Partida Rol por web

-Mierda. -Maldijo -Mierda, esto no me gusta. Vamos, volvamos... -Le dijo la joven a su jumento al tiempo que volvía a rectificar ya por segunda vez la ruta. Su pulso temblaba al unísono con su labio inferior, sus ojos por su parte bailaban en todas las direcciones esperando encontrar el peligro de un momento a otro.  Viendo el estado en el que se encontraba su mejor opción pasaba por volver al camino tal vez tendrían suerte y hace tiempo que los autores de aquella cacería se marcharon, si sólo encontraba a uno de aquellos bastardos ya había comprobado dos veces que los hombres sangraban y morían.

El peligro de los lobos era al contrario, real... 

Parecióme por vuestro porte que formábais parte de una orden de caballería, mi señor conde. Decís que soy un bálsamo, decirme pues, ¿cuál es esa herida que os aflige para saber cómo puedo ayudaros de la mejor manera posible?

Mantengo la mirada del caballero, aunque por dentro me estremece esa mirada, mientras cargo la jofaina para llenarla de agua para mi señor. Trago saliva y hago un gesto con la cabeza a modo de saludo para que así no se note mi turbación y vuelvo mi mirada hacia el frente, hacia el pozo, donde cojo agua y me apresuro de vuelta al salón...

La multitud se dispersa antes de que decidamos si salir o no, a lo lejos se oyen aullidos de lobos.

- Tegidria, ¿acaso atacan los lobos tan cerca de la aldea et de día? - la pregunto a la anciana

- Debemos ir a falar con el señor de Ucero, ¿non fue eso lo que dijo el obispo? - le digo a los frailes - Non recuerdo bien se anoche os que nos ayudaron dijeron algo sobre que facer esta mañana, pero creo que debiéramos ir al castillo -

De todos modos, pensé para mí, quería salir y hablar con el carretero antes de ir a ningún lado, pero esperaría hasta que se tomara una decisión.

Aún dolorido, me acerco a la ventana para ver todo lo que está sucediendo. Me encuentro un poco mareado y debilitado, sin demasiadas fuerzas para salir por ahí.

Casi arrastrando los pies me acerco a la dueña de la casa.

—Doña Tegidria, ¿no conocerá usted algún curandero que pueda aliviarme el dolor y ayudarme a recobrar fuerzas? La pelea con los lobos anoche me ha dejado realmente debilitado.

Gracias al cielo que estas gentes locas se van a sus moradas. Acaso piensan que con un solo chasquido de sus dedos estos sanadores de tres al cuarto serán capaces de sanar todos sus males?

Pienso lo mismo Nuño. El señor nos ha fecho venir et debemos ir a presentar nuestros respetos et ver los pormenores de la empresa, pues a buen seguro el tiene toda la informacion completa sobre la plaga et maldición que asola esta region et a sus gentes. Al castillo pues.....

- Tegidria, ¿acaso atacan los lobos tan cerca de la aldea et de día? - 

 -Malditos... Algunas vegadas acercaranse por el río, más pareciéra que fueran río arriba siguiendo et adentráransen en las pinedas como si buscaran el origen de los aullidos que se oyen de tanto en tanto. Más si hubiesses la desgracia de cruzarte en su camino, por seguro te atacarían, como al tonto de Martín Nabero, a quien los lobos masticaron un buen rato et que escapó de milagro...-

—Doña Tegidria, ¿no conocerá usted algún curandero que pueda aliviarme el dolor y ayudarme a recobrar fuerzas? La pelea con los lobos anoche me ha dejado realmente debilitado.

La vieja desfrunce el ceño y con una mueca desdentada que evoca una sonrisa sincera y casi juvenil, dice. 

- El bueno de Vermudo es un muy grande curandero, mas mora más arriba en las colinas, por donde vagan los lobos. Non tiene miedo a aquestos el buen omne, pues dice que está protegido, et yo le creo, pues además de viejo et sabio, conosce las tierras et ha auxiliado a traer al mundo a la mitad de aquestos pobres omnes del pueblo...-

- Pudiera vuesa merced haberlo fecho ya, en vuestra venida, pues mis omnes dijeronme cuanto acaesció anoche et que vos ficistéis batalla contra un lobo que por tamaño non era normal et bien pudiera ser el lider de la manada.-
- Si así fuera os sería bien agradecido pues aquestos lobos van a impedir que las mestas se acerquen a Ucero a pasar el verano en los montes.-
Cambia de semblante tras decir esto, de rabia a triste
- Mis siervos necesitan comer et yo non haigo dineros para comprar cuanto las cosechas non dan, pues las tierras dan menos frutos cada años...-
- Tan poco fértiles cómo...-
Esto último lo musita, casi inaudiblemente, sin mirarte.
 

Justo cuando te acercas a la puerta de la torre, oyes un aullido de lobo en la lejanía, que se convierte en un coro por unos instantes. El caballero de Ucero sonríe brevemente, pero deja de hacerlo cuando aquel que llamaban "Quebrantahuesos" sale de las caballerizas y le grita
-!Buitre!- 
El Buitre mira de reojo sin volverse, e ignorándolo se va en dirección de un chamizo. 
-¡Buitre,  que maldita tripa rompiósete! ¡¿Oyes eso?!-
 

Sigues el camino hasta ver Ucero. El río se bifurca entonces en dos pequeños tramos para volverse a juntar, y unas pasarelas construídas con troncos y ramas sirven para cruzar ambos. Tras cruzarlas, puedes ver el castillo de Ucero en lo alto de la loma, que aunque reconoces inmediatamente, no es la imponente fortaleza que recordabas. El camino se bifurca entonces, a la derecha se sube hasta el castillo, a la izquierda queda un puente de piedra por el que se entra al pueblo de Ucero por el este.

