Partida Rol por web

— Pe... Pe... Pero... ¿Y el plan? — Aren observó al semiogro que, evidentemente no había entendido la idea mientras meneaba la cabeza. Estuvo a punto de continuar eliminando perros infernales o morbellinos, pero finalmente descartó la idea. Había demasiados.

Con cuidado se afirmó cuanto pudo y buscó otra flecha de su aljaba para darle a Morkai, pese a su falta de coordinación, alguna posibilidad de sobrevivir. El explorador apuntó al brazo que manejaba el terrible mangual que despedía centellas cada vez que se movía, dispuesto a obligar al caballero a dejarlo caer.

Sin embargo, la visión de Gromenauer lanzándose a la carga sobre el lomo de un perro infernal lo obligó a aflojar el arco a último momento, justo antes de disparar. Después de todo no quería herir al paladín que se había unido al grupo. Su flecha, más allá del ultimo movimiento, aparentemente iba en dirección a su blanco... hasta que se clavó en el suelo a los pies del caballero de la tormenta, sin causarle ningún tipo de daño.

— Ese no es el disparo digno de un rey — no puedo menos que castigarse verbalmente a si mismo al ver el resultado.

Oten se aproximó al borde del circulo que el mismo habia trazado y sacó su martillo aguardando al enemigo. No tuvo que esperar mucho. Un par de perros infernales se abalanzaron sobre él en cuanto detectaron su movimiento. Lo hicieron con fuerza y determinación, cargando contra el sacerdote con inusitada fiereza pero Oten estaba preparado. Apalancado con su peso apoyado en la pierna de atrás, blandió su arma ante el predecible ataque. Un zas y otro zas y los dos canes yacían en el suelo. Uno  muerto ya, con el cráneo partido y el otro agonizando en una muerte lenta.   

Noren vio venir a los morbellinos y las criaturas de cuatro patas, pero su atención estaba realmente puesta en el Caballero Trueno. Sus ojos entrecerrados para que no le entre el agua de la lluvia y el remolino de elementos que había creado Ewandor.

Pero para llegar hasta él, tendría que avanzar a través de esa marea de criaturas. Algunos se parecían a orcos, pero tenían una ferocidad mayor... si tal cosa era posible. Pero morían igual.

Noren golpeó con el escudo a uno, derribándolo contra el barro y hendiendo su pecho con Zanjadisputas como si de mantequilla se tratara. Sintió un golpe en la espalda, y sin mirar quién era, lanzó un tajo horizonal que dividió en dos a un morbellino que había aprovechado para atacarlo por la espalda.

Estaban en todas partes, todos luchaban denodadamente, y por momentos se perdían de vista unos de otros gracias a la lluvia y los relámpagos. Con el rabillo del ojo pudo ver cómo un rayo caía sobre una cabeza de Ewandor... y otro más. Había que terminar con ese caballero.

Avanzó y golpeó a un morbellino que se le acercaba. Con el escudo lo levantó del suelo y lo dejó caer detrás suyo, sabiendo que detrás estaba Stela. Ya estaba más cerca del Caballero, pronto podría escuchar su desafío fuerte y claro por encima del estruendo del combate.

Pero algo que no estaba en los planes irrumpió como semiogro enfurecido. Y era precisamente eso: Morkai desafiando al Caballero. Noren miró sorprendido un momento, recibió un golpe de una de esas espadas acerradas en el escudo que lo hizo moverse un poco, pero terminó con la vida de ese enemigo con un golpe de su hacha en la cabeza, sin girar la cabeza siquiera.

¿Qué estaba haciendo Morkai? ¡Era su combate!

Pero eso no acababa ahí. El supuesto paladín también cargaba contra el caballero y una flecha incendiaria se clavaba profundamente (¿cómo hacía para mantenerse prendida con tanta agua? ¡Esa era magia útil!).

Miró a Aren y Rakard, aún a retaguardia, flanqueado por Roark. Tenían que ordenarse de nuevo, o eso se terminaría antes de tiempo. ¿Protegía al Rey o se enfrentaba al Caballero como Gromenauer y Morkai? Por ahora Aren no parecía estar en problemas...

Cargó contra el caballero, apartando de un hachazo a uno de esos perros de varios ojos y dejándolo sin algunos en el proceso.

