Partida Rol por web

Roark se deslizó por debajo de la mesa en el mismo momento en que varios cuchillos salían volando por encima de la misma. Gromenauer, sin embargo, se limitó a levantar su nuevo super-escudo para cubrirse a tiempo y ver como rebotaba la cubertería sobre él. Minucias de humanos. De humanos muertos. El enano empezaba a enfadarse y tenía claro que además de matarlo de nuevo le iba a dar un par de patadas en el culo.

El bardo chillaba despavorido - y bastante desafinado por cierto. Había sido invitado a aquella sesión de espiritismo tras una francachela en la taberna de Shen y en principio todo tenía que terminar con una partida de Rokun en la que pensaba desplumar a aquellos dos incautos, pero las cosas se complicaron bastante cuando en la sesión apareció el fantasma del gran Meser. Contra lo pactado en cierta cabaña ni vino de forma pacífica ni mermado de poderes. Era un espectro en plenitud, liberado del continente de aquella cabaña, y bastante cabreado. Con el bardo. Pero claro: los daños colaterales poco le importan a un espectro.

Había más gente en aquella reunión.

Por un lado estaba la doña Golo. Los chamanes en una ciudad se suelen ganar la vida como pueden y Golo organizaba de vez en cuando timbas de espiritismo¹. En estos momentos se levantaba del suelo ya que su silla fue la primera que cayó hacia atrás cuando el Gran Meser (con forma de espectral guerrero) había surgido del centro de la mesa bajo la que ahora se resguardaba el ladrón.

Gülf, como buen enano frunció el ceño ante lo que estaba viendo. Y como clérigo esbozo una sonrisa de medio lado que poco tenía de agradable. Más bien todo lo contrario². Era la sonrisa de 'si crees que un muerto viviente es chungo es porque no has visto a un clérigo viviente enfadado'. Esa era la sonrisa.

En otra de las salas de la casa, en la cocina, estaba el último componente de esta pequeña escena de acción. Había ido a por algo y se había perdido el gran espectáculo. ¿Quién era? ¡Un misterio! Zork siempre tiene algún misterio pendiente de resolver en todo momento³.

- ¡Que ya empiezan! ¡Que ya empiezan!

Vildivian, el dios de la Naturaleza, parecía encantado de haberse enterado de lo que pasaba en Zork. Era un dios de ir mucho a su aire, sin enterarse de las cosas modernas y desaparecer durante siglos buscando setas en el Monte de los Dioses. Pero desde que le habían contado lo que pasaba en Zork se había lamentado una y otra vez por haberse perdido acontecimientos anteriores.

- Esto no es un juego Vildivian.- Random llevaba enfurruñado desde que aquello había empezado.

- ¡Oh! ¡Pero mira! ¡Ya están en un lío! Son tan monos...

Nadie parecía tomarse en serio el peligro, ni siquiera Asindara, diosa de la Magia. Random enarcó una ceja. Y si en realidad lo que había empezado ya era el principio del fin. Lanzó un bufido y se asomó al universo de Zork. Fuera lo que fuera que empezaba estaba a punto de hacerlo con un 'bang'.

Roark suspiró resignado desde debajo de la mesa mientras desenvainaba la espada —Mira que lo dije: mejor no meterse en asuntos de espectros ajenos que bastante tenemos con los nuestros, pues no. Ni caso. Y Rathikus nos mete en este lío y luego desaparece. ¡Malditos magos!

Le echó un ojo a los otros. Gromenauer ya estaba en posición de combate, al menos el enano no se había largado. Venía bien tenerle a mano en una pelea. El otro enano sonreía. Claro, lo más natural del mundo, divertirse cuando un espectro amenaza con matarte. ¿Por qué siempre se juntaba con enanos clérigos? Eran doblemente raros. El listo era el que se había ido discretamente a la cocina. ¡Mira que era listo el tío! Él ya había trabajado con el explorador y sabía que tenía un sexto sentido para intuir el peligro, decidió mentalmente empezar a ausentarse cuando lo hacía su viejo conocido. Luego estaba la vieja que le recordaba a una institutriz avinagrada y que no hacía más que mirarle raro y reburdiar por lo bajo cosas sobre él. ¿A ver si la había liado a posta para que el fantasma ese le diera una zurra a Roark?

Si meterse en un asunto de espíritus ya era una mala idea, hacerlo con una tía que te mira mal de espiritista ya era suicida. ¡Pero claro! Había que hacer una reunión entre el maldito bardo y el fantasma a ver qué movida tenían ¿Quién había tenido la absurda idea? No podía acordarse en ese momento la verdad.

