Partida Rol por web

Desde la sombra que les ofrecía todavía el final del Bosque de Seedwood vieron la suave bajada por una pradera que iba hasta una enorme grieta que atravesaba el lugar de este a oeste como si tratase de las fauces de un leviatán hambriento.

Era un efecto curioso porque la sima —que debía tener una veintena de metros de ancho— separaba perfectamente dos tipos de terreno. Hacia donde se encontraban ellos y un pasto verdoso entrañable. Al otro lado una tierra árida y resquebrajada, preludio de un desierto, con enormes y siniestros peñascos. Un sitio ideal, por otro lado, para poner una Torre de Nigromancia. De hecho allí estaba el objetivo de su viaje: una afilada torre negra, requemada, con aspecto de abandono, que se alzaba sobre uno de esos peñascos moribundos. No estaba lejos: quizás podrían alcanzarla en una hora de caminata.

Pero antes de eso habría que atravesar el pequeño valle a sus pies hasta llegar al punto por el cual se podía cruzar aquella sima que cortaba el mundo por la mitad. El concreto por un puente de piedra de enorme tamaño que, desde la distancia, se antojaba antiguo y sólido. Pero no sólido de enanos, determinó Gromenauer, sino sólido de humanos. Lo cual podía querer decir que en cualquier momento se viniera abajo.

El puente estaba a unos diez minutos de caminata y desde donde se encontraban no podían determinarlo con exactitud pero les había parecido ver dos sombras humanoides que se movían reptando por los lados del mismo hacia su parte inferior. Para que se pudieran ver desde aquí tenían que ser trolls. ¿Por qué trolls? Por simple deducción: puente de piedra, criaturas humanoides enormes, reptando como lagartijas... ¡no iban a ser centauros! Tenían que ser, necesariamente, trolls.

-¡Oh! !Genial! Trolls- Dijo el ladrón sin mucho entusiasmo. -Esos bichos huelen fatal y son cabezotas. Además les gusta aporrear craneos de exploradores taciturnos.¹ así, porque sí. Unbenennbar debería tener cuidado y fingir que es otra cosa. Un paladín o algo así.

Echó otro ojo al valle y a la torre que se elevaba en el otro extremo. Un escalofrío le recorrió la espalda. Los nigromantes no eran buena cosa. De hecho, ¿Qué demonios hacía allí? Aún no tenía muy claro como le habían convencido de meterse en este lío... Se fijó en la cara de Gülf -Ya no quedan héroes- murmuró por lo bajo  mientras se recordaba a sí mismo que jamás bebiera el licor ese...

Suspiró, agarró su arco y avanzó despreocupadamente mientras se desperezaba. De repente se dio cuenta de algo -Oye ¿y el túnel secreto ese que Meser nos iba a abrir?- abarcó el valle con los brazos -¿Nos dijo donde quedaba? Porque si tenemos que buscarlo... Bueno, esto es muy grande...

—No pretenderás acaso que el túnel cruce mitad del valle, la gran grieta y el puente ¿no? Como mucho es de esperar que esté en los alrededores de la torre. Espero que ese patán se digne a traer su forma ectoplásmica a nuestra presencia en ese momento por cuenta que le tiene.

El elfo parecía molesto con el mundo en general y no era de extrañar. Seguía atado por si acaso se le daba por hacer alguna nueva excursión.

—Seré mucho más útil contra los trolls sin esta estúpida cuerda.

Gülf se apoyaba pesadamente sobre el martillo y se sujetaba la cabeza, que le dolía como si algo estuviese a punto de estallar ahí dentro. ¡Un enano con resaca! ¡Qué diría su madre!

—Ay, carallo, menuda borracheira botei onte, Gromen… ¡Ejem! Perdón, el licor galisiano le hace cosas raras a la lengua.

Cuando el clérigo habló, lo hizo con una voz grave y pastosa. Tras escuchar la discusión entre el Roque —¿era así, no? Malditos nombres humanos…— y el elfo, lo único que se le ocurrió aportar fue:

—La abuela Weissenhaar siempre decía que un garrotazo de troll es mano de santo para la resaca —tras meditar unos instantes, añadió —. Pero creo que me abstendré de probar.

