Partida Rol por web

Fort Doom: Dead Lands

Capítulo 8: As de Tréboles

Cargando editor
13/01/2014, 06:02
Dakota

Al dejarlo, los que escoltaban a Dakota le habían visto pisar la celda del mismo modo que había pisado todo el camino. Le habían visto caminar hacia el centro, detenerse, permanecer largamente de pie rodeado de suciedad, soledad y silencio. Las espaldas les impedían ver el rostro del mestizo por lo cual, tras unos segundos, alguno de ellos creyó advertir en aquella inmovilidad absoluta un ardid. Una preparación, una expectativa, un inicio. Las miradas de los hombres se cruzaron entre sí, ásperas y temblorosas, así como las manos en las armas y los ceños fruncidos. Y las palabras. Le ordenaron sentarse una y otra vez, sin caso, hasta que decidieron que aquello era el preludio de la revolución y del desastre. Ya estaban preparando las balas cuando Dakota se acercó a la esquina más lejana de la celda, giró sobre sí mismo, y se dejó caer al suelo.

Al volver a buscarlo, los que escoltarían a Dakota le vieron en el mismo lugar, en la misma posición, con la misma mirada. Si se había inclinado para intentar percibir algo de la pared aledaña, aquella que quizás le impedía acceder a Frank o a lo que quedase de él, era difícil saberlo. El mestizo no parecía interesado en saber qué había sucedido con el vaquero, como tampoco parecía interesando en saber qué iba a suceder con sí mismo. El destino era inexorable, y su silencio estoico hacía las veces de resignación, indiferencia, trascendencia, aceptación. Y búsqueda.

Es la hora, dijo aquel pobre infeliz escoltado por una guardia de ciegos. Dakota cerró los ojos, como si hubiese tenido una revelación. El tiempo transcurría de un modo extraño, tanto que parecía haberse ido hacia atrás, salvo en aquel momento que volvía a posarse en el futuro. Medianoche, entonces. A la misma inmovilidad le sucedió un sonido áspero, el rasgar de un cuerpo, un jirón y unas cadenas. Dakota se puso de pie trabajosamente, sin abrir los ojos, sin emitir ningún sonido. Tambaleó, como tambalea un búfalo impactado a traición, pero no cayó. Erguido, abrió los ojos y se encogió de hombros.

- Ir – dijo.

No hizo otro movimiento que no fuera caminar, y mirar, todo lo que duró su viaje escoltado hasta la empalizada. Allí vio al Capitán, mas no hizo ni evidenció emoción alguna. Sus sentidos estaban puestos en los alrededores, en una muda pregunta a sí mismo sobre la cara que adoptaría el destino. Pero no le interesaba demasiado, no todavía. Sólo le interesaba un detalle, ahora que estaban de nuevo a la intemperie.

Mirò a Rogers, y levantó las manos, mostrando las cadenas. Aquello era un gesto claro, suficiente, que no insistió. Aquel no esperaría que sirviera a su causa de ese modo.

Cargando editor
13/01/2014, 16:16
Capitán Rogers

Dakota alzó las manos y Rogers le devolvió una media sonrisa por toda respuesta. Luego, muy lentamente, se giró hacia el cabo y masculló entre dientes:

—Es todo tuyo —y agitó las riendas de su caballo alejándose envuelto bajo una oscura polvareda.

Cargando editor
14/01/2014, 18:40
Director

Dakota no escuchó las palabras del capitán y pensó que el cabo acercándose tal vez venía a liberarle de las cadenas. En todo caso, no relajó la postura ni perdió de vista cada gesto. El mestizo llevaba sangre apache y se había enfrentado a sus propios demonios y al mismo Infierno; ni hombre ni diablo le pillaría nunca con la guardia baja.

Y, sin embargo, aquellos soldados parecían estar siempre un paso por delante.

