Partida Rol por web

Más enanos, seguramente era verdad que se reproducían debajo de las rocas, sería mejor no levantar más o seguirían apareciendo. Y ya eran demasiados, si las cosas salían bien, ya no sería falta tanto conflicto de seguir con aquel loco viaje; con un poco de aquel cristal tendrían todo para una larga vida de felicidad y placeres, por lo que el que aparecieran más enanos era un verdadero problema. Aunque era curioso que los enanos no le vieran la importancia a ello, algo más estaban viendo entonces.

De la masa negra informe y amenazante, Firfin nada dijo y nada hizo, más que sobrevivir; confiaba en que Aren o el sacerdote fanático encontrarían la forma de salir de allí vivos, mientras, él iría recogiendo piedresillas al tiempo que corría ágilmente por la cueva, buscando llenar sus bolsillos. Bien para su retiro inesperado o bien para sacarle provecho a su honda.

– Tempest – gritó el humano mirando que Ronald no estaba, – donde está la otra vaca, más te vale regresar por ella – le ordenó, lo de las piedresillas no era algo seguro, y además de las sales, necesitaban los recursos que guardaban para su viaje de regreso. – Y si ves a Ronald dile que se de prisa – exclamó sonriendo, correr se le daba bien, era ágil, y correr mientras se hacia rico era un buen ejercicio.

Noren estaba consiguiendo un montón de fragmentos para sus compañeros hasta que, en un determinado momento, su hacha quedó incrustada en la propia Roca Alma. Con desesperación el enano vio que iba a ser complicado liberarla¹.

El tentáculo que aferraba a Gromenauer parecía tan sólido como él, pero nadie puede ganar en solidez a un enano testarudo. Cuando parecía que estaba a punto de aferrarlo el guerrero enano interpuso su escudo mágico y las cuchillas giraron para evitar el abrazo definitivo, haciendo que el primigenio soltase enfurecido su presa. Por desgracia el suelo de cristal bajo el enano no parecía tan resistente y tendría que moverse de allí pero ¿hacia dónde?².

Eso hizo que se moviese de nuevo toda la caverna y por un momento Roark estuvo a apunto de fallar su flechazo³. Pero no era el momento de fallar y quedar mal delante de tanta gente, así que la flecha fue directa hacia la zona que brillaba y se convirtió en un precioso estallido que hizo que una lluvia de roca-alma cayese de lleno sobre aquella masa de oscuridad. ¿Querían movimiento? ¡Aquello sí que fue movimiento! Como si un volcán entrase en erupción.

Quizás por eso Morkai arrancó de cuajo de aquella enorme estalagmita⁴ para, usándola como si fuera un espadón gigante, rasgar la oscuridad. Además su superficie astillada fue provocando desgracia y dolor en aquella cosa del pozo a su paso. El semiogro, todavía con aquella lanza gigantesca de cristal en las manos, recuperó el equilibrio justo en el momento que vio que una de las superficies del monstruo de oscuridad quedaba por debajo de él.

Pese a que su plan estaba dando el resultado que esperaba el propio Aren tenía algunas dificultades con el mismo. Vio con cierto horror como Rakard acertaba a salvarlo de una muerte casi segura a cambio de que el propio oso sufriera parte del impacto. Esto enfureció al animal que se alzó sobre sus dos patas intentando lanzar un zarpazo al primigenio. Aren, todavía recuperándose, vio que su fiel amigo estaba en claro peligro de caer del anillo de Roca-Alma⁵.

Stela era la que peor lo tenía. El tentáculo la había levantado del suelo y se la llevaba hacia el centro del Oscuraverme donde una enorme boca se estaba formando para engullirla. En ese momento la mercenaria consideró que cortar el tentáculo quizás no fuera tan buena idea pero ¿cómo saldría de aquel apuro?⁶

Oten tampoco estaba mucho mejor: se balanceaba al borde del abismo aferrado a un resquicio del Cristal Alma. ¡Estaba a punto de caer!⁷

Firfin se confió cuando logró esquivar uno de los tentáculos que venía a abrazarle. Por desgracia cuando se puso a arengar a Tempest hizo que el muchacho prestase más atención a sus palabras que al tentáculo que le venía por detrás. El mulero recibió un brutal golpe que hizo que cayese de bruces contra el suelo y empezase a deslizarse hacia el centro del pozo⁸.