—¿Se van a quedar ahí mirando? ¡Que manía tienen de quedarse a hablar sin hacer nada!— gruñó Haron.

—Estos mortales son demasiado lentos. A este paso me da que no completarán la página que Destino tiene para ellos antes de que los otros hagan su primer gran movimiento.— dijo con tono pesimista Asindara.

Todos se volvieron a mirar una zona del gran mapa de Zork que se estaba volviendo gris oscuro.

—Avanzan rápido.— dijo Random —Sin detenerse.

—Ojalá pudiéramos decir lo mismo de los nuestros.

Los dioses miraron con preocupación aquel tablero.

Roark siguió avanzando despreocupadamente. De repente se paró, el resto estaban quietos a la entrada del valle. -Oye que  no es digno que un ladrón vaya en cabeza, si me ven en el gremio... Aparte no digo que la entrada esté a este lado, digo que si alguien sabe donde está que esto es grande.

Se volvió a encoger de hombros y siguió ladera abajo acercándose al puente. Confiado. Bueno, casi confiado. Relativamente confiado. Bien, sí, llevaba el arco en la mano y una flecha puesta, ¿vale? Pues eso...

Pero aparentaba ir confiado... El estilo era algo muy importante. Además intuía que, esta vez sí, la palabreja de marras funcionaría... Y eso le infundía tranquilidad. No tanta como el arco...

Volvió a mirar hacia atrás y vio que seguían sin venir...

Una cosa era aparentar confianza y otra ser idiota, así que de repente se escurrió tras una roca y se fundió con el entorno... Siguió avanzando, pero  escondido y en silencio. Porque mira, si algún bicho decidía tirarle una flecha o una piedra o un hechizo a alguien, que fuera a otro, no al único blanco que avanzaba hacia el puente... Aparentando confianza.

Y así resonó el grito por aquella zona del valle cercana al puente. Desde detrás de una roca pero bien sonoro.

—GUAYÁ!— gritó Roark.

Un troll reptó desde debajo del puente para ubicarse en medio del mismo. Como habían visto desde arriba era un puente de piedra vetusto y de aspecto antiguo, por el que fácilmente podrían pasar un par de carromatos a la par. Pero aquel troll desgarbado y feo —especialmente horrible incluso para los estándares de los trolls— se había plantado en el lado del camino ocupando la parte central del puente. Y parecía bastarse él solo para impedir que nadie pasara. Sus garras eran enormes y tenían uñas amarillentas afiladas, pero aún así cogió un pedrusco del tamaño de una cabeza de vaca y empezó a jugar con él lanzándolo arriba y recogiéndolo de nuevo.

—Alguien ha dicho algo. Vienen viajeros.— le dijo el troll al aire con una voz que sonaba sorprendentemente elegante para aquel aspecto terrible. Si cerraba los ojos Roark podía imaginarse a un caballero en una fiesta de gala conversando amablemente con una dama. El volumen multiplicado por diez, cierto, pero con una voz aterciopelada ya quisieran algunos bardos.

—¡Eso dijiste las últimas diez veces! ¡Y nunca viene nadie!

El aire le contestó desde debajo del puente con una voz irritada y un poco más grave, pero igualmente interesante. Como Roark dudaba que hubiera un bardo bajo el puente supuso que esa raza de trolls tenía ese tipo de voces. A veces la naturaleza es así de peculiar.

—¡No me dirás que no lo has oído!— protestó el que vigilaba mientras cambiaba el pedrusco de mano —¡Estoy seguro de que viene alguien!

A pesar de la tormenta galisiana que se desataba en su cabeza, Gülf mantenía el mínimo de sentido común suficiente como para no lanzarse a bocajarro contra dos trolls. Gracias a la arriesgada acción del ladrón, tenía la información suficiente como para ponerse manos a la obra.