El cabo no llego más que a tres pasos del indio y asintió con la cabeza. Antes de que el indio entendiera lo que pasaba un golpe en la nuca le nubló la vista. Cualquier hombre normal habría caído al suelo, pero el gigante medio indio solo se balanceó. Hizo falta un segundo golpe, infringido con toda la prisa de quien sabe que podría no tener oportunidad si dejaba reaccionar al piel roja, para hacer caer a Dakota.

La noche, ya oscura, se volvió negra como la boca de un lobo...

Cargando editor
14/01/2014, 18:52
Director

Cuando despertó, Dakota supo que había perdido completamente el conocimiento. El vacío en su memoria no podía ocultar nada bueno, sabiendo la compañía que el indio tenía o cómo quedó inconsciente, por lo que se apresuró en evaluar la situación con todos sus sentidos.

"Todos sus sentidos" resultó ser mucho menos de lo esperado. La vista no reportaba más que negrura. Por todo lo que sabía, podría haberse quedado ciego, aunque sentía una capucha de saco sobre su cara que era una explicación más probable. Escuchó el relincho de un caballo, lo que podía querer decir, o no, que sus amigos de la caballería estaban cerca. Por lo demás, hay una quietud pacífica. El tipo de calma que solo un hombre blanco llamaría silencio. Para un apache, es el sonido de la noche: grillos, el susurro del viento entre los árboles. Estaban al aire libre, lejos del fuerte.

Sobre el olor de su propio sudor, Dakota identificó el humo de una fogata y un segundo aroma. Un hedor que le recordó a un pasaje concreto en Purgatory, el pueblo fantasma dos veces maldito. Olor a tierra removida y muerte.

El recuerdo evocado solo a medias ya bastó para causarle pánico. Sus manos estaban encadenadas por encima de la cabeza. Su espalda, contra el tronco de un árbol. Las piernas, atadas entre sí y a la madera. No había escapatoria.

Cargando editor
16/03/2014, 23:20
Dakota

Dakota comenzó a sentir que su corazón se aceleraba, que su respiración se volvía ansiosa y entrecortada, y que un frío gélido reptaba desde la base de su columna vertebral. Era una sensación que conocía demasiado bien. Pues había vivido prácticamente toda su vida con ella. De hecho, apenas si recordaba haber dormido alguna noche sin el perturbador arrullo de su dulce compañía…

Sin embargo, aquella no era la única sensación que crecía por entonces en el pecho del mestizo. Pues en verdad, tal como ocurría cada día, otra emoción pugnaba por hacerse su lugar en el corazón de Dakota. Otra tan poderosa y primitiva como la primera, pero que prefería mantenerse recluida en algún oscuro rincón del espíritu, medrando en las sombras de la inconciencia.

Tal como ocurría cada día, esta última sensación poco a poco iba ganando terreno… hasta que pronto terminaría por destronar a su vieja y odiada enemiga.

Así ocurría siempre.

Pues el miedo era una fuerza poderosa e indomable. Que fácilmente podía apoderarse del corazón de un hombre. Sin embargo, no era rival para la furia de Dakota…

- Padre Oso… Escucha mi llamada... - murmuró entre dientes el apache en su idioma natal, a la vez que sus manos empezaban a poner a prueba la resistencia de sus cadenas – Dame tu Fuerza… dame tu Poder… dame tu Rabia… y en tu nombre arrancaré las cabezas de estos diablos... y también sus brazos… y sus piernas… y regaré con su sangre la tierra que han mancillado…

- Tiradas (1)
Cargando editor
18/03/2014, 06:55
Director

Ciego a su entorno, la respiración de Dakota era fuerte y regular, como la de un ciervo aterrorizado pero también como la de un bisonte a la carga. El apache no sabía qué o quién le rodeaba ni tenía intención de descubrirlo. La capucha cubrió su mandíbula, cerrada tan fuerte que los dientes chirriaban, pero las ropas fragmentadas dejaron ver el principio de una transformación en el, ya antes impresionante, cuerpo del mestizo.

