Partida Rol por web

Ajá. ¿Qué tenemos aquí? La pata de metal de una silla vieja, desatornillada de su base original. La gente mayor y los manitas son los únicos que guardan estas cosas sólo por si acaso. Pero a Jaizzme le viene al pelo..

- ¡Eureka! -exclama, dedicando una sonrisa satisfecha a los otros dos hombres cuando coge la pata de la silla- Veamos qué esconde el maletín misterioso... ¿están seguros de su elección? -bromea, mientras introduce el trozo de metal por una ranura y hace palanca, dejando a la vista el contenido del arcón mientras se descoloca una tabla de madera.

Andrés calla ahora, pero con aspecto desesperado se acerca a ver el interior del baul una vez Jaizzme ha conseguido abrirlo.

El arcón, al abrirse, revela un olor a papel viejo que guardaba desde hacía un tiempo. Libros. Muchos libros, amontonados y sujetos en paquetes de tres o cuatro con cordel. Los lomos de los que están encima tienen títulos que hablan por sí solos: Hermes Mercurius Trismegistus, Tertium Organum, Adoración del Diablo en Francia, La clave pictórica del Tarot, La llave del Rey Salomón..

Boquiabierto se incorpora de la inspección que acaba de realizar. No está asombrado. Está desesperado. Perdido. Recula un par de pasos y se deja caer en la silla, vencido.

No dice una palabra.

Tras un ligero ataque de tos producido por la nube de polvo liberada al abrir de una manera tan brusca el arcón, Jaime se asoma para ver lo que contiene y se rasca el cogote, haciendo una mueca.

- Bueno... Pues ya sabemos que, además, eran unos completos chalados -dice, mientras va sacando los tomos para colocarlos sobre la mesa y que los vea Alfos- Jamás entenderé todos estos rollos del esoterismo...

-Unos libros interesantes. Aunque un poco obvios, si me permiten una opinión. De novato. No me extraña que se comportasen de esa manera.-

-Señor Alfos... ¿de qué manera...? Díganos lo que ha venido a buscar. Lo que ha venido a decirnos.

Andrés está ya derrotado. Siente que tiene la soga al cuello, y no ve cómo puede sustraerse de ella. Sin embargo, tampoco puede decir qué clase de maldad invitable siente que le atenaza. Hay algo, eso seguro. Pero... todo queda en una vaga seguridad. ¡Qué contradicción! Y, sin embargo, así es...

Alfos gruñe y se levanta del sillón. Tiene un gesto hosco, impaciente. Se lleva las manos a la espalda, se inclina hacia vosoros, os mira intensamente. Pareciera no haber nada más en el mundo que esos ojos o al menos él se comporta así.

-Me refiero a su arrogancia. A la convicción de que podrían engañarme. La idea fue del hermano mayor, claro, el pequeño no era más que un rebelde sin causa que había hecho de mano ejecutora. El otro era el que tenía las ideas, pero esta fue muy mala. Creyó que si el alma es la personalidad, podrían escapar cambiando esta. Cambiarse la cara. Usar quién sabe qué potingues para hacerse olvidar, para no recordar quiénes eran. Crearse una historia nueva. Separarse para reducir riesgos. Un trabajo muy bueno, la verdad. Tanto, que ni siquiera si vinieran aquí, a su propia casa, serían capaces de reconocerse más que vagamente.-

Cada vez más nervioso, y con la actitud que tomaría una rata encerrada en una caja-experimento, Andés finalmente se yergue, y se detiene. Ha llegado a un límite, y repentinamente, con gesto serio, responde como si lo que dice fuera lo más normal del mundo. Y como si creyera que puede decirlo impunemente:

-Bien, parece que no hemos conseguido localizarles. Eso está claro. Hemos fracasado, no ha habido manera de dar con esos hermanos, sólo con pistas deshilachadas, como usted mismo ha sugerido. Hay demasiados cabos sueltos, que no llevan a ninguna parte. Yo me doy por vencido, renuncio a lo estipulado, claro está, y le devuelvo el compromiso. Ahora, si me lo permite, me voy a casa. No... me... encuentro bien. Soy... estoy... enfermo. Celíaco... ya me entienden.