El escudo cubriendo su flanco, el hacha levantada para matar al Caballero, la decisión en la mirada del enano... y un semiogro gritando a más no poder. Tendría que esquivar esa porra...

Y Stela se ocupaba de todos los que quedaban. Quizás una cincuentena o más de monstruos babeantes. Había estado en situaciones peores pero con compañeros más fiables, condenación.

-Venid a por mí, cerdos. 

Ocupaba el hueco entre dos árboles. No era un mal sitio para defender entre tres guerreros. Entre dos, todavía. Una guerrera solitaria lo tendría muy crudo. Con la armadura rota, las posibilidades se reducían drásticamente. 

-¿Quién quiere ser el primero?

No lograba matar muchos pero blandiendo la espada como si espantase nubes de mosquitos, usando el escudo como arma contundente y berreando como si estuviera posesa atraía la atención de toda la horda. La creían presa fácil. 

Igual que el enorme líder morbellino, corpulento como un toro, que yacía a sus pies sin manos, orejas ni garganta. 

-¡Vamos!¡Que venga el siguiente!

El grito seguía, y no parecía que hubiera de acabar nunca:

──¡¡STEEEEEELA!! ¡¡STEEEEELA!! ¡¡STEEEEEEEELAAAAAAA!!

Y golpeaba y golpeaba con su maza. Ciega y rabiosamente. Tan absolutamente entretenido que de un golpe partió una roca en dos, de otro casi destroza a Gromenauer, que cargaba veloz y sandunguero sobre su montura recién adquirida, y de otro tiró patrás un árbol que ya estaba medio desgajado de un rayo despistado que le había caído.

El Caballero de los truenos soportaba aquella lluvia de golpes enloquecidos sin más historias, desvió el último con el escudo sin apenas esfuerzo y alzó seguro y confiado su horrible arma, a la que en algún cuento llamaran de alguna manera, pero como Morkai no lo había escuchado nunca, pues simplemente le pareció una especie de yunque sujeto por un tronco de árbol. Algo que prometía matar al primer golpe.

Pero al negro Caballero le distrajo la carga de un enano en el costillar, y le distrajo un flechazo ardiente y, gracias a eso, uno de los locos y desabridos golpes de Morkai le dio en toda la jeta. ¡Qué gustito! ¡Oh el crujir de los dientes bajo el puño! ¡Oh el agradable dolorcillo en los nudillos cuando aplastas la jeta de aquel que tanto lo buscaba! ¡Oh, el placer de Enseñar al que No Sabe! Si Morkai fuera poeta, ahí estaría escribiendo y balando versículos y to. Más no podía escribir sino con sangre, con la de sus enemigos o con la suya, pues un solo golpe de esa cosa monstruosa prometía convertir lo que fuera en una manchita al pie del camino.

¿Y, qué cojones, no le daba eso más poesía al asunto? Y seguía gritando como un loco:

—¡NO! ¡NO!— Random se llevaba las manos a la cabeza —¡Se han precipitado! ¡Demasiado pronto!

Los demás dioses contemplaban la escena absortos. En su rostro había tensión y quizás un deje de tristeza. Comprendían la desesperación de Random. Veían al último rey de los enanos intentando reforjar su plan. Contemplaban el caos de la batalla y sabían que una oportunidad se había perdido. ¿Surgiría otra en la batalla?

Gromenauer se lanzaba como un misil a por el Caballero. Por un momento éste había dejado de usar su magia cuando el semiogro se había abalanzado sobre él para golpearlo salvajemente. Quizás había visto a un digno oponente. Pero al ver como el enano venía cabalgando a toda velocidad se dio cuenta de que aquello no era un verdadero desafío sino una burda traición. Elevó su mano y un rayo cayó sobre Gromenauer, haciendo que el perro infernal sobre el que montaba cayese fulminado al instante. Quizás el enano, de no ser tan resistente, habría terminado igual. En realidad llegó a chocar contra su objetivo aguantando el embite del rayo pero sólo para ser lanzado como una pelota por un manotazo del Caballero Trueno. Pretender tumbar a una entidad legendaria con aquella embestida era como esperar que las montañas cayesen por causa de la lluvia.