Se sentó en el suelo. Aprovechó la seguridad que le ofrecían la distancia y los matorrales para comenzar con su plegaria. De una de sus bolsas de cuero, escogiendo con cuidado para no toparse con la que contenía el cuchillo, extrajo un dado de cuerno con forma de icosaedro*. Aquella era uno de los muchos iconos que usaban los clérigos de su culto para invocar el favor de Choló**. Al fin y al cabo, se trataba de una deidad del caos y del destino.

Sopló y echó el dado sobre la hierba sobre el saco extendido.

La última vez que había realizado aquella plegaria, había preguntado algo muy concreto***, pero ahora necesitaba apoyarse en un canalizador.

Bueno... ¿Dejamos de perder el tiempo y acabamos con ese troll? —dijo Gromenauer. Un guerrero nunca rehuye una pelea digna. Y aquella bestia parecía que podía dar mucho de sí—. A menos que tengáis un plan mejor, claro.

Mirando al resto del grupo y como Roark se escondía, le dijo—. No creo que haga falta que te lo diga, pero aquí SÍ que tienes que usar fuego. No como el resto de veces.

—Y los demás... ¿Se os ocurre algo, o voy y le explico amablemente a ese troll por qué es buena idea dejarnos pasar en lugar de luchar? Aunque los trolls no son de entrar en razón, seguro que cuando su cabeza ruede por el suelo nos deja pasar...

Si Choló quería decir algo era algo a lo que Gromenauer ya se había adelantado. El enano bajó resueltamente por el camino hacia el puente que Choló tuvo a bien indicar a su clérigo como punto de paso por la grieta. Gracias por nada, que solían decir los ateos.

El troll pareció satisfecho al ver bajar a alguien. Recordemos que hasta el momento no había visto al ladrón que se ocultaba tras una roca cercana y, de momento, el enano armado con su escabrosa hacha y el escudo era el oponente que llamaba su atención. A Gromenauer no se le escapó la sutileza de que el troll acababa de agarrar el enorme pedrusco y echar un poco el brazo hacia atrás.

—Buenas tardes enano viajero.— dijo con su elegante voz de barítono —Imagino que no estará usted en este territorio por un casual perdido y que, en cambio, busca atravesar nuestro puente.— recalcó la propiedad del mismo —En ese caso me veo en la necesidad de informarle que debe pagar el peaje consistente en seis monedas de oro por persona. Porque, llámame usted sagaz, dudo que viaje en solitario por lugares tan peligrosos, aunque bien veo que sabe cuidarse.

Señaló con la mano libre y un dedo huesudo tanto el hacha como el escudo. Mientras lo hacía otro troll reptó por un lateral del puente. No había llegado a la zona superior todavía pero parecía su intención.

—Por supuesto si no quiere pagar pero insiste en pasar por nuestro puente entonces tendremos que ejercer la necesaria violencia para evitar que lo haga. Se dará cuenta que es nuestro sustento y si hiciésemos excepciones pronto quedaríamos sin presupuesto para mantenerlo funcional, lo cual degradaría sin duda el actual valor de estos terrenos, que quedarían sin servidumbre de paso.

Genial, pensó Roark, nos ha tocado un troll finolis, seguro que era miembro de un club de trolls. Con mayordomos trolls y esas cosas.

Al ver cargar a Gromenauer, decidió que mejor no repetía el ¡Guayá! Vaya mierda de contraseña que no servía para nada, por cierto...

Mientras pensaba todo esto sacaba la antorcha y animaba a la llama a que se despertara, siempre asegurándose de que estaba a cubierto de la roca. Una vez se hubiera estirado (las llamas mágicas se estiraban. ¿No era increible?) incendiaría una flecha y ¡ZAS! flechazo al troll snob...

-Espero que Gromenauer demuestre que tenemos mejores modales que un troll, vaya bochorno si resulta que no...- murmuró por lo bajo...

Doña Golo se había quedado abstraída un largo rato. Parecía estar escuchando los espíritus del bosque, pero en realidad le había dado algún tipo de catalepsia. No era común en ella, y le preocupó, pero en ese momento no podía pedir mucha más claridad: había que actuar o esos trolls se iban a comer enano a la puenteada, típico plato troll según tenía entendido.

