Partida Rol por web

La comitiva de enanos intentaba aparentar indiferencia ante la estructura de Gaënor pero, siendo sinceros, era complicado. La ciudad se asentaba en una zona que normalmente se inundaba por el paso del río Glaurung. Eso propiciaba unas excelentes cosechas de arroz pero hacía insufrible la existencia a ras de suelo, ya que el suelo era inestable y las crecidas arrasaban cualquier construcción. Así que los habitantes de Gaënor se las ingeniaron como pudieron para crecer hacia arriba. El resultado, tras un par de siglos de próspero crecimiento, era que aquella ciudad vertical era mucho más alta que alguna de las montañas donde vivían los enanos recién llegados. Y para ser una construcción humana parecía realmente bien hecha, al menos en su base. Después descubrirían, a medida que ascendían, que las estructuras superiores eran más livianas e improvisadas como resultado de la decadencia habitual de los arquitectos que quieren cobrar más por un trabajo inferior. Unos laberínticos puentes a varios niveles mantenían los barrios unidos alrededor de plazas, sosteniendo en algunos lugares plataformas donde unos enormes pájaros de aspecto desgarbado pero poderosas alas hacían de montura para los más pudientes o para alguno de los guardias de la ciudad.

Durante el viaje los enanos temieron que su llegada a Gaënor llamase la atención pero aquel lugar era, posiblemente, uno de los más cosmopolitas de todo Zork: por sus puertas entraban desde elfos oscuros hasta semiorcos, pasando por trolls civilizados o humanos de los lugares más recónditos. Siendo como era el último lugar civilizado antes de los Reinos Salvajes era normal la enorme afluencia de aventureros. Y quizás eso sería una suerte para los viajeros, ya que estaban allí buscando a gente que los pudiera acompañar al Valle de los Sueños, concretamente a un lugar llamado el Dominio de Ewandor.

Aren, Noren y Oten habían sido seleccionados entre todos los enanos de su clan por su valía. La misión que les había sido encomendada era tan importante que los tres viajeros se sentían quizás abrumados por la responsabilidad. Para un enano recibir la confianza de su clan era el más alto honor salvo, quizás, morir en batalla defendiendo su casa. Y la muerte, después de todo, no estaba lejos de aquellos tres héroes.

Había pasado más de un mes de viaje pero aún recordaban el día anterior a su partida, cuando el Alten, el Jefe de su Clan, los había convocado a la Sala Principal. Con él estaba el Consejo Mayor, lo cual indicaba que la reunión era de suma importancia. Los enanos recordaron entonces las palabras de sus superiores...

La Sala Principal del Clan de las Tormentas era una enorme cámara tallada en la montaña que les servía de hogar. Como toda construcción enana era colosal y su estructura se fundía con las paredes naturales. El suelo, tallado con intrincados patrones de runas enanas, formaba losas elaboradoras que conducían a una suerte de estrado donde unas mesas —de piedra, por supuesto— separaban a los recibidos en la cámara de los miembros del Gran Consejo.

Presidiendo ese Gran Consejo estaba el Jefe Mayor Alten, quien dirigía desde hacía más de cien años el Clan de la Tormenta. Había quedado ciego tras la Batalla de los Ogros —de esto habían pasado unos cincuenta años— pero compensaba la pérdida de vista con una agudeza mental inigualable. Pocas veces se le veía preocupado por un problema que no supiera resolver y  por eso sorprendía ahora ver la gravedad de su rostro.

—Bienvenidos Aren, Noren y Oten.— dijo el Jefe Alten. Aunque su voz era queda la acústica de la sala permitía oírlo sin problema alguno —Habéis sido convocados ante nosotros porque un gran peligro se cierne sobre nuestro mundo. Los oráculos han predecido que un gran momento de oscuridad se cierne sobre todos los Pueblos Libres, incluído el de los enanos. Es por ello que se ha convocado que todos los líderes de los Clanes de Zork acudan a nuestra montaña para elegir un Rey Enano que nos lidere en tiempos aciagos.

