Partida Rol por web

Rakard lanzaba fieros rugidos mientras atravesaba la foresta con todo el impetú que sus enormes patas le daban. A su lado corría Morkai tras la promesa de poder pronto desmembrar y matar a alguien. En la cabeza del semiogro se mezclaba la idea de dardos, dormir, camas, mercenarias, líquidos... Aquello no le ayudaba a centrarse, desde luego¹.

Y un poco más atrás los enanos intentaban no perderlos de vista aunque el rastro que dejaban a su paso era claro como el sol que brillaba todavía en el cielo.

Stela iba pensando en una posible trampa y eso hizo que se despistase un leve momento. Suficiente para que la raíz de un árbol se enredase en su pie y la mandase volando unos cuantos metros. Mientras se levantaba jurando en todos los idiomas bárbaros que conocía sintió un escozor en el tobillo y uno más intenso en sus mejillas. Aquello había sido más humillante que doloroso, sin duda². Se tuvo que esforzar por alcanzar de nuevo a los enanos.

Firfin se había quedado con las mulas y los porteadores mientras los demás salían corriendo. No se le escapó el detalle de que tanto Tempest como Ronald tenían sus manos sobre los machetes que usaban para abrirse paso por el espeso bosque.

El más viejo de la pareja escupió en el suelo y habló claramente:

—Conocemos las historias que cuentan sobre ti, Firfin. ¿O prefieres que te llame Kraken? En mi vida he incumplido un contrato y mucho menos robado a mis empleadores. Además esos enanos tienen pinta de ser capaces de cruzar todo el Valle para vengar una afrenta. No llegarías a disfrutar de las sales.

Pese a que intentaba aparentar resuelto Firfin había tratado con todo tipo de hombres en su vida y se dio cuenta de como temblaba ligeramente la voz de Ronald. Tempest ni siquiera podía disimular la tensión que se acumulaba en sus cuello.

Las cosas no habían salido como Aren esperaba. No estaba preocupado por la herida, no dejaba de ser un rasguño, pero ese maldito palo le había impedido alcanzar los nudos como para poder deshacerse de las cuerdas que le mantenían atadas las muñecas y, con con las manos atadas, la opción de desatarse los tobillos para poder alejarse resultaba aún más complicada. 

Lo único bueno en una situación que pintaba desastrosa, fue el sonido de Rakard en la distancia. El explorador hubiera reconocido ese rugido en cualquier sitio. Y, en la situación en que se encontraba, no podía ser una mejor noticia.   

— RAKARD! AQUÍ —  atinó a gritar mientras observaba como los insectos de forma humana buscaban sus lanzas y se preparaban a ensartarlo. Necesitaba tiempo. Tiempo para que llegase Rakard y, esperaba, el resto del grupo. Y no tenía demasiadas posibilidades de conseguir ese tiempo por culpa de ese maldito palo. "El palo" repentinamente supo como podía conseguir tiempo. Solo necesitaba que los hormigombres no pudieran colocarse sobre el y utilizar sus lanzas. Y el sabía como conseguirlo.

Con un súbito impulso aferro con fuerza el mismo palo que hasta hacía unos segundos le había impedido escapar y, olvidándose de las cuerdas que unían sus muñecas lo aferró con fuerza. Ahora solo debería girar. Con los tobillos atados sería difíicil, pero quizás su posición, sentado en el suelo, quizás sería una ayuda

Con la fuerza de la desesperación movió su torso hacia un lado mientras mantenía el palo extendido buscando desequilibrar al más cercano de sus enemigos antes de, con un gran esfuerzo, pasarlo por sobre su cabeza, para hacer lo propio con el otro que estaba a sus espaldas. 

Era un plan desesperado, Aren lo sabía, pero quizás, solo quizás evitaba por lo menos uno de los lanzazos.

-¡Por las pelotas de Draxagón!

Stela se incorporó dolorida en cuerpo y orgullo. Se maldijo a sí misma por correr por un bosque con las manos ocupadas, sin mirar al suelo y con la mente en otra parte. No estaba atravesada con su propia espada porque los dioses no habían pasado lista pero podría haber sido grave.

Por lo menos, al cerrar la comitiva, parecía que su cabriola había pasado desapercibida. Colgó de nuevo su escudo en la espalda para tener una mano libre.

Reanudó su carrera cojeando ligeramente. 

Noren vio pasar raudo al semigigante de mirada ausente, y envidió las largas piernas. Pero esa envidia le duró muy poco, porque inmediatamente después recordó un refrán enano: "Más vale piernas cortas, que rodillas cortadas". Era bastante alusiva la frase como para tener que explicarla. Y él tampoco le buscó mayor significado, por más que su padre le insistía que no era sólo una alusión a que era más fácil romper las rodillas de los humanoides más grandes que ellos.

