Partida Rol por web

- Tienes razon Zacarías, partamos pues - le dije y luego me volví a hablar con el carretero

- Benvido, ya está todo arreglado, acompañarasnos a Ucero - y dirigiéndome al resto de los hermanos - Frateres, debemos comenzar el viaje -

Escucho lo que dice Orosia y examino las telas.

—Yo soy más de cuidar los caballos, preparar la leña, los establos y esos menesteres. Pero descuida que quizás conozca a alguien por Ucero que pueda estar interesado. Intentaré ayudarte en lo que pueda, nunca está de más sacarse unos dineros de más. ¿Qué te parece una quinta parte de lo que saquemos? El transporte hasta Ucero está incluido, por supuesto.

Mientras Orosia se lo piensa, tiro de las riendas e inicio la marcha. Con suerte llegaríamos antes de la puesta de sol.

Al atravesar la puerta del norte ocurre algo extraño. Todo el bullicio y la gente que lo alimentaba, se apaga;como si hubieran echado un valde de agua a una hoguera. En el silencio, os dais cuenta de que sois extraños entre vosotros, y la falta de confianza aboca a un silencio roto por los cascos de los caballos y por una conversación a susurros entre los únicos que tienen algo de confianza, Fray Tomás y Froilán. El camino deja de estar empedrado, pero está seco, a pesar de la humedad de la niebla que comienza a levantar según avanza la tarde. A vuestra izquierda, campos y bosquejos, a vuestra derecha, no perdéis de vista el río Ucero, escondido entre cañas. 

Detrás, en silencio, aunque luciendo una sonrisa cada vez que fijáis la atención en él, os sigue Benvido, conduciendo su carreta de bueyes. Los animales impresionan. Son dos bueyes de un color pardo con brillos carmesíes de un tamaño inmenso, con unas cornamentas descomunales, no se les ven los ojos de lo apretados que les quedan las anteojeras. Andan a un paso más lento que los caballos, y Zacarías se ve obligado a detenerse varias veces, cada vez que la carreta del comerciante se ve pequeña en la distancia. El trayecto se está haciendo más largo de lo esperado, y al levantarse la niebla, una luz rojiza despierta a los campos de su invierno. Pronto anochecerá.

Hasta ahora, no os habéis cruzado ningún alma. Un ligero viento comienza a hacer sonar el trigo y las ramas de los chopos, como si anunciara algo, e insufla de vida al escenario inerte. 

En un montículo al fondo, con la Sierra de fondo, se puede divisar un torreón naranja. Es el castillo de Ucero, alumbrado por un sol de invierno que se está poniendo.  

¿Qué te parece una quinta parte de lo que saquemos?

No soy gran negociadora, Zacarías et non quiero mas que recuperar la inversión que Diego fizo pensando que haría buenos dineros. Ahora yo no los veo tan claros, mas cuando llegue a Ucero el señor me hará rendir cuentas por la ausencia de Diego et al menos me gustaría tener los dineros que nos adelanto para evitar problemas. La pieza de tela nos costó 300 maravedies, todo lo que zaques por encima de ese valor te lo puedes quedar como recompensa por la ayuda, mas para que veas que non quiero que trabajes en balde si sacas menos de 30 maravedies de beneficio al menos esos serán tus beneficios. Que te parece la propuesta? Le digo en voz queda mientras avanzamos con el traqueteo del carruaje. Los compañeros de viaje no son de muchas palabras y mantienen rostros sombrios, cosa que agradezco, pues nada me incomodaría mas que una charla banal por rellenar el camino. Otros pensamientos ocupan mi cabeza y no necesito de palabrería para entretenerme

En estos pensamiento me voy ocupando cuando la noche cae sobre nosotros y se aceca de forma tenebrosa la silueta del señorío de Ucero

—Bueno, me parece buen trato. No es bueno tener deudas pendientes con la gente. Y más si son señores —respondo a Orosia.

La tarde se está acabando y aún queda un buen trozo hasta Ucero. Al menos los viajeros no son de muchas palabras y puedo relajarme con los trompicones que producen en el carro los caballos con sus pasos y el sonido de las ruedas en el camino.

Al mirar atrás veo al tal Benvido a lo lejos con sus lentos bueyes. Formidables animales, sin duda, pero poco duchos para largos trayectos. Tranquilamente detengo el carruaje para esperarlo y que gane un poco de distancia antes de que desaparezca de nuestras vistas.

—Mejor esperar al carretero. Se está poniendo el día y no sería conveniente dejarlo a su suerte en estos lares por la noche.

El viaje es lento y silencioso, como Fray Tomás había dicho, los bueyes nos retrasan y anochece antes de que lleguemos a Ucero.

Durante el camino intente escuchar la conversación de Fray Tomás y Froilán, sigo sin confiar mucho en Froilán despues de la encerrona de la plaza.

