Partida Rol por web

1 enero 1700 T.E. 06:23. Nublado. Día plomizo y frío. 3º. Kuska. Estribaciones occidentales Montañas Grises

Angar es un sitio bastante desolado para unos ojos ajenos. La mayoría de la gente de Angmar viven en sitios fortificados o subterráneos. Hay muy poca gente (Y ningún orco) que viva es las escasas ciudades del tipo que se puede encontrar en otros lugares de la Tierra Media y Además, sólo hay una veintena de aldeas fortificadas de cierto tamaño (Pero no dejan de ser aldeas).  Esta es una de esas aldeas. Aquí va a empezar tu adiestramiento, que se estima que durará tres meses, tras los cuales, empezarán a asignarte misiones, que inicialmente serán de guarnición, vigilancia, escolta de convoys y patrulla ... estas últimas, para cuando ya no se te considere una novata. Eso se espera que sea para cuando ya empiecen a abrirse los caminos, entrada la primavera. Hoy es un buen día. Comparado con las líneas tormentosas de estos días atrás, hace bastante bueno. La plaza del mercado es vuestro lugar de reunión, y hoy, como tu primer día, empezarás con el adiestramiento básico. Tomaste esta determinación porque tu trabajo último ya te asqueaba, y por si fuera poco, la profesión familiar aquí no es de utilidad alguna. Te diste cuenta, cuando averiguaste que este reino funciona como un cuartel. Todo son instalaciones militares, todos son convoys de suministros del ejército, y todas las poblaciones son un "castillo" más. Esto no es un reino, es un ejército con territorio. Se vive como si fuera permanentemente una nación ocupada, e incluso sus propios habitantes son una mezcla entre esclavos, soldados y gente que lucha por vivir un día más. Incluso la gran mayoría de los ciudadanos son veteranos licenciados, que lo tienen incluso más complicado que cuando eran soldados.

No es que sea el Reino de Hierro, es que hay que ser de hierro para vivir en este reino.

Precisamente uno de los veteranos es el que organiza la instrucción de tu grupo.

- Buenas señores. Soy el Grishâktur Monemir y voy a ser vuestro jefe en el adiestrmiento. Que sepáis que esto es un ejército. El ejército más efectivo, disciplinad y profesional de toda la Tierra Media. No los Dunadan ni los Elfos son capaces de hacer lo que hacemos nosotros, y unos pueden tener grandes arcos, otros pueden ser sibilinos como una serpiente, y pensar que están en posesión de la Gran y Única verdad.

- ¡Pues no señores!

- Pues no. Y la primera norma que os voy a dar es que cuando un mando habla, todos escuchan, y nadie puede hablar en formación. El hombre caminaba alrededor de vuestro "cuadro". Erais como 60 o así, la mitad no tenías ni idea de que razas eran, pero había gente de Rhovanion, había algunos hombres del bosque, muy poquitos estos, bastantes orientales, de diferentes razas y orígenes, y había uno, algo, al principio que parecía Dunedain. Uno de rhovanión cuchicheaba a tu lado, en la fila de detrás de ti, con otro compatriota. El Grishâktur directamente lo apuñaló en el cuello. - Y otra norma es que tampoco se puede hacer movimiento alguno, girarse ni nada por el estilo. Acto seguido hizo lo propio con el que hablaba, que se había girado a mirar lo que pasaba a su conocido. Ahora dos hombres se debatían entre los estertores de la muerte, en el suelo, en un charco rojo que tenía la nieve que cubría la plaza del mercado. - Esta es la disciplina del mejor ejército. Es justa, directa e implacable. Cualquier subordinación se paga muy caro, y la desobediencia es el peor de los delitos.

Regresó, tras dar la vuelta entera, de donde había partido. Allí le esperaban dos escoltas. Dos robustos y acorazados compañeros, algo más altos que él, pero que ni parpadearon en ningún momento. - Ahora, vamos a empezar por algo básico. Vamos a trotar. Yo iré a la cabeza, y tras la formación irán mis compañeros. Y advirtió, con un latigueo de un dedo índice: - Y no son vuestros compañeros, son vuestros instructores. Ahora seguirme, no os salgáis de la formación, no habléis ni dejéis de mirar al frente, más que para sortear culaquier obstáculo del suelo. A modo de advertencia, que era más una sentencia a muerte que otra cosa comentó, tras girarse y empezar a trotar: - Detrás estarán los instructores para hacer cumplir mis órdenes.

La tierra que me rodea es fría y desolada, y los habitantes son fríos y desolados. El viaje ha sido largo, tremendamente largo y cansado. Y mi aspecto no ayuda a que los demás de la caravana me dejen tranquila. Medio elfa, me llaman.

Quienes nos guían son más comprensivos, dentro de lo que cabe. Suelo charlar con ellos en lengua negra, y todos se sorprendieron al notar que, pese a provenir de cerca de Rhovanion, conozco y hablo los dialectos de más al sur.

Por fin llegamos a un pueblo fortificado. Un cuartel, más que sitio para vivir. Me coloco en formación, sin moverme, sin pestañear casi. La ventaja de haber charlado con los guardias de la caravana es que se un poco de lo que me espera.

