Partida Rol por web

— ¿Que? ¿Como? ¿Porque? ¿Donde? — Si había algo que un enano no podía entender era que alguien no se atuviese a un plan. Es cierto que no lo habían definido con lujo de detalles, pero para Aren la táctica era clara. Esperar que los lagartos y las hormigas combatieran entre ellos para luego acabar con los sobrevivientes.

Incluso el uso del Slovït, un ingenio de origen enano, era un detalle que convertía el plan en una obra de arte.

Ocupado en que Rakard no se lanzara al ataque antes de tiempo, ni se le ocurrió que el problema sería causado por el otro animal del grupo. Pero estaba claro que era más fácil controlar al oso que al semiogro.

— Adiós sorpresa, que sea lo que Kramor decida —  no puedo menos que exclamar mientras abandonaba cualquier intento de sigilo y avanzaba hacia la colina donde estaba el ingenio, los (ahora) tres lagartos y Morkai.

Palmeándole la grupa a Rakard para que avanzara y le permitiera observar el combate desde su lomo disparó contra uno de los lagartos que miraban atontados a sus compañeros. Malhumorado se golpeó la cabeza al ver como su flecha se perdía por sobre su objetivo. "Parece que no aprendo. Si ya sé que debo esperar que Rakard se detenga para disparar" se planteó a si mismo mientras trataba de ver como le iba a sus compañeros.

Firfin no pudo evitar reír, casi tan compulsivamente con su instinto de supervivencia le permitía. Había querido contradecir a los enanos, maldecirles, pisotear a sus dioses, pero por suerte, podía confiar en el caótico sentido de lógica que gobernaba sobre Morkai. Siempre, absolutamente siempre se podía contar con lo inesperado cuando uno introducía las fichas adecuadas.

Firfin también se lanzó al combate, pero esta vez no había, al menos de momento, forma tomar una buena posición en las alturas, por lo que con las dagas desenfundadas, se movió agilmente presa de su destreza y su experiencia luchando en batalla bajo la vista de los guerreros acostumbrados a ver que el enemigo les atacaba el pecho o la cabeza.

Fue así como llego tras Stella al combate, a acabo salvándole el pellejo; aunque no con una verdadera intención, si no más bien como una casualidad. Y es que el enemigo que la mercenaria enfrentaba no solo estaba a su paso para llegar hasta el aparatejo aquel, si no que era una presa fácil ante la distracción que le proporciona el enfrentar este a su vez, a una presa fácil, la sorprendida Stella.

Alguien señaló un hombre lagarto volando por los aires ¿Dónde? Giró la cabeza. Allí cerca del  Slovit ¡Morkai! Había dejado atrás toda precaución y sigilo y se lanzaba al combate. El sacerdote vio la señal. Tan claro como el cielo un día de verano: Kramor usaba a aquel esclavo para sus designios. Oten sonrió y masculló una plegaria que conocía bien. Rogó a su Dios que señalara al semiogro como su elegido entre todos los demás y que le bendijera en combate.

Después esgrimió su martillo haciéndolo girar en el aire y descendió junto a los demás. Todos ellos con la boca abierta, dientes apretados, músculos tensos, jadeando. ¡Inequívocos signos de la batalla!

Morkai se puso a hacer una bonita exhibición de manejo de la espada: ¡zas! Pa un lado. ¡Zas!, pa otro: ¡firulete en 5ª y media vuelta! Qué gonico era, y resultón.

Total, que estaba subido en una especie de cazuela muy chula que había en el aparato, y que le venía de perlas para evitar los ataques de aquellos engendros, mientras luchaba con sus bonitas poses superchipicalculadas para impresionar a la moza que más abajo sudaba a mares batiéndose el cobre como una profesional de tomo y lomo.

Entonces el Amo Oten hizo un gesto imperioso en su dirección, y a Morkai le vinieron unas cosquillitas muy asín.