Aquello sí que fue una sorpresa. ¡Un rey enano! El último había sido elegido casi mil años antes, durante la Gran Plaga de la Pesadilla. Los clanes enanos, aunque muy estructurados interiormente, eran independientes unos de otros. Sólo se convocaba a un Rey Enano si un gran peligro atenazaba a todos.

—Os preguntaréis el motivo de vuestra presencia aquí. ¿Cómo se elige a un rey entre los orgullosos enanos? No está en nuestra mano hacerlo, sino en el poder la Runa de los Reyes que se mantiene oculto en el Valle de los Sueños, al borde del mundo civilizado, más allá de la ciudad humana de Gaënor. Sobre nuestro Clan, por ser el más cercano, recae el honor de ir en busca de ese poderoso artefacto. Se ha preguntado al Consejo cuales son los tres enanos más cualificados para esa misión y el Consejo ha confirmado vuestros nombres. Mañana partiréis hacia el oeste pero imagino que tendréis muchas preguntas en vuestras cabezas. Hay muchas respuestas que quizás no sepa daros, pero hablad e intentaremos ayudar a disipar vuestras dudas.

El Jefe guardó silencio para que los tres enanos pudieran formularlas.

Miró de reojo a Aren y luego a Noren. Estaban quietos y mudos como una estatua de serpentina noble* así que Oten avanzó dando un ligero paso al frente con la cabeza gacha, en señal de reverencia y respeto.

— Señor — dijo y se emocionó al sentir su propia voz retumbar de forma estudiadamente perfecta en las bóvedas de aquella construcción. No. No se trataba solo de construir arcadas y medios techos, de poner ladrillo y balaustradas. Todo estaba estudiado al centímetro. Al milímetro.  

— El peso de la responsabilidad que depositáis sobre nosotros es muy grande. —

— Enorme —

— Será un honor aceptar tamaña misión.—  Oten levantó entonces la vista, cerró el puño derecho y se golpeó el pecho en señal de que juraba cumplir sus palabras. ¡Ah! Un juramento enano no era algo baladí. Nada de eso. ¡Por Kramor!* La palabra y las promesas de un enano eran como las vigas de piedra que sostienen las cúpulas de sus templos. Fuertes y resistentes. ¡Indestructibles! Los pilares sobre los que estaba construida su sociedad, sus gremios y sus familias.

— Decidnos. ¿Qué se sabe del lugar donde se esconde La Runa de los Reyes? ¿Cómo debemos buscar ese lugar? —

La caminata desde la pequeña cueva que Aren consideraba su residencia, en el exterior de la enorme fortaleza enana hasta los magníficos salones del clan de la Tormenta había sido cuando menos extraña.

El ágil enano, por respeto al hogar de sus ancestros optó por caminar al lado de Rakard, su oso semi-domesticado, en vez de montar en él. Incluso había descartado la opción de dejarlo en su cueva. La última vez que lo había dejado sólo el animal se había dedicado a acabar con sus reservas de comida destruyendo algunos de sus pocos muebles en el intento, por lo que no pensaba repetir la experiencia.

Rakard no parecía preocupado por el entorno, después de todo la piedra era piedra, ya fuera trabajada, como en la fortaleza enana o natural, como en su cueva. Sin embargo, para el resto de sus congéneres, la presencia del oso resultaba intimidante. No era para menos. El enorme animal con sus colmillos y sus garras podía acabar con un enano casi sin darse cuenta. Solo la férrea amistad que lo unía con Aren evitaba que se separase de su lado y se dedicara a investigar por su cuenta. Su amistad y la mano del enano que no se separaba de su flanco.

Cuando por fin llegaron ante la presencia del jefe mayor Alten, Aren permaneció en segundo plano. No tenía claro porque lo habían llamado, pero al escuchar sus palabras no puedo menos que sentirse orgulloso de sí mismo. Si lo consideraban digno de una tarea tan importante para el reino enano significaba que sus batidas por los alrededores de la fortaleza habían sido exitosas.