Roark sonrió al ver caer todos aquellos fragmentos de roca sobre el bichejo y comenzó a preparar un discurso burlón sobre que había acabado con él cuando la cosa empezó a agitarse mucho. Así que la sonrisa se le heló en el rostro y se tornó en un gesto de desilusión. -Pensaba que sería más espectacular.

Pero no había tiempo para desilusionarse que aquello seguía candente, así que se encogió de hombros, prendió una flecha en la llama mágica que colgaba de su cinto y disparó contra la boca que amenazaba con tragarse a una de las visitas, que estaba feo que te mataran a alguien que venía a verte... Además la chica era guapa...

La flecha se le coló por la boca al bicho... -¡JA! ¡Justo en el blanco! ¿Lo has visto Gromenauer?

Aren meneó la cabeza sorprendido por la acción de Rakard que, aunque el mismo no quería reconocerlo había sido más inteligente que la de el.

En cuanto consiguió enfocar la vista descubrió como su fiel mascota, parada sobre sus dos patas traseras movía sus garras hacia adelante y hacia atrás intentando mantener el equilibrio — NO, RAKARD, NO — gritó asustado al darse cuenta que si el animal caía lo haría en la peor dirección, directo al centro de la masa negra que los estaba amenazando.

El explorador sabía que había momentos para pensar en planes y momentos para reaccionar y al ver a su fiel oso en peligro, Aren optó por reaccionar. Sin siquiera pensarlo se lanzó en su dirección intentando usar su cuerpo y la inercia de su carrera para golpearlo y así alejarlo del peligroso borde.

Sin siquiera analizar que mover un masa de músculos como la de Rakard podría ser algo casi imposible, abrió sus brazos y flexionó las rodillas mientras impactaba en el peludo cuerpo de su amigo, consiguiendo, por lo menos, que la caída fuera en la dirección correcta, lejos de la negrura tentacular del OscuraVerme

Noren intentó tirar una vez más de su hacha, pero rápidamente vio que no era el momento. Un tentáculo negro se dirigía hacia él vertiginosa e irremediablemente... a menos que un legionario de acero tomara sendos trozos de Cristal Alma, como si de dos espadas se trataran, y lanzó un cristalazo con fuerza para desviar el tentáculo, y otro para cortarlo o terminar de desviarlo de su trayectoria.

Cualquiera hubiera dicho que era una forma de combatir de un espadachín humano, o un guerrero elfo de dos espadas, pero era un enano... versado en cómo combatir a los elfos y a los humanos. "Conoce a tu enemigo..." aunque en este momento no sabía nada de esta criatura de sombra, desesperación y muerte.

-¡Arrg! ¡Muere!- exclamó, confirmando que no era ni un elfo refinado ni un humano parco como Kraken... bien podría haber sido Morkai.

¡A por todo! Morkai, alegre como nunca, comprendió que esa libertad que sentía de hacer el idiota, la que había sentido tras tocar la asquerosidad esa, retoña del Asco Reptante, era una señal, un algo que le decía: ¡sientete libre de hacer el idiota!

O sea. ¿Prudencia? Esa era la prima segunda de su tia abuela.

¡Aferrando su piedraca se tiró a por todas! Se estaba formando una bocota para recibir a Stella, conforme él iba adquiriendo inercia . Un algo que no pudo ver bien se introdujo en dicha bocota, que se abrió todavía más, exhibiendo toda una gama de cosas afiladas y apestosas, y lenguas lúbricas y babeantes, y cavernosas profundidades que conducían a ignotas dimensiones de baba y asquerosidad.

¡¡Morkai se tiró dentro de aquello!!

¡Joder! ¡¡Que se iba a comer a Stela!!

Estalactita (o estalagmita, lo que fuera) y semiogro, todos desaparecieron ahí dentro...

Se agarró al borde como pudo y sintió como su cuerpo se balanceaba en el abismo. Intentó auparse, pero no pudo. Con una sola mano le resultaba imposible. Bajó la cabeza, el ser primigenio se debatía en el pozo en una serie de movimientos ondulantes. Los tentáculos iban y venían. ¿Estaba perdido? Solo podía hacer una cosa, deshacerse del arma para tener las dos manos libres. Pensó en dejarla caer al vacío pero… ¿Quedarse sin arma? No. Oten tiró del brazo y lanzó el martillo hacia arriba^[1] con la esperanza de que cayera en un lugar seguro y poder recuperarlo luego. Se agarró con las mano y, finalmente, se aupó

Estaba bien jodida.

No le hacía falta un análisis táctico detallado, podía notarlo en el movimiento de sus piezas de armadura mientras el tentáculo la zarandeaba boca abajo. Y la alternativa era caer a una boca negra como el abismo. 