──Huy, ois, uuuuhuhu, a Morkai le hace cosquillas a Mork... ── Boinggggggg. Y de pronto se encontró volando por los aires.

¿Por qué, a pesar de que había recibido la bendición del Kramor ese, Morkai había fallado su ataque para, en su lugar, cortar una cuerdecilla que ataba no se qué palanca y que hacía funcionar ese ingenio del demonio de nombre impronunciable? Debía ser que no estaba intentando acabar con su enemigo, obvio. Solamente quería impresionar a la moza.

Así que los dioses le concedieron graciosamente un bonito vuelo sin motor, muy impresionante.

Cuando Stela iba de camino se vio sorprendida por un hombre lagarto que, a golpe de maza, hizo que su escudo saliese despedido de sus manos¹. Quizás la otra maza que manejaba su oponente le hubiera abierto la cabeza como fruta madura si no fuera porque Firfin apareció repentinamente de entre el follaje para clavarle una daga en la espalda al hombre lagarto. Por algún motivo el ladrón reía como un loco, como si aquella situación le pareciera especialmente divertida². Antes de que su enemigo pudiera devolverle el golpe el ladrón se subió a horcajadas y le rajó el cuello, zona que estaba menos protegida por las escamas que el resto del cuerpo. El tipo se desplomó sin llegar a saber exactamente quien lo mató³.

Pasó entonces por el lado de ambos Aren montado en Rakard, apuntando con su arco a los hombre lagarto. Por desgracia en ese momento Rakard resbaló en la sangre derramada y la flecha salió desviada, clavándose en un árbol. Peor todavía: el brusco movimiento hizo que Aren perdiera pie en el estribo y cayera del oso. El animal intentó frenar pero ya era tarde: ¡el enano caía rodando por la ladera a trompicones!⁴

Oten se había lanzado a la carrera para ayudar a Morkai. De camino invocó la ayuda de Kramor quien, sin duda, estaría en el Monte los Dioses complacido observando esa batalla⁵. Sin embargo tan extasiado estaba el sacerdote que no vio a tiempo la lanza de uno de los hombres lagarto que se había girado para enfrentarse al recién llegado. El arma se clavó entre las anillas de su cota alcanzándole en un costado. El enano simplemente frunció el ceño y se preparó para el contraataque⁶.

Pero nuevamente Morkai era el que realizaba la acción más espectacular. Al cortar la cuerda salió volando hacia el enorme hormiguero. Uno de los homigombres guerreros vio espantado como el semiogro se le venía encima a velocidad terminal. Instintivamente Morkai cruzó los brazos sobre su cabeza y se preparó para el impacto, que fue tan brutal que aparte de llevarse al hormigombre por delante destrozó parte de la pared del hormiguero. Morkai se levantó algo confundido, con la piel escocida por el ácido de que había segregado el hormigombre al ser aplastado y cubierto de la tierra del hormiguero que se había llevado por delante. Estaba herido, sí, pero todavía vivo y armado. Por desgracia los otros dos guerreros hormiga que vigilaban el lugar se abalanzaban ahora sobre él con sus lanzas prestas⁷.

¿Y qué pasaba con los hombres lagarto del río? Pues probablemente deberían estar viendo todo aquello con ojos como platos...

CRACCK. La lanza del lagarto clavada. Las anillas de la cota evitaron más daño. ¡Arggghh! Notó la brecha en la carne y la sangre.  Oten apretó los dientes. Solo era un rasguño.  Se revolvió girándose a la vez que elevaba la mano derecha que sujetaba el martillo describiendo una parábola. Cuando el arma estuvo en todo lo alto estiró el otro brazo y agarró el martillo. Paso lateral. Finta. El flanco del lagarto al descubierto. ¡Era el momento! Oten descargó el martillo sobre el costillar del lagarto. Golpe a dos manos más la inercia de la parábola: ¡Por Kramor! ¡Eso iba a doler!

