Marcos no alcanzó a detener a Ibarz. El bloguero, al que todos daban por muerto y nadie presentía como una amenaza, consiguió unir su egocentrismo y su autodestrucción para sacar fuerzas y asestar una cuchillada mortal a Frohike.
—¡¿Pero qué has hecho hijo de puta?!
Observando al pobre diablo tirado en el suelo, se contuvo de lanzarle una patada, consciente de que pronto le llegaría la hora sin que tuviesen que hacer nada por facilitarlo.
Marcos se giró hacia Frohike para constatar su muerte y rápidamente comenzó a recoger los papeles y el disco duro que el ya muerto administrador del foro tenía entre sus manos. Seguía negando con la cabeza, furioso, sin entender cómo Ibarz había podido arrebatarle la vida a Frohike de esa manera. Justo cuando empezaba a cantar y tenían la posibilidad de descubrir lo que de verdad estaba pasando en el mundo. De entender quiénes eran los líderes del planeta.
—Vámonos de aquí —dijo, ya de pie casi en la puerta, a modo de deseo a sus compañeros—. Tenemos que encontrar a los miembros que trabajaban con Frohike. Tenemos que descubrir si Frohike estaba diciendo la verdad y unirnos a ellos. Ahora que sé que hay algo, no puedo dejarlo así sin más y volver a mi vida normal. ¿Qué pensáis hacer vosotros? Quizás la agente Doc_Alma estuviese al tanto de todo. Podríamos contactarla.
Lanzó una última mirada a Ibarz.
—Respecto a este, yo al menos no tengo intención de ayudarle a salir de aquí. Le encantaba hacer la guerra solo. Pues que salga de esta solo.
Marcos llamó la atención de Torquemada y este bajo la mirada a la mano que sostenía la pistola con expresión de sorpresa, al parecer sin terminar de entender lo que hacía él con un arma.
– Lo siento. No… no me di cuenta.
Bajo el brazo que sujetaba la pistola, mientras continuaba disculpándose, azorado. Aún estaba lejos de confiar en Frohike, pero de ahí a querer su muerte iba un buen trecho. De hecho, sin estar completamente seguro de que tenía enfrente a un demonio, nunca dispararía a un ser humano.
Como si Red_Pill hubiera podido leer sus pensamientos y comprendido que no podía esperar a que los demás hicieran el trabajo sucio, el bloguero decidió actuar él mismo y acabar con quien entendía era una amenaza. Su enemigo.
– ¡Por el amor de Dios! ¡NO!
Pero ya era demasiado tarde. Red_Pill, moviéndose con una rapidez para nada esperada en un hombre agonizante, había lanzado su ataque mortal con la misma velocidad y letalidad que una serpiente. Frohike cayó herido de muerte llevándose con él todos sus secretos. No había nada que pudieran hacer por el responsable del foro “La Tela de Araña”.
Sin fuerzas para sujetarla, la pistola resbaló de su mano y cayó al suelo. Fue una suerte que no se disparara. Mariano miró a Red_Pill negando con la cabeza lo que acababa de ver, como si pudiera así cambiar lo sucedido.
– ¿Por qué? –le costaba entender los motivos que habían llevado a Efraín a asesinar a sangre fría a alguien desarmado–. ¿Por qué lo has hecho?
Mosfet habló entonces, devolviéndole en parte a la realidad. Debían marcharse. No podían quedarse allí esperando eternamente a que llegaran refuerzos de aquellas criaturas demoniacas. El informático también les explicó cuales serían sus siguientes pasos, sus planes de futuro, queriendo compartirlos con ellos y quizás animarlos a seguir un camino conjunto.
Mariano asintió con la cabeza, incapaz de decir nada más. Pero si su muda respuesta a Marcos quería indicar únicamente su conformidad de irse de allí cuanto antes y dejar atrás a Efraín, abandonado a su suerte, o su intención de acompañarle además en su búsqueda de respuestas, tras la pista de la sociedad a la que perteneció el difunto Frohike, no quedo claro.
El cura había vivido en apenas unos minutos experiencias que le habían abierto los ojos y la mente, que le habían reafirmado en su certeza sobre la influencia de Satanás en la tierra, que habían tirado abajo el último bastión de seguridad que creía tener1, que le habían hecho dudar acerca de los seres humanos a quienes se había prometido proteger.
Avanzó lentamente y sin mirar atrás, queriendo salir cuanto antes de aquella casa para no volver a poner un pie en ella, para dejar tras de sí lo que había sucedido entre sus derruidas paredes, para poder mirar hacia adelante y enfrentarse a lo que le trajerá el destino.
1 En referencia al monasterio y sus habitantes y la sensación de haber perdido ese lugar de seguridad.
Me ha quedado algo dramón, pero no quería simplemente decir que Mariano se va por la puerta y punto. :P
Nadie se esperaba a Ibarz. Frohike tampoco. Y eso era lo que él siempre quería. Ser inesperado, no ajustarse a los corsés ni a los mandatos. Y mucho menos, a los de un embaucador como Frohike.