El caso era que Gromenauer le había liado para meterse en este follón y, en medio de la borrachera consecuencia de la celebración del reencuentro entre Roark y el explorador misterioso, y a la que se había apuntado el clérigo en cuanto Roark había dicho lo de la maldición gitana en medio de la taberna², alguien había tenido la feliz idea de montar la entrevista bardo-muerto.

Y aquí estaban, en medio de otro follón. Para variar, vaya...

Total, de nada valía lamentarse, así que, con la espada en la mano, el ladrón le echó un ojo a su alrededor para ver por qué la cosa se había torcido que con la resaca la verdad no había estado muy atento al ritual y tal... Pero solo pudo sacar en limpio que le dolía la cabeza...

Desde el quicio de la puerta, oculto en la sombra que proyectaba, se encontraba ese extraño explorador. Quizá su intuición o el batir incesante de las alas de su halcón Glif le había hecho apartarse un instante antes de que empezara toda la fiesta. Ese enano, Gromenauer, les hacía relucir como la coraza de un gran rey en una gran fiesta... como una roja manzana en su árbol. Presas fáciles. Se defendía bien, pero no comprendía que si no tienes que pelear, no tienes nada que defender.

Continuó observando la escena unos minutos desde su posición segura. Unbenennbar a veces era un individuo desalmado, casi un parásito que se aprovechaba de los esfuerzos de los demás... pero los necesitaba vivos. Los dioses se lo habían dicho. Últimamente hacían mucho ruido y no paraban de carcajear y animarlo a juntarse a ese extraño grupo. ¿Por qué diablos uno tan ruidoso? A veces los designios de los dioses se le hacían incomprensibles.

Agarró su arco y se mantuvo observando un poco más.

Gromenauer torció el gesto, decepcionado. No por tener que batallar con el espectro. Poco le importaba eso. Sino porque ahora tenían que acabar con él. Y acabar con un espectro no era fácil, aunque en este caso tenía una baza muy importante. Sabía donde hacerle daño al ser.

Pero eso no le preocupaba. Lo que le fastidiaba era que ya no sabrían donde estaba el artefacto que les prometió. Malditos espectros... ¡Nunca hay que hacer tratos con ellos! En cualquier caso, eso no importaba. Había que resolver esto, y rápido. Era la hora de cenar y aún no habían comido nada.

Y es que el ladrón... ¡Maldito sea, tuvo que traerse a sus amigotes! Vale que la anciana era necesaria para invocar al espíritu. Que el maldito bardo elfo también, porque era el espíritu quien quería darle amor. ¿Pero al otro enano y al explorador? ¡Qué amigos más raros! Haría mucho que no se veían, y estaba claro que necesitábamos un grupo, pero algo le decía que un explorador en la ciudad no pintaba mucho. ¡Mal asunto!

Y ya no hablemos del clérigo. ¡Un enano que adora a un dios durmiente! Vale, al menos Choló fue uno de los pocos dioses que tuvo la decencia de quedarse en la tierra cuando el resto de dioses volvió a su plano. ¡Pero el tío se quedó durmiendo! ¡Durmiendo! ¡Esa no es manera de vigilar a los mortales! ¡Un enano sirviendo a un dios haragán! ¡Y todo porque ambos conocían a un milagrero de Kerwik! Cualquier excusa es buena para decirle al primer zarrapastroso que nos encontremos que nos acompañe.

Bah, todo daba igual. Ahora teníamos algo que hacer, y era acabar con el espíritu. O igual no hacía falta. Que el enano seguía queriendo su artefacto.

—¡Quieto ahí, Gran Meser! —rugió el enano tras apartar con su escudo los cubiertos de la mesa que volaban hacia él, mientras apuntaba con su martillo al espectro—. ¡Nosotros te hemos traído y con las mismas podemos mandarte de vuelta a la cabaña! ¿Te has preguntado qué pasaría si reducimos a cenizas la cabaña una vez estés ahí recluido? ¡Teníamos un trato! ¡Cumple con él o será tu fin!

¿Cómo es que se había ido todo al pozo? Un buen detalle es que nunca le dijeron a Golondrina que el espíritu que había que contactar estaba enemistado con el bardo, o eso parecía. Esas cosas se cuentan de antemano, que tienen otro precio. Estuvo mal al pensar que por ser conocidos no habría problemas. No puede creer que, además, su "aprendiz" se haya ausentado tan de pronto.

Es verdad que Urbennenbar no era aprendiz propiamente dicho, pero era como un hijo para ella. El hijo que nunca tuvo.