Los músculos se hincharon hasta que parecían a punto de explotar. Las venas se marcaban en la piel, gruesas, imparables como las raíces de un gran árbol en la tierra. Sangre corría por sus muñecas como resultado de la tensión contra los grilletes, pero la cadena crujía, sometida a una fuerza que ningún ser humano tenía derecho a poseer.

El indio se había rendido a su rabia, negando toda humanidad para abandonarse a los instintos. La transformación que le permitiera romper las cadenas ya era irreversible y Dakota debería haberse sentido satisfecho con ella, de no ser porque una voz grave, un enemigo si Dakota alguna vez había tenido uno, reía a carcajadas.

Cargando editor
23/03/2014, 13:56
Dakota

Dakota tensó sus brazos y sus muñecas. Y sus piernas. Retorciendo sus miembros hasta el límite de sus fuerzas procurando abrir el menor resquicio entre aquellas poderosas ligaduras. Incluso intentó arquearse de modo que los músculos de su espalda probaran la misma resistencia del árbol que le servía de prisión.

Sometió a aquellas cuerdas y grilletes a una gran tensión. Una tensión inhumana y brutal, aterradora de observar, pues parecía nacida de la furia primal de un corazón herido. Y quizás así era. Pues ciertamente provenía del dolor y del odio… pero no de la desesperación. Todavía no.

Pues desde un primer momento, una imagen había llegado para quedarse en la mente del mestizo. Una idea, que le había servido de guía en la oscuridad. Y quizás también de consuelo.

“Carnada”

Así se sentía el apache por aquellos momentos. Y, en algún punto, aquella sensación le permitía mantener a raya la furia. Sosteniéndola justo al límite del descontrol.

Pues si había una carnada, habría también una presa. Y solo con su presencia comenzaría el eterno juego de la vida y la muerte. No tenía sentido gastar sus energías hasta entonces.

Por ello, luego de asegurarse de que sus plegarias habían sido escuchadas, de que tendría a su lado la fuerza del Padre Oso para cuando llegara el momento, con la respiración ya normalizada y la mente en blanco, Dakota se dispuso a cumplir su papel, haciendo lo que toda buena carnada debe hacer… esperar….

Cargando editor
24/03/2014, 06:21
Capitán Rogers

Un árbol y un hombre encadenado a él; a dos o tres yardas, una pequeña fogata y otro hombre fumando con la mirada perdida en el paisaje; más allá, a unas veinte yardas, siete caballos y cinco jinetes. Un relincho, el susurro lejano de una voz, el ulular de un búho quizá y la brisa cálida que arrastraba las voces de la yerma tierra circundante.

La caprichosa luna no regalaba más que unos débiles rayos de luz plateada a través de los jirones de sombra que cubrían el cielo. Pero fue solo un instante. Un efímero instante como las flores del desierto. Pronto las nubes se cerraron y la luna desapareció bajo un lento parpadeo.

En este limbo de oscuridad y silencio, un centenar de lápidas observaban la escena con una pétrea e impasible mirada. Mudos testigos de una noche incierta donde la mente daba forma a lo que no llegaba a vislumbrar, entre los difusos límites de la imaginación y la percepción.

¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que aquel grupo de soldados y su improvisada carga humana abandonara el fuerte? Era algo imposible de precisar para Dakota, dada la forma en la que había llegado a aquel sitio. Apenas una hora, hubieran opinado las estrellas, si acaso hubiera podido (y querido) interrogarlas. Pero hasta ellas habrían callado, ocultas como estaban bajo un oscuro velo de nubes.

Maldita la noche que hasta la misma luna se niega a mirar, decían los que sabían. Malditos los hombres que se refugian bajo sus velos...