Con todo, no era el momento de felicitarse a si mismo, sino de prepararse para la misión.

Conocía a los que serían sus compañeros. Había salvado la vida del clérigo hacía unos años, en uno de sus viajes para visitar un templo de Kramor a unos días de distancia, cuando fue emboscado por unos orcos y de Noren sabía que era un gran guerrero, aunque no le gustara salir de la fortaleza. Seguramente ambos necesitarían de su ayuda.

Sin dejar de mantener el contacto con Rakard movió u cabeza arriba y abajo, demostrando su conformidad con la tarea que les habían encomendado antes de, respetuosamente, preguntarle al líder del Clan — Siempre creía que el Valle de los Sueños era solo una leyenda, pero si debemos encontrarlo para que nuestro pueblo sobreviva a lo que se le haya pronosticado, contad conmigo —

Tras una pausa, algo avergonzado por sus propias palabras continuó — Si el valle se encuentra más allá de Gaënor, nos pondremos en marcha hacia allí pero luego, sabéis por lo menos en que dirección debemos continuar? Y, lo más importante, como podremos identificar esa Runa de los reyes? Acaso está en algún mausoleo? una cueva? Acaso una fortaleza abandonada? Cualquier pista será de ayuda para la tarea que nos asignáis —

—Más al oeste de la propia ciudad. Más allá de la frontera, en el Valle de los Sueños, está un lugar que es conocido como el Dominio de Ewandor. Ewandor es una Fuerza Primordial, él os dirá donde podréis encontrar la Runa de los Reyes. Pero para adentraros en el Valle de los Sueños necesitaréis formar una expedición. No será sencillo: pocos se atreven a aventurarse allí y menos todavía a llegar al Dominio de Ewandor. Necesitaréis usar todos vuestros recursos y cualquier ayuda que encontréis. Pero fuera de estas montañas el honor no tiene tanto valor. Las otras razas sólo entienden un lenguaje: la codicia.

El Jefe golpeó dos veces con un pequeño martillo en la mesa de piedra. Una puerta lateral se abrió y un enano entró cargando un enorme saco. Lo depositó cuidadosamente ante la comitiva para mostrar su interior, donde brillaba el reflejo de las sales rojas que lo llenaban.

—Llevaréis 50 kilos de sales rojas de nuestro tesoro común para los gastos². Necesitaréis pagar bien para convencer a los mejores de que os acompañen. También es el dinero para vuestros gastos. Os proporcionaremos también dos mulas para la carga y el equipo que consideréis necesario.— levantó un dedo de advertencia —Pero tened cuidado: debéis arriesgaros a confiar en los extranjeros pero no por ello fiaros de sus intenciones. Si saben la riqueza que lleváis os la intentarán robar. Y recordad que las Fuerzas de la Oscuridad ya pueden estar presentes en vuestro viaje, quizás buscando lo mismo que vosotros. No le habléis a nadie de la Runa: encontrad a Ewandor y preguntadle a él.

Noren había permanecido en silencio mientras interiorizaba las palabras del Jefe Alten pensando que dada la magnitud de la tarea que les habían encomendado, al menos la compañia era honorable.

- Ningún forastero puede alcanzar los registros de honor de un enano... sólo podemos confiar en nuestros hermanos... el resto de razas son sólo herramientas que usar igual que nuestros picos y hachas - dijo con voz grave. - haremos un buen uso de la riqueza que nos otorgáis -

Convencido del éxito de su tarea, ya que para un enano el fracaso no es una opción, Noren volvió a dirigirse al Jefe Alten.

- ¿Y qué debemos hacer una vez encontremos la runa?

—Regresad con ella. A vuestra vuelta los jefes de los clanes ya estarán en esta sala y se decidirá el futuro de nuestra raza en tiempos aciagos.

Todos guardaron un respetuoso silencio...

