Partida Rol por web

Tras conseguir un número insuficiente de mantas debido a la falta de previsión, los españoles ascendien por el agreste paso de Nombre de Dios. El camino es estrecho, y deben ir de uno en uno ascendiendo con cuidado por las resbaladizas piedras del camino, que las recientes lluvias han convertido en un verdadero peligro.

La altura también se convierte en un problema, ya que el frío se hace intenso y la respiración cuesta cada vez más. La sensación de fatiga va en aumento, y algunos de los porteadores que venían de Cuba comienzan a desplomarse, con los cuerpos enrojecidos a causa del frío, y los dedos atrofiados. El aire ulula de forma siniestra.

Los conquistadores combaten el frío con mantas y con sus propias armaduras, pero esto les lastra añadiendo peso. Algunos miran a los barrancos, conscientes de que un paso en falso daría con sus huesos allí abajo, y con su alma servida a Dios, o preferentemente (y por sus muchos pecados) al Diablo.

Si ya lo decía yo... La indígena nos llevaba por caminos peligrosos y agrestes. Esta india busca que nos la peguemos... Que nos diezmemos para que resultemos presa fácil... Y este frío luterano para terminarlo de arreglar.

Levanté la vista para ver el paso titubeante de los demás... Y miré de reojo la caída. Una bonita forma de matarse. Rediós...

Me tumbé sobre el cuello de Satanás y le musité al oído:

- "Necesito de toda tu atención, amigo... No me falles"

Me aseguraba de que no levantase la pezuña antes de apoyar bien la anterior... Siempre dos pezuñas en el suelo, siempre dos en el suelo...
Satanás trastabillaba y sus enormes cascos herrados no encontraban buena adherencia, pero de momento iba bien.

De momento...

Se echó el manto encima y andó con cuidado de no caerse por el risco, no era cuestión de perder a uno de los mejores tiradores de la expedición en una caida tonta

Respondí con gesto un poco adusto a Doña Francisca pero no era con ella mi preocupación o desgano; estaba distraída en ello, no, no conocía indio bueno o sí, pero estaban todos muertos, de pronto....

" Madre mía...el camino parece difícil...esperemos que tantos años de darle a la bota no hayan quebrado mi equilibrio"

Comencé a andar...y ...

El camino es demasiado agreste, y la traductora resbala, dándose un pequeño golpe en la cabeza. Lo peor no es eso, sino que ha caído en un cono de deyección que lleva hacia un barranco, y comienza a resbalarse.

El Cartagenero aguanta bien los fríos de la Sierra, pero se tropieza en plena caminata debido a un caballo que iba delante. Resbala y cae entre unos arbustos espinosos. Gracias a Dios, su armadura le protege de los rasguños.

Continue caminando "joder no podian meternos por mejor sitios este sitio es peor que el infierno yo diria..."

Comence de nuevo a caminar y...

Miró en derredor, tratando de comprender qué pasa, mi cabeza acusa un fuerte golpe que empieza a latir como si de otro corazón se tratara. Aguzo la vista en busca de un lugar donde sostenerme... No logro encontrar nada con que asirme y empiezo a sentir como resbalo lentamente, el corazón late con fuerza, las manos empiezan a perder fuera y sé que tendré que hacer lo irremediable, así que empiezo a pedir ayuda en ambas lenguas, a estas alturas no importa de dónde venga la ayuda.

El peso del pletakalli era exhasperante. Marchaba desde hacía demasiadas semanas con aquellos hombres blancos, que ya no le parecían dioses. Había caído prisionero en la batalla a orillas del río. Él era uno de los guerreros de Nacon Chan, y había acudido desde Tayasal para luchar contra aquellos extraños guerreros que ahora le habían sometido a la esclavitud, o algo parecido. A veces le distraía la presencia de un joven caxtilteca que intentaba hablar con él, y que quería ayudarle y hacerse su amigo. Él acogía siempre con agrado su ayuda, y aunque no entendía ni una sola de sus palabras, si entendía su sonrisa.