Pero los que estaban detrás de mí no tuvieron esa suerte. Imbéciles. Si tan solo hubieran mirado alrededor... ¿qué coño pensaban que pasaría? Cierto es que la presencia de lo que parece un dúnadan hace que mi corazón se encoja de rabia. Pero si está aquí... ¿Y si es medio dúnadan, como me pasa a mí? No, no debo juzgar de antemano. Sigo mirando al frente.

Una carrera. Observo a los dos compañeros del veterano. Correr no es mi especialidad. Mierda... empiezo a correr, intentando ni adelantarme ni quedarme atrás. Pero es difícil, mucho. Ni siquiera me atrevo a mirar hacia atrás.

La mayoría del grupo se empieza a desplomar a las pocos pasos. Está claro que la condición física de mucha gente está sustancialmente mal.

Los "asistentes del instructor" portan unas varas de metro y medio de una madera que no tienes claro, pero que si notas como pica. Flexible, larga y precisa. "incentivaban" a los que por cualquier cosa se rezagaban con un "latigazo" implacable. De todas maneras en general, tras ser "ayudados" responde la gente bastante bien. Incluso ha habido una persona que se resbaló con un barro que se ocultaba tras una poca nieve, y antes de que llegasen los "asistentes y ayudadores" se había puesto en pie. No se libró del varazo, pero … no llegó a más.

Tu espalda va a tener una marca extra esta tarde.

Mi forma física para correr no es para nada buena, y eso se está demostrando. Bien pronto caigo a la cola del grupo, y un cara o inmisericorde me hace tener por mi integridad física.

Aprieto los dientes, intentando acelerar el paso, intentando no llevarme el siguiente golpe. Pero es difícil para mí, y esto es solo el principio. No, ya sabía que no sería fácil.

Tras la parte más "sencilla" pudiste ver que, desde lo alto del altozano se vislumbraba toda una amplia zona, de bosquecillos y caminos. Esperabas que fueran campos de cultivo, pero la nieve lo cubría todo.

Allá en la distancia se veía un tenue resplandor. Aún faltaba mucho para amanecer, pero por lo menos, ya se empezaba a ver algo. Tal vez dos horas aún para tener el sol de verdad. Una senda hacía un recorrido por la zona, y te pudiste hacer a la idea de la distancia que te quedaba. Tal vez aún no hubierais recorrido más de un tercio, pero por lo menos, lo más complicado, la subida … era ya algo pasado. Lo malo es que la bajada no era un camino, era una puñetera senda que ni conejos ni zorros disfrutarían descendiendo. Teníais que ir en fila india, ya que no cabían dos ni de broma. Incluso algunas partes no te cabía más que un pie sobre un espacio entre duros matujos o piedras. El caer aquí era un tanto peligroso. Tanto que seguro que dolía. DE todas maneras temías a "Grupo Escoba" con sus varas de avellano y esos largos cuchillos que portaban al cinto.

Resoplo ya a estas alturas. La cuesta ha sido mucho peor de lo que podía imaginar, y aún nos queda mucho más. Me hubiera gustado quedarme viendo amanecer, pero aún me duele el golpe de la cara y no quiero tentar la suerte.

Observo la bajada. Joder... ¿Creen que somos cabras montesa o qué? Suspiro y me preparo para el descenso.

Igual ha sido por tus dudas antes de bajar, pero el varazo pica más de lo que esperabas. Por supuesto, cumple su función y retomas la marcha de inmediato, en lugar de quedarte a ver el paisaje.

La verdad es que era un sitio chulo, pero, bueno, ya habría tiempo para poder disfrutar del panorama.

El llegar abajo fue lo mejor. Terminar el descenso, que considerabas peligroso, podría ser peor. Al fina, llegaste sobrada, justo en la primera fila, tras en instructor, que parecía que no acortaba los pasos ni subiendo ni bajando, ni tenía "perdidas de velocidad" ya fuera sobre barro, nieve, en cuesta o sin ella.

Empezaste a pensar que el tipo estaba hecho de otra cosa, pero de carne … igual no. Incluso sabías que había gente que había caído, y unos mejor que otros, algunos con más "incentivos" que otros, habían conseguido pasar el trago de la colinita y la bajada de cabras.

La carrera sigue y sigue. El paisaje es bonito, pero bastante tengo con intentar no caerme por el camino. Y no es fácil, el cansancio y los golpes se van acumulando en mi cuerpo y cada vez me quedo más retrasada.

Creo que fue un error apuntarme al ejército.

En tu desfallecimiento te "roza" una de las herramientas motivadoras, pero lo peor no fue para ti. Un tipo paró en seco. Era tan descarado que los dos "ayudantes escoba" se pararon en seco junto a él y empezaron a hablar. Los perdiste de vista. Tus pies se situaron con celeridad donde te correspondía en la formación. Ya no viste nunca más a aquel que descaradamente se plantó en el medio de la carrera.

- Joder, dale, que ya queda poco.