Una flecha surcó el aire para clavarse en el casco enfundado del Caballero mientras éste rechazaba a Gromenauer, que rodaba por el suelo embarrado. Morkai, que estaba más cerca, se dio cuenta de que la armadura de aquel individuo era tan formidable como mágica. Casi ignoró el daño de la flecha y lo mismo pasó con su demoledor golpe de canción de yunke. El semiogro ignoró aquello y se abalanzó igual con tal sed de sangre que olvidó cubrirse. La espada afilada atravesó las costillas de Morkai para luego realizar un trazo hacia arriba que destrozó el cuerpo del gladiador mientras salía de nuevo para realizar una nueva finta¹. Lo peor de todo era ver como sus propios golpes parecían reducirse a rasguños por la casi impenetrable armadura que cubría a aquel engendro del caos.

Noren había avanzado hacia el Caballero Trueno y lanzó una estocada que golpeó en su costado, atravesando parte de su cota. Por desgracia hacer esto lo había dejado vendido ante los morbellinos que protegían a su comandante. Tuvo la fortuna de que su armadura le protegió, pero sus oponentes cayeron sobre él como una oleada, alejándolo del heraldo de los azotamentes.

Sin nadie que frenase su avance salvo Stela y Oten los morbellinos también habían alcanzado la retaguardia de los atacantes. Algunos incluso intentaron llegar a la última de las cabezas de Ewandor, que se defendió levantando un muro de espinas.

Lo peor era que el Caballero, liberado de su juramento de combate singular, parecía deseoso de terminar con la vida de aquel gusano que lo había retado a muerte con artimañas. Morkai vio como una nube de tormenta se alzaba en lo alto directamente sobre él.

Pero tampoco se escapó a los aventureros que pese a la resistencia increíble de la armadura del Caballero el monstruo parecía tambalearse del dolor. ¡Podía sangrar y morir!

El ladrón tragó saliva al ver que el tipo se mantenía en pie, que a Gromenauer le había largado un rayo como si tal cosa y que casi había destripado al semiogro. -La jibamos.-  Luego su vista se centró en toda aquella manada de bichos que venían con instinto homicida. Y algunos hacia él -La jibamos mucho.

Eso le pasaba por echar una mano intentando matar a un tío que a él, personalmente, no le había hecho nada de nada. Y para echar una mano a unos enanos a los que no conocía de nada. La verdad es aquellos morbellinos tan monos y tan homicidas tenían razones para estar furiosos con él. Pero ahora ya no había remedio.

Se encogió de hombros resignado y salió a todo correr hacia la cabeza mágica que quedaba en pie mientras cargaba una flecha y apuntaba al que parecía tener más ganas de meterle su espada en los higadillos. La flecha le atravesó un ojo. Rápidamente cargó otra flecha y se la metió en el cuello a otro morbellino que se le acercaba rápido.

—Grrrr —gruñó el enano cuando el morbellino se le venía encima. Por suerte, aún tenía su martillo. Parecía que el caballero estaba protegido, pero el enano tenía idea. Como siempre.

Pero primero, tenía que quitarse de encima al ser que quería rebanarle el cuelo. Que viniese, que así tendría un escudo nuevo. Si hacía falta, pensaba dejar a todo el ejército sin escudos.

El martillazo fue digno de enmarcar e hizo que la cabeza de la criatura colgase de su cuello como si de un calcetín lleno de arena se tratase. Uno menos, solo quedaba un montón más. Ahora tenía que buscar a Roark para llevar a cabo su plan.

Recogiendo el escudo del muerto, buscó al humano para dirigirse hacia él, mientras gritaba—. ¡Ewandor! ¡Deja de cantar y pisotea a esas criaturas! ¡Ahora el idiota con armadura brillante no te lanza rayos!

El plan no había salido como esperaban, pero no por eso dejaba de ser, todavía viable. Es cierto que al final no habían podido retar al caballero en combate singular, ni Morkai ni Gromenauer lo habían permitido, pero separar al grupo en dos unidades, una para que intentara mantener al raya al caballero mientras el resto evitaba que sus cipayos los atacasen por la espalda parecía ser una buena  opción, incluso  algo parecido a un plan.

— Atención, atención! tenemos un nuevo plan — gritó el nuevo rey de los enanos — Todos! Acabemos con esas... cosas mientras Morkai, Noren y Gromen... — al notar como el enano retrocedía meneó la cabeza mientras se corregía a si mismo — Morkai y Noren mantienen distraído al caballero — gritó mientras tomaba su arco y se preparaba a lanzar una seguidilla de flechas que acabaran con la mayor cantidad de perros infernales y morbellinos.