Pocos pasos los separaban, muy pocos. Los suficientes como para escuchar el áspero y monocorde susurro del mestizo, pero no tanto como para comprender sus palabras, si acaso el capitán hubiera dominado la lengua apache. Rogers volvió la vista y, bajo las serpenteantes luces de la fogata, sus pequeños ojos brillaron brevemente. Había esperado con impertérrita paciencia una reacción por parte del indio y la espera había dado sus frutos. Con ansia casi animal saboreó aquel instante e inspiró largamente y en el más completo silencio. Un pequeño gesto de calma, pero feroz anticipación. Lo olía palpitante en el aire (era el miedo, pero también la furia), incluso lo paladeaba al borde de sus labios. Era el momento. Era aquí y ahora. No se había equivocado: su instinto había sido certero, como siempre. Entonces habló, con voz cansada, casi ensimismada.

—¿Sabes? En noches como esta me pregunto qué busco. Y sé la respuesta, oh sí, pero... Aún me queda algún rastro de quien antes fui, y vacilo. No puedo permitirme eso, y entonces solo me queda la furia. Nada más.

Clavó sus ojos en la enorme silueta amarrada al árbol y sonrió. Una espesa voluta de humo desdibujaba su rostro, otorgándole un aire fantasmal y casi demoníaco. Un fantasma de ojos rusientes.

—¿Y tú? ¿Qué ocurre contigo? Esto sería más fácil entonces, y ni tú ni yo estaríamos aquí. ¿No sientes la furia corriendo por tus venas?— Una risita irónica escapó de los labios del hombre—. Sí, la sientes. Está en tu sangre. Lo sé.

Se incorporó muy silenciosamente e hizo un mudo gesto a uno de sus hombres, señalando al prisionero. El soldado asintió y se aproximó en silencio. Rogers murmuró: —Observa y verás el nacimiento de la bestia. —Había en su voz el deleite de una partera a punto de presenciar un nacimiento. Y de asistirlo. Quizá por eso el hombre blandía casi con femenina ternura los dos ganchos al rojo, que en sus manos parecían los implementos de una comadrona. Quizá por eso mismo contempló con sosegada calma cómo se agitaban los grilletes y cómo el cuerpo del indio absorbía una fuerza sobrenatural.

—Es la hora...

Dakota pudo percibir unos pasos que se acercaban a él. Hasta podía oler el aliento a tabaco que manaba de esa boca que monologaba, ahora muy cerca y casi en un susurro.

— ¿Sabes?, una cosa puedes agradecerle a "Jack"... —Una risa revoloteó en torno al indio. —Que te haya convertido en una bestia. Como hombre eras un cadáver; como bestia quizá sirvas a algún propósito. ¿Crees que estás maldito? Aún no sabes lo que es estar maldito... —susurró la voz muy cerca del prisionero.

Y de pronto, toda esa calma y todo ese regocijo anticipatorio, se transformó en un torbellino que golpeó con calculada saña sobre las articulaciones del engrillado, una y otra vez. Un violentísimo golpe, a la altura de las piernas, hizo crujir los huesos del mestizo. Y otro, y otro más. Empuñando esas gruesas varas de hierro que se usaban para marcar el ganado, Rogers golpeó sobre las articulaciones. Con saña, sin un mínimo rastro de piedad y con un frenesí que no era humano. Primero sobre los tobillos, luego, las rodillas, finalmente sobre las articulaciones que unían brazos y antebrazos. Y entre estentóreas carcajadas, un grito de feral júbilo escapó de los labios del hombre, como el grave aullido de un diablo escapado de las mismas entrañas del infierno.

—Muéstrame de qué estás hecho, maldito.

Cargando editor
24/03/2014, 06:23
Director

Los dientes de Dakota rechinaban, y su sonido era respondido por las cadenas, que crujían bajo la fuerza del furioso guerrero apache. A ojos de un observador, el mestizo pareció crecer. Cuando ya era un gigante, ahora parecía un coloso. Más que un hombre, un animal.

