Partida Rol por web

Avanzar se hace cada vez más dificultoso y la temperatura, a medida que la altura aumenta, desciende. Francisca, de momento, estaba soportando bien la crudeza del clima y lo agreste del camino.

Trataba de tener la vista al frente y mantener a la mula todo lo alejada de la orilla que podía. Veía a muchos de los que a pie iban, tambalearse y respirar costaba cada vez más, la cantidad de oxígeno disminuía en la misma razón que la altura y la presión atmosférica aumentaban, por lo que todo aquel que no era indígena estaba evidenciando claros signos de fatiga.

Perdió a Ameyal súbitamente de vista y para cuando se dio cuenta de lo que con ella había pasado, varios más estaban en el suelo y otros tantos sencillamente se habían desbarrancado.

Tiró de las riendas para detener a la mula, hacer eso le significó un gran dolor, tenía las manos entumecidas por el frío.

-¡Que alguien la ayude! -exclamó.

Nadie la oyó, eso es seguro, difícil que alguien lo hiciera tras el alboroto que se había formado, pero Dios o el Dios de ella lo hizo y uno de los siervos indígenas la socorrió. Pensó en su hermano y se llevó la mano al pecho, escrutando con ansias el camino e intentando divisar más adelante la bandera que él portaba. Allí estaba, flameando al viento... Fernando estaba bien.

Fernando está bien, según puede ver su hermana, y avanza allí al frente, en lo alto de la cresta. Francisca controla al jumento, y este asciende pesada pero seguramente (más que los caballos) por aquel inhóspito paraje. Ella llevaba un mantón grueso entre sus pertenencias, y no tiene problema para soportar el frío.

El capitán pasa junto al sargento, y escucha las sugerencias del jinete.

-Eso retrasaría la marcha, y según nuestros guías el terreno pedregoso termina al final de esta pendiente. Luego seguiremos por un altiplano seco hasta una ciudad que se llama Iztaquimaxtitlan. Le sugiero a los jinetes que desmonten y vayan a pie, si ven que pueden caer, y que se avance despacio.

-"¡A la orden, capitán!"

Bajé de Satanás y comencé a caminar despacio, tirando de la rienda. Ichimachistán... Los guías dicen... No entiendo cómo puede fiarse de esa gente. Maldita sea mi estampa...

Quizás pudiera echarle una mano al buen cartagenero... Si aún no lo han sacado, probaré a ver.

Señor Martín, venga a mi vera. –las palabras del oficial resuenan para el muchacho con la misma dignidad que lo harían para con un soldado veterano- Vaya usted donde las mujeres y prevenga a doña Ameyal. Dígale que el sargento Cabal la requiere para labores de traducción una vez hayamos acampado. Vaya entonces.

Martín asiente rápidamente:

- Si señor... Si señor Repite un par de veces, e inmediatamente corre hacia Ameyal para darla el aviso. Tras el pequeño percance que ha tenido, Garcilaso la ayuda a ir hasta Cabal, si hace falta ayudandola a caminar. No ve en aquellos indigenas sólo al enemigo sino personas a las que había que conquistar y civilizar por su bien, y trata a Ameyal exactamente igual que si fuese una dama de sangre española.
- Sigame, señora...

Junto a Cabal, donde iban los jinetes y soldadesca, estaría mas segura que entre la masa de indigenas y mejor atendida.
El terreno se va volviendo cada vez mas complicado, Garcilaso no se achanta en absoluto y ayuda en todo lo que puede a sus compañeros.

-Arriba Cartagenero, no es cuestión de perder hombres de esta forma. Rouger sonrio bajo su mostacho y tiró de su compañero para levantarlo.

El monaguillo se cae sobre el pedregal, lastimándose la rodilla. Sin embargo, cae relativamente bien y no se resbala, pudiéndose levantar con normalidad.

Maldita sea mi estampa pensaba Diego Hace unos días estabamos afixiándonos y ahora no shelamos, este Cortés nos mata a todos.

Diego caminaba a duras penas junto con la columna, viendo como a su alrededor algunas caían y otros se esforzaban por no caerse.