Intentó mantener la calma y buscó rápidamente el cierre de la funda de su espada. Era una tontería, un simple cordel enrollado en torno a un botón pero que mantenía el arma en su sitio cuando perdías la verticalidad. Aferró la empuñadura con cierto sentimiento de alivio y enarboló el acero. 

Aquella cosa quería devorarla pero tendría que soltarla primero. Stela se aseguró un agarre adicional al tentáculo ensartándolo con su acero. Sin embargo, el Oscuraverme era un ser de otro mundo al que el acero bien empuñado afectaba de manera muy diferente de los mortales.

Uh, oh.

El enano comenzó a notar como la parte donde se encontraban era inestable. ¡Tenían que moverse! ¡Y rápido!

—¡Sí, lo he visto! ¿Pero has visto tú que este suelo se cae? ¡Tenemos que movernos! —dijo casi empujando al humano para que se moviesen de ahí—. ¡Vamos! ¡Yo te cubro! —gritó al tiempo que levantaba su escudo para cubrir al ladrón.

—¡Y dispara para que no se coman a esa humana! ¡No quiero condenarla a una eternidad con ese estúpido gnomo!

Firfin corrió a toda prisa esquivando los tentáculos tal como pudo. Enseguida, al pasar justo donde estaba Tempest, usó el impulso que le daba la velocidad de su cuerpo para sujetar a Tempest y con una maro-meta hacer que este saliese del peligro al golpear su pecho dandole una patada que lo alejase de aquella inmensa criatura, al menos momentáneamente. La agilidad y las acrobacias eran algo que se le daban bien a Firfin, aunque andar salvando gente no era su estilo, mejor que no volviese a ocurrir. – Arriba inútil, o te va a devorar esa cosa – le gritó Firfin estando a unos pocos metros de él. – No te he ordenado que te arrojes al pozo como una mula, si no que mueves tu trasero y busques a la otra vaca, que seguramente se comporta como una mula y se ha quedado atrás – Firfin no podía evitar burlarse del joven intentando confundirlo, quizá aquello era contraproducente, pero igualmente era sumamente satisfactorio. ¿Donde estaría Roland a aquellas alturas?, de momento sería muy útil. – ¿Cuál es el plan Aren? – gritó Firfin en tono sarcástico.

El plan. Aren escuchaba la pulla de Firfin como si procediese de otro mundo. En ese momento su único plan era salvar a Rakard de una muerte segura. Se lanzó a por el oso usando todo su cuerpo, como había visto hacer a los jugadores de Blood Ball¹ en los campeonatos entre entre ligas enanas. El oso era enorme pero el enano había empujado con toda su fuerza, gracias a lo cual lo alejó del peligro... a costa de recibir él mismo un golpetazo de los tentáculos de oscuridad². Pero daba igual. ¡Rakard estaba a salvo! Iba a tomarse su tiempo para decirle algo al pícaro humano cuando vio algo que lo sorprendió: ¡el encapuchado acababa de salvar a Tempest de una muerte segura! Se había arriesgado en una complicada pirueta para apartar al porteador humano del abismo³. Firfin se sorprendió al ver que el humano estaba llorando. El fornido joven se aferraba a él pero no parecía llorar por el miedo a la muerte, sino por otro motivo:

—¡Hubiera sido mejor que me dejases caer! ¿Qué haré ahora sin Ronald?— gritó el muchacho dando a entender que la llegada hasta allí había tenido su precio en vidas.

Noren estaba demasiado ocupado lanzando las esquirlas contra el Oscuraverme⁴ mientras libraba su hacha como para percatarse del martillo que venía volando hacia él⁵ mientras Oten se alzaba como podía en el risco. La suerte quiso que impactase en su armadura sin mayor problema⁶.

Por su parte Roark había logrado un disparo pleno que iluminaba la cavidad bucal de aquella monstruosidad sobre la que pendía Stela. Aquello hizo que Morkai lo sintiese como una señal. Aferró su enorme cristal de Rocaalma y saltó como un poseído hacia el interior del monstruo sin pensar siquiera en las consecuencias. Stela no tenía pensado seguirlo: había un límite entre el valor y la estupidez que una buena mercenaria tenía que saber interpretar, así que se aferró a aquel maldito tentáculo y aprovechó el movimiento de la dolorida bestia para coger impulso contra la pared. Para su desgracia aquello iba muy rápido y la Roca Alma estaba muy afilada en algunos puntos. Sintió como parte de su armadura se desgarraba mientras caía de nuevo sobre la superficie de cristal⁷.