Pero entonces la conexión de Dakota con sus ancestros se interrumpió por los golpes. El dolor podía soportarlo, pero la violencia en el momento en el que el indio se rendía a sus instintos provocó algo.

Los Espiritus le dieron la espalda de repente, decepcionados, hostiles... asustados. Sin embargo, la transformación de Dakota había llegado a un punto de no retorno, y sus instintos mutaron en otra forma. Su voto a los Ancestros fue corrompido. Cuando las cadenas finalmente cedieron, Dakota supo que su fuerza no provenía de donde había creído. Misma flecha, distinto arco, y ahora estaba dos veces maldito.

La luna llena asomó entre las nubes para revelar una escena que se llevaría la cordura de un mortal. La quietud se había convertido en furia de pelaje, garras y colmillos. Las abominaciones de esa noche eran el reflejo de la naturaleza en un espejo sucio y retorcido. Medio hombre, medio lobo, completo monstruo, el que había sido Dakota bautizó la tierra con sangre enemiga. Desmembró y decapitó a los débiles y clavó sus colmillos en los que eran más poderosos que él mismo.

En los Terrenos de Caza, los antepasados del bravo lloraron su pérdida.

Cargando editor
31/03/2014, 12:49
Frank

- Da igual- responde al cura- supongo que siempre hay una primera vez, ¿no cree? - tras decir esto, comienza a repartir las cartas.

Cargando editor
31/03/2014, 19:54
Director

La comida, quizá por ser la última, supo a gloria a Frank. Sorprendentemente, también la compañía. El vaquero nunca había sido una persona social, pero entendió que el propósito del sacerdote no era otro que hacerle olvidar el día siguiente. Hacerle olvidar su fusilamiento.

Cuando quedó solo, Frank siguió jugando con las cartas. Algo en la baraja le provocaba una extraña, aunque no desagradable, sensación de déjà vu. Ruinas de una época pasada imaginaria en la colina. Un cielo color plomo sobre su cabeza. Una partida de poker a muerte con un encapuchado con guadaña.

No le importaría volver a echar una mano contra la muerte. ¿Qué tenía que perder?

Quizá la desesperación activara talentos que Frank desconocía. Quizá la combinación de naipes que Frank colocó en el suelo, uno tras otro, hablara un idioma que alguien, algo entendió. Tal vez, sin saberlo, Frank estuviera cerrando un pacto. El mismo que había cerrado el Jugador.

Al día siguiente, todo de lo que hablaban los soldados de Fort Doom era la extraña explosión sin ruido que destrozó las celdas, acabando con la vida de dos hombres. Si la tercera víctima había sido el prisionero al que iban a ejecutar, era difícil de decir, porque no quedó de él ni el más mínimo rastro.

Cargando editor
31/03/2014, 20:14
Director

Dakota recuperó la consciencia en mitad de la nada. Se encontraba en un plano, uno de los grandes desiertos del hierba del noroeste. Un lugar que no le era extraño.

Sus ropas estaban ropas y cubiertas de sangre, buena parte de ella propia, a juzgar por cómo se sentía. Su cabeza giraba con los recuerdos de la transformación en monstruo pero en su espíritu había un silencio aterrador. Los Ancestros le habían dado la espalda, tal vez para siempre.

Era imposible decir qué había sido del capitán unionista y sus hombres o cómo el indio había llegado hasta ahí. Lo que sí recordaba Dakota era la única vez en su vida en la que había visto un hombre-lobo. El jugador de cartas había desvelado ser uno en Purgatory, y le había mordido. Las maldiciones que ese hombre había hecho caer sobre Dakota parecían no tener fin.

Lo único claro era que ahora estaba solo. Frank habría sido fusilado ya, con toda probabilidad. El único consuelo del guerrero bravo estaba en un dramáticamente mejorado sentido del olfato y una memoria olfativa que no sabía poseer. Olor a magia, a azufre, a mentiras. Olor al Jugador.

