Partida Rol por web

Azufre.

Sangre.

Brasas.

Olores característicos a los que por desgracia ya os habíais acostumbrado a percibir.

Vuestra cabeza os estallaba, los oídos os pitaban, y todos y cada uno de vosotros tenía manchado la zona entre el labio superior y las fosas nasales, pues os habían salido de éstas dos hilos de sangre, ahora reseca. Las ropas estaban húmedas y a la vez manchadas, como polvorientas, y sentíais en las manos y el rostro el frío de la nieve.

De hecho, cuando abrísteis los ojos y mirásteis alrededor, vísteis nieve, ¡nieve! Y en el infierno jamás podría haber nieve! Tal vez eso era una buena señal. Allá no muy lejos, a unas sesenta o setenta varas, una aldea compuesta por un puñado de unas veinte casas era el lugar más cercano; éstas tenían adosadas en el centro de las mismas una iglesia. Más allá, a unas seiscientas varas más al norte se alzaba el imponente castillo de Burriac, como tiempo atrás lo viérais... ¡Habíais vuelto al origen de todo!

Conservábais los ecudos, espadas, montante, cuchillos y otros tantos objetos que antes portárais; no así las monturas (que sufrieron severo castigo, como ya sabéis), ni tampoco encontró Eguzki rastro del ungüento y brebaje de Adelaida...

Tras levantaros y entender que habíais salido de aquel terrible lugar (aunque no podíais dilucidar si todo había sido un sueño), os encaminásteis hacia el pueblo en el que no ha mucho salísteis. A medida que os acercábais podíais ver nuevas cosas: apenas había campesinos por la zona, como si Burriac hubiera sufrido un éxodo masivo. Por otro lado, ahora las casas se veían algo más desvencijadas, incluso alguna había quemada y otra derruida sobre sí. Los campos de cultivos antes de adentraros entre las viviendas y chozas parecían derrotados; y aunque cualquiera sabe que la nieve hiela las siembras, éstos parecían arrasados. En un arbol cercano, a la entrada del pueblo, había dos hombres y un niño colgado de un árbol...

El pirata busco algo de agua con la que adecentarse y quitarse el olor a azufre. ¿Era un sueño? ¿Verdad? ¿VERDAD? Aunque lo estuviera preguntando abiertamente, sabia que lo ocurrido no era un simple sueño. El caballero de rojo era real, los fuegos del infierno, la venida del ser, todo era real; y ellos eran unas simples marionetas en ese juego. ¿Qué debían de hacer ahora? Habían fallado en su misión, no tenían el ungüento, no podían presentarse así en el castillo. Deberíamos de huir lejos de esta tierra maldita, enrolarnos en algún navío y poner mar de por medio.

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   Levanto la mano y digo en voz no demasiado alta.

   - La anciana esa que nos encontramos podría ayudar, además... yo... yo... -

   Bajo la vista avergonzado.

   - Yo Cogí los apuntes que había donde el ungüento, quizás podamos volver a hacerlo si encontramos donde hacerlo, en la cueva donde hallamos la raiz algo había también y también guardé un trocito de raiz... -

   No estaba al cien por cien seguro con mis conocimientos de alquimia y medicina ser capaz de replicar el ungüento, pero algo era menos que nada.

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No os confiéis.- Pedí a mis compañeros justo después de santiguarme- Ha sido el caballero rojo quien nos ha traído a este lugar. Somos parte de su plan y necesita que hagamos algo, pues de otro modo nos habría dejado para siempre en aquel infierno.

Lo malo es que no tenía ni idea de qué era ese algo, tal vez la solución a todos los problemas era tan fácil como marcharse sin mirar atrás como sugería Damiá. Pero mi honor de caballero me impedía huir cuando aún tenía una misión.

Me acerqué al árbol con la idea de averiguar algo que me indicara quienes eran los difuntos, igual los hombres mereciesen ese castigo, pero era tremendamente cruel ajusticiar así a un niño.

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   - Mi señor Dalmau, no se acerque a tocarlos sin antes verificar que no tienen la peste u otra terrible enfermedad, - le aviso desde atrás.

   Me adelanto un poco y realizo un examen visual, estaba en duda respecto a si portaban enfermedades, pero miré también si habían sido mutilados antes de colgarlos.

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Sebastián tardó un rato en situarse. Parecía que buscase a aquel demonio para enfrentarse a él con el acero y lo que hiciese falta. Después se percató de dónde estaban, o en el lugar que se encontraban aparentemente, pues las palabras de Dalmau le hicieron pensar. 

-Buena cosa podría ser eso del ungüento- dijo a Eguzki -Pues ese diablo no era otro si no Beherito, lugarteniente de un demonio mayor, ahora no recuerdo cual. Beherito siempre viste de rojo et es un grandísimo embustero. No creáis ni una sola de sus palabras. No os deis por vencidos et cuestionad todo. Tan solo debemos confiar en nostros, nuestras posibilidades et en el Señor, el altísimo, que llegado el momento estoy convencido nos iluminará.- Miró horrorizado a los tres cuerpos que colgaban, especialmente afectado por el niño ejecutado. Aquellos campos arrasados pese a la nevada y la escasez de campesinos por la zona le hacía pensar en las palabras de aquel demonio que acababa de llevarles por la fuerza a su guarida.