Jaime no puede evitar fruncir levemente el ceño ante la última afirmación de Alfos, dirigiendo la mirada a uno de esos extravagantes tomos para luego devolvérsela a él, al mecenas, a la par que arquea una ceja.

- ¿Está insinuando que ellos... somos nosotros? -pregunta, atónito, sin ningún tapujo a su incredulidad ni a sus dudas sobre el estado mental del mecenas- Está usted como una cabra, oiga, acaba de asustar a Andrés... ¿es que no lo ve? Él es muy vulnerable a todas estas absurdas conjeturas sobre lo desconocido, ¿qué especie de broma pesada es esta? Perdone, pero cuando usted me ofreció un trabajo y me citó aquí, lo último que esperaba era acabar sumido en una locura como esta...-se incorpora y tira el libro sobre la mesa, dando lugar a una pequeña nube de polvo- Necesita un médico, o una copa por lo menos, amigo. Le invitaré gustosamente si se pasa algún día por el club, pero ahora me parece que lo que ha de hacer es descansar. Las obsesiones nunca fueron buenas.

Y pasando un brazo sobre el hombro al psiquiatra, el camarero le sigue mientras le dirige unas breves y cálidas palabras para tratar de reconfortarle, con intención de abandonar la casa por la puerta de entrada.

Alfos ha tornado su rostro en una máscara severa, seria, inmutable. Os observa caminar y mientras lo hace se pone él mismo en pie.

-Basta. ¡Basta! Creo que he sido bastante condescendiente con vosotros. Os he dado la oportunidad de intentar recordar, pero está claro que vuestra chapuza bloqueó excesivamente vuestros recuerdos. Esperaba que la casa tuviese el efecto deseado, pero está visto que no es así. Se acabó.-

Como accionadas por un resorte, ¡todas las persianas de la casa caen de golpe! Simultáneamente, las luces encendidas parpadéan unos segundos y cuando dejan de hacerlo su brillo ha descendido considerablemente, dejando el ambiente en la penumbra. Incluso siendo una casualidad, sería una casualidad muy importante.

Jaizzme observa perplejo cómo todas las persianas caen de golpe, sintiendo una punzada en la espina dorsal cuando el seco sonido del impacto retumba en sus oídos, acompañado por la voz del loco de Alfos. Al observar cómo las bombillas comienzan a fundirse también y su mecenas no deja de mirarles con aquella inquietante mirada mientras se acerca hacia ellos, no puede reprimir un grito:

- ¡Corre, Andrés, CORRE! -chilla, mientras empuja al médico para evitar que se quede allí clavado.

¿Cual podría ser la palabra? ¿Asustado? No, no es asustado. ¿Aterrado? Sí, mejor, desde luego. Pero tampoco se ajusta al estado de estupor, mezclado con una patente convicción de que aquello sucedía a pesar de toda lógica, y que él, el hombre equilibrado, catalizador de otros, está fragmentándose indefectiblemente. Resignación, quizá. Aquello ha escapado de sus manos ya hace mucho rato. Quizá hacía años, si lo que sospecha es cierto.

A su lado Jaizzme grita, corre. Iluso. No hay escapatoria, no, seguro que no la hay. Mira al hombre con el que que tiene un contrato pendiente. Se estremece...

-¿Correr...? ¿A dónde...?

Pero sí, claro. Corre. Reacciona, quizá le cuesta un larguísimo segundo, un eterno segundo. Pero se mueve, se carga de valor, de energía, de empatía hacia su compañero. Y por él, con él, arranca a correr.

Andrés sale casi agarrado de los faldones de la chaqueta de Jaizzme, ajeno a la dirección que éste ha tomado. Si estuviera en condiciones de pensar, y debería estarlo por su condición profesional a pesar del pánico que la situación ha creado a su alrededor, le arrastraría, tiraría de él hacia la puerta de salida. O mejor de entrada. Porque entrar... eso han podido hacerlo. Salir... es otra cuestión.