En una de las paradas que haces para esperar al carretero, se te ocurre mirar distraídamente al bosquejo que está a tu izquierda. Tras unos instantes vuelves la cabeza hacía tus compañeros, y miras después al río, y entonces, cómo si de repente hubieras comprendido algo, vuelves la cabeza al bosquejo. Un lobo, inmóvil, os mira camuflado entre dos árboles. Te pareciera que cruza la mirada con la tuya, y subitamente se gira y desaparece entre los árboles.  

Intentando no perder los nervios, me giro y arreo a los caballos para que inicien la marcha de nuevo cuando el carretero se acerca.

- Hay lobos por aquí. Acabo de ver uno que nos estaba vigilando desde un lado del camino. Mejor que nos demos prisa y que encendamos alguna antorcha o algo para que se asusten. Y cuanto antes lleguemos a Ucero, mejor -advertí a mis compañeros para que se mantuviesen alerta.

Antes de ver la ciudad, oíste las campanadas de la hora nona. Un tañido lejano, tras un requiebro en el camino, tomado el cúal pudiste ver los andamios de la catedral de Osma, atadas por las murallas del Burgo. 

Mientras te aproximabas, no has parado de cruzarte con gentes sencillas que iban en dirección contraria. Pareciera que hubiera habido mercado en Burgo de Osma, y que los campesinos de los alrededores regresaran ahora a sus hogares. Más te pareciera que hubiera ocurrido más. Te bastan un par de palabras cazadas al vuelo, para comprender que esto no ha sido un domingo de mercado acostumbrado: Ordalía, brasero y salutadores. 

Por estar ya de retirada la gente a pie, llamas la atención del guarda al intentar cruzar en dirección opuesta, y a caballo, la puerta del este. Se aproxima, y tras sujetar las riendas del caballo a la altura del bocado, te pide..

 -El peaje, omne de Diós.- 

Puede que no tengas suficiente para entrar, piensas, y tras ese fugaz pensamiento, ves otro jinete justo detrás tuyo.

Antes de ver la ciudad, oíste las campanadas de la hora nona. Un tañido lejano, tras un requiebro en el camino, tomado el cúal pudiste ver los andamios de la catedral de Osma, atadas por las murallas del Burgo. 

Mientras te aproximabas, no has parado de cruzarte con gentes sencillas que iban en dirección contraria. Pareciera que hubiera habido mercado en Burgo de Osma, y que los campesinos de los alrededores regresaran ahora a sus hogares. Más te pareciera que hubiera ocurrido más. Te bastan un par de palabras cazadas al vuelo, para comprender que esto no ha sido un domingo de mercado acostumbrado: Ordalía, brasero y salutadores. 

Al llegar a la puertas de la muralla, te llama la atención otro jinete, embozado, y único individuo que sigue tu mismo camino, el opuesto a todos las gentes que abandonan la ciudad. El guarda le detiene, cogiendo las riendas de su caballo, con la mano con la que no sujeta la lanza. 

 -El peaje, omne de Diós.-  Oyes que le dice. 

Quedeme extrañado con el ir et venir de las gentes et a poco estuve de pararlos a ver que ocurría. Mas llamomen la atención la figura del encapuchado que como yo iba a do todo el mundo marchaba. Acerqueme pues lo que a el le dijeron bien podría ser lo que a mí me tocase, pues si había de pagar impuesto tanto me tocaba a mi como a el. Acerqueme al guardia et al encapuchado, aunque tanto se podría descir de mí pues iba yo también embozado en la capa cabalgando a mi jamelgo. -¡Saludos nos de Dios!et paré el mio caballo frente a los dos. En parte por curiosidad et en parte porque dos fazían más fuerza que uno solo. Observé bien al guarda, et cercioreme de que lo era, que los caminos estában llenos de indeseables dispuestos a afanarte la bolsa.

Hay lobos por aquí.

Doy un respingo al escuchar las palabras de Zacarias et trato de buscar con la mirada a los canes.

-Si, mejor sera que apretemos el paso et lleguemos cuanto antes a Ucero 

Lobos!! Que hacen tan cerca de las gentes? Como se les ocurre mostrarse de esa forma. Acaso no saben lo peligroso que son los humanos en cuanto ven lobos cerca de sus casas?. No es normal el comportamiento de esta manada, mas no permitiré que se les haga daño, todos son mis hermanos

Quedeme extrañado con el ir et venir de las gentes et a poco estuve de pararlos a ver que ocurría. Mas llamomen la atención la figura del encapuchado que como yo iba a do todo el mundo marchaba. Acerqueme pues lo que a el le dijeron bien podría ser lo que a mí me tocase, pues si había de pagar impuesto tanto me tocaba a mi como a el. Acerqueme al guardia et al encapuchado, aunque tanto se podría descir de mí pues iba yo también embozado en la capa cabalgando a mi jamelgo. -¡Saludos nos de Dios!et paré el mio caballo frente a los dos. En parte por curiosidad et en parte porque dos fazían más fuerza que uno solo. Observé bien al guarda, et cercioreme de que lo era, que los caminos estában llenos de indeseables dispuestos a afanarte la bolsa.