Cargando editor
31/03/2014, 21:11
Frank

Frank caminó lentamente hacia su compañero, como si su encarcelamiento y sentencia de muerte nunca hubieran ocurrido. Desde luego la escena era cuanto menos peculiar: allí se encontraba, en medio de la nada y caminando tranquilamente hacia su compañero indio. 

Estas horrible- le dijo nada mas estar frente a él. 

Cargando editor
06/04/2014, 18:33
Dakota

Dakota ya había estado antes en el Infierno. O al menos en algún lugar muy cercano, tal vez la antesala. Un sitio condenado y maldito, del que había conseguido salir solo gracias al plomo y al fuego. Un lugar llamado Purgatory…

Dakota había recorrido también los Terrenos de Caza. Las eternas praderas donde moran los espíritus de los bravos. Allí había matado a sus demonios internos. Y quizás también a otros, que habían salido de quien sabe donde…

Ahora no se encontraba en ninguno de esos lugares. Eso lo sabía. Podía sentirlo en las tripas. Pero también sabía algo más. Tampoco estaba en casa…

Por eso, cuando vio aparecer al parco cowboy desde la nada, como un espíritu imposible que se materializaba en un sueño, el mestizo casi ni se inmutó. Lo tomó con toda la naturalidad del mundo. Como un portento más de aquella inexplicable y aberrante senda que le había tocado transitar.

En cierta medida, aquella era la mayor virtud y fortaleza del apache. No su fuerza, ni su resistencia animal. Tampoco su determinación y su voluntad inquebrantable. Su auténtico poder era tener la desquiciada capacidad de aceptar con estoica resignación cualquier cosa que el mundo le pusiera en su camino… sin perder del todo la cordura en el proceso.

- Ser solo rasguño… - murmuró en un susurro rasposo y entrecortado, casi inaudible a pesar del ominoso silencio que se había posado en el lugar. – Casi no doler…

Cargando editor
07/04/2014, 22:57
Frank

El pistolero asintió ante las palabras del indio. Frank estaba ya acostumbrado a la facilidad con que su compañero aceptaba todos aquellos momentos tan "interesantes" que le deparaba la vida. Con estoica resignación. 

Hay que proseguir- le dijo con suma tranquilidad, como si lo ocurrido hasta ahora solo hubiera sido un mero retraso (cosa que así era). 

Cargando editor
20/04/2014, 04:58
Dakota

El mestizo se incorporó muy lentamente, como si tuviera que acomodar otra vez cada hueso de su cuerpo antes de hacer el menor movimiento. Llevaba los puños cerrados y los labios apretados, y el curtido rostro estaba desfigurado por un espantoso e inocultable gesto de dolor insoportable.

A pesar de sus bravas palabras, resultaba evidente que el indio era poco más que un sanguinolento despojo de mugre y huesos rotos. Y que probablemente no llegaría muy lejos en aquel estado.

Tenía heridas abiertas a lo largo de toda su anatomía, algunas de ellas lo suficientemente amplias y profundas como para mandar a cualquier pobre diablo al otro mundo, y varios miembros de su cuerpo estaban retorcidos en posiciones imposibles.

Sin embargo, aunque el lamentable y patético proceso pareció prolongarse durante horas, e incluso cuando se vio interrumpido en un par de ocasiones en que el indio a punto estuvo de trastabillar y dar de bruces al suelo, ningún obstáculo era capaz de someter la inquebrantable voluntad de aquel sujeto.

Ni tampoco su espíritu…

- Si… mejor seguir… - dijo finalmente el mestizo al ponerse de pie, con lo la voz casi inaudible y entrecortada, exhalando lo que parecía ser su último aliento a través de aquella boca amoratada y pastosa por la sangre reseca y el polvo – ¿Por que tardar tanto...?