-Estad atentos, mucho me temo que Don Alejandro no será el mismo que conocimos a nuestra llegada anterior- Recordaba las palabras que les habían dicho "el enviado ya ha sido plenamente poseído"

Avanzó atento, sin demasiada prisa, ahora tocaba ser precavido y estaba convencido de que todavía les quedaba un papel importante que jugar en aquella empresa, esperaba que fuesen capaces de declinar la balanza y hacer que el demonio regresase al infierno del que pretendía salir.

-Damià, si este mal se desata no habrá lugar en el que esconderse. No hay opción para nosotros-

Damiá proponía alejarse de allí, poner tierra de por medio y olvidarse de todo este asunto (por el que por un encargo habíais penado tanto). Mientras el pirata pensaba en el mar, Eguzki levantó la mano y mencionó algo sobre unos libros. Los había cogido, al parecer, de la vivienda de Adelaida cuando estuvo en ella recogiendo el ungüento. Después, el caballero Dalmau se acerco a los cuerpos colgados de aquellos malogrados, y detrás de él el curandero. Ninguno de los dos pudo discernir nada más que las ropas que llevaban sobre sí: andrajos de campesinos, ahora llenos de sangre y deshilachados, y sus pieles negras y magulladas. Debían llevar allí entre una semana y tal vez algo más (no habían sido mutilados*).

Las palabras de Sebastián resonaron más o menos cercanas en vuestros oídos. Beherito, un "lugarteniente" de otro demonio. Ahora los demonios estaban al servicio de otros demonios (o al menos el caballero así lo afirmaba). Fuera quien fuera el causante de todo este embrollo (el caballero de armadura roja y corona de fuego), vosotros érais partícipes involuntarios de todo el asunto.

Una vez entrásteis en Burriac, notásteis que las puerta y los postigos de las maltrechas viviendas (en las que aún vivía gente) se cerraban de pronto, y que los  más rezagados se metían en ellas (como si huyeran de vosotros o rehuyeran comunicarse con cualquiera). Notábais una áspera sensación de abandono, no solo del propio pueblo, sino para con todos vosotros. Si unos días antes os habían confiado una gran empresa, ahora era como si los habitantes observaran... forasteros.

Sebastián observaba el comportamiento de los campesinos, parecia que prefiriesen esconderse, y para el caballero ese era un indicio más que claro de que las cosas allí estaban bastante mal, complicadas, endiabladamente complicadas. 

Quiso acercarse un poco a alguno de los campesinos, creía que era mejor tener una idea de a qué se enfrentarían y qué encontrarían en el castillo, porque seguro que no sería nada bueno. 

-Disculpe, disculpe- fue solicitando a aquellos que veía o se cruzaba - ¿pueden contarme que sucede aquí? Venimos a ayudarles-

Nada me pareció fuera de lugar en los cuerpos de los ahorcados, pero siguiendo el consejo de Eguzki, decidí no tocarlos.

El caballero Sebastián se acercó a hablar con los lugareños y me dispuse a acompañarle. Aún seguía dándole vueltas a por qué el demonio nos quería de vuelta en Burriac.

Sebastián se acercó a una de las viviendas. La voz en alto pidiendo algún tipo explicación la acompañaba las miradas de los pocos vecinos que áun poblaban esas ahora chabolas de piedra, paja y madera. El caballero Dalmau le seguía, y tal vez por lo imponente de sus ahora sucias armaduras nadie se atrevió a decir nada. Tan sólo de alguna de la casas, se escuchó decir un comentario perdido... Algo así como "el castillo está maldito, y malditos seáis, ¡seáis quienes seáis!"

Y no pasó nada más.

El pirata, viendo que su plan de huir a la mar era descartado, decidió seguir al grupo. Al fin y al cabo, ellos y él compartían un mismo destino.

Cuando sus compañeros comenzaron a preguntar, el también decidió intentarlo, pero Damiá tenia menos don de palabras que el palo mayor de un barco.

Aquí no vamos a conseguir nada. Si no queréis huir, lo mejor será coger al toro por los cuernos e ir al centro de la tormenta. Visitemos el castillo. Dijo con resignación y apatía.

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   - ¿No sería mejor primero ver a Carme, la vieja que vive en el bosque cercano? Quizás podría explicarnos que pasa, antes de entrar en ese castillo que dicen que está maldito. - Susurré.

   Además, sin el ungüento, lo mismo da ir ahora, que dentro de unas horas, razoné para mí.

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Parecía que los aldeanos no querían ayuda ni estaban de humor para charlar con forasteros.- ¡Señor, señor!- Llamé a gritos a otro tratando de atraer su atención:-¡Necesitamos hablar con Don Alejandro!- Pero lo único que recibí fue un sonoro portazo antes de poder acercarme a su casa. Aquello era un callejón sin salida. A mi modo de ver, solo quedaba la opción de entrar en el castillo y ver qué pasaba.

Hasta que escuché el susurro de Eguzki.- Sí, buena idea. Tal vez siga viviendo en el mismo lugar y pueda contarnos que ha pasado en nuestra ausencia.