-Mal momento para desembarazarse de dineros, sin dineros llegué y más me piden. Apenas tuve para pagar el jumento  sobre el que ando. –Pensó para sus adentros, al tiempo que miraba en derredor buscando una solución. Fue entonces cuando advirtió la compañía masculina que se avecinaba, lo que multiplicaba sus opciones.

-No soy omne sino muhé-. Contestó al tiempo que se desembarazaba de la capucha revelando su faz. -Y bien buen hombre, dígame de cuánto es el peaje que mi marido y acompañante se lo apoquinará en lo que voy a saludar a madre que varias noches ha me espera.

Sin esperar respuesta para acompañar sus actos con decisión, espoleó su rucio en el momento en el que su ‘marido’ llegó a estar casi a su altura.

-Vamos Ucero. Ya estamos en casa, vamos a ver a madre.

El jinete que te precedía dice algo al guarda y se retira la capucha. Unos brillantes cabellos de color castaño caen. El guarda que le sujetaba suelta el bocado del caballo sorprendido, y el jinete aprovecha para espolear su caballo y pasar por la puerta, haciendo a un lado a tres aldeanos que se hallaban igualmente sorprendidos. 

El guarda mira a Arturo de arriba abajo después de haber hecho lo propio con la mujer, y te dice adustamente. 

-Tres maravedíes. Su mujer, sólo ha de pagar uno.-

¿Mi .....-Non terminé la frase pues ví el bello rostro de la mujer que me cautivó al momento-...si claro, mi esposa-et saqué de la bolsa un real de plata et un maravedí a aquel guarda. Después cabalgué junto a la moza esperando el momento adecuado para presentarme. Cuando estábamos a una distancia prudencial del guarda disje-Arturo Peláez para servirvos ¿Et vos sóis.....?-Pregunté de manera galante. La moza me intrigaba, aunque más me importaba su bello rostro et la figura que apenas podía intuir a través de la capa pero que se me antojaba cuando menos bonita. Et si algo me había perdido en aquesta vida pero acosta de muchas satisfacciones eran las mujeres bonitas de bella figura.

-Muchas gracias querido esposo- Bromeó con una sonrisa en cuanto vio que la habían alcanzado. En ese entonces detuvo la montura et con la misma sonrisa burlona añadió:

-No sé a que se deben los intereses de alguien que según veo es lo suficientemente pudiente como para poder soltar tres reales como quien suelta tres maravedíes por una pobre campesina que vuelve a su hogar.

Amelia confiaba en despachar rápidamente a aquel inesperado compañero pues sus experiencias previas entre clases tan desiguales habían resultado de todo menos positivas

Oh señora me alagáis, mas non he soltado mas que lo que el omne pedía. Un real por mí et la mia montura et un maravedí por mi querida esposa. Pero como podéis apreciar viendo el mio jamelgo et los remiendos de los mios ropajes se puede ver que tanto unos como otros conoscieron mejores momentos...et un servidor también. Cierto es lo que digo pues el jamelgo ya es caballo viejo et lleno de huesos, et la capa tapame las susodichas costuras de algún lance de espada ya olvidado.-Non soy ya mas que un humilde trovador que ganase la vida humildemente tocando el laud.-Saco el laud que lo llevaba a la espalda et acaricio las cuerdas produciendo una dulce melodía. Veo llevamos el mesmo camino, permitidme pues acompañarvos hasta que se separen. Busco una fonda do pasar noche et meter algo caliente al mio cuerpo. Mas si la mia compañía es ingrata aceleraré el paso et podréis olvidarme de la mia persona....mas non antes sin conocer el vueso nombre.-Sonrio, es una sonrisa franca, seductora. Una sonrisa que me ha ganado el corazón de más de una mujer...et la enemistad del suyo esposo también.

Ya es de noche. La antorcha que ha encendido y porta Froilán crea un pequeño mundo de luz alrededor de la carreta. Pero la oscuridad es muy profunda, puesto que no hay luna, y no se ve más que las ramas de los árboles que están a los lados del camino a un lado y las cañas y matorrales al otro. La luz de la antorcha ilumina también los lomos de los caballos, que relinchan inquietos. 

En una ocasión, uno parece asustarse de algo proveniente de su izquierda y tuerce la carreta a la derecha. Zacarías se ve obligado a manejar con fuerza las riendas, para que no pierdan la senda, y mantengan el paso. Tras un requiebro, ya no podéis ver la carreta de bueyes de Benvido, que probablemente se haya quedado un poco atrasada,  la opresión se aligera cuando divisáis unas tenues lucecillas a lo lejos. Es Ucero. 

Fray Tomás es el primero en verlo, o por lo menos es el primero en comentarlo, y los salutadores rompen el silencio, hablando entre ellos; animados y aliviados, al parecer, al verle final al viaje.

El silencio vuelve repentinamente. 

Estáis rodeados de lobos. Siete u ocho, caminan silenciosos, a ambos lados de la carreta, como sonámbulos, sin emitir sonido alguno.