"Si deseas comprender los murmullos de los espíritus de la naturaleza, debes renunciar a escuchar los berridos de un niño" le había dicho su maestra. En ese momento, no le había sonado tan mal, pero cuando comenzó a crecer, algo pugnaba por querer tener un hijo. Y allí apareció el muchacho.

Doña Golo se levantó despacio, como si el bardo no estuviera chillando, Gromenauer no estuviera gritando y mostrando su hombría (valentía), Roark no estuviera escondido como de costumbre, Urbennenbar no hubiera evadido el problema, y ese Gülf no estuviera sonriendo como un loco desquiciado (¡hay que rezarle a un dios dormido!).

-Momento, momento...- comenzó a decir la vieja con las manos extendidas hacia el Gran Meser -Señor Meser, no le haga caso a ese enano- señaló a Gromenauer -Hay formas más civilizadas de tratar... ¿me puede contar qué es lo que está sucediendo? Si no lo hace, ¿cómo puedo ayudarlo? ¿Por qué está tan enojado con... esa persona?- dijo señalando con la cabeza hacia el chillido con patas, se acercó a Gran Meser como si estuviera con un amigo y le hizo un gesto con su mano arrugada para que se acercara -Prometo no contarlo si no quiere- le dijo en un murmullo y guiñándole un ojo.

En este trabajo había aprendido que la discreción era muy importante, y que muchas personas tienen vergüenza de lo que vayan a contar. No sabía si este era el caso, ya que se lo veía muy expresivo al espectro, pero nunca estaba de más aclarar.

Estaba siendo un buen día para Gülf. Uno estupendo, de hecho. Pesadas nubes de tormenta le habían recibido al despertar. ¡Nada mejor que una buena tormenta para empezar el día! La suerte volvió a sonreírle cuando paseaba por aquella endeble ciudad humana, carente de la robustez de las construcciones enanas o el encanto no euclidiano de las edificaciones antiguas. Sonrió al ver que no era el único enano en la ciudad y que, por si fuese poco, parecía acompañado por un grupo de lo más variopinto.

Aventureros, pensó, esos siempre están metidos en líos. Tal vez pueda sacar tajada de todo esto.

El ladrón humano que acompañaba a Gromenauer —"Roarick" o algo así— parecía bastante afín al culto del gran ojo del destino. Eso siempre era buena cosa. Casi lamentaba haber fingido una resaca para poder robarle unas monedas con las que seguir bebiendo. ¿Un enano con resaca? Estos humanos…*

Y la guinda del pastel la ponía aquel espectro con ganas de juerga. Al principio le molestó un poco, pues tenía cierto interés en toda aquella sesión de espiritismo, pero pronto comprendió las implicaciones de semejante interrupción. ¡Una buena gresca!

Se acercó al espectro hasta situarse a la vanguardia del grupo, junto a Gromenauer y doña Golo. Con cierta parsimonia, sacó su colgante y lo sostuvo en alto. Era una pequeña efigie retorcida que representaba a Choló: una masa de extremidades y zarcillos sobre un hexágono perfecto que hacía de base, de la cual pendía la cadena de bronce bruñido con la que la llevaba encima.** Mientras alzaba su reliquia, comenzó a murmurar un cántico monótono y ominoso, en un idioma que ni el propio Gülf sabía interpretar muy bien.

—Mnj, flagh, txurrui, Ooloch m'nley… Mnj, flagh, txurrui, Ooloch m'nley… Mnj, flagh, txurrui, Ooloch m'nley…

La verdad es que el Gran Meser tenía ahora un aspecto bastante más imponente que aquella ocasión que lo encontraron en la cabaña. Digamos que era como si se hubiera puesto a tono en algún gimnasio espectral y, de paso, se hubiera comprado una armadura de calidad para darse un aire de caballero maldito. Como si el chico malo que robaba las manzanas hubiera pasado unos ciento veinte años en la prisión del Conde Rojo. Algo así. Hasta su voz sonaba con eco de grutas lejanas, a lo espíritu enojado que da mucho susto.

- ¡GUARDATE TU BRUJERÍA BARATA PARA ESPECTROS DE TERCERA VIEJA CHOCHA! - dijo mientras señalaba con una mano espectral a Doña Golo - ¡SI HE VENIDO AQUÍ ES PORQUE HE QUERIDO! ¡GUIADO POR LA LUZ DE LA VENGANZA! ¡ENVIADO POR LA MANO DEL DESTINO! ¡SIGUIENDO LA SENDA IMPERECEDERA DEL DESTINO! ¡DESDE LA MUERTE Y MUCH... HOSTIA PUTA!