Hasta allí le llegaron las voces de las letradas criaturas y no pudo contener un gesto de asombro. Parecía que realmente no había por qué pelear, pero los demás parecían centrados en eliminar el peaje del puente.

-¡Negociemos!- gritó Doña Golo, al tiempo que corría detrás de Gromenauer, no en línea recta para que el troll no quisiera hacer diana con ella, y con el escudo y la lanza en mano.

"¿Negociar? ¡Eso es de elfos!" pensó Gülf mientras trataba de levantarse y unirse a sus compañeros. Tras una confusa retahíla de gemidos, gruñidos e insultos; el enano se incorporó y miró hacia el puente. "Bien, allí es por donde hay que ir". Suspiró.

Volvió a cargar en peso a Jingel y se aproximó a paso ligero hasta el puente.

—Muy bien, elfo. He oído que los de tu gremio tienen gran facilidad para regatear y negociar. Puede que un fantasma fuese un rival algo duro, pero estoy seguro de que podrás con un par de trolls de puente, ¿verdad? —le susurró mientras descendían—. Después de todo, tú también estás interesado en terminar con todo esto cuanto antes. Ya va siendo hora de que empieces a echarnos una mano.

A regañadientes —más bien arrastrado por Gülf— Jingle se aproximó al resto del grupo hasta quedar donde había solicitado el troll. De momento las negociaciones distaban de ser tensas. De hecho todo aquel grupo armado hasta los dientes en ambos bandos —en el caso de los trolls el tema de los dientes era literal— parecía dispuesto a encontrar una solución pacífica antes que liarse a 'hondanadas de hostias'¹.

—¡Estamos seguros de que ese es el precio justo por vuestro peaje maese Troll! Pero en verdad que tenemos un pequeño problema y es que vamos al otro lado para visitar la torre del nigromante. Habréis oído que tiene tesoros guardados. El caso es que somos aventureros de poco estatus y nos hemos descapitalizado por temas que no viene ahora a cuento mencionar.

El troll escuchaba pacientemente la perorata del elfo mientras su acompañante, situado tras él, cogía también un pedrusco bien grande. Era posible que cogiera por su curiosa forma pero el grupo temía que más bien aquel pedrusco fuera algún tipo de cláusula contractual utilizable en caso de que las cosas no fueran como los trolls esperaban. El elfo se aclaró la voz y esgrimió la mejor de sus sonrisas inocentes. Y vive Random que si no supieran lo alimaña que era aquel elfo hasta sus compañeros le habrían creído:

—¡Pero somos gente de palabra! Os proponemos una cosa: pagaremos ahora 3 monedas de oro por cabeza y a la vuelta, cuando hayamos reclamado el tesoro os entregaremos no las otras 3 que os correspondería sino ¡6 más!

El troll hizo sus cálculos. Parecía dispuesto a aceptar cuando su compañero levantó un dedo:

—Pero si volvéis a pasar por el puente tendríais que pagar nuevamente. Entended que el peaje es de una sola dirección y si volvéis por aquí nos deberíais otras 6 monedas, con lo que en vez de ganar 3 en este negocio de pago aplazado ¡perderíamos 3! Me temo que no nos encontramos en la tesitura de aceptar tal trato. Estoy seguro de que no ha sido intencionado vuestro intento de rebajar el coste y que es sin duda debido a un malentendido. Yo estaría dispuesto a aceptar entonces 4 monedas ahora y otras 12 a la vuelta y zanjamos este asunto de manera satisfactoria. Hablamos siempre de cifras por unidad de aventurero, por supuesto.

Ambos trolls asintieron satisfechos con su renegociación pero, por si acaso, el primero añadió:

—Pensad que para vosotros todo son ventajas. Os beneficiáis de dejar un depósito menor por el usufructo del puente. Si lográis vencer al nigromante y conseguir sus tesoros ese dinero nada supondrá para vuestras aumentadas arcas. Si os matasen nada os importará ya el oro. Y si se os diese por iros por el otro lado de las montañas... bueno... no os lo recomendaríamos. Es época de cría de mantícoras y estas montañas están infestadas. Y las mantícoras no suelen negociar cuando alguien entra en su terreno y puede amenazar a sus crías.