Tras dar un paso atrás para evitar que los monstruos que ya tenía demasiado cerca lo atacasen, miró a Rakard esperando que la presencia de enorme oso pardo fuera suficiente como para impedir que lo atacasen y decidió olvidarse de los peligros que podía correr mientras ejecutaba su parte del plan plan.

Tras respirar profundamente se concentró en sus flechas y comenzó a un rápida sucesión de disparos que alcanzaron, uno a uno a sus objetivos. Primero uno perros que buscaba sorprender al semiogro por la espalda. Luego un morbellino que buscaba clavarle su lanza a Oten, después otro que miraba a Gromenauer con cariño y finalmente, casi como sin quererlo, al único de los seres demoníacos que había traspasado la feroz guardia de Rakard.

— Los tenemos! — exclamó intentando darle ánimos a sus compañeros — Ya quedan cada vez menos! —

Stela despachó otro morbellino con una estocada. Justo en ese momento, otro de los monstruos rodó a su lado con la mandíbula rota de un martillazo a mala uva.

Oh, claro: Oten.

Encontró al clérigo a poca distancia, repartiendo estopa en medio de un sembrado de cadáveres tullidos. Los morbellinos que habían recibido la bendición del sacerdote no valdrían ya ni para el gremio de mendigos.

-¡Buen día para morir, sacerdote!-saludó abriéndose camino a mandobles para llegar hasta él-Dime, ¿dan bien de beber en el hogar de Kramor?

El rey tomaba el mando, dictaba órdenes y sus flechas volaban por el cielo con mortal precisión. El sacerdote avanzó sintiéndose seguro bajo aquella cobertura. Su objetivo: llegar hasta el gladiador. Morkai estaba herido y necesitaban su fuerza y arrojo. ¡Tenía que sanarlo! En el camino, un enemigo se le abalanzó con una lanza pero antes siquiera que el propio Oten pudiera reaccionar una flecha se clavó en su pecho y el morbellino calló fulminado. 

—Aguanta— le dijo a Morkai y entonces le puso las manos encima. Oten sintió el poder de Kramor fluyendo a través suya y pasando al semiogro. La energía era fuerte y clara. ¡Estaban de suerte! Kramor estaba de su lado en aquella batalla.

– ¡Es que no van a mover ni un dedo! – exclamó el portador del camino gritando a los dioses – esta batalla no es solo nuestra. ¡Ustedes también perderán! – Kraken esperaba que con sus palabras pudiesen recibir algún tipo de ayuda, aún confiaba en sus visiones, aún confiaba en que el escudo del paladín enano regresaría y en que Tempest sería de utilidad a su debido tiempo, por lo demás, todo era un caos, predecir el camino con tantas varias no era sencillo.

Tomó entonces uno de los cristales alma que había recogido en la cueva y se posó justo frente a la trampa principal, esperando que, de ser efectivos, el enemigo cargase contra él y cállese en la trampa, aún a costa de él. Pero antes, había algo que aún podría ser útil. – ¡Aren!  – Gritó Firfin – ¿tienes aún la flauta del fauno? – le preguntó.

Morkai no cejó en su rabia ni en su grito de batalla, pero la mala leche y las ganas que le tenía al menda este le dieron la inspiración postrera (pues seguramente el postre en esta cena iba a ser él). Dice el refrán que el que realmente posee algo es el que puede prescindir de ello. Y, bueno, qué tontá, la verdad. El caso es que Morkay arrojó su tranca al suelo, mirando con odio fulminante al Caballero Trueno.

¡¡¡MORKAI TENÍA UN PLAN!!!

Si estaba pegado a él, ya vería con los rayos de los cojones, ya. El semiogro estaba versado en modos de lucha no demasiado caballerosos, qué decir. ¿Como si no va a sobrevivir un débil semiogro en una aldea de ogros? Bueno. Decir aldea es decir demasiado. Pero se nos entiende...

Total, que se agarró a ese casco y, bien agarradito a esos cuernos tan monos que tenía, se lió a darle de cabezazos en la cara. Pero saboreó la sangre. ¡La sangre! Ese sabor terminó de volverle loco ¿Seguramente el caballero le estaba desmembrando mientras hacía esto? No se enteraba, cegado por la locura. De pronto mordió, mordió y mordió: le estaba masticando la nariz al Caballero Trueno. Pasara lo que pasara, se iba a acordar de Morkai. E iba a pasar a llamarse el Caballero Trueno Sin Nariz.