Aquella última exclamación tenía que ver, sin duda, con el colgante hexagonal que ahora mostraba en alto Gülf con su extraña sonrisa. El espectro retrocedió un par de pasos intentando mantener la dignidad, como quien retrocede para echar mano de una espada espectral. Pero la verdad es que la cosa había decaído un poco en lo que respectaba a espectacularidad y relumbre. Quizás por eso bajó un poco la voz y señaló a Gromenaeuer, intentando recuperar un tanto de dignidad.

- ¡El Gran Meser siempre cumple sus promesas! ¡Ese comeflores gritón que tienes al lado - efectivamente Jingel Bello seguía gritando desafinadamente - me traicionó cuando estaba jugando una partida de Rokun! ¡Me robo la pieza maestra que me habría dado la victoria completa frente al Señor de las Marionetas! Por su culpa tuve que cumplir una misión para la que no se esperaba que sobreviviera y ahora me he convertido en un espectro hasta conseguir mi venganza. ¡Dádmela y os entregaré el artefacto prometido!

El elfo dejó un momento de berrear. Jingel Bello era elfo y bardo. En muchos lugares eso bastaría para ser condenado a muerte, pero Zork era un mundo comprensivo donde se le daba una segunda oportunidad a criaturas como él. Por desgracia Jingel era un experto en desperdiciar segundas oportunidades. Y terceras. Y cuartas. Era malo incluso cantando, lo cual quizás indicaba que su profesión de bardo era una tapadera para otras actividades que también deparaban un final en el cadalso.

- ¿Yo? ¡Traicionarte! ¿A tí? ¿¡Al poderosisímo Gran Meser!? ¡Los dioses me libren amigo! ¡Intenté salvarte!

Miró debajo de la mesa.

- Roark, usted puede comprender mi situación. Esto ha sido un malentendido. ¿A que sí?

Roark se asomó desde debajo de la mesa, miró al clérigo enano y se permitió una sonrisa. Mira tú por donde a lo mejor el tipo era útil y todo. Luego se puso en pie, en guardia y miró al bardo —Pffffffffffffff aficionado. Mira que robar algo dejando que se entere el pringao... Te mereces que te revienten...— Se giró al espectro —Disculpe señor espectro, pero ¿lo que quiere usted es la pieza o a la señorita gritona aquí presente?— preguntó señalando al bardo al tiempo que le palmeaba el pecho al bardo...

... Y al tiempo, le tanteaba la ropa en busca de la pieza y de cualquier otra cosa de valor...

Golo bufó y miró al espectro como si fuera a regañarlo cuando comenzó con el discurso adolescente de justificación de sus actos. Pero Gülf agitó ese amuleto de ese dios dormido y lo mantuvo a raya. Parecía que dormido y todo para algo servía. ¿Lo estaría vigilando en sueños o en realidad le rezaba a otro que sí estuviese despierto?

-Bien hecho, muchacho- le dijo al enano palmeándole el hombro, y luego se dirigió a ese tal Gran Meser -Me parece que nadie te enseñó que a los mayores se los trata con respeto. Estás en mi casa y por lo tanto te pido- fue acerando el tono -Más bien, te ordeno, que te calmes para que podamos conversar como se debe, porque sino vas a ver luces y no van a ser de la venganza, sino producidas por una mano que no es la del destino, ¿no es cierto Gromenauer?- y miró a Roark -El muchacho aquí te ha hecho una buena pregunta: ¿qué es lo que necesitas resolver para que puedas ir a rezongar con tus ancestros?-

Esto era inaudito. Nunca le había pasado en su vida, y era larga de por sí. Espectros faltando el respeto. Hay quienes se resisten, molestan y hasta intentan matar, pero no faltar el respeto como lo había hecho este aquí presente.

En el mismo momento que Doña Golo hablaba con el Gran Meser, Roark se acababa de agenciar un objeto que tenía el bardo debajo de la camiseta.

- ¡LA PIEZA MAESTRA!- rugió nuevamente el espectro señalando una tablilla de madera con un colgante engarzado que ahora tenía en la mano Roark.

Efectivamente era una pieza de Rokun que valía para cerrar cualquier jugada de un oponente. Pero ¿qué tenía de especial? Sí, estaba hecha en arcilla negra, parecía de calidad. ¿Pero tanto como para poder controlar la Vida y la Muerte?

- ¡ES.. MI.. PIEZA!

El espectro parecía impacientarse y ahora clavaba su mirada en Roark. Roark, por su parte, notaba como la pieza empezaba a calentarse. Literalmente.

Por lo menos los muebles de alrededor se quedaron quietos. A veces hay que recordarle a los utensilios de la casa quien es su dueña. La vieja Golo lo acababa de hacer así que sus propios espectros hogareños habían captado la indirecta y se mostraban más reacios a permitir el vuelo de objetos bajo su propiedad.

