La Unidad contra Delitos de Individuos Mejorados debe hacer frente a una de las más peliagudas crisis de rehenes que se recuerdan, donde un individuo con un largo historial de problemas mentales, y que además posee poderes de radiación siendo capaz de hacerse detonar en una terrible explosión, retiene un autobús urbano lleno de pasajeros hasta que se cumplan una serie de demandas extravagantes.
Barcelona. 1926
Hace ya tres años que el general Primo de Rivera se hizo con el poder, instaurando lo que popularmente se conoce como “La Dictablanda”. Bien sabido es por el vulgo que las tres grandes pasiones del general son, no necesariamente en este orden, el vino, las mujeres y el jamón. La Ciudad Condal ya no es aquella urbe en guerra constante de años pasados. Los ecos de la “Semana Trágica” son poco más que materia de estudio para los historiadores, y el pistolerismo entre patronos y sindicatos apenas un mal recuerdo.
Bien o mal, las fuerzas represivas del general (que desprecia el catalanismo, considerándolo un pasatiempo de la intelectualidad barcelonesa) han conseguido una aparente paz en las calles por el expeditivo método de apalear a todo aquel que se oponga al orden público. Aunque las críticas al dictador no faltan (descontento popular por la guerra de África, manifestaciones estudiantiles, protestas de la burguesía catalana ante la supresión de la Mancomunidad y de la bandera catalana), las calles de la ciudad gozan de un período de tensa y relativa paz.