-Vaya, vaya, casi arriesgo mi vida por esa mujer,...ufff, el frío me está embotando la razón. Será mejor marchar adelante y olvidar este asunto...he de acordarme de revisar el equipo cuadno paremos, vayamos a tonterías con las cosas de guerrear.
Adelanto a la mujer y al monaguillo y me pongo a marchar con el grueso de la tropa.

¿Y no saben estos malditos Indios camino mejor para llevarnos? Esa pregunta rondabapor la cabeza del catalan mientras avanzaban a través del estrcho sendero, la bella señorita Doña Ameyal, se había caido, así como "El Cartagenero" y el joven Garcilarso. Continuó por el estrecho desfiladero silencioso y meditaundo

Le agradecí a Rouger la bondad que tuvo en ayudarme a levantar:

"Ya te compensaré con unos vinillos la buena bondad que has tenido hoy"

Tras atravesar el paso de Nombre de Dios, la expedición cortesiana no se encontró un paisaje tranquilizador. El camino corría por las desoladas llanuras en torno a un gran lago salado. El agua escaseaba, y llevaban dos días de marcha bajo un sol abrasador.

Garcilaso intenta mantener el ritmo, pero poco a poco empieza a andar arrastrando los pies. Por mas que trata de disimular, va notando los labios secos y resquebrajados, comienza a andar dando traspiés, aun cojo por la herida de la rodilla.

Sabe que no va a llegar a menos que encuentren agua pronto, y trata de mantenerse en pie cuanto le sea posible, pero ya casi apenas puede mas...

Ayudé al joven a ponerse en pie, no se había hecho daño pero las cosas no pintaban bien según avanzabámos. No sabía ahora si estaba contenta o triste por aquel viaje hacia la tierra que me había visto nacer, lo cierto es que empezaba a tener sed como los demás, a agotarme, aún a pesar que pudiera pensarse que estaba preparada para ello. Me acerqué un poco al joven Garcilaso que parecía no poder más y con lo poco que quedaban de mis fuerzas me ofrecí a que se recargara en mis hombros.

A medida que pasan los días el Sol lenta, pero inexorablemente nos va desgantando hasta llegar al punto del desfallecimiento. EL joven monaguillo cae y lo ayudan a levantarse. Pero no es el único, bravos soldados ven cómo las fuerzas les abandonan y se arrastran movidos únicamente por su voluntad de hierro.

Solo espero que lleguemos a algún lado pronto, porque si no a alguno la cabeza le rodará en el suelo.

Cada vez estaba más convencido de las aviesas intenciones de esa india que nos guiaba... Primero por un frío ante el que nuestro cierzo palidecía, ahora bajo un sol desértico. Es obvio que busca causarnos bajas.

Observé como el pobre Garcilaso trastabillaba al lado de la india... Maldita sea... Deja en paz al muchacho, joder...

Apreté el paso pese al sol, tirando de las riendas de mi buen Satanás hasta llegar a su par. Miré fijamente a la indígena con la mirada tan neutra como pude, y pasé mi brazo izquierdo por debajo de las axilas del muchacho mientras con la derecha echaba un poco del vino aguado de mi odre en su boca.

-"Aguanta, muchacho... Ya no queda mucho..."

Un muchachito tan joven... Casi un niño y ya inmerso en una expedición como ésta en la que puede hallar la muerte. Maldita sea mi estampa y la de Cortés...

Viendo lo mucho que le temblaban las rodillas lo agarré en volandas y lo tendí en la silla de mi caballo.

-"Ahí estarás mejor... Descansa, chico."-Me dirigí a Amaya, la guía-"Espero que no os importe que os acompañe yo... El muchacho no se encuentra muy bien.¿No había otro camino más sencillo aunque fuese más largo?

Volví a mirar al frente, pero con los sentidos alerta... Es un sitio perfecto para una emboscada. Sedientos, cansados, sin lugar al que replegarnos... Como surjan indios de la nada, la primera en caer bajo mi espada será esta bruja...

Maldiciendo en voz baja por el insoportable calor, el catalán avanzaba bajo todo el sol del mismo infierno. Esperaba que llegasen pronto a un lago o a donde sea que hubiese agua para poder repostar. Miraba a sus compañeros e intentaba mostrar su apoyo al que viese más cansado, prestandole su hombro para que le costase menos trabajo el caminar