hay una persona por la que estoy haciendo esto, se trata sin duda de mi hija. Sin ella, mi vida dejaría de tener el más mínimo sentido.

Veamos cómo se desarrollan los próximos acontecimientos…