Le escocía que el oso fuera rugiendo, como avisando que iban en camino. Sólo esperaba que, los que los emboscaran, no se esperaran un semiogro gladiador, un enano veterano, un clérigo de Kramor y una luchadora borracha que no sabía por qué parecía maldecir mientras corría.

Un ruido detrás: Stela cayendo al suelo. Luego Morkai: corriendo todo lo que le daban sus piernas. Poniéndose a su altura, luego adelantándole, llegando hasta Noren, adelantándolo también y finalmente corriendo a la altura de Rakard. Entonces una reflexión le indicó lo peligroso de su acometida: se vio a sí mismo en mitad del bosque siguiendo a una bestia encolerizada y a un semiogro sin el menor rastro de sentido común en su diminuto cerebro. Sin explicaciones de a donde iban y a que se enfrentaban. Detrás, todas sus pertenencias bajo la guarda de un ladrón ¡Maldita sea! Claro que quería a encontrar a Aren pero no a cualquier precio. El sacerdote aminoró entonces la marcha para quedarse en la retaguardia y desde allí tener una mejor perspectiva de la situación.

Con la furia que otorga la desesperación Aren se lanzó a por el palo que hace un momento era su perdición mientras gritaba ayuda. Los hormigombres ya estaban sobre él cuando el enano dio vueltas sobre su espalda como una peonza. Eso pilló nuevamente por sorpresa a los insectoides que, chocando con el palo, cayeron al suelo desequilibrados.

Sin embargo no todo fue lo bien que podría ser, ya que una de las criaturas ¡había caído sobre Aren! Ahora el enano, atado, veía como las mandíbulas de aquel monstruo intentaban arrancarle la cara.

Oten se detuvo instante mientras Rakard seguía rugiendo implacable en su carrera.

Entonces, no demasiado lejos, oyeron la voz apremiante de Aren gritando un tanto desesperado:

—¡RAKARD! ¡AQUI!

Morkai y Stela habían retomado la carrera y adelantaron al clérigo, alcanzando también a Noren. Unos metros más adelante vieron el objetivo de su carrera.

Aren estaba atado de pies y manos. Sobre él se abalanzaba una criatura humanoide que se asemejaba más a una hormiga gigante que a un ser humano. Ésta intentaba, con las pinzas de su boca, alcanzar el rostro del desesperado enano que pendiente del acuciante problema que tenía encima no podía ver que llegaban los refuerzos.

Otra criatura similar se estaba levantando del suelo —al parece Aren se las había arreglado para derribar a ambas pese a estar atado —y al ver como el oso venía a la carrera se preparó para recibirlo usando una lanza afilada que aferraba con sus brazos quitinosos, tal como un lancero de guerra esperaría la carga de caballería.

Había cumplido su objetivo. Había evitado las lanzas. A costa de algo, bastante, de contorsionismo y mucho de suerte el explorador evitó ser ensartado. Lamentablemente las las mandíbulas de esa mezcla de ser humano e insecto estaban demasiado cerca de su cara. Y las pinzas que la circundaban tenían un aspecto demasiado desagradable para mantenerlas tan cercanas.

Era el momento de salir de allí. Aunque las ataduras no le permitían moverse como hubiera querido Aren y había demostrado que, para un enano enfurecido, o quizás asustado, nada era imposible. Ya había girado el palo en forma paralela al suelo para evitar las lanzas. Era el momento de girar en otra dirección.

Por un momento se planteo dejar el palo en el piso, pero lo cierto es que se trataba de su única arma, por lo que decidió intentar mantenerlo aferrado mientras rodaba sobre si mismo, esperando ser lo suficientemente veloz como para evitar el mordisco del hormigombre que tenía sobre su cuerpo.

Hundiendo la cabeza entre sus hombros, con el palo fuertemente aferrado entre sus manos, frente  su cuerpo, se movió hacia un lado primero y luego hacia el otro para desequilibrar a quien tenía encima, antes de intentar un giro desesperado que le permitiera alejarse de la complicada posición en que se encontraba.

Preocupado por escapar de las mandíbulas que veía sobre su rostro ni siquiera analizó donde se encontraba el otro insecto... o si algún árbol le impediría seguir rodando una vez que evitara que le desgarrasen la cara. Necesitaba espacio para volver a intentar desatarse. Después de todo, solo, con dos enemigos intentando matarlo y con sus manos y pies atados no estaba en las mejores condiciones para conseguir imponerse. "Rakard, donde estás" el pensamiento rondaba su mente mientras trataba de seguir vivo el tiempo suficiente como para que llegara la ayuda.