No quería soltar los papeles, claro que no quería. Se las había arreglado muy bien para que otros los encontraran por él, poniéndose en peligro mientras él se abanicaba. No quería soltarlos.
Pues ya no los volvería a coger nunca. Sus manos muertas no volverían a asir nada.
Ibarz lo vio caer y exhalar el último suspiro. El periodista jadeaba, agotado y con la vida pendiente de un hilo. A su alrededor, voces. Las voces. Y cuando quiso darse cuenta, uno de ellos había cogido raudo los papeles de Kain. Antes de que él mismo pudiera hacerlo.
Tendió la mano hacia el fajo al mismo tiempo que las piernas le flaqueaban y caía de rodillas, como suplicando y pidiendo al legado de Kain que se quedara con él.
Lo había tenido tan, tan cerca. Lo había tenido al alcance de la mano. Y esos imbéciles se lo habían arrebatado.
Y ni siquiera sabían qué tenían en sus manos.
Debatiéndose entre la curiosidad que despertaba en ella lo poco que contaba Frohike, sus ansias de conocer más sobre todo aquel asunto, sus recelos a unirse a un grupo del que desconocía todo y la desconfianza que seguía despertando en ella el moderador del foro, Belén no sabía muy bien qué debía hacer, ni siquiera sabía qué quería.
Unirse a ese grupo que libraba una batalla por salvar al mundo la tentaba, sobre todo después de haber visto cómo unos seres veidos de no se sabía donde los habían intentado matar, pero el recelo y el temor a estar equivocándose en su decisión la frenaban. Y quizás fuera ese debate interno que estaba viviendo el que hizo que ni siquiera se diera cuenta de lo que Efraín estaba haciendo hasta que no fue ya demasiado tarde.
—Pero... —no hizo falta que continuara porque sus compañeros ya habían puesto voz a sus pensamientos—. No eres tan bueno como te crees, sólo eres un... miserable —rumió la mujer a Efraín de forma bastante infantil, mientras veía caer al suelo el cuerpo sin vida del moderador.
Marcos fue el único que reacionó con la suficiente rapidez para coger los documentos que tantas vidas se habían cobrado y, ante la pregunta que les lanzó, la escritora sólo pudo asentir sin saber muy bien si era eso lo que de verdd quería, aunque también reconocía que si lo que Frohike había contado era cierto, no le quedaban muchas más opciones.
—¿De verdad lo vamos a dejar aquí? —Belén se sintió como una estúpida al formular la pregunta pues, dado el estado en el Efraín se encontaba, dudaba mucho que aguantara tantos quilómetros de viaje hasta que pudieran encontrar ayuda, además que él siempre les había dejado bien claro que no necesitaba colaboración, apoyo o ayuda de parte de nadie así que ¿quién era ella para negarle a un moribundo sus deseos?— Sí, será mejor que nos alejemos cuanto antes de este maldito lugar.
De las cuatro personas que quedaban en aquella casa abandonada, tres observaban con incredulidad el cadáver aún caliente del que había sido el administrador del foro. El cuarto mantenía la mirada fija en los papeles con un gesto de resolución en el rostro.
A Marcos se le llenó la boca de indignación pero tampoco se vio con capacidad para hacer algo más cuando volvió la mirada hacia el periodista y lo observó encogido de dolor e incapaz de levantarse.
Pero el informático no perdió el tiempo y con rapidez se agachó para recoger los papeles y el disco duro, aquellos que tanta muerte habían causado. Sentía que allí había algo que merecía la pena seguir, algo en lo que había que profundizar y así lo compartió con sus compañeros.
Mariano acababa de dejar caer la pistola, impactado por el suceso que acababa de presenciar y su incredulidad no era menor que la de Marcos. Todo lo que fue capaz de hacer, fue asentir al plan que Marcos esbozaba. El cura ni siquiera podía dar voz a ese asentimiento.
En cambio, Belén reaccionó con ira e indignación, algo no propio de una mujer como ella. Pero hasta ese punto era hasta donde le había llevado la situación. La calma y serenidad de la que normalmente hacía gala, la habían abandonado. La escritora se unió también a la idea propuesta por Marcos. Incluso, después de pensarlo un poco, en la parte de dejar allí a Ibarz, algo que en otro momento quizás no se hubiera planteado.
Los tres recogieron lo que necesitaron y después se dirigieron a la puerta mientras Ibarz les suplicaba, no por su vida, no por su ayuda, si no por aquellos documentos aún por revisar.
El periodista quedó atrás, tendido en el suelo, mientras la vida le abandonaba poco a poco, escurriéndose por sus heridas, fijándose para siempre en aquella cabaña.
Y, de la misma manera, abandonando al moribundo y dirigiéndose a un destino incierto de secretos y vidas en la sombra, parte de la humanidad de aquellos que se iban también escurría de sus almas para quedarse, para siempre, en aquella cabaña.