- Dakota ya aburrido de esperar…

Cargando editor
22/04/2014, 03:25
Director

Frank no tenía en absoluto peor pinta que la que Dakota recordaba tras que ese hotel les cayera encima. Tenía heridas a medio curar, y las nuevas correspondían con la paliza que le habían dado los soldados al llegar al fuerte. Por lo demás, tenía un aspecto bastante presentable.

Dakota era otra historia. Un muerto sacado de la tumba tendría mucho en común con el indio, incluída la cantidad de tierra que cargaban sus destrozadas ropas.

Aceptando la situación como habían aceptado tantas atrás, siguieron a la caza del jugador de cartas. El rastro era reciente y tanto Frank como Dakota notaron que un nuevo vínculo les unía con esa pista. Jamás le perderían la pista. El paso del impostor podría haber dejado un rastro en las nubes del cielo que no habría sido más claro.

Tras un tiempo caminando que podría ser minutos o, a juzgar por la monotonía del paisaje, años, los dos viajeros llegaron a un pueblo.

Bienvenido a Hilliardston, Población 96 0.

Alguien había tachado y corregido el número de habitantes con tinta roja.

Los primeros pasos por la avenida principal parecieron confirmar la corrección, pero pronto se dieron cuenta de que el pueblo solo estaba parcialmente desierto. Un hombre descalzo estaba sentado en la plataforma de madera, su espalda apoyada contra una licorería y un gran sombrero mexicano tapándole la cara. Parecia dormir.

En la acera opuesta, un poco más adelante, había un hombre sentado en una mecedora, balanceándose muy ligeramente. Extrañamente, estaba de espaldas a la calle así que tampoco era visible su cara. En lo alto de una ventana, Dakota y Frank vieron, o tal vez imaginaron ver, una silueta moverse y cerrar la cortina.

La peste a tequila barato y azufre apenas tapaba un olor más agrio y desagradable, como de descomposición.

Cargando editor
22/04/2014, 03:58
Director

Azufre: ese era el nuevo olor en Frank. Era también, Dakota empezaba a entender, el olor del rastro del jugador. Al menos en su forma humana.

Esta pequeña población tenía ese aroma, señal de que había pasado por ahí, pero también algo más. Dakota olía muerte.

Cargando editor
22/04/2014, 19:18
Frank

Tras aquella caminata llegaron a lo que esperaba fuera ser un lugar para tomar algo y descansar. Sin embargo, nada mas ver el cartel del pueblo el pistolero sabía que ese sitio sería de todo menos tranquilo. Frank escupió al suelo mientras observaba su alrededor.

Creo que vamos a tener problemas- fue su único comentario.

Cargando editor
27/04/2014, 07:58
Dakota

El trayecto pareció durar una eternidad, en la cual cada instante era un tormento infinito para el indio. Seguía teniendo la boca pastosa y reseca, casi completamente cubierta de polvo y sangre reseca, y sentía como si todos los músculos de su cuerpo estuvieran contraídos y agarrotados por algún tipo de castigo brutal. Un par de huesos se movían de forma extraña, y lo más preocupante era que no podía evitar seguir escupiendo sangre a cada momento.

Apenas si miraba el camino por el que andaba, y la verdad era que le importaba bien poco, pues debía aplicar toda su concentración a la extenuante, si bien sencilla, tarea de poner un pie delante del otro. Algo que no conseguía hacer con demasiada soltura, de todos modos.

Sin embargo, y a pesar de ello, en cuanto las difusas siluetas de aquel pueblucho comenzaron a recortarse en el horizonte, una idea desesperada se adueñó por completo de la mente del mestizo…

- Más tarde encontrar problemas. - murmuró mientras los extraños discurrían por la calle central del poblado, a la vez que sus ojos recorrían las desvencijadas construcciones en busca de un Saloon o algo similar. - Pero primero Dakota buscar agua fuerte…

- Frank pagar esta vez…