Así que allí estaban, entrando en la gran ciudad de Gaënor dispuestos a montar una expedición hacia tierras desconocidas. Las costumbres de las otras razas no les eran totalmente desconocidas pero los enanos, siempre precavidos, no tenían facilidad para hacer amigos de forma espontánea.

¿Por qué entonces iban acompañados por aquel humano de aspecto sospechoso llamado Firfin? De todos los habitantes de los páramos quizás la elección de un guía como aquel pudiera ser la más extraña. Y sin embargo Firfin apareció en el momento justo en el lugar adecuado.

Los enanos se habían apartado del camino principal siguiendo a una de las mulas que, espantada por un ruido, se había escapado galopando hacia la marisma cercana. Fue entonces cuando el suelo a sus pies tembló y una colosal criatura cubierta de barro surgió de entre las aguas estancadas. Era como si una columna de tentáculos se hubiera alzado hasta alcanzar los cuatro metros de altura. En la zona superior se abría una enorme boca llena de babeantes dientes capaz sin duda de comerse de un bocado a la aterrada mula fugitiva que ahora estaba tirada en la zanja, rebuznando. Los ojos del monstruo, tan grandes como uno de los propios enanos, eran multifacetados como los de un insecto.

Aquella cosa parecía dispuesta, si los enanos no lo impedían, a devorar a una de sus monturas...

¡El demonio los llevase! Tu plan era golpear a la mula con una de las piedras de tu honda1 para luego acudir en su ayuda como veterinario reputado. Pero resulta que el impacto no dio en la pata del animal y lo único que lograste fue asustarla. Ahora, desde un árbol cercano, has visto como los enanos se acaban de encontrar de frente con un jagger. Probablemente siendo de fuera no sepan que el punto más débil de esa criatura son sus ojos. Quizás después de todo la cosa no haya salido tan mal: si los ayudas con el jagger puede que te ganes su confianza.

—¡Por las barbas de Drogar! ¿Qué demonios es eso?—

—ZAS ZAS— Era la otra mula. Oten sujetaba las riendas y el animal tiraba de ellas

—ZAS ZAS— más fuerte esta vez. La mula estaba aterrorizada. Muerta de miedo. Sus ojos estaban abiertos de par en par y brillaban como si fueran dos enormes orbes de obsidiana. Oten tuvo que tirar con fuerza para contener al animal y acabó atando el cordel de cuero a un árbol pensando que, al menos, las sales estaban a salvo.

—¡Aren! ¡Usa el arco!—

—¡Noren! Tú por un lado — señaló la derecha de la bestia — Yo iré por el otro. Hay que salvar a la mula. ¡Maldita sea! ¡Lleva todas las provisiones y el barril de cerveza!— Oten sacó entonces su martillo y avanzó con los dientes apretados. Nada más que pensar que tendría que pasarse el resto del viaje bebiendo esos meaos de burra calientes a los que los humanos llamaban cerveza,  hacia que la sangre se le subiera a la cabeza

—¡Va a derramarse sangre aquí y por Kramos que no será la nuestra!—

Montado sobre Rakard, Aren reaccionó rápidamente cuando la mula se espantó. Si bien no era especialmente codicioso, por lo menos según los cánones enanos, perder parte de las sales, todas las provisiones con que contaban (y el barril de cerveza de Oten) le pareció que resultaba una pérdida inaceptable — Y además algo de sales — le comentó a su compañero antes de lanzarse tras la mula.

Con una mezcla de talonazos, golpes en los flancos con el puño cerrado y algunas de las palabras ininteligibles que utilizaba para guiar a su compañero animal, consiguió que el oso se apartara del camino y se adentrara en las marismas, tras los pasos de la asustada portadora de parte de las sales y la totalidad de las provisiones.

Al ver como la extraña criatura se alzaba por entre la marisma, se detuvo y aferró su arco con una mano, mientras con la otra tomaba una flecha de su aljaba y rápidamente la empulgaba — Esa mula es nuestra — atinó a decir antes de tensar la cuerda de su arma y disparar, buscando hacer blanco en uno de los enormes ojos de la criatura.