Roark sonreía satisfecho por su disparo y tuvo que ser Gromenauer quien se lanzase contra él para apartarlo de la zona de peligro. Por desgracia no tuvo tanta suerte como Aren y la ya frágil repisa de cristal agriesado se vino abajo cuando se impulsó para apartar al ladrón⁸. ¡Estaban cayendo!

¿Y el primigenio? ¿Y Morkai?

Pues estaba claro que el monstruo tenía una indigestión de aupa. Empezó a retorcerse y todos, en medio del caos, podían ver como se retorcía de dolor. Los tentáculos ya no atacaban a nadie concreto sino que se elevaban hacia el techo de la caverna en un estertor de dolor.

Mientras caía, Gromenauer tenía que hacer algo. No podía perderse la batalla contra aquella cosa, y más después de haber aguantado tanto. ¡Estaban a punto de lograr algo que los demás idiotas no habían logrado!

Con presteza, hechó mano a su mochila para agarrar la cuerda. Con ésta en la mano, la ató al escudo y a su propia cintura. Después intentó agarrarse a Roark. No era plan de dejar caer al tontaina del ladrón por el precipicio—. ¡Agárrate! —dijo al humano que caía.

Cuando todo estaba bien aferrado, lanzó su escudo. No con la esperanza de dar a nada, sino con la de que el escudo se anclase a alguna pared y que frenase la caída.

Oscuridad. ¿Dónde estaba? Tosió. Sentía dos cosas: por un lado, algo le hacía cosquillas en la nariz. Por el otro, un gran peso le aplastaba contra eso que le estaba haciendo cosquillas en la nariz. ¿Quién había apagado las luces?

Hasta que se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados. Mmmmh, abrió los ojos. Algo de color morado, iluminado por una luz que venía de no se sabe dónde. Movió la cabeza... Ah, el cristal. Lo tenía encima, le estaba impidiendo moverse con comodidad. ¿Qué había más allá: un firmamento cerúleo, morado casi negro, cacoso y apestoso, y un olor que, ah otra vez esas ganas de potar, qué asco, qué asco, que...

Estaba enterrado en una especie de cama de plumas moradas casi tan grandes como él mismo, aplastado por el trozo de cristalalma. A su izquierda había una especie de columna de asquerosidad que se unía al cielo, y que surgía de una herida sanguinolenta en la masa de plumas moradas.

Esa masa de plumas moradas era algo así como un campo de trigo, ¿se me entiende?, donde las espigas, que eran enormes, serían las plumas moradas, tan grandes como el mismo Morkai. Más incluso. Morkai estaba cerca de la cima de un monte en la llanura de plumas. Algo así como una inflamación gigante, en la punta de la cual estaba la herida, de la que surgía la columna de podredumbre que se unía con la podredumbre que había en el cielo.

El horizonte era curvo. Seguía y seguía y... Del horizonte surgió una cabezota de color violeta tan grande como el mismo horizonte: un ojo como un planeta de grande, una fila de dientes que era como una cordillera lejana.

Todo fue un gemido. Brotaba de la herida más y más sustancia oscura. Morkai se fijo, por primera vez, que la irrupción del trozo de cristalalma seguramente había reabierto la herida supurante que tenía una megaserpiente emplumada gigante en el centro de toda aquella asquerosidad que no era sino la propia sustancia supurante que salía de la herida. ¿Qué cojones... ?

Entonces se acordó de aquella fábula, en la que un ratón quitaba la espina del pie de una especie de criatura mitológica que tenía dos colas, una delante, en la cabeza, y otra detrás, y dos orejotas, y dos colmillos gigantes. Como si Morkai fuera un crío, y se creyera cualquier gilipollez que le contaran. ¡Ja!

De su ensoñación le despertó otro gemido morrocotudo, en plan como si un enorme animal gimiera de dolor y uno fuera un simple piojo subido en su piel emplumada y todo eso.

¿Qué estaba pensando? ¡Ah, si! El ratón. La espina. Se miró el culo. Él no era un ratón, pero oye, era pequeñito, lo que, para Morkai, era una situación bastante nueva. Se vio muy bien en el papel de ratón, si. Pequeñito. ¿Y la espina? A ver... Se puso a trepar por la especie de colina, apartando plumas moradas, algunas mucho más grandes que él mismo, y todas mirando en la misma dirección, como si fueran una ordenada capa de plumas en una serpiente gigante emplumada de proporciones divinas.

