Partida Rol por web

Una cálida sonrisa alfloró en el rostro de Léonard al oír al Gangrel. Convicciones. Una sólida base. Probablemente la mayor causa de muertes en Europa desde siempre

- Ah, sois un adalid del Sabbat entonces. O esperaís serlo. Me temo que yo no comparto vuestros ideales - Echó un vistazo a la puerta cerrada, esperando que fuera suficiente para no ser escuchados - Estoy aquí por mandato del Arzobispo para construir un Nuevo Mundo, libre de las limitaciones de la humanidad. Donde el depredador no deba esconderse del rebaño. 

Su sonrisa se tornó entonces en una mueca, e hizo un gesto en dirección a la puerta. No se le escapaba que el tal Sapo no había respondido a la pregunta, pero tampoco hacía falta. No podría fiarse igual de la palabra de uno de los suyos, y Léonard tenía otros medios de leer la mente y el ánimo de los demás. Había tenido necesidad de ello pronto:

- Creo que ya hemos abusado bastante de la hospitalidad de doña Beatriz. Deberíamos empezar con los preparativos cuanto antes. Fuera esperan una decena de hombres que pueden transportar los cofres hasta mi refugio temporal, donde los vigilarán hasta que decidamos en que darles uso - Esperó a ver si había alguna objeción al respecto antes de continuar - Y si gustáis de acompañarme, me dirijo hacía el puerto ahora. Quiero comprobar con mis propios ojos el "Rayo Negro" y los otros navíos del puerto. 

- No me considero un paladín pero me refiero a que somos a donde pertenecemos, aunque cada cual desde su propio punto de vista, pues como bien sabeis, la unidad es una pero los puntos de vista diversos, ¿conoceis aquella frase de "Todos los caminos conducen a Roma"? Pues es como darle un giro y trasponerla a nuestra situación

Jimena se puso de pie de un salto y dio un sonoro taconazo en el suelo.

-¡Joder, ya está bien de palabros de libro, que esto no es una puta biblioteca! A ver, caballeros culo-de-cojín, el no-curilla ha provocado mi ánimo. ¡Quiere ver el Rayo Negro! -soltó una carcajada-. Estoy deseando ver cómo se le cae la baba con mi barco. Venga, a moverse. La doña se cabreará conmigo, porque si nos quedamos más tiempo aquí, voy a terminar haciendo astillas la mesa. 

A pesar de lo agresivo de su lenguaje, su expresión decía que estaba contenta y de buen humor. Le hacían gracia sus repentinos compañeros de "trabajo". Pero que mucha gracia. Le gustaban. Y desde luego, su fanfarrona condición de capitana la hacía estar deseosa de mostrar al Rayo Negro bajo la preciosa luz nocturna. 

-Véngase conmigo, Padre Letrado -le dijo al monje, mientras lo agarraba de los hombros-. Le voy a enseñar lo que es la belleza naval. Seguro que esos ojillos sabiondos saben apreciarla. Y tú, espantajo. Su puta madre, que le das un susto al miedo. ¡Me gustas! ¡Tú y yo vamos a ser amiguetes, claro que sí! Su reputa madre, ¿habéis visto qué piños? -con el otro brazo agarró a Sapo y empezó a caminar con los dos hacia la puerta. -¡Eh, Mendoza! Vamos, hombre, no se quede ahí con ese rostro tan serio. Véngase que le necesito de ojeador, usted tiene pinta de listo. Vámonos todos al puerto. Mis mozos los recibirán mejor que una docena de putas recién lavadas. 

Bajaron por una escalinata curva y llegaron al vestíbulo. Doce piqueros de gola de malla, casco de acero y chaqueta recién comprada hacían guardia entorno a los cinco cofres con sus cinco mil piezas de a ocho. Uno de ellos, un veterano curtido y con barba recortada se acercó.

-En nombre de la Espada de Caín, de monseñor Ambrosio Moncada, de don Álvar Fáñez y de doña Beatriz de Suabia, les hago entrega de este oro de Indias. Díganme dónde debemos transportar los cofres.

Pongamonos en marcha, señores y... señorita??

Jimena soltó a Sapo y a Léonard. Alzó el puño y profirió un aullido.

-¡Que me cuelguen por los pies si nunca vi tanto oro junto! -se volvió hacia Sapo y le enseñó los dientes en una sonrisa-. Capitana, simpático adefesio. Señorita es la doña. Aquí una es perra vieja y marítima. 