Noren siguió las indicaciones de Oten sin dudar. Ya habían luchado juntos en muchas ocasiones y sabía que podía fiarse de su sentido de la estrategia. Mientras avanzaba soltó la trabilla de cuero que mantenía a su hacha Zanjadisputas sujeta a su espalda y empuñó el familiar arma sintiendo las muescas de su mango en la piel de las manos.

- Hoy cenaremos tentáculos a la brasa - gruñó el enano mientras se acercaba al ser por el lado que le había indicado Oten. Noren estaba concentrado en el movimiento de cada uno de los tentáculos de la criatura y pudo vislumbrar el cuerpo de la misma por entre el movimientos de los tentáculos.

- Ya eres mío - gritó mientras daba un salto hacia delante intentando esquivar el golpe serpenteante de uno de los tentáculos y dispuesto a clavar a Zanjadisputas en el cuerpo de la criatura...

Estaban en la marisma, estúpida mula, ¿acaso no sabía distinguir el suave golpe de una piedrecilla al peligro de una bestia como aquella? La vida era dura y últimamente le obligaba a tener que costearse el alimento de formas desagradables. ¿Qué hacer?, bien podría dejarlos morir allí, al fin y al cabo, no era su asunto. Pero a su vez había cierta curiosidad y remordimiento entremezclados en Firfin, superándole claramente la curiosidad, al menos en lo superficial.

Firfin estaba decidido, aquel grupo de enanos era peculiar, algo sucedía, algo les llevaba a una aventura seguramente. El habría de descubrirlo. Para él, se había abierto entonces una oportunidad; ayudar a esos imbéciles sería una buena forma de apuntarse su confianza, y confiar en Firfin sería una clara muestra de su estupidez. Y seguramente serían sumamente estúpidos, a fin de cuentas, eran enanos, ellos eran piedras sin cerebro que solo saben chocar entre sí y romperse.

Firfin descendió rápidamente del árbol, casi de un salto, no había subido tanto, no era necesario, los enanos eran, por decirlo de un modo sutil, algo bajitos. – A los ojos, golpead al Jagger en los ojos – gritó Firfin a los tres enanos que se encontraban allí. Notó entonces que sus palabras les estaban distrayendo, los desconfiados enanos seguro ahora estaban pensando en como es que había surgido de la nada, ya tendría que inventar algo después. – Al Jagger, atacad al Jagger, si lo rodeamos podremos distraerlo y hacer más notoria su debilidad. Los ojos, no olviden, atacad sus ojos – Al mismo tiempo, Firfin ya tenía una piedra lista en su honda para atacar a los ojos de la bestia en cuanto los enanos lograsen distraerle lo suficiente, aunque bien podría disparar desde atrás de uno de ellos, eran un tanto, pequeñitos.

Noren intentó esquivar los tentáculos de la bestia para alcanzar su cuerpo. El primero de ellos pasó por encima de su cabeza pero el segundo fue demasiado rápido ¡y lo enganchó al vuelo! De pronto el enano se vio elevado por el aire hacia la boca de la criatura¹. Su único consuelo es que se había convertido en bocado sustitutivo de la mula. Y estaba seguro de que haría que aquella criatura se atragantase.

De forma instintiva Aren disparó hacia los ojos multifacetados. Fue cuando su flecha iba de camino cuando vio salir a aquel misterioso humano encapuchado que le decía que su instinto era correcto. ¿De dónde había salido? ¿Por qué les ayudaba? El caso es que la flecha atravesó uno de los ojos de la criatura que se retorció sintiendo un dolor intenso². El monstruo se revolvía desesperado, planteándose la retirada de aquel bocado envenenado.

Oten iba hacia la monstruosidad dispuesto a rematarlo. En su mente sólo veía la posibilidad de rematar cuanto antes la pelea rematando al monstruo —¿le había llamado jagger aquel desconocido misterioso?— con un certero martillazo. Por desgracia para él uno de los tentáculos lo alzó por el aire agarrándolo de un pie mientras otros dos lo estrangulaban inmisericordemente³.