¿Qué encontraría en la herida? ¿Sería capaz de sacar la espina?

Su armadura iba a necesitar un buen zurcido después de aquello. Y arreglar las correas. Si salía viva, claro. 

Todavía respirando entrecortadamente, se forzó a moverse. Corrió hasta donde Oten y le ayudó a incorporarse. 

-En pie, sacerdote. Tus plegarias son ahora más necesarias que nunca. 

Estuvo a punto de quitarle el polvo de los hombros pero entonces reparó en que su propia apariencia tampoco era digna de un desfile. Y seguro que Oten no apreciaría el gesto. 

Agarró un trozo de cristalalma y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la bestia. 

Stela le ayudó a ponerse en pie. La humana le decía algo pero los ojos de Oten miraban hacia otro sitio. ¡Su martillo! ¡Maldición! Su arma se deslizaba por la superficie. Iba a caer al abismo. Su primer impulso fue lanzarse a por él pero Stela tenía razón. Debía hacer algo. Fue hacía la gran roca de CristalAlma a la que Noren golpeaba para extraer esquirlas. Puso sus manos encima  del pedrusco. Se concentró y conjuró su hechizo pero... ¿Qué pasaba? Su magia parecía no funcionar...

Gromenauer agarró al ladrón y con furia lanzó su escudo contra la masa de cristal esperando que se clavase en cualquier sitio que pudiera servir de asidero. ¡Y lo logró! El problema era que el cristal no parecía ser capaz de soportar el peso y se empezaba a fragmentar. El enano vio la oportunidad de aferrarse a la pared mientras se balanceaba con Roark colgado de su cuello pero para ello debería soltar la cuerda y dejar el escudo¹.

Oten lanzó una plegaria de luz sobre la piedra pero parecía como si Kramor fuera incapaz de llegar allí con su poder. ¡Era el peor momento para que aquello sucediese! Sin embargo la criatura se retorcía ya en espasmos que parecían de dolor agónico ¿Qué estaba pasando?

Y entonces ¡estalló! Una explosión de ectoplasma negro dio lugar a una serpiente roja emplumada, gigantesca, que salía del interior del propio monstruo con Morkai aferrado a ella como un jinete demencial a lomos de un dragón. La criatura extendía unas alas multicolores mientras alzaba el vuelo hacia lo alto de la caverna donde repentinamente una luz de color blanco intenso, cegador, empezaba a inundarlo todo.

-¡Eh!- gritó al sorprenderse que, luego de haber esquivado y golpeado valerosamente tentáculos desaparece-gnomos, un martillo, y de su compañero, fuera lo que terminara golpeándolo.

De todas formas, no había sido lo suficientemente fuerte como para realmente hacerle daño. Como mucho dejaría un moretón. Lo agarró antes de que cayera por el abismo, ya que un arma nunca se suelta a menos que sea para crear una ventaja contra el enemigo, y este no era el caso, y se lo iba a lanzar a Oten, pero el clérigo se dirigía hacia el Cristal con cara de pocos amigos. Lo dejó en el suelo, al tiempo que tomaba pedazos para lanzar a la Oscuridad.

Pero algo lo distrajo. En el Cristal Alma pudo ver un reflejo fragmentado de un enano de porte digno, con barba trenzada en aros de hierro, plata, oro, cobre, bronce y mithril. Una corona adornaba su casco guerrero de ángulos rectos y fuertes... como casi toda manufactura enana. Pero la imagen se veía fragmentada por la miríada de trozos de Cristal. ¿Era él? No podía ser, no llevaba todo aquello... ¿quién era?

Y la imagen se esfumó, luego de que una estruendosa lluvia de ectoplasma, fuera lo que fuera, negro cayera sobre todo el mundo. Se cubrió con el escudo, intentando hacerlo también con Oten y Stela.

-¿Pero qué...?- masculló sin entender nada: ni la imagen que había visto, ni la serpiente emplumada. ¿A dónde iba?

Roark iba a lanzar un flechazo para que se clavara en la pared, pero Gromenauer le desequilibró al agarrarle la cabeza con el brazo justo cuando acababa de atar la cuerda que llevaba atada a la mochila a la flecha, así que casi se le cae el venablo.

Armó el arco y disparó como pudo... La flecha se clavó en la pared rocosa por encima de la brecha. El ladrón sonrió y agarró al enano para que no se cayera, cuando sintió el tirón de la flecha su sonrisa se le heló en la cara al darse cuenta de que se iban a comer la pared...