El veterano soldado mudó la cara en cuanto vio a Sapo, pero no dio ni un paso atrás.

-¿Y... Y bien...? -volvió a preguntar.

- Sonriendo ante el previo comentario sobre mi persona por parte de la capitana - ¿Algo que comprar en puerto antes de partir? Sugiero víveres para la milicia y marinería, pues tenerlos contentos evita motines, y tal vez algo que pueda ser sugerente en caso de que tengamos que comerciar con aquel "reservado" personaje - Haciendo una pausa - Además no se qué encontraremos en esas islas para poder comerciar así que tal vez habrá que ver qué se hace o cómo se reparte, sea ahora o tras las adquisiciones que se hagan

No pudo evitar una expresión de sorpresa cuando la capitana se puso en pie súbitamente y aún más cuando esta le paso una mano encima de los hombros. No era Léonard alguien muy dado al contacto físico, ni siquiera en vida, más su conciencia le decía que sacaría más si todos estaban de humor, por lo que por esta vez trató de evitar el gesto hosco que le hubiera salido naturalmente. 

- Podéis sacarlos fuera. A la derecha reconoceréis a doce hombres españoles con pintas de mercenarios, si es que alguno no se perdido ya detrás de unas faldas o una botella - Respondió a los portadores del tesoro cuando la Malkavian finalmente lo liberó. Había contratado a esos hombres recomendados por Alfonso, que se había convertido en una suerte de "chico para todo" para Léonard. A cambio, este le ofrecía periodicamente algo de su propia vitae, lo que lo volvía más fuerte y longevo... y más leal - Preguntad por Alfonso de Antúnez, él os dará indicaciones de como llegar y os escoltarán. Toda precaución es poca con una carga tan valiosa.

Sonrió al final, pero su tono había sido autoritario. Tenía total confianza en su criado y sabía que se podía confiar en este para que nadie tocara una sola de las monedas de los cofres. Resuelto eso, se giró hacía Gabriel:

- Sin duda deberíamos llevar provisiones de sobra, más no se me ocurre con que podríamos llegar al setita. Veamos, tal vez el mismo puerto nos provea con la respuesta - y saliendo del edificio, comenzó a caminar hacía el puerto junto a sus improvisados compañeros

Por fin parece que nos vamos a mover... Si paso diez minutos más aqui...
Bien señores... y "Capitana", les sigo. Adelantense, brevemente. Yo me quedare un poco rezagado, por si alguien quiere...seguirnos? No se sabe donde encontraras un espia.
Sapo comenta esto en el momento que se ponen en marcha, cuando ningun oido extraño pueda escuchar. Se retrasa levemente, se hacerca a un lugar oscuro, y desaparece.

- En respuesta a las palabras de Léonard - Vayamos a ver pues qué encontramos, tal vez la providencia nos colme de suerte, pero sea como fuera que vamos a una tierra inhóspita, llevar útiles de supervivencia sería harto aconsejable, tanto para las tropas como para nosotros, y con ello me refiero a redes de caza y pesca, anzuelos, machetes de leñador y trampas de caza mayor por ejemplo - Haciendo una pausa - Espero que tengan buen cuidado y premien el cuidado y deber antes del descanso y placer

Jimena se desperezó.

-Vamos a no perder el tiempo, señores. ¿Quién más se quiere venir a contemplar la puta maravilla de los mares? 

En realidad, quería volver ya a su barco. La tierra firme no era para ella. Y empezaba a echar de menos a alguien. 

- ¿En qué muelle de atraque está fondeado? - Digo a la capitana más pendiente de que todo esté listo para ser llevado en su navío, pues una vez en alta mar los acuerdos de última hora no darán paso a un "regresamos a puerto" - Querría seguir indagando en la urbe y conocer algo más sobre lo que hay alrededor y en estos lares

Jimena se preguntó cuántas veces el culo del señor Mendoza habría sido salpicado por las olas. Pero solo lo pensó. Estiró el brazo y señaló en una dirección, porque en realidad dónde estuviese el Rayo Negro tampoco es que fuese trascendental.

