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Juegos internos

Juegos internos

Los seres humanos somos criaturas sociales. Necesitamos los unos de los otros para dotar nuestras vidas de sentido. Pero a menudo no nos damos cuenta de que este sentido es vacuo y autoindulgente. Nos negamos a tomar la oportunidad que se nos ha dado, y nos empeñamos con denuedo en nuestra soledad. Hemos perdido nuestra inocencia, nuestra ingenuidad, y tamizamos nuestras vidas a través de filtros autoimpuestos, ya sean religiosos, científicos, morales o éticos, que pretenden acercarnos a los demás pero que en la mayoría de casos solo nos aíslan en nuestro individualismo dogmático y nos convierten en entes parasitarios incapaces de reconocer a nuestros iguales por lo que son: reflejos de nosotros mismos, de nuestros miedos, de nuestras inseguridades, de nuestra vulnerabilidad que nos hace, en definitiva, humanos. Criaturas sociales.

 

No es de extrañar que en una sociedad así haya gente que pierda su rumbo. Solos en una multitud, como niños buscando a sus madres en medio de la lluvia fría, como salmones nadando contra la corriente de un río torrencial. Personas tan heridas por su propia humanidad que, aunque solo sea de manera inconsciente, llegan a desear su propia muerte en alguna ocasión. En ese momento, sin saberlo, sus manos tocan una ventana invisible, abriéndola para siempre. Su dolor es un poderoso faro que atrae a lo que hay fuera, al otro lado, cosas inhumanas e incomprensibles, perversos horrores que están más allá de toda explicación, con un ansia tan grande como la nuestra. Y no se detendrán hasta destruirnos por completo.

 

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