Noren corrió junto a Stela, pero ésta se adelantó por sus largas piernas en un abrir y cerrar de ojos. Se enredó con unas raíces y cortándolas con su hacha siguió avanzado. ¿Qué estaba pasando? ¿Kramor lo estaba castigando de alguna manera? ¡Quería luchar!

Y como si sus deseos hubiesen sido escuchados por el Dios de la Guerra Enana, se encontró con el caos característico de la guerra. Vio a Oten, ocupado con dos guerreros, y con uno especialmente enzarzado en la "danza enana". Cargó con el escudo en una mano y el hacha en la otra, soltando un grito de guerra que canalizó su frustración anterior.

Le estampó el escudo en el morro, y girando la cadera para darle más impulso, con el hacha cortó horizontalmente hacia el pecho del hombre lagarto, en una maniobra digna de un ex-legionario.

Los guardianes del Slovït cayeron en cuanto los enanos alcanzaron su posición. ¡Se habían hecho con el arma de asedio de forma rápida y eficaz! Ahora, desde el promontorio, Oten y Noren veían que Morkai flanqueado por los hormigombres en lo alto del hormiguero pero, más importante, también veían a una docena de hombres lagarto que emergían del agua aproximándose al mismo objetivo.

El brazo del escudo palpitaba dolorosamente. No tenía nada roto y podía abrir y cerrar la mano pero aquello dejaría un verdugón, sin duda. 

Miró al hombre lagarto muerto y luego al puñal goteante de Firfin. 

-Gracias, F... Kraken-acertó a decir-Ahora soy yo la que te debe una. 

Aprovechando la breve tregua en la pelea, recogió su abollado escudo. Se lo colgó al hombro (imposible sujetarlo con aquel brazo por ahora) y se dirigió hacia la posición que acababan de ganar. 

-Vamos-le indicó al "Kraken" con un gesto que lamentó al instante. 

-¿Estás bien, Oten?- le preguntó al viejo clérigo de Kramor, tocándole el hombro con el escudo.

No era la primera vez que le salvaba el día al viejo, pero sabía que no le gustaba que se lo refregara en la cara. Para un clérigo del dios de la guerra, el orgullo era primordial. Noren se contentaba con que, llegado el momento, Kramor lo ayudaría por salvar a un clérigo suyo.

Acto seguido, fue a buscar a Aren, que caía por la ladera. Fue con cuidado, que no quería seguir al enano en su forma peculiar de dirigirse hacia el semiogro.

— Que? Cómo? — a sus dudas e inquietudes respecto al plan, se le sumó la sangre que hizo resbalar a Rakard. Lo que estaba claro es que nada estaba saliendo como pretendía el orgulloso enano

Pese a su aparatosa caída, finalmente consiguió detenerse y mirar a su alrededor, tratando de entender que estaba pasando a su alrededor, en donde se combatía y quien lo hacía contra quien. 

Aparentemente habían conseguido conquistar el Slovït, pero no solo el semiogro había quedado solo, rodeado de enemigos, sino que los lagartos habían decidido sumarse al combate.

No era el momento de dudar, llamando a su oso para que lo defendiera mientras el seguía disparando, apuntó a uno de los guerreros-hormiga con su arco.

Aren lo tenía claro. Si conseguían acabar con las hormigas que estaban a la vista podrían ocuparse de los hombres lagartos ANTES de que otros hombres-hormiga surgieran del semiderruido hormiguero. Pero también resultaba cierto que seguir organizando planes en su cabeza no era lo mejor para el explorador. Pensar en ellos en vez de tomar puntería, era una mala idea y si además, estaba poco firme por culpa de la caída, no había forma de que su disparo fuera acertado... como efectivamente no lo fue. Y como si esto fuera poco... 