-Por ahí anda mi bestia marítima. Invito a los nuevos amigos a pasarse cuando quieran. Pero como comprenderán, ahora mismo tengo que informar a mis hombres de nuestros nuevos planes, y de que deben arrear ligero para tener al cachalote listo cuanto antes. Repito que de ahí -señaló los cofres-, sería justo que una parte se destinase a mi barco. Ya que vamos a ser la cabeza de turco, no estaría de más un incentivo para unas cuantas mejoras. 

Empezó a caminar por la calle, alejándose del grupo. 

-Si me requieren, estaré en mi nave. Allá los espero para que se caigan de culo con ella. Si Dios quiere, me encontrarán con un ojo en el horizonte. Y si el Diablo quiere, ¡me encontrarán borracha! -su risa se perdió entre el ajetreo de Cartagena, que aunque nocturna siempre estaba rebosante de vida. 

Sapo se mueve por el puerto, siguiendo al principio a sus compañeros, aunque algo rezagado, vigilando cualquier posible movimiento sospechoso a sus espaldas... alguien que pudiera seguirles, o cualquier tipo de amenaza.

El puerto de Cartagena de Indias bullía de actividad. Decenas de barcos entraban y salían constantemente, provocando atascos en la estrecha bocana del puerto.

Taberneros, prostitutas, calafates, carpinteros, prestamistas y asesinos ofrecían sus servicios con descaro, a pesar de lo avanzado de la noche. Olía a tormenta por levante.

La capitana Cuervo echó a andar rápidamente hacia las dársenas más grandes. El resto avanzaba despacio, curioseando entre el gentío. Pasaron de largo el puerto comercial y se adentraron en el puerto militar. Alrededor de la Rayo Negro habían atracado otra suerte de embarcaciones, algunas de guerra, otras de transporte, todas enormes. Los contramaestres se afanaban en reclutar a cuantos hombres demostrasen que podían mantenerse en pie. En la parte trasera del puerto, la que daba a las ciénagas, se había erigido un campamento mugriento de asesinos, mercenarios, desertores y gente de mala ralea.

Jimena abrió los brazos.

-¡Ah, mi bestia imparable, mi bella máquina de matar, mi alegría y mi desvelo! -gritó una vez delante del barco. Se volvió a sus compañeros con las manos apoyadas en las caderas -. ¿Y bien? ¿Qué tienen que decir el espantajo, el curilla y el letrado? ¿Se les cae ya la baba de imaginárselo saltando sobre las olas? ¡Eh, muchachos! ¡Salid a decid hola, coño, que se note que tenemos un mínimo de educación! 

Los marineros emitieron unos gruñidos en los que se diferenció quedamente un saludo. Pero tampoco les hicieron mucho caso a los recién llegados. Jimena silbó, le tiraron un cabo y ella se impulsó para subir directamente a cubierta.

-¿Dónde está mi toca-cojones profesional? ¡Eh, Foque! ¡Sal que te vea la cara! ¡Tenemos que hablar de asuntos serios!

Sapo permaneció en una oscura esquina. Sus compañeros habian tenido faena, y su aspecto no era demasiado agradable, aunque pudiera pasar inadvertido.

Una vez los porteadores de los cofres marcharon, Léonard se mostró dispuesto a acompañar a la capitana a los muelles. Sin duda quería ver el navío y comprobar de primera mano si, como aseguraba esta, era un barco aceptable para su empresa. 

- Os acompañaré. No soy un gran entendido en náutica, pero sin duda vos podréis explicarme porque el Rayo Negro es tan formidable - Una sombra de sonrisa apareció fugazmente en su rostro, antes de ponerse en movimiento

Durante el recorrido por los muelles fue observando cada nave anclada, y de vez en cuando hacía alguna pregunta a Ojo de Cuervo sobre ellas. Era un hombre curioso, y además encontraba el oficio de construir barcos muy similar al suyo. Finalmente llegaron a la embarcación, y mientras la capitana gritaba, Léo la observaba con ojo crítico. A su impresión parecían haber navíos más imponentes en el puerto, y aparentemente de mejor factura, pero dudaba de lo oportuno que sería transmitirla sus dudas en ese momento. Por suerte no tuvo que responder a su pregunta, pues siguió gritando hasta que le lanzaron un cabo para subir. Sin mucho convencimiento, siguió a la capitana por la cuerda con más problemas, pero subiendo al final.

-  ¿Qué arreglos serán necesarios antes del viaje? - preguntó a Ojo de Cuervo, mientras esperaban a que apareciera el tal Foque