Noren, siendo alejado del Caballero, y viendo cómo este se reñía ya a un cuerpo a cuerpo literal con Morkai, vio que no podía seguir el Plan. Había cambiado. Tal vez Kramor, como en el combate con los hormigombres, había elegido al semiogro como campeón contra el Caballero del Trueno. No lo podía saber, por más que Oten parecía seguro de continuar junto a Morkai.

Por el rabillo del ojo, a su misma altura, estaba Gromenauer retrocediendo hacia la posición de Stela, Aren, Roark y Ewandor. Era una buena estrategia.

Un morbellino apareció justo por su costado, y el enano golpeó sus rodillas con el escudo para terminar el trabajo de un hachazo que cortó la cabeza directamente. Otro apareció justo detrás de ese, y esta vez le dio un poco más de combate. Pero terminó igual que el otro, pero diferente: las piernas se movían espasmódicas separadas del torso, mientras el morbellino se agarraba los muñones y gritaba con el mismo salvajismo con el que había arremetido.

-¡Protege al Rey Gromenauer! ¡Que pueda pensar!- le gritó al paladín... ¿de Kramor? No estaba seguro, no lo veía del tipo religioso.

Y acto seguido avanzó hacia Oten, para protegerlo de los morbellinos que protegían a su jefe. Con el escudo apartaba cualquier mandoble, y su armadura absorbía los golpes de los que lograban traspasar la barrera de escudo y hacha hendiente que cortaba como si de kiwis se trataran los cuerpos de los que se cruzaban en su camino.

-Oten, aquí estoy... ayudemos a Morkai- le dijo poniéndose de espalda al clérigo.

El agua había hecho que su cresta colorada cayera a los lados, mientras que la barba escurría agua salada por la transpiración del guerrero. Varios morbellinos se arremolinaron girando a su alrededor, buscando una hendija por la que entrar en aquella guardia pequeña pero consistente.

-¡Morkai! ¡Termina con él!- gritó, sabiendo que el semiogro no se detendría.

Cada tanto observaba ese combate, ya que si lo veía caer, tendría que ocupar su lugar. No podían dejar tranquilo a ese ser, y ya habían podido demostrar que sangraba... ahora quedaba confirmar si moría.

Roark lanzó flechas contra los morbellinos que le venían detrás mientras se escapaba hacia donde se encontraba la última cabeza Ewandor. Tuvo la sensación de que habían caído dos de ellos pero ¿quién puñetas podía estar seguro cuando parecía que esas cosas salían de la nada por manadas?¹ También vio por el rabillo del ojo como Gromenauer venía hacia él. Desde luego había que reconocer que el enano era todo un artista consiguiendo escudos. De hecho usaba éste recién adquirido para cubrirse de la lluvia de morbellinos que parecían empeñados en poder pararlo mientras avanzaba hacia Ewandor y el ladrón².

Aren parecía estar dando órdenes de algún tipo pero era casi imposible escucharlo en medio del rugido de la lluvia, la furia de los truenos y sobre todo porque los morbellinos se habían abalanzado sobre él inmisericordemente cuando éste intentó lanzar su lluvia de flechas, interrumpiendo su arenga. Sólo la rápida intervención de Raakard, que se alzó frente a sus enemigos, impidió que estos lo ensartaran allí mismo. El oso aulló de dolor mientras recibía los espadazos³.

Stela seguía matando morbellinos. ¿Es que acaso no se acababa aquella horda de demonios? Entonces pasó por su lado el clérigo, ajeno a todo, sólo enfocado en llegar hasta Morkai. La mercenaria quiso evitar que un morbellino saltase sobre la espalda del clérigo pero otro le cerró el paso. Lo despachó de un certero espadazo pero no llegaría a tiempo a donde estaba Oten... aunque por suerte si lo hizo la lluvia de flechas que Aren hizo caer sobre aquella horda infinita⁴. El clérigo, liberado de sus oponentes más cercanos, pudo tocar en la espalda a Morkai y transmitir su fuerza sanadora para que el bravo guerrero pudiera continuar su lucha⁵.