Morkai corria como una estampida de ganado pero tenia la mirada perdida y salivilla en el labio. Aunque tenia musculos en los musculos y era, obviamente, el mayor recurso belico del grupo, pedirle que se concentrase en mas de una cosa a la vez era arriesgarse a que algun inocente acabase cortado en rodajas.

Stela no tenia intencion de meterse en la pelea antes que el pero podia aprovechar su posicion para protegerle el flanco. Y llamarle la atencion sobre donde estaba el peligro.

-iEh, grandullon!-le dio un codazo en las costillas que fue como golpear una pared-iA tu izquierda!

– Puedes llamarme daga asesina si eso te hace sentir más cómodo – dijo Firfin amenazante mientras avanzaba hacia Roland, obviamente buscando infligirle miedo. Ya muy cerca de él, con la clara tensión en el ambiente, que realmente no duró más de un puñado de segundos pero que se sintieron eternos, Firfin le habló de nuevo. – Estás en grave peligro anciano, no debiste acompañarnos – exclamó amenazante para luego soltar una carcajada súbitamente. – Continua la marcha. Si quisiera robarme lo poco que tienen los enanos, lo haría de otra manera. Obviamente no puedo cargar con todo yo solo. Seria algo muy tonto para mi. Bien lo sabes – exclamó Firfin fingiendo a medias, bien sabía ahora que no contaría con aquellos dos si deseaba dar marcha atrás y robarse todo. Y si bien era verdad que el oso podría darles alcance, si llegaban a morir por algún motivo, poco podría hacer el oso para sobrevivir solo en aquella jungla.

– Estate atento, puede ser una trampa – exclamó Firfin. – Mira siempre a las alturas, avanzaremos a buen paso, pero lento. Sigue el rastro, será fácil y guiá a las mulas. Yo estaré avanzando oculto, si alguien nos ataca, les tomare por la espalda – exclamó Firfin consciente de que si no iban a escapar con el botín, entonces estaban en un claro peligro al avanzar solos con aquel deseable recurso a cuestas.

Se detuvo y observó: Aren atado, uno de los seres con él, el otro preparándose para recibir la carga de Rakard con una buena lanza. Mal asunto para el oso. Noren, la humana y el semiogro delante, listos para el combate. Tres contra uno sin contar al oso. ¡No debían tener problemas! Oten caminó rápidamente pero sin correr intentando flanquear al otro ser, el que se debatía por morder a Aren y  mientras escudriñaba y estudiaba a su oponentes y el terreno intentando discernir cual sería el mejor movimiento.

Morkai iba pensando en las musarañas, ciertamente. Y era tiempo de castañas, creo. O algún tipo de fruto, va.

Corre que te corre, viendo al final del un largo túnel de rabia homicida el objeto de su odio (un hormigombre o algo así) no se dio cuenta de que había un árbol en su trayectoria: boummm, le dio con un hombro (y gracias a que no se dio de frente, con toda la inercia que llevaba), así que su carga se vio desviada hacia la izquierda, y tras él las ramas se agitaron y descargaron frutos sobre el suelo del bosque, dando así a la escena un bucólico candor.

Total, que Morkai agitaba su espada como si fuera una varita en busca del bixo ese que quería clavar su lanza al oso, y se tambaleaba a la vez hacia un lado, fruto del desequilibrio.

Ni se enteró de que tras él venía un ángel de la guardia presto a evitarle problemas serios, oye. Y es que de desagradecidos está el mundo lleno.

Pero quiso la suerte que, al ir desviado, viera por detrás del oso al bixo que pretendía pegarle al enano un morreo, y que este estuviera en la ruta de su desvío, con lo que se adaptó a las circunstancias y, pasando del oso, amenara un centellazo con su arma al hormigoso ese, de modo que lo puso en vuelo en dirección al árbol más cercano.

Al ver a objetivos frente a él, y ver al semiogro ir directo a salvar a Aren, Noren decidió salvar a Rakard, que en su bestialidad, iba a recibir la lanza del hombre-hormiga de lleno y sin pensarlo. Colgó el escudo y tomó a Zanjadisputas con ambas manos. Tomando envión y aprovechando su ligereza, la lanzó con todas sus fuerzas hacia el lancero que se creía alabardero del Quinto Regimiento^*. Él, corriendo, no llegaría antes que el oso. Zanjadisputas, volando, lo haría antes.

Aren giró sobre su hombro, aferrado al palo, pero antes de que pudiera alejarse definitivamente de su enemigo se vio frenado por la raiz de un árbol centenario. Olía el ácido aliento de aquella criatura en su nuca y ya se esperaba el corte traicionero... pero en ese momento sintió un impacto brutal sobre su espalda. Al girarse descubrió al hormigombre volando por el aire con un corte que le cruzaba de lado al lado. Morkai miraba divertido como su enemigo salía volando y sonreía viendo caer su sangre verduzca ¡hasta que ésta llovió sobre él quemándole la piel, al igual que la del expuesto Aren!¹

El explorador estaba confundido. ¿De dónde habían salido todos? Pero lo más importante ¿dónde estaba Rakard?