El clérigo se mesó la barba considerando la oferta del troll. Pagarle tantas monedas a una criatura que vivía debajo de un puente le parecía un disparate, y no se había hecho aventurero para pagar peajes o impuestos. Además, obviaban convenientemente el hecho de que les sumaban 4 monedas de oro al precio original por todo el morro.

Gülf trató de llamar la atención de los trolls con un leve carraspeo.

—¿Y qué me dicen de un trueque? Estoy seguro de que unos caballeros como ustedes apreciarán mejor un bien o un servicio como pago. ¿Qué les parece un servicio por un servicio?

Antes de que pudiesen responder, extrajo el signo de su dios, varios dados de cuerno, piedras con runas y toda clase de baratijas empleadas en las artes de la adivinación.

—Verán, señores: yo, Gülf Elkesverksson, soy un adepto del antiguo culto a Choló, señor de los hilos del destino. Y como tal, poseo la capacidad de leer la fortuna, hablar con los fallecidos y deshacer maldiciones con los componentes adecuados. Tal vez podamos llegar a algún acuerdo.

Roark, ya a punto de disparar la flecha, no daba crédito a lo que oía ¿negociar? ¿Pagar? ¿Pero qué clase de aventureros eran la vieja y el enano aquel? Retuvo la cuerda conmedio milímetro de uñas y miró a Gromenauer encogiéndose de hombros, desconcertado, a ver si él entendía algo. Mascullando en silencio y por señas le dijo -¿Pero les atizo el flechazo o no?

Y es que, si no se trataba de una táctica de distraccion, tendría que replantearse cambiar de compañeros de viaje, eso de pagar no era propio de ladrones... Sobornar sí, pero pagar... Antes prefería robar el puente piedra a piedra si fuera necesario...

El troll que estaba situado por detrás lanzó su roca directamente contra Gülf. Su compañero pareció tan sorprendido como todos los demás por este ataque inesperado.

—¡Si lo ve venir a lo mejor es cierto que es adivino!— gritó mientras aquel pedazo de meteorito buscaba la cabeza del clérigo con una parábola muy bien trazada.

Y la verdad es que no le faltaba razón en su premisa. ¿Sería capaz Gülf de esquivar aquello?

Pero... ¿Qué clase de negociaciones eran esas? El enano tenía pensado decirles que más les valía quitarse de su camino, que había matado a cientos de su especie y que ellos no iban a ser menos. Que si lo que buscaban era seguir cobrando a desarrapados a él le parecía perfecto, pero que ellos no iban a pagar ni un centavo.

Pero ahora, la piedra parecía estar en el tejado de Gülf, nunca mejor dicho. Y era una pena. Pero aún así, gromenauer tenía un plan. No iba a dejar que unas piedrecillas estropeasen el día. Total, los enanos se han criado entre las piedras. Una más, por muy grande, pesada y con aviesas intenciones que se dirijiese a ellos no le iban a detener.

—¡Eh, qué haces! ¿Acaso es que no sabes quienes somos? —dijo el enano golpeándose en el pecho y avanzando hacia el troll—. ¡Yo soy Gromenauer el Enano, y llevo desde que antes de que nacieseis ninguno cruzando puentes! ¡Y os aseguro que este puente no es vuestro! ¿O es que acaso tenéis los papeles que os certifican como poseedores de este puente y por lo tanto os permite su correcta explotación sin incurrir en delitos? ¡Claro que no! —terminó de decir cada vez más cerca del troll

—Ya os estáis guardando las piedras por donde os quepan y dejándonos pasar, o me veré obligado a llamar a las autoridades puentearias competentes. ¡Y os aseguro que eso sí que no os va a hacer gracia, botarates!

—¡Espera! ¡Que lo de ser adivino no funciona así! —gritó antes de ser arrollado por un malentendido de granito.