Firfin acababa de derribar a otro oponente pero en ese momento sintió como una espada le cruzaba las costillas. ¿Podía morir? Empezaba a tener la sensación de que eran dos entidades distintas: un envoltorio claramente mortal y ahora herido⁶ y otro que se había replegado cuando la misión de llevarlos a aquella masacre había sido cumplida. Logró aún así, en medio de la rabia, tumbar a otros dos enemigos antes de recordar la flauta que invocaba a aquellas monstruosas bolas peludas. ¡Podían tener su propio ejército si Aren era capaz de hacerla sonar!

En el centro del pozo Morkai estaba ahora enzarzado en un bestial cuerpo a cuerpo con el Caballero Trueno. La criatura intentó levantar el brazo para invocar otro rayo mortal pero entonces se encontró con el semiogro aferrado suciamente a él. El casco voló por los aires mientras Morkai se enzarzaba a dentelladas con el rostro deforme del Caballero Trueno que, superado por la bestialidad de su oponente, cayó al suelo en una pelea cuerpo a cuerpo sin cuartel⁷.

Oten cubría a Morkai para evitar que los morbellinos pudieran ayudar a su general. Lanzando golpes con su Zanjadisputas las criaturas salían por los aires en todas direcciones.

Y entonces, por fin, Ewandor pareció reaccionar. El pantano volvía a revolverse y los morbellinos eran engullidos por fosas que aparecían de la nada o morían estrangulados por enredaderas mortales que descendían de los árboles. ¡Las tornas estaban cambiando!

Morkai estaba contento, Morkai estaba luchando, Morkai estaba...

Todas las carreras tienen su final, dicen, y el entusiasmo (comentan las mismas malas lenguas) es peligroso pues, como todo, tiene su final, y al final del camino que marca el entusiasmo las fuerzas flaquean: si, esas fuerzas que has gastado con tanta alegría y a manos llenas.

El horrendo morreo de pronto (como en aquellas escenas en las que la bella chica al principio es besada a la fuerza y luego colabora) se convirtió en algo mucho más dinámico. El Caballero Trueno estaba respondiendo, a su vez, con las mismas armas. El semiogro se vio envuelto en un mortal abrazo y, hete aquí, esas tontás que tienen las armaduras como adorno, que al típico semiogro le parecen mariconadas sin sustancia, volutas y eso, de pronto tenían un sentido: y es que se clavaban y desgarraban su carne cuando los amantes brazos de su enemigo le rodearon. Y la mandíbula ensangrentada del malo se abría y se cerraba, mordiendo y desgarrando.

Por el barro daban vueltas aquí y allá, mientras el bosque se sacudía morbellinos del lomo, y los compañeros por fin parecían estar más libres.

Igual era que Ewandor se había quedado solamente con una cabeza. Menos es más, ¿no? Menos discusiones, más acción para él. Sus diálogos internos debían ser de órdago antes de perder las cabezas. ¿O las había "sentado"?

El enano tenía un plan. Pero no podía llevarlo a cabo sin el humano. Al fin y al cabo, él era el que tenía un arco. Solo había un pequeño problema con el que el guerrero no había contado. Unos morbellinos con ganas de juerga. Bueno, peor para ellos.

Como una bala, cargó contra los primeros, que salieron volando por los aires. No obstante, el escudo que había conseguido se partió por la mitad. Por suerte, uno de los derribados había dejado otro escudo que el enano tuvo a bien recoger, justo a tiempo para cubrirse del ataque de otro de esos idiotas que no le iba a dejar pasar.

Rechazándolo de un cabezazo, vio como otra de esas criaturas cargaba contra él. De forma instintiva, el enano lanzó su escudo para rechazarlo. ¡Mierda, que ese no volvía! Bueno, ni ese escudo, ni el morbillo que ahora tenía un escudo donde estaba su cabeza.

Solo un par de estúpidos medio orcos más se interponían en su camino. Así que aprovechando que estaban distraidos con los arqueros, el enano embistió a uno que acabó estampado contra un árbol, al tiempo que propinó una patada a uno en la parte de atrás de la rodilla, para machacarle la cabeza con la suya propia cuando estaba a su altura.

Mientras caía, dijo—. Y esto para mí —al tiempo que le quitaba su escudo al tipo con la cabeza abierta. Cuando por fin estuvo a la altura del ladrón, le espetó—. ¡Vamos, no te quedes ahí parado! ¡Tenemos que llegar hasta Ewandor! ¡Tengo una idea!