Firfin no iba a dejar que el jagger le arrancase a los enanos así que lanzó su piedra directa a los ojos. ¡Y vaya pedrada! Atravesó la superficie multifacetada haciendo que la criatura lanzara un aullido de estertor y se tambalease. La presa sobre Noren se aflojó de forma inmediata y el enano se vio caer en la marisma que, afortunadamente, amortiguó el daño. También Oten sintió como la presa de su cuello se aflojaba mientras el monstruo se desplomaba hacia atrás.

Todo había sucedido tan rápido que la mula seguía en el suelo rebuznando de terror cuando el jagger exhalaba su último aliento.

Aren, acostumbrado a reaccionar rápidamente cuando su vida, y la de sus compañeros, estaba en peligro, se desentendió del "Hagger" y giró su arco hacia el desconocido.

— Y tu quien eres — pregunto mientras le apuntaba — Y que haces por aquí — Sin siquiera analizar que para el humano verlo montado en un enorme oso pardo podría ser algo extraño permaneció firme ante el, esperando una respuesta que lo satisficiera.

Enanos, sin duda los único que saben es chocar contra la pared en su intento por destruirla. – Dime tu nombre enano y te diré el mio – exclamó Firfin mirando fijamente al enano a quien recién había salvado aunque este fuera tan estúpido como para no darse cuenta. Ya debía habérselo esperado, ganarse su confianza no sería fácil, aun cuando sus acciones fuesen sinceras.

El oso le daba igual, no le era amenazante, no podría moverse más rápido que el en la marisma, o al menos eso esperaba. Y acaba de matar a un jagger de una pedrada, seguro que el oso sabría quien manda, o al menos eso esperaba. – Lo mismo puedo preguntarte yo, ¿que hacen ustedes aquí? – soltó el enano un tanto desafiante, hablar amablemente al enano podría dar la apariencia de que mentía al estar allí solo en un lugar peligroso, verse desafiante mostraría que era alguien que podía cuidarse solo, por que claro, los enanos aun no se daban cuenta del prodigio que acaba de realizar.

– Pero seré gentil y te diré algo, soy aquel que acaba de salvarles la vida. No se si te diste cuenta la situación en la que se encontraban antes de que mi mortal ataque acabará con aquella bestia –.

— Ah, si? — Aren observó al humano con curiosidad — Que yo sepa tu piedra le dio, probablemente de casualidad, a un ojo de ese "Hagger" DESPUES de que yo le cerrara el otro con de flechazo — contestó sin dejar de apuntarle con el arco — y puedo volver a hacer lo mismo si no contestas mis preguntas —

Reacio a dar su nombre mientras el extraño no se presentase, Aren se mantuvo en sus trece, firme como una de las rocas de su morada — Y, recuerda que somos tres, cuatro con Rakard. La verdad es que preferiría ocuparme de esa mula, así que será mejor que te expliques antes de que debamos preguntarle a tu cadáver —

– ¡Pero que … !– Firfin logró contenerse y no decir en voz alta lo estúpido que había sonado eso, el enano en verdad creía que lograría hablar con un cadáver, su cerebro estaba tan petrificado, seguramente debido a la edad, que no era consciente que era más fácil torturar a alguien vivo para hacerle hablar que torturar a un cadáver. Al menos él, hasta ahora, no había visto a nadie que logrará hacer hablar a un cadáver, aunque bueno, había algunas historias inquietantes, pero Firfin esperaba que el enano no se refiriese a eso.

– Sin duda eso sería algo digno de ver – dijo ya cuando su risa iba pasando. Firfin dio unos pasos de costado, disimulando estar pensando, pero realmente intentaba tomar la mayor distancia posible respecto al arquero. – No conozco a Rakard – realmente no conocía a ninguno de ellos, – si te refieres al jagger, siento decir que ya está muerto – sentenció sonriente.