- ¡Tú la llevas! - se limitó a decir Jingle a Roark dejándose caer hacia atrás en su silla para intentar a continuación escurrirse por el suelo hacia la puerta de la casa - Lo siento vieja, en otra ocasión le cuento el cuento... cuando vaya a llevarle flores a su cementerio.

Doña Golo miró hacia los objetos y sonrió por dentro al ver que estaban sabiendo ubicarse, que sabían de qué se trataba lo del respeto a los mayores. Pero ese Gran Meser parecía no darse cuenta...

-Ah no... ahora sí que hay que ponerte un límite- dijo la vieja sacando el tótem de piedra que llevaba colgado -Krokrek- dijo casi al oído de la piedra (si tuviera) -Necesitaré tu ayuda para sacar a este irrespetuoso-

Pero extrañamente, Krokrek no parecía querer salir. O estaba más dormido que el Dios de Gülf, o el Gran Meser era más poderoso de lo que parecía y ella no se estaba dando cuenta...

—Si se te ocurre salir por esa puerta, seré yo el que despachurre tus sesos por el suelo y no el espectro, elfo —amenazó Gromenauer mientras se interponía entre la puerta y el elfo. Solo faltaba eso, que el elfo se fuese de allí sin haber solucionado aquello. Nada de eso.

Tras esto, y mirando al fantasma, el enano dijo—. Muy bien, ¿qué demonios es esa cosa y por qué la quieres, espectro?

Por supuesto, el guerrero no pasó por alto el fallido intento de la adivina de llamar a un espíritu protector. Mejor, aunque digan que son buenos, nunca traen cosas bonitas con ellos.

Roark empezó a hacer bailar la pieza de madera con pequeños movimientos de la mano —¡Uaaah! Quema, quema, QUEMA QUEMA ¡QUEMA!— hasta que la cogió por el cordel.

Sin una pieza de madera ardiente quemándole la mano, sonrió de oreja a oreja y miró al espectro mientras Gromenauer controlaba la fuga del elfo. —Vale, pregunta. ¿Como sé que si te doy esto no intentarás matarnos?— abarcó a los presentes con la mirada —Pregunta abierta a todos los presentes, por supuesto. La siguiente, sin embargo es solo para ti— volvió a mirar al espectro —Yo no hice ningún trato contigo, así que dime, en el caso de que me convencieras de que darte esto no acabará con una pelea o un desagradable intento de matarme, ¿cuanto vale para ti esta cosa?— y balanceó el cordel que sostenía el trasto aquel levemente.

—¿Cómo sabes que si no se lo das, no acabe matándote también? —dijo una voz procedente de la cocina.

El montaraz caminaba lentamente desde allí respondiendo la pregunta histriónica de Roark.

—Como siempre, te pierdes en las preguntas, amigo mío —continuó hablando con Roark—. Si este señor espectro quiere esa pieza, ¿quién somos nosotros para negársela? Además, tiene cara de buen espectro y seguro que si se la das podemos continuar la fiesta y degustar el vino caliente que he preparado en la cocina. ¿Le gusta el vino caliente, señor espectro? Lleva una pizca de pimienta y esa hierba que nunca recuerdo como se llama...

Los ojos del explorador casi voltearon sobre las cuencas disfrutando de solo imaginar el sabor de ese vino caliente que tantas veces había preparado.

—¿Y bien? ¿Podemos acabar esta discusión y continuar con nuestra fiesta?

Gülf detuvo su extravagante plegaria. Ahora que le había bajado los humos al espectro, las negociaciones habían tomado un rumbo más asumible. No obstante, la situación estaba lejos de estar controlada.

Bajó con calma el icono de Ooloch-Choló y miró con curiosidad al tal "Gran Meser". Dejó al descubierto una hilera de dientes ennegrecidos tras años de masticar brujeína* —un vicio muy poco recomendable para cualquiera excepto para alguien acostumbrado a las artes ponzoñosas (para ellos solo es poco recomendable)— en una siniestra sonrisa.

—¿Qué tiene la especial la pieza de Rokun? —preguntó, haciendo caso omiso a la intervención del montaraz—. Venga, dímelo. Estoy seguro de que sabes a quién sirvo, espectro.

Mientras hablaba, volvió a alzar su ominoso medallón**. Mantuvo su concentración en la pieza de bronce y en Meser. Sus ojos se pusieron en blanco durante unos instantes. Tras balbucir algo incomprensible, continuó hablando:

—Vamos, vamos. Sabes muy bien lo que mi señor puede hacerte si no me cuentas la verdad. Se un chico bueno y desembucha.