Maldita sea la hora en que creyó que los cosas serían tan fáciles, Firfin ya casi había visto la hora en que lograría manipular al semiogro, pero no, Morkai tenía tampoco cerebro que era difícil predecir lo que haría. Se afianzó entonces rápidamente sobre el aparatejo enanoide, o lo que fuera que fuese el slorvit ese. En la cima del mismo, estorbando a su correcta función, llamó a gritos a Ronald y Tempest – Traed aquí las mulas de prisa si no quieren morir. Amarren las mulas a “Escupitajo de semiogro” – exclamó palmeando el ingenioso lanza ogros enano; Firfin nunca había visto una aparato tan inusualmente y masivamente inútil. – Carguen una de esas piedras, rápido, tenemos un muro que derribar, exclamó Firfin preparando una plan que podría ser parcialmente útil –

– Sacerdote* del gran Dios de la guerra – exclamó llamando a Oten, – ¿Como se usa esta cosa?, quiero apuntar secuencialmente sobre la posición inferior a Morkai más cercana a la avanzada de los hombres lagartos. Así se habrá de abrir una brecha que permitirá que los hombres lagarto alcancen más rápido la cima del hormiguero. Si alguien puede aprovechar el caos de una batalla, ese es Morkai – aunque siempre cabía la posibilidad de que todos los enemigos se unieran para enfrentar al semiogro.

Estoy bien. Solo es un rasguño. Era cierto. Solo una cicatriz más en su cuerpo. Sonrió a Noren -que le había salvado- y desde donde estaban vieron a Morkai. Solo. Rodeado. Al otro lado: lagartos avanzando. ¿Qué hacer? Kraken se acercó y preguntó como se usaba el Slovït. Recordó la imagen del humano apareciendo súbitamente y apuñalando a un lagarto. Salvando a Stela. ¿Acaso no era tan cobarde?

—Hagamos lo que dice Kraken.— Ni el mismo creía lo que acababa de salir de su boca pero es lo que tiene la batalla: que pone a cada uno en su sitio.

—Usemos el Slovït.— Oten bajó de un salto, la herida reciente se resintió.

Envainando su espada, Stela señalo una pila de rocas que habia junto a la maquina de asedio.

-Eso debe ser la municion, ¿no?

Puso las manos encima de una de las piedras calibrando su peso: demasiado para ella. Se agacho junto a ella, la rodeo con los brazos y noto su brazo izquierdo gritarle improperios.

-iAyudadme a levantar esta mierda, maldita sea!-gruño-¿Es que vais a permitir que una dama haga todo el trabajo sola?

Noren iba detrás del explorador, pero cuando vio que se pudo levantar solo, y encaró hacia el hormiguero cual semiogro en estampida, intentó apresurar el paso.

-¡Aren! ¡Vuelve! ¡Dile a Morkai que regrese!- le gritaba el enano, pero sin detenerse, que llegado el caso de tener que ayudarlos, mejor que estuviera cerca que lejos.

Además, no sólo tenía serias dudas de que el explorador le hiciese caso, sino que muchas menos esperanzas tenía de que Morkai le hiciese caso a Aren. Pero no perdía nada con intentarlo. Tenían que luchar más ordenadamente, más en bloque. Cada uno estaba yendo a sus anchas, en un combate contra muchos, en un terreno desconocido, y contra criaturas desconocidas. ¿Qué podía salir mal?

Morkai se levantó raudo, aunque un poquejo mareado y tambaleante por el centellazo. Además le escocía la piel, y le hacía pupa.

¡Pero levantó atacando! ── HYEAAAAAAAARRRGGGGHHH  ──. El grito de guerra fue bestial, morrocotudo, abracadabrante. Luego, el ataque, devastador, horripilante, destructor del to. Emocionado y ciego a lo que pasara fuera de su peculiar proceso, Morkai se dedicaba a destrozar el tocón de un árbol que, cegado por la arena, había confundido con el enemigo. Todo ello mientras los hormigombres que le flanqueaban disfrutaban del magnífico espectáculo.