Al continuar, viste unos monjes. Eran 9, con túnica azul marino. Sus ropas arrastraban largas por la nieve. Sus mangas rozaban el suelo. El ruido al rededor de ellos era sepulcral, o sea, ninguno. Se te erizaron todos los pelos, incluso los depilados. Pasaste como a unos 4 metros de ellos, y al adelantarlos miraste a uno al azar, en el medio de la fila. Eran unos ojos profundos, azules, casi verdosos, que intuiste de mujer … pero que te costaría años olvidar.

La gente murmuró. En Angmar había como una religión, más fanática que lo que incluso el propio Rey Brujo desearía hacia su persona. La lealtad fanática también requería una exigencia fanática. Habían monjes que peregrinaban, instruían en la propia religión y por si fuera poco, eliminaban cualquier atisbo de traición o desvío, no solo de la disciplina religiosa, sino también de la lealtad. De paso, reclutaban nuevos miembros en sus viajes, que eran captados desde una infancia muy temprana. Los más temidos eran los Sacerdotes de la Muerte. Se decía que eran asesinos que se infiltraban, incluso en las guaridas orcas y eliminaban a cualquier disidente o ser problemático. Era poco más que una leyenda, que creíste al ver aquellos ojos. Los compañeros dejaron hasta de sudar y se corrió el rumos: - Seguro que son los Asesinos de la Noche. Pero nadie se atrevía a mentarlo en alto; todo eran rumores por lo bajo. El miedo corría por la piel de todos los corredores. Ni el propio "instructor" se dignó a dirigirles la mirada o saludarlos. Continuó con lo suyo como si no existieran; al igual que todos vosotros.

Cuando ese tipo se para en seco, instintivamente intento alargar la mano y que siga corriendo, pero es tarde. Agacho la cabeza, negando, pero sigo adelante.

La visión de los monjes me eriza todo el vello. Esos ojos... esa sensación... horrible.

1 enero 1700 T.E. 06:56. Nublado. Día plomizo y frío. 3º. Kuska. Estribaciones occidentales Montañas Grises.

Entráis a la población trotando, pero los últimos 100 metros los realiza al esprint. A todo lo que da. Te pilla de improviso, pero llegas sin problemas. Todos, resolplando llegan sin más demora. Todos menos uno. Ya eran tres bajas que había sufrido tu unidad de adiestramiento en su primer día.

- Ala, pueden ir a asearse, y si pasan la revista de policía … podrán desayunar.

No dicen nada más.

Miro alrededor, buscando una fuente donde echarme un poco de agua en la cara. Porque no creo que tengan una ducha, y si hay que pasar revista ni aunque la tengan.

Creo que no llevo una muda encima, pero miro para, al menos, cambiarme la camisa.

En el ejercito de Angmar, a pesar de las armas y equipos en los almacenes y armerías, está permitido usar otras, a elección de la persona. Si demuestra ser mejor en ella... que con las otras… se le permite sin pegas.

Realmente se confía en el criterio de la persona, no haciendo examen ni nada por el estilo, de comprobación. Además es su propia vida la que está en juego, y si ha elegido una cosa u otra… por algo será. Tampoco se exige una armadura, pero aquello que la persona seleccione ha de estar bien cuidada. A los soldados tampoco se les exige una higiene (ya no digamos a los orcos, que son los más civilizados y disciplinados de todos los orcos; pero no dejan por ello de ser orcos) excepto en puestos o lugares en concreto. Sólo todo bien puesto, en buen estado … y en su sitio. (Que nadie tenga el mandoble arrastrando, que si es una camisa de botones, que tenga todos sus botones y estén cerrados … y lo que no esté de la manera correcta, que tenga una muy buena razón para convencer a sus mandos).

- A ver gente, por aquí. Dice uno de los "motivadores", chocando su vara contra la puerta de manera de donde va a ser vuestro barracón. Una nave larga y oscura que os serviría de casa a todos. No había diferenciación de sexo, raza o ningún otro tipo. Larga, rectangular, sin ventanas y una puerta en uno de los extremos cortos del rectángulo que forma su planta. En el hay 50 jergones. 25 por hilera, todos ellos apoyados contra la pared de uno de los dos lados largos de la planta, por lo que sería la cabecera. Entre pies de la cama hay un paso (de las que están a los lados) y dos (de las que están en la hilera de enfrente) a un baúl a los pies de la cama. Son todas iguales (y los baúles también). Estas "cajas" disponen de una llave puesta. - Os recomiendo que la llave os la colguéis al cuello.

Mientras cierran la puerta dice uno de ellos. - En un rato venimos a pasar revista. Estén con los talones pegados al baúl para cuando entremos o serán severamente castigados.

Suspiro. Ni puedo cambiarme un poco de ropa, voy a apestar más que un orco. Pero el haber superado la carrera me hace sentir orgullosa, no las tenía todas conmigo de hacerlo.

Entonces llegan nuestros buenos amigos a darnos una charla. Observo el barracón. Supongo que tanto da un sitio como otro, así que en cuanto los veteranos se van, camino unos pasos hasta quedar frente a un arcón. No sé si pueda marcarlo, así que no lo haré de momento. Cojo la llave y espero a que vuelvan.