No te cruzas con nadie. El camino sigue tan desolado como te pareció desde que saliste de Burgo de Osma. Así que cuando ves una carreta con bueyes al otro lado del puente de piedra y un hombre con el torso desnudo lavándose en el río, casi sientes alivio. 

- Sería menester evitar el rio entonces - digo ante la respuesta de Tegidria, luego la escucho hablar del curandero y miro hacia Zacarias

- Zacarias, creo que non es buena idea ir a visitar a ese curandero solos - comento - vayamos al castillo et allí podemos pedir que nos acompañen algunos soldados -

- Froilán, Godosteo, Pere, ¿qué pensades? - les pregunto - creo que debiéramos dejar a Fray Tomás descansando, ya que aún no está lo bastante recuperado et partir el resto. Luego volveremos a buscarlo -

Un escalofrío recorría a la joven mientras iba viendo la situación de los campos algunos de ellos marcados por las cicatrices que la guerra deja a su paso. Los bosques a un lado no mejoraban el panorama desoador del que estaba siendo testigo. Afortunadamente, como había comprobado a lo largo de su vida, todo lo malo toca a su fin y finalmente divisó en la lejanía Ucero.

-Ha pasado mucho tiempo. -Dijo en voz alta, tal vez buscando animarse a sí misma, o tal vez para dar uso a sus cuerdas vocales. Su jumento permaneció ajeno a sus palabras y siguió caminando. -Tal vez no lo recuerde bien.

Se sentía sucia y hambrienta por lo que decidió que sería mejor encaminarse al pueblo... Tal vez allí vería a madre, en todo caso era una buena forma de empezar...

Cruzas el tosco puente de piedra desde arriba del cual puedes ver al hombre que se lavaba en el río y ahora se afana a lavar el jubón. Desnudo de cintura para arriba, al acercarte, descubres con sorpresa que es calvo, y que lo que te pareció pelo desde lejos es un extraño dibujo tatuado en su coronilla. Parece una estrella. 
Uno de sus enormes bueyes muge, y el hombre tras mirarlo, alza la vista al puente y te ve. 
Sale del agua rascándose el craneo y coge su sombrero, que se pone de inmediato. Tras unos segundos de espaldas, se vuelve, y levanta el brazo sonriendo. En la calle del pueblo, frente al puente no se ve a nadie, y lo único que se oye es el río. Sin embargo, te sientes observada.
 

Para mi pesar, creo que el abominable lobo que los lideraba escapó de alguna forma, creo que no conseguí matarlo. Lo bueno es que ya sabemos lo que enfrentamos y podremos hacerle frente mejor preparados. Creo, mi señor, que es el momento de hacer un buen descaste de lobos en la zona, no podemos permitir que las buenas gentes de Ucero sucumban al hambre...

Extrañado y algo perplejo ante la situación, busco algún soportal o similar en el que hacer como que descanso y poder ver, inadvertidamente, lo que a continuación acontece entre los dos caballeros...

-Perdone señor que le moleste, no quería interrumpirle. Quería preguntar si conoces a Jimena, la hija del "Caballito" -Preguntó tal y como recordaba que la llamaban para diferenciarla de Jimena la panadera y de Jimena la del Sayo. Por un momento dudó en si decirle la verdad pero no tardó en desechar aquella posibilidad. -Mi madre es amiga suya y me dijo que me ofrecería alojamiento.

Aquel tatuaje en la coronilla era harto extraño. Incluso los habría que dirían que no era de cristianos hacerse ese tipo de marcas en el cuerpo. Aquella duda hizo que se mantuviese dubitativa sin saber hacia dónde mirar sin importunar a su interlocutor.

-Non sería prudente dejar a Tomás...- dice Froilán poco convencido. Pere tampoco se muestra entusiasta y se queja de sus heridas más que el resto del grupo. No parece que quieran moverse de la casa. Godesteo sin embargo comienza a calzarse, y parece mejor dispuesto.

- Salud- Dice elevándo la voz desde abajo.
-Non trovará vuesa merced a la señora Jimena por mi boca. - comienza a decir, todavía con su sonrisa.
-...Más non porque non quiera fer buen servicio a una hermosa muller como vos, mas porque un servidor tan sólo es un vendedor ambulante que ha fecho el camino a Ucero, siguiendo a peregrinos, salutadores, conjuradores et al parecer, un caballero et su escudero.
Tan abultada compaña salvónos a mí et a mis bueyes de las fauces de los lobos, que al parecer atacaron a mis compañeros, pues yo non alcancé a verlo. -
- Nada se de aqueste pueblo, pues...Más creí haber oído gentes alrededor de la casa de una tal Tegidria "la vieja", donde los peregrinos fan reposo. - 
 

- Así se fara. Pondré a su servicio a los cazadores vascones que aparecieron unos días ha, et mis omnes vos auxiliarán. Más non credo oportuno arriesgar las vidas de las gentes de Ucero, di non prestáranse voluntarios.-
Tras reflexionar,
-¿Más que faziendas traen a un caballero como vos, por aquestos montes?- Pregunta de sopetón.
-Sabía de la venida de los conjuradores de la Ordalía y acompañantes, más monseñor non mencionare caballero alguno...-
En ese momento te percatas del pendón del Conde que cuelga de la espalda. Dos lobos, uno negro y otro rojo uno encima del otro, cada uno mirando en una dirección.