Aren había parado su caída pero no estaba en posición de disparar a nadie. De hecho se había parado agarrándose a una rama pero el suelo de tierra había cedido bajo sus pies, con lo que al final estaba colgando en el vacío. Si bien la caída hasta abajo no era mortal tal como estaba sí que podría suponer un costalazo. Tal como estaba la situación podría pedirle a Noren que le tirase una cuerda o intentar bajar o subir por su cuenta¹.

Los demás se reagruparon alrededor de la enorme máquina de guerra intentando descifrar como funcionaba. Parecía una catapulta (de hecho había catapultado a Morkai) pero tenía varios añadidos en el lateral que servían para disparar más proyectiles. Además de eso había una palanca de metal ornamentada unida a una cadena que estaba tensa en la base. ¿Qué haría esa palanca exactamente?²

¡Stela gritaba a voces pidiendo ayuda para cargar aquel maldito cacharro!³ Y tras cargarla habría que dispararla, por supuesto⁴...

¿Y qué pasaba en el hormiguero? Morkai había empezado por atacar a un tocón pero cuando los hormigombres lo rodearon cambió de estrategia y su espada cercenó por la mitad a uno de ellos. Por desgracia el gigantón no tuvo en cuenta el problema de la sangre ácida que, literalmente, lo bañó⁵. Eso, desde luego, no hizo que bajase la furia del gigantón. Y la iba a necesitar porque del hormiguero acababa de salir otra criatura guerrera que, sin duda, era la avanzadilla de los refuerzos...

Aunque era joven, Stela no era una damisela. A lo largo de su joven vida habia trabajado en el ejercito, se habia vendido como mercenaria y se habia emborrachado con individuos a los que era mejor no tocar ni con un palo. Su cuerpo delgado era fibroso y habia aguantado todo lo que su dura vida habia lanzado contra ella.

Apreto los dientes aferrando la gran roca y afianzo las piernas. Con un gruñido desgarrador, logro levantar la roca por encima de sus rodillas sujetandola contra su pecho. Su brazo izquierdo seguia gritandole obscenidades (aquello iba a necesitar unguento a paletadas) pero no estaba dispuesta a aparentar debilidad delante de sus pagadores. Era una mujer en un mundo de hombres y eso la forzaba a demostrar su valia constantemente. (NOTA: la piedra de la imagen no se corresponde con la real)

Con la cara desfigurada por el esfuerzo, acerto a hablar con voz estrangulada:

-Joder, decidme donde dejo este trasto... que no... tenga que hacerlo yo todo...

Las rodillas le temblaron.

Si alguna vez un enano había estado en peor situación que la del explorador, Aren no la conocía. Con sus planes totalmente fuera de control, colgado de una rama y observando a su alrededor para darse cuenta que todo parecía empeorar más que mejorar, el enano tomo su decisión.

No podía, en realidad no debía, impedir que sus compañero siguieran haciendo lo que estaban haciendo, fuera eso lo que fuera, por lo que su salvación dependía de si mismo. Tras observar con cuidado la forma de las remas, se dejó caer tras balancearse un poco y consiguió aferrar una rama que estaba a la altura de sus pies — Bien, ya lo tengo — se lo escuchó murmurar, antes de repetir la acción nuevamente, descendiendo un par de metros adicionales.

Y luego una vez más y otra... aunque el ultimo intento no fue tan bueno. Si bien consiguió aferrar la rama que era su objetivo, al recibir su peso esta se rompió con un seco chasquido y lo acompañó en su caída al suelo

— Podía haber sido peor — trató de convencerse mientras trataba de adivinar en que dirección estaba Morkai. Olvidándose de las raspaduras que cubrían uno de sus brazos, verificó que su arco siguiera en buen estado y dio unos pasos en su dirección mientras llamaba a su fiel compañero — Rakard? Aquí, muchacho, ven con Aren —