Entonces vio como su fiel oso se lanzaba con fiereza ciega contra el otro insectoide que mantenía una lanza por delante para recibirlo. Noren le había lanzado su hacha Zanjadisputas que cruzó el aire dando vueltas pero, por desgracia, no acertó el cuello del lancero. Por ello cuando Rakard llegó a él sufrió el daño desgarrador de la lanza, que se le clavó profundamente, aunque eso no fue suficiente como para frenarlo². El oso se abalanzó sobre su oponente derribándolo con sus patas y todo su peso. Era improbable que el hormigombre resistiese la embestida del gigantesco animal, aunque cegado por su furia Rakard no parecía darse cuenta de que la sangre de su víctima era tan peligrosa como un puñal.

Oten, en el borde del claro, cotemplaba indeciso toda aquella escena. Parecía que la batalla ya estaba ganada.

Los dos porteadores se mostraron confusos ante las palabras de Firfin. ¿Debía o no fiarse de él? Decidieron que fuera una cosa o la otra lo que sí era cierto era que debían avanzar por el bosque intentando dar alcance a los guerreros que iban al rescate de su compañero. Sin sus acompañantes todos eran presa fácil del Valle.

Así que avanzaron entre la maleza.

Avanzaron un rato largo antes de escuchar las voces del resto de la compañía un poco más adelante. No parecían estar combatiendo, sino hablando entre ellos. Sin embargo Firfin había escuchado historias de criaturas que simulaban las voces para traer a los componentes de una expedición a una trampa. ¿Podría ser ese el caso?

Corrió hacia donde estaban Aren y Rakard y pasó por encima de uno de aquellos seres: moribundo, quemado por su propia sangre ácida. A pesar de tener la muerte tan cercana, no había rastros de sentimiento ni dolor en los rasgos de su insectoide rostro. Dejó atrás el ya cadáver de aquella horripilante bestia y se arrodilló al lado del explorador y despojándose de los guantes, posó sus manos desnudas sobre su amigo ¡Maldito cabezota! Pensó ¡Siempre insistiendo en ir solo!

Cerró los ojos: concentrado. Musitó algo y de las palmas de sus manos que estaban en contacto con Aren, emergió un ligero pero cálido haz de una luz azulada que desapareció luego como una estrella fugaz en el cielo de una noche de verano.

Para su propia sorpresa el explorador descubrió que estaba vivo. No solo había conseguido detener a sus captores utilizando solo el palo en que lo transportaban, sino que los había demorado lo suficiente como para que sus compañeros pudieran alcanzarlo y acabar con ellos.

Lo cierto es que Aren debía estar orgulloso de sus acciones, pero en realidad estaba preocupado. Sin inmutarse por la lluvia de sangre que le quemaba la piel observó como Rakard resultaba herido con la lanza y continuaba golpeando, sin darse cuenta que cada gota de sangre de los hormigombres le causaba una pequeña quemadura. Y estaba recibiendo demasiadas gotas de esa sangre maldita — Rakard, Aquí! — le gritó, desesperado, intentando que dejara de utilizar sus zarpas contra el que ya era un cadáver, o pronto lo sería, de un hombre-insecto.

Finalmente se sentó. Con los tobillos y las muñecas atados le resultaba difícil realizar muchos más movimientos que ese, pero no podía ocultar la alegría que que le causaba ver a los enanos, al semiorco e incluso a la mercenaria — Ese fue un bien golpe — le reconoció a Morkai, olvidándose de la sangre que había caído sobre su cuerpo. 

— Veo que Rakard los encontró — comentó orgulloso de su animal — Sabía que podía confiar en el. Y en Uds. —  Tras una pausa que aprovechó para mirar a su alrededor su rostro se volvió más serio y demostró la preocupación que lo comenzaba a embargar — Por cierto, donde está Kraken? Le paso algo? —

La punta de la espada de Stela se movió hábilmente para cortar las ataduras de Aren. Le tendió una mano enguantada para ayudarle a levantarse. 

-"Kraken" sabe cuidarse solo-miró a su alrededor-¿Hay más de esos bichos por aquí?

— Entiendo — contestó Aren sin entender demasiado antes de contestar respecto a los hormigombres,

— Creo que no — agregó el explorador frotándose las manos para conseguir la sangre volviese a circular correctamente — Me atacaron por sorpresa, con algún veneno y supongo me estaban llevando hacia su "hormiguero". Pude conseguir que se detuviesen, pero estando atado no resultó demasiado sencillo. Lo importante, sin embargo, es que fue suficiente para que me alcanzaran —