– Quizá mi piedra impactó por suerte, quizá la tuya fue la que lo hizo, quizá ambas, o quizá ninguna. Difícil probarlo, perdida de tiempo – se encogió de hombros restándole importancia al alegato y dando a entender que el enano podía jactarse tanto como quisiese de su buena o mala puntería. – Lo que importa es que Rakard, como le llamais a la bestia de barro, está muerta. Y eso solo fue gracias a que les dije donde atacarle. Si ahora me dices que eso es irrelevante, entonces si que tu ataque fue pura suerte – sonrió aún más al enano, al que sin duda le falta mucha astucia. Y claro, Firfin sabía quien era el jodido Rakard, pero no iba a dejar que el enano le asustase con su oso, por más grande intimidante que fuese éste.

– Seamos sinceros, puedes llamarme como quieres. Puedo ser tintín el parlanchín que perdió su calcetín en este marismin – lo último ya no rimaba, pero los enanos no alcanzarían a darse cuenta – Justamente lo ando buscando ahora señor enano domador de osos – dijo inclinándose levemente en señal de saludo sincero, pero claramente fuera de contexto – nuestros nombres son irrelevantes. Puedo decirte que me llamo Anastasia y no habría forma de que lo corroborases en kilómetros a la redonda, y lo mismo pasa con los nombres de ustedes tres. Pero si necesitas forzosamente que te de un nombre, te diré que puedes llamarme Kraken, el terror de las marismas. Así es como me llaman en esta región – lo cual era parcialmente cierto pues no sabía que alguien con la suficiente inteligencia viviese en aquella región. Pensó en hacerse llamar Kraken el cazador de Rakards, pero seguro que aquello alteraría aún mas al enano por lo que doblegándose un poco optó por saludar de nuevo inclinándose ligeramente – a sus servicios – Firfin sonreía entre dientes, ahora si tenían que haber caído, ya era demasiada desconfianza.

— El Hagger? Rakkard, el Hagger? Jajaja — la risa del explorador fue, probablemente lo que, desde su punto de vista, alivió la situación — No. No. El es Rakkard — se explicó mientras palmeaba el cuello de su montura — Y yo soy Aren, señor Kraken. Ya descubriremos en algún momento, o quizás no, quien tiene mejor puntería. Pero este no es el momento —

El pragmatismo de Aren lo llevó a desempulgar la saeta que tenía en su arco y colocarla cuidadosamente en su aljaba antes de cruzarse el arco a la espalda — Voy a ver como está esa mula. Espero que no haya sufrido daño. Después de todo lleva nuestras provisiones — se explicó descendiendo del oso que continuó mirando con curiosidad al humano mientras él le daba la espalda a Kraken

Esperando que sus compañeros no lo perdieran de vista mientras el verificaba que la mula, y su carga, estuvieran en buen estado pregunto sin mirar al desconocido — Nos puedes confirmar si este es el camino hacia Gaënor? —

— Deja, deja. Ya lo compruebo yo. — Oten se giró entonces hacia la mula. El animal estaba un poco nervioso aún, así que le pasó la mano por el cuello y las crines para calmarla. Después comprobó que los barriles de madera de roble llenos de cerveza seguían en su sitio. Uno, dos, tres… Sí. Suspiró aliviado. Todos estaban a salvo. Luego abrió una por una las alforjas en las que estaban las raciones de comida. ¡Intactas!  Revisó también las mantas y la tienda de campaña y el resto del equipo y todo estaba en orden. Entonces desanudó una bolsa que estaba atada a la grupa del animal, metió la mano y sacó un puñado de pienso de cebada. Anudó todo de nuevo y fue hacia la cabeza de la mula y estiró la mano con la palma abierta hacia arriba. El animal dio un paso hacia delante y empezó a comer. Desde allí examinó al humano y escuchó sus palabras ¡Por todos los goblins de Páramo Alto! ¡Menuda verborrea!