Marchando por aquellas montañas, los guerreros no le vigilaban tanto, pero él debía vigilar no morir de frío o resbalar con su pesada carga (por el olor parecía comida) y morir en aquel inhóspito lugar.

Vió, a su lado, resbalar a una mujer mexica y caer sobre las rocas, comenzando a precipitarse hacia el barranco. Así que, sin importar el castigo que pudiera recibir por dejar de lado su carga, se quitó el pesado petlakalli de encima y se agachó. Casi resbaló también, pero afirmó bien los pies, y tomó los antebrazos de la mujer, tirando de ella y consiguiendo llevarla de nuevo hasta la seguridad del camino.

-Ufff, vaya problemático.-resoplé. Cortés, Cortés, ¿por qué senderos de cabras nos traes?
Me amntengo en pie como buenamente puedo cuando po el rabillo del ojo veo como doña Inés se resbala y se cae en un lugar peligroso. Esquivando y aprtando a los hombres que tengo en el camino (que mantienen el equilibrio como pueden) intento llegar a la poco cómoda posición de la mujer para tenderle una mano y ayudarla a subir.
En estas me encuentro cuando el Cartagenero también vacila y se tambalea sobre el abismo.
Bueno, él seguro que ha salido de situaciones peores y tiene más recursos que la matasanos.

Cuando llego me encuentro que he corrido para nada pues uno de los porteadores ya se me había adelantado.
Miro al indio con respeto, aunque él no lo supiera había salvado a uno de los más importantes miembros de nuestra expedición: a un médico. Le doy una palamadita en el hombro y esbozo una media sonrisa. Luego me dirijo a la mujer y le pregunto
-¿Cómo está?

Al ver que su colega "El Cartagenero" estaba en apuros, decidió acercarse y ayudarle a que se levantara, dejando la mochila y el arcabuz a un lado y tendiendole la mano.

Ví cómo la guía estuvo a punto de despeñarse, y cómo uno de los porteadores se atrevía a soltar la carga para ayudarla... Insolente. En todo caso... ¿A quién iba a importarle una indígena? Pero poco tiempo después observé cómo el cartagenero Fernán casi se despeña. Apreté los dientes con fuerza intentando reprimir mi rabia.

Maldita sea... Como sigamos por este maldito camino nos terminaremos despeñando todos. Hay que hacer algo...

Levanté la voz.

- "¡¡¡SARGENTO!!!¡¡¡SARGENTO!!!"

Como no especifiqué, acercáronse Loa y Cabal con gesto inquisitivo.

Saludé a mis superiores y bajé el tono de voz para que considerasen mi iniciativa como considerasen conveniente.

- "Disculpen vuesas mercedes mi tono crudo, pero creo que ésto es importante..."

Señale el resto del camino y a la columna que nos seguía.

- "El camino no es seguro. Estas rocas mojadas son tremendamente peligrosas, y no somos tantos como para andarnos despeñando. Sugiero atar entre sí a todos los infantes en una cordada, con objeto de que si uno cae, sea inmediatamente sujetado por los demás. En lo tocante a la caballería..."-Miré a Loa fijamente, pero con respeto-"...Sugiero envolver con tela los cascos de nuestras bestias, pues los herrajes no tienen buena adherencia sobre esta roca húmeda, y ese improvisado calzado hará que los caballos pisen mejor. Y no sería mala idea que caminásemos encordados con el resto de los hombres, llevando a nuestras monturas por la rienda... Será más lento, sí, pero mucho más seguro."

Volví a mirar fijamente a mis superiores, esperando su respuesta.

Sentí como unas fuertes manos se aferraron a mis antebrazos y me halaron con tal fuerza que pronto estuve fuera de peligro. Me incliné un poco, luego miré al indio y le agradecí; esperaba que nadie lo castigara por aquello y si lo hacían, pediría que se me diera el castigo a mí.

-Soy Ameyal-dije tratando de recuperar el aliento.-Y si alguna vez necesitas de mí, no dudes en pedírmelo.